15
Y otra vez sola

Estoy leyendo los consejos de Cosmopolitan para perder los kilos que he engordado en Navidad cuando se van las luces del tren. Hay un enorme chispazo, el tren se detiene de golpe y alguien saca una linterna. Entonces veo a una mujer comiendo un sandwich. En lugar de asustarse, como haría cualquiera en esta situación, ella sigue comiendo tan tranquila. ¿Qué clase de persona sigue comiendo un sandwich cuando el tren acaba de detenerse de forma tan brusca?

Me duele la cabeza. No debería estar leyendo sin las lentillas. Me las quité en cuanto subí al tren pensando echar una cabezadita para olvidar mis penas. Debería operarme, quitarme la miopía con la cirugía láser, pero seguramente costará un dineral.

De repente, a mi alrededor todo el mundo empieza a murmurar y a reír nerviosamente. Veo más linternas.

—¿Están todos bien? —oigo la voz del revisor.

¿Huelo a humo? Estupendo. Voy a quemarme viva en un vagón de tren el día después de Navidad. A los veinticuatro años. Sola. Voy a morir como una pobrecilla. Y nadie se enterará porque solo Wendy sabe que estoy en este tren. Mis padres piensan que estoy en diferentes ciudades y Sam pensará que he decidido volver más tarde.

Si me duermo, ¿me despertaré en Boston?

¿Dónde están mis gafas? En el bolso. Tengo que encontrar el bolso.

—Por favor, siéntense —oigo una voz de mujer.

El revisor nos dice que debemos bajar del tren sin preocuparnos de las maletas. Pero yo llevo las botas en la bolsa de viaje. ¡Debo salvar mis botas! ¿Quién soy yo sin mis botas de tacón?

Pero no puedo hacerlo porque empiezan a empujar. No pienso viajar sola nunca más. Y si lo hago llevaré las botas puestas. Regla de viaje número 1: ponte siempre lo más caro que tengas para viajar. Regla de viaje número 2: lleva siempre un par de zapatillas de deporte. Nunca se sabe cuándo hay que salir corriendo de un tren en llamas.

Estoy sentada sobre la nieve. El primer vagón del tren está en llamas. Esto es increíble.

—¿Jackie?

Vuelvo la cabeza. ¿Hay otra Jackie en el tren?

—¡Jackie!

—¡Andrew!

Andrew. Es Andrew. Gracias a Dios no estoy sola. Me levanto de un salto y le echo los brazos al cuello.

—No sabes cuánto me alegro de verte.

Andrew me abraza y volvemos a sentarnos en la nieve.

—¿No me veías llamándote? ¿Estabas durmiendo con los ojos abiertos?

Estupendo. Ahora piensa que soy una tarada.

—Es que me quité las lentillas y de lejos no veo bien.

—¿No deberías estar de vacaciones otra semana? ¿Por qué vuelves a Boston?

—Tengo muchas cosas que hacer.

—¿Deseando volver a los brazos de Jess? —bromeo yo.

—No. He cortado con ella. No tenía sentido… bueno, sí tenía sentido salir con ella, pero volverías a llamarme cerdo.

Él no me explica y yo no pregunto.

Y allí nos quedamos, viendo cómo el tren se quema. Por lo visto, los bomberos están a punto de llegar, según el revisor. Como si aquello fuera una minucia. No pasa nada, solo se está quemando un tren de veinte vagones entre Nueva York y Boston.

—Me duele la cabeza.

Andrew abre la mochila y saca una camiseta que coloca en el suelo para que me apoye. Qué detalle, ¿no? Además huele a suavizante.

—El cielo está precioso. Me gustaría pintarlo.

—¿Sabes pintar?

—Tomo clases de dibujo.

—¿Y eso?

¿Qué clase de hombre toma clases de dibujo? A menos que sea arquitecto, claro.

—Sí, tengo una vena artística. Cuando era niño metía cepillos de dientes en los botes de pintura y pintaba todo lo que encontraba. Oye, ¿el cielo no parece un cuadro impresionista?

Como yo lo veo todo borroso no puedo decirle. Además, las llamas naranjas que salen del tren me nublan la visión.

¿Podría gustarme Andrew?

Está tumbado a mi lado. ¿Y si me besa? ¿Quiero que me bese? ¿Cómo hago para que me bese? La verdad es que un beso no me vendría mal.

—Supongo que fuiste a Nueva York para ver a Jeremy.

—Sí, bueno…

¿Podría gustarme Andrew? Creo que me gusta. ¿Le gustaré yo? Ni idea ¿Por qué siempre tiene que gustarme alguien? ¿Cómo puedo saber si Andrew me gusta de verdad o es por las llamas, el cielo, el olor a suavizante de la camiseta?

