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—Por allí deberá haber colinas y valles, tierras ricas y corrientes de agua clara, buenos caminos carreteros y un ferrocarril que no se encuentre muy alejado, y mucho sol, y bastante frío durante las noches para que las frazadas sean necesarias, y no sólo pinos, sino cantidades y cantidades de árboles de muchas clases, y espacios abiertos para que pasten los caballos y el ganado de Billy, y ciervos y conejos para que él pueda cazar, y muchos árboles de madera roja y… y, bueno, no habrá niebla.

—Saxon terminó su descripción de la granja que ella y Billy deseaban.

Mark Hall rió gozoso.

—Y también ruiseñores que asen en los árboles —dijo el poeta—, y flores que no se deshojen ni marchiten, abejas que no piquen, rocío como miel todas las mañanas, fuentes de juvencia[48] y canteras de piedra filosofal… Oh, yo conozco el sitio preciso, permítame que se los muestre.

Saxon aguardó mientras él descargaba mapas de los caminos del Estado. Pero como no encontró nada en ellos, buscó en un gran atlas, y aunque ahí estaban todos los países del mundo tampoco pudo hallar nada.

—No se inquiete —agregó—. Venga esta noche y se lo mostraré.

Esa noche la condujo afuera, sobre la terraza alta, hacia el telescopio, y a través del lente ella se quedó mirando la luna llena.

—En algún lugar de allí arriba usted podrá encontrar esa granja —bromeó él.

La señora Hall les miraba interrogante cuando regresaron al interior de la casa.

—Le estuve mostrando el valle de la luna, donde espera dedicarse a la agricultura —rió el poeta.

—Estamos dispuestos a recorrer cualquier distancia —dijo Saxon—. Y si eso que buscamos está en la luna, espero que podremos llegar hasta allí.

—Pero, criatura, usted no podrá encontrar un paraíso semejante en la tierra —le dijo Hall—. Por ejemplo, no podrá tener árboles californianos de madera roja sin niebla. Son consubstanciales. Sólo crecen en la zona donde hay niebla.

Saxon se quedó pensando un rato.

—Bueno, podríamos soportar un poco de niebla…, la necesaria como para tener árboles de madera roja —concedió ella—. No sé qué podrá ser una cantera de piedra filosofal, pero si es algo semejante a la cantera de mármol del señor Hafler, y por allí hay un ferrocarril cerca, supongo que podríamos arreglarnos e ir en busca de eso. Y no hay necesidad de llegar a la luna para poseer un rocío que se parezca a la miel. Se lo encuentra en las hojas de los arbustos, en el condado de Nevada. Lo sé porque mi padre se lo contó a mamá y ella me lo dijo.

Ya más tarde, durante la noche, después de seguir con el mismo tema de la agricultura, Hall se desató contra el «paraíso de los tahúres», como llamaba a los Estados Unidos.

—Y cuando uno piensa en la gloriosa oportunidad que se perdió… —dijo—. Un país nuevo, rodeado por dos océanos, situado en la latitud preciosa, con la mejor tierra y los más grandes recursos naturales, superiores a cualquier otro país del mundo, colonizado por inmigrantes de Europa que rompieron todos los lazos con sus países de origen, gente que estaba entusiasmada con la democracia… Sólo había una cosa que podía impedir el perfeccionamiento de la democracia que habían iniciado y que querían, y era la voracidad. Comenzaron a comerse todo lo que veían, de la misma manera que una piara de cerdos, y mientras lo hacían la democracia se hizo pedazos. Y después la voracidad los llevó al juego de azar. Era una nación de jugadores y cuando un hombre perdía una apuesta, sólo le quedaba avanzar hasta el límite del desierto y apostar allí nuevamente. Se movían hasta la superficie de la tierra como si fuesen langostas. Y lo destruyeron todo: los indios, el suelo, los bosques, de la misma manera que el búfalo y a la paloma mensajera. Tenían la moral del tahúr para la política y los negocios. Las leyes eran las, del juego, y siempre establecían… cómo hacer el juego.

