VIII

Cuando la orquesta terminó de tocar el vals, Billy y Saxon se encontraban en ese instante ante la gran entrada de la sala de baile. La mano de ella descansaba ligeramente sobre el brazo del muchacho, y se deslizaban en busca de algún asiento cuando Charley Long, que evidentemente recién había llegado, se abrió paso y se plantó enfrente de ellos.

—¿De modo que usted es el meterete, eh? —le preguntó. Su rostro mostraba malas intenciones, y estaba encendido, amenazante.

—¿Quién…,yo? —le preguntó suavemente Billy—. Debe ser algún error, compañero. Nunca he sido un meterete.

—Le saltaré la cabeza si no se hace humo rápidamente.

—No quisiera que ocurriese eso por nada del mundo —balbuceó Billy—. ¡Vamos, Saxon, vecinos de esta clase no son muy sanos para nosotros!

Comenzó a caminar con ella, pero Long le enfrentó nuevamente.

—Usted es muy fresco, joven —gruñó—. Lo que necesita es salarse un poco, ¿entiende? Billy se rascó la cabeza y puso una cara muy asombrada.

—No, no entiendo —dijo—. ¿Qué ha dicho, precisamente?

Pero el enorme herrero se volvió desdeñoso y se encaró con Saxon.

—Ven para aquí. Revisemos tu programa de baile.

—¿Usted desea bailar con él? —le preguntó Billy a la joven.

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento, Compañero, pero parece que no hay nada que hacer —dijo Billy acompañando sus palabras con un gesto expresivo, e inmediatamente, junto con Saxon, siguieron caminando.

El herrero les interceptó el paso otra vez más.

—Quite su pie del camino —le dijo Billy—. No ve que impide que avancemos.

Durante todo el tiempo el otro había mantenido los puños apretados, e hizo un movimiento hacia atrás como para tomar impulso con un brazo, al mismo tiempo que sacaba pecho y tiraba los hombros para atrás. Pero se detuvo ante la inmovilidad del cuerpo de Billy y ante sus ojos fríos y nebulosos. No había reaccionado mental ni muscularmente. Parecía no tener noción de un inminente ataque. Todo eso era muy nuevo para Long.

—Tal vez usted no sepa quién soy yo —dijo el otro con petulancia.

—Sí, lo sé muy bien —dijo Billy despreocupadamente—. Usted ha sido el que batió el record de grescas —al escuchar esto la cara de Long se mostró complaciente—. Debería haber recibido el cinturón de diamantes de la Police Gazette por sus peleas con bebés. Sospecho que usted nunca tuvo miedo de encararse con ninguno de ellos.

—Déjalo en paz, Charley —le aconsejó uno de los hombres que se habían reunido alrededor de ellos—. Es Billy Roberts, el pugilista. Tú le conoces, es el «Gran Billy».

—Me tendría sin cuidado aunque fuese Jim Jeffries. No puede cruzarse en mi camino de esa manera.

Sin embargo, hasta para Saxon era evidente que había perdido la fiereza de su agresividad. El nombre de Billy parecía tener un efecto calmante en las personas algo turbulentas.

—¿Usted le conoce? —le preguntó Billy a la muchacha.

Le dijo que sí con la mirada, aunque dio la impresión que le gritaría mil cosas a ese hombre que la perseguía tan tenazmente. Billy se volvió hacia el herrero.

—Vea, compañero, usted no quiere tener líos conmigo ¿no es cierto? Además, yo ya lo conozco demasiado bien. Y entonces ¿con qué motivo vamos a pelearnos? Y ella nada tiene que agregar sobre el particular, ¿no es así?

—No, ella no tiene nada que decir. Eso es asunto mío y no suyo.

Billy meneó lentamente la cabeza.

—Creo que usted está equivocado. Me parece que ella tiene algo que decir en todo esto.

—Bueno, dilo entonces —le gruñó Long a Saxon—. ¿Con quién te quedarás? ¿Con él o conmigo? Acabemos de una vez.

Ella posó su mano libre sobre el brazo de Billy.

—Bueno, aquí no ha pasado nada —fue la observación de Billy.

Los ojos de Long, al mirar a Saxon, y más tarde al protector de la joven, relucieron furiosamente.

—Sin embargo, yo tenía el buen propósito al mezclarle a usted en este asunto —masculló Long entre dientes.

Saxon estaba excitada cuando comenzaron a alejarse. La suya no había sido la suerte de Lily Sanderson, y ese maravilloso hombre-muchacho había dominado completamente al herrero sin un solo golpe y hablando lenta e imperturbablemente.

—Siempre quiso hacer su voluntad conmigo —le murmuró a Billy—. Quiso pisotearme y golpear a cualquier hombre que se me aproximaba. No quiero verle nunca más.

Billy se detuvo instantáneamente. Long, que se alejaba moviéndose a regañadientes, también se detuvo.

