Capítulo 7

El aire me dolía al respirar. Ojalá le pudiese ver la cara, los ojos. Quería saber en qué estaba pensando, tocarle. Sin embargo me quedé allí quieta, solo mi corazón seguía en movimiento.

Volvió a acariciarme con el pulgar.

—Eso es lo que me da miedo. —Entonces se levantó—. Estaré en la otra sala de entrenamiento cuando estés lista… para volver a tu habitación.

Cuando abrió la puerta entró un breve destello de luz del exterior y luego la oscuridad volvió a cubrirme.

No me movía, pero mi cerebro iba a toda velocidad. Tenía miedo de que nunca le permitieran sentir lo que sentía. Dioses, no era estúpida, aunque ojalá lo fuese. Sabía a qué se refería y también sabía que no significaba nada. Una parte de mí estaba cabreada, porque se había atrevido a decirlo cuando lo único que lograba con ello era dejarme un doloroso deseo en el pecho, un deseo tan intenso que podría sepultarme bajo su peso. ¿Y por qué admitirlo justo en ese momento, cuando anteriormente le había pedido que simplemente me dijese que él sentía lo mismo y lo negó? ¿Qué había cambiado?

Y tenía razón sobre lo otro. Me aterraba convertirme en algo que no pudiese controlar, rendirme a la conexión, a Seth. Era como si a pesar de haber logrado pasar por todos los demás obstáculos de mi vida, quedase otro, aquel sobre el cual no podía pasar con la temeridad de la antigua Álex.

La puerta volvió a abrirse y el suave murmullo de dos voces masculinas flotó por la sala. Sonó una profunda risa mientras sus pies se hundían en el blando suelo. Podría haber dicho algo, pero estaba demasiado sumida en mis pensamientos como para poder decir una sola palabra.

Un segundo más tarde, unos pies tropezaron con mis piernas y sonó un grito de sorpresa. Un cuerpo cayó sobre mí. Solté un «ejem» y le aparté las manos de mi pecho.

—¡Dioses, Álex! —exclamó Luke, rodando de encima de mí y sentándose a mi lado—. Por todos los Hades, ¿qué haces aquí?

—¿Cómo has sabido que soy yo solo con tocarme las tetas? —gruñí, pasándome un brazo por la cara.

—Es un superpoder.

—Guau.

Luke resopló. Sentí cómo el suelo vibraba cuando se dirigió hacia su silencioso y misterioso compañero.

—Hey —dijo Luke—, ¿puedes darnos un minuto?

—Claro. Como quieras —respondió el chico cerrando de nuevo la puerta. La voz me resultaba superfamiliar, pero por más que lo intentaba, no lograba ponerle cara.

—Pervertido —le dije—. ¿Para qué usas esta sala, Luke? Qué cochino.

Rio.

—Seguro que para algo más entretenido y normal que tú. Tú eres la única que se mete en la oscuridad de una habitación sensorial como si fuese un bicho raro. ¿Qué hacías aquí? ¿Montando un complot para revolucionar el Covenant? ¿Meditar? ¿Darte placer?

Hice una mueca.

—¿No tienes nada mejor que hacer?

—Claro que sí.

—Entonces vete. Esta sala ya está ocupada.

Luke suspiró.

—No seas ridícula.

Me pareció gracioso, teniendo en cuenta que él no tenía ni idea de qué hacía allí dentro. Luke no tenía ni idea de qué acababa de pasar allí. Seguramente pensaría que me estaba escondiendo de todo el mundo o volviéndome loca. Esa parte todavía la tenía pendiente y era muy probable que pudiese suceder. Si hubiese sido Caleb el que hubiese entrado, lo habría sabido. Respiré profundamente.

De repente me di cuenta de que no llevaba mejor lo de echarle de menos.

—Es una mierda no tener amigos, ¿verdad? —preguntó Luke tras unos momentos.

Arrugué la frente.

—Sabes, menos mal que no eres psicólogo, porque se te da fatal hacer que la gente se sienta mejor consigo mismo.

—Pero sí tienes amigos —continuó como si no hubiese dicho nada—. Lo único es que parece que nos has olvidado.

—¿A quién?

—A mí —Luke se estiró a mi lado—. Y a Deacon. Y también a Olivia.

Resoplé.

