Capítulo 3

No volví a clase. En vez de eso, fui a mi habitación y me senté en la cama, con la carta frente a mí como si fuera una serpiente a punto de inyectarme su veneno. Estaba descolocada tras descubrir que mi padre seguía vivo y… me sentía muy estúpida por no haberme dado cuenta inmediatamente. La carta de Laadan no lo decía claramente. Obviamente sabía por qué había eludido contar la verdadera bomba que estaba soltando en esa breve carta. ¿Cómo sino habría podido el Consejo tener a mi padre bajo control? Y lo había visto luchar. Parecía un ninja con aquellos candelabros.

Mi padre era un puñetero mestizo, un mestizo entrenado. Joder, quizá hubiera podido ser un maldito Centinela, algo que explicaría cómo mi madre lo conoció a él antes que a Lucian.

Un mestizo.

¿Y eso en qué narices me convertía?

La respuesta parecía muy fácil. Me puse de espaldas, mirando a ciegas hacia el techo. Dioses, necesitaba a Caleb para poder contarle todo esto, porque no podía ser cierto.

Si un pura sangre tenía hijos con otros puros, salían pequeños y felices bebés puros. Si un pura sangre se lo montaba con un mortal, salían los útiles mestizos. No obstante si se juntaban un pura sangre y un mestizo. —Algo totalmente prohibido y tan tabú que ni siquiera debía imaginarme el momento en que concibiesen ese bebé—, salía… ¿qué salía?

Me levanté de repente, con el corazón a mil. La primera vez que Aiden estuvo en mi habitación y le miré. —Más bien me lo estaba comiendo con los ojos, pero bueno—, me pregunté por qué hacía eones que las relaciones entre mestizos y puros estaban prohibidas. No era por miedo a que les saliese un cíclope, con un solo ojo, pero casi.

De un pura sangre y un mestizo salía un Apollyon.

—Mierda —dije mirando la carta.

Pero tenía que ser más que eso. Normalmente solo nacía un Apollyon en cada generación, exceptuando a Solaris y al Primero, y a Seth y a mí. Eso querría decir que un mestizo y un puro solo habían tenido hijos unas pocas veces desde que los dioses habían estado en la tierra. Tenía que haber ocurrido más veces. ¿Es que mataban a los bebés? No me extrañaría que los dioses hiciesen algo así, sabiendo lo que salía de un mestizo y un puro. ¿Pero por qué nos habrían perdonado la vida a Seth y a mí? Obviamente sabían que mi padre lo era, ya que lo han mantenido con vida por alguna extraña razón. Mi corazón se encogió, igual que mis puños. Empujé toda aquella ira hacia mis adentros para poder usarla más tarde. Había prometido a Aiden que no haría nada imprudente, y la ira siempre me llevaba a hacer idioteces.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Oí un ruido en mi puerta, como si abriesen un cerrojo. Miré la carta y me mordí el labio inferior. Luego miré hacia el reloj que tenía al lado de la cama. Llegaba tardísimo al entrenamiento con Seth.

La puerta se abrió y se cerró. Cogí la carta y la doblé rápidamente. Sin necesidad de mirar, sabía perfectamente cuándo Seth aparecía por la puerta, ya que el aire se cargaba de electricidad.

—¿Qué ha pasado? —preguntó sin más.

No había mucho que pudiese esconderle a Seth. Habría captado mis emociones en el mismo momento en que leía la carta y todo aquello que había sentido al estar con Aiden. No podía saber exactamente por qué tenía los sentimientos tan descontrolados —gracias a los dioses—, pero Seth no era estúpido. Incluso me sorprendió que hubiese tardado tanto en venir a buscarme.

Levanté la mirada. Parecía una de aquellas estatuas de mármol que adornaban el frente de los edificios del Covenant, excepto porque su piel tenía un color dorado único y una perfección de otro mundo. A veces parecía frío, impasible. Sobre todo cuando se sujetaba el largo pelo rubio, pero ahora lo llevaba suelto y eso suavizaba los rasgos de su cara. Sus carnosos labios solían estar curvados en una sonrisa chulesca, pero ahora formaban una línea tensa y delgada.

