Capítulo 5

La mañana siguiente me quedé dormida y me perdí las dos primeras clases. No estuvo mal, la verdad, ya que no tuve que enfrentarme a Olivia después de haber intentado ahogarla el día anterior, pero seguía estando cansada desde la otra noche. La pausa que tuve antes de las clases de la tarde, la pasé discutiendo con Seth.

—¿Qué pasa contigo? —Echó la silla hacia atrás.

—Ya te lo he dicho. —Miré a mi alrededor, había muy poca gente en la sala común. Mucho mejor que comer en la cafetería, con todo el mundo mirándonos—. Sé que tú conocías el plan de Lucian para meterme en el Programa de Reubicación de Apollyons.

Seth gruñó.

—Bueno. Vale. Puede que mencionase algo. ¿Y qué? No es mala idea.

—Claro que es mala idea, Seth. Tengo que graduarme, no que esconderme. —Miré mi bocadillo frío, que apenas había tocado. Me dio un vuelco el estómago—. No voy a huir.

Se apoyó en la silla y puso los brazos detrás de la cabeza.

—Lucian solo piensa en tu bien.

—Oh, dioses. No empieces a decir mierdas de Lucian. No lo conoces como yo.

—La gente cambia, Álex. Puede que antes fuese un absoluto imbécil, pero ha cambiado.

Le miré, y de repente me di cuenta de que no tenía ni idea de qué hacía discutiendo con él. Dejé caer los hombros.

—¿Y qué más da?

Seth frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Nada. —Jugueteé con la pajita.

Se echó hacia delante y cogió mi plato.

—Tienes que comer más.

—Gracias, papá —le solté.

Puso las manos arriba y volvió a apoyarse en la silla.

—Calma, conejita.

—De todos modos, todo esto es culpa tuya.

Seth resopló.

—¿Por qué es culpa mía?

Arrugué la frente.

—Nadie quiere matarte, no obstante eres tú quien tiene el potencial para poder acabar con toda la Corte Olímpica. Pero todo el mundo está como, «¡Vamos a matar a la que no está haciendo nada!», y mientras tanto, tú podrías irte dando saltitos bajo el sol mientras yo estuviese muerta.

Volvió a hacer una mueca.

—No podría irme dando saltitos si estuvieses muerta. Estaría triste.

—Estarías triste porque no serías el Asesino de Dioses. —Cogí el bocadillo y, lentamente, le di la vuelta—. Olivia me odia.

—Álex…

—¿Qué? —Miré hacia arriba—. Me odia, porque dejé que Caleb muriese.

Suspiré, y me entraron unas ganas repentinas de llorar. Ya era oficial: estaba totalmente desquiciada.

—Ya lo sé. Le echo de menos.

—¿Has intentado hablar con ella? —dijo abriendo mucho los ojos. Señaló el bocata—. Come.

Gruñí y le di un enorme mordisco.

Seth levantó una ceja.

—¿Tenías hambre o qué?

Tragué. La comida me hizo un nudo en el estómago.

—No.

Estuvimos unos minutos sin hablar. Sin querer, giré la mano izquierda y miré la runa con forma de grapa, que brillaba levemente.

—¿Lo hiciste… lo hiciste queriendo?

—¿El qué? ¿La runa? —Me cogió la mano palma arriba—. No, no lo hice aposta. Ya te lo he dicho.

—No lo sé. Parecía como si estuvieses totalmente concentrado cuando ocurrió.

—Me estaba concentrando en tus emociones —Seth pasó el pulgar alrededor del glifo, casi tocándolo—. No te gusta, ¿verdad?

—No —susurré. Otra marca significaba estar un paso más cerca de convertirme en otra persona, otra cosa.

—Es algo natural, Álex.

—Pues no lo parece. —Le miré a los ojos—. ¿Qué significa este?

—Fuerza de los dioses —contestó, sorprendiéndome—. El otro significa valor del alma.

—¿Valor del alma? —Reí—. Eso no tiene sentido.

Me agarró la muñeca con el pulgar, como tomándome el pulso.

—Son las primeras marcas que reciben los Apollyons.

Mi muñeca parecía pequeña en su mano, incluso frágil.

—¿Las tuyas aparecieron pronto?

—No.

Suspiré.

—¿Qué… qué pasó entre nosotros la otra noche?

Puso una sonrisa juguetona.

—Bueno, un tío diría que estuvimos enrollándonos.

—No me refería a eso. —Solté la mano y froté la palma contra el borde de la mesa—. La sentí; la energía o como quieras llamarla, saliendo de mí y entrando en ti.

—¿Te dolió?

Negué con la cabeza.

—La verdad es que me gustó.

