XIII

El invierno fue mucho menos agradable que aquel que pasaron en Carmel, y si antes habían apreciado mucho a la gente de aquel sitio, ahora la querían mucho más. Saxon estableció en Ukiah sólo relaciones superficiales. Ahí las gentes se parecían más a la población que formaba la ciudad de Oakland, o sino se trataba de gente acaudalada que se reunía y que lo único que había era viajar en sus automóviles. Allí no existía una colonia democrática de artistas que llevara una camaradería sin prejuicios de casta o de fortuna.

Sin embargo, este invierno era más agradable que todos los que habían pasado en Oakland. Billy no consiguió trabajo regular, y por eso estaban mucho tiempo juntos viviendo dichosamente, completamente al día en sus recursos, dentro de aquella casita que alquilaron. Como tenía un puesto extra en el establo más grande del lugar, le quedaba mucho tiempo libre y se dedicaba al trato de los caballos. Era algo realmente azaroso, y a veces las cosas no marchaban del todo bien, pero en su mesa nunca faltaba una chuleta o café, y siempre tuvieron ropa para vestirse.

—Esos malditos granjeros, ya me la pagarán —dijo Billy haciendo una mueca en cierta ocasión que fue superado en la compra de un caballo—. No se les cae nada de debajo del ala, ¡hijos de escopeta! Durante el verano toman pensionistas, mientras que en el invierno las pasan perfectamente traficando con caballos. Sólo quiero decirte, Saxon, que me enseñaron algo. Y hasta yo mismo siento que las alas se me endurecen. Te aseguro que nunca se me caerá nada de ellas. Ahora podría ganarme la vida en cualquier parte con el comercio de caballos.

Muy a menudo Billy hacía que Saxon paseara sobre un caballo de silla que se encontraba desocupado en el establo, y por esa razón consiguieron hacer muchos viajes hacia los alrededores del lugar. De la misma manera Saxon estaba a su lado cuando él tenía que conducir caballos que compraba en comisión. Independientemente, en cada uno de ellos surgió una idea con respecto al peregrinaje. Billy fue el primero en decirla:

—El otro día vi algo que se guarda en el pueblo y que desde entonces me hizo pensar continuamente. No trates de adivinar de qué se trata porque será imposible. Te lo diré: es el medio más perfecto de que se tenga noticia para vivir en el campo permanentemente. Ante todo, tiene compartimentos de cualquier clase. Fue hecho de encargo y es tan fuerte como sea posible. Ninguna carga, ningún camino puede producirle nada. El tipo que lo construyó debió quedar completamente deshecho. Cuando llegaron aquí, de esto hace dos años, viajaban dentro de él un médico y su cocinero. ¡Si pudieras verlo!, tiene todos los adelantos posibles, un lugar para cada cosa, y en realidad es una verdadera casa montada sobre ruedas. Si lo consiguiéramos, además de unas cuantas piezas de repuesto, podríamos viajar como reyes y nos reiríamos del tiempo.

—Oh, Billy, yo también estuve soñando con eso durante todo el invierno. Sería ideal. Y…, bueno; algunas veces, cuando estábamos en el camino, existía la posibilidad de que te olvidaras de la linda mujer que tenías…, y con un vehículo así podría llevar conmigo cualquier clase de ropas bonitas.

Los ojos azules de Billy despidieron una caricia nebulosa mientras decía tranquilamente:

—Estuve pensando en ese asunto.

—Y tú podrías llevar un rifle y una escopeta, cañas de pescar y todo —dijo ella atropellándose—. Y hasta un hacha de tamaño de un hombre y no esa hachita de la que siempre te quejas. Y Possum podría levantar las patas y descansar, pero… ¿y si no lo puedes comprar? ¿Cuánto quieren?

—Ciento cincuenta de los billetes grandes —dijo él—, pero aún así es muy barato. Es regalado. Te aseguro que ese carromato debe de haber costado más de cuatrocientos dólares, y podría reconocer su calidad aun en la oscuridad. Bueno, si pudiese llegar a un arreglo con Caswell sobre ese conjunto de seis caballos… Te diré una cosa, hoy fui a ver a ese comprador de animales. Si los compra ¿a quién te imaginas que los despachará? Al patrón, directamente a los establos de West Oakland. Debes escribirle. De la manera que viajamos es fácil que me encuentre con gangas. Y si el patrón responde, podría ganarme las comisiones del comprador. Tendrá que confiarme cierta cantidad de dinero, pero no lo hará teniendo en cuenta el buen número de «tiñosos» que golpeé.

