XIV

Durante la mañana Billy ser dirigió hacia la parte baja de la ciudad para hacer efectivo el pago de la compra de Hazel y Hattie. La impaciencia que Saxon sentía le hizo pensar que se demoraba demasiado por una transacción tan simple. Pero le perdonó todo cuando llegó con los animales enganchados a un carromato de excursión.

—Tuve que pedir prestados los arneses —le dijo—. Pasa por encima de Possum, acércate y te mostraré los adornos de la «Doble H», que realmente son dignos de verse.

El deleite que sentía Saxon casi no tenía límites, era algo inexpresable, mientras se encaminaban campo afuera, arrastrados por los animales relucientes y castaños que tenían la crin y la cola de un color crema. El asiento, tapizado y con un respaldo alto, era muy cómodo. Y Billy estaba maravillado por la eficacia del palafrén. Hizo que los animales trotaran a lo largo del camino endurecido del condado para demostrarle a Saxon la manera habitual cómo andaban las bestias, y luego enfilaron hacia un camino de tierra blanda, casi barroso, donde el carromato se hundía pero donde las yeguas andaban perfectamente, con lo que le demostró que podían hacer frente a cualquier situación.

Finalmente, Saxon se hundió en un silencio muy cerrado, y entonces él la observó ansiosamente, mirándola de reojo. Saxon suspiró y preguntó:

—¿Cuándo crees que podremos partir?

—Quizás dentro de dos semanas…, o sino dentro de dos o tres meses —Billy suspiró de una manera deliberada y solemne—. Nos parecemos al irlandés: tenemos el baúl pero nada para poner adentro. Aquí está el carromato, los animales, pero nada en el interior para ser arrastrado. Sé de una escopeta que vale una ganga: dieciocho dólares…, pero no, piensa en las cuentas que tenemos que pagar. Además allí mismo hay un nuevo automático que vale veintidós y que quiero que sea para ti, y también un treinta-treinta que tuve delante de mis ojos y que puede servir para los ciervos. Y tanto tú como yo queremos unas varas que sean buenas, y las monturas cuestan como el diablo. Los arneses que realmente me gustan costarían así, fríamente, cincuenta dólares redondos. Y el carromato debe ser pintado. Y asimismo hay que pensar en esas sogas para el pasto, en los bozales y los envoltorios para los arneses, y en todas esas cosas. Y Hazel y Hattie se comerán los hocicos entre sí mientras esperamos. Realmente, me salgo de la vaina por partir.

De pronto se detuvo confundido.

—Bueno, Billy, dime qué tienes escondido en la manga… Lo puedo leer en tus ojos —le preguntó Saxon, acusándolo en cierto modo.

—Bueno, te lo diré: Sandow no está satisfecho. Me odia y anda como loco por lo ocurrido. Es que no pudo ni tocarme durante la pelea. No tuvo oportunidad de hacer ninguna demostración de lo que vale, y quiere una revancha. Anda gritando por la ciudad que puede vencerme con una mano atada a la espalda y con otras ventajas más inclusive. Se llenará el local y los managers ya me han entrevistado. Por eso fue que me demoré tanto. Si lo apruebas hay trescientos dólares más que me esperan para que los recoja, dentro de dos semanas a contar desde anoche. Es exactamente como te dije antes. Es una vianda para mí. Cree que soy un párvulo y que todo fue debido a un golpe casual.

—Pero, Billy, hace mucho tiempo atrás me dijiste que el box abandonaste y te convertiste en adiestrador.

—Pero en esta clase de pelea no hay peligro ninguno —le respondió—. Lo tengo bien estudiado. Apenas si durará hasta la séptima vuelta. Sólo es necesario para que el público disfrute de un espectáculo por el dinero que ha pagado. Por supuesto que recibiré alguno que otro impacto y perderé algo de mi seda, pero cuando llegue la ocasión le daré en ese mentón de vidrio que tiene y lo haré rodar por la cuenta entera. Y a la mañana siguiente podremos estar listos, tener todo empaquetado partir. ¿Qué dices? ¡Oh, aceptas!

