XXII

Cruzaron el portón al galope, y al pasar el puente produjeron un gran estrépito, y dejaron atrás a Trillium Covert enfilando en dirección a las primeras estribaciones del desfiladero de Wild Water. Saxon ya había escogido su terreno en el gran macizo de las montañas de Sonoma, y lo había convertido en el objetivo de la cabalgata.

—Te diré una cosa: esta mañana, cuando iba a arreglar lo de Ramona, me enteré de algo —dijo Billy olvidando por un momento la perturbadora cuestión del pozo de greda—. Tú conoces los ciento cuarenta acres. En el camino me encontré frente al joven Chavon…, y no sé qué me dio y nos pusimos a hablar, creo que de patos…, y de pronto le pregunté si creía que el viejo me arrendaría los acres. ¿Y sabes qué me dijo? Que no son del viejo. Sólo los alquila. Es por eso que allí se ve ganado. Es como una cuña que se mete en su propiedad, ya que es el dueño de los tres campos que la rodean. Más tarde me encontré con Ping, que me dijo que Hilyard es el dueño y que estaba dispuesto a vender el campo, y la única dificultad está en que Chavon no quiere pagar el precio que le piden. Después, al regresar, fui en busca de Payne. Es un pequeño herrero que tiene la espalda deformada por una coz…, y se está ocupando de transferencias de tierra. Me dijo que seguramente Hilyard estaría dispuesto a vender y hasta le había encargado que se ocupara de la venta. Ya Chavon había pastado mucho tiempo el campo con sus animales y no consentiría en otro período de arrendamiento.

Cuando dejaron atrás el desfiladero de Wild Water, dieron vuelta con los caballos y se detuvieron al borde de las aguas, y desde allí contemplaron los rincones densamente cubiertos de árboles de los ciento cuarenta acres.

—Todavía los conseguiremos —dijo Saxon.

—Con toda seguridad —dijo Billy de una manera despreocupada—. He estado mirando otra vez el gran corral de adobe. Es lo que conviene para una buena cantidad de caballos. Sin embargo ni Chavon ni yo podremos estar inmediatamente en el mercado para realizar esa compra por la cuestión de la greda.

Cuando llegaron al terreno que Saxon había escogido, y que parecía propiedad de Thompson, ataron los caballos y avanzaron a pie. El heno recién cortado era apilado por el dueño del lugar, que los saludó alegremente. Era un día sin nubes ni viento, y buscaron resguardarse del sol bajo los árboles. Para conseguir eso encontraron un caminito.

—Es la huella de una vaca —dijo Billy—. Apostaría que conduce a un pequeño pastizal entre la arboleda. Sigamos por aquí. Un cuarto de hora después, a varios cientos de metros de un promontorio, aparecieron sobre un espacio abierto cubierto de hierbas, con un suelo que no tenía aspecto montañoso. La mayor parte de los ciento cuarenta acres se encontraba debajo de ellos a dos millas de distancia. Contemplaron las copas de los árboles en los rincones de aquel campo. Billy quedó tieso, con la vista fija en aquella extensión de tierra codiciada. Saxon lo imitaba.

—¿Y eso qué es? —dijo la mujer señalando hacia los rincones—. Arriba del pequeño desfiladero, a la izquierda, justo debajo del pino inclinado.

Billy vio una marca blanca en el muro del desfiladero.

—Es algo nuevo que no conozco —respondió—. Creía conocer cada palmo de estos lugares, pero hasta hoy nunca lo había visto. Durante el comienzo del invierno estuve allí, en el extremo del desfiladero. Es terriblemente agreste. Los costados del desfiladero están densamente cubiertos de árboles.

—¿Qué es? —preguntó Saxon—. ¿Un desmoronamiento?

—Tal vez. Debe haberse producido por lluvias fuertes, si es que no me equivoco… —Billy se interrumpió y se olvidó de las palabras, intensamente interesado ante lo que veía—. Hilyard vende a treinta el acre —comenzó a decir otra vez desarticuladamente— pero todo junto, la tierra buena y la tierra mala, tal cual está. Es decir que son cuatro mil doscientos. Como Payne es nuevo en este negocio, conseguiré que me reduzca la comisión con el fin de tener las mejores condiciones posibles. Podríamos conseguir nuevamente los cuatrocientos de Gow Yum y más dinero aún con mis caballos y carros …

—¿Pero vas a comprarlo hoy? —bromeó Saxon.

Eso apenas le sacó de su ensimismamiento. La miró como si no estuviera a su lado, y se olvidó inmediatamente de lo que había escuchado.

