Capítulo 17

A mi alrededor había gente moviéndose. No podía verlos, pero escuchaba sus pies desnudos sobre las baldosas, no hablaban. Alguien se inclinó sobre la cama. Respiraba tranquilo y de forma constante, eso me calmaba. Me llegó el olor a hojas ardiendo y sal de mar.

Se abrió una puerta y la persona que había a mi lado se giró.

Después de aquello ya no recuerdo nada, sumiéndome de nuevo en la agradable nada. Cuando finalmente abrí los ojos, era como si me los hubiesen pegado; me costó recuperar la visión. Estaba rodeada de paredes blancas, lisas y aburridas. Reconocí la sala médica. No había ventanas, por lo que no sabía si sería de noche o de día. Recordaba vagamente a Linard y mucho dolor. Luego, un destello de luz y como si cayese. Después, todo era confuso. Recordaba un olor como a musgo y más cosas, pero todo parecía estar en los límites de mi memoria.

Tenía la lengua seca como un trapo y las extremidades entumecidas. Un dolor sordo palpitaba en mi esternón. Respiré profundamente, haciendo una mueca de dolor.

—¿Álex? —Sentí movimiento al otro lado de la cama, entonces Aiden entró en mi campo de visión. Tenía unas sombras oscuras bajo los ojos y el pelo hecho un desastre, cayéndole sin control. Se sentó en la cama, con cuidado de no moverme—. Dioses, Álex, no… no pensaba…

Arrugué la frente y traté de cogerle la mano, pero ese movimiento me tiró de la tripa. La piel, sensible, me causó un agudo pinchazo.

—Álex, no te muevas demasiado. —Aiden puso su mano sobre la mía—. Te ha hecho un remiendo, pero tienes que tomártelo con calma.

Miré a Aiden, y al hablar, sentí que la garganta me ardía.

—Linard me apuñaló, ¿verdad?

Los ojos de Aiden se pusieron de un color gris tormenta. Asintió.

—Maldito bastardo —solté.

Hizo una mueca al oírme.

—Álex, lo… lo siento mucho. No debería haber sucedido. Yo estaba allí para asegurarme de que no te pasase nada y…

—Déjalo. No ha sido culpa tuya. Además, obviamente estoy bastante bien. Lo único es que no me lo esperaba de Linard… Romvi, vale. ¿Pero Linard? —Empecé a moverme, pero Aiden fue más rápido y me empujó suavemente hacia abajo—. ¿Qué? Puedo incorporarme.

—Álex, tienes que estar quieta. —Frustrado, sacudió la cabeza—. Ten, bebe esto. —Me puso una taza delante.

Cogí la pajita y le miré por encima del borde de la taza. La taza de agua con sabor a menta me sentó divinamente y calmó mi garganta irritada.

Aiden seguía mirándome, como si no hubiese esperado volver a verme nunca más. Me vino a la mente una imagen de él inclinado sobre mí, afectado y suplicando. Su cara reflejaba toda una serie de emociones: diversión, cansancio, pero, sobre todo, alivio.

Me apartó la taza.

—Despacio.

Aparté la sábana y me sorprendió ver que llevaba una camiseta limpia y la sudadera que daban en el Covenant. Ignoré las punzadas de dolor y levanté el borde de la camiseta.

—Oh, mierda.

—No está tan mal…

Me temblaban las manos.

—¿En serio? Porque creo que esto haría sentirse orgulloso a tu querido James Bond.

La línea roja era como de cinco centímetros de largo por dos de ancho como mínimo. La piel de alrededor estaba rosada y arrugada.

—Linard intentó matarme.

Aiden me cogió las manos y las apartó de mi camiseta. Luego me la bajó y arregló las sábanas a mi alrededor con cuidado. Nunca dejaba de sorprenderme lo… cuidadoso y amable que era Aiden conmigo aunque sabía lo dura que era. Me hacía sentir femenina, pequeña y valiosa. Protegida. Cuidada.

Para alguien como yo, que había nacido y entrenado para luchar, aquellos cuidados me volvían loca.

Tensó la mandíbula.

—Sí.

Miré a Aiden maravillada.

—Soy como un gato. Parece que tengo siete vidas.

—Álex. —Me miró a los ojos—, ya has gastado todas esas vidas y alguna más.