—Ella dice que no quiere saber nada con usted, nunca jamás —le dijo Billy—. Y eso es lo que vale. Si alguna vez me llega la noticia de que usted la está fastidiando, me ocuparé del asunto. ¿Entiende?

La mirada de Long relució pero no dijo nada.

—¿Lo comprende perfectamente? —repitió Billy con energía.

El herrero asintió rezongando.

—Bueno, entonces trate de recordarlo. Y ahora apártese porque si no tendré que caminar encima suyo.

Long se escabulló al mismo tiempo que murmuraba amenazas completamente deshilvanadas. Saxon avanzaba como en un sueño. Al parecer Charley Long se había acobardado. Había sentido miedo delante de ese muchacho de piel suave y de ojos azules.

Y ella se hallaba completamente transportada, porque Billy se había atrevido a hacer algo por ella que ninguno hiciera antes. Y le agradaba más a Billy que Lily Sanderson.

En dos ocasiones Saxon trató de referirle detalles sobre la manera cómo había trabado conocimiento con Long, pero él siempre la desviaba de la cuestión.

—Me importa un comino todo eso —le dijo Billy la segunda vez—. Lo importante es que usted esté aquí, ¿no es cierto?

Pero ella insistió, y cuando terminó de hablar, Billy, ya cansado y un poco fastidiado, le dio unas palmaditas en la mano, muy suavemente.

—Está muy bien, Saxon —le dijo—. Sucede que se trata simplemente de un «duro». Al verle, le tomé la medida en el acto. No la molestará más. Conozco esa raza. Es un perro. ¿Dice que es alborotador? No creo que consiga molestar ni a un carro lechero.

—Pero ¿de qué manera se las arregla usted? —le preguntó Saxon conteniendo el aliento—. ¿Por qué le temen tanto los otros? Usted es maravilloso, simplemente.

Billy se sintió perturbado y cambió de tema.

—¿Sabe usted? —le dijo—. Me agradan sus dientes. Son iguales entre sí, y blancos, y no muy grandes, como los de un bebé. Son justamente los que necesita, y le sientan muy bien. Nunca vi a una muchacha que poseyera dientes tan bonitos. Son los que me dan hambre, ¿sabe?, cuando los miro. Deben ser bastante buenos para comer.

Al llegar a la medianoche, mientras Bert y Mary continuaban bailando sin saciarse, Billy y Saxon se encaminaron hacia la casa de ella. Él fue el que sugirió que se marcharan temprano, y necesitó explicar su actitud.

—Es algo que aprendí siendo boxeador —le dijo—. Me enseñó a cuidarme. Uno no puede trabajar todo el día y bailar la noche entera y seguir fresquito, en condiciones. Y lo mismo sucede con las bebidas…, aunque tampoco soy un bebé de su mamita. Sé lo que es. Tengo bastante experiencia en el asunto. Me gusta la cerveza, y siempre bebo grandes jarros, pero no todo lo que desearía. He probado de hacerlo, pero realmente no compensa. Tome por ejemplo a ese tipo que esta noche se metió con nosotros. Yo estaba preparado, de cualquier manera. Es un perro pero, además, tiene el cuerpo repleto de cerveza rancia. Lo comprendí desde el primer instante, y por eso logré dominarlo. Ésa es la condición necesaria, la cosa.

—Pero él es tan enorme —protestó Saxon—. Si tiene los puños del doble de los suyos.

—Eso no quiere decir nada. Lo que realmente vale es lo que hay detrás de los puños. Es un tipo primitivo. Si no lo derribaba de entrada, hubiese conseguido que se mantuviera alejado, esperando. Y entonces, de pronto, hubiera estallado… en pedazos, en el aire, y usted lo habría visto en su verdadero sitio. Y la verdad es que él mismo lo sabe.

—Usted es el primer boxeador que conozco —le dijo ella después de una pausa.

—Ya no lo soy más —protestó rápidamente—. El mismo boxeo me enseñó a dejarlo a tiempo. Es que no compensa. Uno se entrena hasta quedar como una seda, inclusive la piel, y después salta las cuerdas para hacer veinte rounds con alguno que está en las mismas condiciones, y entonces la seda se rompe…, y se pierde un año de vida. Sí, y hasta a veces se pierden cinco años en lugar de uno, o si no queda partido por el medio, o despilfarra toda la vida de un santiamén. Yo los he visto. Muchachos fuertes como toros, después de sostener una lucha dura, han muerto de extenuación al año escaso con los riñones deshechos, o si no por cualquier otra causa. ¿Y qué objeto tiene todo eso? El dinero no puede compensar lo que pierden. Por eso abandoné la profesión y me dediqué a dirigir el equipo. Ya conseguí mi seda y me la guardaré para mí mismo, eso es todo.

—Pero se habrá sentido orgulloso al vencer a otros… —dijo la muchacha muy suavemente, consciente y orgullosa de la fuerza y la habilidad de Billy.

