Capítulo 8

Aquella noche, más tarde, cuando estaba medio dormida, escuché ese sonido que ya conocía de mi puerta abriéndose. Me incorporé sobre el codo y me aparté el pelo de la cara. El leve escalofrío que me recorrió la espalda me decía que era Seth. De nada servían las cerraduras con él. O las derretía o usaba el elemento aire para abrirlas desde el otro lado.

Se paró justo bajo la puerta. Sus ojos brillaban suavemente en la oscuridad.

Me sorprendió verle ahí, así que me costó un poco decir algo.

—No deberías estar aquí tan tarde, Seth.

—¿Acaso eso me ha detenido alguna vez? —Se sentó en el borde de mi cama. Podía sentir sus ojos sobre mí—. Esta tarde estabas de mucho mejor humor.

—Y yo que pensaba que se me estaba dando mejor lo de bloquearte.

—Y estás mejorando. Lo has hecho muy bien hoy en el entrenamiento.

—¿Y por eso has venido? —Oí cómo se quitaba los zapatos—. ¿Porque ahora lo tengo más difícil para tirarte comida?

—Quizá. —Oí una sonrisa en su voz.

—Empezaba a pensar que te estaba gustando más tu cama.

—Me echabas de menos.

Me encogí de hombros.

—Seth, sobre lo de Jackson…

—Ya te lo he dicho. No he tenido nada que ver. ¿Y por qué iba a hacer algo tan horrible?

—No lo sé. ¿Porque eres un psicótico?

Seth se rio.

—Eso de «psicótico» es muy fuerte. Significaría que no me siento culpable por lo que hago.

Arqueé una ceja.

—Pues lo que yo decía.

Levantó las sábanas, me aparté hacia un lado y vi cómo se metía dentro. Se puso de lado, mirando hacia mí.

—Has visto que tengo guardia personal. Sabrá que estás aquí.

—Me he cruzado con Linard por el camino. —Me apartó un mechón de pelo que me había caído sobre la mejilla y me lo puso detrás de la oreja—. Me ha dicho que estaba saltándome las normas. Y yo le he dicho que se fuera al carajo.

—¿Y él que te ha dicho?

Seth me puso una mano en el hombro, tapando el fino tirante de mi camiseta. El cordón empezó a vibrar suavemente.

—No parecía estar muy contento. Ha dicho que se lo iba a decir a Marcus.

El corazón me dio un pequeño vuelco. No tenía ninguna duda de que Aiden se enteraría. Seguro que Aiden ya sabía de los hábitos nocturnos de Seth, y se me hicieron unos nudos en el estómago al mirar a Seth. «No estoy con Aiden. No estoy con Aiden. No estoy haciendo nada malo». Me puse tensa.

—No es que Marcus pueda hacer nada. —Se inclinó sobre mí, haciendo que me pusiese boca arriba. Me acarició bajo el tirante y me dio un escalofrío al notar sus nudillos recorriendo mis clavículas—. Solo es el Decano.

—Y mi tío —señalé—. Dudo que le guste la idea de que haya algún chico durmiendo en mi cama.

—Hummm, pero yo no soy simplemente algún chico. —Inclinó la cabeza hacia abajo, y el pelo le cayó sobre la cara—. Soy el Apollyon.

La respiración se me aceleró.

—Pero las reglas… son también para ti y para mí.

—Ah, recuerdo aquella chica que no era capaz de cumplir una norma ni aunque le fuese la vida en ello. —Movió la cabeza, rozando su nariz contra la mía—. Y creo que lo que estamos haciendo ahora no es la peor norma que has incumplido.

Me puse roja al ponerle las manos en el pecho para evitar que recorriese aquellos dos o tres centímetros que nos separaban.

—La gente cambia —dije.

—Algunos, sí. —Puso el brazo junto a mi cabeza, apoyándose en él.

El cordón se estaba volviendo loco, obligándome a prestarle atención. Encogí los dedos de los pies.

—¿Has venido para hablar de las normas que he incumplido o qué?

—No. La verdad es que tenía una razón para venir.

—¿Y esa razón es…? —Me moví, incómoda, intentando ignorar la forma en que la piel comenzaba a cosquillearme, sobre todo las palmas de las manos. Gracias a los dioses, Seth llevaba puesta la camiseta.

—Dame un segundo.

Arrugué la frente.

—¿Por qué…?

Seth bajó la cabeza, posando sus labios contra los míos. Me sentía entre querer cerrar la boca y querer abrirme a él, era algo muy frustrante. Me dolía lo mismo estar con él que el estar lejos de él.

—¿Para… para esto has venido? —le pregunté cuando levantó la cabeza.

—No era la razón principal.

—¿Y entonces por qué…? —Su boca cortó la frase y el beso se hizo más profundo, robando mis quejas. El cordón saltó cuando sus manos bajaron por mi brazo, por mi tripa y se metieron bajo mi camiseta.