* * *

Dos semanas después, un sábado por la noche, Saxon corrió cuando oyó que la puerta rechinaba al abrirse. Billy parecía cansado. Tenía los cabellos húmedos, la nariz hinchada y una mejilla parecía amoratada. Faltaba algo de piel en sus orejas y tenía los ojos inyectados en sangre.

—Que me cuelguen si ese muchacho no me engañó —dijo mientras colocaba sobre la mano de Saxon una pila de monedas de oro y después la sentaba sobre sus rodillas—. Realmente es alguien cuando se agranda. En la séptima lo empecé a apurar y duró hasta la catorce. Entonces le pegué como te había explicado. Lástima que tenga un mentón de vidrio, porque es de imaginación rapidísima y tiene un golpe que me hizo tenerle respeto desde la segunda vuelta, un golpe bonito, corto, de hachador, que nunca había visto antes. Pero ese mentón tan frágil… lo tuvo entre algodones hasta la catorce, cuando logré alcanzarlo… Y te diré que estoy contento de que haya durado catorce rounds. Y aún soy dueño de mi seda. Me di cuenta en seguida porque no tenía resuello y las vueltas fueron rápidas. Mis piernas parecían de hierro. Hubiera podido pelear durante cuarenta vueltas. Como ves nunca afirmo nada, pero desde el castigo que me propinó el «Terror de Chicago» siempre me muestro caviloso.

—Es una insensatez…, porque lo hubieras sentido antes, mucho antes —exclamó Saxon—. Recuerda el box, las luchas y las carreras que practicaste en Carmel.

—Nada de eso —Billy agitó la cabeza como si conociera mejor el asunto. Aquello era diferente porque no lo saca a uno de sus casillas. En vez, cuando uno se encuentra ante algo verdaderamente serio, peleando por la vida misma vuelta tres vuelta, contra un sujeto enorme que uno no sabe que todavía no ha perdido ni un solo hilo de su seda…, entonces si no se vuela, si las piernas no son firmes y el corazón no estalla, si no se titubea un poco o se le aparece algo raro en la cabeza, entonces uno sabe que todavía se es dueño de su propia seda. Y la tengo, ¿oyes?, me pertenece por completo, y no la pondré en peligro con ninguna nueva pelea. Es definitivo. Al final el dinero fácil es el más duro. Desde ahora en adelante tengo la compra de caballos a comisión, y tú y yo nos iremos por los caminos hasta encontrar el valle de la luna.

* * *

Partieron a la mañana siguiente dirigiéndose hacia Ukiah. A Possum lo sentaron sobre el pescante y parecía que su rosado hocico estaba emocionado. En un principio pensaron que se dirigirían hacia la costa desde Ukiah, pero aún era demasiado temprano para transitar por los caminos blandos después de las lluvias invernales. Por eso fue que tomaron hacia el este, en dirección al condado de Lake, sobre una ruta que se extendía hacia el este atravesando el alto valle de Sacramento y las montañas hasta llegar a Oregón. Luego harían un rodeo hacia el oeste y la costa, y en ese entonces los caminos ya estarían en buenas condiciones y descenderían a lo largo de la Puerta de Oro.

La tierra entera estaba verde y salpicada de pequeñas flores, y cuando atravesaban las colinas cada pequeño valle parecía un jardín.

—¡Uff! —se burló Billy mientras miraba el paisaje—. Dicen que una piedra que rueda no tiene moho. Eso me recuerda lo que conseguimos reunir. Nunca en mi vida fui propietario de tantas cosas al mismo tiempo…, y sin embargo antes no rodaba. Diablos…, ni siquiera los muebles eran nuestros. Sólo poseíamos las ropas que llevábamos, unas medias viejas y alguna otra cosa así.

Saxon le tomó de la mano y se la apretó, y Billy sintió que esa mano amaba la suya.

—Solamente siento una pena —dijo ella—. Lo tuviste que ganar todo y yo no hice nada para ayudarte en la empresa.