—Hay que trabajar con la cabeza —murmuró Billy—, y si es que ahora no …

Y comenzó a descender del promontorio siguiendo la huella que habían dejado las vacas. Luego recordó la presencia de Saxon y le acarició los hombros.

—Vamos, Apúrate. Quiero subir a caballo y ver eso.

Caminó por la huella y cruzó el terreno muy rápidamente, y Saxon no tuvo tiempo de hacerle preguntas. Casi no podía respirar en su esfuerzo por caminar a la par de él.

—¿Qué pasa? —le preguntó cuando la ayudó a subir al animal.

—Tal vez todo sea una broma…, después te lo diré —y la dejó sobre la silla de Ramona.

Al llegar abajo galoparon, y para descender las suaves pendientes trotaron a paso corto, y sólo cuando llegaron hasta las estribaciones del desfiladero de Wild Water descendieron para caminar. Billy ya no se encontraba preocupado, y Saxon aprovechó la ocasión para hablar de un tema que pensaba desde hacía algún tiempo.

—Clara Hastings me dijo el otro día que van a dar una fiesta en la casa. Estarán los Hazard, los Hall y Roy Blanchard …

Lo miró a Billy con ansiedad. A1 escuchar el nombre de Blanchard, su cabeza se agitó como si hubiese escuchado un toque de corneta. Una sonrisa comenzó a entremezclarse lentamente con el azul nebuloso de sus ojos.

—Hace mucho tiempo, desde que le dijiste a cualquier hombre que se tuviera en pie… —dijo ella con intención.

Billy volvió a mostrar una expresión mansa.

—Oh, perfectamente —dijo de una manera burlona—. Roy Blanchard puede venir. Se lo permito. Todo aquello quedó muy atrás. Además, estoy demasiado ocupado para entretenerme con esas cosas.

Apuró el caballo y, ni bien descendieron la pendiente, marcharon al trote. Al pasar frente a Trillium Covert galopaban.

—Antes tendrás que quedarte para almorzar —dijo Saxon cuando se aproximaban al campo del Madroño.

—Tú te quedarás —le respondió—. Yo no quiero almorzar.

—Pero deseo ir contigo —le rogó ella—. ¿Qué sucede? —No me atrevo a decírtelo. Anda tú y come.

—No hasta que me lo hayas dicho —respondió la mujer—. No hay nada que me impida que siga contigo.

Media milla más adelante dejaron el camino principal, desfilaron delante de una puerta automática que Billy había instalado y cruzaron el camino cubierto por un polvo gredoso. Ese camino llevaba al pozo de greda de Chavon. Los ciento cuarenta acres quedaban hacia el oeste. En medio de una nube de polvo se veían dos carretas que se aproximaban.

—Tus carros, Billy —dijo ella—. ¡Piénsalo! Mientras paseas a mi lado sigues ganando dinero sólo con la cabeza.

—Pero si hasta siento vergüenza cuando pienso cuánto dinero gano fácilmente todos los días con cada uno de esos carros —reconoció él.

Se apartaron del camino hacia las verjas, por donde se entraba a los ciento cuarenta acres, pero en ese instante el conductor del carro más grande les gritó «¡Hola!», y los saludó de lejos con la mano. Detuvieron sus caballos y esperaron.

—El ruano grande está desatado —dijo el conductor al de tener el vehículo junto a ellos—. Parece completamente loco…, muerde, se agita y da coces. Se desprendió de las monturas como si fuera de papel. Le dio un mordisco a Baldy y le hizo una herida del tamaño de un plato, y también se hirió a sí mismo y se rompió una pata trasera. Fueron los quince minutos más horribles que viví en mi existencia.

—¿Está seguro de que se rompió la pata? —preguntó Billy ansioso.

—Sí, seguro.

—Bueno, después de descargar, dese una vuelta por el otro corral y saque a Ben. Está allí. Y también lleve un arma. Sammy tiene una. Usted mismo puede arreglar lo del ruano grande. Yo no tengo tiempo ahora… ¿Por qué Mateo no puede ir con usted por Ben? Así ganarán tiempo.

—¡Está esperando por allí! —respondió el conductor—. Me dio a entender que yo podría conseguir a Ben.

—¿Y a la vez perder tiempo, eh? Bueno, a ver si se mueven.

—Hay que ser así —le dijo a Saxon cuando reanudaron la marcha sobre los animales—. No saben nada, no tienen cabeza, ésa es la dificultad con los que ganan dos dólares por día.

