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La casi-novia suspiró

Mi noche empieza como la página 94 de El millonario busca esposa. Excepto que mi protagonista no es un millonario y yo no soy su esposa.

Después de cenar, van al dormitorio. Él la devora a besos, sus bocas uniéndose por una atracción magnética. Él desabrocha su blusa con deliberada lentitud, sin abandonar sus labios. Por fin, le quita la blusa mostrando la satinada palidez de sus pechos (y el generoso escote, gracias al sujetador de aros). Acaricia con su mano los hombros, la curva de su vientre (el sinónimo de «llevo meses sin hacer abdominales») y mete la mano por debajo del sujetador. Lo desabrocha con gran facilidad (ella se sorprende) y acaricia sus pechos con manos ansiosas. Acaricia primero el derecho y luego el izquierdo (nuestro protagonista es muy metódico) y después pasa la lengua sobre los duros pezones (de nuevo, primero el derecho, luego el izquierdo). Lenta, muy lentamente, desliza la mano por su espalda y, con una urgencia que no puede negar, la aplasta contra su torso.

Ella apoya la boca en su oreja y mueve las caderas.

Un calor intenso quema sus muslos, amenazando consumir su cuerpo y su alma.

Con un gruñido (hace ruidos ¡yupi!) él le quita la falda y las braguitas… ah, él se había quitado ya los vaqueros, que se me había olvidado decirlo. Ella le baja los calzoncillos. Ha llegado el momento.

De repente, la alarma.

—¿Tienes algún…?

—No, lo siento.

—Pues yo sí —dice ella, abriendo un cajón. Abre el envoltorio, saca el condón y se lo pone en su erecta masculinidad.

Envolviendo sus piernas alrededor de la cintura del hombre, lo ayuda a deslizarse dentro de ella, con el corazón acelerado. Él deja escapar otro gemido ronco y… ¡bingo!, aquí es donde termina el parecido con El millonario busca esposa.

Se corre.

Tiene un orgasmo.

¿Ya está? ¿Esto era lo que estaba esperando? ¿Para esto le he hecho la cena? ¿Cómo es posible que un protagonista se corra nada más entrar? ¿Qué ha sido de las horas de pasión? ¿Qué ha sido de los múltiples orgasmos?

¿Los tíos saben cuándo son malos en la cama o el fenómeno es similar a la gente fea que no sabe que es fea?

Pero un momento… ¿y si fuera virgen? Quizá ésa es la explicación. ¿Debería sentirme orgullosa?

Pero ¿y si sabe que se ha corrido demasiado pronto y está esperando que le diga: «no te preocupes, cariño. Estas cosas pasan».

Ya, seguro.

—No quiero irme a casa, cariño —dice él con voz ronca. Sigue encima de mí, con la cabeza sobre mi hombro.

—Pues quédate.

En realidad, preferiría dormir sola, pero al menos así lo intentaremos otra vez. Aunque debería apartarse antes de que el condón se me introduzca en el píloro y tengamos que ir corriendo a urgencias.

Intento moverlo. Dios mío, ¿se ha dormido?

—¿Tim? ¿Tim?

No hay respuesta. Uno de los consejos de las revistas femeninas es hacer pipí después de hacer el amor para no acabar con una infección en la vejiga. Aunque lo que Tim y yo hemos hecho quizá no pueda llamarse sexo.

Voy al baño y abro el grifo para que no me oiga. Una bobada. ¿No sabe que las chicas hacen pis?

Cuando vuelvo a meterme en la cama son las 11:55. Él está sentado en la cama, esperando. Muy contento, noto, al mirar cómo se levanta la sábana.

Ah, eso está bien.

Y entonces lo entiendo todo. He leído algo sobre cierta teoría: «la primera vez tiene que ser muy rápida». El tío se corre deliberadamente rápido para que después el pequeño Timmy pueda estar firme durante horas.

A las 11:59 se ha vuelto a dormir.

Lo de la teoría, para nada.

¿Cuatro minutos? ¿Ha durado cuatro minutos? Cuatro minutos es lo que duran los anuncios en la tele. Cuatro minutos no debería ser considerado sexo.

Él está detrás de mí, con su brazo alrededor de mi cintura. Qué calor. No puedo dormir. Y encima está en mi lado de la cama.

¿Por qué no duerme en su casa? ¿Y qué tipo de hombre no lleva condones cuando va a cenar a casa de su novia?

Cuando nos despertamos por la mañana, hablamos de las cosas de las que, probablemente, deberíamos haber hablado antes de hacerlo.

—Cuatro, contándote a ti.

Aunque no sé si debería contarle.

—¿Quiénes eran?

¡Huy, qué cotilla!