Y como todos jugaban, por lo tanto ¡Viva el juego! Y nadie ponía ningún impedimento porque a nadie se le impedía jugar. Como ya dije, los que perdían se dirigían hacia las fronteras del desierto y allí hacían nuevas apuestas. El que ganaba hoy, si mañana era arruinado podía al día siguiente si tenía suerte, llegar hasta el máximo que permiten las cartas. Y de esa manera devoraron sin saciarse jamás desde el Atlántico hasta el Pacífico, y emporcaron todo el continente. Y cuando liquidaron tierras, bosques y minas, empezaron a apostar con cualquier cosa pequeña que habían dejado pasar por descuido, y jugaron por concesiones y monopolios, utilizaron la política para proteger sus manejos canallescos y sus juegos de asalto. Y así fue que la democracia quedó destrozada. Y entonces llegó el momento más divertido de todos: los perdedores ya no podían hacer más apuestas, mientras que los que habían ganado comenzaron a desplumarse entre sí. A los perdedores sólo les restaba quedarse mirando con las manos metidas en los bolsillos, y cuando se sintieron hambrientos fueron en busca, rogando sombrero en mano, de un puesto hacia los que habían ganado. Y los perdedores comenzaron a trabajar para los ganadores, y desde entonces continúa la misma situación, y la democracia se descarriló en Salt Creek. Usted, Billy Roberts, seguramente nunca hizo una apuesta en su vida, y eso es seguramente porque los suyos pertenecieron a la clase de los vencidos.

—¿Y qué le sucedió a usted? —le preguntó Billy—. Aún nunca le vi hacer apuestas.

—No necesito hacer eso. No me tienen en cuenta. Soy un parásito.

—¿Y eso qué es?

—Un mosquito, un insecto, un sujeto que consigue algo y no da nada. Pico en la miel sudorosa de la gente que trabaja. No tengo necesidad de jugar. Mi padre me dejó bastante de sus ganancia… ¡Oh, no se envanezca de sí mismo, amigo! Su gente era exactamente tan mala como la mía. Pero la suya perdió y la mía ganó, y es por eso que usted trabaja mi tierra para la siembra de patatas.

—No le entiendo —le dijo Billy con energía—. Un hombre que está resuelto puede vencer hoy …

—¿Trabajando la tierra del gobierno? —le interrumpió con rapidez el otro.

Billy vaciló. Había sentido la puñalada.

—Se puede vencer, así mismo… —insistió.

—Sí, tal vez se consiga un puesto trabajando para otros, ¿no? Un joven fuerte como usted, que tenga buena cabeza, puede conseguir puestos en cualquier parte. Pero piense en la desventaja de los que son perdedores. ¿Cuántos vagabundos encontró por los caminos que podrán obtener un puesto en el establo de Carmel? Y seguramente de jóvenes eran tan fuertes como usted. Y, sobre todo, usted no puede elegir en este asunto. Se trata de un descenso terrible en todo el continente, y ahora el asunto se ha desplazado a apostar por un puesto.

—Pero de la misma manera… —comenzó a decir Billy.

—Lo que sucede es que usted lo lleva en la, sangre —le interrumpió con cortesía—. ¿Por qué no? En este país todos han estado entregados al juego durante generaciones. Eso ya estaba en el aire cuando usted nació. Y lo ha respirado toda su vida. Y usted, que nunca tuvo entre sus dedos ni una sola ficha blanca de juego, todavía sigue gritando y, defendiendo eso.

—¿Pero qué debemos hacer los perdedores? —preguntó Saxon.

—Llamar a la policía para que suspenda el juego —respondió Hall—, porque es un juego sucio.

Saxon frunció el ceño.

—Tienen que hacer lo que no hicieron sus antepasados —prosiguió—. Sigan adelante, perfeccionando la democracia.

Saxon recordó entonces una observación de Mercedes.

—Una amiga mía me dijo que la democracia es una artimaña.

—Lo es… en medio de tahúres. Y ahora tenemos en las escuelas a un millón de muchachos que se tragan la píldora del niño que comienza trabajando en el canal y que llega a presidente, y millones de ciudadanos duermen profundamente durante la noche creyendo que su palabra pesa en la conducción del país.

—Usted habla de la misma manera que mi hermano Tom —dijo Saxon sin poder comprender del todo—. Si nos metemos en la política todos, y trabajamos seriamente por algo mejor, podremos conseguirlo dentro de mil años, o cosa así. Pero yo lo quiero ahora, en este momento —se apretó las manos con pasión—. No puedo esperar, lo quiero ahora mismo.