—Si te tiene confianza para manejar los establos, supongo que hará lo mismo con esa cantidad de dinero —le respondió ella.

Billy se encogió de hombros dudando.

—Bueno, de cualquier manera, si, como te decía, puedo venderle los seis caballos a Caswell ¿por qué no podríamos aplazar el alquiler de la casa por un mes y comprar el vehículo?

—¿Y los caballos? —preguntó Saxon con ansiedad.

—Vendrán luego, cuando tenga una ocupación fija, a los dos o tres meses. La única dificultad está en que nos encontraremos con el verano muy adelantado cuando podamos partir. Pero vayamos a la parte baja de la población y te mostraré el vehículo inmediatamente.

Saxon vio el carromato y quedó tan impresionada que no pudo dormir por la excitación que le produjo el gozo anticipado. Los seis caballos de Caswell fueron vendidos, el pago del alquiler fue diferido y el carromato pasó a pertenecerles. Dos semanas después, durante una mañana lluviosa, abandonó la casa para realizar un viaje que duró todo el día por los alrededores, en busca de caballos. Al regresar le gritó a Saxon:

—Vamos —estaba en la puerta de calle—. Colócate tus cosas y vamos. Quiero mostrarte algo.

Se dirigieron hacia la parte baja de la ciudad y llegaron a un establo donde había animales en pensión, y la condujo hacia el fondo, atravesando un gran terreno techado. Allí le mostró un par de recios caballos color castaño, herrados, que tenían crines y colas de color crema.

—¡Qué hermosos, qué hermosos! —exclamó ella acercando su mejilla al hocico aterciopelado de uno, mientras que el otro animal adelantaba el suyo como si quisiera compartir la caricia.

—¿Acaso no son magníficos? —parecía que Billy soñaba mientras los exhibía ante una Saxon llena de admiración—. Mil trescientos cincuenta libras cada uno, y no parecen tener ese peso, y cuando se encuentran juntos dan impresión de limpieza y de pulidez. No podía creerlo hasta que los puse sobre la balanza. Los dos juntos dan dos mil setecientas siete libras. Y hace un par de días los puse a prueba. Tienen buena disposición, no hay ninguna falla y son de tiro, realmente. Son como los mejores de su peso que he visto alguna vez. ¿Qué te parecería si los vieras enganchados en ese carromato nuestro?

Saxon pareció tener una imagen de la escena, y sacudió la cabeza pesarosa.

—Con trescientos en efectivo se compran en el acto —siguió diciendo él—. Y aquí viene el lecho de roca. El propietario necesita el dinero muy urgentemente y por eso los malbarata. Tiene que venderlos, simplemente, y muy rápido. Y sinceramente, Saxon, pueden llegar hasta quinientos pesos si se rematan en el pueblo. Ambas son hermanas y yeguas, tienen de cinco a seis años de edad, descienden de un padrillo belga registrado, son de una raza de yeguas pesadas que conozco bien. Y con trescientos dólares se compran. Y hay tres días de plazo para adquirirlos antes del remate.

Saxon se indignó finalmente.

—¿Oh, para qué me los enseñaste? Sabes perfectamente que no tenemos ese dinero. Todo lo que hay en casa son seis dólares, y tú no tienes tanto contigo.

—Quizás supongas que sólo te traje acá para esto —respondió Billy de una manera misteriosa—. Bueno, pero no es así.

Se detuvo, apretó los labios y dio media vuelta.

—Ahora escúchame hasta que haya terminado y no digas una sola palabra. ¿Estás lista?

Inclinó la cabeza y asintió.

—¿No abrirás la boca para nada?

Saxon inclinó la cabeza, obediente.

