Capítulo 9

—Guau. Mira quién está sonriendo. El mundo se va a acabar. —Dos ojos plateados asomaban tras un montón de pelo rubio rizado, Deacon St. Delphi sonrió mientras se sentaba a mi lado—. ¿Cómo te va, mi mestiza favorita?

—Bien. —Miré el libro de texto, con la boca cerrada—. Perdón por no haber estado muy habladora.

Se inclinó hacia mí, tocándome en el hombro.

—Lo entiendo.

Sabía que lo hacía. Seguramente por eso no me había presionado para que hablase con él desde que había vuelto. Solo se sentaba a mi lado en clase, sin decir nada. No me había dado cuenta de que había estado esperando a que me soltase yo.

Volví a mirarle. Aquello era lo que pasaba con Deacon. Todo el mundo, incluso Aiden, le veía como un chico fiestero y vago que no prestaba atención a nada, pero era bastante más observador de lo que nadie pensaba. Lo pasó mal creciendo sin padres y creo que por fin estaba saliendo de la etapa de chico fiestero al que no le importa nada.

—¿Vas a hacer algo estas vacaciones de invierno?

Puso los ojos en blanco.

—Para eso haría falta que Aiden se tomase días libres, porque no me deja salir de la isla sin él. Desde lo sucedido en los Catskills ha estado superparanoico. Creo que piensa que pueden aparecer por aquí daimons o las furias en cualquier momento.

Me encogí.

—Lo siento.

—Da igual —respondió—. No es culpa tuya. Veo que no voy a hacer nada emocionante. He oído que mi querido hermano mayor está haciéndote de vigilante.

Puse los ojos en blanco.

—Ya sabes, le oí por encima hablar con el Decano cuando fue a casa.

—¿Qué casa? ¿La cabaña de Aiden?

Deacon levantó una ceja.

—No, la casa. —Me vio como asombrada y se apiadó de mí—. La casa de nuestros padres. Bueno, en realidad ahora es su casa. Está al otro lado de la isla, cerca de la de Zarak.

No tenía ni idea de que hubiese otra casa. Simplemente había asumido que la cabaña era de Aiden y que Deacon dormía en la residencia. Y pensándolo, ¿por qué demonios estaba Aiden viviendo en aquella mini cabaña si tenía una de esas enormes casas opulentas en la isla principal?

Como si supiese en qué estaba pensando, Deacon suspiró.

—A Aiden no le gusta estar en la casa. Le recuerda demasiado a nuestros padres y odia ese estilo de vida lujoso.

—Oh —susurré, mirando hacia el frente de la clase. Aquel profesor siempre llegaba tarde.

—Pues eso, volviendo a mi historia. Les escuché hablando. —La silla y la mesa de Deacon hicieron un ruido horrible al acercarse a mí—. ¿Quieres saber de qué?

Luke, que estaba sentado en la mesa de Elena, nos miró. Levantó las cejas al vernos.

—Claro. Suéltalo —le dije.

—En el Consejo está pasando algo, algo que tiene que ver con los mestizos.

—¿Cómo qué? —pregunté.

—No lo sé exactamente. Pero sé que tiene que ver con el Consejo de Nueva York.

Deacon apartó la mirada, concentrándose en la clase.

—Supuse que sabrías algo, ya que acabas de estar allí.

Negué con la cabeza. Siempre pasaba algo con el Consejo, y seguramente tendría que ver con lo del elixir. Entonces me di cuenta de que Deacon seguía mirando hacia delante. Seguí su mirada. Estaba mirando a Luke.

Y Luke le estaba mirando a él.

De una forma tan intensa como a veces miraba yo a… Aiden.

Volví a mirar rápidamente a Deacon. No podía verle los ojos, pero tenía las orejas sonrosadas.

Después de un rato, demasiado para ser un tío mirando a otro por casualidad, Deacon se echó hacia atrás. Pensé en aquella voz fantasma que había oído con Luke en la habitación sensorial. Me pareció conocida… pero no podía ser.

—En fin. —Deacon se aclaró la garganta—. Creo que haré una fiesta para todos los que se tienen que quedar aquí durante las vacaciones de invierno. ¿Crees que Aiden se animará?

—Eh, no creo.

