Capítulo 18

Dormí más de lo esperado. Cuando me desperté, la habitación estaba vacía y me habían dejado el móvil en la mesilla. Deseé que Aiden estuviese descansando, igual que Marcus. Me senté y puse una mueca de dolor, ya que al hacerlo me tiraban los puntos.

Intrigada, volví a mirarme la cicatriz. Los mestizos nos curábamos más rápido y las hojas del Covenant estaban diseñadas para hacer cortes limpios, pero aquello seguro que causó daños internos. ¿Me habría arreglado Apolo algo más? Porque dudaba que los médicos pudiesen arreglar aquellas cosas. La verdad es que me encontraba… bien, aunque sin energía.

Mirando por la habitación, algo pareció venirme a la memoria. Tenía la sensación de que me estaba olvidando de algo, algo muy importante. Lo tenía en la punta de la lengua, igual que cuando me lanzaron la compulsión. Aunque esa vez era distinto. Era más bien como despertarse y no acordarse de un sueño.

Suspiré y me estiré para coger el móvil. Solo había una llamada perdida de Peluchín. Me volví a tumbar y le devolví la llamada.

Seth respondió al segundo toque.

—Así que estás viva.

El corazón me dio un vuelco.

—Claro, ¿cómo no iba a estarlo?

—Bueno, no he podido hablar contigo en dos días. —Hizo una pausa—. ¿Qué has estado haciendo?

—Dormir, no mucho más.

—¿Has estado durmiendo dos días seguidos?

Me toqué la cicatriz e hice una mueca.

—Sí, eso ha sido todo.

—Interesante… —Se oyó un ruido amortiguado, como si hubiese puesto algo por encima del teléfono—. ¿Estabas durmiendo y Aiden tenía tu teléfono?

Mierda.

—Estaba haciendo de niñero. No sé por qué respondió al teléfono cuando llamaste. —Volví a escuchar el mismo ruido y a Seth gruñendo—. ¿Qué haces?

—Es difícil ponerse los pantalones sujetando el teléfono.

—Emmm, ¿quieres que te llame más tarde? ¿Como por ejemplo, cuando no estés desnudo?

Seth rio.

—Ya no estoy desnudo. En fin, por cierto, quizá tenemos alguna enfermedad rara de Apollyons. Llevo dos días seguidos como cansado, pero ya me encuentro mejor.

Así que sí había sentido algo. Me mordí el labio.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Dispara.

—Alguna vez me has dicho que cuando Despierte sabré todo lo que sabían los anteriores Apollyons, ¿no?

Hizo una pausa.

—Sí, eso dije.

Empecé a estar un poco intranquila.

—¿Entonces cómo puede ser que no supieses nada sobre la Orden de Tánatos, de cuando ellos mataron a Solaris y al Primero? ¿No habrías visto lo mismo que ellos?

—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Seth.

Respiré hondo.

—Porque no tiene sentido, Seth. ¿Cómo puede ser que no supieses que los Apollyons salen de una relación entre un mestizo y un puro? ¿Ninguno de los anteriores Apollyons lo sabía?

—¿Por qué me preguntas? —Una peculiar risita muy femenina le cortó. Cuando Seth volvió a hablar, le oí de fondo decir algo así como «compórtate».

Me incorporé y tomé aire con dificultad, ya que la tripa me tiraba.

—¿Con quién estás, Seth?

—¿Por? ¿Estás celosa?

—Seth.

—Espera un momento —contestó, y oí una puerta cerrarse—. Mierda, qué frío hace aquí fuera.

—Será mejor que tengas cuidado, no se te vaya a congelar algo y se te caiga.

Rio.

—Oh, qué mala eres. Creo que simplemente estás celosa.

¿Que si estaba celosa de que estuviese con una chica y desnudo? Obviamente. ¿No debería estarlo? En verdad no estaba celosa, más bien enfadada. Enfadada porque a mí me habían apuñalado y había muerto mientras Seth estaba haciendo el capullo por allí. ¿Cómo iba a estar enfadada? Era yo la que estaba enamorada de otro. En realidad no tenía nada que decirle, pero yo no me había quedado desnuda con aquel chico, no desde hacía muchos meses, desde que decidí ver hacia dónde iba lo nuestro.

Dioses, estaba muy confundida. No tenía ni idea de qué estaba pasando y por qué precisamente en aquel momento.

—No estoy haciendo nada malo —dijo Seth después de un silencio.

—No he dicho que lo fuese. Espera. Estás con Tetas, ¿verdad?

—¿De verdad quieres saberlo, Álex?

Dicho así, no. Me mordí el labio sin saber muy bien qué decir. De repente escuché la voz de Caleb en mi cabeza. «Aún hay esperanza». Qué raro.

