Capítulo 22

Estaba segura de que me iba a dar un ataque al corazón. Normalmente no nos afectaban las enfermedades de los mortales, pero tras haber tenido un resfriado, parecía que no ser imposible. Aun así, no podía respirar.

Me lavé los dientes y me desenredé el pelo. Me quedé mirando la cama, indecentemente grande, que estaba en medio de la habitación. No sabía qué ponerme. ¿O no debería llevar nada puesto? Oh dioses, ¿en qué estaba pensando? No es que hubiese dicho que iba a subir para tener sexo. Si no fuese así y me viese desnuda tumbada en la cama, sería bastante embarazoso. Quizá solo quería pasar más tiempo conmigo. Dejando aparte lo de Seth, sobre nosotros seguía pesando no poder estar juntos.

Pero llevaba la púa. La había llevado colgando sobre el corazón todo el tiempo.

Me puse una camiseta de tirantes, los pantalones cortos que usaba para dormir y me fui a la cama. Por el camino me miré los brazos. A la luz de la luna, que se filtraba por la ventana, se me veía la piel irregular, llena de parches. No quería que Aiden viese aquello, así que, rápidamente, me cambié y me puse una camiseta fina de manga larga. Me dejé los pantalones. Después me metí en la cama, me tapé hasta la barbilla y esperé.

Unos minutos después, alguien llamó a la puerta suavemente.

—Puedes pasar. —Hice una mueca por haberlo dicho con un gallo.

Aiden entró y cerró la puerta con cerrojo tras él. También se había cambiado, ahora llevaba unos pantalones de pijama oscuros y una camiseta gris sin mangas que mostraba sus brazos musculados. Tragué saliva nerviosa y le pedí a mi corazón que se tranquilizase antes de que me diese un telele.

Me miró y se puso tenso. La habitación estaba demasiado oscura y no podía verle la cara, aunque deseaba poder hacerlo para poder saber en qué estaba pensando. Sin decir nada, se dirigió hacia la ventana y corrió las cortinas. La habitación se sumió en la oscuridad y agarré la manta con fuerza. Le oí trastear en la habitación y vi un brillo. Aiden trajo una vela hasta la cama y la puso sobre una mesita. Me miró, con su expresión suavizada por la luz de la vela. Sonrió.

Empecé a relajarme, soltando un poco la manta.

Con cuidado, abrió las sábanas de su lado y se metió en la cama, sin perder el contacto visual conmigo.

—¿Álex?

—¿Sí?

Seguía sonriendo.

—Relájate. Solo quiero estar aquí contigo… si te parece bien.

—Me parece bien —susurré.

—Genial, porque la verdad es que no querría estar en ninguna otra parte.

El calor que sentía en mi pecho me habría podido hacer flotar hasta las estrellas. Vi cómo se estiraba a mi lado. Miré hacia la puerta, aunque sabía que Deacon no estaba cerca. Además, no era que no lo sospechara. Y tampoco le importaba. Me mordí el labio, mirando fugazmente a Aiden. Estaba boca arriba, y sus ojos eran como plata ardiendo, brillantes e intensos. No podía apartar la mirada.

Aiden respiró con fuerza y levantó el brazo que tenía a mi lado.

—¿Vienes?

Con el corazón a mil, me acerqué a él hasta que mi pierna rozó con la suya. Me agarró la cintura con un brazo y me llevó hacia él, echándome un poco hacia abajo, hasta que mi mejilla quedo a la altura del pecho. Podía sentir cómo le iba el corazón a toda velocidad, igual que el mío. Nos quedamos así, en silencio, un ratito, y en esos minutos me sentí en el paraíso. El simple placer de estar a su lado era tan estupendo que no podía ser algo malo.

Aiden levantó el otro brazo y me tocó la mejilla, acariciándome con su pulgar.

—Te pido perdón por aquel día en el gimnasio. Por cómo te hablé, por el daño que te hice. Pensaba que estaba haciendo lo correcto.

—Lo entiendo, Aiden. No pasa nada.

