Capítulo 11

Cuando Aiden encontró una sala de estudio vacía, yo seguía luchando por mantener la boca cerrada. Estaba al final de la biblioteca, entre las secciones de Libros-que-nunca-he-leído y la de Libros-que-ni-siquiera-me-suenan. Dejó la puerta semiabierta, lo que me alivió y me decepcionó al mismo tiempo.

Me senté y dejé la bolsa sobre la mesa.

—Está guay que Deacon esté estudiando y eso.

Aiden se sentó a mi lado y se giró, se puso frente a mí con su rodilla contra la mía.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro. —Saqué el enorme libro y lo puse entre nosotros.

—¿Parezco estúpido?

Me quedé helada.

—Eh… ¿es una pregunta trampa?

Levantó una ceja.

—No. No pareces estúpido.

—Pues pensaba que sí. —Alargó un brazo y cogió el libro. Su mano rozó la mía, provocándome pequeños escalofríos—. Estaban estudiando igual que nosotros.

No estaba segura de cómo actuar, así que no dije nada.

Aiden se quedó mirando el libro, con cara de enfadado.

—Sé qué está haciendo mi hermano, Álex. ¿Y sabes qué? Me jode.

—¿En serio?

—Sí. —Levantó la mirada y me miró a los ojos—. No puedo creer que piense que me vaya a importar que le gusten los tíos o algo. Siempre lo he sabido.

—Pues yo no.

—A Deacon se le da bien ocultarlo. ¿Y qué es esto que tengo delante? —preguntó. Alargué el brazo y abrí el libro por la parte de la Orden de Tánatos. Pasó unas cuantas páginas y luego volvió al principio de la sección—. Siempre ha fingido que le interesaban las chicas y quizá también le gusten, pero a mí nunca me ha tenido engañado.

—A mí me tenía engañada. —Vi cómo un mechón rizado le caía a Aiden sobre la frente y sentí un terrible deseo de apartárselo—. ¿Así que nunca te ha hablado del tema?

Aiden gruñó.

—No. Creo que piensa que me voy a enfadar o algo. Y créeme, quiero decirle que no me importa, pero me parece que le resulta incómodo hablar sobre ello. Así que simplemente hago como que no lo veo. Supongo que en algún momento me lo contará.

—Claro que sí. —Me mordí el labio—. Pero… es Luke.

Un músculo se tensó en su mandíbula.

—No me gusta el hecho de que pueda… estar con un mestizo, pero confío en que no haga nada… —Se echó a reír—. Sí, bueno, quizá no soy el mejor para dar lecciones sobre todo esto de los puros y los mestizos.

Me puse roja. Aiden levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Abrió la boca, pero la cerró rápidamente. Volvió a mirar hacia el libro y se aclaró la garganta.

—Así que, ¿la Orden de Tánatos? No es que sea algo muy divertido que leer.

Me sentía segura, así que asentí.

—Telly tiene tatuado este símbolo en el brazo. —Señalé hacia la antorcha, con cuidado de no tocarle—. Y Romvi también que, por cierto, sigue odiándome con todas sus fuerzas. Y me acuerdo de que, en la parte que hablaba sobre el Apollyon, mencionaba que Tánatos mató a Solaris y al Primero. A lo mejor todo el rollo este de la Orden sigue en activo y tienen algo que ver con… con lo ocurrido en los Catskills.

Cerró en un puño la mano que tenía junto al libro, pero no levantó la mirada.

—Hasta donde yo sé, la Orden ya no existe, pero quién sabe.

—¿Quizá esto nos revelaría algo? Pero yo no puedo leerlo.

Sonrió levemente.

—Dame unos minutos, no es fácil leerlo.

—Vale. —A parte del crujido de la puerta, la biblioteca estaba oscura y en silencio. Ni de coña iba a salir de allí. Saqué un cuaderno y un boli.

—Voy… voy a hacer como que estudio o algo.

