Cuando llego a casa, Sam e Iris están sentadas en el sofá, viendo La ley de Los Ángeles.
—Hola —dicen a la vez.
—Hola. ¿Ha llamado alguien?
—Sí, Andrew.
El corazón se me para un momento.
—¿Qué ha dicho?
—No le ha hecho gracia que estuvieras con Jeremy —dice Iris.
—¿Y por qué se lo habéis dicho?
—Ah, ¿era un secreto?
¿Las hermanas no deberían tener un radar para esas cosas?
—¿Y cómo sabes que he salido con Jeremy, por cierto?
—Porque salí de la habitación para buscar algo de comida en la nevera y como no había nada fui a pedir una pizza por teléfono… y allí estaba tu amiga Wendy, esperando.
¡Wendy!
¡Andrew!
Corro a mi habitación y lo llamo por teléfono, pero salta el contestador. Una hora después vuelvo a intentarlo y dejo un mensaje.
No me devuelve la llamada.
A la mañana siguiente sigo sin saber nada de él.
—¿Qué hago? —le pregunto a Sam.
—Llámalo al móvil.
Funciona.
—¿Dígame?
—Andrew, soy yo.
—Ya.
—No ha pasado nada con Jeremy.
—Da igual.
¿Da igual?
—No da igual. Si diera igual, no estarías enfadado.
—A lo mejor estoy enfadado porque me pareces un poco patética.
Vaya, qué grosero.
—¿Por qué soy patética?
—Porque en cuanto Jeremy silba sales corriendo.
—Eso no es verdad.
—Tu hermana me ha dicho que llamó a tu casa y te fuiste con él. ¿Eso no es correr?
—Tenía que darle la oportunidad de que se explicase, pero no ha pasado nada. No estamos juntos.
—Lo que tú digas. Pero me apuesto lo que quieras a que para el día de los enamorados estáis saliendo otra vez.
—Te estoy diciendo que no.
—Sí, vale, lo que tú digas —murmura Andrew antes de colgar.
A la mañana siguiente nos despierta el teléfono. Cuando digo «nos» me refiero a mí y a Iris, que ocupa toda la cama. ¿Cómo alguien tan pequeño puede ocupar tanto espacio?
—¿Hola?
Quizá sea Andrew. Quizá se ha dado cuenta de que sus acusaciones eran injustificadas.
—Jacquelyn, ¿eres tú?
Es Janie. Histérica.
Estoy a punto de decirle que se ha equivocado de número, pero murmuro que sí por error.
—¡Iris ha desaparecido! Creo que la han secuestrado.
—Tranquila, está aquí.
—¿En Boston, contigo? ¿Por qué?
—No le hizo mucha gracia lo de emigrar a Arizona.
—¿Y por qué no nos has llamado? Estábamos preocupadísimos.
No sé por qué no he llamado. Supongo que ha sido una irresponsabilidad.
—Lo siento, tienes razón.
—Tienes que enviárnosla de vuelta ahora mismo.
—No es un paquete, Janie. Espera un momento… Iris, ¿cuándo vuelves a casa?
—No pienso volver.
—Dice que no quiere volver.
—Dile que se ponga.
—Quiere hablar contigo —le digo a mi testaruda hermana.
—No quiero.
—Habla con ella, no seas bruta.
—No.
—¡Toma el teléfono, Iris! —grita Janie.
Iris dice que no con la cabeza.
—Está en la ducha.
—No mientas.
—Está enfadada contigo, Janie. No quiere irse a Arizona.
—¿Por qué no? Es un estado precioso.
—Porque tiene dieciséis años. Y, ahora mismo, sus amigos son lo más importante para ella.
—Pues lo siento, pero no es ella quien toma las decisiones.
—¿No crees que estás siendo un poco injusta? No puede dejar el instituto a mitad de curso…
—¿Quién ha dicho que va a dejar el instituto a mitad de curso? Todavía tenemos que vender la casa y hacer un millón de cosas.
—¡Mi vida es un caos! —solloza Iris.
—Está ahí, la he oído. No está en la ducha.
—Entonces, ¿no os mudaríais hasta el año que viene?
—Claro que no.
—¿Por qué te has puesto tan cabezota, Iris? —le pregunto.
Ella me quita el teléfono de la mano.
—¡Te odio! ¡No quiero irme a Phoenix! Prefiero vivir con Jackie. Ella por lo menos me quiere —dice antes de colgar.
—Iris…
—Por favor, ¿puedo vivir contigo? Por favor.
—Pero yo no puedo pagar el apartamento sola, cariño. No puedo mantenerte.