Aiden me había sugerido que me guardase para mí misma la carta y su contenido. Laadan había roto quién sabe cuántas reglas al contarme lo de mi padre, pero confiaba en Seth. Después de todo estábamos destinados a estar juntos. Hacía unos meses me hubiese reído si alguien hubiese dicho que íbamos a estar haciendo lo que fuera que hacíamos en aquel preciso momento. Cuando nos conocimos, fue un caso de rechazo mutuo y, aún ahora, teníamos nuestros momentos gloriosos. Hace no demasiado habría intentado apuñalarle un ojo. E iba en serio.

En silencio, le entregué la carta.

Seth la cogió y la desdobló con sus dedos largos y ágiles. Me senté sobre las piernas mientras lo miraba. Su expresión no delataba qué estaba pensando. Después de lo que pareció una eternidad, levantó la mirada.

—Oh, dioses. —No era exactamente la respuesta que esperaba—. Tu respuesta a esta carta será hacer algo increíblemente estúpido.

Levanté las manos.

—Narices, ¿qué creéis, que voy a entrar en los Catskills al estilo espartano?

Seth levantó las cejas.

—Pues vale —gruñí—. No voy a atacar el Covenant. Haré algo, pero no será una… locura. ¿Contento? En fin, ¿te acuerdas del mestizo con el que nos cruzamos el primer día que estuvimos viendo al Consejo?

—Sí, te quedaste mirándolo.

—Es él. Lo sé, por eso me sonaba tanto. Sus ojos. —Me mordí el labio y aparté la mirada—. Mi madre siempre hablaba de sus ojos.

Se sentó a mi lado.

—¿Y qué vas a hacer?

—Voy a escribirle de vuelta a Laadan, una carta para mi padre. Y luego, no sé. —Le miré. El pelo le tapaba la cara—. Sabes qué significa esto, ¿verdad? Que es un mestizo. Y que esto… —Nos señalé a ambos—. Somos la razón por la que las relaciones, las divertidas, entre mestizos y puros están prohibidas. Los dioses saben qué pasa si se enrollan una pura y un mestizo.

—Seguramente es más que eso. A los dioses les gusta la idea de dominar a los mestizos. ¿Qué crees que les hacían a los mortales en sus buenos tiempos? Los dominaron hasta que fueron demasiado lejos. Aún siguen tratando a los mestizos como porquería a la que pueden pisar.

Dios, ¿qué arrebato contra los dioses le había dado a Seth? Me miré la palma de la mano derecha, donde llevaba la tenue runa que solo Seth y yo podíamos ver.

—Era él, mi padre, el de las escaleras. No puedo explicarlo, pero lo sé.

Seth levantó la mirada, con los ojos de un extraño tono amarillo.

—¿Quién lo sabe?

Meneé la cabeza.

—Seguramente el Consejo ya lo sabe. Laadan lo sabía porque era amiga de… de mi madre y mi padre. No me sorprendería que Lucian y Marcus lo supiesen también.

—¿Te acuerdas cuando escuchamos a Marcus y a Telly hablando?

—Me acuerdo de que te tiré de culo al suelo.

—Sí, porque estabas mirando a Tetas.

Con los ojos como platos, soltó una risotada de sorpresa.

—¿Tetas? ¿Qué?

—Ya sabes, esa chica que estaba todo el día encima tuyo en los Catskills. —Cuando levantó las cejas, puse los ojos en blanco. Como si Seth fuese a tener problemas para recordar cuál era—. Estoy hablando sobre la que tenía… vamos… las tetas enormes.

Miró al infinito durante un momento y volvió a reír.

—Oh, sí, esa… espera un segundo, ¿la has bautizado Tetas?

—Sí, y estoy segura de que ni siquiera te acuerdas de su nombre.

—Eh…

—Me alegro de ver que ahora estamos en el mismo punto. Y bien, ¿te acuerdas de que Telly dijo que ya tenían uno? ¿Que podían tenerlos juntos? ¿Crees que estaban hablando de mí y de mi padre? —Si Marcus y Lucian lo sabían, me habría encantado chafarles la cabeza, pero si los ponía en contra pondría en peligro a Laadan.

Seth miró la carta.

—Tendría sentido. Sobre todo teniendo en cuenta las ganas que tenía Telly de mandarte a la servidumbre.

