Cuando me miró, sus ojos parecían brillar. Igual que en la biblioteca, sabía que quería besarme. Su determinación se derrumbaba y la mano le temblaba contra mi mejilla.
Deslicé las manos hasta su terso abdomen, parando justo encima de la goma de sus pantalones. Lo que más me apetecía era perderme en él, olvidarlo todo. Quería que él se perdiese en mí.
Tomó aire con la boca entreabierta.
—Creo que sería mejor que Leon o cualquier otro te vigilase durante la noche.
—Seguramente.
Hizo una mueca mientras separaba la mano de mi mejilla, bajándola por el cuello, bajo mi sudadera. Me sobresalté un poco al notar su mano sobre el hombro.
—Dicen que es fácil ser sabio después del hecho —dijo.
No me importaba lo que fuera que estuviese diciendo sobre no sé qué sabio, solo me importaba la mano sobre mi piel, bajándome la sudadera por el brazo.
—¿Cuándo… cuándo llega el siguiente niñero?
—Por la mañana.
Las mariposas de mi estómago se volvieron locas. Aún quedaban muchas horas. Todavía podían pasar muchas cosas en todo aquel tiempo.
—Oh.
Aiden no contestó. En vez de eso, me acarició las marcas del brazo y cerró los ojos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, llegándome al ama. Inclinó la cabeza y un manojo de rizos oscuros cayó hacia delante, pero no pudo ocultar el deseo en sus ojos.
Me puse tensa, el pecho casi me dolía. Su aliento tibio y tentador rozaba mis labios, luego me rozó con los suyos dulcemente. Ese simple acto me dejó sin aliento, me robó el corazón. Cuando se apartó, me di cuenta de que no me podía quitar algo que ya tenía él.
Aiden se puso de lado, llevándome consigo. Metió un brazo por debajo mío y me llevó hacia su pecho, acercándome tanto que podía escuchar cómo su corazón iba a mil. Tenía algo bajo la camiseta que se me clavaba en la mejilla. Me di cuenta de que era su colgante.
—¿Aiden?
Bajó la barbilla hasta mi cabeza y tomó aire.
—Duérmete, Álex.
Abrí los ojos de par en par. Intenté levantar la cabeza, pero no podía moverme ni un centímetro.
—Ahora no creo que pueda dormirme.
—Bueno, pues más te vale intentarlo.
Intenté soltarme, pero movió sus piernas, agarrándome una entre ellas. Le agarré la camiseta con el puño.
—Aiden.
—Álex.
Frustrada, le pegué en el pecho. La risa de Aiden retumbó en mí y, aunque tenía ganas de pegarle fuerte, empecé a sonreír.
—¿Por qué? ¿Por qué me has besado? Quiero decir, ¿acabas de besarme, no?
—Sí. No. Algo así —suspiró—. Eso quería.
Empecé a sentirme medio mareada. Como si una parte de mí no fuese consciente del mundo exterior ni de las consecuencias; la parte que estaba completamente controlada por mi corazón.
—Vale, y entonces, ¿por qué has parado?
—¿Podemos hablar de cualquier otra cosa? ¿Por favor?
—¿Por qué?
Subió la mano por mi espalda, hasta el pelo, provocándome escalofríos por todo el cuerpo.
—¿Porque te lo he pedido educadamente…?
Estar tan cerca de él no ayudaba nada. Cada vez que respiraba, notaba su loción de afeitado y aquel olor a sal de mar. Si me movía, nos acercábamos más aún. No iba a poder dormirme de ninguna forma.
—Esto está muy mal.
—Es lo más acertado que has dicho en toda la noche.
Puse los ojos en blanco.
—Y es todo culpa tuya.
—No te lo discuto. —Aiden se puso de espaldas y yo acabé pegada a su lado. Intenté incorporarme, pero me sujetaba con fuerza. Acabé con la cabeza sobre su hombro y el brazo atrapado bajo él—. Cuéntame algo —dijo cuando dejé de forcejear.
—No creo que quieras que te cuente nada ahora mismo.
—Cierto. —Rio—. ¿Dónde te gustaría que te asignaran cuando te gradúes?
—¿Cómo? —Fruncí el ceño. Aiden repitió la pregunta—. Sí, te he oído, pero es una pregunta como… muy al azar.
—¿Y? Contesta.
Dejé de intentar soltarme y decidí aprovechar al máximo aquella situación tan extraña; me acurruqué más cerca de él. Seguramente me acabaría arrepintiendo más tarde, cuando se diese cuenta y me apartase. Aiden tensó los brazos.
—No lo sé.
—¿No lo has pensado?
