Capítulo 10

Seth sabía que aquel sábado por la noche le convenía no venir a buscarme. Y lo agradecí, porque la verdad era que no quería ver su cara. Sin embargo, el domingo por la noche le abrí la puerta cuando llamó. Por eso supe que se sentía mal; Seth nunca llamaba a la puerta.

Llevaba las manos en los bolsillos y tenía el lado derecho del labio hinchado.

—Hey —me dijo, mirando por encima de mi cabeza.

—Hey.

Cambió el peso de pierna.

—Álex, siento… siento lo de ayer. No…

—Calla —le corté—. Sé que solo intentabas que usara akasha, no pretendías atizarme, pero estabais como locos. Y no lo digo para bien.

Puso cara de cordero.

—Ya lo sé, pero Aiden me cabreó…

—Seth.

—Vale, tienes razón. Ya está, ya ha pasado. Y no quiero discutir contigo. Me estoy preparando para irme. —Entonces me miró—. Había pensado que estaría bien que me acompañases hasta el puente.

—Deja que coja algo para ponerme por encima. —La verdad es que necesitaba hablar con él. Tras coger una sudadera, salió de la habitación en silencio. El campus estaba oscuro; solo se movían las sombras de los Guardias que patrullaban. Al respirar, formaba pequeñas nubecitas en el aire—. Ayer sentí tu rabia.

—Seguro que cualquiera en un radio de diez kilómetros la sintió.

—No me refiero a eso. —Seguimos el camino de mármol que rodeaba las residencias y llevaba hacia el puente, al lado del edificio principal del Covenant—. La sentí de verdad. Estaba deseando darle una paliza de muerte a Leon. Era como… si fuese mi propia rabia.

Seth no respondió, solo miraba al frente, con los ojos entrecerrados.

—Se me pasó en cuanto dejé de tocarte, pero fue bastante extraño. —Me paré en cuanto vi el puente. Estaban llenando un Hummer negro de equipaje. El aire estaba lleno de humo, y varios Guardias vigilaban el lugar—. ¿No tienes nada que decir?

Me miró.

—Estabas tan cerca de soltar a akasha, Álex. Si Leon no hubiese interrumpido, lo habrías logrado.

Ni que eso hubiese sido lo más importante que había pasado.

—Seth, ¿has escuchado algo de lo que te he dicho?

—Sí, pero no sé por qué sentiste mi enfado tan claramente. —Se sacó las manos de los bolsillos y cruzó los brazos—. Puede que fuera porque estabas accediendo a akasha. Te puso más en sintonía con lo que yo estaba sintiendo.

Parecía que lo que yo había sentido ni le preocupó ni le sorprendió, pero para mí era algo bastante importante.

—Cuando Despierte, sentiré y querré lo mismo que tú. ¿Entiendes qué quiero decir? Ya quería lo mismo que .

—Álex. —Me puso las manos sobre los hombros y me apoyó contra su pecho—, no estás Despertando. Deja de preocuparte.

Fruncí el ceño y me aparté.

—Pero sí que está empezando a pasar, ¿verdad? ¿Primero las marcas y ahora esto? Además, apenas queda un mes.

—No pasa…

—Alexandria, me alegra que hayas venido a despedir a Seth —dijo Lucian. Me giré y en ese mismo momento me vi envuelta en un débil abrazo. Casi me ahogo en su olor de incienso y clavo—. Ojalá fuese seguro traerte con nosotros. Calmaría mis preocupaciones que estuvieses cerca de Seth.

Los brazos me colgaban bajo su abrazo. Agh. Odiaba cuando Lucian hacía aquello.

Me dio unas palmaditas en la espalda y se apartó, dirigiéndose a Seth.

—¿Cuántos Guardias crees que tenemos que llevar?

¿Lucian le pedía a Seth su opinión? Pero. Qué. Demonios. Me giré hacia Seth, incrédula.

Seth se puso recto.

—Por lo menos cinco. Eso dejaría cuatro para ayudar aquí en caso de que ocurriese algo.

—Bien. Tienes ojo para ser líder, Seth —Lucian le dio una palmadita en el hombro—. Si tuviésemos más Centinelas como tú, no habría tantos problemas con los daimons. —Hizo una pausa y sonrió—. Si hubiese más hombres como tú en el Consejo, nuestro mundo sería mucho mejor.

Me entraron ganas de reír. No podía creerme que Seth estuviese accediendo a aquella épica lamida de culo. Era obvio por la forma en que Lucian sonreía bobamente y murmuraba como admirado, pero dioses, Seth estaba como si le acabasen de dar un millón de dólares y le dijesen que se los podía gastar en alcohol y mujeres.

