Capítulo 12

No tenía ni la más mínima idea de qué podría estar haciendo Seth, que no podía ni devolver una llamada. No es que estuviese preocupada por su seguridad; Seth podía cuidarse solo, pero me preguntaba si seguiría enfadado conmigo. Lo más gracioso era que, si no lo estaba, lo iba a estar después de hablar conmigo. Sorprendentemente, cuando entré en la clase de Verdades Técnicas y Leyendas, me olvidé de Seth fácilmente.

Deacon levantó la mirada y sonrió cuando me senté a su lado. Me sorprendió verlo en el último día de clase. Supuse que él sería de los primeros en saltársela.

—¿Qué tal en la biblioteca? ¿Pudiste estudiar algo?

Miré disimuladamente hacia el frente de la clase. Luke estaba hablando con Elena, pero nos estaba mirando —a Deacon— por el rabillo del ojo.

—¿Mi visita a la biblioteca? —Miré a Deacon—. ¿Y la vuestra?

—Bien. Estudiamos un montón —Deacon ni se inmutó.

—Guau. —Bajé la voz—. Increíble, teniendo en cuenta que ninguno de los dos llevaba libros para estudiar.

Deacon abrió la boca, pero la cerró rápidamente.

Le guiñé un ojo.

Las puntas de las orejas se le pusieron rojas. Tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—Pues vale.

Una parte de mí quería decirle a Deacon que Aiden lo sabía y que no debía preocuparse, pero eso no tenía que hacerlo yo. Aunque quizá podría darle una pista.

—No pasa nada —susurré—. Sinceramente, no creo que a nadie, ni puro ni mestizo, le importe.

—Es que no es eso —susurró él.

Levanté una ceja.

—¿Ah no?

—No —Deacon suspiró—. También me gustan las chicas, pero… —Buscó a Luke con la mirada—. Él es distinto.

Bueno, por lo menos no estaba totalmente equivocada en cuanto a las preferencias de Deacon.

—Sí, sin duda Luke es distinto.

Deacon sonrió.

—No es lo que piensas. No hemos… hecho nada.

—Lo que tú digas. —Sonreí.

Se inclinó sobre el hueco que había entre nuestras mesas.

—Es un mestizo, Álex. Creo que tú mejor que nadie sabe lo peligroso que es eso.

Me aparté bruscamente y me lo quedé mirando.

Deacon me guiñó un ojo y puso una sonrisa astuta.

—La pregunta es: ¿Merece la pena romper la regla número uno o no?

Antes de poder ni siquiera abrir la boca para responder —aunque sinceramente, no tenía ni idea de qué decir— dos Guardias del Consejo entraron en clase, dejándonos a todos en silencio. Me retorcí, casi deseando poderme esconder debajo de la mesa.

El que tenía el pelo rapado escaneó la sala con la mirada, juntando los labios y formando una línea tensa. Su mirada se encontró con la mía y se me heló la sangre en las venas. Lucian no estaba allí y yo no reconocía a los dos Guardias.

—¿Señorita Andros? —Su voz era suave, pero llena de autoridad—. Tiene que venir con nosotros.

Todos los alumnos se giraron y me miraron. Cogí mi bolsa y vi a Deacon mirarme con cara de sorpresa. Me dirigí hacia el principio de la clase, forzando una sonrisa de «aquí no pasa nada», pero las rodillas me temblaban.

Que dos Guardias sacasen a alguien de clase nunca era por algo bueno.

Se oía un ligero murmullo por la zona donde estaban sentados Cody y Jackson. Les ignoré y seguí a los guardias. Nadie dijo nada mientras íbamos por los pasillos o subíamos la enorme cantidad de escaleras. Seguía sintiendo un enorme pavor. Marcus no había mandado a unos Guardias del Consejo a buscarme. Habría mandado a Linard, o a Leon, incluso a Aiden.

Los Guardias del Consejo abrieron la puerta de la oficina de Marcus y me metieron dentro. Miré por toda la habitación, buscando a su ocupante.

Las piernas me fallaron.