—Bueno, sucede que… —comenzó tartamudeando— hay un joven que recién llegó de San Francisco, se llama Sandow y le dicen el «Orgullo de la Montaña Telegraph». Dentro del peso pesado es de los realmente buenos, y tiene que enfrentar a Montana Rojo el sábado por la noche, pero ocurre que éste último se rompió el antebrazo ayer, en una sesión de adiestramiento. Los «managers» han ocultado el asunto, y ahora viene la proposición. Ya se han vendido muchas entradas y concurrirá una gran multitud el sábado por la noche. Para no decepcionar, a último momento me harían aparecer en vez de Montana Rojo. Soy un desconocido, nadie me conoce, ni siquiera el joven Sandow. Pertenece a una época posterior a la mía. Se trata de un peleador impulsivo. Pelearía como «Caballo Roberts». Aguarda un minuto… El vencedor recogerá trescientos dólares fuertes… Espera un minuto …

—Sería como coser y cantar, desvalijar a un cadáver. Sandow tiene el mejor corazón del mundo, posee un golpe regular y la resistencia de un verdadero boxeador. Lo he seguido en los periódicos. Pero no es inteligente, y yo soy lento, muy bien, pero más inteligente, y en cada brazo tengo una horquilla para emparvar. Sé que le pondré la boleta a Sandow. Bueno, y ahora tienes la palabra, y si dices que sí los caballos serán nuestros, pero si no quieres es lo mismo, y haz de cuenta que no te dije nada, y me dedicaré a lavar monturas en el establo para comprar un par de mancarrones[51], pero sin embargo recuerda que no podrán ser otra cosa que eso, mancarrones. Y no me mires mientras lo decides, fíjate en los caballos.

Saxon los contempló llena de una dolorosa indecisión.

—Se llaman Hazel y Hattie —le dijo Billy—, y si los conseguimos los llamaremos «La yunta doble H».

Pero se olvidó de la yunta, y lo único que podía ver era el cuerpo maltrecho de Billy, como en aquella noche que había enfrentado a «Terror de Chicago». Ya casi iba a hablar cuando Billy; que estaba pendiente de sus labios, dijo:

—Atalos simplemente a nuestro carromato e imagina cómo queda el conjunto. Habrá que vencer a alguno para conseguirlo.

—Pero no estás entrenado, Billy —le dijo ella de pronto, sin proponérselo.

—Uff —se mordió—, el año pasado estuve medio entrenado, y mis piernas son de hierro. Me sostendrán si tengo fuerzas en los brazos, y siempre la tuve. Además no permitiré que la lucha sea larga. Se trata de un devorador de hombres, y gente así son como una vianda para mí. Me los como vivos. Son los diablos, que tienen pasta y resistencia dentro del cuerpo, a los que puedo poner de lado. Pero ese Sandow es como una vianda para mí. Quizás acabe con él en la tercera vuelta o en la cuarta…, ¿entiendes?, me largaré encima después de dar un envión, y con bastante facilidad. Te digo que es algo que vale la pena. Sinceramente, Saxon, sería una vergüenza no tener ese dinero.

—Pero no quiero verte machucado —le dijo ella suavemente—. Sería diferente si no te quisiera. Y además podrías lesionarte.

Billy rió con el orgullo de los jóvenes aguerridos.

—No reconocerás que participé en una pelea hasta que tengamos los animales. Y además, Saxon, tengo que pegarle con mi puño a alguien de vez en cuando. Me pasé meses amable y pacíficamente, viviendo como un corderito, y mis nudillos tienen ganas de descargarse en alguna parte. Por eso lo más lógico es desentumecerlos sobre Sandow y además ganar los trescientos dólares, en vez de hacerlo sobre cualquier idiota y luego ser esposado y pagar una multa encima por orden del juez. Fíjate otra vez en Hazel y Hattie. Son animales de granja, de buena raza, y tal vez los utilicemos cuando lleguemos al valle de la luna. Son bastante pesados para el arado.

* * *

Saxon se separó de Billy la noche de la pelea quince minutos antes de las ocho. Un cuarto de hora después de las nueve lo esperaba con agua caliente, hielo y todo dispuesto por anticipado, cuando oyó que la puerta se abría y que Billy penetraba en el porche. A pesar suyo había aceptado todo, pero durante la hora de espera había lamentado su consentimiento, y por eso, cuando se abrió la puerta de la habitación, temía encontrarse con su marido convertido en ruinas. Pero el Billy que veía era exactamente idéntico al que había dejado momentos antes.

—¿La pelea no se hizo? —exclamó ella tan decepcionada que Billy sólo atinó a reírse.