—Estoy de acuerdo —Seth sonrió de una forma aún más chulesca.

Me dieron ganas de zarandear a Seth. Empezaba a tenerlo muy en cuenta.

Lucian se giró hacia mí.

—Tú, cariño, tienes mucha más suerte que la mayoría de los mestizos. Has sido bendecida al ser un Apollyon y que este gran hombre sea tu otra mitad.

Hice una mueca.

A mi lado, Seth seguía quieto.

—Os dejo que os despidáis. Salimos en unos minutos, Seth.

Vi cómo Lucian se marchaba. Su túnica blanca ondeaba tras de sí, sin llegar nunca a rozar el suelo. Me acordé de la forma en que estuvo mirando el trono del Patriarca Telly cuando estuve dando mi testimonio en los Catskills. A nadie le atraía tanto el poder como a Lucian.

—Sabes —dijo Seth arrastrando las palabras—, no tienes que estar tan sorprendida por lo que ha dicho Lucian. Podría haber sido peor.

Reí.

—¿En serio me lo dices?

Seth me lanzó una mirada de ira.

—La cosa es que me parece que soy un buen partido.

—La cosa es que crees que eres lo mejor que jamás haya existido, pero no estaba hablando de eso. Te estaba lamiendo el culo, Seth. Trama algo.

—Para nada. —Volvió a cruzar los brazos—. Lo que pasa es que Lucian cree que sé de qué hablo. Y también aprecia mis opiniones.

—Lo dirás de broma. —Intenté no poner los ojos en blanco.

—¿Por qué te cuesta tanto creerlo? —Se veía que estaba molesto—. Déjame que te pregunte algo, Álex. Si Lucian o tu tío dijesen cosas buenas de Aiden, ¿te costaría tanto tragártelas?

—¿Qué narices quieres decir con eso? —¿Y a qué venía?—. Aiden es un Centinela, su habilidad para tomar decisiones o liderar es…

—¿Qué piensas que soy? —Seth inclinó la cabeza hacia delante y bajó las cejas—. ¿Una broma en vez de un Centinela?

Ay. Vi cuál fue mi fallo.

—No es lo que quería decir. Eres un Centinela, de los buenos, pero por favor, dime que no confías en él. —Le agarré del brazo y apreté—. Eso era lo que quería decir.

—Sí que confío en Lucian, y tú también deberías. De todos los que te rodean, él es el único que está intentando cambiar nuestro mundo.

—¿Qué?

—¿Seth? —dijo Lucian—. Es la hora.

—Espera. —Le agarré el brazo—. ¿A qué te refieres?

Le vi nervioso cuando me miró atentamente.

—Tengo que marcharme. Por favor, ten cuidado, y recuerda aquello que te dije la otra noche. Ni se te ocurra intentar ir a Nueva York.

Le miré enfada.

Empezó a sonreír mientras se daba la vuelta, pero paró.

—¿Álex?

—Dime.

Abrió la boca mientras se pasaba la mano por la cabeza.

—Nada, ten cuidado, ¿vale? —Cuando asentí, se metió la mano al bolsillo y sacó algo pequeño y delgado—. Casi me olvido. He cogido esto para que podamos hablar mientras estoy fuera.

Cogí el móvil. No era de los baratos, así que deseé que tuviese un montón de juegos instalados.

—Gracias.

Seth asintió.

—He guardado mi número en la agenda. Yo ya tengo el tuyo.

No había nada más que decirse. Cuando Seth llegó al Hummer, Lucian volvió a darle una palmada en la espalda.

De repente, Leon apareció a mi lado; al parecer sería mi escolta de vuelta a la residencia.

Seth se montó en el Hummer, camino a un jet privado que los esperaba en el aeropuerto de la isla principal. Miró hacia atrás en cuanto el coche comenzó a moverse.

Forcé una sonrisa antes de que Leon me alejase del puente, pero bajo las luces pude ver cómo Seth parecía desilusionado mientras que Lucian tenía una sonrisa satisfecha.

Se hacía raro que Seth no estuviese. El cordón de mi interior se había calmado y estaba bastante segura de que, si un dios se me apareciese justo en frente, Seth no sentiría nada. Solo hacía un día que se había marchado, pero ya me sentía… normal. Como si me hubiesen quitado un peso de los hombros.

Y era raro, porque al llevar el libro de Mitos y Leyendas la mochila me pesaba un montón. Lo llevaba a todas partes, esperando poder acorralar a Aiden en algún momento que le tocase cuidar de mí. Pero en aquel momento tenía a Leon detrás de mí, a una distancia no demasiado discreta.

Me paré en mitad del camino, al lado del jardín, y me di la vuelta.

