Aquélla fue una buena tarde de vagabundeo en dirección hacia Niles, pasando antes por la población de Haywards. Pero encontraron tiempo para apartarse del camino principal del condado y seguir por rutas paralelas y atravesar extensiones de cultivos intensivos, donde las tierras habían sido trabajadas hasta el borde del camino. Saxon miraba asombrada a esos inmigrantes de piel oscura, de cuerpos pequeños, que habían llegado sin nada y que sin embargo lograron que la tierra se pagase a doscientos, quinientos y hasta mil dólares por acre.
Trabajaban todos, las mujeres, los niños y los hombres. La tierra era removida interminable, continuamente. Parecía que no le daban reposo. Y ella les recompensaba. Y debía ser así porque si no sus chicos no podrían asistir a la escuela, ni ellos mismos podrían viajar en carritos, sulkys de segunda mano o carros livianos y fuertes.
—Mira sus caras —dijo Saxon—. Son dichosos, están contentos. No tienen la cara de la gente de nuestro barrio desde que comenzaron la huelga.
—Sí, parecen poseer algo bueno —estuvo de acuerdo él—. Es gente terca, y trabajan juntos para sacar lo que les corresponde. Pero en el fondo no simpatizo con ellos, porque fueron los que nos arrebataron nuestra tierra.
—Pero ellos no parecen malos —murmuró Saxon.
—No, pensándolo bien no es así. Pero de cualquier manera no son tan inteligentes. Apostaría que podría enseñarles algo sobre caballos.
Cuando se ponía el sol entraron en la pequeña población de Niles. Billy, que se había mantenido en silencio durante la última media milla, titubeando ligeramente se atrevió a decir:
—Dime, ¿qué te parece si tomamos una habitación en el hotel?
Saxon movió enérgicamente la cabeza, negándose.
—¿Cuánto crees que te durarán tus veinte dólares de esa manera? Además, la única manera es comenzar por el principio. No habíamos pensado en dormir en hoteles.
—Bueno —dijo él—, de acuerdo, sólo que estaba pensando en eso.
—Entonces harías bien si creyeses que también yo estoy en el mismo juego —le dijo ella con una voz que parecía disculparle—. Y ahora debemos ver cómo conseguimos lo necesario para cenar.
Compraron un trozo de carne gruesa, patatas, cebollas y una docena de manzanas, y salieron del pueblo y caminaron hasta llegar a un grupo de árboles y malezas que demostraban la proximidad de un arroyo. Cerca de los árboles, sobre la margen arenosa, establecieron el campamento. Por allí había leña seca en abundancia, y Billy silbaba mientras la reunía y partía. Saxon, que quería seguirlo en todo, se reía ante el desafinamiento que salía de sus labios. Sonrió cuando desplegaba las mantas sobre la lona, como mesa de comedor. Antes había arrancado todas las hierbas del suelo. Tenía mucho que aprender para cocinar en un campamento al aire libre, y adelantaba bastante, sabiendo, por ejemplo, que importaba más la conservación del fuego que la extensión del mismo. Cuando hirvió el café, le agregó parte de una taza de agua fría, y colocó el recipiente sobre los tizones donde se mantendría caliente sin llegar a hervir. Frió patatas y cebollas en la misma sartén, pero por separado, y luego las colocó sobre la cafetera, en un plato de hierro enlozado que ella misma usaba para comer, y cubrió la comida con el plato de Billy. Y en la sartén caliente y seca, como le gustaba a Billy, comenzó a freír la carne. Una vez que hizo todo esto, y mientras Billy servía el café, distribuyó la carne pero colocando las patatas fritas y la cebolla en la sartén durante un instante, de manera de hacerlas humear nuevamente.
—¿Qué más se puede desear? —dijo Billy en un tono desafiante y lleno de honda satisfacción, mientras hacía una pausa para tomar el café y terminaba de liar un cigarrillo. Estaba echado de lado y descansaba sobre el codo. El fuego ardía brillantemente y los colores de Saxon estaban realzados por las llamas que vacilaban—. Nuestros antepasados debieron sentir temor de los indios, de las bestias salvajes y de todas esas cosas. Y ahora nosotros estamos aquí y nos sentimos tan seguros como si fuésemos polillas de una alfombra. Mira esa arena. ¿Acaso puede pedirse una cama mejor? Es suave como si fuese de plumas. Y tú tienes muy buen aspecto, pequeña indiecita. Apostaría a que no tienes más que dieciséis años ahora, criatura de los Bosques.