Ensanchó la nariz, como si estuviese oliendo algo que le gustase. Entonces, sin previo aviso, se inclinó sobre la mesa que nos separaba, me agarró de las mejillas y acercó mi boca a la suya. Fue un beso suave, cálido, pero raro. El besuqueo de la otra noche no contaba, o al menos yo me había convencido de ello. Así que ese era el primer beso de verdad desde los Catskills, y en público. Y yo aún tenía el bocata en la mano derecha. Así que, sí, era raro.

Seth se apartó, sonriendo.

—Entonces creo que tendremos que hacerlo más a menudo.

Las mejillas me ardían, sabía que la gente nos estaba mirando.

—¿Besarnos?

Rio.

—Me gusta lo de besarnos más, aunque me refería a lo que pasó anoche.

De la nada, me entró un miedo repentino.

—¿Por qué? ¿Sentiste algo?

Levantó una ceja.

—Oh, y tanto que sentí algo.

Respiré profundamente y solté el aire lentamente.

—Me refiero a cuando me estabas agarrando la mano y apareció la marca. ¿Sentiste algo?

—Nada de lo que parece que quieras que hable.

—Dioses. —Apreté el bocata. Unas enormes gotas de mayonesa cayeron sobre el plato—. No sé ni qué hago hablando contigo.

Seth exhaló lentamente.

—¿Tienes síndrome premenstrual o algo? Porque tus cambios de humor me matan.

Me quedé mirándolo un instante, pensando «wow, ¿en serio ha dicho eso?». Entonces eché el brazo hacia atrás y le tiré el bocadillo. Hizo un ruido sordo al impactarle en medio del pecho, pero aquello que me hizo sonreír de verdad fue la cara que puso al saltar de la silla. Su cara reflejaba una mezcla de incredulidad y asco mientras se sacudía de los pantalones trozos de lechuga y jamón.

No había más que unas pocas personas en la sala común, sobre todo pura sangres más jóvenes, todos ellos mirándonos, con los ojos de par en par.

Tirarle un bocata al Apollyon seguramente no era algo que hacer en público.

Pero no pude evitarlo. Me reí.

Seth levantó la cabeza. Sus ojos eran de color ocre encendido y enfadado.

—¿Te ha hecho sentir mejor?

Me lloraban los ojos de tanto reír.

—Sí, un poco sí, la verdad.

—Bien, pues cancelamos el entrenamiento de hoy después de las clases. —Tensó la mandíbula y se puso rojo—. Descansa un poco.

Puse los ojos en blanco.

—Como quieras.

Seth abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo. Se sacudió los últimos trozos de jamón y queso, se dio la vuelta y se marchó. Aún no podía creer que acabase de lanzarle mi comida a Seth. Parecía demasiado, incluso para mí.

Pero había sido gracioso.

Me reí para mis adentros.

—¿Vas a limpiar todo eso?

Me sobresalté y miré hacia arriba. Linard salió de detrás de una columna, mirando la que había liado en el suelo.

—¿Me vigilas o algo por el estilo?

Sonrió tenso.

—Estoy aquí para asegurarme de que estás a salvo.

—Y eso no es siniestro ni nada. —Me levanté de la silla y cogí una servilleta. Recogí cuanto pude, pero la mayonesa se había pegado a la moqueta—. ¿Ha sido idea de Lucian?

—No. —Juntó las manos a la espalda—. Fue una petición del Decano Andros.

Me quedé de piedra.

—¿En serio?

—En serio —respondió—. Deberías irte. La siguiente clase empieza dentro de nada.

Asentí como ausente, tiré la basura y cogí mi bolsa. La orden de Marcus me sorprendió. Esperaba que Lucian mandase a sus Guardias tras de mí, ya que no quería que le pasase nada a su querido Apollyon. Igual no le desagradaba tanto a Marcus como pensaba.

Linard me siguió fuera de la sala, a una distancia discreta. Me recordaba al día en que compré los barcos de guiar espíritus que Caleb y yo soltamos en el mar. El recuerdo me encogió el corazón y empeoró mi mal humor. Durante el resto de clases estuve totalmente zombi.

Me cambié rápidamente para ponerme la ropa de entrenar y entré en clase de lucha callejera. El instructor Romvi parecía extrañamente encantado con mi presencia.

Solté la bolsa y me apoyé en la pared, haciendo como que no me importaba el hecho de que no tuviese a nadie con quién hablar. La última vez que estuve en aquella clase, Caleb seguía vivo.

Apreté los labios y miré hacia la pared donde guardaban todas las armas. Me había acostumbrado tanto a la sala mientras entrenaba con Aiden, que casi me parecía estar en casa. Al lado de la pared, con las cosas de matar daimons, Jackson sonrió al decirle algo un mestizo. Entonces, me miró y sonrió chulesco.