El Patriarca Telly era el Patriarca Principal de todos los Consejos, y la tuvo tomada conmigo desde el principio. Mi testimonio sobre lo ocurrido en Gatlinburg no había sido más que una trampa para ponerme frente al Consejo y que votaran para mandarme a la servidumbre. Y yo seguía pensando que Telly estaba detrás de la compulsión que usaron sobre mí la noche en que casi me convierto en un polo humano. Si Leon no llega a encontrarme, habría muerto congelada. Luego estaba también la noche en que me dieron el equivalente a un Rofinol del Olimpo para pillarme en una situación comprometedora con un puro.

Las mejillas me ardieron al recordar aquella noche, ya que prácticamente estuve acosando sexualmente a Seth, aunque no se quejó. Seth supo que estaba bajo la influencia de esa poción y trató de controlarse, pero la conexión que teníamos le había transmitido que mi lujuria estaba fuera de control. Hubiese perdido mi virginidad de no ser porque acabé la noche vomitando sin parar. Sabía que todo aquello molestó a Seth, se sentía culpable por haber cedido. Y el puño de Aiden acertó de lleno en su ojo cuando me encontró tirada en el suelo del baño… vestida con su ropa. Aiden no entendía cómo había sido capaz de perdonar a Seth… y a veces yo también me lo preguntaba. Quizá era por nuestra conexión, porque lo que nos unía era fuerte. O a lo mejor era algo más.

Y luego estaba el Guardia pura sangre que había intentado matarme diciendo que tenía que… proteger a los de su raza. Sospeché que el Patriarca Telly estaba también detrás de todo aquello.

—¿Quién más sabe todo esto? —Seth me sacó de mis pensamientos.

—Laadan le pidió a Aiden que me diese la carta, pero en vez de eso, me la dio Leon. Él dice que no la leyó, y le creo. Estaba sellada, mira. —Señalé el sello roto—. Aiden tampoco sabía qué ponía.

Seth tensó la mandíbula.

—¿Se lo has dicho a Aiden?

Sabía que ahora debía tener cuidado. Seth y yo no estábamos juntos ni nada así, pero también sabía que él no estaba tonteando con nadie. Los únicos calores que sentí desde que volvimos de los Catskills fueron cuando él estaba cerca de mí, sobre todo durante nuestros entrenamientos cuerpo a cuerpo. Seth era, por encima de todo, un tío, y eso le ocurría… a menudo.

—Pensé que, como Laadan le había confiado la carta, igual él sabía algo, pero no —dije al final.

—¿Pero se lo has contado?

No tenía sentido mentirle.

—Sí, sabía que estaba preocupada por algo. Obviamente es de fiar y no va a decir nada.

Seth se quedó callado durante un segundo.

—¿Y por qué no viniste a mí?

Oh, no. Miré hacia el suelo, me miré las manos, y al final miré hacia la pared.

—No sabía dónde estabas, y Leon me dijo dónde encontrar a Aiden.

—¿Acaso intentaste buscarme? Estamos en una isla, no habría sido muy complicado. —Dejó la carta sobre la cama, y por el rabillo del ojo le vi acercarse a mí.

Me mordí el labio. No le debía nada, ¿verdad? De todas formas, no quería herir sus sentimientos. Aunque Seth actuase como si no tuviera, yo sabía que sí.

—No lo pensé, sin más. No es para tanto.

—Vale. —Se inclinó y sentí su cálido aliento sobre mi mejilla—. Esta tarde te he sentido.

Tragué saliva.

—¿Y entonces por qué no has venido a buscarme?

—Estaba ocupado.

—Si estabas ocupado, ¿a qué ha venido entonces todo eso de que yo no había ido a buscarte?

Seth me apartó el pelo de la nuca, poniéndomelo sobre el hombro. Me puse tensa.

—¿Y por qué estabas tan preocupada?

Giré la cabeza y nuestras miradas se encontraron.

—Acababa de descubrir que mi padre está vivo y que es un sirviente. Creo que es suficiente, ¿no?

Sus ojos cambiaron a un color ámbar cálido.

—Es una buena razón.

Nuestras bocas no estaban muy separadas. De repente me puse un tanto nerviosa. Seth y yo no habíamos vuelto a besarnos desde el día del laberinto. Con el resfriado no tuve muchas ganas, y tampoco es que yo lo hubiese buscado, no obstante no había vuelto a estornudar ni a sonarme desde por la mañana.

—¿Sabes qué?

Sonrió.

—¿Qué?