—¿Yo? —dijo ella balanceando la cabeza hacia un lado y mostrando los dientes—. Si no estuvieras fumando te preguntaría si tu madre te dio permiso para salir, criatura de las Márgenes Arenosas.
—Dime un poco —comenzó a decir el con una seriedad bien fingida—. Quiero preguntarte algo, si es que no lo tomas a mal. No quiero herir tus sentimientos ni nada semejante, pero de cualquier manera quiero conocer algo importante.
—Bueno ¿de que se trata? —le preguntó ella después de esperar infructuosamente.
—Lo que sucede es esto simplemente, Saxon: te quiero de cualquier manera y totalmente, pero ahora cae la noche y estamos como a mil millas de cualquier parte…, y, bueno, deseo saber… si tú y yo estamos realmente casados …
—Sí, verdaderamente casados —le aseguró ella—. ¿Por qué?
—Oh, por nada, pero sucede que a veces yo soy un poco olvidadizo, y ahora me siento algo confundido, ya que no puedo recordar cómo te traje hasta aquí, y no siendo éste un lugar…
—Eso te servirá de lección —le dijo ella con severidad—. Y ahora debes conseguir la leña para la mañana mientras que yo lavo las cosas y pongo en orden la cocina.
Billy se levantó y obedeció, pero bruscamente se detuvo, regresó y le echó los brazos al cuelo, estrechándola contra sí. Ninguno de los dos dijo nada, pero cuando Billy desapareció el pecho de Saxon estaba agitado y colmado de dicha.
La noche se hizo más densa, pero apenas si era oscura debajo de la luz de las estrellas desmayadas, que después quedaron ocultas detrás de las nubes que aparecieron sorpresivamente. Comenzaba el verano indio de California. El aire era cálido. Había pequeños indicios del frescor del anochecer, pero no soplaba viento.
—Tengo la sensación de que recién comenzamos a vivir —dijo Saxon cuando Billy regresó con la leña. Se le reunió sobre las mantas, cerca del fuego—. Hoy aprendí más cosas que durante diez años en Oakland —dejó escapar un suspiro moviendo lentamente las espaldas—. La agricultura es más seria de lo que imaginaba.
Billy no hablaba. Tenía los ojos constantemente fijos en el fuego y parecía meditar, tener algo dentro de la cabeza que le preocupaba.
—¿Qué sucede? —le preguntó ella cuando vio que se movía como si hubiese legado a alguna determinación, al mismo tiempo que colocaba su mano sobre la espalda.
—Estaba proyectando nuestra propiedad rural, simplemente —respondió—. Estas granjitas están bastante bien, pero para los extranjeros. Nosotros los yanquis debemos tener espacio. Quiero mirar la cima de una montaña y saber que esa tierra que se extiende hasta los límites de la otra montaña es mía, y que son mis animales los que están pastando detrás, cerca del arroyuelo. Sabes que se puede ganar dinero con la cría de caballos…, especialmente con los animales grandes de trabajo, por los cuales se llega a pagar hasta mil ochocientas y dos mil libras. Todos los días del año se paga por ellos setecientos y ochocientos por una yunta que tenga cuatro años. Sólo necesitan, en esta clase de clima, buenos pastos y muy abundantes, y además algunos refugios con un poco de paja para los largos períodos de tiempo malo. Nunca se me había ocurrido antes, pero esa idea de tener un campo mío me parece muy bien.
Saxon estaba muy emocionada. Tenía una nueva información sobre el asunto que la interesaba, pero era mejor aún porque la autoridad en materia era Billy.
—Habrá bastante espacio para otras cosas en una región alejada —dijo ella con optimismo.