—Sí que pasa. Te hice daño, lo sé. Quiero que sepas por qué —dijo—. Cuando me contaste lo que sentías, en el zoo… mi… mi autocontrol se fue a pique. —«Pues no me lo pareció», pensé mientras él seguía—. Sabía que no iba a poder seguir estando cerca de ti, porque iba a ser tocarte y no poder parar.

Levanté la mirada hacia él y abrí la boca para decir algo que seguramente habría fastidiado el momento, pero no pude hacerlo. Aiden me puso una mano sobre la nuca y se inclinó. Sus labios se encontraron con los míos y, como todas las veces anteriores, sentimos aquella chispa inexplicable entre los dos. Hizo un sonido mientras me besaba, cada vez más fuerte.

Se apartó lo justo para rozar mis labios con los suyos al hablar.

—No puedo seguir fingiendo que no lo quiero, que no te quiero a ti. No después de lo que te ha pasado. Pensaba… pensaba que te había perdido, Álex, para siempre. Y lo habría perdido todo. Tú lo eres todo para mí.

De golpe, un montón de sentimientos afloraron en mí; sorpresa, esperanza y amor. Tanto amor, que todo lo que nos rodeaba se desvaneció en aquel instante.

—Esto… esto es lo que has estado intentando decirme.

—Es lo que siempre he querido decirte, Álex. —Se incorporó, llevándome con él—. Siempre he querido tener esto contigo.

Puse las manos sobre sus mejillas, y nuestras miradas ardientes se cruzaron.

—Siempre te he querido.

Aiden hizo un ruido ahogado y sus labios se dirigieron hacia mí de nuevo. Enterró sus manos en mi pelo, agarrándome con fuerza.

—Yo no quería… venir aquí.

Me volvió a besar y se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo. Mi corazón martilleaba contra mis costillas mientras sus dedos se apartaban de mi cara y comenzaban a bajar. Se levantó lo justo como para que pudiese quitarle la camiseta y dejarla a un lado. Recorrí con las manos cada rincón de su cuerpo y le fui besando hasta llegar a su pecho. Sentí cómo su respiración se hacía más pesada y susurró mi nombre como si fuese una súplica. Me cogió los brazos y me devolvió a sus labios.

Sin decir nada, me solté y levanté los brazos. Obedeció la orden silenciosa y dejó mi camiseta a un lado. Sin más aviso, me puse de espaldas, mirándole desde abajo. Sus manos recorrían mi piel desnuda y sus labios se hundían por mi garganta y la curva de mi hombro. Besó con ternura cada cicatriz, y al llegar a la que me había dejado Linard, se estremeció.

Mis dedos jugaban con su pelo mientras lo atraía contra mí. Sus besos me estaban volviendo loca, provocaban en mí extrañas y maravillosas reacciones. Susurré su nombre una y otra vez como una especie de plegaria enloquecida. Me encontré moviéndome contra él, guiada por un instinto primario que me decía qué hacer. El resto de nuestra ropa acabó apilada en el suelo. En el momento en que nuestros cuerpos se alinearon, sentí algo salvaje.

Nuestros besos se hicieron más profundos, su lengua jugaba con la mía y yo me balanceaba sobre él. Todo aquello era maravilloso, deliciosamente agradable. Aiden me besó por toda la piel. Yo estaba perdida en un mundo de sensaciones para las que no estaba preparada. Quizá no era lo que pretendíamos, pero… estaba pasando.

Aiden levantó la cabeza.

—¿Estás segura?

—Sí —dije sin aliento—, nunca he estado más segura.

Sus manos temblaban en mi cara.

—¿Te has…?

Preguntaba si me había tomado mi dosis del método anticonceptivo obligatorio que el Consejo hacía tomar a todas las mestizas. Asentí.

Sus ojos plateados brillaron. Su mano tembló contra mi mejilla de nuevo y, mientras se incorporaba, no dejaba de recorrer mi cuerpo con la mirada. Mi recién descubierta valentía prácticamente desapareció bajo su ardiente mirada. Pareció notar mi nerviosismo de alguna forma, y me besó de forma dulce y suave. Era paciente y perfecto, logró hacer desaparecer mi timidez poco a poco hasta enlazarme con él.