—La verdad es que no. Cuando volví al Covenant, ni siquiera pensé que fuesen a admitirme de nuevo, y luego me enteré de todo lo del Apollyon. —Hice una pausa, y pensé que no lo había pensado demasiado en todo aquel tiempo—. Supongo que dejé de verlo como una opción factible.
Aiden soltó las manos y empezó a trazar círculos sobre mi brazo. Era absurdamente reconfortante.
—Sigue siendo una opción, Álex. Que Despiertes no significa que se acabe tu vida. ¿Dónde irías?
Deseé que se hubiese acordado de apagar la luz antes de comenzar a achucharnos y cerré los ojos.
—No lo sé. Supongo que elegiría algún sitio donde nunca hubiese estado, como Nueva Orleans.
—¿Nunca has estado? —dijo sorprendido.
—No, ¿y tú?
—Unas cuantas veces.
—¿Durante el Mardi Gras?
Aiden me agarró la mano que tenía sobre su tripa y entrelazó sus dedos con los míos.
—Una o dos veces —contestó.
Sonreí al imaginarme a Aiden con collares.
—Pues eso, igual un sitio así.
—¿O Irlanda?
—Te acuerdas de las cosas raras que digo.
Me apretó la mano.
—Me acuerdo de todo lo que dices.
Sentí una oleada de calor y la disfruté. Dijo lo mismo el día del zoo, pero se me había olvidado tras todo lo que había ocurrido después.
—Pues es bastante vergonzoso. Digo muchas tonterías.
Aiden rio.
—La verdad es que sí que dices cosas bastante raras.
No podía discutírselo. Nos quedamos en un agradable silencio durante un ratito, escuchando el sonido acompasado de su respiración.
—¿Aiden?
Inclinó la cabeza hacia mí.
—¿Sí?
Por fin pude decir lo que llevaba tragándome mucho tiempo.
—¿Y si… y si ya no quiero ser Centinela?
Aiden no respondió inmediatamente.
—¿A qué te refieres?
—No es que no le vea sentido a ser Centinela y creo que aún lo necesito, pero a veces siento que ser Centinela es aceptar las cosas tal y como son. —Respiré profundamente. Decir algo así era parecido a decir una herejía—. Es como que ser Centinela significa que me parece correcto cómo son tratados los mestizos y… no es así.
—A mí tampoco —dijo suavemente.
—Me siento… fatal por pensar así, pero es que no sé. —Cerré los ojos con fuerza, un tanto avergonzada—. Pero después de ver a todos aquellos sirvientes muertos en los Catskills, no puedo seguir formando parte de esto.
Hubo una pausa.
—Entiendo lo que dices.
—Y hay un «pero» ¿verdad?
—No. No lo hay. —Aiden me apretó la mano—. Sé que convertirte en el Apollyon no es lo que quieres, pero estarás en posición de poder cambiar las cosas, Álex. Habrá puros que te escucharán. Algunos quieren que las cosas cambien. Si es algo que realmente piensas, entonces haz lo que puedas.
—¿Y eso no significa que esté eludiendo mis deberes como Centinela? —dije con un hilo de voz—. Porque el mundo necesita Centinelas y Guardias; los daimons matan indiscriminadamente. Es que no puedo…
—Puedes hacer lo que quieras. —Vi que lo decía con sinceridad y quería creerle, pero no era el caso. Incluso siendo el Apollyon, seguía siendo una mestiza y no podía hacer lo que quisiera—. No es eludir tu responsabilidad —dijo—. Cambiar la vida de cientos de mestizos hará mucho más bien que cazar daimons.
—¿Eso crees?
—No lo creo, lo sé.
Logré liberarme un poco de la presión y bostecé.
—¿Y si alguien nos ve?
—No te preocupes. —Me apartó el pelo de la cara, colocándomelo tras el hombro—, Marcus sabe que estoy aquí.
Dudaba mucho que Marcus supiese que Aiden estaba en mi cama. Decidí que a lo mejor todo aquello no era más que un sueño, pero los labios aún me cosquilleaban tras el breve beso. Quería preguntarle por qué estaba allí así. No tenía sentido, pero no quería acabar con la calidez que había entre nosotros con preguntas lógicas. A veces la lógica estaba sobrevalorada.
Lentamente, abrí los ojos y parpadeé. Los débiles rayos de sol de la mañana se filtraban a través de las cortinas. Pequeñas motas de polvo flotaban en el rayo de luz. Tenía un pesado brazo sobre la tripa y una pierna sobre la mía, como si quisiera asegurarse de que no iba a escaparme mientras dormía.
Ni siquiera los dioses me hubiesen podido apartar de aquella cama o de sus brazos.