El Patriarca Telly estaba frente al escritorio de Marcus, con las manos detrás de la espalda. Sus ojos pálidos se aguzaron cuando nuestras miradas se encontraron. Desde la última vez que le vi, me pareció que el color gris se había extendido desde sus sienes, salpicando todo su pelo. En lugar de la espléndida toga que llevaba durante el Consejo, ahora vestía una simple túnica de color blanco y pantalones de lino.

Tras de mí, la puerta se cerró con un suave sonido. Me giré. No estaban los Guardias, ni Marcus. Estaba completamente sola con el Patriarca Gilipollas. Genial.

—¿Puede sentarse, Señorita Andros?

Me giré lentamente y me obligué a respirar profundamente.

—Prefiero quedarme de pie.

—Pero yo prefiero que se siente —respondió—. Tome asiento.

No podía desobedecer una orden directa del Patriarca Mayor. Pero eso no quería decir que fuese a hacerle reverencias. Fui hacia la silla todo lo despacio que pude, sonriendo por dentro al ver que la mandíbula le temblaba ligeramente.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Patriarca Mayor? —pregunté después de hacer el paripé colocando mi bolsa con cuidado en el suelo, alisándome el jersey y acomodándome.

Su mirada estaba llena de indignación.

—Tengo algunas preguntas para usted acerca de la noche que abandonó el Consejo.

Empecé a tener ardor de estómago.

—¿No tendría que estar aquí Marcus? ¿Y no deberíamos esperar hasta que estuviese aquí mi tutor legal? Lucian está en Nueva York, donde debería estar usted.

—No veo razón para incluirlos en esta… vergonzosa situación. —Pasó a mirar el acuario, observando al pez durante un rato mientras yo me sentía cada vez más incómoda—. Después de todo, ambos sabemos la verdad.

¿Cuál? ¿Que era un completo capullo? Todo el mundo lo sabía, pero dudaba mucho que fuese eso a qué se refería.

—¿Qué verdad?

Telly rio al darse la vuelta.

—Quería hablar de la noche que los daimons y las furias atacaron el Consejo, sobre la razón real por la que se marchó.

Se me paró el corazón, pero no cambié la cara.

—Pensaba que lo sabía. Los daimons me perseguían. Y las furias también. Verá, al final de la noche era superpopular.

—Eso es lo que usted dice. —Se apoyó en la mesa y cogió una pequeña estatua de Zeus—. Sin embargo, encontramos muerto a un Guardia pura sangre. ¿Tiene algo que decir?

Empecé a notar un regusto amargo en la boca.

—Bueno… había un montón de puros y mestizos muertos. Y un montón de sirvientes que no le importan una mierda a nadie. Si alguien les hubiese ayudado se habrían salvado.

Levantó una ceja.

—No me importa la pérdida de un mestizo.

La ira tenía otro sabor, sabía a sangre.

—Murieron decenas y decenas.

—Repito, ¿por qué iba a importarme?

Me estaba provocando. Lo sabía. Seguía teniendo unas ganas locas de darle un puñetazo.

—Estoy aquí por la muerte de uno de mis Guardias —continuó—. Quiero saber cómo murió.

Fingí que me aburría.

—Pues supongo que algo tendrá que ver con los daimons que había por todo el edificio. Suelen matar a la gente y tal. Y también estaban las furias, que se dedicaron a partir a la gente en dos.

Su sonrisa de satisfacción se desvaneció.

—Le mataron con una daga del Covenant.

—Pues vale. —Me acomodé en la silla e incliné la cabeza hacia un lado—. ¿Sabe que ahora también convierten a los mestizos?

El Patriarca entornó los ojos.

Comencé a hablar más lentamente.

—Bien, pues algunos de esos mestizos han sido entrenados como Centinelas y Guardias. Llevan dagas. Seguramente fue uno de ellos. —Abrí mucho los ojos y asentí—. Creo que también saben usar esas dagas.

Sorprendentemente, Telly se rio y, desde luego, no fue una risa simpática, más bien como la del Doctor Maligno.

—Qué boquita tiene. Dígame, ¿lo hace porque cree que está a salvo? ¿Que ser el Apollyon la hace intocable? ¿O es simplemente estupidez?

Hice como que lo pensaba.

—A veces hago estupideces. A lo mejor esta es una de ellas.