Hubo un momento en el que pareció asustado, sabiendo que no había marcha atrás, que esa vez no íbamos a parar. Me dio un beso intenso que me dejó temblando y su mano se deslizó por mi cuerpo con un detalle exquisito. Sus besos hacían lo mismo y, cuando paró, me pidió permiso con los ojos. Ese simple instante, ese pequeño acto, despertó mis lágrimas. No podía —no quería— negarle nada.

Aiden estaba en todas partes; en cada caricia, en cada gemido. Cuando pensaba que no podía aguantar más, que iba a romperme, allí estaba él para demostrarme que podía. Cuando sus labios volvieron a descender a mí, lo hicieron con locura.

—Te quiero —susurró—. Te quiero desde aquella noche en Atlanta y siempre te querré.

—Te quiero —dije agitada contra su piel.

Se liberó. El control que parecía envolverlo desapareció por fin. Disfruté de ello, en la pura simplicidad de estar entre sus brazos y saber que él sentía la misma locura que yo. Se apoyó sobre el brazo mientras sus besos parecían tener la misma prisa que yo, levantó sus labios para susurrar algo en un precioso idioma que no entendí. Estaba casi al borde, encaminándome rápidamente hacia un final glorioso.

Estábamos rodeados de nuestro amor mutuo. Se convirtió en algo tangible, electrificando el aire a nuestro alrededor hasta me pareció que podíamos arder ante su fuerza. Allí, en aquel momento de absoluta belleza, no éramos una mestiza y un pura sangre, solo dos personas profunda y locamente enamoradas.

Éramos uno.

Me desperté un rato después, envuelta en los brazos de Aiden. La vela aún temblaba junto a la cama. Las sábanas se habían enrollado en nuestras piernas y el edredón se había caído al suelo. Me di cuenta de que estaba usando a Aiden de almohada. Levanté la mirada y me empapé de él. No me cansaba de mirarlo.

Su pecho se alzaba rítmicamente bajo mis manos. Cuando dormía parecía mucho más joven y relajado. Unos rizos oscuros le caían sobre la frente y tenía los labios entreabiertos. Me eché hacia delante y besé suavemente esos labios.

Sus brazos se tensaron inmediatamente, revelando que no estaba tan profundamente dormido como yo pensaba. Sonreí cuando me pilló.

—Hola.

Aiden abrió los ojos.

—¿Cuánto rato llevas mirándome?

—No mucho.

—Conociéndote —dijo arrastrando las palabras, aún medio dormido—, llevas mirándome desde que me quedé dormido.

—No es cierto —reí.

—Ya, ya. Ven aquí. —Me echó hacia abajo y nuestras narices se acariciaron—. Mucho más cerca aún.

Me acerqué más y enredé mi pierna en la suya.

—¿Suficiente?

—Déjame ver. —Bajó las manos por mi espada hasta la cintura, donde presionó ligeramente—. Así mejor.

Me puse roja.

—Sí… mucho mejor.

Aiden sonrió y un brillo travieso cruzó sus ojos plateados. Tenía que haber sabido que estaba tramando algo, pero aquel lado de Aiden, juguetón y sensual, me era desconocido. Bajó la mano más aún, obteniendo un grito ahogado de sorpresa. Se incorporó ágilmente y sin darme cuenta me vi sentada en su regazo.

No pude pensar mucho. Aiden empezó a besarme, apartando de mí cualquier pensamiento o respuesta que pudiese darle. La sábana se cayó y me fundí en él. Un rato después, cuando el sol estaba a punto de salir y la vela hacía tiempo que se había apagado, Aiden me despertó con cuidado.

—Álex. —Me besó la frente.

Abrí los ojos, sonriendo.

—Sigues aquí.

Me acarició la mejilla.

—¿Dónde iba a estar si no? —Me besó y encogí los dedos de los pies—. ¿Pensabas que me iba a marchar sin más?

Me sorprendió poder tocarle el brazo sin que se tuviese que apartar.

—No. La verdad es que no lo sé.

Frunció el ceño mientras su dedo recorría mi pómulo.

—¿A qué te refieres?

Me apreté contra él.

—¿Y ahora qué?

