XXI

Durante una alegre mañana de junio Billy le dijo a Saxon que se pusiera sus ropas de montar para probar un caballo de silla.

—Pero no antes de las diez —le respondió su mujer—. Para entonces ya habré despachado el carro en su segundo viaje.

A pesar de la amplitud de la empresa, de su capacidad ejecutiva y del sistema de trabajo que tenía, le quedaba bastante tiempo libre. Podía visitar a los Hale, lo que le resultaba encantador, y sobre todo ahora que los Hastings estaban de regreso y que Clara pasaba mucho tiempo con su tía. En ese ambiente amable Saxon se encontraba a sus anchas. Y comenzó a leer, pero a conciencia. Y le sobraba tiempo para la lectura, para su labor de aguja y para atenderlo a Billy, a quien acompañaba en muchas de sus salidas.

Billy se hallaba mucho más ocupado que Saxon, porque el trabajo que tenía que hacer era más desperdigado y diverso. Y también observaba el corral de la casa y los caballos que Saxon utilizaba. En realidad, se había convertido en un hombre de negocios, aunque la señora Mortimer descubrió algunas filtraciones en sus cuentas, y entonces, ayudada por Saxon, pudo convencerle de que llevara libros de contabilidad. Todas las noches, después de cenar, ambos se engolfaban en los libros. Y después, sentados en el sillón bajo, que se empeñó en comprar ni bien tuvo el contrato con la fábrica de ladrillos, ella se sentaba en sus rodillas, pulsaba el ukelele, o sino hablaban largamente de lo que tenían entre manos o de lo que proyectaban hacer.

—Me estoy mezclando en la política, Saxon, porque conviene, conviene mucho. Si para la primavera que viene no tengo media docena de yuntas trabajando en los caminos y cargando con el dinero del condado, entonces me volveré a Oakland y le pediré un puesto a mi patrón.

Pero Saxon no se quedaba atrás.

—Realmente van a construir ese nuevo hotel entre Caliente y Eldridge. Y también se habla de un gran sanatorio en las colinas.

O sino, otras veces, decía:

—Ahora que has colocado la cañería en ese acre, debes permitirme que lo aproveche para las hortalizas. Te lo arriendo. Aceptaré tu propio cálculo por la alfalfa que se pueda producir allí y te entregaré todo lo que obtenga en el mercado por esas cosas, menos lo que cuesta su crecimiento.

—Perfectamente, úsalo —le respondió suspirando apenas—. Ahora estoy demasiado atareado para andar en eso.

Le dolía porque casi era una claudicación, ya que había terminado de instalar la cañería y de hacer los canales para el riego.

—Será lo mejor, Billy —le dijo ella mimosa, ya que sabía que el ensueño de más espacio era muy fuerte en Billy—. Tú no sabes perder el tiempo con un acre. Allí están los ciento cuarenta. Si el viejo Chavon se muere alguna vez los compraremos. Además, en realidad pertenecen al campo del Madroño. Al principio todo era uno.

—No deseo la muerte de nadie —murmuró Billy—. Pero sólo lo utiliza para el pastoreo de unos pocos animales inferiores, y no hace ninguna otra cosa allí. He observado cada palmo de esa tierra. Por lo menos tiene cuarenta acres en las tres partes donde no hay árboles, y por detrás agua en las colinas. Podría obtener tanta cantidad de forraje que te cortaría la respiración. Y además hay cerca de cincuenta acres que tienen pastos, árboles y sitios elevados donde dejaría pastar a mis yeguas de cría. Los cincuenta acres que restan son de arboleda densa con lugares bonitos para cazar animales silvestres. Y esos viejos corrales de adobe están en muy buen estado. Con un tejado nuevo podrían cobijar a cualquier número de animales durante el mal tiempo. Y ahora tengo que conformarme con alquilar esos pobres pastos detrás de Ping para mantener descansados a los animales. En vez, si los tuviera podrían correr por los ciento cuarenta acres. No sé si Chavon me los arrendaría.