—Nunca dijimos que tuviésemos una relación y, además, da igual. Tú estás ahí y yo estoy aquí. En una semana o algo así estaré de vuelta y ya no pasará nada.

Parpadeé.

—¿«Da igual»? ¿En serio?

Seth suspiró.

—Sé que ha estado a tu lado desde el momento en que me fui, con ese halo de melancolía, haciendo lo que sea para poder estar contigo. ¿Y encima contesta a tu móvil mientras estás dormida? Pues sí, «da igual».

Abrí la boca de par en par.

—No es como lo pintas.

—Mira, que da igual. Tengo que irme, luego hablamos. —Y me colgó.

Me quedé un buen rato mirando el móvil, tan sorprendida como molesta. ¿Me acababa de dar permiso para hacer lo que fuese con Aiden porque le daba igual, como a mí me debería dar igual lo que él estuviese haciendo con Tetas? Dioses, ¿me había muerto y había vuelto a un universo alternativo?

La puerta se abrió y entró Aiden. Dejé el teléfono a un lado y me alegré de verlo mucho más fresco. El pelo húmedo se le rizaba sobre la frente y las sombras bajo sus ojos habían disminuido.

—Hey, estás despierta. —Se sentó a mi lado, y la cama nos juntó más—. ¿Cómo te encuentras?

Me aparté de él.

—Asquerosa.

Aiden arrugó la frente.

—¿Asquerosa?

—Hace días que no me lavo los dientes ni la cara. No te acerques a mí.

Rio.

—Vamos, Álex.

—En serio, doy asco. —Me tapé la boca con la mano.

Ignoró mis protestas, se acercó y me apartó el pelo grasiento de la cara.

—Estás tan guapa como siempre, Álex.

Le miré. Parecía que no esperaba mucho.

Aiden arqueó una ceja.

—¿Has llamado a Seth?

Como no quería bajar la mano, asentí.

Sus ojos brillaron.

—¿Sospechaba algo?

—No —dije con la mano en la boca—. De hecho, estaba con Tetas.

Puso cara de confuso.

—¿Tetas?

—Una chica de Nueva York —expliqué.

—Oh. —Aiden se echó hacia atrás—. ¿A qué te refieres con que estaba con esa chica?

—¿Tú qué crees? —Bajé la mano.

—Oh, Álex, lo siento.

Hice una mueca.

—¿Por qué lo sientes? Si «da igual». Seth y yo no tenemos una relación. —Aunque desde que volvió conmigo al Covenant se estaba portando como si la tuviésemos. Dejé de pensar en ello y me concentré en algo más importante—. Tengo que salir de la cama.

Algo pasó por la mente de Aiden y negó con la cabeza.

—Álex, en serio, no deberías.

—En serio, lo necesito.

Le mantuve la mirada y pareció entenderlo.

—Vale, venga, te ayudo.

No me gustaba mucho la idea de que se acercase tanto a mí sintiéndome así de asquerosa, pero no había forma de discutírselo. Aiden me ayudó a salir de la cama e insistió en acompañarme hasta el pequeño baño. Casi esperaba que acabase entrando conmigo.

Cerré la puerta e hice lo que tenía que hacer, mirando la ducha con deseo. A Aiden le daría algo si la abriese. Miré la puerta, dudando si se atrevería a entrar o no. Aiden era un santurrón.

Decidí comprobar la teoría.

Al segundo de abrir el grifo, gritó.

—Álex, ¿qué haces?

—Nada. —Me quité la ropa, aunque deseaba tener algo limpio que ponerme.

Álex. —Por su tono notaba que estaba tan desconcertado como frustrado.

Sonreí.

—Voy a darme una ducha rápida. Estoy asquerosa, tengo que lavarme.

—No deberías. —La manilla de la puerta se movió. No la había cerrado—. ¡Álex!

—Estoy desnuda —advertí.

Primero hubo un silencio y luego:

—¿Se supone que con eso conseguirás que no quiera entrar?

Sentí calor por todo mi cuerpo mientras miraba hacia la puerta.

Le oí suspirar.

—Hazlo rápido, Álex, porque como no hayas salido en cinco minutos, entraré.

Me di la ducha más rápida de mi vida. Me sequé y me vestí rápidamente. Disfruté de volver a estar limpia, pero la ducha me había dejado sin las pocas fuerzas que me quedaban. Me senté frente al lavabo, porque el váter me parecía que estaba demasiado lejos, y me lavé los dientes. Ya no sentía la boca como si tuviese un trapo mugriento, pero miré al lavabo y me di cuenta de que iba a tener que levantarme otra vez. Por un segundo deseé no haber salido de la cama.

Sé que ha estado a tu lado desde el momento en que me fui, con ese halo de melancolía, haciendo lo que sea para poder estar contigo.

Cerré los ojos, agarré el cepillo con fuerza y estiré las piernas.