—Olivia me odia.

—Claro que no.

Y una mierda. —Dejé caer el brazo, mirándole en la oscuridad—. Me culpa por la muerte de Caleb. Ya la oíste el día de su funeral y ayer en el pasillo.

—Está dolida, Álex.

—¡Y yo también! —Me senté con las piernas cruzadas.

Las colchonetas temblaron cuando Luke se tumbó de lado.

—Ella quería a Caleb. Aunque a los demás nos parezca imposible querer a alguien, ella le quería.

—Yo también. Él era mi mejor amigo, Luke. Me culpa por la muerte de mi mejor amigo.

—Ya no te culpa por nada.

Me arreglé los pelillos que se escapaban de mi coleta.

—¿Y eso desde cuándo? ¿Ha pasado en las últimas veinticuatro horas?

Impertérrito, Luke se sentó y, de algún modo, logró encontrar mi mano en la oscuridad.

—El día que se te acercó en el pasillo quería pedirte perdón.

—Es gracioso, porque recuerdo que dijo algo como que debía tragarme mi dolor. —No aparté mi mano de la suya, porque la verdad es que estaba bien que alguien me tocase sin que ocurriese nada extraño—. ¿Acaso es esa una nueva forma de disculparse que yo no conozco?

—No sé en qué estaría pensando. Quería disculparse, pero no te paraste a hablar con ella —explicó Luke suavemente—. Y perdió los papeles. Se portó fatal, y ella lo sabe. Y que luego la humillases delante de todo el mundo tampoco es que ayudase mucho, la verdad.

La antigua Álex se habría reído al oír eso, pero no me hizo sentir mejor.

—Tienes que hablar con ella, Álex. Os necesitáis la una a la otra.

Aparté la mano y me levanté rápidamente. De pronto, la sala me resultaba agobiante e inaguantable.

—No la necesito. Ni a ella, ni a nadie.

Luke se puso a mi lado en un santiamén.

—Eso es lo más infantil que has dicho nunca.

Entrecerré los ojos en su dirección.

—Y tengo algo incluso más infantil que decirte: estoy a dos segundos de pegarte.

—Eso no es nada bonito —dijo Luke burlándose y dando vueltas a mi alrededor—. Necesitas amigos, Álex. Por muy bueno que esté Seth, no puede ser tu único amigo. Necesitas estar con alguna chica. Necesitas alguien a quien poder llorarle, alguien que no intente acostarse contigo. Necesitas alguien que quiera estar contigo no por lo que eres, sino por quién eres.

Abrí la boca de par en par.

—Guau.

Luke debió sentir mi asombro, porque se rio.

—Todo el mundo sabe qué eres, Álex. Y la mayoría piensa que es bastante guay. Lo que no creen que mole tanto, y es la razón por la que todo el mundo te evita, es tu actitud. Todos entienden que estés dolida por lo de Caleb y lo de tu madre. Lo pillamos, pero eso no significa que tengamos que aguantar tus constantes gilipolleces.

Abrí la boca para decirle a Luke que no era yo la que se estaba portando mal, que eran todos los que, desde que volví, me habían estado tratando como si fuese un bicho raro —y antes incluso—, pero no logré decir nada. A parte de pasar tiempo con Seth, me había aislado de todos los demás.

A veces era una persona horrible. Tenía mis razones, buenas razones, pero no eran más que excusas. Sentí un tremendo peso sobre mi pecho.

Entre el silencio y la oscuridad que nos rodeaba, Luke me encontró y pasó sus brazos por encima de mis hombros.

—Bueno, a lo mejor tenemos que aguantarlas un poco. Después de todo, eres un Apollyon. —Pude oír una sonrisa en su voz—. Y aunque hayas sido una tremenda imbécil, seguimos queriéndote y nos preocupamos por ti.

Se me hizo un nudo en la garganta. Intenté aguantar, en serio, pero sentí cómo las lágrimas me picaban en los ojos y todos mis músculos se relajaban. No sé cómo, mi cabeza encontró su hombro, y él me dio unas palmaditas reconfortantes en la espalda. Por un segundo, imaginé que Luke era Caleb, y en mi mente hice como que le contaba todo cuanto había ocurrido. Mi Caleb imaginario me sonrió, me abrazó más fuerte y me ordenó que me recompusiese. Daba igual cuanto hubiese ocurrido y todo lo que hubiese descubierto, que el mundo no había acabado ni iba a hacerlo. Y por el momento, me pareció suficiente.

