XIX

Cuando la señora Mortimer llegó con los catálogos de semillas y los libros de agricultura, se encontró con que Saxon estaba enfrascada en la lectura de libros sobre temas rurales que le había prestado Edmund. Saxon le mostró los contornos del lugar donde se encontraban y la visita quedó prendada de todo, inclusive de las condiciones del contrato de arrendamiento con opción de compra.

—Y ahora —dijo— ¿qué van a hacer? Siéntense ambos. Esto será un consejo de guerra, y soy la única persona en el mundo que puede decirles lo que deben hacer. Y tenía que ser yo, porque cualquier persona que ha reorganizado y catalogado una gran biblioteca de ciudad podría asombrarlos a ustedes, que son gente joven, en muy pocos instantes. Ahora bien, ¿por dónde empiezo? Antes que nada hay que decir que el campo del Madroño es una ganga. Conozco suelos y climas, y sé lo que es hermoso. El campo del Madroño es una mina de oro. En ese prado hay una fortuna. Trabájenlo bien…, y luego les hablaré de eso. Antes que todo, aquí está la tierra, pero, en segundo lugar, ¿qué harán con ella? ¿Ganarse la vida? Por supuesto. ¿Con hortalizas? Naturalmente. ¿Pero qué harán una vez que las hayan recogido? Venderlas, por cierto. ¿Pero dónde?… Bueno, ahora escúchenme… Deben hacer de la misma manera que yo, evitar el intermediario, vender directamente al consumidor. Hay que crearse su propio mercado. ¿Saben qué vi por la ventanilla del vagón del ferrocarril, viajando por el valle, sólo a pocas millas de aquí? Hoteles, termas, recreos de verano, de invierno…, en fin, poblaciones, bocas para comer, un mercado… ¿Y cómo se abastece ese mercado? Busqué en vano sin encontrar los carros de los hortelanos… Billy, enganche sus animales y esté listo para conducirnos a Saxon y a mí después de comer. No se inquiete por otra cosa. Deje las cosas tal cual están. ¿Qué fin tiene el partir hacia un lugar si carecen de dirección? Pero en la tarde de hoy trataremos de encontrarla, y de esa manera sabremos dónde nos hallamos…, y entonces… —le miró a Billy sonriendo.

Pero Saxon no los acompañó. Había mucho que limpiar dentro de la casa, ya que hacía mucho tiempo que había sido abandonada, y también prepararlo todo para que la señora Mortimer pudiese hospedarse allí. La señora y Billy regresaron mucho después de la hora fijada para la cena.

—Son las criaturas más afortunadas que conozco —comenzó a decir ella inmediatamente—. Precisamente, este valle está despertando. Aquí tienen su mercado. No hay ni un competidor en el valle. Me pareció que esos recreos eran nuevos. Caliente, Aguas Calientes de Boyes, el Verano y los otros. Además están los pequeños hoteles de Glen Ellen, casi en la puerta de al lado. Conversé con todos los propietarios y gerentes.

—Es una maga —dijo Billy admirado—. Dios la hizo con vocación comercial. ¡La hubieses visto!

La señora Mortimer agradeció el cumplido y entró de lleno en el asunto:

—¿De dónde vienen todos los vegetales? Los carros tienen que recorrer de doce a quince millas desde Santa Rosa y desde lo alto de Sonoma. Allí están las granjas más cercanas que acarrean sus productos por los caminos y me dijeron que cuando éstas no pueden satisfacer las grandes necesidades, entonces hay que traer las cosas desde San Francisco por ferrocarril. Les presenté a Billy y estuvieron de acuerdo en ayudar la producción del lugar. Además les resultará mejor a ellos mismos. Ustedes les entregarán hortalizas más frescas y baratas que los otros. Y deberán esforzarse por entregar vegetales en esas condiciones. Y no olviden que la entrega les resultará a ustedes menos onerosa, por la proximidad en que se hallan. Así no tendrán que hacer prodigios con los huevos del día. Tampoco habrá nada de conservas y dulces, pero tienen un espacio considerable sobre la margen para cultivar hortalizas. Mañana por la mañana les ayudaré a instalar los gallineros con sus provisiones. Además, están los pollos capones para el mercado de San Francisco. Primero comenzarán en escala reducida, como si fuera un renglón secundario. También les aconsejaré sobre el asunto y les mandaré lo que se ha publicado sobre la materia. Tienen que pensar con la cabeza y dejen que los otros trabajen. Esto es necesario entenderlo bien. Las recompensas que se obtienen por la dirección siempre son superiores a las de los jornaleros. Deberán llevar libros de contabilidad, porque tienen que saber siempre el suelo que están pisando. Tienen que conocer qué compensa y qué no, y cuáles son las cosas que convienen. Eso se los dirán los libros. Se los demostraré en muy poco tiempo.

—¡Y pensar que todo se puede hacer en dos acres! —dijo Billy.

La señora Mortimer le clavó una mirada penetrante.

