Mis portadas favoritas son las elegantes. El protagonista con esmoquin y ella con un escote palabra de honor de seda salvaje y pedrería. Ésta en concreto se parece a Cenicienta. O, al menos, a la menos fea de las hermanastras.
Esta noche yo seré Cenicienta, sin los zapatos de cristal, claro. Pero llevo un vestido de seda negro muy escotado, un moño y mucha pintura en los ojos. Sam lleva un top a juego con una falda de color marrón y estamos monísimas las dos. Con perdón.
Andrew tampoco está nada mal. Ben y él llevan traje oscuro. Sí, Sam eligió a Ben para Nochevieja.
Le pido a Sam que le pida a Andrew que pose para una foto conmigo para que no sospeche que quiero una foto con él.
—¡Sonreíd!
Janie llama para desearme feliz año nuevo.
—¿Dónde estás?
—En Phoenix. Esto es precioso, hace un tiempo divino. ¿Por qué la gente decide vivir en sitios fríos cuando hay sitios como éste?
—No lo sé. ¿Por qué no te mudas?
—Estamos pensándolo.
Pobre Iris. Se muere si le dicen que tiene que irse a vivir a Arizona.
—Pensé que te gustaba Virginia.
—Prefiero el buen tiempo.
—Bueno, tengo que irme.
—¿Qué vas a hacer esta noche?
—Salgo con unos amigos.
—¿Y ese ruido que oigo?
—Son mis amigos. Estamos tomando una copa.
—¿No dices que vas a salir?
—Sí, pero estamos tomando una copa antes de salir.
Silencio.
—Jackie, ¿tienes un problema con el alcohol?
Ay, Dios mío.
—No, no tengo ningún problema con el alcohol. ¿De qué hablas? Tengo que colgar.
—Muy bien, pero cuidado con la bebida. Feliz año nuevo.
—Para ti también.
Entro en la cocina cuando Ben está sirviendo las copas.
—Por un año maravilloso y lleno de sexo.
Brindamos por ello y después Sam y él se besan. Delante de nosotros. Andrew y yo nos quedamos parados. No hemos vuelto a besarnos desde el incidente del tren.
—Bueno, deberíamos irnos —dice entonces.
¿Qué le pasa? ¿Se encuentra incómodo? Pues ya puede ir acostumbrándose porque esta noche es Nochevieja. ¿Hay algún momento mejor para empezar una relación que Nochevieja, el momento mágico en que todas las parejas se besan?
Orgasmo está como siempre, aunque un poco más decorado. Y las camareras pasan a nuestro lado con bandejas. ¿Qué es eso, huevo hilado? Me encanta el huevo hilado.
—Oh, no —murmura Sam—. Philip está aquí.
—Te ha pillado.
—¿Y ahora qué hago?
—No le has prometido nada, ¿no?
—No, es verdad. No me he acostado con ninguno de ellos.
—¿Qué? Entonces, ¿qué haces cuando duermes en su casa?
—Nos abrazamos.
—¿Estás diciéndome que duermes con Philip y con Ben en la misma cama y que no…?
De repente, veo que Sam se pone pálida.
—Marc.
Vuelvo la cabeza y veo a Marc con unos amigos. A Sam está a punto de darle un ataque.
—Cálmate, no pasa nada.
—¿Esto es normal? ¿Esto es normal?
Creo que está a punto de desmayarse. Pero entonces tendría que llevarla a casa. Y no quiero llevarla a casa. Quiero llevarme a Andrew.
—Necesito una copa.
Estupendo. Me alegro. Le hago una seña a Andrew para indicarle que voy a la barra.
—Yo voy a buscar mesa.
—Dos Martinis —le digo a la camarera, que no es mi amiga la del escotazo, pero parece tener el mismo ADN.
—¿Qué voy a hacer? Llevo un mes sin hablar con él —murmura Sam.
—¿Qué quieres hacer?
—Quiero que se marche. Lo odio. Soy muy feliz sin él. ¿Por qué tiene que estropearme la Nochevieja? Ya ha destrozado mi vida. ¿Me ha visto? ¿Está mirando?
—Creo que no te ha visto.
—No lo puedo soportar. Tengo que sentarme.