Un hombre que parece ser el jefe de bomberos o algo así indica que nos dirijamos hacia unos autobuses que acaban de aparecer. Me quito el chaquetón y me pongo la camiseta de Andrew. En mi mundo sin lentillas imagino que estoy mona. Caminamos por un sendero en el bosque lleno de agujeros y ramas y me destrozo las punteras de los zapatos. Afortunadamente, no llevo las botas. Aunque, desgraciadamente, las he perdido para siempre.

Veo que Andrew tiene las manos azules de frío y las tomo entre las mías enguantadas (le habría dado el otro par de guantes, pero están en la bolsa de viaje).

—Me siento como un personaje de Expediente X.

El jefe de bomberos o lo que sea se vuelve hacia nosotros.

—Por lo visto, unos chicos han colocado maderos en las vías. Eso es lo que ha causado el incendio.

La mujer que va a su lado se vuelve también.

—Dicen que el primer vagón se llenó de humo tan rápidamente que los pasajeros tuvieron que romper las ventanillas para salir.

—¿Hay algún herido? —pregunta Andrew.

—Afortunadamente, no. Pero se han llevado a algunas personas al hospital porque han inhalado mucho humo.

Eso hace que el accidente sea menos emocionante. Jolín, qué cosa tan horrible acabo de pensar. ¿Soy una mala persona? Merezco haber perdido las botas.

Un momento. Podría salir en televisión. ¿Estoy saliendo en televisión? Una vez salí en televisión, cuando era pequeña. Pero iba disfrazada de árbol de Navidad, así que era irreconocible.

—Ahí está el autobús —dice Andrew.

¿Cree que soy ciega? Ah, bueno, sin lentillas estoy un poco ciega. Me ayuda a subir tomándome por la cintura. Creo que voy a usar el truquito este de estar cegata todo lo que pueda. Cuando nos sentamos, me pasa un brazo por los hombros. ¡Le gusto! El conductor pone la película Speed, lo cual no es muy lógico después de lo que acabamos de pasar, pero la luz de la pantalla es lo único que ilumina el interior del autobús.

Andrew huele muy bien. Ya no huele como Jeremy.

—Hueles bien.

—Gracias. Mis padres me han regalado colonia por Navidad.

—Me gusta. ¿Qué hora es?

—Casi medianoche.

—Deberíamos haber llegado a Boston a las nueve —suspiro yo, sintiendo el aliento de Andrew en mi cara. ¿Debo volverme o debo seguir mirando hacia delante? ¿Por qué estoy mirando hacia delante?

Si me vuelvo nos besaremos. Va a ocurrir, lo sé. Andrew no se mueve. ¿Va a dar el primer paso? ¿Debería darlo yo? ¿Quiero que me bese o no, demonios?

Va a ocurrir. ¿Por qué hay cincuenta grados dentro de un autobús helado?

Me vuelvo hacia él.

Su cara está a dos centímetros de la mía. Ay, Dios mío, ay Dios mío.

—No me importa —dice Andrew.

¿Qué? ¿Qué? ¿No le importa llegar tarde a Boston o que nos besemos?

—Supongo que a mí tampoco.

Labios-tan-cerca. Esto es ridículo. ¿Por qué no me besa de una maldita vez?

—No tengo prisa.

—Ya. Yo tampoco.

Vamos. Venga, hijo.

Esto es absurdo.

Así que lo beso yo.

No me lo puedo creer.

Y a él no parece importarle.

Luego me aparto. Un beso perfecto.

Me quedo dormida sobre su hombro.

El teléfono suena a las ocho de la mañana y me despierta de un sueño profundo.

—Hola —murmuro. Sé que es Tim. Lo intuyo.

—¡Cariño! Estaba, preocupado… —no entiendo muy bien lo que dice porque estoy dormida—. He oído… radio… accidente… preocupado. ¿Por qué no me has llamado?

Vale, ya estoy despierta. Más o menos. Cuando comprobé mis mensajes cuatro horas antes vi que los diez eran de Tim. Y también me había llamado a Nueva York.

¿De dónde sacó el número?

—Estoy bien.

Estoy bien, pero ya no me gustas. Y me acosté con Jeremy aunque ahora me gusta Andrew.

—Estaba muy asustado. No podía dormir. Voy a verte.

—No, por favor.

—¿Por qué no?

¿Está mal romper con alguien por teléfono?

—Me parece que esta relación no funciona.

Silencio.

—¿Podemos hablar?

—Estoy muy cansada, Tim.

—¿Y qué pasa con nuestros planes para Nochevieja? ¿Ya no estamos saliendo?

—Me temo que no.

Al otro lado del hilo hay un largo silencio.

—Muy bien. Cuídate, Jackie.

—Adiós.