—¡Si tú lo hiciste todo! Eres como mi segundo en una pelea. Me has mantenido dichoso y en perfectas condiciones. Un hombre no puede pelear sin tener un buen segundo que vele por él… ¡Diablos!, no andaría por aquí si no fuese por ti. Me hiciste recoger las estacas y andar hacia adelante. Si no fuera por tu ayuda en estos momentos sería un borracho perdido, y estaría completamente podrido, o tendría la garganta apretada en San Quintón por haber golpeado a algún «tiñoso» demasiado violentamente, o sino por cualquier otra causa. Y ahora mírame. Aquí está el fajo de billetes verdes —se golpeó en el pecho— para comprar algunos caballos para el patrón. Disfrutaremos de una vacación eterna y al mismo tiempo llevamos una buena vida. Y ahora tengo un oficio más: comprador de caballos para Oakland. Te demostraré que soy capaz, y que todas las firmas de San Francisco me encargarán que les compre caballos. Y todo esto también es por culpa tuya. Eres mi criatura tónica y… y… si Possum no mirase… ¿pero quién se preocupa de él?

Billy se inclinó hacia Saxon y la besó.

Cuando comenzaron a marchar cuesta arriba el camino se hacía duro y rocoso, pero el descenso era fácil y en seguida dejaron atrás el desfiladero de Blue Lakes, pasando delante de campos lujuriantes llenos de florecillas amarillas. En el fondo de la garganta vieron una sábana rizada de agua y de un color azul muy intenso. Hacia adelante los pliegues de las colinas se entrelazaban a la distancia, y en medio del espectáculo se elevaba una montaña azul, remota.

Le preguntaron a un hombre simpático de ojos negros y de cabellos ensortijados, que les respondió con acento alemán, mientras una mujer que tenía un rostro muy alegre les sonreía desde la ventana de una casita de estilo suizo, que estaba enclavada entre las piedras. Un poco más adelante, Billy le dio agua a los caballos delante de un hotel muy bonito, y el propietario del establecimiento apareció en la puerta de entrada y conversó con ellos. Les dijo que ese edificio lo había construido con sus propias manos, de acuerdo con los planos del hombre que tenía los ojos negros y los cabellos rizados, y que era un arquitecto de San Francisco.

—Seguimos subiendo y bajando —dijo Billy cuando desfilaban delante de otros cerros y entonces descubrieron un nuevo lago de un color muy intensamente azul. ¿Te has dado cuenta del trato que nos dispensan ahora, comparado con el que recibimos cuando andábamos con los bultos a cuesta? Con Hazel y Hattie y Possum, y contigo particularmente, Saxon, y al ver este carromato bien arreglado, es posible que nos confundan con millonarios que están de vacaciones.

El camino se ensanchaba delante de ellos. A cada lado había hileras de robles que delimitaban los pastizales en donde se veía ganado. Más tarde Clear Lake se abrió delante de ellos como un mar interior levemente agitado por la brisa que llegaba desde las montañas altas, de las pendientes del norte, sobre las cuales aún resplandecían las franjas de nieve blanca.

—Le escuché a la señora Hazard hablar del lago de Ginebra como si fuese un sueño —recordó Saxon—, pero dudo de que sea más hermoso que éste.

—¿Recuerdas que ese arquitecto dijo que éstos eran los Alpes californianos? —dijo Billy—. Y si no me equivoco lo que se ve a lo lejos es Lakeport. Es una zona primitiva que no tiene ferrocarriles.

—Y aquí tampoco hay valles de la luna —dijo Saxon un poco decepcionada—. Pero esto es hermoso, muy hermoso.

—Te apostaría que durante el verano hace un calor del infierno —dijo Billy—. No es lo que buscamos, eso debe encontrarse más cercano a la costa. Pero es hermosísimo, igualmente…, como si fuese un cuadro pintado. ¿Qué te parece si nos detenemos esta tarde para nadar un rato?

* * *

Diez días después llegaron a Williams, en el condado de Colusa, y por primera vez desde que habían partido se encontraron nuevamente con el ferrocarril. Billy quería encontrarlo, ya que necesitaba despachar hacia Oakland dos magníficos caballos de tiro que arrastraba detrás de su vehículo.

—Hace mucho calor aquí —fue el veredicto de Saxon mientras contemplaban el paisaje reverberante que ofrecía el valle Sacramento—. Aquí tampoco hay árboles de madera roja ni colinas. No hay bosques, manzanilla ni madroño. Todo es solitario y triste…

—Se parece a las islas del río —la interrumpió Billy—. Son productivas como el mismo infierno pero dan la impresión de que hay que hacer un trabajo muy duro. Por aquí no hay nada que le haga pensar a una persona que puede entregarse durante un rato a la diversión. Y no hay pesca, caza, no hay nada, sólo trabajo. Y hasta yo mismo tendría que trabajar si me quedase por aquí.