—Tengo dieciséis años, puedo buscar un trabajo.
—Sí, claro, y dejar el instituto. Qué lista. Solo te queda un año para empezar la universidad, no digas bobadas.
Mi querida hermana entierra la cara en la almohada y se pone a llorar como una niña. Me muero de pena.
—¿Qué tal si te quedas conmigo durante el verano? ¿Aceptarías irte a Phoenix después?
Por supuesto, Iris deja de llorar inmediatamente. ¿Por qué le he ofrecido que se quede conmigo? ¿No habría sido mejor tomarme una botella entera de pastillas? ¿O tirarme por la ventana?
—¿Me dejarías vivir aquí durante todo el verano?
—Pero tendrás que pagar tu parte del alquiler. Tendrás que poner hamburguesas o algo así para ganar dinero. Y en casa a las once.
—Janie no me pone hora.
—Pues yo sí. Y si no me obedeces, te meteré en el primer avión de vuelta a casa.
—¿Lo dices de verdad? ¿Podría vivir contigo durante todo un verano?
—Sí.
Llamo a Janie para contarles mis planes.
—Tú no puedes cuidar ni de una tortuga. ¿Cómo vas a cuidar de Iris?
—Tenía diez años y la tortuga se escapó. No fue culpa mía.
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué no? Venga, no seas así.
—Bueno… tendré que hablar con su padre. Quizá no sea tan mala idea. Así podremos hacer la mudanza tranquilamente —suspira Janie.
Quizá para finales de agosto, cuando Iris se marche, ya tendré un novio. Quizá Andrew. Quizá vendrá a vivir conmigo…
Dos días más tarde llevo a Iris al aeropuerto y después voy directamente a casa de Andrew. No se pone al teléfono, pero no creo que vaya a echarme de su casa. Espero que esté.
Me abre la puerta en chándal, con una expresión que dice a las claras que no le hace ninguna gracia verme.
—Hola.
—¿Qué haces aquí?
—Quiero hablar contigo.
—Entra —dice, suspirando—. Siéntate.
—Lo siento. Tenías razón.
—¿Sobre qué?
—He sido patética. Pensé que estaba enamorada de Jeremy… pero no es así —digo, de corrido—. No estoy enamorada de él. Quiero estar contigo.
—Eso no es verdad.
—Sí es verdad.
—No, tú crees que quieres estar conmigo, pero no es verdad.
¿Está intentando irritarme?
—Muy bien, Freud, dímelo tú. ¿Qué es lo que quiero?
—Quieres un novio.
—¿Y?
—Yo no quiero estar con alguien solo porque quiera un novio. Quiero estar con alguien que quiera estar conmigo.
—Pero yo quiero que seas mi novio.
—Mira, yo no quiero estar contigo solo porque tú quieres un novio. ¿Es que no lo entiendes? —exclama Andrew, pasándose una mano por el pelo—. Me gustas. Me gustas mucho. Eres inteligente, eres guapa, eres divertida. Me gusta quién eres. Me gusta estar contigo.
—Y a mí me gusta estar contigo.
—Pero sé que si empezamos a salir esto acabará mal. No has olvidado a Jeremy todavía.
—Sé que no quiero estar con él. ¿Eso no es suficiente?
—No. No quiero que estés conmigo de rebote.
—¡No es eso!
—Tienes que estar sola durante un tiempo. ¿Cómo puedes saber que quieres estar conmigo si nunca has estado sola?
Yo creo que Andrew ha leído algún libro de sicología femenina. ¿Está sugiriendo que quiere irse a Tailandia? Sin embargo, sé que tiene razón. Una persona no puede saltar de una relación a otra. Pero estar sola… yo no quiero estar sola. Odio estar sola.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Eso tendrás que decidirlo tú.
—¿Un mes?
—No lo sé, Jackie.
—¿Dos meses?
—Quizá un año.
¡Un año! ¿Un año sola? He debido quedarme pálida porque Andrew me pone una mano en el hombro.
—No es tanto tiempo —dice, sonriendo.
—¿Y tú qué vas a hacer, volver con Jess?
—No, rompí con Jess porque no es la mujer de mi vida. Tú… eres diferente, pero ahora no es el momento.
—Me gustabas más cuando eras nihilista.
Andrew se encoge de hombros.
—Bueno, me voy —digo yo, irritada—. Nos veremos dentro de un año.
Odio esto. Odio a Andrew. Ahora tengo que buscar otra compañera de piso. Y tengo que buscar otro novio.
—Jackie, espera. No quiero que te vayas enfadada. Podemos seguir siendo amigos.