—Todo el mundo gritaba que había habido mula cuando me marché, y exigían la devolución del dinero.

—Bueno, lo importante es que te tengo conmigo —rió ella aunque íntimamente les decía adiós a las yeguas.

—Me detuve en el camino para traerte algo que puedes necesitar en cualquier fomento —dijo Billy como aparentando indiferencia—. Cierra los ojos y abre la mano, y cuando lo hagas encontrarás algo grande.

En su mano sintió una cosa pesada y fría, y cuando abrió los ojos vio una pila de quince monedas de oro de veinte dólares cada una.

—Ya te había dicho que se trataba de desvalijar a un cadáver —estaba fuera de sí, contento, mientras contemplaba los preparativos de primeros auxilios que ella había efectuado con previsión—. No fue una pelea en ningún sentido. ¿Quieres saber cuánto duró? Justo veintisiete segundos…, menos de medio minuto. ¿Y sabes cuántos golpes nos cambiamos? Uno, el mío. Fue en esta forma…, te lo demostraré aquí mismo, algo así como esto …

Billy se había colocado en el centro de la habitación, ligeramente agachado, protegiéndose el mentón con el puño izquierdo, las manos apretadas, los codos protegiendo el lado izquierdo y el estómago, los antebrazos pegados al cuerpo.

—Estamos en la primera vuelta —dijo él—. Suena la campana y nos damos las manos. Imaginando que iba a ser una pelea larga, y como nunca nos habíamos observado mutuamente en acción, no nos apresurábamos. Nos estudiábamos, simplemente, y hacíamos fintas. Pasaron diecisiete segundos y no se cambió un solo golpe, nada. Y entonces acabó todo para el gran sueco. Contarlo lleva un poco de tiempo pero sucedió como un relámpago, en menos de un décimo de segundo. Yo mismo no lo esperaba. Estábamos terriblemente pegados. Nuestros guantes estaban a menos de un pie de distancia de los respectivos mentones. Hace una finta con su derecha, yo lo presentía, levanto mi hombro izquierdo y hago otra finta con la derecha. Aproximó su guardia como una pulgada, y veo que llega mi oportunidad. Mi izquierda tiene que recorrer menos de una pulgada. Y no la hago retroceder y la despacho desde allí mismo, haciendo un tirabuzón sobre el costado derecho de su guardia, y me afirmo en la cintura para poner el peso del golpe en mi hombro: ¡Y la conexión se hizo! Le di justo en la punta del mentón, de costado, y cae como muerto. Me voy a mi rincón y yo mismo me siento confundido de que todo haya resultado tan fácil. El árbitro está contando casi encima del hombre. El tipo no se mueve. El público no sabe qué hacer y permanece paralizado. Sus segundos lo llevan al rincón y lo sientan en el banquito, pero tienen que sostenerle, y sólo cinco minutos después abre los ojos… pero sin ver nada, porque están vidriosos. Un poco después quiere ponerse de pie pero tienen que ayudarle porque se le doblan las rodillas, y para atravesar las cuerdas e ir a su vestuario también necesita de ayuda. Y entonces el público comenzó a ladrar, a gritar que hubo «tongo» y que le devuelvan el dinero. Veintisiete segundos, un golpe y un par de animales estupendos para la mejor de las esposas que jamás tuvo Billy Roberts en su larga experiencia.

La adoración física que Saxon había sentido en otro tiempo por Billy revivió y se multiplicó dentro de sí misma. Evidentemente era un héroe que podía pertenecer dignamente a la legión de los que habían abordado las arenas de Inglaterra, saltando desde botes que tenían la proa en forma de pico de ave. A la mañana siguiente Billy sintió sobre su mano izquierda el roce y la presión de los labios de Saxon.

—¿Qué haces? —le preguntó Billy.

—Estoy besando a Hazel y a Hattie —le respondió lentamente—. Y ahora te daré el beso matinal…, y muéstrame dónde descargaste el golpe.

Señaló la punta de su mentón con los nudillos. Con ambas manos trató de imitar la descarga de un golpe sobre su propio mentón, pero Billy la detuvo.

—Espera —le dijo—, no necesitas deshacer tu mandíbula. Te lo demostraré, con un cuarto de pulgada es suficiente, y desde esa distancia ella le envió el más suave de los golpes que nunca recibiera.

