VII

La labor se deslizaba rápidamente en la sala de planchado, pero los tres días que siguieron hasta la noche del miércoles resultaron bastante largos. Ella se impacientaba ante el almidón que desaparecía de una manera asombrosamente rápida debajo de la plancha.

—No puedo darme cuenta cómo logras hacerlo —le dijo Mary con admiración—. De cualquier modo esta semana llegarás a los trece o catorce.

Saxon sonrió, y en medio del vapor que salía de la plancha vio las letras de oro que danzaban y que le decían miércoles.

—¿Qué piensas de Billy? —le preguntó Mary.

—Me gusta —le respondió francamente.

—Bueno, no avances mucho más allá de ese punto.

—Si lo deseo lo haré —le contestó alegremente Saxon.

—Mejor que no lo hagas —le previno—. Lo único que lograrías es afligirte. Es de los que no se casan. Ya muchas muchachas lo han descubierto. También se arrojaron de cabeza sobre él.

—Yo no me arrojaré sobre él ni sobre ningún otro.

—Piensa bien en lo que te estoy diciendo, simplemente —terminó Mary—. Es una advertencia, nada más.

Saxon se puso seria.

—No es…, no… —comenzó a decir ella, pero luego se dio cuenta del sentido de la frase que quería completar y se calló.

—Oh, no, no se trata de eso…, aunque nada lo detiene. Es muy bien, un muchacho derecho y correcto. Pero simplemente no desea dejarse atrapar por algo que lleve faldas. Baila, da vueltas y más vueltas y se divierte, pero después…, nada. Una buena cantidad de chicas se llevaron un chasco con él. Te apostaría a que en este preciso momento hay como una docena de muchachas que están enamoradas de él. Y él, simplemente, lo único que hace es echarlas de lado. Por ejemplo, Lily Sanderson…, tú la conoces, la viste en la fiesta campestre de los eslavos, durante el verano pasado, en Shellmound…, era esa rubia de buena presencia que estaba con Willows, el carnicero.

—Sí, la recuerdo —dijo Saxon—. ¿Qué sucedió con ella?

—Bueno, anduvo durante mucho tiempo con el carnicero, y como él no sabe bailar ella salía con Billy, que la sacaba continuamente. El carnicero, al principio, no temía nada, hasta que ya harto buscó una aclaración y lo arrinconó a Billy delante de todo el mundo y le cantó las cuarenta. Y Billy escuchó eso a su manera, tranquilo y como si estuviera dormido, mientras que el otro se acaloraba más y más. Todos aguardaban impacientes lo que resultaría de aquello. Fue entonces cuando Billy le dijo al carnicero: «¿Ya ha terminado?». «Sí», le dijo el carnicero. «Ya he dicho todo lo que tenía que decir ¿Qué hará usted en este asunto?», y Billy expresó entonces… ¿a qué no sabes que dijo delante de todo el mundo que le miraba y con el carnicero que tenía la sangre en el ojo? Bueno, dijo: «No se me ocurre nada, carnicero», fue eso lo que dijo, simplemente. Y el carnicero estaba tan asombrado que podía haber sido barrido con una pluma. «¿Y entonces no bailará más con ella?», le preguntó. «No, si usted se opone a ello, carnicero», dijo Billy. Sí, fue exactamente como te lo cuento. Bueno, sabes que cualquier otro hombre que se hubiese comportado como Billy habría sido despreciado por todos. Pero eso no sucedió con Billy. Como lo ves a él le está permitido: Como tiene fama de boxeador se quedó atrás, y entonces el otro salió con la suya, y todo el mundo se dio cuenta de que no estaba asustado, o cosa parecida. Lo que sucedía era que a él Lily Sanderson no le importaba ni un bledo, y todo el mundo sabía que ella estaba loca por el muchacho.

El relato del episodio causó bastante inquietud a Saxon. Tenía el orgullo general de las mujeres, pero en cuanto a su capacidad para atraer al hombre no se sentía completamente segura. Billy había gustado de bailar con ella, pero se preguntaba si eso era todo. Y si Charley Long la perseguía, ¿el muchacho permitiría que se produjese la misma situación que recién había escuchado? No era hombre casadero, pero ella no podía cerrar los ojos a la evidencia de que él era casi el hombre ideal para compartir una vida en común. Por eso no se sorprendía ante la noticia de que las muchachas lo acosaban constantemente. Y él dominaba tanto a los hombres como a las mujeres. Sí, porque también les resultaba simpático a los hombres. Por ejemplo, Beit Wanhope parecía que le quería de verdad. Recordaba a aquel guapo mientras estuvieron comiendo en el Weasel Park y que se había acercado a la mesa para pedir disculpas, y también al irlandés, que durante la cinchada había olvidado todo intento de camorra al saber con quien se enfrentaba.