—No necesito más amigos. Adiós.
Ha sido la peor semana de mi vida, pero no pienso llorar. No pienso llorar.
No me apetece hablar cuando llego a casa. Me siento en el sofá y enciendo la televisión. Quizá no volveré a hablar nunca más. Es más, no volveré a salir de casa. Los periodistas vendrán a entrevistarme porque estaré tan gorda que no cabré por la puerta y Andrew se arrepentirá de haberme obligado a estar sola. Y Sam se arrepentirá de irse a vivir con Marc.
—¿Estás bien? —me pregunta Sam.
—Sí.
—¿Seguro?
Odio mi vida. La odio de verdad. Y mañana tengo que volver a trabajar.
—Me voy a casa de Marc. Volveré mañana.
—Vale.
¿Qué más da? Veinte minutos después oigo la llave en la cerradura. ¿Qué ha olvidado? ¿Las esposas?
—He cambiado de opinión. He comprado helado, galletas y una mascarilla de pepinos. ¿Quieres que nos hagamos una mascarilla?
De repente, me pongo a llorar.
—Yo creo que te ha contado un rollo —me dice Sam quince minutos más tarde, cuando se me ha pasado la llorera—. ¿Cómo puede decir que necesitas estar sola?
—Yo tampoco lo entiendo.
—¿Qué vas a hacer con el apartamento?
—No lo sé.
—A lo mejor Natalie querría compartirlo.
¿Podría vivir con Natalie? Últimamente ha comentado varias veces que está harta de vivir en casa de sus padres.
—No lo sé. Quizá.
Mientras no se dedique a contar calorías cada vez que pongamos la mesa…
Más tarde, en mi habitación, llamo a Wendy.
—Vente conmigo a Europa.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Para empezar, porque no puedo permitírmelo.
—¿No tienes dinero ahorrado?
—Algo, pero apenas me da para el billete de avión.
—Pues ya está.
—¿Ah, sí? ¿Y qué comeré, las baguettes crecen en los árboles? ¿Cómo voy a pagar los hoteles?
—Nos alojaremos en hoteles baratos, trabajaremos de camareras…
—Tú eres corredora de bolsa, Wendy. ¿Qué corredor de bolsa deja su trabajo para ponerse a servir mesas?
—Te prestaré el dinero. El año pasado gané un dineral.
—No quiero que me prestes dinero.
Estoy dándole vueltas a la cabeza. Tengo algún dinero ahorrado y luego está la paga de Navidad…
—Vale, no quieres que te preste dinero… ¿pero vendrás conmigo? Dime que sí.
—Pero no puedo irme en febrero. Tendría que avisar a mi casero con dos meses de anticipación.
—Muy bien. Nos reunimos en Europa en marzo. ¿De acuerdo?
—¿Dónde?
—En París.
—Y luego vamos a Italia, quiero conocer Pisa —digo yo, sin pensar.
—Entonces, ¿nos vamos?
—Quizá. Sí. No sé. Vale.
¿Por qué voy a quedarme aquí? No tengo novio, pronto dejaré de tener compañera de piso y estoy harta de mi trabajo.
Iris me va a matar.
Cuando entro en la oficina a la mañana siguiente veo un montón de globos en el escritorio de Helen.
¿Qué está pasando? Me da igual. Odio esta oficina, odio este mundo obsesionado por la gramática y pienso dimitir inmediatamente.
—Tengo que hablar contigo, Shauna.
—Dime. ¿Qué pasa?
—Yo…
De repente, mis compañeras empiezan a cantar «Es una muchacha excelente».
—¿Qué pasa aquí?
—¿No te has enterado?
—¿De qué?
—Vamos a publicar una novela de Helen.
—¿Qué novela?
—Helen ha escrito una novela para la serie Amor y deseo y vamos a publicarla.
¿Helen ha escrito una novela?
—¿Cuándo la ha escrito?
—Hace un par de meses.
—¿Y cómo se llama?
—El millonario busca esposa.
Un momento. Yo he editado esa novela. Había escenas de sexo… ¿Helen ha escrito escenas de sexo? ¿Helen se ha acostado con alguien?
—¿Tú has escrito El millonario busca esposa?
—Ah, hola, Jackie, me alegro de que hayas venido…
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¡Yo la edité!
—No quería que lo supieras. Quería que fueses objetiva.
—¿Y por qué me pediste a mí que la editase? Julie tiene más experiencia.
Y, además, sabes que no te aguanto,
—Quería que tuviese un aire… más informal.
—Ah, vaya. Gracias.
Cerda.
—Tus comentarios sobre la novela han sido muy valiosos para mí.