—Bueno… —Volví a sentir el olor a musgo.

Aiden me puso la mano en la mejilla y sentí su calor. Me acarició la mandíbula con su pulgar.

—Álex… moriste. Moriste en mis brazos.

Abrí la boca, pero volví a cerrarla. La luz brillante y aquella sensación de caer no habían sido un sueño extraño, había algo más… lo sabía.

Le tembló la mano que tenía en mi mejilla.

—Te estabas desangrando muy rápidamente. No había tiempo.

—No… no lo entiendo. Si morí, ¿cómo es que estoy aquí ahora?

Aiden comprobó con la mirada que la puerta estaba cerrada y exhaló lentamente.

—Bueno, pues ahí es donde todo se vuelve más extraño, Álex.

Tragué.

—¿Cómo de extraño?

Me sonrió brevemente.

—Hubo un destello de luz.

—Eso lo recuerdo.

—¿Recuerdas algo más?

—Caer, recuerdo que caía sin parar y… —Arrugué la cara—. No me acuerdo.

—No pasa nada. Lo mejor será que descanses, podemos hablarlo más tarde.

—No. Quiero saberlo ahora. —Le miré a los ojos—. Venga, parece que va a ser interesante.

Aiden rio y bajó la mano.

—Sinceramente, no me lo habría creído si no lo hubiese visto.

Empecé a ponerme de lado, pero recordé aquello de que no me moviese. Quedarme quieta iba a ser todo un reto.

—Me mata tanto suspense.

Se acercó más aún, hasta que su cadera dio contra mi muslo.

—Tras el destello, Leon estaba agachado a nuestro lado. Al principio pensé que acababa de entrar a la habitación, pero… había algo raro. Acercó una mano hacia ti y, al principio pensé que iba a tomarte el pulso, pero en vez de eso te puso la mano en el pecho.

Levanté las cejas.

—¿Dejaste a Leon que me toquetease?

Aiden estuvo a punto de reír, pero negó con la cabeza.

—No, Álex. Dijo que tu alma seguía en tu cuerpo.

—Eh.

—Sí —contestó—, y luego me dijo que te llevase al centro médico y me asegurase de que te metían en quirófano para coserte y parar la hemorragia, que aún no era demasiado tarde. Yo no entendía nada porque tú… estabas muerta, pero entonces le vi los ojos.

—Unos ojos completamente blancos —susurré, al recordar haber visto algo así.

—Leon es un dios.

Miré a Aiden. No era capaz de decir nada al respecto. Al oír eso, mi cerebro poco menos que se bloqueó.

—Ya lo sé. —Se inclinó hacia mí y me apartó el pelo de la cara—. Todos pusieron más o menos esa cara cuando te traje aquí. Marcus ya había llegado… y los doctores querían que me marchase. Unos te estaban cosiendo y otros simplemente estaban allí. Era un caos. Debiste estar… muerta unos minutos, lo que me costó traerte desde la habitación hasta aquí, y entonces Leon apareció sin más en la sala. Todos se quedaron helados. Te despertó. Volvió a tocarte y te dijo que respiraras.

Respira, Alexandria. Respira.

—Y respiraste —dijo Aiden con voz ronca—. Abriste los ojos y susurraste algo antes de quedarte inconsciente.

Yo seguía en la parte aquella del dios.

—¿Que Leon es un… dios?

Asintió.

—Vaya —dije lentamente—, santo cielo.

Aiden rio, y lo hizo de verdad. Era una risa fuerte y estupenda, llena de alivio.

—Ni… ni te lo imaginas… —Me evitó la mirada y se pasó una mano por el pelo—. Da igual.

—¿Qué?

Sacudió la cabeza con la mandíbula tensa.

Le cogí la mano, y él entrelazó sus dedos con los míos. Me miró.

—Estoy bien —susurré.

Aiden se me quedó mirando durante lo que pareció una eternidad.

—Pensaba que te habías ido, que te habías marchado, Álex. Estabas muerta y yo… te sujetaba a pesar de que no podía hacer nada. Nunca había sentido tanto dolor. —Se quedó sin aliento—. No desde que perdí a mis padres, Álex. No quiero volver a sentir algo así nunca más, no contigo.