—Eso es lo que valen —respondió Saxon con rapidez—. ¿Qué esperas encontrar por dos dólares?

—También eso es cierto —admitió Billy—. Si tuvieran más cabeza estarían en las ciudades como los otros, que son mejores que ellos. Pero éstos son igualmente un lote de piedras. No se dan cuenta de las grandes oportunidades que hay en el campo, o tal vez no gusten de esta vida.

Billy desmontó y descolgó los tres barrotes, entró con su caballo y colocó nuevamente los barrotes.

—Cuando consiga ese campo colocaré un portón aquí —dijo—. Se paga por si mismo en muy poco tiempo. Son mil pequeñas cosas como ésta las que suman mucho cuando se las considera en conjunto —suspiró con satisfacción—. No tenía la costumbre de pensar en esas cosas, pero cuando dejamos Oakland comencé a despertar y a hacerlo. Aquellos prochugueses de San Leandro fueron los que me abrieron los ojos por primera vez. Antes había vivido como dormido.

Bordearon el más bajo de los tres campos y avanzaron sobre el heno maduro sin segar. Con evidente disgusto Billy señaló el cerco roto, mal reparado y sembrado que había sido pisoteado por el ganado.

—Son cosas a la antigua usanza —dijo—. Y mira la cosecha pobre, la tierra mal arada, un ganado de lo peor, la semilla mala, el cultivo malo. Hace ocho años que Chavon lo cultiva, y el campo nunca tuvo un descanso, y nunca le echó ningún fertilizante, salvo los animales inmediatamente después de que el heno se había terminado.

Más adelante, en una cañada, se encontraron con un grupo de animales.

—Mira alrededor, Saxon. Es una calamidad. Debería haber una ley que prohibiese la existencia de animales así. No me extraña que con una tierra tan pobre Chavon deba recurrir a su pozo de greda para pagar las contribuciones y los intereses. No puedo conseguirlo con el fruto de la tierra. Fíjate por ejemplo en esos ciento cuarenta acres. Cualquiera podría arrancarle montones de monedas de plata. Y te lo demostraré.

A la distancia pasaron frente al gran corral de adobe.

—Si se hubiesen gastado unos cuantos dólares en el momento oportuno, se hubieran ahorrado cientos para reparar el tejado —dijo—. Bueno, de cualquier manera no pagaré ninguna mejora cuando lo compre. Además, este campo tiene mucha agua, y si desean que alguna vez en Glen Ellen crezca algo tendrán que venir a verme para el abastecimiento del líquido.

Billy conocía muy bien el campo y cortaba camino entre los árboles, caminando sobre las huellas producidas por el paso del ganado. En cierta ocasión frenó bruscamente al caballo y ambos se detuvieron. A una docena de pasos, justo enfrente de ellos, había un zorro rojo de gran volumen. Durante medio minuto el animal los miró fijamente, como si quisiese adivinar la intención de ellos con ayuda de su olfato sensible. Después, se echó a un lado sobre sus plantas aterciopeladas y se perdió entre los árboles.

—¡Hijo del diablo! —exclamó Billy.

Cuando se acercaron a Wild Water, cabalgaron a través de una estrecha franja de tierra lisa. En el centro había un estanque.

—Ahí tienes una reserva natural de agua para cuando Glen Ellen comience a comprar el líquido —dijo él—. ¿Ves allí el extremo más bajo?…, no creo que cueste mucho hacer un pequeño dique. Y podría colocar cañerías de toda clase entre las filtraciones de las montañas. Y el agua valdrá dinero en este valle, y no será dentro de mil años… Y todos esos marmotas no se dan cuenta… Y los ingenieros ya andan por el valle para instalar una línea eléctrica desde Sausalito, con un ramal que llegue hasta el valle Napa.

Llegaron al pie del desfiladero de Wild Water. Se inclinaron bastante hacia adelante sobre los caballos, y se deslizaron por una pendiente grande a través de enormes pinos, hasta que llegaron a un caminito antiguo y olvidado.

—Este camino fue abierto allá por el cincuenta —dijo Billy—. Lo descubrí de casualidad. Y ayer le pregunté a Poppe. Nació en el valle. Dice que sirvió para llegar a una mina falsa, a través de Petaluma. Los agiotistas se dieron cuenta de la maniobra y debieron robar a unos cuantos. ¿Ves allí esa extensión lisa que en parte está desnivelada? Allí establecieron el campamento. Colocaron los tablones directamente debajo de los árboles. El suelo liso era más grande, pero las aguas del arroyo lo fueron invadiendo poco a poco. Poppe me dijo que allí se produjeron un par de asesinatos y hasta un linchamiento.