Da igual. Tú estás ahí y yo estoy aquí. En una semana o algo así estaré de vuelta y ya no pasará nada.

Me empezó a resbalar la pasta de dientes por la barbilla. ¿No pasaría nada porque Seth ya estaría por allí? ¿O no pasaría nada porque en cinco semanas iba a Despertar? ¿Era eso lo que Seth me intentaba decir mientras Tetas hacía lo que fuese?

—¿Álex? —Aiden llamó a la puerta del baño—. ¿Estás bien?

Miré hacia la puerta del baño y se me salió más pasta de dientes de la boca.

—Estoy cansada.

La puerta se abrió. Aiden me miró levantando las cejas. Sonrió despacio, suavizando la expresión tan dura que tenían sus ojos desde que me había despertado. Rio.

El pecho me empezó a palpitar.

—No está bien reírse de una chica muerta.

—Ya te he dicho que deberías haberte quedado en la cama. —Cuando se arrodilló a mi lado sus ojos seguían teniendo el mismo brillo y me quitó la pasta de dientes de la barbilla con el pulgar—. Pero nunca me escuchas. Espera.

No es que fuese a irme a ninguna parte, así que vi cómo miraba hacia el lavabo y se ponía de pie. Volvió a entrar en la habitación y volvió en seguida con dos vasitos de plástico y unas toallitas de papel.

Me quitó el cepillo de las manos y lo tiró en el lavabo después de llenar el vaso.

—Toma.

Con las mejillas ardiendo, cogí el vaso y me metí el agua en la boca.

Me pasó el otro vaso vacío.

—Enjuágate y repite.

Le miré, pero cuando volvió a reír, en mi interior me puse supercontenta. En cuanto dejé de tener pasta de dientes cayéndome de la boca y las manos vacías, se agachó y me rodeó con un brazo.

—Puedo levantarme sin ayuda —gruñí.

—Por supuesto. —El pelo de Aiden me hizo cosquillas en las mejillas—. Por eso estás sentada en el suelo del baño. Venga, volvemos a la cama.

La puerta de la habitación se abrió.

—¿Qué pasa? —La voz de Marcus resonó por toda la habitación—. ¿Está bien?

Estaba roja por completo.

—Está bien. —Aiden me puso en pie sin dificultad. La piel de la tripa me tiraba un poco, pero no puse ninguna mueca. No quería que le diese algo—. Solo se ha cansado. —Sonrió y me soltó—. ¿Puedes volver sola a la cama?

Asentí.

—No es mi culpa. Leon… Apolo, quien sea, no me ha dejado bien. Poderes divinos, los…

—Claro que te he dejado bien, pero estabas muerta. Reconoce que tiene mérito —dijo Apolo.

Pegué un salto. Apolo estaba sentado en el borde del váter, con las piernas cruzadas.

A mi lado, Aiden hizo una reverencia.

—Mi señor.

—Oh, dioses —dije—. En serio. ¿Intentas que esta vez muera de un infarto?

Apolo se giró hacia Aiden.

—Ya te lo he dicho. Conmigo no hace falta que hagas esas tonterías de «señor» y las reverencias. —Pequeñas chispas eléctricas rodeaban aquellos ojos completamente blancos—. ¿Por qué estás fuera de la cama? ¿Acaso que te apuñalen no te asegura un tiempo de calma y tranquilidad? —Sonrió a Aiden, que ya se había incorporado—. Es difícil de cuidar, ¿eh?

Aiden estaba un poco pálido.

—Sí…

—Es que… me sentía asquerosa.

Apolo desapareció del baño y apareció detrás de Aiden. Marcus dio un paso atrás, con los ojos como platos. Él también hizo una reverencia y, por un momento, me dio la sensación de que se iba a caer.

—Por todos los dioses —dijo Aiden resoplando mientras me sacaba del baño.

Mientras me volvía a meter en la cama, me quedé mirando al enorme dios que estaba en la esquina.

—¿Alguien sabe esto?

Apolo se deslizó hasta la cama. Era raro mirarle y ver rasgos de Leon. La cara era básicamente la misma, pero más fina, más afilada. El pelo era como el oro bruñido y, en contraposición con el pelo casi rapado que llevaba Leon, le llegaba justo por debajo de sus anchos hombros. Además parecía más alto, si es que era posible. Era tan hermoso que hasta dolía mirarle, pero los ojos… me daban miedo. No tenían ni pupilas ni iris, solo las órbitas blancas, que parecían estar llenas de electricidad.

El dios del Sol.

Estaba mirando al maldito dios del Sol… y aun así, era como estar viendo a Leon. Era extraño que hubiese un dios en la Tierra, pero estar tan a gusto como Apolo parecía estar era del todo irreal.

Apolo levantó una ceja y giró lentamente la cabeza hacia Marcus.