Cuando salí de la cámara sensorial, Aiden estaba esperándome. No dijo nada. Los dos habíamos dicho, y probablemente pensado, más que suficiente. El ambiente entre nosotros no era raro, pero había una cierta sensación de… incertidumbre. Aunque también podría ser cosa mía, que estaba proyectando mis propios sentimientos en él.

Recorrimos el paseo, dirigiéndonos hacia la residencia. El viento arrastraba arena y el aire estaba cada vez más húmedo y frío según nos acercábamos al jardín.

Había dos puros mirando la estatua de mármol de Apolo intentando coger a Dafne mientras ella se convertía en árbol. Uno de ellos le dio con el codo al otro.

—Hey, mira, Apolo se está poniendo palote.

Su amigo se rio y yo puse los ojos en blanco.

—Álex. —Había algo en la voz de Aiden, una cierta dureza que me decía que lo que me iba a decir a continuación iba a ser fuerte. Me miró a la cara y luego detrás mío—. ¿Pero qué demonios…?

No era lo que esperaba.

Aiden pasó corriendo por mi lado, prestando toda su atención a algo que no era yo. Mierda. Me giré.

—No me… oh.

Y vi aquello que había cortado a Aiden.

Dos mestizos llevaban a hombros a un Jackson a penas consciente —un Jackson casi irreconocible—. Era como si hubiese elegido el bando perdedor de una enorme pelea. Cada centímetro de su piel estaba amoratada o sangrando, los ojos hinchados, los dos labios abiertos y una profunda marca que le cruzaba la cara que se asemejaba sospechosamente a la suela de una bota.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Aiden, poniéndose en el lugar de uno de los mestizos y prácticamente soportando todo el peso.

El mestizo negó con la cabeza.

—No lo sé. Nos lo encontramos así en el patio.

—Me… me he caído —dijo Jackson chorreando sangre. Creo que incluso le faltaba algún diente.

Aiden parecía dudar algo.

—Álex, por favor, vete directamente a tu cuarto.

Asentí enmudecida y me aparté. Seguía cabreada con Jackson. Había intentado estampar su pie contra mi cabeza, pero lo que le habían hecho era terrible, y bien calculado.

Mi mirada y la de Aiden se cruzaron durante un segundo mientras lo arrastraba hacia el edificio médico. Me volvió a la mente la conversación con Seth.

¿Con quién te has peleado en clase? —me preguntó.

—Siempre me juntan con Jackson.

Oh dioses, había sido Seth.

Era como si Seth quisiera evitarme la mayor parte del tiempo, seguramente por todo aquello del bocadillo de jamón. O se cancelaban nuestros entrenamientos o estos consistían en trabajar mis escudos mentales. Durante toda una semana, cada vez que lo veía, le preguntaba por Jackson. Con cara inocente me decía que él no había sido. No le creía y se lo dije justo así.

Me miró sin expresar ninguna emoción y dijo:

—¿Y por qué iba a hacer algo así?

Prefería pensar que él no había sido, porque quien fuera el que le hizo aquello a Jackson, le había dejado fuera de combate por un tiempo largo. Jackson no decía nada, literalmente. Tenía la boca cerrada con hierros y oí que el dentista había tenido que hacer un gran trabajo. Aunque se curaría bastante más rápido que un mortal, sabía que iba a seguir sin decir nada. Le había asustado, pero bien.

Y aunque quería creer que no había sido Seth, no me podía quitar la sospecha de encima. ¿Quién si no iba a hacerle algo así a Jackson? Seth tenía un motivo —un motivo que me ponía enferma—. Si había sido él, era por lo que Jackson me había hecho en clase. ¿Pero cómo podía hacer algo tan violento… tan inestable? La pregunta me estaba volviendo loca.

Lo bueno era que, aquel extraño estado de ánimo que me acompañó durante un tiempo, desapareció. Una pequeña parte de mí echaba de menos la compañía que por las tardes me proporcionaba Seth, y la forma en que siempre me convertía en una almohada humana por las noches, pero había otra parte de mí que sentía cierto alivio. Como si nadie esperase nada especial de mí.