Se inclinaron sobre los cuellos de los animales y avanzaron por la huella de las vacas hasta salir del desfiladero, y entonces atravesaron una tierra agreste hasta llegar a los árboles.

—A ti, Saxon, que siempre andas buscando cosas bonitas, te mostraré algo que te pondrá los pelos de punta…, ni bien pasemos esta arboleda.

En ninguna de sus travesías Saxon había observado una vista tan hermosa como la que vieron al dejar atrás la arboleda. El estrecho camino casi borrado se convertía en una alfombrilla roja sobre el suelo suave del bosque, plantado con árboles de madera roja y de robles arqueados. Parecía como si todas las variedades de árboles y enredaderas del lugar se hubiesen confabulado para formar aquel techo de hojas: arces, grandes madroños, laureles y robles gigantescos, escalonados, entrecruzados y ocultos por enredaderas silvestres. Saxon le mostró a Billy un conjunto de helechos. Parecía que todas las pendientes se reunieran allí para formar una cuenca boscosa, natural, fabulosa. El suelo que pisaban parecía esponjoso por el agua. Un invisible hilo de agua murmuraba debajo de la amplia fronda. A cada lado se veían paisajes de ensueño. Los árboles gigantes y californianos de madera roja se agrupaban silenciosos e imponentes.

Finalmente, después de avanzar otro cuarto de hora, ataron las cabalgaduras al borde del estrecho desfiladero que se internaba en la selva del lugar. En un claro de los árboles Billy señaló la copa de un pino inclinado.

—Está justamente por debajo de él —dijo—. Debemos seguir por el lecho del arroyo. No hay huellas ni sendero, pero pueden verse muchas pisadas de ciervos que cruzaron el arroyo. Tendrás que mojarte los pies.

Saxon reía gozosa caminando sobre las piedras y chapoteando el agua, agachándose para avanzar sobre los troncos de Los árboles caídos.

—En realidad no hay ningún lecho de rocas en toda la montaña —dijo Billy—, por eso la corriente se hace cada vez más profunda. Y eso es lo que come continuamente los bordes.

Después, la subida se hizo cada vez más difícil, y por último se detuvieron en una pequeña hendidura.

—Espera aquí —dijo Billy, y se echó boca abajo y se arrastró hacia arriba, como si estuviera trepando por un árbol caído.

Saxon esperó hasta que ya no oyó ningún rumor, ningún ruido. Aguardó diez minutos más y luego siguió por el camino que Billy había abierto. Donde el tránsito sobre el suelo del desfiladero se hacía imposible, encontró lo que seguramente eran las huellas de los ciervos, que bordeaban el camino en una dirección determinada, como un túnel a través de la verde y cerrada espesura. Miró un instante al pino inclinado, cuya copa casi estaba a la altura de su cabeza, del lado opuesto, y reapareció en medio de un pozo de agua clara, en una especie de cuenca de barro. Era de origen reciente y se había formado por el desmoronamiento de la tierra y de los árboles. A través del estanque se elevaba una pared blanca y simple. Billy estaba sobre el tronco de un árbol. Tenía muy cerca al pino inclinado.

—Puedo ver el escaso pasto de tu campo —le gritó—. No es de extrañar que nadie se preocupara jamás de desagotar esto. Sólo desde aquí puede verse. Y tú lo viste primero que nadie. Espera a que baje y te lo diré. Antes no podía comprenderlo.

No se necesitaba mucha agudeza para comprender el asunto. Saxon sabía que «eáo» era el barro precioso que necesitaba la fábrica de ladrillos. Billy dio una vuelta muy amplia y llegó al muro del desfiladero, yendo de árbol en árbol, como si descendiese por una escalera.

—¿No te parece que es una maravilla? —dijo eufórico mientras saltaba al lado de Saxon—. Mira, está escondido, cuatro pies debajo del suelo, donde nadie puede verlo; esperaba, simplemente, a que nosotros descubriéramos el valle de la luna. Y recién entonces parece que se despellejó algo para que pudiéramos verlo.

—¿Es el barro verdadero? —preguntó Saxon con ansiedad.

—Podrías apostar tu dulce existencia. He manejado tanto de ese material que podría reconocerlo hasta de noche, sólo con restregarlo entre las manos, así… Y te podría decir si es o no por el sabor que tiene. Comí bastante durante el transporte. Aquí es donde comienza nuestro juego. Desde que llegamos a este valle nos estrujamos los sesos, pero ahora el camino es fácil…

—Pero tú no eres el dueño —le recordó Saxon.