Sonrió contra mis labios.

—Tengo que viajar con Lucian durante las vacaciones de invierno. No volveré hasta finales de Febrero.

—¿Cómo? —El zumbido del cordón empezaba a ser excesivo y me costaba concentrarme. Me sorprendió un tanto que se fuese estando mi dieciocho cumpleaños tan cerca, ya que supuse que se quedaría metido en mi habitación las semanas antes de que Despertase—. ¿Dónde te vas?

—Al Covenant de Nueva York —respondió, enredando su otra mano entre mi pelo—. Ha habido algunos problemas que requieren la atención del Consejo.

Empecé a verlo todo más claro.

—Quiero ir contigo. Mi padre está…

—No, no puedes venir. Allí no podemos garantizar tu seguridad.

—Me da igual. Quiero ir. Tengo que ver a mi padre. —Por la cara que puso vi que no me lo estaba ganando—. Estarás tú. No puede pasarme nada. Además, aquí voy a estar menos segura si tú no estás. —Me dolió decir esas últimas palabras, pero mandé mi orgullo a paseo. Era más importante ver a mi padre.

Seth sonrió levemente, disfrutando del pequeño subidón de ego.

—Marcus le ha asegurado a Lucian que aquí estarás bien protegida. Tu querido pura sangre se cortaría las venas antes de dejar que te pasase algo.

Me quedé boquiabierta.

—¿Qué? —Subió la mano hasta mis costillas—. Es cierto. Y Leon y Linard también estarán aquí, cuidando de ti. Estarás bien.

No tenía miedo de quedarme sola. Simplemente quería ver a mi padre.

—Seth, tengo que ir.

Me besó el labio inferior, en el que solo me había quedado una pequeña cicatriz.

—No, claro que no. No vas a venir. Ni siquiera yo podría conseguir que Lucian aceptase que volvieses a ese infierno.

Mi mente iba a cien, intentando buscar una forma de poder convencerle.

—Ni se te ocurra intentar escaparte, porque todos esperan que lo hagas. No creo que pueda sentirte desde tan lejos, pero desde el día en que me vaya, alguien estará vigilándote. Así que ni lo pienses. En serio.

—No necesito una maldita niñera.

—Claro que la necesitas. —Sus labios encontraron mi barbilla—. La chica que no es capaz de cumplir una norma ni para salvar su vida sigue en tu interior.

—Eres un capullo.

—Me has llamado cosas peores, así que lo tomaré como un cumplido. —Sonrió a pesar de que sabía que en su interior estaba sintiendo toda mi ira.

—¿Cuándo te vas? —pregunté, intentando que mi voz sonase neutra.

—Me voy el sábado por la noche, así que estás atrapada conmigo hasta entonces. —Me besó la base del cuello.

—Genial —murmuré. Las clases se acababan el miércoles. Casi todos los puros se iban de vacaciones superpijas, lo que significaba que la mayoría de los Guardias se irían para protegerlos.

Algunos mestizos también se irían —alguno que siguiese en contacto con su familia mortal o se llevase bien con el pura sangre—. Aún podía haber alguna posibilidad de que me pudiese escapar, ¿pero cómo iba a ir hasta Nueva York? Ni siquiera tenía carnet de conducir, aunque ese era el menor de mis problemas.

Tendría que llegar hasta Nueva York sin que me matasen por el camino.

Seth volvió a besarme y yo me revolví, apartándole mientras nuestra conexión parecía querer ahogarme.

—¿Y por qué tienes que irte? —le pregunté. Necesitaba algo, lo que fuese, en lo que concentrarme para no hacer caso al cordón, que se tensaba cada vez más.

Se enrolló mechones de mi pelo en los dedos.

—Hay un problema con… los sirvientes de los Catskills.

—¿Qué? —El miedo floreció en mi interior, creciendo tan rápido como las malas hierbas—. ¿A qué te refieres?

—Algunos desaparecieron tras el ataque. No han encontrado sus cuerpos y no se escapó ningún daimon. —Volvió a darme un rápido y profundo beso antes de volver a hablar—. Parece que el elixir no funciona muy bien.

—¿Sabes algo de los desaparecidos? —Le agarré la mano antes de que siguiese indagando por debajo de mi camiseta.

—No creo que tu padre esté entre los desaparecidos, pero en cuanto pueda confirmarlo, te lo haré saber. —Se inclinó hacia delante y, como lo tenía agarrado de la muñeca, no pude pararle—. No quiero seguir hablando. Voy estar fuera muchas semanas.

Su peso hizo saltar de alegría al cordón mientras yo luchaba por prestar atención.

—Seth, esto… esto es importante. ¿Qué ha pasado con el elixir?

Suspiró.