Aiden rio.

—Hazlo.

Sonreí y comencé a garabatear en una página del cuaderno. Era difícil, porque su rodilla seguía rozando la mía, y puede que fuera mi imaginación, pero era como si cada vez estuviésemos más juntos.

Mientras Aiden leía, yo hice un boceto horrible de la estatua de Apolo y Dafne que había fuera. De vez en cuando, Aiden echaba un vistazo y hacía comentarios sobre el dibujo. Incluso llegó a ofrecerse a pagarme unas clases de dibujo, por lo que se ganó un puñetazo en el brazo.

Dejé mi obra de arte y miré a ver por qué página iba. No es que me sirviese de mucho, pero al mirar el símbolo que aparecía en cada página, sentí un nudo en la garganta. En lugar de pensar en Telly o en Romvi, me acordé del puro al que había matado en los Catskills. Me apoyé en el respaldo y me froté las piernas. La sensación de clavarle una daga a un puro era muy diferente a la de un daimon, incluso que a la de un daimon mestizo.

Siempre había elección y, de nuevo, había tomado la decisión incorrecta. De hecho, había encadenado un montón de malas decisiones en muy poco tiempo, pero aquella se llevaba la palma. Podría haber desarmado al Guardia. Podría haber hecho cualquier otra cosa en lugar de lo que hice. Lo maté sin saber siquiera su nombre.

—Hey —dijo Aiden con voz suave—. ¿Estás bien?

—Sí. —Levanté la mirada y forcé una sonrisa—. ¿Has averiguado algo?

Me estaba mirando atentamente. Podía sentirlo incluso cuando volví a mirarme las manos.

—Solo el porqué de la creación de la Orden —dijo—. Parece ser que la creamos nosotros, los pura sangre, para que fuese una organización que mantuviese vivas las antiguas tradiciones y protegiesen a los dioses. Y parece que incluso algunos mestizos selectos fueron iniciados en la Orden.

—Genial. —Acaricié la mesa con las manos—. ¿Los dioses necesitan que los protejan?

—No parece ser como tú piensas, sino que más bien habla de proteger su existencia de los mortales, de todo aquel que sea una amenaza para ellos. —Aiden cogió el libro de nuevo y pasó unos cuántos capítulos—. Dice que los miembros tienen una marca, lo que explicaría el tatuaje, si es que pertenecen a la Orden. Pero hay algo más.

—¿Qué? —Le miré—. ¿El qué?

Respiró profundamente y giró el libro hacia mí.

—Lo hemos malinterpretado al leerlo. Es comprensible, por cómo está hecha la frase. Mira.

Aiden estaba señalando el capítulo sobre el Apollyon.

—La reacción de los dioses, especialmente de la Orden de Tánatos, fue rápida y tajante. Ambos Apollyons fueron ejecutados sin juicio.

Me hundí en la silla según iba comprendiéndolo todo.

—No fue Tánatos quien los mató sino la Orden de Tánatos.

Aiden asintió mientras volvía al capítulo de la Orden.

—Eso parece.

—¿Pero cómo? Tanto Solaris como el Primero habían Despertado completamente. Según dice Seth, en cuanto eso ocurre somos indestructibles.

Negó con la cabeza.

—La Orden es muy mística, o al menos es lo que pone aquí. —Con el dedo señalaba algo que para mí no eran más que garabatos—. Se dice que la Orden son «los ojos y la mano de Tánatos». ¿Quizá Tánatos les haya otorgado alguna habilidad para poder matar al Apollyon?

Moví la cabeza.

—Algo que no entiendo es que, si tanto los dioses como el Apollyon pueden usar akasha, entonces ¿por qué iban a necesitar los dioses, Tánatos, a nadie para matar al Apollyon? Simplemente tendrían que usar akasha.

—No lo sé —dijo mirándome. Sus ojos eran de un gris metálico—. Y también me cuesta creer que Seth no lo sepa. ¿No te ha dicho que cuando Despiertas se te traspasan los conocimientos de los Apollyons anteriores?