Empecé a notar lágrimas en los ojos. No sabía qué decir. Mi mente aún estaba intentando asumir todo, estaba completamente saturada. Y él me estaba cogiendo la mano que, a pesar de no ser lo más sorprendente del día ni de lejos, me afectaba también. Había muerto. Y un dios, que al parecer era Centinela, me había devuelto a la vida y todo aquello. Pero lo más fuerte era la forma en que Aiden me miraba, como si no hubiese creído que volvería a hablar conmigo de nuevo, ver mi sonrisa o escuchar mi voz. Parecía un hombre que había estado al borde de la desesperación, de donde le habían apartado en el último momento. Yo seguía sintiendo todas aquellas emociones, sin llegar a creer que él no hubiese llegado a perder nada, que yo siguiese allí.

Entonces me di cuenta de algo tan importante como potente.

Aiden bien podía decirme que no sentía lo mismo que yo. Ya podía luchar contra lo que había entre los dos noche y día. Ya podía mentirme de allá en adelante, que daba igual.

Yo siempre, siempre sabría la verdad.

Aunque nos separase una inmensidad o hubiese una decena de normas que nos obligasen a estar separados y no pudiésemos nunca estar juntos, siempre sabría la verdad.

Y dioses, le amaba, le amaba muchísimo y aquello nunca iba a cambiar. Había muchas cosas de las que no estaba segura, sobre todo después de lo sucedido, pero no de eso. Antes de que pudiese evitarlo, se me escapó una lágrima que recorrió mi mejilla. Cerré los ojos con fuerza.

Cogió aire, esta vez con más dificultad. La cama se hundió al moverse y me pasó una mano por el pelo, jugueteando con mis mechones. Sentí sus labios cálidos y suaves contra mi mejilla, borrando la lágrima con un beso.

Yo me quedé quieta, muy quieta, temiendo que cualquier movimiento fuese a alejarlo. Era como un animal salvaje a punto de escapar.

Al hablar, sentí su aliento sobre mis labios, provocándome escalofríos.

—No puedo volver a sentir lo mismo. No puedo.

Estaba muy cerca de mí. Con una mano seguía agarrando la mía, y la otra pasó de mi pelo a tocarme la cara.

—¿De acuerdo? —dijo—. Porque no puedo perder… —Cortó la frase y miró hacia la puerta. Los pasos se oían cada vez más cerca. Apretó los labios y se volvió hacia mí. Me soltó la mano y se puso recto—. Luego seguimos hablando.

Yo me quedé allí sentada como una tonta, con el corazón temblando, y dije lo más elocuente que podía en aquel momento.

—Vale.

La puerta se abrió y entró Marcus. Llevaba la camiseta medio metida por dentro y llevaba sus, normalmente impolutos pantalones, arrugados. Igual que Aiden, estaba hecho un asco, pero se le veía aliviado. Paró junto a mi cama, exhalando con fuerza.

Me aclaré la garganta.

—Estás fatal.

—Estás viva —contestó.

Aiden se puso de pie.

—Sí que lo está. La estaba poniendo al día de todo.

—Bien. Muy bien. —Marcus me miró—. ¿Cómo te sientes, Alexandria?

—Pues bien, supongo, después de morir y todo eso. —Me moví, incómoda por tantas atenciones—. ¿Y todo esto de que Leon sea un dios? No conozco a ningún dios que se llame Leon. ¿Es una especie de dios bastardo que nadie ha reclamado?

Aiden se retiró a una esquina de la habitación, a una distancia mucho más apropiada para un pura sangre. Enseguida eché de menos su cercanía, pero no dejaba de mirarme. Era como si tuviese miedo de que desapareciese.

—Eso es porque Leon no es su nombre real —dijo.

—¿Ah, no?

Marcus se sentó en el sitio de Aiden. Hizo un amago de querer tocarme, pero en lugar de eso se puso la mano en el regazo.

—¿Quieres un poco de agua?

—Emmm, vale. —Me extrañó un tanto, pero me rellenó la taza y me la sujetó para que bebiese. El alien ese que tenía mi tío había tomado el control, definitivamente. En cualquier momento le saldría del estómago y se pondría bailar claqué por mi cama.

Aiden se apoyó contra la pared.