—Sí, alrededor de la casa tendremos hortalizas, frutas y pollos y todo lo demás, de la misma manera que los portugueses, y mucho espacio para amaestrar caballos.
—¿Pero los potros no cuestan dinero, Billy?
—No mucho. Las piedras del pavimento acaban muy rápidamente con los caballos. Por eso buscaría las yeguas entre las que fueron desechadas de la ciudad. Se como acaban. Las venden en los remates pero aún pueden servir durante muchos años, sólo que no sirven para andar sobre el pavimento.
Después se produjo una pausa larga. Dentro del fuego agonizante ambos veían, imaginativamente, la futura granja.
—Esto es bastante callado ¿no es cierto? —dijo Billy incorporándose finalmente, mirando a su alrededor—. Y todo está tan oscuro como si estuviésemos debajo de una montaña de gatos negros —tiritó apenas y se abotonó el saco. Después tiró unas cuantas ramas al fuego—. Pero aun así es el mejor clima del mundo. Cuando era pequeño le escuche a mi padre elogiar muchas veces el clima de California. Él decía que era insuperable.
Pasó un verano y un invierno enteros en el Este y sabía que era eso. No quiso repetir la prueba nunca más.
—Mi madre me decía que no había ningún otro lugar en la tierra con un clima como el de California. Debió de ser maravilloso después de la travesía por desiertos y montañas. Decían que era la tierra de la leche y de la miel. Cady solía decirme que el suelo era tan fértil que sólo bastaba con rasguñar su superficie.
—Y también hay mucha caza por todas partes —asintió él—. El señor Roberts, el que me adoptó, llevaba ganado de San Joaquín al río Columbia. Tenía cuarenta hombres que le ayudaban y todo lo que llevaban era pólvora y sal, porque vivían de lo que cazaban.
—Las montañas estaban repletas de ciervos y mi madre vio grandes manadas de alces cerca de Santa Rosa. Alguna vez iremos allí, Billy, porque siempre quise ver cómo es eso.
—Y cuando mi padre era joven, al norte de Sacramento había un arroyo llamado Cache Slough, que estaba lleno de aves silvestres. Acostumbraba a cazarlas cerca de allí. Sí, algún día viajaremos hasta Santa Rosa. Quizá no nos agrade la tierra que está cercana a la costa y deberemos seguir andando.
En ese instante el fuego se apagó y Saxon terminó de alisarse y trenzarse el cabello. Los preparativos para dormir fueron simples, y al rato estaban uno junto al otro debajo de las mantas.
Saxon cerró los ojos pero no podía dormir. Nunca se había encontrado tan despabilada como en ese momento. Jamás había dormido al aire libre, y a pesar de sus esfuerzos no lograba sobreponerse a esa sensación nueva. También se encontraba entumecida por la caminata que habían hecho, y ante su sorpresa la arena que sentía debajo de su cuerpo no era precisamente suave. Transcurrió una hora. Ella trataba de convencerse de que Billy dormía, pero estaba segura de que no era así. Se sobresaltó ante los ruidos que producían los rescoldos del fuego, que se deshacían lentamente. Al ver que Billy se movía ligeramente Saxon sintió alguna esperanza.
—Billy —le murmuró— ¿estás despierto?
—Sí —respondió—, y me parece que esta arena es más dura que un piso de cemento. Esto me pone mal, ¿pero quién lo hubiera imaginado?
Cambiaron de posición, pero todo intento de escapar al duro contacto de la arena fue vano.
Saxon volvió a sobresaltarse al escuchar el inesperado chillido metálico de un grillo. Guardó su impresión durante varios minutos, hasta que Billy le habló:
—Quisiera saber que es eso.
—¿No será una víbora de cascabel? —preguntó ella manteniendo una calma que no sentía en su fuero interno.
—Eso mismo me estaba preguntando.
—Vi dos en la vidriera de la farmacia de Bowman. Y tienen un garfio hueco, Billy, y cuando atacan el veneno sale por la parte hueca.
—¡Brr! —tiritó Billy, con verdadero temor de que todo eso no fuera sólo una broma—. Todos dicen que se trata de una muerte segura, a menos que se sea un Bosco. ¿Te acuerdas?