Deacon suspiró.

—Habrá que intentarlo.

Le devolví la mirada.

—Sí, supongo.

—No funciona.

Seth hizo un ruido de impaciencia con la garganta.

—Intenta concentrarte.

—Eso hago —le solté, apartándome el pelo que el viento me había lanzado sobre la cara.

—Inténtalo con más ganas, Álex. Tú puedes.

Me abracé, temblando. En el pantano hacía un frío increíble. El viento frío y húmedo me golpeaba, y el grueso jersey no servía de nada. Llevábamos con aquello casi todo el sábado. Cuando Seth sugirió que podía intentar volar por los aires, supuse que estaba bromeando.

Me equivocaba.

Cerré los ojos y me imaginé el pedrusco en mi mente. Ya conocía su textura, el color terroso y su forma irregular. Llevaba mirando esa cosa durante horas.

Seth se puso detrás de mí, me cogió la mano y la puso en el lugar donde había aparecido la última marca.

—Siéntelo. ¿Lo sientes?

¿Sentir el cordón? Sí. También me gustaba que él me tapara la mayor parte del viento.

—Vale. Imagínate el cordón desenredándose, siente cómo despierta a la vida.

Tenía la sensación de que Seth estaba disfrutando demasiado con todo aquello, teniendo en cuenta cómo se apretaba contra mí.

—¿Álex?

—Sí, siento el cordón. —Lo sentí abriéndose, reptando por mis venas.

—Bien. El cordón no solo somos nosotros —dijo suavemente—. Es akasha, el quinto y último elemento. Ahora deberías sentir a akasha. Accede a ello. Imagina en tu mente qué quieres.

Quería un taco, pero dudaba que akasha pudiese traerme algo Taco Bell. Dioses, en aquel momento sería capaz de hacer cosas terribles por un Taco Bell.

—¿Álex, me estás prestando atención?

—Por supuesto. —Hice una mueca.

—Entonces hazlo. Vuela la roca.

Seth hizo que sonara fácil. Como si un bebé pudiese hacerlo. Me hubiese gustado darle un codazo en el estómago, pero me imaginé la roca y luego me imaginé el cordón saliendo disparado de mi mano. Lo hice una y otra vez.

No pasó nada.

Abrí los ojos.

—Lo siento, no funciona.

Seth se apartó, quitándose los mechones de pelo que se le habían soltado de la coleta. Puso las manos sobre su cadera y me miró.

—¿Qué? —Otra ráfaga de viento helado me obligó a moverme para mantenerme en calor—. No sé qué quieres que haga. Tengo frío. Tengo hambre. Y he visto que, por alguna extraña razón, están poniendo ahora en la tele la película Solo en Casa y tengo que verla porque en Navidades estuve contigo las veces que la echaron por la tele.

Levantó las cejas.

—Que quieres ver ¿qué?

—¡Oh, dioses! ¿No sabes todo lo que le pasa a ese niño?

—¿Qué?

—Qué triste, Seth.

Movió la mano.

—Da igual. Algo tiene que desatar tu habilidad de acceder a akasha. Ojalá… —Le vi pensativo y luego juntó las manos—. La primera vez que lo hiciste, estabas cabreada. Y luego te convertiste en una ninja loca luchando contra las furias, estabas cabreada y asustada. Hay que presionarte.

—Oh, no, no, no. —Empecé a retroceder—. Sé a dónde quieres llegar, y no voy a seguirte el juego. En serio, Seth. Ni se te…

Seth levantó la mano, y el elemento aire me golpeó contra el pecho, tirándome de espaldas. Luchar usando los elementos era algo en lo que había mejorado un poco. Entonces, accedí a la energía y sentí cómo se tensaba el cordón, cómo tiraba. Me encogí mientras el aire huracanado rompía a mi alrededor. Al incorporarme, el pelo se me echó hacia atrás.

Iba a dejarlo lisiado.

Y entonces lo tenía encima, usando todo su peso para mantenerme quieta contra la áspera hierba muerta. Pequeños guijarros se me clavaban en la espalda al retorcerme bajo él.

—¡Quítate de encima, Seth!

—Oblígame —dijo, acercando su cara a la mía.