—Dos acres para empezar —le dijo ella un poco ásperamente—. Después serán cinco acres, y entonces estará en condiciones de abastecer a su mercado. Y ni bien lleguen las lluvias, muchacho, tendrá las manos completamente ocupadas en los caballos y quedará cansado desecando el pasto. Mañana trabajaremos sobre ese suelo liso. También está el asunto de las fresas en esa margen. Y además las uvas de mesa, que son de las mejores. Ésas son las que obtienen los precios más altos. Luego hay que estudiar el asunto de las frambuesas, pero no se engañen con las fresas. No es como el viñedo ¿sabe? Examiné el plantío y está en buenas condiciones. Después resolveremos la cuestión de la poda y de los injertos.

—Pero Billy quiere tres acres para el prado —dijo Saxon en la primera oportunidad que se presentó.

—¿Para qué?

—Necesita cultivar heno y otros forrajes para los caballos que criará.

—Cómprelos con una parte de las ganancias que den esos tres acres —dijo inmediatamente la señora Mortimer.

Billy tragó saliva y parecía que renunciaba a algo.

—Muy bien —dijo haciendo alarde de buena voluntad—. En adelante nos quedaremos con los tuyos.

Durante el tiempo que duró la visita de la señora Mortimer, Billy dejó que las mujeres arreglaran las cosas por sí mismas. En Oakland se había iniciado un período de trabajo intenso, y desde los establos de West Oakland llegaban urgentes pedidos de equinos. Por esa razón estuvo permanentemente fuera de la casa, tanto durante la mañana como la tarde, recorriendo la zona en busca de animales jóvenes de trabajo. De esa manera desde un comienzo conoció casi totalmente el valle. También hubo una liquidación de yeguas en los establos de West Oakland, cuyos cascos estaban completamente deshechos por el duro pavimento de la ciudad, y se le ofrecía prioridad en la adquisición a precio que eran una verdadera ganga. Eran buenos animales, y sabía su calidad, pues los conocía desde hacía mucho tiempo. El suelo suave del campo, después de un previo descanso de pastoreo y una vez arrancadas las herraduras, las pondría otra vez en forma. No serían útiles sobre el duro pavimento de la ciudad, pero trabajarían durante años en las tareas campesinas. Y además habría que considerar la cría que dejarían. Pero no podía gastar dinero para comprarlas. Estuvo preocupado sobre ese asunto sin decirle nada a Saxon.

Por las noches se sentaba en la cocina y fumaba escuchando todo lo que decían las mujeres, lo que habían hecho y lo que proyectaban. La mejor clase de caballos era difícil de conseguir, y se decía a sí mismo que era como traer un diente obtener que un campesino se privara de uno de esos animales, a pesar de haber sido autorizado a aumentar los precios de compra hasta los cincuenta dólares. Con la aparición del automóvil, el precio de las bestias pesadas de tiro seguía en alza sin embargo. Desde lejanos tiempos, que Billy casi no recordaba, el precio había ido siempre en aumento. Después de un gran terremoto los precios habían dado un gran salto. Pero nunca se produjo baja alguna.

—Billy ¿usted gana más como comprador de caballos que como jornalero, no es así? —le preguntó la señora Mortimer—. Bueno, entonces no tendrá que desecar el prado, ararlo o cualquier cosa semejante. Debe mantenerse comprando caballos. Trabaje con su cabeza. Pero, aparte de eso, tendrá que pagar a un peón para el cultivo de las hortalizas de Saxon. Será una buena inversión que producirá ganancias rápidas.

—Seguramente —asintió él—. Para eso se da trabajo a todo el mundo, para sacarle provecho. ¿Pero cómo Saxon y un hombre podrán trabajar cinco acres cuando el señor Hale dice que nosotros solamente no lo haríamos en dos? Eso es lo que no entiendo.

—Saxon no trabajará —respondió la señora Mortimer—. ¿Usted me ha visto trabajando en San José? Saxon trabajará con la cabeza. Es hora que lo comprenda. Las personas que no usan la cabeza para nada sólo ganan dólar y medio por día. Y eso no va a satisfacer a Saxon. Bueno, pero escuche. Esta tarde tuve una larga conversación con el señor Hale. Dice que por aquí prácticamente no hay jornaleros que puedan ayudarles.

—Lo sé —la interrumpió Billy—. Todos los hombres aptos se han marchado a la ciudad. Sólo queda el residuo. Y los hombres capaces que quedan no trabajan por un salario.

—Eso es absolutamente cierto… Bueno, criaturas, escuchen. Sé todo eso y hablé con el señor Hale. Está dispuesto a ayudarlos. Sabe lo que hace y está relacionado con la prisión. Abreviando, usted tendrá a su cargo a dos presos de San Quintín bajo libertad condicional, y ellos le servirán de hortelanos. Por aquí hay bastantes italianos y chinos, y son los mejores cultivadores de hortalizas. Matarán dos pájaros de un solo tiro. Serán útiles a los pobres presos y a ustedes mismos.