—Sé que es un tanto… chocante, pero mi misión requería que ocultase quién era.

Marcus parpadeó como si saliese de un trance.

—¿Hay más de los tuyos por aquí?

Apolo sonrió.

—Siempre estamos por aquí.

—¿Por qué? —preguntó Aiden. Él también parecía desconcertado.

—Es complicado —dijo Apolo.

—¿Leon era alguien de verdad? ¿Lo poseíste o algo así? —Crucé las piernas bajo la manta—. ¿O eras tú todo el tiempo?

Despacio, estiré el brazo y le toqué el brazo con el dedo. Era como carne de verdad, cálida y dura. Decepcionada, volví a tocarle. Al tocarle me esperaba algo increíble, celestial. En vez de eso, lo único que logré fue que todos me mirasen raro, incluso Apolo.

—Por favor, deja de tocarme —dijo Apolo.

Volví a agarrarle el brazo.

—Lo siento. Es que eres muy real. Quiero decir, pensaba que vosotros en realidad no estabais con nosotros.

—Álex —Aiden se sentó en el borde de la cama—, creo que deberías dejar de tocarle.

—Pues vale. —Bajé la mano. A pesar de ello, seguía queriendo tocarle. Era raro. Era como si quisiera frotarme contra él, como un gato o algo… y eso era más raro todavía, y un poco incómodo.

—Normalmente no —dijo Apolo mirándome con el ceño fruncido—. Cuando estamos en la Tierra tenemos limitados nuestros poderes. Aquí todo nos desgasta. Intentamos estar apartados y, si venimos de visita, estamos poco tiempo.

—¿Lo suficiente para montároslo con alguna mortal?

—Alexandria —espetó Marcus.

Apolo me miró.

—No. Hace siglos que no tenemos semidioses.

Cuando me miró me entró un escalofrío.

—Tus ojos dan cosilla.

Parpadeó, y en un nanosegundo sus ojos eran de un color azul cobalto intenso.

—¿Mejor?

La verdad era que no. No si me miraba así.

—Huy, sí.

Marcus se aclaró la garganta.

—La verdad es que no sé qué decir.

Apolo movió la mano, quitándole importancia.

—Llevamos meses trabajando juntos. No ha cambiado nada.

—No sabíamos que eras Apolo —Aiden cruzó los brazos—, eso cambia las cosas.

—¿Por qué? —Apolo sonrió—. Simplemente supongo que ahora no tendrás tantas ganas de pelear conmigo.

Unas pequeñas arruguitas bordearon los ojos de Aiden cuando sonrió.

—De eso puedes estar seguro. Es que todo esto es… me refiero, ¿cómo es que no lo sabíamos?

—Fácil. No quería que lo supieseis. Hacía que integrarme fuese… más fácil.

—Lo siento —interrumpí. Apolo levantó una ceja, expectante. Sentí cómo me ponía roja—, es que todo esto es muy raro.

—Dime —murmuró Apolo.

—Quiero decir, te he insultado de todas las formas posibles a la cara. Muchas veces. Como cuando te acusé de perseguir tanto a chicos como a chicas y de cómo se tenían que convertir en árbol para escapar…

—Como ya he dicho antes, algunas cosas no son ciertas.

—¿Así que Dafne no se convirtió en árbol para huir de ti?

—Oh, dioses —dijo Aiden entre dientes pasándose la mano por la cara.

A Apolo se le tensó un músculo en la mandíbula.

—Eso no fue solo culpa mía. Eros me había disparado una maldita flecha de amor. Créeme, cuando te dan con una cosa de esas, no puedes evitarlo.

—Pero le arrancaste parte de su corteza. —Me estremecí—. Y la llevabas de corona. Es como un asesino en serie que guarda objetos personales de sus víctimas… o dedos.

—Estaba enamorado —respondió, como si estar enamorado explicase que la chica tuviese que convertirse en un árbol para escapar de él.

—Vale. ¿Y qué pasa con Jacinto? El pobre chico no sabía…

—Alexandria. —Marcus soltó un bufido enfadado.

—Perdón. Es que no entiendo por qué no me ha aniquilado o algo así.

—El día aún es joven —dijo Apolo, que sonrió cuando me vio abrir los ojos de par en par.

Marcus me miró.

—Estás aquí por ella.

Apolo asintió.

—Alexandria es muy importante.

Eso me resultó extraño.

—Pensaba que los dioses no erais muy admiradores de los Apollyons.

—Zeus creó al primer Apollyon hace miles de años, Alexandria, como medio para asegurar que ningún pura sangre se hiciese demasiado poderoso y amenazase a los mortales, o a nosotros —explicó—. Se crearon como un sistema de equilibrio de poderes. No somos admiradores ni enemigos del Apollyon, lo vemos simplemente como una necesidad que en algún momento requeriremos. Y ese día ha llegado.