—Sí que me lo dijo. Seth debería saberlo. —Apoyé la barbilla en la mano, y una horrible sensación me recorrió el cuerpo. Si Seth sabía lo mismo que sabían todos los Apollyons anteriores, ¿no habría descubierto ya alguno de ellos, en todos aquellos años, que eran producto de la unión entre un mestizo y un puro? ¿Y no conocería alguno de ellos lo de la Orden? Sobre todo si las vidas de Solaris y el Primero le fueron transferidas también a Seth al Despertar.

—¿Qué pasa? —preguntó Aiden en voz baja.

Sentí una profunda ira en mi interior.

—Creo que Seth no está siendo totalmente sincero conmigo.

Aiden no respondió.

Respiré profundamente.

—No entiendo por qué iba a mentirme sobre esto. Quizá… quizá nunca ha llegado a atar los cabos. —Me parecía ridículo hasta a mí, pero a mi cerebro le costaba aceptar que Seth pudiese estar ocultándome algo así. ¿Por qué iba a hacerlo?

Pasaron unos segundos antes de que Aiden volviese a hablar.

—Álex, si la Orden sigue existiendo hoy en día, entonces quizá estén tras los ataques en los Catskills. Y si son los ojos y la mano de Tánatos, te han marcado como si fueses una amenaza.

Pensé en algo que me dijo la furia antes de que intentara arrancarme la cabeza de cuajo, que yo era una amenaza y que no era nada personal. Pero intentar matarme era algo bastante personal.

—¿Crees que las furias no estaban allí por el ataque daimon sino… por mí?

—No reaccionaron hasta el ataque daimon.

Me froté las sienes y cerré los ojos. Todo aquello me estaba dando dolor de cabeza.

—Hay tantas cosas que no me encajan; la Orden, las furias, Seth. ¿Por qué fueron a por mí en vez de a por él?

Aiden cerró el libro.

—Tengo que contarle esto a Marcus. Si la Orden sigue activa, esto es serio. Y si Telly es miembro, entonces tenemos que andarnos con cuidado.

Asentí, abriendo los ojos con curiosidad. Volví a sentir su mirada.

—Vale.

—No quiero que vuelvas a la clase de Romvi —continuó—. Hablaré con Marcus, estoy seguro de que estará de acuerdo.

—No será complicado. Mañana es el último día antes de las vacaciones, así que me la saltaré. —Me dio un escalofrío—. ¿Crees que la parte de los ojos de Tánatos es literal?

—Conociendo a los dioses me atrevería a decir que sí. —Hizo una pausa y alargó el brazo para cogerme de la barbilla con la yema de sus dedos. Lentamente giró mi cara hacia él—. ¿Qué me ocultas, Álex?

Sentí una oleada de calor.

—Nada —susurré a la vez que intentaba girar la cabeza, pero él me mantuvo quieta.

—Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad? Sé que me ocultas algo.

El deseo de contarle a alguien lo que estaba pasando comenzaba a ser más fuerte que el aviso de Seth de que mantuviese las marcas del Apollyon en secreto. ¿Y quién mejor para contárselo que a Aiden? Él era el único en todo el mundo en quien confiaba, sobre todo teniendo en cuenta cuanto había arriesgado para mantenerme a salvo.

A Seth no le hubiese gustado que él lo supiese, pero la verdad es que no estaba muy contenta con Seth en esos momentos.

—Está ocurriendo —dije finalmente.

Aiden me miró a los ojos.

—¿Qué está ocurriendo?

—Esto, cosas raras. —Levanté las manos, con las palmas hacia arriba. Miró hacia abajo sin soltarme la barbilla y volvió a mirarme con ojos curiosos—. Me han comenzado a aparecer las marcas del Apollyon. Tú no las puedes ver, pero están ahí, en ambas palmas. Y tengo otra en la tripa.