Marchando hacia el norte en medio del calor y del polvo, atravesando las llanuras de California, se hacía evidente en todas partes la presencia de la «nueva» agricultura…: había grandes acequias de irrigación ya excavadas o que se estaban construyendo, tierra atravesada por cables eléctricos que descendían desde las montañas, y muchas casitas nuevas y recién cercadas de granjeros que estaban instaladas sobre extensiones muy reducidas, tierras que pertenecían a los tiempos de las grandes ganancias eran aparceladas. Sin embargo, muchas de las grandes posesiones rurales de cinco mil a diez mil acres de extensión seguían sin dividir, y se prolongaban desde las márgenes del Sacramento hasta perderse en el horizonte inundado por las olas de calor, siendo limitadas solamente por los grandes árboles del valle.

—Se necesita un suelo muy rico para cultivar esos árboles —les dijo un granjero que trabajaba en una extensión de diez acres.

Se habían alejado cien pies del camino para llegar hasta ese corral pequeño con el fin de que las yeguas pudiesen saciar su sed. Había un plantío denso de árboles, aunque parte del suelo estaba destinado a gallineros encalados, separados por alambrados, que contenían cientos de aves de corral. El hombre recién comenzaba el trabajo de una pequeña casilla que quería levantar.

—Cuando compré esto me tomé unas vacaciones —dijo—, y planté los árboles. Luego regresé a mi trabajo y después me quedé aquí hasta que todo quedó despejado. Lo cuidaré y ni bien la casita esté terminada mandaré por mi mujer. No se encuentra bien pero esto la mejorará. Habíamos hecho proyectos y trabajamos durante años para alejarnos de la ciudad —se detuvo y dejó escapar un suspiro de satisfacción—. Y ahora somos libres.

El agua del tanque se había calentado por efectos del sol.

—Un momento —dijo el hombre—, no deje que tomen eso. Les daré agua fresca.

Se acercó hasta un cobertizo muy pequeño, dio vuelta una llave eléctrica y el motor, que era del tamaño de un cajón de frutas, y comenzó a marchar murmurando. Una corriente de agua de unas cinco pulgadas de espesor cayó en la acequia principal del sistema de irrigación, y anegó el plantío en varios lados.

—¿Es bonito, eh?…, ¡es hermoso, hermoso! —dijo el hombre como embargado por el éxtasis—. Es el germen y el fruto, la sangre y la vida. ¡Vean!, con esto hasta una mina de oro parece desdeñable, y la taberna es una lejana pesadilla. Lo sé muy bien. Fui… tabernero casi toda mi vida. De esa manera pude pagar todo esto. Pero siempre sentí odio por el negocio. Siendo muchacho me crié en una granja y durante toda mi vida no deseaba otra cosa que volver al campo. Y por fin estoy aquí.

Se limpió los vidrios de los anteojos para tratar de ver mejor el agua, y después tomó una hoz y se dirigió hacia la acequia principal para abrir más vías laterales de irrigación.

—Éste es el más ameno de los taberneros que he conocido —comentó Billy—. Hubiese creído que se trataba de un comerciante cualquiera. Creo que ha trabajado en un hotel tranquilo.

—No te apures para marchar —dijo Saxon—. Tengo interés en hablar con él.

El dueño de la granja regresó mientras seguía limpiando sus anteojos. Tenía el rostro como transportado mientras contemplaba el agua, parecía fascinado. Y Saxon no necesitó mucho esfuerzo para que el otro comenzara a hablar.

—Los pioneers ya habían colonizado todo esto por el cincuenta —dijo—. Los mejicanos nunca se acercaron por estos lados porque se trataba de tierra del Gobierno. Todo el mundo consiguió sesenta acres. ¡Y qué acres! Es algo increíble escuchar los relatos que cuentan cuánto trigo se obtenía por acre. Después sucedieron unas cuantas cosas: los pioneers más activos y más firmes se quedaron con lo que poseían y aumentaron lo suyo con lo que pertenecía a otros. Se necesitan grandes extensiones aquí para hacer un campo, tal como son las grandes extensiones rurales.