—¿De verdad?
—En serio. No habría podido publicarla sin tu ayuda. Gracias.
En fin, retiro lo de cerda.
—De nada. Felicidades.
—Hay algo más. Dejo el trabajo en Cupido. Voy a dedicarme a escribir.
¿Qué? ¿Helen desaparece de mi vida? Estaría saltando de alegría si no fuera por el viaje a Europa.
—Y voy a recomendarte para mi puesto. Tienes un gusto excelente, editas con la cabeza.
La miro, boquiabierta.
¿El mundo se ha vuelto loco? ¿Helen escritora, Helen recomendándome para que ocupe su puesto? Si acepto el trabajo, nunca iré a Europa, nunca me encontraré a mí misma.
Le doy las gracias y me siento frente a mi escritorio. Tengo que hablar con alguien. Pero no puede ser Wendy.
Llamo a Janie. Afortunadamente, está en casa.
—¿Qué hago? —le pregunto, después de contarle la historia.
—Cuando estaba a punto de graduarme, mi profesor de filosofía me preguntó qué iba a hacer con mi vida. Le dije que iba a casarme y él me dijo que era demasiado joven, que debería viajar a Europa y echarme un amante.
—¿Estás diciendo que debería irme a Europa?
—Estoy diciendo que solo se es joven una vez.
—¿E Iris? Se supone que va a pasar el verano conmigo.
—No te preocupes por eso. Tienes que pensar en ti. Iris tendrá tu edad algún día. Vete a Europa, Jackie.
Algo me dice que si me voy de Boston no volveré nunca.
—La verdad, yo creo que es muy buena idea —dice Janie—. Quizá yo también debería irme a Londres.
Llamo a mi padre y me dice más o menos lo que yo esperaba: que irme a Europa es una irresponsabilidad.
—Eres como tu madre. Nunca puede terminar nada.
¿Se refiere a mi curso de posgraduado o a su matrimonio? ¿Soy así de verdad? ¿Dejo las cosas a medias? Le digo que tengo que colgar.
¿Qué hago? Necesito un consejo, necesito respuestas. Necesito una vidente, eso es. La famosa Jo-Jo. Busco en el periódico, pero el anuncio ha desaparecido. Encuentro otro que promete respuestas inmediatas sobre el amor, el dinero y el destino.
Marco el número y me da la bienvenida un mensaje grabado. Después, oigo la voz de un hombre.
—Hola, bienvenido. Soy Lewis. Dígame su nombre y el día de su nacimiento.
¿No debería saberlo? Si tiene poderes… En fin, se lo digo.
—Es usted una persona generosa por naturaleza —dice, como si estuviera leyéndolo—. Encontrará el amor y encontrará seguridad. Le encantan los niños. La próxima semana será estupenda. Tendrá buenas noticias.
—¿Perdone? No he oído eso. ¿Podría repetirlo? —pregunto, para comprobar si es una grabación.
El tipo me ignora.
—Tiene usted una comunicación excelente con una persona muy cercana. En treinta días, todos sus problemas estarán resueltos. Quizá cambie de ciudad. Quizá de estado. Si viaja su vida se enriquecerá.
¿De qué estás hablando, Lewis?
—Su vida está en una encrucijada ahora mismo.
Eso es cierto.
—Hay algo que tiene que ver con el transporte. Un coche… hay un coche nuevo en su vida.
—¿Qué clase de coche?
—Será feliz con su nuevo coche. El día 1 de marzo es su día de la suerte.
—¿Me van a subir el sueldo? Y ya que estamos, ¿voy a casarme? ¿Andrew querrá casarse conmigo, Jeremy me echará de menos, conoceré a otra persona?
—Veo romance en su vida.
—Me dedico a editar novelas de amor, claro que hay romance en mi vida. ¿Pero habrá sexo? Me gustaría tener relaciones sexuales. ¿Hay un Andrew en la película? ¿Oiga?
—Veo mucho romance. Veo un vaquero.
¿Un vaquero? ¿Ve un vaquero?
Le pregunto por mi salud (muy buena) y si seré rica (sí, muy rica). Cuelgo después de eso. Y no le he preguntado lo que quería.
Nada de Europa, nada de Cupido. Seré Jo-Jo. Llámame, soy Jo-Jo y lo sé todo. Y ten la VISA a mano.
A las dos y media Shauna se acerca a mi escritorio.
—Jackie, ¿estás ocupada ahora mismo? Leanne y yo queremos hablar contigo.
Leanne es la editora sénior de la serie Amor verdadero.
Es hora de tomar una decisión.