Parecía que le había tomado por sorpresa y me soltó la barbilla, pero sin apartarse.

—¿Cuándo ha empezado?

Aparté la mirada.

—La primera apareció cuando estábamos en los Catskills. Un día estábamos Seth y yo entrenando y me enfadé. No se cómo, lancé una roca por los aires, y lo siguiente que recuerdo es un cordón saliendo de Seth y una runa en mi mano.

—¿Por qué no me lo contaste?

—Bueno, entonces no estábamos en un buen momento y estabas muy ocupado. Seth me pidió que no dijese nada hasta que no supiésemos qué estaba ocurriendo. —Suspiré y le conté las otras veces, también cómo había visto mi propio cordón. Cuando acabé de contárselo todo, vi que Aiden no estaba muy contento—. A veces pasa… cuando nos tocamos. Seth cree que si me sale la cuarta runa en la nuca, Despertaré antes de tiempo, y está bastante emocionado ante la perspectiva.

—Álex —respiró descompasado.

—Sí, ya lo sé. Soy rara hasta para ser Apollyon. —Reí—. No quiero la cuarta marca. Ya sabes, prefiero gastar lo que me queda de los diecisiete y no ser el Apollyon. Pero Seth está en plan «Puede ser lo mejor de todo».

—¿Lo mejor para quién? —preguntó en voz baja—. ¿Para ti o para Seth?

Volví a reír, pero mi extraño humor se desvaneció al recordar que sospechaba que Seth me las había hecho a propósito.

—¿Álex?

—Seth dice que será mejor para mí porque seré más fuerte, pero creo que… creo que lo que realmente desea es un subidón de energía. Me recuerda a las setas del Super Mario o algo así, porque siento cómo akasha fluye desde mí hacia… —Abrí la boca de par en par—. Hijo de perra.

—¿Qué pasa? —Aiden frunció el ceño.

Se me encogió el estómago.

—La segunda marca me dejó agotada durante días. —Me puse recta y miré a Aiden, todo empezaba a encajarme—. ¿Te acuerdas de la noche que quedamos todos en la oficina de Marcus? La noche anterior me había aparecido otra runa, y esa vez había sido diferente. —Sentí una oleada de calor en las mejillas al recordar que, mientras ocurría, aquella vez estuve de acuerdo—. Pues eso, estaba supercansada, y seguí así bastantes más días.

Aiden asintió.

—Me acuerdo. Estabas hecha polvo.

Y eso me había acabado llevando a la cámara de privación sensorial… y al miedo susurrado por Aiden.

—Bueno, tú no te llevaste la mala parte. A Seth le tiré un bocadillo.

Intentó forzar una sonrisa, pero tenía los ojos encendidos.

—Seguramente se lo merecía.

—Pues sí, pero dioses, ¿es lo que pasará cuando Despierte? —El pánico me atenazó con sus heladas garras—. Va a dejarme seca. Creo que ni se ha dado cuenta de eso.

Sus ojos brillaban de ira, lejos de la dulzura que tenían antes, y cerró los puños.

—Sea lo que sea… lo que estéis haciendo que provoca la aparición de esas runas, tenéis que parar.

Le miré.

—Eso ya lo sé, pero no hará que deje de ocurrir en algún punto. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que mi madre me advirtió de que el Primero me drenaría. Y yo pensaba que era una locura de daimon.

Aiden se hizo con la poca distancia que pude poner entre nosotros.

—No pienso dejar que te ocurra nada, Álex. Y eso va por Seth también.

Guau. Mi corazón se volvió loco. Realmente parecía que podía hacer algo al respecto.

—Aiden, no puedes pararlo. Nadie puede.

—No podemos evitar que Despiertes, pero el intercambio de energía solo ocurrirá si le tocas tras cumplir los dieciocho, ¿verdad? Pues entonces no le toques.

No podía imaginarme a Seth estando de acuerdo con eso de no tocar, pero lo entendería cuando supiese qué me podría pasar.