«Un muchacho que está echando a perder», se le ocurrió pensar a Saxon. Pero también había rechazado repetidamente esa idea por considerarla muy poco generosa. Era amable, pero lentamente, a su manera. A pesar de saberse fuerte no caminaba de una manera grosera y provocadora como los otros. Seguramente allí estaba la clave del asunto con Lily Sanderson. Saxon lo examinó varias veces. No se interesó por la joven y de inmediato cedió el lugar al carnicero. Justamente era eso lo que Bert no habría hecho por puro espíritu de pendencia y de maldad. En ese caso se habría producido la gresca, los resentimientos, el carnicero sería un enemigo más y no se habría ganado nada absolutamente. Pero Billy se había portado correcta, lenta e imperturbablemente, y había lesionado lo menos posible el interés de otros. Y todo eso lo hacía más deseable e inalcanzable al mismo tiempo a los ojos de Saxon.

Compró otro par de medias de seda que había vacilado en adquirir durante semanas enteras, y el martes por la noche cosió hasta quedar adormilada sobre una blusa nueva. Sara se quejó mucho por el consumo que ella hizo del gas.

Durante el miércoles por la noche el baile del Oríndore Club no fue un placer en toda su extensión. Era una verdadera vergüenza cómo las muchachas llamaban la atención de Billy, y Saxon descubrió a veces que las atenciones triviales que él les dispensaba eran casi irritantes. Sin embargo reconoció que él no hería el sentimiento de ningún joven mientras que las otras sí que ultrajaban el suyo. Todas le pidieron que bailaran con ellas inmediatamente, y esas tentativas no escaparon a sus ojos. Decidió que ella no se arrojaría a sus pies, y desechó pieza tras pieza después de cavilar llena de emoción, que ésa era la táctica acertada. Con deliberación puso en evidencia que era apetecible para otros muchachos, de la misma manera que él mostraba que era buscado por las mujeres.

Sintió una verdadera dicha cuando él, fríamente, la convenció e insistió en bailar dos piezas más de las que le había concedido.

Y también se sintió complacida e irritada al mismo tiempo cuando escuchó a dos muchachas altas que trabajaban como envasadoras y que decían: «¿Crees que es tener buen gusto andar detrás de uno de la misma edad?». «¡Ladronas de cunas!», fue lo único que escuchó mientras se le encendían las mejillas. Las otras ignoraban que ella las había oído.

Billy regó hasta la casa, la besó en la puerta y obtuvo su consentimiento para llevarla al baile del Germania Hall, el viernes por la noche.

—No pensaba ir —le dijo él—. Pero si usted me da la palabra… Bert también estará allí.

Al día siguiente, mientras planchaban, Mary le dijo que ella y Bert se habían citado para concurrir al Germania Hall.

—¿Irás tú también? —le preguntó.

Saxon hizo una señal de asentimiento con la cabeza.

—¿Con Billy Roberts?

Ella repitió el movimiento, y Mary le echó una mirada llena de curiosidad, sosteniendo la plancha en alto.

—Dime ¿y si se entromete Charley Long? Saxon se encogió de hombros.

Plancharon silenciosa y rápidamente durante un cuarto de hora.

—Bueno —dijo Mary—, si se entromete probablemente recibirá lo que le corresponde. Me agradaría viéndole ganar lo que en realidad se merece… ¡Es un canalla! Todo depende de lo que sienta y haga Billy… con respecto a ti, se entiende.

—Yo no soy Lily Sanderson —le respondió indignada Saxon—. Nunca le daré a Billy Roberts la oportunidad de que me aparte de su lado.

—Seguramente ocurrirá de esa manera si es que Charley Long se entromete. Te lo aseguro yo, Saxon: no es un caballero. Mira lo que le hizo al señor Moody, fue un castigo horrible. Y el señor Moody sólo es un pobre hombre tranquilo que no causaría el menor daño ni a una mosca. Bueno, si se le ocurre ir muy lejos, con seguridad que no encontrará en Billy Roberts a un afeminado, precisamente.

