Los días pasaron dichosamente para Saxon mientras preparaba la comida para Billy, efectuaba las compras para la casa, hacía proyectos y vendía en la tienda su labor de aguja. Resultó difícil conseguir que Billy consintiese en la venta de esas cosas, pero finalmente lo logró gracias a sus mimos.
—Ésas son las cosas que no use nunca —insistió—. Y podré hacer otras iguales cuando ya estemos instalados en otra parte.
Todo lo que no había vendido, la ropa de la casa y las prendas de vestir que usaba menos frecuentemente, estuvo de acuerdo en dejarlas al cuidado de Tom.
—Adelante, son tus cosas —le dijo Billy—. Haz lo que quieras. Eres Robinson Crusoe y yo soy tu fiel Viernes. ¿Ya decidiste el camino que seguiremos durante nuestra marcha?
Saxon negó con un movimiento de cabeza.
—¿O de que manera lo haremos?
Saxon levantó un pie y después el otro. Estaban calzados con unos zapatos fuertes para andar al aire libre, y los usaba desde esa mañana para andar por toda la casa.
—Pezuñitas de jaca ¿eh?
—Calzada de esa manera nuestra gente llegó al Oeste —declaró ella con orgullo.
—Fue un vagabundeo bastante regular —dijo él—. Pero nunca escuche hablar de una mujer vagabunda.
—Entonces aquí tienes una. ¿Por qué te preocupas, Billy? Vagabundear no es vergonzoso. Mi madre hizo casi todo el trayecto a pie para atravesar las llanuras. Y casi todas las madres cruzaron las planicies a pie durante aquellos días. No me importa lo que la gente piense. Creo que nuestra raza se encuentra en movimiento casi desde el comienzo de la creación, de la misma manera que nosotros cuando busquemos un pedazo de suelo para establecernos.
Después de unos días, cuando ya la herida de su cabeza estaba bastante bien, y sus brazos enyesados parecía que volverían a ser lo que fueron anteriormente, entonces Billy pudo levantarse del lecho y dar vueltas por la casa. Estaba aún bastante inválido teniendo los dos brazos entablillados.
El doctor Hentley aceptó la situación, y hasta lo sugirió el mismo, de que sus honorarios podrían esperar a una mejor oportunidad para ser saldados. Saxon le hizo una pregunta ansiosa sobre las tierras del Estado, pero para el todo aquello constituía un verdadero misterio, y además tenía una idea muy brumosa, en el sentido de que los tiempos de las concesiones de tierras fiscales ya habían pasado.
Por el contrario, Tom tenía la esperanza de que aún quedaban grandes extensiones del gobierno que se podían colonizar. Le había hablado del Lago Honey y del condado de Shasta, así como del de Humboldt.
—Pero ustedes no pueden intentarlo en esta época del año, con el invierno que ya se viene encima —le advirtió a Saxon—. En vez, les conviene dirigirse hacia el Sur en busca de climas más amables…, por ejemplo, cerca de la costa. Allí no cae nieve, y les diré que es lo que tienen que hacer. Bajen por San José, por Salinas, y salgan a la costa en Monterrey. Al sur de ese lugar encontrarán tierras del gobierno entre reservas forestales y rancherías mejicanas. Es una zona bastante primitiva, y no hay ningún camino. Allí sólo se ocupan de criar ganado. Pero entre los árboles de madera roja hay algunas picadas, buenas franjas de suelo para cultivo que llegan directamente hasta el océano. El año pasado hablé con un amigo que se recorrió casi todo eso. Yo también desearía ir hasta allí, como tú y como Billy, pero Sara no quiere saber nada de la cuestión. Creo que también hay oro por allí. Cierta cantidad de gente estaba trabajando en eso, y ya comenzaron las extracciones en dos o tres minas buenas. Pero eso queda más alejado, hacia el lado de la costa. Podrían echar un vistazo.
Saxon agitó la cabeza.
—No buscamos oro sino aves de corral, un espacio para cultivar hortalizas. A nuestra gente se le presentaron muchas oportunidades para encontrar oro durante los primeros tiempos ¿pero han obtenido algo de todo eso?