Aunque nadie había intentado drogarme ni matarme, Linard y Aiden continuaban siguiéndome a todas partes. Cuando estaban ocupados, era la enorme sombra de Leon la que me seguía. Había tomado la costumbre de pasar por las salas de entrenamiento hasta cuando no tenía que entrenar con Seth. Sabía que Aiden podía encontrarme allí. No volvimos a hablar sobre nuestros miedos, pero simplemente… nos veíamos… en la sala de entrenamiento.

Puede sonar cursi, sin embargo era como en los viejos tiempos, antes de que todo se tornase una locura. A veces Leon nos encontraba allí. Nunca pareció sospechar nada, ni sorprenderse. Ni siquiera la última vez, cuando nos vio sentados contra la pared discutiendo sobre si los fantasmas existían o no.

Yo no creía en ellos.

Aiden sí.

Leon pensaba que los dos éramos idiotas.

Pero vaya, lo estaba deseando. Simplemente estar allí sentados, hablando. Sin entrenar. Sin intentar usar akasha. Aquellos momentos con Aiden, incluso cuando Leon se nos unía, eran mi parte preferida del día.

No había vuelto a intentar ahogar a Olivia, pero todo era superincómodo cuando nos veíamos —no es que me sorprendiese—. Empecé a comer en la cafetería con Seth. El segundo día Luke se sentó con nosotros, luego Elena, y al final Olivia. No hablamos, pero tampoco nos gritamos nada.

Aunque, algunas cosas nunca cambian. Llegaron las festividades mortales de Navidad y Año Nuevo. Y tal como llegaron, pasaron, igual que la mayor parte de enero. La mayoría de los puros seguía temiendo que los mestizos se convirtiesen en criaturas sedientas de éter y los atacasen en cualquier momento. Deacon, el hermano de Aiden, era uno de los pocos que se atrevía a sentarse cerca de nosotros en clase o a hablarnos por el campus. Otra cosa que no había cambiado era mi incapacidad a la hora de escribirle una carta a mi padre. Cada noche que pasaba sola, empezaba una carta y la dejaba. Tenía el suelo lleno de bolas de papel.

«Simplemente escribe qué sientes, Álex. Piensas demasiado» —dijo Aiden cuando me quejé—. «Hace ya dos meses que sabes que está vivo. Tienes que escribir sin pensar».

¿Dos meses? No me parecía tanto tiempo. Aquello significaba que me quedaba poco más de un mes para Despertar. Quizá solo intentaba que el tiempo pasase más lento. Sea como fuere, no podía evitar plasmar mis sentimientos y, si mi padre era tan listo como pensaba, no querría que pensase que tenía problemas.

Después de entrenar con Seth, cogí el cuaderno y me fui hacia una de las salas comunes, la que tenía menos gente. Me encogí en la esquina de un sofá rojo y me quedé mirando a la página en blanco mientras mordisqueaba el boli.

Linard se quedó apoyado en la puerta, aburrido. Cuando me pilló mirándole, hice una mueca y volví a quedarme mirando las líneas azules del papel. Luke me interrumpió varias veces, intentando que jugase con él una partida al air hockey.

Cuando volví a sentir su sombra sobre mí, gruñí.

—Que no quiero…

Olivia estaba frente a mí. Llevaba puesto un jersey gordo de cachemir que me encantó en cuanto lo vi. Tenía los ojos bien abiertos.

—Eh… perdón —dije—. Pensaba que eras Luke.

Se pasó una mano por su pelo rizado.

—¿Está intentando que juegues al futbolín?

—No. Ahora se ha pasado al air hockey.

Rio nerviosa y miró hacia el grupito que estaba jugando. Se puso recta y señaló hacia el hueco que había a mi lado.

—¿Puedo sentarme?

El estómago me dio un vuelco.

—Claro, si quieres…

Olivia se sentó y se frotó las palmas contra los pantalones. Pasó un buen rato sin que ninguna de las dos dijese nada. Ella fue la primera en romper el silencio.

—Bueno, ¿qué… qué tal todo?

Era una pregunta preparada, y me salió una risa ahogada y dura. Me puse el cuaderno contra el pecho y miré a Luke. Hacía como que no se había dado cuenta de que estábamos juntas.