Qué extraño. Era la segunda vez que me preguntaban lo mismo en las últimas veinticuatro horas. Respondí igual.

—¿Es una pregunta trampa?

—¿Por qué cree que he esperado tanto antes de interrogarla, Alexandria? Sé lo de su conexión con el Primero. Y sé que la distancia lo anula. —Su sonrisa iba creciendo por momentos. Agarré con fuerza los reposabrazos de la silla—. Así que ahora mismo no es más que una mestiza. ¿Me entiende?

—¿Cree que necesito a Seth para defenderme?

Sus mejillas hundidas se sonrosaron ligeramente.

—Dígame qué ocurrió aquella noche, Alexandria.

—Hubo un enorme ataque daimon del que os intenté avisar pero me ignorasteis. Dijisteis que era una idea ridícula que los daimons pudiesen tramar un plan de esas dimensiones. —Hice una pausa para que fuese más consciente del golpe bajo—. Yo peleé, maté unos cuantos daimons y destruí a una furia o dos.

—Ah, sí. Luchó magníficamente, por lo que he oído. —Hizo una pausa y se acarició la barbilla—. Y luego se descubrió su plan. Los daimons iban a por el Apollyon.

—Exacto.

—Lo veo raro —respondió—, teniendo en cuenta que intentaron matarla a plena vista de los Guardias y Centinelas. Quienes, por cierto, son leales al Consejo.

Bostecé haciendo ruido para demostrar que no tenía miedo, cuando en realidad estaba temblando por dentro. Si lo hubiese notado, sabría que yo tenía algo que ver.

—No tengo ni idea de qué se le pasa por la cabeza a un daimon. No puedo explicarlo.

Telly se apartó de la mesa y se puso frente a mí.

—Sé que mató al Guardia pura sangre, Alexandria. Y también sé que otro pura sangre lo ha encubierto.

Me encontré con la mente en blanco al mirarle. Un enorme y potente miedo me dejó sin aire. ¿Cómo lo sabía? ¿Acaso la compulsión de Aiden había desaparecido? No, porque entonces yo estaría esposada frente al Consejo y Aiden… oh dioses, Aiden estaría muerto.

—¿No tiene nada que decir ante esto? —preguntó Telly, disfrutando del momento.

Cálmate. Cálmate.

—Lo siento. Es que estoy alucinando un poco.

—¿Y por qué?

—Porque es lo más estúpido que he oído en mucho tiempo. ¿Y sabe el tipo de gente con la que me rodeo? Pues es mucho decir.

Apretó los labios.

—Está mintiendo. Y no se le da bien mentir.

Tenía el pulso a mil.

—Pues, de hecho, miento muy bien.

Estaba perdiendo la paciencia rápidamente.

—Dígame la verdad, Alexandria.

—Le estoy diciendo la verdad. —Hice que mis dedos se relajaran—. No soy tan tonta como para atacar a un puro y mucho menos matarlo.

—Atacó a un Maestro en el Consejo.

Mierda.

—En realidad no le ataqué, evite que atacase a otra persona. Y bueno, ya aprendí la lección.

—Siento discrepar. ¿Quién le ayudó a encubrirlo?

Me incliné hacia delante.

—No tengo ni idea de qué está hablando.

—Está poniendo a prueba mi paciencia —dijo—. No querrá ver qué pasa cuando la pierda.

—Parece que ya la ha perdido. —Miré a mi alrededor, tratando de calmar el corazón—. No tengo ni idea de por qué me está preguntando todo esto. Y me estoy perdiendo el último día de clase antes de las vacaciones de invierno. ¿Me va a hacer un justificante o algo?

—¿Se cree muy lista?

Sonreí chulesca.

Telly levantó la mano tan rápidamente que no me dio tiempo de esquivar el puñetazo. Su mano impactó contra mi mejilla con tanta fuerza que me giró la cara. En aquel momento estaba tan incrédula como enfadada. Mi cerebro se negaba a aceptar el hecho de que me hubiese pegado, de que se hubiese atrevido a pegarme a mí. Y el cuerpo me pedía que se la devolviese, que lo tumbase de un golpe. El puño me cosquilleaba de ganas de pegarle en la boca.