Disfruté sintiéndole contra mí, cómo su aliento mecía el pelo en mi sien. Lo de la noche anterior no fue un sueño raro. Y si lo fue, no estaba segura de querer despertar. Quizá no tenía miedo de que me marchase en medio de la noche mientras él dormía. Quizá deseaba estar cerca de mí, igual que yo lo deseaba de él.
Se me aceleró el corazón a pesar de no haberme movido. Allí tumbada, mirando las pequeñas motas de polvo, me pregunté cuántas veces había soñado quedarme dormida y despertar en los brazos de Aiden. ¿Cien o más? Seguro que más. La garganta se me cerró. No estaba bien que se me tentara de aquella forma, probar cómo podría ser un futuro con Aiden, algo que nunca podría tener.
Mi pecho se inundó de dolor. Estar así en sus brazos dolía, pero no me arrepentía ni un poco. En el silencio de la mañana admití que no podía olvidarme de Aiden. Daba igual lo que pasase de aquel momento en adelante, mi corazón seguiría siendo suyo. Podría formar una familia con una pura y abandonar la isla para siempre, que no importaría. Contra todo pronóstico y contra el sentido común, Aiden me había calado hondo, se había instalado en mi corazón y se había filtrado hasta mis huesos. Era parte de mí y… toda yo —mi corazón y mi alma— siempre sería suya.
Sería estúpida si pensase de otro modo, si me imaginase una situación diferente. Si pensaba en Seth, el dolor se extendía desde mi pecho y se me metía por dentro, ardiendo como una marca de daimon. Sea lo que fuese que tenía con Seth, no era justo para él. Si de verdad se preocupaba por mí, esperaría tener algo de hueco en mi corazón.
Con cuidado de no despertar a Aiden, bajé la mano hasta la que él tenía sobre mi cadera y la puse encima. Recordaría aquella mañana toda mi vida, ya fuese larga o corta.
—¿Álex? —dijo Aiden con voz somnolienta.
—Hey.
Aiden se despertó a mi lado y levantó un brazo. No dijo nada al bajar la mano y agarrar la mía. Recorrió mi cara con su mirada plateada y me sonrió, aunque no con los ojos.
—Todo va a salir bien —dijo—. Te lo prometo.
Eso esperaba. Telly ya se habría ido, sin mí. Seguro que estaba cabreado. Era imposible saber qué haría ahora. Si le ocurriese algo a cualquiera de ellos, no podría quitármelo de la cabeza. Me puse de lado, aunque estaba un poco incómoda porque Aiden seguía cogiéndome la mano.
—Lo odias. No hacer nada mientras te sientes responsable por lo sucedido.
Suspiré.
—Es que soy responsable.
—Álex, lo hiciste para salvar tu vida. No es culpa tuya —dijo—. Lo entiendes, ¿verdad?
—¿Sabes si Telly se ha ido ya? —pregunté en vez de responderle.
—No lo sé, pero supongo que sí. Anoche antes de venir aquí, Linard me dijo que no había salido de la isla desde que llegó al Covenant.
—¿También lo habéis estado vigilando a él?
—Teníamos que asegurarnos de que no tramase nada. Los Guardias que sirven a Lucian han sido un buen recurso. Telly ha estado tan bien vigilado que sé que anoche cenó langosta al vapor.
Fruncí el ceño. Yo había cenado un bocadillo frío.
—Deberíais montaros vuestra propia agencia de espías.
Aiden rio.
—Quizá en otra vida, y solo si tuviese aparatos guays.
Sonreí.
—¿Aparatos como los de 007?
—En El mañana nunca muere lleva una moto BMW R1200 —dijo como si la desease—. Dioses, aquella moto era una pasada.
—Pues no la he visto. La película.
—¿Cómo? Pues qué mal. Habrá que arreglarlo.
Me di la vuelta. La sonrisa de Aiden ya había alcanzado sus ojos, de un color gris azulado.
—No me apetece nada ver una película de James Bond.
Entrecerró los ojos.
—¿Qué?
—Para nada. Me parecen superaburridas. Igual que las de Clint Eastwood. Aburridas.
—Creo que no podemos seguir siendo amigos.
Reí y él sonrió aún más. Entonces, aparecieron sus hoyuelos, esos que hacía tanto que no veía que me parecía una eternidad.
—Tendrías que sonreír más.
Aiden levantó una ceja.
—Y tú tendrías que reír más.
La verdad es que últimamente no había tenido muchos motivos para reír, pero no quería pensar en ello. Aiden se iría enseguida y todo aquello sería como una fantasía. Una fantasía que no podía dejar escapar aún. Nos quedamos así un poco más, hablando cogidos de la mano. Cuando llegó el momento de hacer frente a la realidad, Aiden se bajó de la cama y fue al baño. Yo me quedé allí, con una sonrisa bobalicona en la cara.