Esa noche Saxon vio a Charley Long que aguardaba frente a la entrada del lavadero. Se adelantó para saludarla y se colocó a su lado, y ella sintió entonces esa palpitación enfermiza que ya le hiciera conocer plenamente antes. La sangre desapareció de su rostro por la aprensión y el miedo que le causaban su presencia. Tenía temor de su ruda corpulencia, de los ojos ensombrecidos, castaños, dominadores y al mismo tiempo confiados, y también sentía miedo de sus grandes manos de herrero, de sus dedos fuertes y peludos. Le causaba desagrado mirarle, algo que la hería en lo más profundo de su ser. No era exactamente la fuerza de él lo que la hería, sino el carácter de aquélla y el empleo que hacía de la misma. El castigo que le había infligido al amable señor Moody le produjo una verdadera sensación de horror que no desapareció sino después de muchas horas. Y siempre que recordaba ese hecho se estremecía violentamente. Y sin embargo no se conmovió en absoluto cuando presenció cómo Billy peleaba en el Weasel Park de una manera muy semejante y primitiva a los otros hombres. Pero, a pesar de todo, había sido diferente. Sabía con certeza que existía algo así, pero no podía explicarlo. Sólo comprendía la brutalidad que encerraban las manos y el alma de este hombre.

—Estás pálida y hasta apostaría que te sientes débil —le dijo él—. ¿Por qué no abandonas el trabajo? De todos modos alguna vez sucederá. No podrás librarte de mí, nena.

—Desearía que fuera así —le contestó la muchacha.

Él rió con una jovialidad áspera.

—Pero no hay nada que hacer, Saxon. Tienes la medida exacta de la señora de Long, y lo serás con toda seguridad.

—Quisiera estar tan segura en todas las cosas de la misma manera que usted —le dijo Saxon, burlonamente. Pero él no se dio cuenta.

—Te diré una cosa —prosiguió él—: hay una cosa de la que puedes estar completamente segura, y en que yo estoy seguro —rió aprobando, como complacido por la agudeza de lo que dijera—. Cuando estoy empecinado en algo siempre lo consigo y si alguien se interpone le va bastante mal. ¿Te das cuenta? Soy para ti, y todo está combinado para que sea así, de manera que puedes acostumbrarte a la idea y comenzar a trabajar en mi casa en vez de seguir en el lavadero. ¡Si todo resultará magnífico! No tendrás mucho trabajo que hacer. Gano bastante dinero y no te faltará nada. Acabo de lavarme, y si asomé la nariz por aquí era para repetírtelo una vez más, de manera que no lo puedas olvidar. Y aún no he comido, lo que te prueba todo lo que pienso en ti.

—Entonces emplearía mejor el tiempo si se fuese a comer —le aconsejó ella, aunque sabía que toda tentativa para desembarazarse de él era completamente inútil.

Apenas si había escuchado lo que él le dijera. Bruscamente se había presentado delante de ella y parecía muy cansada, pequeña y débil junto a ese coloso. ¿La perseguiría siempre?, se preguntó desesperada, y de pronto creyó que en su vida futura siempre se encontraría con las formas horribles del corpulento herrero que la seguía continuamente y que nunca la dejaba en paz.

—Vamos, nenita, anímate, salta el cerco —prosiguió él—. Ésta es la estación, el buen tiempo, el verano, la época justa para casarse.

—Pero no me casaré con usted —protestó ella—. Ya se lo dije más de mil veces.

—Oh, olvídate de lo que estás diciendo. Necesitas renovar las ideas de tu bendita cabeza. Por cierto que te casarás conmigo. Es un hecho. Y te diré otro más: tú y yo vamos a ir hasta San Francisco el viernes por la noche. Habrá grandes diversiones entre los herradores.

—No lo dudo, pero el único inconveniente es que no voy a ir —le contradijo la joven.

—Oh, tú irás —afirmó el otro como si estuviera completamente seguro—. Tomaremos el último bote para regresar, y pasarás un rato agradable. Y te presentaré al lado de otras buenas bailarinas. Sabes que no soy un flojo, y además a ti te gusta bailar.

—Pero ya le dije que no puedo ir —repitió Saxon.