Alcé las caderas, enrollé mis piernas en su cintura y giré. Durante un segundo tuve ventaja sobre él y deseé apretarle el cuello con mis dedos helados y ahogarlo hasta la muerte. No me gustaba estar atrapada contra el suelo ni la sensación de impotencia. Y Seth lo sabía.

—Así no —gruñó Seth. Me agarró de los hombros, poniéndome de espaldas de nuevo—. Usa akasha.

Peleamos, rodando entre los arbustos. Cada vez que me tiraba de espaldas, Seth se frustraba más, y yo tenía más ganas de matarle. Me atravesó una dulce y cabezona ira, enredándose en el cordón. Sentí cómo crecía. Me picaba la piel. Las marcas del Apollyon me ardían y palpitaban.

Los labios de Seth se curvaron.

—Eso es, hazlo.

Grité.

Y entonces teníamos a Leon encima, agarrando a Seth por el cuello de la camiseta y lanzándolo a un lado. Se revolvió como un gato en el aire y aterrizó de rodillas. Las marcas del Apollyon aparecieron todas a la vez, moviéndose por su piel con tanta rapidez que se volvieron borrosas. Se fijó en Leon. Había algo mortal en sus ojos, lo mismo que cuando el Maestro me pegó. Pensé en Jackson.

Me puse en pie y corrí hacia Seth.

—¡No! ¡Seth, no!

—No deberías haberlo hecho —Seth avanzó. Sus intenciones eran claras.

Leon levantó una ceja.

—¿Quieres intentarlo, chico?

—¿Quieres morir?

—Dejadlo —dije entre dientes, metiéndome entre los dos. Miré a Leon por encima del hombro. El centinela pura sangre no parecía mínimamente preocupado. Estaba loco.

—Leon, estábamos entrenando.

—Pues no me lo parecía.

Sobre el enorme hombro de Seth, pude ver a varios Guardias y a Aiden venir hacia nosotros. Deseé que fuesen más rápido y llegasen antes de que alguno de aquellos dos idiotas hiciese alguna estupidez.

—Leon, no estaba haciéndome daño —intenté de nuevo.

—¿Qué crees que vas a hacer? —preguntó Seth—. ¿A hacerme?

Miró a Seth.

—Crees que puedes derribarme, ¿verdad?

—No lo creo. —Akasha, hermosa y brillante, rodeaba su mano derecha. El aire chasqueó alrededor de la bola—. Lo sé.

Aquello era una locura. Le agarré el brazo a Seth y sentí un golpe de ira en mi interior. Quise atacar a Leon, tenía que mostrarle que estaba metiéndose con la persona equivocada, que yo era mejor que él. No se atrevería a volver a tocarme. Se lo iba a demostrar.

—Vamos —dijo Leon en voz baja.

—¡Hey! —gritó Aiden—. ¡Ya basta!

Seth y Leon se movieron a la vez, apartándome de un golpe. La combinación de los brazos de ambos contra mí me envió volando hacia atrás y choqué contra el pedrusco que había estado intentando volar en pedazos. Giré para no caer de cara contra el terreno pantanoso y aterricé de rodillas. El fango helado me manchó los pantalones y me saltó a la cara.

Aturdida, más por la rabia que por otra cosa, levanté la cabeza y miré entre mi pelo. ¿Qué demonios acababa de pasar? Lo de que me empujasen había sido un accidente, pero la violencia que había sentido no era mía.

Era de Seth. No había sido como las otras veces, cuando me habían dado los sofocos. Aquello había sido distinto. Sentí aquello que él sentía, quise lo que él quería. ¿Me había pasado antes? Creo que no. Me temblaban las manos.

Los Guardias habían llegado a Leon. No estaba segura de si intentaban proteger a Leon o a Seth. Aiden, en cambio, fue a por el Apollyon, como supuse que haría en cuanto le vi.

Estaba segura de que Aiden sabía que había sido un accidente, pero parecía querer apalearlos a los dos. Por lo que se decían y cómo se agarraban, Leon culpaba a Seth y este culpaba a todos menos a él mismo. Los Guardias parecían estar muy preocupados.

Tambaleándome y saliendo del pantano, me dirigí hacia ellos justo cuando Seth intentaba evitar a Aiden.