Saxon vacilaba, estaba sorprendida, mientras que Billy reflexionaba sobre el asunto.

—¿Ustedes conocen a John? Es el hombre que tiene el señor Hale. ¿Qué les parece?

—Quisiera encontrar uno así hoy mismo —dijo Saxon con ansiedad—. Es un alma buena y leal. La señora Hale me contó muchas cosas acerca de él.

—Pero seguramente hay algo que no le ha contado —sonrió la señora Mortimer—. Es un preso que se encuentra en libertad condicional. Hace veintiocho años, después de un arrebato enceguecedor, mató a un hombre en una disputa por sesenta y cinco dólares. Y hace tres años que salió de la cárcel y está con los esposos Hale. ¿Recuerdan a Luis, el viejo francés que trabaja en mi campo? También está en idénticas condiciones. Eso lo resuelve todo. Por supuesto que cuando vengan esos hombres tendrán que pagarles salarios buenos…, y haremos para que ambos sean de la misma nacionalidad, chinos o italianos, bueno, cuando lleguen, John con la ayuda de ellos y bajo la dirección del señor Hale, improvisará una pequeña choza para que puedan vivir. Ya hemos elegido el lugar. Y cuando la granja se encuentre en plena labor, necesitarán más mano de obra. De modo que usted, Billy, tendrá que estar bien atento cuando dé vuelta por el valle.

A la noche siguiente Billy no regresó a su casa, y a las nueve de la noche apareció a caballo un muchacho de Glen Ellen que traía un telegrama. Billy lo había despachado desde el condado de Lake. Andaba buscando caballos para mandarlos a Oakland.

Sólo tres noches más tarde regresó a su casa fatigado y agotado pero con un aire mal disimulado de envanecimiento.

—¿Qué estuvo haciendo durante todos estos días? —le preguntó la señora Mortimer.

—Usando mi cabeza —dijo en un tono tranquilo y jactancioso—, matando dos pájaros de un solo tiro. Y le aseguro que maté a una bandada entera. Recibí la noticia de aquello en Lawndale, y debo decir que Hazel y Hattie estaban bastante cansadas cuando las alojé en Calistoga, y entonces entré en escena en St. Helena. Estaba sobre la huella y remaché el asunto…, eran ocho maravillas…, el verdadero conjunto de un criador de montaña. Eran animales jóvenes, buenos como dólares, y de los más ligeros que puedan hallarse en cualquier parte. Anoche los despaché desde Calistoga. Bueno, pero eso no es todo. Antes, durante el primer día, en Lawndale, vi a un individuo que tenía el contrato para los caballos de la cantera de piedra que se tenía que pavimentar. «¿Vendiendo caballos?», me preguntó. Parece que quería comprarlos, y lo deseaba con ansiedad, o sino, me dijo, deseaba alquilarlos.

—¡Y le despachaste los ocho que habías comprado! —le interrumpió Saxon.

—Tienes que suponer otra cosa. Compré los animales con el dinero de Oakland y fueron enviados a Oakland, pero me puse en contacto con el contratista de Lawndale y aceptó pagarme medio dólar diario de alquiler por cada caballo que le facilite hasta completar la media docena. Luego le telegrafié al patrón para que despachase seis de sus yeguas malheridas en los cascos, y que encargase a Bud Strothers de la selección, y que finalmente lo cargara todo a cuenta de mis comisiones. Bud sabe qué es lo que busco. Ni bien lleguen les arrancaré las herraduras. Las haré pastar durante dos semanas y luego las enviaré a Lawndale. Pueden hacer el trabajo. Se trata de un transporte de carga que se desliza cuesta abajo hasta la estación de ferrocarril, sobre un camino barroso. Medio dólar de renta por cada uno hacen… tres dólares por día, es decir seis dólares por semana. No las alimentaré ni herraré ni ninguna otra cosa, y sólo me limitaré a observarlas atentamente para que se las trate bien. ¡Tres dólares diarios! Bueno, supongo que esto servirá para mantener a un par de hombres a dólar y medio por día, y cada uno bajo las órdenes de Saxon, salvo que también trabajen los domingos. ¡Uff, el valle de la luna! No pasará mucho tiempo y ya podremos mostrarles los diamantes. Dios, un —hombre puede vivir mil años en la ciudad y no podría encontrar estas oportunidades. ¡Es aún mejor que la lotería!

Se levantó.

—Voy a darles de beber a Hazel y Hattie, y también las alimentaré y les prepararé un lugar para dormir. Comeré tan pronto como regrese —agregó Billy.

Las dos mujeres se miraron con los ojos encendidos. Cada una estaba a punto de decir algo cuando Billy volvió la cabeza desde la puerta y dijo:

—Tal vez haya una cosa que no han adivinado. Saco tres dólares por día pero las yeguas siguen siendo mías, son mías, ¿comprenden?