O sino, ya menos ambicioso, decía:

—Mañana iré a un despellejamiento en Petaluma, Saxon; hay un remate en el campo de Atkinson y tal vez consiga algunas gangas.

—¡Más caballos!

—¿Acaso no tuve dos yuntas que trasportaban leña para la nueva bodega de vinos? Y Berney tiene el lomo en malas condiciones. Deberá descansar durante mucho tiempo para quedar en buen estado. Y Bridget no hará ningún trabajo nuevamente. Ya estoy viendo que quedará mal. La he cuidado y curado pero no hay nada que hacer. Y algunos de los otros animales deben descansar. Algunos están así por la fatiga que tuvieron que soportar, especialmente esa yegua gris. El ruano grande casi se ha vuelto loco. Todos creían que sufría de los dientes pero no se trata de eso. Está loco, simplemente… Siempre es negocio cuidar a animales cómo los caballos, porque son la cosa más delicada que anda sobre cuatro patas. Y alguna vez, si encuentro la manera de hacerlo, despacharé un vagón lleno de mulas para el condado de Colusa, de las grandes, dé las pesadas, tú ya las conoces. En ese valle se venden como si fueran pasteles calientes… Y no las necesito.

O sino, durante una conversación más ligera, la interrogaba:

—Dime, Saxon, haciendo cuentas, ¿cuánto crees que valen Hazel y Hattie? Es decir, ¿cuál sería su precio correcto en un mercado?

—¿Por qué?

—Te lo pregunto.

—Bueno…, digamos, lo que pagaste por ellas: trescientos dólares.

—Hum —estaba muy serio—, valen mucho más, pero supongamos que sea así. Y ahora, volviendo a las cuentas, supongamos que me haces un cheque por trescientos dólares…

—¡Oh, ladrón!

—No puedes despedirme ¿Acaso no me diste un cheque cuando permití que llevaras grano y heno en mi carro? Y en tus cuentas te aferras mucho a cada centavo que tienes —bromeó—. Y si eres una mujer de negocios debes cargar esos dos caballos a la cuenta de tu negocio. No los uso para nada desde hace mucho tiempo.

—Pero las yeguas serán tuyas —dijo ella—. Además no me puedo permitir el lujo de tener yeguas de cría en mi negocio. Hazel y Hattie pueden ser desenganchadas del carro en cualquier momento, ya que son de una calidad muy superior para realizar esa tarea. Y tienes que tener los ojos bien abiertos para conseguir una yunta que pueda reemplazarlas. Te daré un cheque pero ninguna comisión …

—Muy bien —dijo Billy—, Hazel y Hattie vuelven a mi poder y debes pagarme el alquiler que corresponde por el tiempo que las utilizaste.

—Si me impones eso, cargaré en la cuenta la manutención de los animales —le amenazó Saxon.

—Si lo haces, te cobraré los intereses del dinero que invertí en ellas.

—No puedes hacerlo —rió Saxon—, porque se trata de un bien ganancial.

Billy gruñó espasmódicamente, como si el aliento se le hubiese cortado.

—Es un directo en el plexo solar —dijo— que me tumba sobre el suelo para toda la cuenta. Pero, dime, ¿son palabras dulces, no es cierto? ¿Bienes gananciales? —pronunció las palabras con fruición—. Cuando nos casamos mi ambición más alta era un puesto fijo y algunos trapos, además de unos pocos-muebles que terminaríamos de pagar cuando ya estuvieran semigastados. Si no hubiese sido por ti no habría ningún bien ganancial.

—¡Qué tontería! ¿Qué hubiese podido hacer yo sola? Sabes perfectamente cómo ganaste el dinero con que empezamos aquí. Pagaste los jornales de Gow Yum y Chan Chi, los del viejo Hughie y de la señora Paul y… ¿a quién lo debemos todo?

Extendió sus dos manos y le acarició los hombros, y luego le palpó los bíceps musculosos.

—¡Éstos son los que han hecho todo, Billy!