—No te he visto muy sorprendido por lo de mi padre. No lo sabías, ¿verdad? —Contuve la respiración porque, si lo hubiese sabido y no me lo hubiese dicho, no tenía ni idea de qué podría haberle hecho, pero bonito no hubiera sido.

—¿Cómo se te ocurre pensar eso? —Entrecerró los ojos—. ¿No confías en mí?

—No es eso, claro que sí. —Y confiaba en él… la mayor parte del tiempo—, pero es que no te ha sorprendido para nada.

Seth suspiró.

—Ya no me sorprende nada.

Se me ocurrió otra cosa.

—¿Sabes cuál de tus padres era el mestizo?

—Supongo que debió de ser mi padre. Mi madre era una pura de los pies a la cabeza.

No lo sabía. De nuevo, había muchas cosas que no sabía de Seth. Le gustaba mucho hablar de sí mismo, pero era todo muy superficial. Y luego estaba también el mayor misterio de todos.

—¿Cuál es tu apellido?

—Álex, Álex, Álex —canturreó suavemente mientras se ponía de rodillas sobre la cama.

Junté las manos al reconocer su mirada calculadora. Seguro que estaba a punto de tramar algo.

—¿Qué?

—Quiero intentar algo.

Como estábamos en mi cama y Seth solía ser un pervertido, mis sospechas aumentaron, y se notó en mi voz.

—¿Como qué?

Seth me echó hacia atrás hasta que me quedé tumbada por completo. Se puso sobre mí con una ligera sonrisa en sus labios.

—Dame tu mano izquierda.

—¿Por qué?

—¿Por qué estás tan preguntona?

Levanté una ceja.

—¿Por qué siempre tienes que invadir mi espacio personal?

—Porque me gusta. —Me dio una palmadita en la tripa—. Y en el fondo a ti también te gusta que lo haga.

Cerré los labios. Estaba bastante segura de que a nuestra unión le gustaba que lo hiciese. Lo podía sentir en aquel mismo instante, poco me faltaba para ronronear. Aún no tenía claro si a mí me gustaba.

—Dame la mano izquierda. —Volvió a ordenar—. Vamos a trabajar tus técnicas de bloqueo.

—¿Y tenemos que darnos la mano? —En mi cama, quería haber añadido.

—Álex.

Suspiré y le di la mano.

—¿Y ahora vamos a ponernos a cantar?

—Ya te gustaría. —Me juntó las piernas y puso una rodilla en cada lado—. Tengo una voz estupenda.

—¿Es necesario hacer esto? La verdad es que no me apetece nada después de todo. —Practicar técnicas de bloqueo mental requería mucha concentración y determinación; dos cosas que en aquel momento me faltaban. Bueno, para ser sinceros me faltaba concentración cualquier día.

—Este es el mejor momento. Tus sentimientos están a flor de piel. Tienes que aprender a luchar en contra. —Seth me cogió la otra mano, entrelazando sus dedos con los míos. Se inclinó tanto que sentí su pelo rozándome las mejillas—. Cierra los ojos. Imagina los muros.

No quería cerrar los ojos teniendo a Seth sentado sobre mí. Nuestra unión seguía creciendo día a día. Podía sentirla en mi estómago, luchando por salir a la superficie. Quería tocarle. O nuestra unión quería que le tocase.

Seth inclinó la cabeza hacia un lado.

—Sé lo que sientes. Y lo apruebo por completo.

Me ardían las mejillas.

—Dioses, cómo te odio.

Rio.

—Imagina los muros. Sólidos, irrompibles.

Me imaginé unos muros de ladrillo. En mi mente, eran de color rosa fosforito con destellos. Les puse destellos porque así tenía algo en lo que concentrarme. Seth me dijo que la técnica, si se hacía bien, podía funcionar contra las compulsiones, pero para emociones y sentimientos los muros no se formaban en la mente, sino en el estómago y en el corazón. Primero se formaban en mi mente y luego iban bajando, convirtiéndose en la armadura de mi cuerpo.

—Aún puedo sentirlo —dijo Seth cambiando el peso sobre mí. Me di cuenta de que aquello debía de ser una mierda para él. Podía saber que seguía obsesionada con Aiden, preocupada por lo de mi padre y confundida respecto a él. Y yo lo único que podía sentir de él era cuándo se ponía cachondo.