No te desmayes, Sam. Por favor, no te desmayes.
—Vamos a buscar a Andrew. A ver si ha encontrado mesa.
—Espera… arréglate el pelo.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Se te está rizando.
—¡Pues no te quedes ahí parada, arréglamelo!
—No puedo, tendríamos que ir al baño para ponerte un poco de agua.
No puedo ponerme agua. La gente con el pelo liso no entiende los problemas que tenemos las personas de pelo rizado. No se puede poner agua. Afortunadamente, llevo un bote de gel de silicona en el bolso.
—Siéntate, vuelvo enseguida.
Me abro paso a codazos hasta el lavabo. Y nada más entrar me encuentro con Amber. ¿Te acuerdas de Amber? La flaca y sádica dentista Amber.
—Hola —dice, mirándome de arriba abajo.
—Hola. ¿Qué tal?
—Bien, gracias. ¿Y tú?
Yo abro mi bolso y saco el gel, dispuesta a hacer cirugía en mi pelo. No hay sitio para mi bolso porque la repisa está llena de cremas, cosméticos y colonias. Así que lo meto en el lavabo después de comprobar que está seco. (Mira, Amber, somos gemelas. La silicona de mi gel es como la silicona de tus pechos). Y entonces se abre el grifo. Justo encima de mi bolso. ¿Por qué no ponen un cartelito advirtiendo que el grifo se abre solo?
Coloco el bolso bajo el secador de manos y luego salgo del lavabo. Amber sigue arreglándose. La pobre necesita muchos cuidados.
Cuando me dirijo a la mesa, Marc me ve. Está en la barra con un grupo de amigos. ¿Por qué nunca me ha presentado a ninguno?
—¡Hola, Jackie!
Yo hago como que no lo veo. Pero él me toma del brazo.
Yo: Anda, Marc.
Marc: Hola, Jackie. ¿Dónde está Sam?
Yo: Yo también me alegro de verte. ¿Cómo estás?
No pienso ponértelo fácil.
Marc: Bien. ¿Y tú?
Yo: Bien.
Marc: ¿Qué tal el trabajo?
Yo: Bien. ¿Y el tuyo?
Marc: Bien. ¿Cómo va todo?
Yo: Bien.
Marc: ¿Ella está aquí?
Yo: ¿Quién?
Marc: Sam. ¿Ha venido contigo?
Yo: Sí.
Eso es todo lo que pienso decirte, querido.
Marc: ¿Dónde?
Señalo la mesa en la que están Sam, Ben, Andrew y… ¿Jess? ¿Qué hace Jess en nuestra mesa? ¿Qué hace Jess en Orgasmo? ¿Qué hago?
—¿Quién es? —pregunta Marc.
—¡Es Jess!
—Me refiero al tío. ¿Quién es ese tío que habla con Sam? ¿Es que tiene novio?
—Es un chico con el que sale. ¿Qué esperabas?
Jess está sonriendo a Andrew y a mí me va a dar un ataque.
—¡Pero si quería vivir conmigo! ¿Cómo ha podido olvidarme tan rápido?
—Sam no es el tipo de chica que se queda en casa esperando.
Marc mira hacia la mesa boquiabierto.
—Yo…
—Tengo que irme…
Hubiera querido salir corriendo, pero no puedo con estos tacones. ¿Debo ir a la mesa? No, daré una vuelta por el bar. A lo mejor algún tío guapo me invita a una copa, así Andrew verá cómo gusto. Pero ¿qué digo? Es Nochevieja y todos vienen con chica. Ni siquiera puedo sentarme con mi grupo… es patético.
Necesito una copa.
Pido otro Martini.
Quizá Janie tiene razón. Quizá tengo un problema con el alcohol. Y, si no lo tengo, pienso empezar a tenerlo.
¿Esto va a ser mi vida? ¿Una copa detrás de otra, sola, en la barra de un bar?
Muy bien. Andrew puede hablar con Jess. Son las once. Tiene una hora para dejar a la rubia y darme un beso.
—¿Quién es el tío que está con Sam? —Marc ha vuelto a aparecer a mi lado y señala hacia la barra. Entonces descubro a Sam con Philip, que está besándola en los labios.
Fantástico.
—Otro novio.