—Diablos, tu cabeza anda realmente mal. ¿Para qué sirven mis músculos si no existe una cabeza para manejarlos? ¿Para golpear «tiñosos», inquilinos, para doblar los codos sobre el mostrador de un despacho de bebidas? Lo único inteligente que hice alguna vez fue unirme a ti. Sinceramente, Saxon, tú me formaste, me hiciste.

—¡Diablos! —le imitó Saxon como le gustaba a él—, ¿y dónde estaría yo si tú no me hubieras sacado del lavadero? Por mí misma no hubiese podido salir adelante. Era una muchacha indefensa. Y todavía estaría allí si no fuese por ti, Billy. La señora Mortimer tenía cinco mil dólares, pero yo te tenía a ti.

—Una mujer no tiene las mismas posibilidades que un hombre para marchar adelante —dijo él generalizando—. Te diré una cosa: era necesario que lo hiciéramos entre ambos. Fue un trabajo para una pareja y nos alternamos en la carrera. Si nos hubiésemos separado, tú aún estarías en el lavadero y yo, con mucha suerte, sólo entrenaría una yunta durante todo el día y seguiría rodando por salas de baile de inferior calidad.

* * *

Saxon estaba de pie junto al padre de todos los madroños y veía cómo Hazel y Hattie arrastraban la carreta cargada de hortalizas, cuando Billy apareció montado sobre una yegua alazana en cuyo pelo resplandecían los rayos dorados del sol.

—Tiene cuatro años de edad, la vida le sobra por los cuatro costados, y no tiene ninguna maña —dijo deteniéndose al lado de su mujer—. La piel es como papel de seda, la boca es muy suave, pero es capaz de dejar muy chiquito al equino más recio: mira los lomos y el hocico que tiene. La llaman Ramona…, y debe ser un nombre español. Desciende de Morellita, y es de verdadera raza Morgan.

—¿Y ellos la venderán? —dijo Saxon apretándose las manos, embargada por un deleite inexpresable.

—Por eso te la traje, para mostrártela.

—¿Pero cuánto quieren por ella? —a Saxon le parecía imposible que una maravilla semejante pudiese pertenecerle.

—Eso ya no es cosa tuya —le respondió Billy un poco bruscamente—. La fábrica de ladrillos, y no el cultivo de las hortalizas, pagará por ella. Será tuya si sólo dices media palabra.

—Te lo diré dentro de un minuto.

Saxon trataba de subirse al animal, pero éste se alejaba nervioso.

—Tenla hasta que la sujete —dijo Billy—. Lo malo es que no es muy paciente.

Saxon apretó con fuerza las crines y las riendas, puso un pie entre las manos unidas de Billy y de pronto se encontró sobre la yegua.

—Está acostumbrada a las espuelas —dijo Billy—. Es la manera española, y entonces no debes reprimirla. Haz que marche suavemente, y háblale. Pertenece al gran mundo ¿sabes?

Saxon asintió con una inclinación de cabeza y atravesó el portón en dirección al camino. La saludó a Clara Hastings con un gesto de la mano cuando pasó frente a la entrada de Trillium Covert, y después siguió por el desfiladero de Wild Water.

Regresó con Ramona trotando a un paso agradable, enfiló hacia el fondo de la casa pasando frente a los gallineros y a los cultivos de fresas, y finalmente se reunió con Billy sobre la margen, donde éste ató el caballo a la sombra mientras fumaba un cigarrillo. Juntos observaron el prado, que ya había dejado de serlo, a través de un claro entre los árboles. Aquél se encontraba dividido con exactitud matemática en franjas cuadradas, oblongas y angostas que mostraban los mil matices de color verde de los cultivos de hortalizas. Gow Yum y Chan Chi, debajo de enormes sombreros chinos fabricados con hierbas, plantaban cebolla de verdeo. El viejo Hughie, con la hoz en la mano, arrastraba los pies a lo largo de la arteria principal de la corriente de agua, abría alguna compuerta lateral y cerraba otra. Desde el cobertizo donde se guardaban las verduras, detrás del corral, llegaban unos golpes de martillo que indicaban que Carlsen estaba encajonando las verduras. La alegre voz de soprano de la señora Paul se elevaba en el aire y se mezclaba con los trinos de los pájaros. Un fuerte ladrido descubría el lugar donde se encontraba Possum, que estaba permanentemente en guerra con las ardillas, fuera de sí, rabioso. Billy chupó largamente el cigarrillo y siguió contemplando el prado. Saxon adivinó por su manera de moverse que existía alguna dificultad. Con una mano tomó las riendas y la fusta, y con la otra lo acarició a Billy. Él miró primero a la yegua y después, lentamente, posó sus ojos sobre Saxon.