Con los ojos brillantes, Aiden lo agarró del cuello de la camiseta y lo apartó varios metros. No parecía ver que tenía el elemento más fuerte y mortal conocido por los dioses a unos centímetros de su cuerpo, o no le importaba.

—Ya basta —dijo Aiden empujando a Seth—. Apartaos.

—¿En serio quieres meterte? —preguntó Seth—. ¿Ahora?

—Más de lo que te imaginas.

Akasha tembló y Seth empujó a Aiden.

—Oh, y tanto que me lo imagino. ¿Y sabes qué? Es algo en lo que pienso… cada vez. ¿Sabes a qué me refiero?

—¿Es lo mejor que tienes, Seth? —Aiden empezó un mano a mano con el Apollyon. Y de repente me di cuenta de que aquello no sucedía solo por lo que acababa de ocurrir. Era mucho más—. Porque creo que tú y yo sabemos la verdad.

Oh, dioses benditos, aquello se estaba convirtiendo en una pelea entre chicos.

Seth se movió tan rápido que resultaba difícil verlo. Tenía un brazo hacia atrás, apuntando directamente a la mandíbula de Aiden. Él reaccionó igual de rápido y le agarró el brazo, apartándolo de nuevo.

—Vuelve a intentarlo, y no pararé —advirtió Aiden.

Un segundo después ya estaban pegándose. Los dos cayeron al suelo rodando y lanzándose puñetazos, solo se veía una mancha negra moviéndose, según lograba uno u otro estar arriba. Empecé a avanzar, pero me paré al poco. Ni siquiera estaban peleando como Centinelas. No había nada grácil en sus puñetazos ni en sus bloqueos. Estaban peleando como dos idiotas llenos de testosterona, y yo sentí la necesidad de ir hasta ellos y pegarles una patada en la cabeza.

Levanté las manos.

—Debe de ser una broma.

Los Guardias y Leon fueron a por los dos. Les costó separar a Aiden de Seth. Aiden tenía un corte en la mejilla y tenía unas gotitas de sangre. Seth tenía una raja en el labio.

—¿Ya habéis acabado? —preguntó Leon apartando a Aiden—. Aiden, tienes que parar.

Aiden se pasó la mano por la mejilla y se apartó de Leon.

—Sí, ya he acabado.

Los Guardias le decían lo mismo a Seth, pero cuando lo soltaron, Seth se abrió paso entre ellos.

—¿Creéis que podríais ganarme en una pelea? ¿Cualquiera de vosotros? ¡No me podéis ni tocar! Soy el maldito…

—¡Parad ya! —grité—. ¡Parad! —Seth se quedó de piedra y varios pares de ojos se fijaron en mí—. ¡Dioses! Estábamos entrenando. No hay por qué matarse por esto. —Miré a Aiden—. No tiene sentido. Así que parad de una maldita vez.

Se sentía la tensión en el aire, pero Seth se apartó y escupió un montón de sangre. Se estiró la camiseta y las marcas empezaron a desaparecer.

—Como iba diciendo, pero parece que sois demasiado estúpidos como para entenderlo, estábamos…

—Cállate Seth. —Cerré los puños.

Levantó las cejas.

Aiden seguía estando furioso. Sus ojos eran como lagos de plata.

—Ya está, ¿vale? —dije, sobre todo a él—. Estoy bien. Nadie ha muerto. Y ahora, si entre los tres lográis no mataros los unos a los otros, voy a darme una ducha, porque huelo a culo.

Los labios de Leon se torcieron como si quisiera sonreír, pero tras la mirada de furia que le lancé, su expresión volvió a la estoicidad a la que me tenía acostumbrada.

Pasé junto a él, temblando. Los vaqueros se me estaban helando sobre las piernas.

Seth se giró.

—Álex…

—No. —Me paré. Que ni se le ocurriese venir conmigo. Necesitaba alejarme de él, poner algo de distancia entre su rabia y yo antes de que me liase a dar puñetazos. Tenía que averiguar qué acababa de pasar allí, por qué había sentido con tanta intensidad los deseos de Seth.

—¡Álex! —gritó Seth—. Vamos.

—Déjame sola. —Volví a ponerme en marcha—. Ya he tenido suficiente por hoy. En serio. Fin.