—Cometí un error, ¿verdad? —pregunta Marc entonces como un crío.
—Pue sí.
¿Eso que veo son lágrimas? ¿Dónde está la cámara? ¿Por qué no llevo una cámara en el bolso?
—¿Tú crees que volvería conmigo si se lo pido?
—No lo creo. Sam es una chica estupenda y tú la dejaste ir. Dijiste que no porque te daba miedo el compromiso. Ahora está feliz, soltera y puede hacer lo que le dé la gana. Acostúmbrate.
Sam, sin saberlo, elige precisamente aquel momento para levantar un brazo y mostrar al mundo su piercing en el ombligo.
Marc se pone blanco.
—¿Qué es eso? ¿Se ha hecho un piercing en el ombligo?
—Es una mujer nueva.
—Me marcho —dice Marc.
Pues adiós, guapo. Que te vaya bien.
Unos minutos después, Sam aparece a mi lado.
—¿Qué ha pasado? Te he visto hablando con él. ¿Qué te ha dicho?
Se lo cuento y ella me mira, incrédula.
—¿Qué le has dicho?
—Que eras más feliz sin él.
—¿Por qué le has dicho eso?
—Porque es verdad… ¿o no? ¿Qué pasa con Ben y Philip?
—Me dan igual —contesta Sam.
—¿Te dan igual?
—¿Dónde está Marc?
—Pues… se ha ido.
—¿Cuándo?
—Hace unos minutos.
—Tengo que encontrarlo.
¿Cómo? ¿No pensará dejarme sola?
—¡No puedes irte!
—Claro que puedo.
Y desaparece. Dejándome sola en Nochevieja, en la barra de un bar. Bueno, no, no estoy sola. Estoy con Andrew y con su pareja, Jess. Perfecto.
Es hora de pedir otra copa. O dos. ¿Qué más da? Aquí todo el mundo está borracho.
Dos o tres copas después se me acerca el pesado de la piel cetrina, el que daba puntos a las tías. Debe haberme visto cara de desesperación. Mira, ahí está Amber… quizá debería hablar con ella. Ah, no, no es Amber. Quizá debería hablar con el petardo de los puntos. ¿Dónde estás? ¿Dónde te has metido? Estoy sola otra vez y Jess sigue hablando con Andrew. Ah, el de los puntos aparece otra vez.
—Perdona, ¿tienes hora?
—Las doce menos diez.
—¿Qué día es hoy? —pregunto. Y entonces me da por reír. Tanto que casi me caigo del taburete.
—¿Cómo te llamas?
—Amber —contesto, sin saber por qué. De repente, la echo de menos. ¿Dónde está Amber? Somos como hermanas Amber y yo, por lo de la silicona.
—¿Por qué estás sola, Amber?
Dime que soy guapa por lo menos, hijo.
—Porque mi amiga se ha ido y Andrew está con otra. Por eso estoy bebiendo sola.
—Ah.
—¿Y tú por qué estás solo?
—No estoy solo. Estoy hablando contigo.
A ver, dame puntos. Dame puntos o dame algo. Pero no te vayas.
—¿Por qué?
—¿Por qué?
—¿Por qué hablas conmigo? Dime algo bonito, anda.
—Porque pareces simpática. Y eres muy guapa.
Y se te ha olvidado mencionar que parezco una presa fácil.
—Y porque no conozco a muchas mujeres en mi trabajo.
Mmmm. Quiere que le pregunte a qué se dedica. Pues no pienso. Si quiere decírmelo, que me lo diga.
—¿Quieres conocer mujeres?
—Pues sí, pero no conozco a muchas mujeres que sean corredoras de bolsa.
Oh, por favor. Patético.
—¿No hay ninguna mujer en tu trabajo?
—Un par de ellas.
—Pues mi mejor amiga es corredora de bolsa. En Wall Street.
—No he dicho que no hubiera ninguna.
—Sí lo has dicho.
—Yo…
No sé qué me cuenta y me da igual. ¿Por qué no me pregunta a qué me dedico yo? ¿Por qué algunos tíos no piensan que las mujeres también tenemos carreras interesantes?
—Perdona —le digo a la camarera—. ¿Me pones otra copa, por favor? O unas cuantas.