—Pero eso es justamente lo que le estaba diciendo. Ésa es la dificultad que tienen todos los perdedores, que no pueden esperar. Quieren ahora mismo una pila alta de fichas…, y suerte en el juego. Bueno, pero ahora no lo conseguirán. Y eso es lo que le sucede a usted, que quiere un valle en la luna, y también a Billy, que sufre ante la posibilidad de ganar diez centavos a las cartas y agita dentro del pecho el viento que está masticando.

—Usted sería un buen orador de barricada —dijo Billy.

—Sí, lo sería sino tuviese para malgastar las ganancias mal habidas de mi padre. Eso no, me interesa. ¡Que los demás se pudran! Si estuvieran en lo alto serían tan malos, exactamente. Y todo es un lío…, mordiscos en la oscuridad, cerdos hambrientos y babosas sucias…

En ese momento intervino la señora Hall.

—Vamos, Mark, cállate porque sino tendrás que escuchar algo.

El hombre agitó su mechón de pelos y rió esforzándose por hacerlo.

—No, no cederé —dijo—. Le ganaré a Billy diez centavos con las cartas porque él no podrá vencer.

* * *

Saxon y Billy se sentían dichosos en la atmósfera alegre y humana de Carmel, y casi se estimaban más a sí mismos. Saxon tenía la sensación de ser algo más que una muchacha de lavadero, que la esposa de un hombre que trabajaba en los establos. Ahora no se encontraba asfixiada en el sórdido ambiente obrero de la calle Pine. La vida le desbordaba. Les iba mejor física, material y espiritualmente. Y todo se reflejaba en sus rostros y sus cuerpos. Billy nunca le había parecido tan simpático, ni su salud más espléndida. Y él juraba que tenía un harén, y que ella era su segunda esposa, una mujer el doble de bella de aquélla con quien se había casado. Saxon, tímidamente, le confesó que la señora de Hall y otras señoras habían quedado admiradas cuando se dio un baño en el río Carmel. La rodearon y la llamaron Venus, y la hicieron inclinar para que tomara distintas posiciones.

Billy comprendió la alusión a Venus por una estatua de mármol que había en la sala de Hall, y el poeta le había dicho que, el mundo adoraba en ese modelo la perfección de las formas de la mujer.

—Siempre te he dicho que podías darle hasta una milla de ventaja a Anita Kellerman —dijo Billy, y él parecía tan orgulloso de ser dueño de ella que Saxon se sonrojó temblorosa y ocultó su rostro en el pecho de su esposo.

Los hombres también expresaban abierta y francamente su admiración por Saxon. Pero ella no caía en errores ni perdía la cabeza, y no había posibilidad de que sucediera nada porque su amor por Billy latía más fuertemente que nunca. Tampoco ella era culpable ante un excesivo aprecio de parte de él. Sabía cómo era y le amaba con los ojos bien abiertos. Billy no había aprendido de libros, y tampoco sabía nada de arte como otros hombres. Su lenguaje era malo, y lo sabía, pero también se daba cuenta de que nunca podría remediarlo. Y sin embargo no lo cambiaría por ninguno de los otros, ni siquiera por Mark Hall con su corazón de oro, al que quería de la misma manera que a su esposa.

Es que Saxon encontraba en Billy cierta fuerza, cierta integridad esenciales que apreciaba más que todas las enseñanzas de los libros y todas las cuentas bancarias. Y por esas razones había vencido a Hall en la discusión, aquella noche que el poeta parecía aprisionado dentro de un pesimismo muy violento. Y Billy lo había vencido no por tener más cultura sino porque había sido más el mismo, y porque había dicho lo que llevaba en su alma. Y hasta ignoró que había vencido, y creyó que los aplausos eran consecuencia de la alegría de gente de buen humor. Y en vez Saxon lo sabía, aunque no tenía ninguna razón para afirmarlo…, pero siempre recordaría cómo la mujer de «Shelley» le había murmurado con los ojos brillantes:

—¡Oh, Saxon, usted debe ser muy dichosa!