—No lo sé. Parece que ya no es tan fuerte.

—¿Tan fuerte?

—Sí, los mestizos… empiezan a ser conscientes de sí mismos. Como los ordenadores de Terminator.

Era una comparación extraña, pero entendí a qué se refería. Y guau, lo que estaba pasando era algo bastante importante. El elixir era una mezcla de hierbas y compuestos químicos que hacían que los mestizos estuviesen atontados y serviciales. Sin él, dudaba que los mestizos esclavizados estuviesen contentos con lo que les había tocado en la vida.

—Aquí parece que sí que funciona.

—Es eso. Que funciona en todas partes menos allí. El Consejo quiere que nos aseguremos de que no pasa nada en Nueva York, sobre todo después del ataque.

—¿Pero por qué tienes que ir tú?

—No lo sé, Álex. ¿Podemos hablarlo luego? —Me miró con los ojos brillantes—. Quiero hacer otras cosas.

El cordón zumbó, como si estuviese de acuerdo.

—Pero…

Seth volvió a besarme y apretó más su mano contra mi tripa. Le solté la muñeca para empujarle de encima, pero me encontré agarrándole de la camiseta. El aire a nuestro alrededor crepitó. Algo empezaba a crecer en mi interior, una advertencia de que la maldita conexión no iba a traer nada bueno.

Sentí cómo el cordón salía a la superficie incluso antes de abrir los ojos. Las luces ámbar y azul proyectaban sombras extrañas en las paredes de mi habitación. Me sentí paralizada por ellas durante un segundo. Se me hacía realmente extraño que fuésemos nosotros los causantes. Que viniesen de nuestro interior.

Me asustó un poco.

Una de sus manos estaba por todas partes, bajando por mi brazo, por mi pierna, y nuestros cordones se unían en una espiral sin fin, conectándonos. Agarré su camiseta con los dedos, tirando de él hacia arriba y hacia abajo.

De repente, me ardía la piel bajo su mano. Pequeños pinchazos de dolor me cortaban la respiración. Sentí algo en el estómago, era akasha pasando a través de nuestros cordones. Un pequeño momento de cordura me recordó lo ocurrido la última vez que nos unimos. Estábamos moviéndonos juntos en la cama, y aquella vez había poca ropa que quitar.

El pánico clavó sus garras en mí. No estaba lista para hacerlo, con Seth. Le solté la camiseta y le empujé fuerte para poder salir de debajo suya y romper la conexión. Me puse de rodillas, tocándome la tripa.

—Eso… duele.

Seth parecía mareado.

—Perdón, no puedo controlarlo.

Con las manos temblando me levanté la camiseta para ver lo que supuse que habría. Centrada sobre mi ombligo, justo debajo de las costillas, tenía una marca brillante que parecía una doble tilde unida por arriba.

—Es la marca de la energía de los dioses —susurró Seth sentándose—. Joder, Álex, esta es buena, mañana deberíamos intentar volar algo por los aires. Sé que se te dio fatal porque era la primera vez que lo intentabas, pero estoy seguro de que ahora va a funcionar.

Era increíble lo rápido que había pasado de querer hacerlo a querer volar algo por los aires. Seth parecía más emocionado por la runa que por cualquier otra cosa, y sus ojos volvían a tener aquel brillo de locura.

Puso sus manos alrededor de la marca.

—Primero aparecen cuatro marcas: valor, fuerza, energía e invencibilidad. Pero la de la energía, esa es akasha. ¿Has visto dónde está? —Quiso tocar la marca, pero me aparté y él frunció el ceño—. Bueno, da igual, de ahí es de donde sacas la energía.

También es donde se quedaba el cordón inactivo cuando no intentaba convertirme en una hormona con patas.

—¿Qué pasa cuando te llega la cuarta marca?

Seth se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cara. La luz de luna que se filtraba por las persianas brillaba en su cara.

—No lo sé. A mí me vinieron todas de golpe, pero aparecieron en ese orden: en ambas palmas, en la tripa y en la nuca. Y luego todo lo demás.

De repente se me secó la boca. Me solté la camiseta y me senté en el borde de la cama.

—¿Crees que Despertaré antes si me aparece la cuarta?

Levantó la mirada.

—No lo sé, ¿sería algo malo?

Me sentí mareada.

—Igual deberíamos dejar de… tocarnos y esas cosas hasta que cumpla los dieciocho.

—¿Qué?

—Seth, no puedo Despertar antes de tiempo.

Negó con la cabeza.

—No lo entiendo, Álex. Las cosas irán mucho mejor en cuanto Despiertes. No tendrás que volver a preocuparte por Telly ni por las furias. Demonios, ni siquiera los dioses podrán tocarnos. ¿Cómo no va a ser algo bueno?