Agarré con fuerza los brazos de la silla y lo miré. Eso era lo que él quería. Quería que se la devolviese. Entonces tendría mi culo en bandeja.

Telly sonrió.

Le devolví el gesto, ignorando el dolor.

—Gracias.

Sus ojos brillaban de rabia.

—Se cree muy fuerte, ¿verdad?

Me encogí de hombros.

—Supongo que podría decirse que sí.

—Siempre tendré formas de hundirla, querida. —Sonrió más, pero la sonrisa nunca llegó a sus ojos—. Sé que mató a un pura sangre. Y sé que alguien, otro puro o el Primero, lo ha encubierto.

Sentí un escalofrío por la espalda, helado como las garras del miedo. Lo ignoré, sabiendo que más tarde me volvería… si es que había un más tarde. Levanté una ceja.

—No tengo ni idea de qué está hablando. Ya le he contado lo que pasó.

—¡Y ha sido todo mentira! —Se inclinó hacia adelante, agarrando los brazos de la silla. Sus dedos estaban a escasos centímetros de los míos y tenía la cara roja de furia—. Ahora dígame la verdad o si no…

Luché por no apartarme.

—Ya se la he dicho.

Se le marcó una vena en la frente.

—Se está adentrando en un terreno peligroso, cariño.

—No tiene ninguna prueba —dije tranquila mirándole a los ojos—. Si la tuviese, ya estaría muerta. Si fuese una simple mestiza ni siquiera necesitaría una prueba. Pero para eliminarme necesitas el permiso del Consejo. Ya sabe, por ser el preciado Apollyon y todo eso.

Telly se apartó de la silla y me dio la espalda.

Sabía que tenía que quedarme callada. Burlarme de él era probablemente de lo más estúpido, pero no podía parar. El miedo y la ira no eran una buena combinación en mí.

—Lo que no entiendo es por qué está tan seguro de que haya matado a un pura sangre. Obviamente no hubo ningún testigo, no hay nadie que me haya comprometido. —Hice una pausa, disfrutando al ver cómo se tensaban todos los músculos de su espalda a través de la fina túnica—. ¿Por qué iba a…?

Se dio la vuelta, sin mostrar ninguna expresión en la cara.

—¿Por qué iba a qué, Alexandria?

El estómago se me revolvió al darme cuenta. Mis sospechas eran ciertas. Miré sus elegantes manos.

—¿Cómo puede estar tan seguro, a menos que ordenase a alguien, a un Guardia por ejemplo, que me atacase? Supongo que entonces podría tener la certeza de ello si el Guardia apareciese muerto, pero seguro que no habría hecho algo así. El Consejo se enfadaría bastante en ese caso, quizá hasta perdería su puesto.

Estaba tan ocupada regodeándome que no le había visto moverse.

Me volvió a pegar en la misma mejilla. El dolor ardía y me dejó aturdida. No fue una tontería de golpe, la silla se puso a dos patas durante unos segundos. Las lágrimas me ardían en los ojos.

—No… no puede hacer esto —dije con voz ronca.

Telly me agarró la muñeca.

—Puedo hacer lo que me plazca. —Telly me puso de pie, agarrándome con fuerza el brazo y haciéndome daño al arrastrarme hasta el otro lado de la oficina. Me llevó hasta la ventana—. Dígame, ¿qué ve ahí fuera?

Me tragué las lágrimas, intentando calmar el odio que amenazaba con rebosar de mi interior. Estatuas y arena, y más allá, el océano se movía entre fuertes olas. Había gente por todo el campus.

—¿Qué ve Alexandria? —Me agarró con más fuerza.

Hice una mueca de dolor, odiando la debilidad que mostraba en aquel momento.

—No sé. Veo gente y la maldita arena. Y el océano. Veo un montón de agua.

—¿Ve a los sirvientes? —Señaló hacia el atrio, donde un montón de ellos estaba esperando las órdenes de su Maestro—. Son míos. Todos ellos.

Me quedé petrificada. No podía apartar la vista de ellos.

Telly se inclinó hacia mí y sentí su aliento sobre mi oreja.

—Déjeme que le cuente un pequeño secreto sobre la verdad acerca de la visita de su otra mitad a los Catskills. Lo han llevado para lidiar con los sirvientes en los que no funcione el elixir y se nieguen a obedecer. ¿Lo sabía?