Si hubiese tenido necesidad de decir qué era lo que Billy significaba para ella, hubiera pronunciado una sola palabra «Hombre». Siempre había sido eso para ella. Siempre lo sentía de esa manera magnífica y esplendorosa…, como un hombre. A veces, a solas, sollozaba de dicha al recordar de qué manera le había hablado a cierto personaje masculino, truculento: «Salga del paso. Estorba», había dicho. ¡Y era Billy! Era Billy, el magnífico. Y este Billy era quien la amaba, y lo sabía, lo sabía por la sangre que sentía latir en su pulso, como sólo una mujer puede saberlo. Ahora era cierto que la amaba menos salvajemente, pero era más cariñoso y maduro. Y este amor era el que duraba, si es que no volvían a la ciudad donde perecían las cosas bellas del espíritu y donde la bestia hincaba sus colmillos.

* * *

En los comienzos de la primavera Mark Hall y su esposa se dirigieron hacia Nueva York, y los dos criados japoneses de la casa fueron despedidos. Saxon y Billy quedaron a cargo de la misma. Jim Hazard partió también para París, como lo hacía anualmente, y aunque Billy le extrañó de la misma manera continuó con sus ejercicios de natación en el mar. Los dos caballos de silla de Hall también quedaron a su cargo, y Saxon se confeccionó un bonito traje de mutar de piel de cordero, de un color marrón muy oscuro que hacía juego con los reflejos de su cabello. Billy ya no trabajaba más en ocupaciones raras. Como conductor del establo ganaba más de lo que gastaban, y como prefería esto a ganar más dinero, dedicó su tiempo enseñándole a Saxon a montar a caballo, y entonces juntos hicieron excursiones que a veces duraban el día entero. Uno de los paseos favoritos era el que hacían hacia la costa de Monterrey, y allí él le enseñó a nadar en la gran pileta de Del Monte. Y regresaban a la casa al anochecer, después de atravesar colinas. Saxon también comenzó a seguirle en sus excursiones matinales de caza, y entonces la existencia se asemejaba mucho a una vacación muy prolongada.

—Te diré una cosa —le dijo a Saxon cierta vez que hacían un alto con los caballos y contemplaban el paisaje en dirección hacia el valle de Carmel—, nunca más en mi vida trabajaré en un puesto fijo por un salario y para otro individuo …

—El trabajo no es todo —dijo ella.

—Sospecho que no. Por ejemplo ¿qué objeto tendría si trabajase como adiestrador en Oakland por un millón de pesos por día, durante un millón de años, si en vez tendría que seguir allí y vivir de la manera que lo hicimos antes? Eso significa que tendría que trabajar todo el día, o sino las tres cuartas partes de la jornada, y la única diversión sería ir al cine. ¡Uff!, hoy día nosotros mismos somos films vivientes. Prefiero un año de vida como el que hemos tenido en Carmel y después morir, en vez de mil millones de años como los de la calle Pine.

Saxon le escribió al matrimonio Hall que ellos emprenderían la búsqueda del valle de la luna cuando llegasen los primeros días del verano. Por suerte, al poeta no se le presentó ningún inconveniente, ya que Bidaux, el hombre de hierro que tenía ojos de basilisco, había resuelto abandonar sus afanes sacerdotales y convertirse en autor teatral. Llegó a Carmel desde el colegio católico justo a tiempo para hacerse cargo de la casa.

Saxon se sintió muy satisfecha cuando se dio cuenta de que la gente sentía verlos alejarse. El dueño del establo de Carmel le ofreció a Billy un empleo fijo con un sueldo de noventa dólares al mes. Igualmente recibió un ofrecimiento parecido del establo de la Gruta del Pacífico.

—¿Por qué razón se van? —exclamó el desorbitado autor de teatro irlandés cuando los saludaba desde la plataforma de la estación, en Monterrey. Terminaba de llegar de Nueva York.

—Vamos al valle de la luna —le respondió alegremente Saxon.

—¡Por Juno[49]! —exclamó él—. ¡Yo también voy! ¡Por Juno! ¡Permítame ir con ustedes! —pero después bajó la cabeza—. Firmé el contrato —refunfuñó—. ¡Tres actos!… ¡Ustedes tienen suerte!… ¡Y en esta época del año!