Hubo un tiempo en que me gustaba, sin embargo en algún momento entre que mi madre asesinara a los padres de su novia —si es que aún seguía con Lea— y la última vez que me enfrenté a él, dejé de admirarle.

Le mantuve la mirada hasta que la apartó. Entonces seguí mirando atentamente a mi alrededor. Olivia estaba al lado de Luke, sujetándose el pelo en una coleta. Tenía moratones por el cuello. Me miré las manos. Los tenía por mi culpa.

Dioses, ¿en qué estaría pensando? Me atravesó un sentimiento de culpa y vergüenza. Cuando alcé la vista, Luke me estaba mirando. Su mirada no era hostil ni nada, simplemente… triste.

Aparté la mirada y me mordí el labio. Echaba de menos a mis amigos. Y echaba mucho de menos a Caleb.

La clase comenzó rápidamente y, aunque estaba cansada, lo di todo. Me emparejaron con Elena para una serie de agarres. Al ir repasando las técnicas, pude por fin poner la mente en blanco. Allí, entrenando, podía no pensar en nada. No existía el dolor, ni la pérdida, no había un destino contra el que luchar ni un padre al que salvar. Supuse que aquello era lo que significaba ser un Centinela. Cuando tuviese que salir a cazar, no tendría que pensar en nada más que en localizar daimons y matarlos. Quizá aquella era la razón real de querer ser Centinela, porque así podría continuar con mi vida… ¿y hacer qué? Matar. Matar. Y matar más.

En el fondo no era aquello que quería. ¿Y me estaba dando cuenta a aquellas alturas?

A pesar de notarme lenta, era un poco más rápida que Elena. Cuando pasamos a los placajes y giros, que consistían en tirar al otro al suelo y tratar de zafarse, logré mantenerla sujeta contra el suelo, pero poco a poco me fui desinflando.

Logró soltarse y, con un movimiento de cadera, me tumbó en el suelo, de espaldas. Me miró y arrugó la frente.

—¿Te… encuentras bien? Estás muy pálida.

Necesitaba buscar cuanto antes en Google cuánto tiempo duraban los efectos de un resfriado, porque estaba empezando a molestarme. Solo quería meterme en la cama. Antes de poder responder a Elena, el Instructor Romvi apareció detrás de nosotras. Aguanté un gruñido.

—Si puedes hablar es que no estás entrenando lo suficiente. —Los ojos pálidos de Romvi eran como glaciares. Le encantaba aterrorizarme en clase; estaba bien segura de que me había echado de menos—. Elena, fuera de la colchoneta.

Se puso de pie y se echó a un lado, dejándome con el Instructor. A nuestro alrededor, el resto de estudiantes luchaban entre ellos. Me puse de pie y equilibré mi peso, me preparé mentalmente para aquello que fuese que iba a hacerme. Me di la vuelta con las manos en las caderas.

Me puso las manos sobre el hombro.

—En la guerra, uno nunca debe dar la espalda.

Me solté de su agarre y me puse frente a él.

—No sabía que estábamos en la guerra.

Algo brilló en sus ojos.

—Siempre estamos en la guerra, sobre todo en mi clase. —Me miró, apuntándome con su nariz aguileña, algo típico, ya que él era un pura sangre que había sido Centinela—. Y por cierto, qué bien que hayas decidido unirte a nosotros, Alexandria. Empezaba a creer que pensabas que no necesitabas entrenar.

Me vinieron muchas posibles respuestas a la mente, pero era suficientemente lista como para no soltar nada.

Pareció decepcionado.

—He oído que luchaste en el asedio daimon.

Sabía que cuantas menos palabras dijese, menos posibilidades tenía de que me acabasen pateando el culo, así que simplemente asentí con la cabeza mientras me imaginaba un Pegaso aterrizando en su cabeza y mordiéndole el cuello.

—También luchaste contra las furias y sobreviviste. Solo los verdaderos guerreros logran algo así.

Miré de reojo hacia el lugar donde estaban Olivia y Luke, me miraban desde un extremo de la sala. ¿Cuántas veces habíamos acabado en aquella posición? Aunque ahora era distinto, porque Caleb solía estar con ellos.

—¿Alexandria?

Me concentré en él, avergonzada por dentro. Nunca debía apartar los ojos de Romvi mientras hablaba.

—Sí, luché contra las furias.

Sus ojos brillaron interesados.

—Enséñame qué hiciste.

Me pilló desprevenida y di un paso atrás.

—¿A qué se refiere?