Suspiró y empezó a levantarse.

—Vale. Ya veo…

—Lo siento —dije en voz baja y ronca. Sentí cómo me ardían las mejillas, pero me obligué a continuar—. Lo siento todo, sobre todo lo del pasillo.

Olivia apretó las piernas.

—Álex…

—Sé que querías a Caleb, y que no he pensado nada más que en mi dolor. —Cerré los ojos y me tragué el nudo que cerraba mi garganta—. Ojalá pudiese volver atrás y cambiar todo lo sucedido aquella noche, en serio. He pensado un millón de veces qué pude haber hecho de otra forma.

—No deberías… hacerte eso —dijo en voz baja—. Al principio no quería saber qué había pasado, ¿sabes? Los detalles y todo eso. No podía con ello. Aunque al final, hace como una semana, hice que Lea me lo contase todo.

Me mordí el labio sin saber muy bien qué decir. No había aceptado mi disculpa, pero estábamos hablando.

Respiró profundamente. Los ojos le brillaban.

—Me dijo que Caleb la había salvado. Que tú estabas peleando contra otro daimon y que, si él no la hubiese agarrado, ahora estaría muerta.

Asentí agarrando con fuerza el cuaderno. Me volvieron los recuerdos de aquella noche, de Caleb pasando a mi lado.

—Fue muy valiente, ¿verdad? —dijo con voz entrecortada.

—Sí —dije segura y con fuerza—. Ni siquiera lo dudó un segundo, Olivia. Fue muy rápido y lo hizo bien, pero el daimon… fue más rápido.

Parpadeó varias veces, y las pestañas se le humedecieron.

—Sabes, me contó qué pasó en Gatlinburg. Por cuanto tuvisteis que pasar y cómo lograste sacarlo de la casa.

—Fue pura suerte. Mi madre y los otros empezaron a pelearse. No hice nada especial.

Olivia me miró.

—Él te admiraba muchísimo, Álex. —Hizo una pausa y rio en voz baja—. Cuando empezamos a salir, estaba celosa de ti. Era como si nunca pudiese superar todo lo que habíais pasado juntos. Caleb te quería muchísimo.

—Y yo le quería. —Tomé aire—. Y él te quería a ti, Olivia.

Sonrió llorosa.

—Supongo que necesitaba culpar a alguien. Podría haber sido Lea o a los Guardias que no pudieron mantener fuera a los daimons. No lo sé. Es solo que tú tienes esa fuerza imparable, eres un Apollyon. —Sus rizos rebotaron al mover la cabeza—. Y…

—No soy un Apollyon, todavía. Pero sé a qué te refieres. Lo siento. —Apreté el alambre del cuaderno—. Ojalá…

—Y lo siento. —Me giré hacia ella—. No fue culpa tuya. Fui una estúpida por haberte culpado. Aquel día en el pasillo solo quería disculparme, pero al final todo salió mal. Y sé que Caleb me odiaría por culparte a ti. No tenía que haberlo hecho nunca, pero es que estaba muy dolida. Le echo mucho de menos. —Se le rompió la voz y se giró tomando aire—. Sé que no son más que excusas, aunque no te culpo.

La garganta se me llenó de lágrimas.

—¿En serio?

Olivia negó con la cabeza.

Quería darle un abrazo, pero no estaba segura de si estaría bien hacerlo. Igual era demasiado pronto.

—Gracias. —Quería decir más cosas, pero no encontraba las palabras para hacerlo.

Cerró los ojos.

—¿Quieres oír algo gracioso?

Parpadeé.

—Claro.

Se giró hacia mí y sonrió aunque tenía los ojos inundados de lágrimas.

—Después de que Jackson y tú os peleaseis el otro día, todo el mundo hablaba de ello en la cafetería. Cody pasó a nuestro lado y dijo alguna impertinencia. No me acuerdo de qué, seguramente algo sobre lo estupendo que es ser un pura sangre. —Puso los ojos en blanco—. Bueno, el caso es que Lea se levantó como si nada y le tiró todo el plato de comida sobre la cabeza. —Se rio—. Sé que no debería reírme, pero ojalá lo hubieses visto, fue muy gracioso.

Abrí la boca, sorprendida.

—¿En serio? ¿Y qué hizo Cody? ¿Lea tuvo algún problema?