—Sí, él se las come vivas, ¡vivas! ¡Bosco! ¡Bosco! —respondió Saxon imitando la voz del pregonero de un teatrillo de feria.
—De todas maneras las víboras de cascabel que come Bosco deben de haber perdido el veneno. Creo que es así. Oh, es curioso que no pueda dormir. Desearía que se callara ese bicho maldito. ¿Será una víbora de cascabel?
—No, no puede ser —dijo ella—. Todas las víboras de cascabel fueron muertas hace mucho tiempo.
—¿Entonces de dónde saca Bosco las suyas? —le preguntó Billy razonablemente—. ¿Y por qué no te duermes?
—Porque todo esto es nuevo para mí —dijo Saxon—. Nunca en mi vida dormí al aire libre.
—Yo tampoco, y hasta ahora creía que era una diversión —cambió de posición sobre la arena incómoda y suspiró pesadamente—. Pero supongo que con el tiempo nos acostumbraremos. Si puede hacerlo otro también lo haremos nosotros, y mucha gente ha vivido al aire libre. Esto es muy bueno. Somos libres e independientes aquí, y no tenemos que pagar alquiler, y somos nuestros propios amos …
Se detuvo bruscamente. De entre los arbustos llegó un crujido intermitente. Quisieron localizarlo pero cesó misteriosamente, y cuando ya empezaban a dormirse volvió a escucharse el extraño ruido.
—Suena como algo que se arrastrara en dirección a nosotros —dijo Saxon, que se pegaba estrechamente junto a Billy.
—Bueno, de cualquier manera no se trata de un indio salvaje —fue lo único que pudo decir en su estado de ánimo y para su tranquilidad. Billy bostezó a propósito—. Oh, diablos, ¿acaso hay algo en esto que pueda asustar? Piensa en lo que tuvieron que pasar los pioneers.
Varios minutos después los hombros de Billy se agitaban y Saxon comprendió que se estaba riendo.
—Estaba pensando, simplemente, en algo que mi padre solía contar —dijo—. Era sobre la vieja Susan Klekhorn, una mujer de los pioneers de Oregón. La llamaban Susan la de Ojos de Pared. Ella sabía tirar y dispersar a la banda. Una vez la caravana de carretas fue atacada por los indios mientras atravesaban las llanuras. Con las carretas hicieron un círculo y metieron todo adentro, hasta los bueyes, y rechazaron a los indios y mataron a muchos. De esta manera eran muy fuertes, y para hacerlos salir los indios les pusieron delante a dos muchachas blancas que habían capturado de otra caravana, y comenzaron a torturarlas. Eso lo hicieron precisamente a una distancia de tiro de escopeta, de manera que todos pudieran verlo. Pensaban que los blancos no podrían soportar ese espectáculo, y entonces saldrían a campo abierto, que era precisamente lo que querían los indios. Los hombres blancos se sentían impotentes, porque si se precipitaban para salvar a las muchachas entonces estaban listos, y después los indios se lanzarían sobre la caravana. Eso significaba el fin de todos. Y entonces la vieja Susan extrajo un viejo rifle con tambor largo, de Kentucky. Cargó el rifle con triple carga y apuntó al indiote que estaba atareado torturando a las muchachas, y disparó. Al descargar se vino al suelo como una pelota y la espalda le quedó molida para todo el resto del viaje, hasta que llegaron a Oregón, pero el indio quedó muerto sobre el suelo. Pero esto no es lo que te quería contar. Parece que la vieja Susan simpatizaba con John Barleycorn. Se agarraba de cualquier excusa para estar cerca de él y echarle mano. Y los hijos e hijas de ella, así como el viejo, debían tener cuidado de no dejar nada de el cerca de allí, porque lo atrapaba sin ningún miramiento.
—¿De quién? —preguntó Saxon.