Vi en su mirada que lo comprendió.

—No lo sé, Álex. Tendremos que tener cuidado. No será fácil… pero ya se nos ocurrirá algo.

Por un segundo se me paró el corazón.

Iba a ser casi imposible tener una relación en cualquier parte, pero no podía evitar que una cierta esperanza aflorase en mi interior ni que las lágrimas asomasen a mis ojos. ¿Estaba mal esperar un milagro? Porque eso era lo que íbamos a necesitar para que la relación funcionase.

—Oh, Álex. —Me cogió entre sus brazos, sujetándome con fuerza. Busqué con la cara el hueco entre su cuello y su hombro y tomé aire con fuerza—. Lo que hemos hecho ha sido lo mejor que he hecho nunca. No es solo una aventura.

—Ya lo sé —murmuré.

—No te voy a dejar simplemente porque unas estúpidas leyes digan que no podemos estar juntos.

Eran unas palabras peligrosas, pero me derretí al escucharlas, me deleité en ellas. Le abracé e intenté apartar los miedos y preocupaciones. Aiden estaba arriesgando mucho por estar conmigo, y yo también, pero no podía negar nuestros sentimientos por lo que le pasó a Héctor. No era justo que tuviésemos miedo de eso.

Aiden se tumbó de espaldas y me acomodó a su lado.

—Y no te voy a perder por Seth.

El aire no me llegaba a los pulmones. Me había entregado por completo a Aiden y me había olvidado completamente de lo inolvidable, de que iba a Despertar en dos semanas y todo lo que significaba. ¿Y si cambiaba lo que sentía por Aiden? Mierda. ¿Qué pasaría si nuestra unión hacía que esos sentimientos fueran hacia Seth?

Para empezar, ¿cómo demonios había podido olvidarme de Seth? No podía justificarlo con un «Ojos que no ven, corazón que no siente». La cosa era que Seth me gustaba, mucho. Una parte de mí incluso le amaba, aunque la mayoría de las veces me daban ganas de pegarle. Pero mi amor por Seth no tenía nada que ver con el que sentía por Aiden. No me consumía, no me hacía sentir la necesidad de hacer locuras, ser inconsciente y, a la vez, tener más cuidado. Mi corazón y mi cuerpo no respondían del mismo modo.

Aiden me acarició el brazo.

—Sé qué estás pensando, agapi mou, zoí mou.

Respiré.

—¿Qué significa?

—Quiere decir «mi amor, mi vida».

Cerré los ojos con fuerza para evitar las lágrimas. Recordé la primera vez que me dijo agapi mou. Dioses, Aiden no había mentido. Me quería desde el principio. Saberlo me proveyó de una determinación de acero. Me levanté y le miré. Sonrió y el corazón me dio un vuelco. Levantó un brazo y me puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Dejó la mano quieta.

—¿En qué piensas ahora?

—Podremos hacerlo. —Me agaché y le besé—. Joder, lo haremos.

Me rodeó la cintura con un brazo.

—Lo sé.

—Dioses, sé que suena ridículo, pero por favor no te rías de mí. —Sonreí—. Tenía… mucho miedo de Despertar, de perderme a mí misma. Pero… pero ya no. No voy a perderme porque… bueno, lo que siento por ti no me dejará olvidar quién soy.

—Nunca dejaré que olvides quién eres.

Sonreí más aún.

—Dioses, estamos locos. Lo sabes, ¿verdad?

Aiden rio.

—Creo que se nos da bien esto de estar locos, la verdad.

Nos quedamos abrazados más tiempo del que deberíamos. No quería dejarlo ir y creo que a él le pasaba lo mismo. Me puse de lado y le vi ponerse la ropa. Sonreí cuando me pilló mirándole. Levanté las cejas.

—¿Qué pasa? Es una vista preciosa.

—Qué mala eres —dijo sentándose a mi lado. Me puso una mano en la cadera. En su mirada se reflejaba algo fiero—. Lo lograremos.

Me acerqué más a él, deseando que no se fuera.

—Lo sé. Lo creo.

Aiden me besó de nuevo y susurró.

—Agapi mou.