—Bueno, pero no tendrás cien años antes de que sea tuyo.

De aquí voy directamente a lo de Payne para comprometer la granja…, ¿una opción, entiendes?, y mientras se escritura buscaré el dinero. Tendremos otra vez cuatrocientos de Gow Yum, y pediré prestado todo lo que pueda sobre los carros y caballos, sobre Hazel y Hattie, sobre todo lo que pueda valer algo. Y luego le daré todo eso a Hilyard, además de una hipoteca. Y después…, como quien arrebata un caramelo a un chico…, haré un contrato con la fábrica por veinte años de duración, a veinte centavos la yarda o tal vez más. Cuando lo vean estarán locos de alegría. Y no habrá fastidio para nadie. Por lo menos, hay doscientos pies al descubierto. Todo es de greda, y tiene un manto de tierra encima.

—Pero echará a perder la belleza del desfiladero al cargar la greda —dijo Saxon un poco alarmada.

—No, sólo el rincón. El camino llega hasta allí por el otro lado. Desde el pozo de Chavon queda a sólo media milla. Haré el camino y cargaré el costo al transporte de los materiales, o sino lo hará la fábrica de ladrillos y les cobraré el transporte al mismo precio que antes. Tal vez tenga que comprar más caballos para el trabajo.

Se sentaron tomados de la mano, cerca del estanque, y hablaron de los detalles.

—Saxon —dijo después de una pausa—, canta «Días de la cosecha», ¿quieres?

Cuando terminó de hacerlo le dijo:

—La primera vez que me cantaste esta canción, regresábamos de aquella fiesta campestre, íbamos en tren …

—Fue el primer día que nos conocimos —dijo ella—. ¿Qué pensabas de mí?

—Lo que pensé después…, que me estabas destinada. Lo pensé inmediatamente, durante el primer vals… ¿Y tú qué pensabas de mí?

—Me hice unas cuantas preguntas antes del primer vals, cuando nos presentaron y nos estrechamos la mano…, me preguntaba si tú serías el hombre. Éstas fueron las palabras exactas que cruzaron mi mente: «¿Será él el hombre?».

—¿Y te parecí… bien? —le preguntó.

—Siempre me pareció de esa manera. Siempre tuve buena vista.

—Escucha, Saxon —dijo escapando de la conversación—, durante el invierno que viene, si todo marcha en forma, ¿qué te parece si visitamos Carmel? No habrá tanto trabajo para ti con las hortalizas, y yo estaré en condiciones de tener un capataz.

Le sorprendió la falta de entusiasmo de Saxon.

—¿Qué tendría de malo? —le preguntó rápidamente.

Tenía los ojos bajos y las palabras balbuceaban en sus labios cuando ella dijo:

—Ayer hice algo sin pedirte permiso. Billy aguardó.

—Le escribí a Tom —añadió confesando tímidamente. Billy seguía esperando, pero no sabía qué.

—Le pedí que nos despachara la vieja cómoda…, la de mi madre…, ¿la recuerdas?…, la que quedó a su cuidado…

—Oh, pero no veo que… —dijo Billy aliviado—. Necesitaremos la cómoda ¿no es cierto? Y podemos pagar los gastos de transporte.

—Eres un tonto encantador… ¿No sabes qué hay dentro de la cómoda?

Billy meneó la cabeza, y ella, casi musitando, agregó:

—Las ropitas de la criatura.

—¿No? —exclamó Billy.

—Sí.

—¿Seguro?

Saxon inclinó la cabeza. Tenía las mejillas encendidas, llenas de color.

—Eso es lo que deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo, Saxon. Desde que llegué a este valle, últimamente he estado pensando mucho en eso —tenía la voz tomada y por primera vez Saxon vio lágrimas en los ojos de Billy—. Pero después de lo que hice, del infierno que armé, yo. Nunca insistí, no te dije ni una palabra sobre eso… Pero lo quería…, lo deseaba como …

Abrió los brazos y la apretó contra su pecho, y el estanque que estaba frente al desfiladero conoció un silencio lleno de ternura.

Saxon sintió la mano cálida de Billy sobre sus labios. Billy la obligó a volver la cabeza, y juntos miraron hacia un rincón, donde un gamo y un cervatillo los miraban, hacia abajo, desde un pequeño claro entre los árboles.