Esa mañana había estado llena de contradicciones: tristeza y felicidad, desesperación y esperanza. Todas esas emociones cambiantes me habían agotado, pero estaba lista para ir a… correr, o algo así.
Y yo nunca me sentía lista para salir a correr.
Llamaron a la puerta, lo cual me sacó de mis ensoñaciones.
—Seguramente será Leon —dijo Aiden desde el baño. El resto de lo que dijo se lo tragó el desagüe del lavabo.
Salí de la cama con un gruñido y me puse la sudadera. El reloj del salón decía que solo eran las siete y media. Puse los ojos en blanco. Era el segundo día de las vacaciones de invierno y ya estaba en pie antes de las ocho de la mañana. Seguro que no era nada bueno.
—¡Ya voy! —grité cuando volvió a llamar. Abrí la puerta.
—Buenos días, tesoro. —Era Linard quien estaba en el pasillo, con las manos detrás de la espalda. Miró por encima de mi cabeza, echado un ojo por la habitación—. ¿Dónde está Aiden?
—En el baño. —Me aparté un poco para dejarle entrar—. ¿Telly se ha ido ya?
—Sí, se fue justo al amanecer. —Linard se volvió hacia mí, sonriendo—. Esperó, tal y como te ofreció, pero no viniste.
—Seguro que estaba cabreado.
—No. Creo que estaba más… decepcionado que otra cosa.
—Se siente. Qué pena. —Esperaba que Aiden saliese pronto porque necesitaba lavarme los dientes.
—Sí —dijo Linard—, sí que es una pena. Todo podría haber acabado fácilmente.
—Sí… —Arrugué la frente—. Espera. ¿Qué…?
Linard era rápido, como todos los Guardias. Durante un breve segundo reconocí haber estado antes en aquella misma posición, solo que entonces por mis venas corría un montón de adrenalina. Entonces, un dolor ardiente explotó justo bajo mis costillas, al lado de la runa, y no pude pensar en nada más. Era un dolor agudo y repentino, de esos que te quitan el aliento antes de que te des cuenta.
Me tambaleé hacia atrás y miré hacia abajo mientras intentaba coger aire y entender ese enorme dolor que atenazaba todo mi cuerpo. Tenía una daga del Covenant clavada hasta la empuñadura.
Quise preguntar por qué, pero cuando abrí la boca, la sangre me salió a borbotones y cayó al suelo en un fino hilo.
—Lo siento. —Linard sacó la daga y yo me doblé en dos, sin poder hacer ni un ruido—. Te dio la opción de vivir —susurró.
—Hey, esperaba que viniese Leon… —Aiden paró en seco a unos metros de nosotros y entonces se tiró contra Linard. Un sonido más animal que humano salió de Aiden mientras agarraba a Linard por el cuello con el brazo.
Me di de espaldas contra la pared, y las piernas cedieron. Caí doblada, intentando parar la hemorragia. La sangre viscosa y caliente se me escapaba entre los dedos. Se oyó un grito y un crujido que señalaba el fin de Linard.
Aiden pidió ayuda a gritos mientras se agachaba a mi lado, apartando mis manos temblorosas y apretando la herida con las suyas. Aiden me miró con la cara desencajada y horror en su mirada.
—¡Álex! Álex, háblame. Háblame, ¡maldita sea!
Parpadeé y su cara se formó ante mí, pero le veía borroso. Intenté decir su nombre, pero una tos ronca y húmeda sacudió todo mi cuerpo.
—¡No! No. No. —Miró hacia la puerta por encima del hombro. Había un montón de Guardias que habían llegado atraídos por el ruido—. ¡Id a buscar ayuda! ¡Ahora! ¡Vamos!
Las manos se me movieron en un espasmo y empecé a sentir cómo se me entumecía todo el cuerpo. En realidad no me dolía nada, solo el pecho, pero era por otra razón. La cara que tenía cuando se volvió hacia mí y me miró el abdomen. Apretó con más fuerza. Sus ojos parecían agitados, sorprendidos y horrorizados.
Quería decirle que aún le amaba —que siempre lo había hecho— y quería decirle que se asegurarse de que Seth no se volvía loco. Moví la boca, pero las palabras no salían.
—Está bien. Todo va a salir bien. —Aiden forzó una sonrisa, los ojos le brillaban. ¿Estaba llorando? Aiden nunca lloraba—. Tú aguanta. Vamos a por ayuda. Aguanta por mí. Por favor, Agapi mou. Aguanta por mí. Te prometo…
Oí un sonido sordo seguido de un flash de luz, brillante y cegador. Y luego nada, excepto oscuridad. Sentí que caía dando vueltas y que todo se había acabado.