El maldito cordón de mi interior —mi conexión con Seth— empezó a canturrear, pidiendo que le prestase atención. Era como una mascota molesta… o como Seth. Me pregunté si podría usar el cordón para bloquear mis emociones. Abrí los ojos para preguntar, pero cerré la boca.

Seth tenía los ojos cerrados y parecía estar totalmente concentrado en algo.

Sus párpados temblaban ligeramente y su boca formaba una perfecta línea. Las marcas flotaban por toda su piel, moviéndose tan rápido que al bajar corriendo por su cuello, metiéndose bajo su camiseta, los glifos parecían borrosos.

Mi corazón dio un vuelco, al igual que el cordón en mi interior. Intenté soltarme la mano antes de que las marcas llegasen a mi piel.

—Seth.

Abrió los ojos de golpe. Las marcas flotaban por toda su piel y su antebrazo irradiaba una luz parpadeante de color ámbar. Luché por intentar salir de debajo de él y alejarme del maldito cordón, pero solo logré que me sujetase las manos contra la cama. En mi interior se desató el pánico.

—¡Seth!

—No pasa nada —dijo.

Pero sí que pasaba. No quería que el cordón hiciese lo que yo sabía que iba a hacer. Y de hecho ya comenzaba. El cordón ámbar enlazó nuestras manos, brillando y chispeando, extendiéndose por mi brazo. Me aparté intentando escapar, pero Seth me agarraba fuerte, con sus ojos fijos en los míos.

—El cordón es la energía más pura, akasha —dijo. Akasha era el quinto y último elemento, y solo podía ser controlado por los dioses y el Apollyon. El tono de los ojos de Seth se iluminó. Casi parecían los ojos de un demente—. Aguanta.

No me dejaba más opciones. Miré nuestras manos. Tembloroso, el cordón se tensó y se iluminó de un color ámbar brillante. Un cordón azul se abrió paso bajo el cordón ámbar, soltando gotas de luz incandescente sobre la colcha. Deseé que la cama no empezase a arder, sería algo difícil de explicar.

El cordón azul subía y bajaba de intensidad, parpadeante. Me di cuenta de que era mío y más débil que el de color ámbar. Entonces, el azul empezó a palpitar. La mano izquierda me empezó a arder y sentí punzadas en la piel. Me asusté al reconocer la sensación. Me revolví, tratando de zafarme. No quería otra runa, y la última vez no estuvimos unidos tanto tiempo como ahora. Aquella vez había algo muy distinto.

—Seth, esto no… —Mi cuerpo se arqueó, cortando mis propias palabras.

El cuerpo de Seth se tensó.

—Por todos los dioses…

Y entonces lo sentí. —Akasha— pasando por los cordones, saliendo de mí y entrando en Seth. Era como una especie de marca daimon, pero no dolía. No… aquello estaba muy bien, era excitante. Paré de forcejear, dejando que el glorioso tira y afloja tomase el control. No pensaba en nada. No tenía preocupaciones ni miedos. El dolor de la mano despareció, dejando tras de sí un dolor sordo que se extendía a todo mi cuerpo. Para mí no había nada más que aquello… y Seth. Cerré los ojos y se me escapó un suspiro. ¿Por qué había tenido tanto miedo?

Aun con los ojos cerrados podía ver luz. Seth me soltó la mano y cayó a mi lado, como dormido. La cama se hundió al lado de mi cabeza, donde él había apoyado las manos. Sentí su aliento en mi mejilla, como una cálida brisa salada viniendo del océano.

—¿Álex?

—¿Hum…?

—¿Estás bien? —Puso sus labios contra mi mejilla.

Sonreí.

Seth rio mientras su boca buscaba la mía, que se abría para él.

A medida que el beso se hacía más profundo, su pelo me hacía cosquillas en las mejillas. Sus dedos se metieron por mi blusa y acariciaban la piel desnuda de mi tripa. Enredé mi pierna contra la suya y nos empezamos a mover juntos sobre la cama. Sus labios danzaban juguetones por toda mi piel mientras sus dedos buscaban el botón de mi pantalón.

Un segundo después, alguien estaba llamando a la puerta.

—¿Alexandria?

Seth se quedó quieto sobre mí, jadeando.

—No me fastidies. Dime que es una broma.

Leon volvió a llamar.

—Alexandria, sé que estás ahí.

Mareada, parpadeé varias veces. La habitación poco a poco fue haciéndose más clara, igual que la expresión de Seth. Estaba a punto de reírme, pero me… caí.