—Leon es Apolo.

Casi me ahogo con el agua. Sin dejar de toser, me agarré la tripa con una mano y moví la otra frente a mi cara.

—Alexandria, ¿estás bien? —Marcus dejó la taza y miró a Aiden, que ya estaba junto a la cama—. Ve a buscar a uno de los médicos.

—¡No! —Tomé aire, con los ojos llorosos—. Estoy bien. Es solo que el agua se me ha ido por el otro lado.

—¿Seguro? —preguntó Aiden. No parecía muy seguro de qué hacer, si traer a un médico o hacerme caso.

Asentí.

—Sí, es que me ha sorprendido. Vamos, hey, ¿estáis seguros? ¿Apolo?

Marcus me miró.

—Sí. Sin duda, es Apolo.

—Me cago en… —No había palabra que le hiciese justicia—. ¿Ha dado alguna explicación?

—No —Marcus volvió a taparme—, después de traerte de vuelta, dijo que tenía que irse y que volvería.

—Y desapareció de la habitación. —Aiden se frotó los ojos—. No hemos vuelto a verle desde entonces.

—Es decir, ayer —añadió Marcus.

—¿Osea que llevo durmiendo un día entero? —Los miré a los dos—. ¿Y vosotros habéis dormido en este tiempo?

Aiden apartó la mirada, pero Marcus respondió.

—Han pasado muchas cosas, Álex.

—Pero vosotros…

—Tú no te preocupes por nosotros —interrumpió Marcus—. Estamos bien.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Estaban hechos un asco.

—Y Linard… está muerto.

—Sí —dijo Marcus—. Estaba trabajando para esta… esta Orden.

Miré a Aiden y me acordé de aquel crujido que oí. Si esperaba ver remordimientos en sus ojos, no los encontraría. De hecho, la cara que tenía era de que volvería a hacerlo.

—¿Y Telly?

—No llegó a aterrizar en Nueva York. Ahora mismo no tenemos ni idea de dónde está. El Instructor Romvi también ha desaparecido —Marcus volvió a poner las manos sobre su regazo—. He hecho algunas llamadas y ahora mismo unos cuantos Centinelas de confianza están buscando a Telly.

—¿De confianza como Linard? —En cuanto dije aquellas palabras, deseé no haberlo hecho. Las mejillas me ardían—. Lo… lo siento. No ha estado bien. No lo sabías.

Los ojos verdes de Marcus brillaron.

—Tienes razón, no lo sabía. Había muchas cosas que no sabía. Como la verdadera razón por la que te fuiste de Nueva York o que ya te están saliendo las marcas del Apollyon.

Oh, no. No me atreví a mirar a Aiden.

—Y hasta hace unas noches tampoco sabía nada de que la Orden de Tánatos pudiese estar implicada —continuó Marcus, tenso—. Si hubiese sabido la verdad, podríamos haber prevenido todo esto.

Me encogí todo lo que pude.

—Ya lo sé, pero si te involucrábamos en lo que ocurrió en Nueva York, estarías en peligro.

—Eso da igual. Tengo que saber cuándo pasan este tipo de cosas. Soy tu tío, Alexandria, y cuando matas a un pura sangre…

—Lo hizo en defensa propia —dijo Aiden.

—Y tú lanzaste compulsiones a dos pura sangre para protegerla. —Marcus miró a Aiden por encima del hombro—. Lo entiendo, pero eso no cambia el hecho de que necesito saberlo. Todo esto ha creado la tormenta perfecta para que acabase sucediendo algo así.

—¿No estás… enfadado con Aiden? ¿No vas a entregarle?

—A veces dudo de su capacidad de razonamiento analítico, pero entiendo por qué lo hizo —suspiró—. La ley me obliga, Alexandria. También a entregarte y, al no hacerlo, me enfrento a cargos por traición. Igual que Aiden si alguien descubre qué hizo.

La traición suponía muerte para ambos. Tragué saliva.

—Lo siento. Siento haberos metido en todo esto.

Aiden se ablandó.

—Álex, no te disculpes. No ha sido por tu culpa.