—Cody se cabreó y dijo que no éramos más que un puñado de infieles o alguna tontería por el estilo. Creo que a Lea la han castigado, y su hermana no estaba demasiado contenta con ella.

—Guau. No parece algo típico de Lea.

—Parece que ha cambiado —Olivia se calmó—. Ya sabes, después de todo aquello. No es la misma. En fin, tengo que hacer algunas cosas, pero… me alegro de que hayamos hablado.

Nuestras miradas se cruzaron y sentí que parte de la tensión se había desvanecido. No sería como antes, al menos no en un tiempo.

—Yo también.

Sonrió aliviada.

—¿Nos vemos en la cafetería mañana para comer?

—Claro. Ahí estaré.

—La semana que viene me voy con mi madre para pasar con ella las vacaciones de invierno. Tiene que ir a algo del Consejo y quiere que vaya con ella, pero a la vuelta, ¿hacemos algo juntas? No sé, como ver una peli o salir.

Los mortales tenían vacaciones durante las Navidades, pero nosotros las teníamos todo el mes de febrero para celebrar el Antesterión. En los viejos tiempos, la fiesta duraba solo tres días y todo el mundo se emborrachaba en honor a Dionisos. Era como la Noche de Todos los Santos, y el carnaval acababa en una enorme orgía de borrachos. En algún momento los puros extendieron la fiesta a un mes entero, más en calma, y lleno de sesiones del Consejo. Los esclavos antes podían participar, aunque aquello también había cambiado.

—Sí, claro, sería genial. Me encantaría.

—Bien, pues ya te diré —Olivia se levantó para marcharse, pero se paró en la puerta. Se giró, me saludó con la mano y me dedicó una pequeña sonrisa antes de marcharse completamente.

Miré el cuaderno. Parte del dolor y la culpa que tenía tras la muerte de Caleb se desvaneció. Respiré profundamente y le garabateé una rápida nota a Laadan, diciéndole que no se preocupase por el incidente con la bebida y agradeciéndole que me contase lo de mi padre. Después escribí dos frases debajo del corto párrafo.

Por favor, dile a mi padre que LE QUIERO. Solucionaré la situación.

Aquella misma noche, más tarde, cerré la carta y se la di a Leon, que estaba esperando fuera de mi edificio, para que se la diese a Aiden.

—¿Puedo preguntar qué haces pasándole notitas a Aiden? —Miró la carta como si fuese una bomba.

—Es una carta de amor. Le pido haga un circulito en si «» o si «No» me quiere.

Leon me lanzó una mirada insulsa, pero se metió la carta en el bolsillo de atrás. Le sonreí traviesa antes de cerrar la puerta. Ahora que había escrito la carta era como si me hubiesen quitado el peso de un camión de los hombros. Me aparté de la puerta y fui hasta el escritorio. Con los dedos descalzos le pegué a algo gordo y pesado.

—¡Ay! —Saltando sobre una pierna, miré hacia abajo—. Oh, dioses, qué estúpida que soy.

El libro de Mitos y Leyendas me miraba desde el suelo. Me agaché y lo cogí. Con toda aquella locura me había olvidado de él. Me senté y abrí el polvoriento libro buscando la parte que Aiden me había mencionado en Nueva York. No tuve suerte con la parte que estaba en mi idioma. Suspiré y le di la vuelta al libro, mirando las páginas escritas con algo que me parecían garabatos.

Me paré cuando llevaba unos cientos de páginas, no porque reconociese nada de lo que estaba escrito, sino porque reconocí el símbolo que estaba en la parte superior de la página.

Era una antorcha boca abajo.

Había varias páginas escritas en griego antiguo que no me servían de nada. Deberían enseñárnoslo en el Covenant en vez de Trigonometría, pero yo que sabré. A los puros sí que les enseñaban la antigua lengua.

Aiden la conocía; era algo un poco de empollón, pero me ponía.

Si pudiese conocer un poco más sobre la Orden, quizá lograse las pruebas que me hacían falta para probar que pasaba algo con Telly y Romvi. No estaba cien por cien segura de que tuviese algo que ver con lo ocurrido, pero era mejor que la sugerencia de Seth.

Lo último que necesitábamos era una rebelión… o que uno de nosotros matase a otro pura sangre.