—De John Barleycorn…, ¿no lo sabías? Es el viejo sobrenombre que se le daba al whisky. Bueno, un día todo el mundo se alejó…, cerca de un lugar llamado Bodega, donde se establecieron después de llegar a Oregón. Y la vieja Susan comenzó a decir que su viejo reumatismo no la dejaba en paz y que no podía seguir. Pero la familia ya estaba en marcha. En la casa había una damajuana con dos galones de whisky. Dijeron que estaban de acuerdo, pero antes de partir mandaron a uno de los nietos, que se trepó a uno de los árboles del fondo y dejó la damajuana colgada allí, a sesenta pies del suelo. Pero cuando volvieron a la casa durante la noche, encontraron que Susan estaba tendida sobre el suelo de la cocina y que parecía muerta.
—¿A pesar de todo habría trepado al árbol? —se aventuró a preguntar Saxon, al ver que Billy no mostraba deseos de seguir con el relato.
—Jamás en su vida —rió el estrepitosamente—. Colocó una bañadera debajo de la damajuana, después buscó su viejo rifle y disparó contra la damajuana, y todo lo que tuvo que hacer después fue extraer el whisky de la bañadera.
Saxon se hallaba nuevamente a punto de dormirse, cuando el crujido se oyó otra vez, pero más cercano. Como estaba muy nerviosa creyó que en todo esto había algo de misterioso, y febril imaginó que un animal de presa se abalanzaba sobre ellos.
—Billy —murmuró.
—Sí, yo también lo escuche —le contestó la voz bien despierta.
—¿Podría ser una pantera…, o quizás un gato montes?
—No, eso no puede ser. Todas las fieras de estos pagos fueron eliminadas hace mucho tiempo. Ésta es una zona agrícola y pacífica.
A través de los árboles soplaba una brisa ligera y Saxon tembló levemente. El misterioso chillido del grillo cesó rápida y misteriosamente. Luego el crujido, y más tarde un golpe seco, hizo que se incorporaran de golpe sobre las mantas. Más tarde no se produjeron otros ruidos y se acostaron nuevamente aunque hasta el mismo silencio parecía siniestro.
—¡Uff! —exclamó Billy algo aliviado—. Ahora me doy cuenta que se trata de un conejo. Escuche más de una vez a los conejos domesticados golpeando con las patas traseras sobre el suelo de esa manera.
Saxon trataba de dormir en vano. A medida que transcurría el tiempo la arena se hacía más y más dura. La carne y los huesos estaban doloridos. Y aunque comprendía perfectamente que no podían existir grandes peligros, su imaginación los creaba.
Escucharon un ruido nuevo. No se trataba de un crujido o un chirrido, sino que parecía el paso de un cuerpo pesado que se desplazaba entre los arbustos. Escucharon desde algún sitio ramas que se rompían, y también el ruido de las ramas de los arbustos que se inclinaban hacia un lado y que luego volvían a su posición inicial.
—Si aquello era una pantera, esto se parece a un elefante —fue la opinión poco alentadora de Billy—. Debe tener un buen paso. Escucha: se acerca más aún.
Se oían detenciones frecuentes, y después el ruido recomenzaba más fuerte y cercano. Billy se incorporó nuevamente sobre las mantas, y pasó un brazo alrededor de Saxon, que también se incorporó.
—No dormí ni un segundo —se lamentó él—. Y ahora empieza otra vez. Si pudiese ver …
—Hace ruido como si fuera una fiera —la voz le tembló a Saxon porque se sentía nerviosa y tiritaba con el fresco de la noche.
—Con seguridad que no se trata de una langosta.
Billy quiso dejar las frazadas, pero Saxon le agarró de un brazo.
—¿Qué vas a hacer?
—Oh, no estoy asustado pero esto me pone los nervios de punta. Si no descubro que es explotare. Voy a ver de que se trata, simplemente. No me alejare mucho.
La noche era tan cerrada y oscura que, ni bien le soltó de la mano, lo perdió de vista. Quedó sentada, aguardando. El ruido había cesado pero podía seguir claramente los pasos de Billy gracias al ruido que hacían las ramas secas al ser pisoteadas. En seguida regresó y se deslizó debajo de las frazadas.
—Creo que lo asuste y se alejó. Tiene buenos oídos y cuando me oyó llegar se escapó del lugar seguramente. Hice todo lo posible para no producir ningún ruido… Oh, Dios, ahora empieza otra vez.