—Uff —dijo como si quisiera comenzar a andar—, los prochugueses de San Leandro no tendrán nada que enseñarnos cuando comencemos el cultivo intensivo. Fíjate cómo circula el agua, y a veces me parece tan bien que siento la tentación de meterme con pies y manos y dejarme arrastrar por la corriente.

—¡Oh, si tuviéramos una absoluta seguridad con toda el agua que se necesita para un clima como éste! —exclamó Saxon.

—No debes asustarte si alguna vez las lluvias te hacen una mala pasada. Aquí tenemos el arroyo Sonoma. Nos bastará con una bomba de extracción a nafta.

—Pero nunca tendremos que hacerlo, Billy. Hablé con «Madera Roja». Thompson. Vive en el valle desde el cincuenta y tres, y dice que nunca se perdieron las cosechas por la sequía. Siempre tendremos nuestras lluvias.

—Vamos a dar una vuelta a caballo —dijo él de pronto—. Ha llegado el momento.

—Bueno, iré pero si me dices qué es lo que te perturba.

Billy la miró rápidamente.

—Nada —gruñó—. Y si sucede algo ¿qué importancia tiene? Tarde o temprano lo sabrás. Tendrías que verle al viejo Chavon. Tiene una cara tan larga que cuando camina se golpea el mentón contra las rodillas. Está enloquecido por esta mina de oro.

—¡Mina de oro!

—Su pozo de greda se está quedando vacío. Obtenía veinte centavos por cada yarda que le compraba la fábrica de ladrillos.

—Eso quiere decir que tu contrato se termina —Saxon se dio cuenta de la magnitud del desastre—. ¿Y qué dice la gente de la fábrica?

—Están muy preocupados, pero guardan el secreto. Están empleando a gente para hacer pozos en todos los promontorios, y el japonés se pasa examinando el polvo que le traen. El barro que necesitan es muy especial y no se encuentra en todas partes. Los expertos que informaron sobre el pozo de Chavon se equivocaron de medio a medio. Tal vez por pereza no estudiaron mucho el asunto. De cualquier manera calcularon que en el lugar había cierta cantidad de greda que no es la exacta. Y ahora tienen dolores de cabeza. Ya nos arreglaremos de alguna manera, aunque eso no pueda remediarse.

—Pero yo sí que puedo hacer algo —dijo Saxon—. No compraremos a Ramona.

—No tienes nada que ver con ese asunto —le respondió Billy—. La compro, y lo que vale no debe mezclarse con todo este juego. Siempre tengo mis caballos para vender. Pero eso terminará con el dinero que gano, y el contrato de la fábrica era gordo.

—¿Pero si pudieras hacer algo con ellos en los trabajos de los caminos del condado? —le sugirió Saxon.

—Estaba pensando en eso, precisamente. Tengo los ojos bien abiertos. Existe la posibilidad de que se reanude el trabajo en la cantera, y el hombre que antes se encargaba de hacerlo se marchó a Puget Sound. ¿Y qué hay si tenemos que vender la mayor parte de nuestros caballos? Tú tienes aquí el negocio de las hortalizas. Es algo sólido. Sucederá que no correremos tan de prisa por un tiempo, en el peor de los casos. Y el campo ya no me asusta. He aprendido las cosas a medida que iban apareciendo. En cualquier villorio podría ganarme la vida. ¿Y ahora a dónde quieres ir con el animal?