—Sí —reconoció con franqueza—, estoy satisfecho de haberlo hecho…, como también de haberlo dejado a tiempo… Sí, me enseñó muchas cosas… Por ejemplo, a mantener los ojos bien abiertos y la cabeza despejada. Antes tenía mi temperamento…, algo realmente especial… A veces me asustaba de mí mismo. Frecuentemente me desataba. Pero el boxeo me enseñó a contenerme y a no hacer cosas de las que después me arrepentiría.

—Pero si usted es el hombre de temperamento más amable y tranquilo que he conocido —exclamó Saxon.

—No lo crea. Obsérveme bien y a veces me verá tan nervioso que yo mismo no sé lo que estoy haciendo. ¡Una vez que empiezo, la santa furia se apodera de mí!

Esas palabras contenían la promesa implícita de una relación más prolongada, y eso llenó de gozo a Saxon.

—Dígame una cosa —le dijo Billy cuando se acercaron a la casa de Saxon— ¿qué hará el domingo que viene?

—Nada. No tengo ningún plan a la vista.

—Bueno, ¿qué le parece si nos pasamos todo el día juntos paseando por la sierra en un vehículo?

No respondió inmediatamente, y por un instante la muchacha recordó la pesadilla de su última excursión en sulky, el miedo que se había apoderado de ella y que la obligó a saltar del vehículo y a hacer largas millas a pie en medio de la oscuridad, calzada solamente con unos zapatos muy livianos, tropezando a cada instante con los guijarros del camino que la lastimaron muy fácilmente. Y, en seguida, pensó alegremente que el hombre que ahora tenía a su lado no se parecía en nada a los anteriores.

—Los caballos me gustan —dijo Saxon—. Siempre me agradaron más que el baile, aunque no sé nada acerca de ellos. Mi padre montaba un gran caballo ruano. Usted ya sabe que era capitán de caballería. En realidad, nunca le vi, pero puedo imaginarlo perfectamente montado sobre ese gran animal, y con el gran cinturón del cual pendía su espada. Esa espada la tiene en su poder mi hermano George, pero Tom, en cuya casa yo vivo, dice que en realidad me pertenece, ya que él no fue el padre de ellos. Sólo son medio hermanos. Soy hija única del último matrimonio de mi madre. Ése fue el verdadero casamiento de ella, quiero decir… su unión realmente amorosa…

Se detuvo bruscamente, molesta por sus propias confesiones, pero, sin embargo, sentía un deseo irreprimible de contarle a ese joven todo lo que se refería a ella, y hasta le parecía que esos recuerdos lejanos le pertenecían en gran parte a ella misma.

—Hábleme de eso —insistió Billy—. Me gusta que me cuenten de la gente de días ya lejanos. Mi gente vivió las mismas cosas, y en cierto modo creo que aquél fue un mundo mejor que el que vivimos actualmente. Las cosas eran más humanas, más naturales, aunque no sé de qué manera decírselo. Pero la verdad es que no puedo entender esta vida de ahora. Por ejemplo, están las uniones obreras, las asociaciones patronales, las huelgas y los tiempos difíciles, la búsqueda de trabajo y todo lo demás. Antes las cosas no eran así. Todos trabajaban en el campo, cazaban para comer y tenían lo suficiente para alimentarse y cuidar de los suyos. Pero ahora hay una confusión que no termino de entender. Quizás sea un tonto, no sé… Pero, de cualquier modo, siga hablándome y cuénteme cosas de su madre.

—Bueno, siendo muy joven, ella y el capitán Brown se enamoraron. Por aquel entonces era un soldado, antes de la guerra. Y entonces se le ordenó que marchase hacia la guerra, hacia el Este, mientras ella se quedaba cuidando a su hermana Laura. Y entonces fue que recibió la noticia de que él había sido muerto en Shiloh. Y se casó con un hombre que la había amado durante muchos años. Había pertenecido a la misma caravana de carretas que cruzaron la llanura. Le agradaba pero ella no lo quería. Y más tarde llegó la noticia de que mi padre no había sido muerto. Eso la entristeció pero no deshizo su vida. Era buena madre, buena esposa, pero siempre estaba triste. Era dulce, amable, y creo que su voz era la más hermosa del mundo.

—Bueno, era una mujer muy fuerte —aprobó Billy.

—Y mi padre no volvió a casarse nunca más. Siempre la quiso. Tengo en mi poder un poema encantador que ella le dedicó. Es simplemente maravilloso, parece música. Pero mucho después falleció el marido, y entonces ella y mi padre se casaron por amor. Sólo lo hicieron en 1892, y ella siempre se encontró bien.

Todavía siguieron hablando un poco más delante de la puerta donde estaban detenidos, y Saxon se formuló el propósito secreto de que el beso de despedida debería ser apenas más prolongado que los habituales.

—¿Qué le parece si nos encontramos a las nueve? —le preguntó él ya preparado para separarse—. No se preocupe por la merienda, o cosa por el estilo. Yo me ocuparé de todo. Sólo es necesario que esté lista para las nueve.