—¿Lidiar con ellos?

—Coja un poco de esa listilla que lleva dentro y piense. Estoy seguro de que lo entenderá.

Lo entendía, pero no me lo podía creer. Había gran diferencia entre las dos cosas. Entendía que Telly dijese que Seth iba a acabar con cualquier mestizo que causase problemas, pero Seth no aceptaría hacer algo así. También sabía que Telly me estaba diciendo todo aquello para provocarme.

Y lo estaba consiguiendo.

—Déjeme que le diga algo más —dijo Telly—. De todos esos sirvientes, hay uno que es mi favorito. Uno que pedí personalmente para mí hace muchos años. ¿Sabe que conocí a su madre y a su padre?

Cerré los ojos.

—¿Qué pasa Alexandria? ¿Alguien le ha contado ya algo? —Me soltó la muñeca y rio—. Pensar que su hermosa madre se echase a perder de esa manera, mezclándose con un mestizo. ¿Acaso pensaban que se iba a salir con la suya? ¿Cree que Lucian ha olvidado la deshonra que le causó?

Papá. Papi. Padre. Cosas que nunca habían significado nada para mí hasta que leí la carta de Laadan. Pero ahora lo eran todo para mí.

—Sé que para usted no debe significar nada —continuó Telly—. Nunca lo ha conocido, pero sí que sé, que quien haya encubierto lo que hizo tiene que significarle mucho. ¿Y cómo dicen? ¿De tal palo, tal astilla?

Cualquier atisbo de alivio que pudiese tener dejó paso a una profunda desesperación. Telly no iba a usar a mi padre en mi contra. Iba a usar a Aiden.

Telly me dejó junto a la ventana y volvió al centro de la habitación.

—Esta es su última oportunidad. Me iré pasado mañana, después del amanecer y, si para entonces no se ha entregado, no habrá más oportunidades. Todo esto podría acabar fácilmente.

Ya ni siquiera sentía el dolor de la cara.

Telly sonrió, disfrutando de mi silencio.

—Admita haber matado al Guardia, y no cargaré contra… —Sus labios se curvaron—: quien te haya encubierto. Y créame, lo averiguaré. Solo he visto a unos pocos que se hayan interesado por usted además del Primero. ¿Qué? —Rio—. ¿Pensaba que no había prestado atención?

El aire se me escapó de los pulmones y comencé a marearme.

—Veamos —Telly se acarició la barbilla—, está tu tío, que creo que se preocupa por ti más de lo que parece. Pero estaba en Nueva York. Luego ese centinela: el que te encontró aquella noche en el laberinto. ¿Leon? Luego está también ese otro que amablemente se ofreció a entrenarte. Supongo que será St. Delphi. Y luego está también Laadan. Todos ellos son sospechosos, y me aseguraré de que todos sufran. Siendo el Patriarca Mayor, puedo revocar el puesto de Marcus. Incluso puedo apartar a Lucian. Puedo presentar cargos contra los demás. Con toda la agitación que hay y los últimos acontecimientos, va a ser demasiado fácil.

Un nudo formado de miedo y frustración me bloqueó la garganta. Se me empezaron a formar lágrimas en los ojos, y yo tan solo deseaba estamparle la cabeza a Telly.

—Y por lo que a usted respecta, la pondremos a servir y le darán el elixir. Si se niega, bueno, las cosas acabarán mal.

Cerré los puños.

—Eres… repugnante.

Telly se acercó a mí, con la mano lista para volver a pegarme.

Le agarré la muñeca y le miré fijamente a los ojos.

—Ya he tenido suficientes golpes por hoy, gracias.

Al escuchar ruidos desde el pasillo, Telly se soltó la muñeca. Marcus gritaba y pedía que se le dejase entrar a su despacho. Telly levantó una ceja.

—Tiene hasta el viernes al amanecer.

Las paredes se me echaron encima.

Telly sonrió y Marcus cada vez gritaba más. Ninguno de los dos dijimos nada.

—¿Por qué me odias tanto? —pregunté finalmente.

—No le odio, Alexandria, odio qué es.