—Sospecho que estás en lo cierto —le dijo Tom—. Ellos siempre iban a las cosas grandes pero dejaban escapar las mil pequeñas posibilidades que se les presentaban delante de sus propias narices. Mira a tu papá, por ejemplo. Le oí decir que vendió tres lotes de la calle Market, en San Francisco, por cincuenta dólares cada uno. Y hoy valen quinientos mil. Y mira a tío Guillermo. Tenía campos con ganado que llegaba hasta llenarle la casa. ¿Pero encontró alguna satisfacción? No, porque quería ser un rey del ganado, un verdadero Miller y Lux. Y cuando murió era sereno nocturno en Los Angeles, y ganaba cuarenta dólares por mes. Es cierto que cada época tiene su espíritu, pero ahora ha cambiado. Ahora todo se hace en grande y nosotros somos unos porotos. He oído a nuestra gente hablar de la Reserva del Oeste. Comprendía todo lo que ahora rodea a Ohio. Cualquiera podía conseguir una granja por aquel entonces. Lo único que tenían que hacer era uncir sus bueyes y andar millas y millas hacia el Oeste, en su busca, hacia el Pacífico, y allí los esperaban millones de granjas donde hubiesen podido afincarse. ¿Ciento sesenta acres? ¡Tontería! En los primeros tiempos de Oregón se hablaba de seiscientos cuarenta acres. Ése era el espíritu de la época…, mucha tierra, tierra libre. Pero cuando nosotros llegamos al océano Pacífico aquella época ya había terminado. Entonces comenzaron las grandes empresas, lo que quería decir que también debían existir grandes hombres de empresa, y cada uno de ellos debía tener a su disposición miles de hombres sin aspiración que trabajaran para cada uno de ellos. Y estos últimos eran los que perdían ¿entiendes? Si no les agradaba la situación podían largarse, aunque eso no les servía de nada. No podían enganchar sus bueyes y seguir adelante. No había lugar hacia donde ir. China está enfrente y en el medio hay una cantidad terrible de agua salada que no sirve para la agricultura.
—Todo eso lo veo claro —le dijo Saxon.
—Sí —continuó diciendo el hermano—, sólo podemos verlo después que ha ocurrido, cuando ya es demasiado tarde.
—Pero los grandes hombres de empresa fueron mejores que los otros —observó ella.
—Tuvieron más suerte —le dijo Tom—. Algunos vencieron, pero eso no le sucedió a la mayoría. Todo ocurrió como si fueran un grupo de muchachos que se arrojaran a la calle para disputar un puñado de moneditas. Y algunos lo adivinaron. Por ejemplo, toma a tu padre, simplemente. Era de una familia del Este que tenía buen instinto para los negocios, para saber aumentar lo que tenían. Pero ahora imagina que tu padre sufre del corazón, o se enferma de los riñones, o tiene reumatismo, de manera que no puede hacer nada extraordinario ni cazar, ni explorar o pelear por el Oeste… ¿Qué sucede entonces? Lo más probable es que se quedase en San Francisco y que retuviese los tres lotes de la calle Market, y que por cierto tratase de adquirir más lotes, y que se dedicase a las compañías de navegación, al juego de la bolsa, o a la construcción de ferrocarriles y de túneles. Él mismo podría haber llegado a ser un gran hombre de empresa. Lo conocí. Era un hombre muy enérgico, lo comprendía todo con la rapidez de la luz, y era frío como un témpano y salvaje como ningún otro. Y también tenía una influencia enorme sobre los hombres que se dedicaban a los negocios fáciles, sobre los piratas y agiotistas[38] de aquel tiempo. Los impresionaba mucho, de la misma manera que producía sensación entre las mujeres cuando andaba montado en ese caballo que le pertenecía, cuando hacía sonar su sable y las espuelas, con la gran cabellera al viento, permaneciendo tieso como un indio y agradable como un príncipe de ojos azules de esos libros de cuentos de hadas, o sino asemejándose a un caballero mejicano. Y de la misma manera impresionó mucho durante los días de la guerra civil entre las filas de los rebeldes, cuando se lanzó a la carga, al frente de sus hombres, permaneciendo junto a ellos durante todo el tiempo, y gritándoles a sus soldados como si fuesen indios salvajes. Cady, ese hombre que ayudó a criarte, me contó todo eso. Cady iba junto con tu papá. Y si tu papá se hubiese establecido en San Francisco ahora sería uno de los grandes hombres del Oeste. Y si todo hubiese sido de esa manera, en estos momentos tú serías una mujer rica que estarías viajando por Europa, y tendrías una mansión en la Colina Nob cerca de las señoritas de los Flood, de los Crocker, y serías dueña de la mayoría de las acciones del Fairmount Hotel y de algunas otras empresas semejantes. ¿Y por qué razón todo no fue de esa manera? ¿Por qué tu padre no fue de la clase de los mejores? No. Su mente era como una punta afilada de acero. La explicación es otra: estaba lleno, hasta explotar y desparramarse, del espíritu de la época, y además porque todo era fuego y vinagre y no había que quedarse en un mismo lugar. Ésa es toda la diferencia que existe entre tú y la familia de los Crocker. Lo que sucedió fue que tu padre no se enfermó de reumatismo a su debido tiempo.