Una media sonrisa apareció en su boca.

—Enséñame cómo luchaste contra las furias.

Me humedecí los labios, nerviosa. No tenía ni idea de cómo luché contra ellas y logré sobrevivir, solo sabía que todo se puso de color ámbar, como si alguien hubiese vertido pintura de ese color sobre mis retinas.

—No lo sé. Todo ocurrió muy rápido.

—No lo sabes. —Levantó la mano y la manga de su camiseta tipo túnica cayó hacia abajo, revelando su tatuaje de la antorcha boca abajo—. Me parece difícil de creer.

Durante un segundo tuve un lapso de cordura.

—¿De qué es ese tatuaje?

Abrió la boca de par en par y supuse que entonces me atacaría. No obstante no lo hizo.

—¡Jackson!

Se acercó corriendo, paró y puso las manos sobre sus estrechas caderas.

—¿Señor?

Romvi seguía mirándome fijamente.

—Quiero que luchéis.

Vi que Jackson sonreía. Usando a Jackson, Romvi quería que le mostrara cómo pude luchar contra las furias y sobrevivir. Daba igual contra quien luchase; no podía enseñar lo que no sabía.

Según Romvi se marchaba hacia un lateral, paró y le susurró algo a Jackson. Fuera lo que fuese, le hizo sonreír antes de asentir.

Me pasé una mano por la frente, aminoré el ritmo de mi respiración e intenté ignorar los leves temblores de mis piernas. Incluso cansada, era capaz de ganar a Jackson. Era un buen luchador, aunque yo era mejor. Tenía que ser mejor.

—Al final de esta clase te va a doler todo —fanfarroneó Jackson mientras se crujía los nudillos.

Levanté una ceja y lo agarré con una mano para echarlo hacia delante. Lo que estaba deseando agarrar era una buena almohada, pero de momento, también podía agarrarle a él.

Esperé hasta que lo tuve a medio metro de distancia y lancé una ofensiva brutal. Era rápida. Él intentó esquivarme en una dirección para evitar un puñetazo, pero se llevó una patada lateral en toda la espalda. Al poco, estaba boca arriba, pataleando y quejándose por mi bestial patada.

—¿Que me va a doler todo? —dije poniéndome sobre él—. Nah, no creo.

Respirando con dificultad, se puso en pie.

—Espera y verás, nena.

—¿Nena? —repetí—. Yo no soy tu nena.

Jackson no respondió. Voló en una patada mariposa que logré esquivar. Aquellas patadas eran bestiales. Golpe tras golpe, seguíamos peleando, cada golpe más duro que el anterior.

Debo admitir que me tomé aquello demasiado en serio. No pensaba tener piedad con el pobre idiota.

Afloró en mí una extraña especie de maldad cuando logré bloquear una serie de patadas y golpes que le habrían dado incluso a Aiden. Sonreí a pesar del sudor que me empapaba y de lo que me dolían los brazos. Canalicé toda mi ira en pelear contra Jackson.

Nuestra pelea llamó la atención de los demás estudiantes. Me sorprendió que el puño de Jackson impactara contra mi mandíbula y el Instructor Romvi no parase la pelea. Parecía disfrutar de aquella lucha brutal.

¿Así que Jackson no seguía las reglas y a Romvi no le importaba? Pues vale. Volvió a lanzar el puño, pero le agarré la mano y se la torcí hacia atrás.

Jackson logró soltarse fácilmente, entonces vi que estaba llegando a mi límite. Me giré y vi que las luces temblaban, ¿o quizá eran mis ojos? Con un barrido giratorio tiré a Jackson al suelo, aunque no tuve ni un segundo para poder celebrar su obvia derrota. Vi cómo Jackson venía a por mis piernas e intenté saltar como nos habían enseñado, pero lo hice mal, demasiado lenta. Sus piernas agarraron las mías y caí de lado, rodando inmediatamente para ponerme fuera de su alcance.

—Estoy seguro de que no fue así como derrotaste a las furias —dijo Romvi con sorna.

No tuve ni un segundo para pensar en cómo me gustaría tirar a Romvi de una patada. Jackson vino hacia mí. Yo me aparté a un lado, pero la patada me dio en las costillas. El dolor recorrió todo mi cuerpo, tan inesperado e intenso que me quedé paralizada.

Sentí que Jackson aún no había acabado y levanté las manos, sin embargo ese mínimo, minúsculo segundo, me perdió. El tacón de Jackson pasó a través de mis manos, me dio en la barbilla y me abrió el labio. Algo cálido me llenó la boca y vi flashes de luz. Sangre —era sangre—. Y a través de las luces, vi cómo Jackson levantaba la bota de nuevo.