Le echó una mirada sospechosa, frunciendo los negros trazos de las sienes, y contrajo las cejas hasta unirlas sobre la nariz, formando un todo con la frente.

—¿Por qué no puedes?

—Tengo una cita —respondió ella.

—¿Quién es él?

—Eso no le interesa, Charley Long. Tengo una cita, eso es todo.

—Sin embargo me interesa. ¿Recuerdas al mequetrefe del tenedor de libros?

—Desearía que me dejase en paz —le rogó ella sintiéndose ofendida—. ¿Es que no puede ser atento alguna vez?

El herrero rió de una manera desagradable.

—Si algún tonto cree que puede interponerse entre tú y yo, sabrá lo que es bueno, y te aseguro que yo me encargaré de enseñárselo… El viernes por la noche ¿eh? ¿Dónde?

—No se lo diré.

—¿Dónde? —repitió él.

Sus labios permanecieron fuertemente apretados. Guardó silencio. Sus mejillas comenzaron a encarnarse levemente.

—¡Uff, como si fuese tan difícil saberlo! En el Germanía Hall, por supuesto. Bueno, estaré allí y volveré a casa contigo ¿entiendes? Y sería mejor que le advirtieras a ése que anda contigo que se deje de embromar, si es que tú no deseas verle la cara deshecha.

Saxon se sintió injuriada en su orgullo más profundo, y tuvo deseos de gritar el nombre y la fuerza de aquél que recientemente se había convertido en su protector. Pero se sintió temerosa, porque ése que tenía delante era un hombre formado mientras que Billy sólo era un muchacho. Al menos así la impresionaba. Recordó la primera sensación que había recibido de sus manos, y rápidamente se fijó en las del hombre que estaba a su lado. Eran casi el doble de las de Billy, y el vello que las cubría gritaba la fuerza que debían poseer. No. Billy no podría pelear con semejante bruto. Y tampoco debía hacerlo. Pero de pronto Saxon sintió una esperanza débil y perversa: quizá por alguna habilidad misteriosa e inconcebible en el arte de pelear, Billy podría azotar a ese toro bruto y librarla de esa molestia. Pero al mirarlo nuevamente volvió a dudar, ya que sus ojos se fijaron en las amplias espaldas del herrero, en la tela de las mangas, arrugada por los músculos de los bíceps.

—Si usted llegase a poner la mano sobre la persona que me acompañará… —comenzó a decir ella.

—Entonces resultará lastimado —Long frunció la cara—. Y lo tendrá merecido. Cualquier individuo que se entrometa con una pareja debe ser vapuleado.

—Pero yo no soy su muchacha, y aunque usted lo repita mil veces nunca lo seré.

—Bueno, ahora te pones arisca —asintió él—. También me gustas por eso. Te pones como una fiera y peleas. Eso me agrada. Es lo que un hombre necesita que su mujer sea… y no una vaca como esas mujeres gordas. Parecen muertas. Tú estás viva y entera por los cuatro costados.

Saxon se detuvo delante de su casa y puso una mano sobre el picaporte.

—Adiós —le dijo—. Tengo ganas de entrar.

—Vuelve a salir y daremos una vuelta por el Idora Park —le sugirió él.

—No, no me siento bien. Me voy a la cama ni bien termine de cenar.

—¡Uff! —se burló él—. Quieres ponerte en forma para el baile de mañana a la noche, ¿no es cierto?

Ella abrió la puerta con un movimiento impaciente y se alejó.

—Ya te lo he dicho francamente —prosiguió él—. Si mañana a la noche no vas conmigo alguien resultará lesionado.

—Espero que usted lleve la peor parte —exclamó ella en un tono vengativo.

Él rió y tiró la cabeza hacia atrás, luego expandió su pecho enorme y levantó a medias sus brazos pesados. Ese gesto le hizo recordar con disgusto al enorme gorila que una vez había visto en el circo.

—Bueno, adiós —le dijo él—. Mañana nos veremos en el Germania Hall.

—No le dije que iré al Germanía Hall.

—Tampoco me lo negaste. De cualquier manera yo estaré allí. Y asimismo te traeré a casa de vuelta. Puedes tener la completa seguridad de que será así. Y tienes que reservarme unas cuantas piezas. Está bien. Sí, ya sé, ahora estás arisca, pero eso te hace más linda.