Saxon suspiró y en seguida sonrió.
—Da lo mismo, porque las vencí —dijo ella—. Las señoritas Flood y las Crocker no pueden casarse con boxeadores pero yo sí que lo hice.
Tom la miró sorprendido, pero lleno de una admiración que no se trasparentó de inmediato, sino que sólo más tarde se fue acentuando lentamente.
—Bueno, todo lo que puedo decirte —dijo Tom con solemnidad— es que no creo que Billy sepa toda lo afortunado que es.
* * *
Billy sólo se despojó de las tablillas que tenía en los brazos cuando fue autorizado por el doctor Hentley, pero Saxon insistió en esperar dos semanas para que no hubiese riesgo alguno. Con esas dos semanas se cumplía un mes más de alquiler adeudado, y el dueño de la casa había aceptado aguardar el pago de los dos últimos meses, hasta que Billy se encontrara bien nuevamente para trabajar.
La casa Salinger esperó hasta el día indicado por Saxon para el retiro de los muebles, y entonces le devolvió a Billy setenta y cinco dólares.
—Lo que resta del pago de ustedes es en concepto de alquiler por el tiempo que han usado los muebles —le dijo el cobrador a Saxon—. Y ahora los muebles son de segunda mano. Usted sabe que la operación es una perdida para la casa, y además no estaba en obligación de hacerla. Debe recordar que nos hemos portado muy correctamente con ustedes, y no deben olvidarnos si llegan a instalarse nuevamente.
Mediante esa suma, y lo que reunieron con las cosas que pudieron vender, estuvieron en condiciones de saldar todas las pequeñas cuentas y aún les quedaron algunos dólares.
—Lo que más detesto en el mundo es quedar con alguna deuda pendiente —le dijo Billy a Saxon—. Y ahora no debemos nada a nadie en el mundo, salvo al dueño de casa y al doctor Hentley.
—Y a ninguno hay que hacerlo esperar más de lo que corresponde —dijo ella.
—Y no esperarán —respondió tranquilamente el marido.
Ella sonreía y aprobaba, porque tenía el mismo horror que Billy por las deudas, cosa que era natural en ambos, y que tal vez era influjo de la primitiva ética de los pioneers puritanos que se habían establecido en el Oeste.
Mientras Billy se encontraba fuera de casa, Saxon se entretuvo embalando la cómoda que había cruzado el Atlántico en una embarcación a vela y las llanuras sobre una carreta tirada por bueyes. Emocionada, besó la perforación de bala que había recibido en Little Meadow, y también la espada de su padre, al que siempre imaginaba montado en su caballo de guerra ruano. Con un respeto casi religioso sacó el álbum donde estaban pegados los poemas de amor de su madre, y apretó contra su pecho el corpiño rojo y español de satén en un verdadero abrazo de despedida. Desató el paquete que tenía el libro de los recortes para mirarlo por última vez, y contemplar los grabados en madera de los vikingos, que aparecían espada en mano, saltando sobre las arenas inglesas. Otra vez imaginó que Billy era uno de ellos, y se quedó pensando en las extrañas andanzas de sus antepasados. Siempre habían estado sedientos de la tierra, y pensó con deleite que les había sido fiel. ¿Acaso no había sentido siempre, a pesar de vivir en la ciudad, la añoranza de la tierra? ¿Y acaso no partía ahora para satisfacer esa añoranza, de la misma manera que sus antepasados, que sus padres antes que ella? Recordaba cuando su madre le había contado cómo divisaban la tierra prometida que estaba delante de ellos, mientras las desvencijadas carretas se detenían y los bueyes eran desenganchados y luego, cansados, se tiraban sobre la tierra, que comenzaba a cubrirse con las primeras nevadas invernales en la región de las Sierras, en el camino que llevaba a las extensiones vastas, florecientes y soleadas de California. Se veía a sí misma como una niña de nueve años de edad mirando hacia abajo desde las alturas nevadas que su madre debió ver. Y recordó y repitió una de las estrofas de algún poema de Margarita:
«Dulces como laúdes al viento en aéreo estilo…».