Sé que estoy siendo cruel, pero ¿no es mejor romper de una vez que hacerle sufrir una larga agonía? Consejo de Cosmopolitan: «Es mejor ser cruel una sola vez que tenerlo engañado durante mucho tiempo».

El teléfono vuelve a sonar unas horas más tarde. Y, de nuevo, me despierta.

—Olvídalo, Tim. Se ha terminado —murmuro, medio dormida.

—He llamado a casa de tu padre, pero no estabas allí —es la voz acusadora de Iris.

Oh, cielos. Me ha pillado.

—No te preocupes, puedo guardar un secreto. Me enteré por accidente. Cuando llamé, tu padre pareció sorprendido y luego me preguntó: ¿qué tal lo estás pasando con Jackie? Pero yo no he dicho nada. Te he salvado el trasero, ¿verdad? ¿Dónde estabas?

—Fui a Nueva York para ver a Wendy. Pero si lo cuentas…

—¿A que no sabes una cosa? ¡Me lo he hecho con Kyle!

¿Cómo? ¿Qué significa eso? ¿Está saliendo con él o se ha ido a la cama directamente, sin más preámbulos?

—¿Qué quieres decir? ¿Te has acostado con él?

—No, tranquila. Sigo siendo virgen.

—Me lo contarías, ¿no?

—Sí, te lo juro.

Si está mintiendo, la mato.

—¿Quieres venir a pasar el Nochevieja conmigo?

Quiero mucho a Iris y me siento un poco culpable porque la veo poco. Además, no tengo nada que hacer en Nochevieja. ¿Cómo lo he conseguido? Ah, rompí con Tim. Jeremy pasa de mí y… ¿y Andrew? Si le gustase me habría pedido que saliera con él.

—No, gracias.

¿No?

—Los fósiles se van a Arizona. Me dejan sola en Noche vieja —contesta Iris.

—No hagas una fiesta.

—¡Claro que voy a hacerla! Es Nochevieja y tengo la casa para mí sola. Además, mamá ha dicho que puedo.

—¿Ah, sí?

—Dice que estaré más segura en casa que por la calle.

Eso tiene sentido.

—Pero seguro que no saben nada de Kyle.

—Y te mato si se lo cuentas. Yo no digo nada de Nueva York y tú no dices nada de Kyle.

Cuando me despierto por tercera vez es porque siento que no estoy sola. Estupendo, desde el incendio del tren he desarrollado percepción extrasensorial. ¿Cómo si no habría sabido que era Tim quien llamaba? Y el hecho de que esté oyendo la respiración de una persona no significa nada. Tengo percepción extrasensorial, le pese a quien le pese.

—¿Qué?

Sam está sentada en la cama, mirándome.

—Ah, qué bien, estás despierta. ¿Estabas en ese tren que ha explotado?

—¿Qué hora es?

—Tarde. Es que acabo de verte en las noticias.

Yo salto de la cama.

—¿De verdad? ¿He salido en la tele? ¿Lo has grabado?

—¿Cómo voy a grabarlo si no sabía que ibas a salir? ¿Cuándo llegaste? No te oí entrar.

Me levanto de la cama y meto una cinta en el vídeo para grabar las noticias de la tarde, esperando que vuelva a salir la imagen. Y unas horas después me veo, sentada en la nieve, sola, mirando al vacío. Parezco idiota.

—Pareces muy triste —comenta Sam.

Tiene que haber algo más. ¡Éste es mi momento de gloria! Aparece el tren en llamas. Y luego entrevistan a la mujer que iba comiéndose el sandwich. ¿Por qué? ¿Por qué a ella y no a mí?

—Estaba aterrorizada —dice—. Absolutamente aterrorizada. Las llamas lo consumían todo.

—Qué mentirosa. ¡Estaba comiendo un sandwich como si no pasara nada!

Apago la tele, furiosa.

La editorial está cerrada por vacaciones. Una pena. Me pregunto si podría llamar la semana que viene y decir que el accidente me ha afectado de forma retardada. No todos los días se tiene un encuentro con la muerte.

Esa noche, Andrew viene a ver el vídeo de las noticias. Se lo sugerí yo, debo añadir con tristeza.

—Tienes cara de pena —dice, refiriéndose a mi aparición en la nieve. Luego vemos Speed II. Él está a un lado del sofá, yo a otro.

No ha habido contacto físico. ¿No es raro que ninguno de los dos haya mencionado el beso?

—Jess me llamó anoche —murmura, sin mirarme. ¿Por qué no me mira? ¿Piensa volver con la rubia? ¿Me besa y luego decide volver con la rubia? ¿Por qué? ¿Qué tiene la rubia que no tenga yo?

—¿Y? ¿Ahora que has probado que no tienes intenciones serias te quiere más?

Andrew me tira un cojín.