—Lo entenderá —dije en voz alta—. Hablaré con él en cuanto vuelva. Es mejor hablarlo cara a cara.

Aiden no parecía muy convencido.

—Esto no me gusta nada.

—Él no te gusta nada —señalé.

—Tienes razón. Seth no me gusta, pero esto va más allá.

—¿No hay siempre algo? —Me moví un poco y sentí su aliento sobre mis labios. Si me movía dos centímetros, nuestros labios se tocarían. Y de repente, Aiden me estaba mirando fijamente a los labios.

—Hablaré con Marcus —dijo Aiden con voz ronca.

—Eso ya lo has dicho.

—¿Ah sí? —Inclinó un poco la cabeza—. Deberíamos volver.

Tragué saliva. Aiden no se movía, y todos los músculos de mi cuerpo me gritaban que cruzase aquel pequeño espacio que nos separaba. Pero aparté mi silla, haciendo un horrible ruido. Me puse de pie. Parecía no quedar suficiente aire en aquella pequeña sala de paredes verde guisante. Me dirigí hacia la puerta, pero me paré al darme cuenta de que me había dejado la bolsa en la mesa. Me di la vuelta.

Aiden estaba delante de mí. No le había oído levantarse ni acercarse a mí. Llevaba mi bolsa en la mano, con el libro ya dentro. Y estaba tan cerca de mí que las puntas de nuestros pies se rozaban. Tenía el corazón a mil y era como si un montón de mariposas me hubiesen explotado en el estómago. Casi tenía miedo de respirar, de sentir lo que sabía que no podía.

Me puso el asa de la bolsa sobre el hombro y me puso el pelo por detrás de la oreja. Pensé que quizá me abrazaría, o me zarandearía, porque siempre cabía la posibilidad. Pero entonces, me puso la mano en la mejilla y me acarició el labio con su pulgar, teniendo cuidado con la cicatriz que tenía en el centro, a pesar de que hacía mucho que ya no me dolía.

Respiré profundamente. Sus ojos eran como plata líquida. El pulso se me aceleró. Sabía que quería besarme, igual ir más allá. La piel me cosquilleaba de emoción, anticipación y mucho deseo. Y creo que él lo notaba. No necesitaba un estúpido cordón para saberlo.

Pero Aiden no haría nada. Tenía tanto control sobre sí mismo que podría rivalizar con el de las sacerdotisas vírgenes que servían en los templos de Artemisa. Además estaban todas las razones por las que no debía, por las que no debíamos.

Aiden cerró los ojos y exhaló con fuerza. Cuando volvió a abrir los ojos, apartó la mano y me lanzó una sonrisa fugaz.

—¿Estás lista? —preguntó.

Asentí, echando de menos su tacto. Fuimos hasta mi habitación en silencio. Yo le miraba disimuladamente de vez en cuando, no parecía estar enfadado, solo inmerso en sus pensamientos y quizá un poco triste.

Aiden me acompañó hasta mi habitación como si algún pirado de la Orden o una furia fuesen a salir de uno de los armarios de mantenimiento. El pasillo estaba casi vacío, pues en mi piso había un montón de puros y sus padres ya los habían dejado sin clase el lunes, comenzando con antelación las vacaciones de invierno. Asintió y esperó hasta que cerré la puerta con cerrojo.

Dejé la bolsa en el sofá, me senté y saqué el móvil que Seth me había dado. Solo había un contacto: Peluchín.

No pude evitar reírme. Siempre había dos Seth: uno gracioso y encantador, que podía ser paciente y amable. Y otro totalmente diferente, el Seth que realmente no conocía, el que parecía contar solo medias verdades y era la encarnación física de lo que más temía.

Respiré profundamente, presioné el nombre y escuché un tono, dos, y luego dio paso a un mensaje genérico de contestador.

Seth no contestó ni me devolvió la llamada en toda la noche.