Sonrió llena de dicha y se secó los ojos. Tal vez los días de amargura ya habían pasado, y entonces ellos habían encontrado sus llanuras, y junto con Billy habían llegado a salvo después de la travesía, y ahora ascendían por las sierras y penetraban inmediatamente en un valle encantador.
* * *
El carro de los Salinger apareció frente a la casita y después se llevó los muebles durante la mañana que partieron. El dueño del inmueble estaba de pie en la entrada de la casa, recibió las llaves, les estrechó las manos y les deseó muy buena suerte.
—Ustedes marchan por el buen camino —les dijo—. ¿Acaso yo mismo no anduve envuelto en frazadas cuando vagabundeaba por Oakland, hace cuarenta años atrás? Compren tierra si es barata, como lo hice yo. Los salvará del asilo de pobres durante la vejez. Hay numerosas poblaciones nuevas que están surgiendo. Desciendan a la tierra. El trabajo les dará techo y alimento, y la tierra posición. Ya conocen cuál es mi dirección, y cuando tengan algo de dinero me saldan lo que me deben de los alquileres. Y buena suerte. Y no se preocupen de lo que piensa la gente. Sólo el que busca encuentra.
Los curiosos los espiaron por las ventanas mientras avanzaban por la acera, y los chicos los contemplaron asombrados. En un saco de lona pintada que Billy llevaba a cuestas estaban las ropas de cama, y dentro de éstas las ropas interiores y los objetos más indispensables. De la bolsa sobresalían los mangos de una sartén y de una olla. La cafetera la llevaban en la mano. Saxon cargaba con una pequeña cesta protegida por una funda de hule negro, y sobre su espalda cargaba la caja con el ukelele.
—Debemos parecer algo terrible —gruñó Billy impresionado por las miradas que les echaban.
—Todo estaría muy bien si saliéramos al campo de excursión —dijo Saxon.
—Sólo que no es así.
—Pero no lo saben —continuó ella—. Sólo tú lo sabes, y no es tal lo que a ti te parece que ellos piensan, y en realidad lo más probable es que crean que salimos de excursión al campo. ¡Vamos, vamos hacia allí!
Billy se alegró al oír estas palabras y proclamó su firme intención de volarle la cabeza al primero que se mostrara insolente con ellos. De soslayo le echó una mirada a Saxon. Sus mejillas estaban enrojecidas y los ojos le brillaban.
—¡Oh! —dijo Billy—, cierta vez vi una ópera en la que los hombres andaban por el campo con guitarras sobre la espalda, de la misma manera que tú en estos momentos. Me los recuerdas. Y siempre entonaban canciones.
—Con ese fin lo traje conmigo —le respondió Saxon—. Mientras andemos por los caminos rurales lo haremos cantando, y también delante de cada fuego donde descansemos y acampemos. Vamos a hacer una excursión campestre, eso es todo. Estamos de vacaciones para visitar el campo. ¿Acaso de esa manera no pasaremos un buen rato? Será divertido, porque siquiera sabemos dónde dormiremos esta noche, o cualquier otra noche.
—Sí, es divertido, muy divertido —dijo Billy—. Pero de cualquier modo demos la vuelta por aquí. En la otra esquina hay unos cuantos individuos que conozco, y no tengo ningún propósito de volarles las cabezas.