—¿No tienes frío?

Leon se miró la camiseta de manga corta.

—No. ¿Por qué?

—Porque hace un frío que pela. —Y vaya que sí. Llevaba una camiseta de tirantes, una camiseta térmica de manga larga y una sudadera, y aun así tenía frío.

Leon se paró a mi lado.

—¿Entonces qué haces fuera si tienes tanto frío?

—Por desgracia, salir es la única forma que hay de ir de una lado a otro del campus, a no ser que sepas algo que yo desconozco.

—Podrías hacernos un favor a todos y quedarte en la residencia —sugirió.

Temblando, me abracé.

—¿Tienes idea de lo bien que sienta poder hacer algo que no sea entrenar ni quedarme en la habitación?

—¿O estar con Seth?

Le miré detenidamente, intentando no sonreír.

—¿Has hecho una broma? Oh dios mío, sí.

Su cara no mostró ninguna emoción.

—No hay nada en ese chico sobre lo que se puedan hacer bromas.

—Vale. —Me di la vuelta y comencé a andar. Leon se puso a mi lado—. Seth no te gusta nada, ¿verdad?

—¿Tanto se nota?

Le miré.

—No. Para nada.

—¿Y a ti? —preguntó según girábamos la esquina del edificio de entrenamientos. El viento que venía del océano era bestial—. He oído rumores… de que dos Apollyons tienen una poderosa conexión. Tiene que ser difícil saber qué sientes de verdad por alguien si se da el caso.

Aquello sí que era incómodo. De toda la gente que había en el universo, no iba a ponerme a discutir con Leon sobre los problemas que tenía en mi relación.

Suspiró profundamente al mirar hacia la estatua de Apolo y Dafne, con expresión distante.

—Los sentimientos forzados siempre acaban en tragedia.

Aquello era muy profundo. Otra ráfaga de viento helado me atravesó. Dafne tenía un gesto realmente trágico.

—¿Crees que Dafne sabía que la única forma que tenía de escapar de Apolo era muriendo?

No respondió en seguida, y cuando lo hizo, lo hizo con voz profunda.

—Dafne no murió, Álex. Sigue igual que el día que… se perdió. Sigue siendo un laurel.

—Tío, vaya mierda. Apolo era un tío raro.

—A Apolo le habían alcanzado con una flecha de amor y a Dafne con una de plomo. —Miró hacia abajo y señaló hacia la estatua—. Como ya he dicho, un amor que no es orgánico y natural es peligroso y trágico.

Me aparté el pelo y volví a mirar la estatua.

—Bueno, espero no tener que convertirme en un árbol.

Leon chasqueó la lengua.

—Entonces presta atención y distingue entre necesidad y querer.

—¿Cómo? —Le miré bizqueando. El sol había empezado a ponerse y formaba una especie de halo alrededor de él—. ¿Qué acabas de decir?

Se encogió de hombros.

—Ahí está tu otra niñera.

Distraída, me di la vuelta. Aiden venía por el camino. Mataría por volver a verle en vaqueros. Hice una mueca. Bueno, igual no matar, pero casi. Cuando me volví a girar, Leon ya se había marchado.

—Mierda —murmuré, mirando detenidamente las sombras que comenzaban a crecer por la playa y el jardín.

—¿Qué pasa? —preguntó Aiden.

El pecho comenzó a palpitarme, igual que siempre que lo miraba. Tenía una leve moradura en la mandíbula por la pelea con Seth.

—Estaba hablando con Leon y de repente ha desaparecido.

Aiden sonrió.

—Suele hacerlo.

—Es que ha dicho algo… —Moví la cabeza—. Da igual. ¿Te toca a ti ahora ser mi niñera?

—Hasta que decidas quedarte en la habitación toda la noche —respondió—. ¿Hacia dónde ibais?

—Iba hacia la sala común, pero tengo algo que quiero enseñarte. —Toqué la parte baja de la mochila—. ¿Te apetece?

Levantó las cejas.

—¿Debería preocuparme por qué llevas en la mochila?

Sonreí.

—Puede.

—Bueno, ¿qué te queda en la vida si quitas el riesgo? ¿Tiene que ser en privado?

—Seguramente.

—Conozco el sitio perfecto. —Se metió las manos en los pantalones—. Sígueme.

Agarré las cintas de la mochila mientras me pedía a mí misma un poco de calma. No estaba hablando con él para ligar ni seducirlo. Ni para hacer nada que no debiese estar haciendo. Tenía un motivo, así que mi corazón no debería estar latiendo a esta velocidad.

No había ninguna razón.

Aiden me dio un golpecito con el codo después de llevar un rato andando en silencio.