—No es que no tenga intenciones serias. Es que me parece absurdo perder el tiempo con la mujer equivocada. Por eso nunca he tenido relaciones largas.

¿Está intentando advertirme? ¿Está intentando decirme que no quiere una relación seria? ¿Quién dice que yo quiero una relación seria?

—¿Nunca has tenido una relación de verdad?

—Una vez, cuando estaba en octavo.

—¿Y qué pasó?

—Que me enrollé con su mejor amiga.

—Qué bien.

—Ella me dejó.

—Me alegro.

—La relación más larga que tuve fue en la universidad. Duró dos meses —suspira Andrew dramáticamente—. Las mujeres no me quieren como novio. Solo soy un juguete para ellas.

Yo suelto una carcajada.

—Sí, claro, la mayoría de las mujeres solo están interesadas en echar un polvo. ¿Relaciones serias y estrógenos? Como el agua y el aceite.

—Es verdad. Quizá debería leer una guía para idiotas que quieran conocer chicas.

—Yo podría escribirla. Pero yo la llamaría Guía para no salir con idiotas.

—¿Y de qué hablaría el primer capítulo?

—La primera cita, por supuesto. A ver, Boston, sábado por la noche…

—¿Sábado por la noche? ¿Por qué no un martes?

—¡Calla y presta atención! Tú aparcas delante de mi casa. ¿Qué haces?

—Pues… ¿tocar el claxon? ¿Dos veces?

—¡Eso es! ¿Y qué dices una vez que estoy en el coche?

—Hola.

—Estoy buscando un halago porque voy monísima.

—Ah, te diría que yo prefiero a las mujeres naturales. Y te pediría que no te maquillases la próxima vez.

—¡Muy bien! ¿Y dónde me llevarías?

—A cenar, costillas seguramente.

—¡Pero si eres un donjuán! ¿Y qué pasa cuando voy a sacar el monedero?

—Pues… si te ofreces a pagar la cuenta es porque quieres hacerlo, ¿no?

—¡Claro que sí!

—Y luego te llevaría de vuelta al coche, de la mano —dice Andrew entonces tomando mi mano—. Y luego te diría: lo he pasado divinamente, guapa.

—No, eso no, lo de guapa sobra.

—¿Cielo? ¿Cariño? A todas las mujeres les gusta eso.

—Yo no soy como las demás.

Entonces me mira, muy serio.

—No, es verdad.

Sigue sin soltar mi mano. ¿Por qué no suelta mi mano?

Entonces oigo la llave en la cerradura.

—¡Me encanta no tener que ir a trabajar! —exclama Sam.

Andrew suelta mi mano.

Gracias, Sam. Gracias por estropearlo todo.

—¿De dónde vienes? —pregunto, al verla despeinada.

—He estado con Philip.

—¿Y con quién sales mañana?

—Con Ben.

—Veo que estás muy ocupada —sonríe Andrew.

—Tengo que decidir a cuál de los dos voy a besar en Nochevieja. Esto podría ser un problema.

—¿No puedes besarlos a los dos?

—Quizá podría —murmura Sam, pensativa.

—No, por favor. ¿Dónde vamos? —pregunto yo.

—A Orgasmo. Pero tenemos que comprar entradas para la fiesta.

—¿Cuánto valen?

—Cien dólares.

—¡Cien dólares! Y seguro que eso no incluye las copas. Quizá deberíamos tomar un par de copas aquí antes de salir.

—Vale. ¿A quién invitamos?

—Podemos ir los cuatro.

Quizá Andrew tenía otros planes, pero no dice nada, de modo que piensa venir con nosotras.

—¿Has abierto el regalo? —pregunta Sam.

—¿Qué regalo?

—La caja que han traído mientras estabas durmiendo. ¿No la has visto?

—¡No! ¿Dónde está?

—En mi habitación.

—¿Y cómo voy a saber que hay un regalo para mí si lo guardas en tu habitación?

—Es que no quería despertarte…

—¿Y por qué no lo has dejado en el salón?

—Venga, ábrelo. Estoy deseando ver qué es.

La nota en el paquete dice: Feliz Navidad. Tim.

Dentro, una litografía, la de Gaugin: ¿De dónde venimos? ¿Adonde vamos? ¿Quiénes somos?

Oh, cielos. Soy una guarra.

Mañana tendré que llamarlo para darle las gracias.

Volvemos al salón.

—¿Qué había en la caja? —pregunta Andrew.

—El regalo de un admirador —contesto yo.

—¿Qué estáis viendo? —pregunta Sam, sentándose en el sofá entre mi cita de Nochevieja y yo. ¿Esta niña es tonta?

La fulmino con la mirada, pero tiene los ojos clavados en la pantalla.

¿Sería de mal gusto enviarle un email a Tim?