Se sentaron. Saxon le tocó con uno de sus codos.
—Allí —le dijo con un murmullo muy apagado—. Puedo escuchar cómo respira. Parece un ronquido.
Una rama seca crujió fuertemente muy cerca de ellos, y entonces dieron un brinco instantáneo.
—No sufriré más esa broma —declaró irritado Billy—. Si no lo hago se nos vendrá encima.
—¿Qué harás, entonces? —preguntó ella con ansiedad.
—Hasta me haría saltar la cabeza. Tratare de ver que es.
Inhaló una bocanada de aire y gritó salvajemente.
Lo que sucedió inmediatamente superó cualquier expectativa posible, y Saxon sintió realmente el pánico. Inmediatamente, en la oscuridad, se oyó cómo las ramas eran aplastadas, cómo caían y rodaban cuerpos pesados en distintas direcciones. Pero por suerte para su ánimo todos esos ruidos se alejaban y apagaban cada vez más.
—¿Y que pensarán ellos de esto? —Billy rompió el silencio—. Todos los aficionados al box decían que yo no le tenía miedo a nadie. Y me alegro de que no me vean esta noche —gruñó—. Ya tuve todo lo que podía desear de esta maldita arena. Y ahora voy a levantarme para hacer fuego.
Eso era cosa fácil, porque entre las cenizas aún había restos de tizones que ardían destacándose en medio del color gris del rescoldo. Los contempló fijamente y comenzó a caminar.
—¿Y ahora a dónde vas? —le gritó Saxon.
—Se me ocurrió una idea —respondió sin decir nada más, y avanzó más allá del círculo que iluminaba el fuego.
Saxon se sentó y se cubrió hasta la barbilla con la frazada, admirando el valor de su hombre. No había llevado consigo ni siquiera el hacha, y se encaminaba directamente hacia el lugar donde se había desvanecido el ruido.
Diez minutos después regresó riendo.
—¡Hijos del diablo! Me sacaron bastarte de mis casillas. La próxima vez voy a asustarme hasta de mi propia sombra… ¿Sabes que era? Podrías pensarlo mil años y no lo averiguarías.
Eran unos cuantos terneritos, y estaban más asustados que nosotros.
Fumó un cigarrillo cerca del fuego y luego se acercó a Saxon, debajo de las frazadas.
—Sería un buen granjero ¿eh? —dijo bromeando—, si un montón de terneritos puede asustarme y sacarme fuera de quicio. Apostaría algo a que tu padre o el mío no hubieran movido ni un párpado. Esa raza se ha extinguido, eso es lo que pasa.
—No, no se ha extinguido —dijo Saxon—. La estirpe permanece. Somos tan capaces como nuestros antepasados lo fueron siempre, y sobre todo somos más sanos. Fuimos criados de manera distinta, eso es todo. Siempre hemos vivido en ciudades. Conocemos los ruidos y las cosas de la ciudad, pero no los del campo. Nuestra vida no ha sido natural, y nos hemos pasado los días dentro de una cáscara de nuez. Y ahora vamos a ser más naturales. Sólo necesitamos un poco de tiempo para dormir a la intemperie con la misma facilidad que lo hicieron tu padre o el mío.
—Pero no sobre la arena —refunfuñó Billy.
—También probaremos eso. Sólo lo ensayamos por primera vez. Y ahora pórtate bien y duerme.
Sus temores se habían desvanecido, pero la arena, que merecía toda su atención, aumentaba su inflexibilidad. Al principio Billy dormitó un poco, y los gallos cantaban en la lejanía cuando Saxon cerró los ojos. Pero no podrían escapar de aquel lecho de arena, y durmieron en la medida que aquélla se los permitió.
Cuando el gris del amanecer apareció en el aire, Billy se levantó del lecho y preparó un fuego gigantesco. Saxon se incorporó temblando de frío. Ambos tenían los ojos hundidos y estaban muy cansados. Saxon comenzó a reír. Billy al principio se le unió con malhumor, pero luego le brillaron los ojos al encontrar la cafetera que inmediatamente colocó sobre el fuego.