—Estás diferente.

—¿Ah, sí?

—Sí, estás más como… —Se quedó en silencio. Cuando volvió a hablar, el océano tenía un color rojo dorado según el sol iba desapareciendo por el horizonte—. Pareces más relajada.

—Bueno, tengo más tiempo para mí misma. Eso es relajante. —Me pregunté si realmente se me veía cambiada. No me lo pareció por la mañana, cuando me estaba preparando. Lo único que había notado distinto era que las marcas no me habían molestado desde que Seth se había marchado.

—Oh, casi me olvido. Mandé la carta a Nueva York antes de que estos fuesen hacia allá. Laadan debería haberla recibido ayer u hoy.

—¿En serio? Espero que mi padre… no sea uno de los que han desaparecido.

—¿Cómo lo sabes? —Entrecerró los ojos—. No me lo digas. ¿Seth?

Asentí.

—Me dijo que algunos de los mestizos del servicio habían desaparecido y que el elixir no estaba haciendo efecto.

Vi en sus ojos que estaba preocupado.

—¿Cuánto te ha contado?

—No mucho más.

Aiden asintió.

—Claro que no. Algunos mestizos no responden al elixir. Ha habido rebeliones y peleas entre los sirvientes; se niegan a obedecer a los Maestros y desaparecen. El Consejo teme que haya una rebelión, y el Covenant de Nueva York se ha debilitado desde los ataques. Nadie sabe exactamente cómo o por qué el elixir ha dejado de funcionar.

Pensé en mi padre. ¿Sería él uno de los que han desaparecido o estaba luchando? Sabía que él era uno de aquellos en los que el elixir no funcionaba.

—Debería estar allí.

—Es aquí donde debes estar.

—Pareces Seth.

Entrecerró los ojos.

—Por una vez, estoy de acuerdo con él.

—Increíble. —Miré hacia el edificio de la academia principal y justo entonces supe hacia dónde nos dirigíamos—. Vamos a la biblioteca.

Volvió a sonreír.

—Tiene privacidad. Nunca hay nadie a esta hora y, si alguien nos ve, simplemente estás estudiando.

Reí.

—¿Y alguien va a creerse eso?

—Se han visto cosas más raras —respondió mientras subíamos por las anchas escaleras.

Pasamos junto a dos Guardias que estaban en la entrada. Desde el ataque que ocurrió allí en el que le arrebataron la vida a Caleb y el de los Catskills, habían aumentado muchísimo la seguridad. En el pasado me habría quejado porque hacía más difícil escaparse y rondar por allí. Pero en aquel momento, después de todo, me aliviaba ver que habían aumentado en número.

Un aire viciado nos saludó al entrar. En silencio seguí a Aiden por el pasillo hacia la biblioteca. Todavía había varios Instructores en sus despachos, y nos cruzamos con varios estudiantes que salían de allí.

Aiden se adelantó y abrió la puerta de la biblioteca, tan caballeroso como siempre. Sonreí agradecida y entré, pero me quedé helada.

Luke y Deacon salieron de detrás de una de las altas estanterías, hombro con hombro. Cuando nos vieron, juro que se separaron tres metros de un salto.

—¿Deacon? —Aiden parecía sorprendido—. ¿Estás en la biblioteca?

—Sí. —Deacon se apartó un mechón de rizos rubios de la frente—. Estamos estudiando Trigonometría.

Ninguno de los dos llevaba ni un solo libro en la mano. Miré a Luke expectante. Él apartó la mirada, pero torció la boca.

Aiden abrió los ojos hasta más no poder.

—Vaya. La verdad es que estoy orgulloso de ti. ¿Estudiando?

Mantuve la boca cerrada.

—Ya ves, comenzando una nueva etapa y todo eso. —Deacon se acercó a su hermano mayor—. Tomándome mi educación en serio.

Me mordí la lengua para no decir nada.

Aiden le hizo un gesto a Luke con la cabeza.

—Haz que no se meta en líos, Luke.

Oh, dios. Por la forma nerviosa en que Deacon movía los pies y la gran sonrisa de Luke, supuse que Aiden no tenía ni idea del tipo de «líos» en que se estaban metiendo estos dos. Las relaciones del mismo sexo no estaban en la lista de cosas tabú de nuestro mundo. Era el hecho de que Deacon fuese un puro y Luke un mestizo.

Y de entre todos los mestizos del mundo, yo sabía lo estúpido y peligroso que era aquello que fuese que estaban haciendo. Miré a Aiden. Me devolvió la mirada y sonrió. El estómago me dio un vuelco. Era estúpido y peligroso, pero no podía cambiar qué sentía.