De pronto Saxon vio como un resplandor de luz blanca, mientras su cuerpo se venía abajo, atontada y débil, casi desvanecida, como si todo lo que había a su alrededor diera vueltas borrosamente. Al instante siguiente se recobraba con los ojos llenos de terror y de comprensión al mismo tiempo.

—Y le golpeaste desde la distancia de un pie… —dijo Saxon llena de pavor.

—Sí, y también se descargó el peso de mi hombro —Billy rió—, oh, no es nada, pero deja que te muestre otra cosa.

Buscó un lugar en el plexo solar de ella, y con un dedo la tocó ligeramente. Saxon, ahora, se sentía paralizada, sin respiración, pero con la mente y los ojos perfectamente claros. Sin embargo, al instante la sensación desagradable había desaparecido.

—Es el plexo solar —le aclaró Billy—. Imagínate cuando el otro te descarga un mazazo con toda su fuerza desde las rodillas. Ese golpe le valió el campeonato mundial a Bob Fitzsimons.

Saxon tembló pero después se resignó a que Billy le hiciera una demostración juguetona sobre los puntos más débiles del cuerpo humano. Billy presionó con la yema de un dedo en medio de su antebrazo, y Saxon sufrió una agonía casi anonadadora. Le apretó suavemente con los pulgares a ambos lados de la base de la garganta, y sintió que perdía rápidamente el conocimiento.

—Éste es uno de los trucos mortales de los japonesitos —le dijo—. Y se movió apretando más y sujetándola para hacer más precisa la demostración. Aquí fue donde Gotch le apretó con el dedo gordo del pie a Hackenschmidt y lo venció. Lo supe por Farner Burns…, y esto es una media Nelson… Armas una gresca en un baile, y yo, que soy el encargado de la sala, tengo que ponerte de patitas en la calle… Y esto se llama «Vamos»… Y aquí está el brazo fuerte… Un muchacho puede derribar hasta a un hombre haciendo esto… Y si alguna vez tienes que enfrentarte a una persona, coloca tu nariz entre sus dientes, pero no debes perder tu nariz ¿no es así? Bueno, entonces, rápidamente haces esto en tiempo relámpago…

Ella cerró los ojos sin querer, y los extremos de los pulgares de Billy los apretaron. Sintió un fuerte dolor, como si fuese una herida terrible y desagradable.

—Y si es que no cede, presiona simplemente con fuerza sobre las órbitas y quedará ciego como un murciélago para el resto de su vida. ¡Pero cederá perfectamente!

La soltó y riendo se echó atrás.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó—. No son trucos del boa pero están dentro del juego de las grescas.

—Siento deseos de vengarme —dijo Saxon tratando de aplicarle el «Vamos» a su brazo.

Pero cuando trató de presionar dio un grito de dolor, pues sólo había logrado dañarse a sí misma. Billy hizo una mueca ante lo que sucedía. Saxon hundió los pulgares en la garganta de su marido, imitando el golpe japonés, y llena de pena vio que la extremidad de sus uñas estaban torcidas. Le golpeó apenas en la punta del mentón, pero volvió a gritar porque sintió que sus nudillos estaban doloridos.

—Bueno, pero esto no me dolerá —dijo apretando los dientes mientras golpeaba con el puño cerrado sobre el plexo solar de Billy.

Billy estalló en carcajadas. Debajo de la capa del músculo se había formado como una coraza, y de esa manera el centro nervioso permanecía a salvo.

—Continúa, ensaya algo más —insistió Billy al ver que Saxon renunciaba y respiraba con dificultad—. Es muy lindo, tengo la sensación de que me haces cosquillas con una pluma.

—Muy bien, señor Hombre —le amenazó Saxon dolorida—. Puedes seguir hablando de tus recursos para apretar, de los golpes mortales y de todo lo demás, pero eso es un juego de hombres. Pero yo conozco algo que puede vencerlos a todos, y convertiría al más fuerte en algo tan indefenso como un lactante. Espera un minuto. Cierra los ojos ahora. ¿Listo? No tardará ni un segundo.

Billy aguardó con los ojos cerrados y luego, como pétalos de rosa que cayeran desde lo alto, sintió sobre sus labios los de Saxon.

—Has ganado —le dijo Billy lleno de un solemne éxtasis, y la rodeó con un abrazo.