No era bueno porque, en cuanto Despertase, era bastante probable que me perdiese a mí misma durante el proceso. Seth me advirtió hacía tiempo que sería como dos mitades uniéndose, que aquello que él desease afectaría a mis decisiones y elecciones. No volvería a tener el control sobre mí misma ni sobre mi futuro.

Aiden tenía razón aquel día en la cámara de aislamiento sensorial. Estaba aterrada.

—Álex. —Me cogió la mano con delicadeza, con dulzura—. Que Despiertes ahora será lo mejor para… los dos. Incluso podríamos intentarlo, ver si conseguimos que aparezca la cuarta marca. Quizá no pase nada. Quizá Despiertes.

Me solté la mano. La determinación de sus palabras me asustó.

—¿Estás… estás haciéndolo aposta, Seth?

—¿Hacer qué?

—Intentar hacer que Despierte antes, tocándome o lo que sea.

—Te toco porque me gusta. —Volvió a intentar tocarme, pero le aparté la mano—. ¿Qué pasa contigo? —preguntó.

—Lo juro por todos los dioses, Seth, si estás haciendo esto aposta pienso acabar contigo.

Seth arrugó las cejas.

—¿No crees que estás siendo un tanto melodramática?

—No lo sé. —Y lo decía en serio. Las palmas me picaban, la tripa me ardía y el cordón por fin se estaba calmando—. No has hecho nada conmigo en las últimas semanas más que entrenar, y vas y apareces esta noche aquí, todo cariñoso y sobón. ¿Y justo pasa esto?

—Estaba cariñoso y sobón porque voy a estar fuera varias semanas. —Seth se bajó de la cama elegantemente—. Y no te estaba evitando. Simplemente te estaba dando espacio.

—¿Y por qué has venido esta noche?

—Sea por lo que fuere, está claro que ha sido un error. —Se agachó para coger los zapatos—. Parece que solo vengo para utilizarte para mis malvados planes.

Me bajé de la cama. ¿Me estaba volviendo paranoica?

—¿Qué haces?

—¿Qué te parece? No quiero estar donde no se me quiere.

Empecé a sentir un cierto malestar que me retorcía por dentro.

—¿Entonces por qué has venido si… no es para eso?

Levantó la cabeza. Sus ojos eran de un color acre furioso, como un león acorralado que se debate entre huir y atacar.

—Te echaba de menos, Álex. Por eso. Y voy a echarte de menos. ¿Acaso se te ha pasado eso alguna vez por la cabeza?

Oh, oh dioses. Me puse roja, sintiéndome culpable. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Me sentía lo peor.

Seth apartó la mirada.

—Supongo que te veré a la vuelta. —Se giró hacia la puerta—. Tú solo… ten cuidado.

—Mierda —murmuré. Salí disparada y me puse delante de la puerta—. Seth…

—Aparta del medio, Álex.

Sus palabras me hirieron, pero respiré profundamente.

—Mira, todo esto de las marcas y del Despertar me tiene muerta de miedo. Ya lo sabes, pero… pero no debería haberte acusado de nada.

No cambió la expresión de su cara.

—Pues no.

Le agarré la mano y dio un paso atrás.

—Lo siento, Seth.

Miró hacia el infinito, con la boca cerrada.

—Lo siento de veras. —Le solté la mano y apoyé la cabeza contra su pecho. Con cuidado, le rodeé con mis brazos—. Lo que pasa es que no quiero convertirme en otra persona.

Seth tomó aire.

—Álex…

Cerré los ojos con fuerza. Con conexión o sin ella, me preocupaba por él. Era importante para mí y quizá sentía por él algo más que lo que la conexión me hacía sentir. A lo mejor simplemente era que me preocupaba por él igual que me había preocupado por Caleb. Sea como fuere, no quería herir sus sentimientos.

Soltó los zapatos y me abrazó.

—Me vuelves loco.

—Lo sé. —Sonreí—. El sentimiento es mutuo.

Rio y me besó en la frente.

—Vamos. —Empezó a guiarme hacia la cama.

Me quedé un poco parada. No querer herir sus sentimientos no significaba que quisiera acabar con una marca en la nuca. Seth me metió en la cama.

—A dormir, Álex. Nada más… a no ser que… —Su mirada cayó sobre el tirante de mi camiseta—. Sabes, deberías llevarlo más a menudo. Deja poco a la imaginación, y me gusta.

Me puse completamente roja. Pasé por encima de él y me arropé hasta la barbilla. Seth se rio y se tumbó. Me pasó un brazo por la cintura, arrimándose bien cerca. Respiraba tranquilo, no como yo, que parecía que se me iba a salir el corazón del pecho. Además, estaba sonriendo, como si no hubiésemos discutido.

—Eres un pervertido —dije por enésima vez.

—Me has llamado cosas peores.

Y supuse que en el futuro volvería a hacerlo.