—¿Unas cuantas? —pregunta ella.
—Tres —contesto yo. Me da igual. Saco el monedero y el pesado de los puntos no se molesta en llevarse la mano a la cartera. Gracias por ofrecerte a pagar, imbécil. Y sigue hablando sobre su estúpido trabajo.
—¿Sabes una cosa? Yo también trabajo.
Y me tomo la copa casi de un trago.
—¿Qué haces?
—Trabajo en la editorial Cupido. Soy editora.
—¿Cupido?
—Novelas de amor.
—¿No me digas que conoces a Fabio?
Oh, no. Otro idiota.
—Pues sí, mira, no solo lo conozco sino que me acuesto con él. Y francamente —añado, mirando su entrepierna—, no creo que tú estés a la altura.
El de los puntos me mira, incrédulo.
—¡Quedan diez minutos para el año nuevo! —grita el pinchadiscos.
¿Dónde está Andrew? Tengo que encontrar a Andrew. ¡Andrew! ¡Andrew! ¿Dónde estás? Ah, ahí estás. En la mesa. Estoy intentando llegar a él, pero un montón de gente me lo impide. ¡Fuera de mi camino, gente! Muevo los brazos para que me vea.
Me ve. Me mira de una forma muy rara. ¿Por qué está de lado? ¿Por qué está todo el mundo de lado? No me siento bien. No me siento bien en absoluto.
—¡Oye! —me llama Andrew, pero parece que habla: muy alto—. ¿Dónde has estado toda la noche?
¿Dónde he estado? ¿Dónde has estado tú?
—He estado en la barra, viéndote hablar con Jess.
¡Hola, Jeremy! ¿Es Jeremy? No puede ser Jeremy. ¿Por qué iba a estar Jeremy aquí?
—Hola, Jeremy.
—Soy Andrew —dice él, con los dientes apretados.
—Lo sé, lo sé —rio yo, como una tonta—. ¿Estás enamorado de Jess?
—Solo estábamos hablando.
—Ya, claro. Vale. A mí me da igual. Puedes volver con ella si quieres. Me da igual, me da exactamente igual.
—Creo que deberíamos salir a tomar el aire.
—No necesito aire. Necesito otra copa.
—No, no lo creo. Ven —dice, tomándome de la mano.
—¡Pero si es casi medianoche!
—Aún quedan cinco minutos. Estás verde.
—Pues no es tan fácil ser verde. Lo dijo la rana Gustavo. En una canción. A mí siempre me ha gustado la rana Gustavo… —de repente, me entra la risa—. ¿Conoces a Fabio? Yo sí —salimos a la calle y yo me hielo—. ¿Qué quieres, que me muera de frío?
De repente, todo me da vueltas.
—¿Estás bien?
Andrew también se parece a Gustavo. ¿Si lo beso se convertirá en un príncipe?
—Muy bien.
—¿Quieres agua?
—¿Agua? Necesito algo más que agua. Necesito un novio. Un novio, ¿entiendes? No un amigo, un novio de verdad. No uno que venga conmigo a una fiesta y se la pase con otra. ¿No se supone que debíamos acabar juntos a medianoche?
—Jackie…
—¿No has visto Cuando Harry encontró a Sally?
—Tienes que calmarte…
—¡No quiero calmarme! ¿Puedo sentarme?
—¿Vas a vomitar?
—No —contesto yo—. No lo sé.
—Ven conmigo a la esquina. Así no te morirás de vergüenza mañana.
¿Vergüenza? ¿Por qué iba a morirme de vergüenza?
Todo esto a mi padre no le haría ninguna gracia. Sobre todo, que saliera del bar con un extraño. Él no conoce a Andrew. ¿Es Andrew? Sí, sí, es él.
Oigo una voz que sale de un micrófono…
—Diez, nueve, ocho, siete…
¡Son casi las doce!
—¿Vas a besarme? Tengo que saberlo ahora mismo.
Si no me besa, mi carruaje se convertirá en una calabaza y mi príncipe seguirá siendo una rana. Si no me besa, será mejor que me olvide de él.
—Cuatro… tres… dos.
—No me encuentro bien.
—¡Uno! ¡Feliz año nuevo!
Yo vomito encima de unos arbustos.