—Será mejor que le contestes, antes de que irrumpa en la habitación.

Lo intenté pero no pude. Tomé aire profundamente.

—Sí. —Me aclaré la garganta—. Sí, estoy aquí.

Hubo un silencio.

—Lucian requiere tu presencia inmediatamente. —Le siguió otro momento de silencio—. También quiere verte a ti, Seth.

Seth frunció el ceño y el brillo de sus ojos desapareció.

—¿Cómo narices sabe que estoy aquí?

—Leon… simplemente lo sabe. —Le empujé suavemente—. Apártate.

—Eso intentaba. —Seth rodó hasta ponerse boca arriba, pasándose las manos por la cara. Le miré y me levanté, me sentía mareada. Pasé de mirar a Seth a mirar mi mano cerrada que fui abriendo poco a poco. Brillando de un azul iridiscente había un glifo con forma de grapa. Tenía marcadas las dos manos.

Se inclinó sobre mi hombro.

—Hey, tienes otro.

Le lancé un puñetazo, pero se me fue la mano un kilómetro.

—Lo has hecho aposta.

Seth se encogió de hombros y se alisó la camiseta.

—No te quejabas, ¿acaso ahora sí?

—Ese no es el tema, inútil. No debería tener ninguna.

Me miró, levantando las cejas.

—Mira, no lo he hecho aposta. No tengo ni idea de cómo ni por qué ocurre. Quizá sucede porque es lo que tiene que suceder.

—Os están esperando —dijo Leon desde el pasillo—. El tiempo es oro.

Seth puso los ojos en blanco.

—¿Y no podían haber esperado otros treinta minutos o una hora?

—No sé qué esperabas conseguir en ese tiempo.

Aún seguía un poco mareada y me tambaleé ligeramente al levantarme cuando vi que tenía la camisa y el sujetador desabrochados. ¿Como podría haber pasado?

Seth sonrió.

Intenté abrocharme los botones como pude, poniéndome de todos los colores. Por dentro estaba muy cabreada con Seth, pero estaba demasiado cansada como para enzarzarme en una pelea contra él. Y luego estaba Lucian. ¿Qué narices querría?

—Te has dejado uno —Seth se puso de pie de un salto y abrochó el botón que me quedaba sobre el ombligo—. Y deja de ponerte roja. Todo el mundo va a pensar que no hemos estado entrenando.

—¿Eso estábamos haciendo?

Sonrió aún más y me dieron ganas de pegarle en toda la cabeza. No obstante usé ese tiempo para arreglarme el pelo y alisarme la blusa. Cuando en el pasillo nos encontramos con Leon creo que ya estaba más decente.

Leon me miró como si supiese exactamente qué había pasado allí dentro.

—Qué bien que por fin hayáis venido.

Seth se metió las manos en los bolsillos.

—Nos tomamos los entrenamientos muy en serio. A veces nos concentramos tanto que nos cuesta volver a la realidad.

Abrí la boca de par en par. Ahora sí que quería atizarle.

Leon entrecerró los ojos mirando a Seth, se puso recto y nos hizo una señal para que le siguiéramos. Yo iba tras ellos, preguntándome por qué le iba a importar a Leon qué estuviese yo haciendo en la habitación. Todo el mundo quería que aceptásemos las bondades del Apollyon. Y luego pensé en Aiden, y el corazón me dio un vuelco.

Bueno, igual no todo el mundo.

Una extraña sensación se apoderó de mi estómago. ¿Qué acababa de pasar allí dentro? Pasamos de estar hablando a montárnoslo, siendo que no había vuelto a suceder nada así desde los Catskills. Me miré las manos.

Sucedió aquello del cordón superespecial.

Me sentí mal cuando miré hacia arriba y vi a Seth contoneándose pasillo abajo. Las mejillas le brillaban, como si apenas pudiese contener toda la energía que fluía por su interior. Yo empezaba a estar confundida. Todo aquello de la transferencia de energía al final resultó estar bien, igual que lo de después, pero la cara de Aiden me perseguía.

Seth me miró por encima del hombro mientras Leon abría la puerta. Fuera ya empezaba a estar oscuro, pero la sombra que se veía sobre el rostro de Seth no era producto de la noche.

Intenté construir el muro a mi alrededor.

Pero no lo conseguí.