—Claro que no. No puedes evitar… aquello que eres. Y todo sucede debido a lo que eres. —Los labios de Marcus se curvaron en una media sonrisa—. No estoy de acuerdo con muchas de las decisiones que has tomado, ni con el hecho de que me hayáis ocultado cosas muy importantes, pero no puedo culpar a Aiden por hacer lo mismo que yo habría hecho en su situación. Soy tu tío, Alexandria, y puede que sea duro contigo, pero eso no significa que no me preocupe por ti.

Me quedé en silencio, asombrada, mirándole. ¿Podría ser que lo hubiese estado malinterpretando durante todos aquellos años? Porque en serio, me habría apostado la vida a que no me soportaba. Pero ¿quizá era aquella su versión del amor, siendo así de duro conmigo por mi bien? Aguanté las lágrimas y deseé darle un abrazo.

La cara de Marcus me decía que seguramente le resultase un tanto incómodo.

Vale, a lo mejor aún no estábamos en el punto de poder abrazarnos, pero aquello… ya me estaba bien. Me aclaré la garganta.

—Así que… guau. Leon es Apolo.

Aiden sonrió.

Le devolví la sonrisa, pero de repente me entró el pánico y me di cuenta por qué.

—Oh, dioses. —Empecé a levantarme, pero Marcus me paró—. Tengo que llamar a Seth. Si sospecha algo, se volverá loco. No os lo podéis ni imaginar.

La sonrisa de Aiden se desvaneció.

—Si lo supiese, si lo hubiese sentido a través de vuestra unión ya se habría vuelto loco. No lo sabe.

Ahí tenía un poco de razón, pero aun así necesitaba hablar con él.

—Creemos que es mejor que no lo sepa, no hasta que esté contigo —dijo Marcus—. Ahora mismo no podemos permitirnos que pierda la cabeza. Anoche te llamó y Aiden le dijo que estabas durmiendo.

Aiden puso los ojos en blanco.

—Después de quejarse porque yo respondiese al teléfono que él te había dado expresamente a ti, colgó. Si sintió algo, no sabe el porqué.

Parecía algo propio de Seth. Aliviada, volví a echarme.

—Aun así, ¿podéis traerme el teléfono? Si no sabe nada de mí, sospechará algo y se cargará a alguien.

—Claro que sí.

—Ya voy yo a por él —dijo Aiden suspirando.

—Bien, y mientras lo coges, qué tal si te das una ducha y descansas un poco. No has dormido nada desde ayer por la mañana —dijo Marcus—. Los Guardias de Lucian están en la puerta. Nadie pasará.

La única razón por la que confiaba en los Guardias de Lucian era que la única persona que tenía incluso más ganas que Seth de que Despertase, era Lucian.

—¿Lucian sabe qué ha pasado?

Marcus se puso de pie.

—Sí, pero está de acuerdo en que lo más sensato es que Seth no sepa nada por ahora.

—¿Confías en Lucian?

—Confío en que sabe que no podemos permitirnos ninguna represalia por parte de Seth. A parte de eso, no especialmente, pero tenía que saber lo de Telly. Tiene a parte de su gente buscando al Patriarca Mayor. —Hizo una pausa—. Ahora no te preocupes por esas cosas. Descansa un poco, volveré más tarde.

Aún tenía muchas preguntas, como quiénes eran aquellos Centinelas en los que confiaba Marcus y cómo iba a poderle ocultar a Seth un secreto así, pero estaba cansada y sabía que ellos también.

Aiden se quedó un poco más después de que Marcus se marchara y vino a mi lado, observándome con sus ojos plateados.

—Aún no has salido de esta habitación, ¿verdad? —pregunté.

En vez de responder, se agachó y me dio un beso en la frente.

—Volveré pronto —prometió—, tú intenta descansar un poco y no salgas de la cama hasta que no haya alguien contigo.

—Pero en realidad no estoy cansada.

Aiden rio suavemente y se apartó.

—Álex, puede que te encuentres bien, pero has perdido mucha sangre y te acaban de operar.

También había muerto, pero no tenía sentido añadirlo. No quería que Aiden se preocupase aún más, sobre todo estando tan cansado.

—Vale.

Se apartó de la cama y paró frente a la puerta. Se giró para mirarme y sonrió.

—No tardaré.

Me puse de lado con cuidado.

—No voy a irme a ninguna parte.

—Lo sé. Yo tampoco.