—Fueron los jugadores que ganaron —dijo Saxon recordando las palabras de Mark Hall.

El hombre asintió, comprensivo, y prosiguió:

—La gente de antes hizo los planes, concentró los trabajos y agregó acre tras acre a sus grandes posesiones, levantó los corrales grandes y las mansiones, plantó los frutales y los jardines que rodeaban a las casas. Y la gente joven se pervirtió con tanta riqueza y se marchó a las ciudades para gastarla. Y los viejos se les unieron sólo para hacer una cosa: para empobrecer la tierra. Año tras año la exprimieron y agotaron el suelo. Lo extraían todo y no plantaban nada. Sólo dejaron tierra arada y exhausta. Abandonaron zonas enteras, agotadas, convertidas en eriales. Gracias a Dios los grandes cultivadores han desaparecido completamente hoy, y aquí estamos los pequeños irguiéndonos, de pie. No creo que pasen muchos años y todo el valle estará cultivado en franjas semejantes a la mía ¡Miren lo que estamos haciendo! ¡A esta tierra cansada que había dejado de dar trigo le echamos agua, la tratamos decentemente, y vean ahora qué plantíos! Hemos conseguido toda el agua de las montañas y de debajo del suelo. El otro día leí un artículo. Toda la vida depende del alimento, y éste del agua. Se necesitan mil libras de agua para producir una de alimento, diez mil de agua para conseguir una de carne. ¿Cuánta agua beben ustedes durante el año? Cerca de una tonelada, pero comen alrededor de doscientas libras de vegetales y otras doscientas de carne por año…, lo que quiere decir que cada uno de ustedes consume cien toneladas de agua con los vegetales y mil con la carne…, es decir que son mil ciento una toneladas de agua por año para una mujer que es más bien pequeña como la señora.

—¡Recórcholis! —fue todo lo que se le ocurrió decir a Billy.

—¿Comprenden ustedes ahora de qué manera la población depende del agua? —siguió diciendo el extabernero—. Bueno, hemos conseguido el agua, incluyendo los abastecimientos subterráneos, y dentro de no muchos años este valle estará tan densamente poblado como Bélgica.

Pero de pronto quedó fascinado por el chorro de agua que tenía cinco pulgadas de espesor, que había sido extraída de la tierra y que nuevamente era derramada en aquélla gracias al motor ruidoso, y entonces dejó de hablar y se quedó inmóvil mirando extasiado, abstraído, mientras sus visitantes comenzaban a marcharse.

—¡Y fue despachante de bebidas alcohólicas! —dijo Billy completamente sorprendido—. Si alguien se lo pide podría administrar la dosis de la templanza.

—Me encanta al pensar… todo el agua y toda la gente dichosa que vivirá por aquí…

—Pero no es el valle de la luna —rió Billy.

—No —respondió ella—, en el valle de la luna no será necesaria la irrigación, o tal vez sólo para la alfalfa y cosas semejantes. Lo que queremos es que el agua aparezca espontáneamente sobre el suelo, que cruce la granja en arroyuelos pequeños y que tenga en el extremo un lindo riacho …

—¡Y que haya truchas! —agregó Billy—. Y sauces y toda especie de árboles que crezcan en los límites del campo, y tener siempre un rifle a mano para disparar, y una pileta grande y honda donde te podrías bañar y nadar, y acudirían allí en busca de agua muchos animales de caza, conejos, y hasta quizá algún ciervo.

—Y también alondras sobre el pasto —agregó Saxon—, y palomas oscuras en los árboles, porque deberemos tener palomas oscuras…, y las grandes ardillas grises que viven en los árboles.

—Oh…, ese valle de la luna debe ser algo grande —dijo pensativo mientras alejaba con un fuerte latigazo una mosca que molestaba a Hattie—. ¿Crees que alguna vez lo encontraremos?

Saxon movió la cabeza como si estuviese completamente segura.

—Sí, de la misma manera que los judíos encontraron la Tierra Prometida, como los mormones hallaron Utah y los pioneers California. ¿Recuerdas el último consejo que nos dieron cuando abandonamos Oakland?: «Sólo el que busca encuentra».