—La primera vez en el instituto, después un tío que conocí en la universidad y luego Jeremy, mi ex. ¿Y tú?

—Pues… más de cuatro.

¿Más de cuatro? Pues serán cinco.

—¿Cinco?

—Más de cinco.

—¿Cuántas?

—Trece. Contándote a ti.

¿Trece? ¿Se ha acostado con trece tías y ninguna de ellas le ha dicho que un empujón no es suficiente?

Quizá yo he tenido mala suerte. Quizá con las otras doce fue fantástico. O quizá soy tan atractiva que no ha podido controlarse.

Sí, ésta es la explicación que más me gusta.

—¿Y ahora qué hago?

—Entrenarlo —dice Natalie.

—Llévate un Cosmopolitan a la habitación y lo dejas abierto en una página de sexo —opina Sam.

—¡Pero si él no sabe que tiene problemas! Le da igual, está encantado consigo mismo.

—Hay trucos para resolver estos problemas.

—¿Por ejemplo?

—Empezar y parar. Mantienes relaciones sexuales durante unos minutos y después te pones a hacer otras cosas. Y luego empiezas otra vez.

—¿Qué cosas? ¿Poner la lavadora, limpiar los cristales? —replico yo, irritada—. Además, ¿qué haría él con el condón mientras tanto?

—Quizá ése es el problema —dice Natalie.

—Se supone que los condones ralentizan el proceso, no lo aceleran. Si no hubiéramos usado condón, habría terminado en un minuto.

—Ponle dos condones.

—No —dice Natalie—. Con dos condones a lo mejor se corre antes. Estará tan preocupado por no sentir nada con tanto plástico que lo compensará de alguna forma.

—Inténtalo otra vez —me aconseja Sam—. Seguramente han sido los nervios de la primera vez.

No.

Tienes un email.

Un mensaje de Envía-una-sonrisa aparece en mi pantalla.

«Hola, cielo», dice el texto. «Estoy loco por ti». Con el dibujito de una camisa de fuerza.

Veinte minutos después, de nuevo tengo un email.

Otro mensaje de Envía-una-sonrisa.

«Un día entero sin ti es la bomba». El dibujito de una bomba.

Empiezo a sentirme como una quinceañera y decido llamar a Sam.

—Socorro, ayuda. Lo he intentado todo. Por ejemplo, cuando empezamos, le digo: «Espera, no te corras todavía. Me gusta». Él dice que sí, pero dos empujones más tarde se corre y se duerme. ¿Cómo voy a tener una relación con este tío? ¿Cómo voy a tener sexo solo tres minutos al día? ¿Qué haré el resto del tiempo?

—Ah, hola, Jackie. ¿Qué pasa?

—¿Es posible que ya no me guste porque yo le gusto? ¿Se ha terminado el reto? ¿Estoy loca? ¿Solo me gustan los hombres a los que no les gusto? Tim quiere presentarme a sus padres, pero yo no quiero conocerlos. ¿Por qué no quiero conocerlos?

—No estás loca —dice Sam—. No te gusta porque es muy malo en la cama. La vida es demasiado corta como para soportar eso. Déjalo. Tengo que irme.

—¿Sam? ¿Sam?

—¿Jackie?

Glups. Helen.

—¿Sí?

—Gracias por editar El millonario busca esposa.

¿Gracias? ¿Gracias? ¿Desde cuándo me da las gracias?

—De nada. Es mi trabajo.

—Sí, es cierto.

Por alguna razón, Helen está colorada. ¿Sabe que me acuesto (más o menos) con el hermano de otra editora?

—¿Qué te ha parecido? —me pregunta entonces.

—Buena trama.

—¿Y qué más?

—Tengo un par de sugerencias. Para empezar, no sabemos cuándo se conocen. Creo que la autora debería haber añadido algunos detalles importantes. Y la escena de la boda queda muy sosa. La madre no pinta nada en la novela. Creo que deberías llamar a la autora y decirle que se libre de ella. Sus líneas puede decirlas la tía, es un personaje más trabajado.

Helen me mira, sorprendida. Como si acabase de descubrir que yo tengo opinión.

—Ah, una cosa más. Las escenas de sexo están muy bien. No deberíamos publicar esta novela en Amor verdadero. Habría que publicarla en Amor y Deseo.

—Gracias —sonríe Helen.

—De nada.

Tienes un email.

Como sea otra chorrada lo mato. Si vuelve a mandarme una postalita de ésas, lo dejo.

Hola, Jackie.

¡He vuelto! Estoy en casa de mis padres, en Nueva York. ¿Cómo va todo? Ha sido un viaje estupendo y estoy deseando enseñarte las fotografías. Llámame o mándame un email.

Jeremy.

Ay Dios mío, ay Dios mío.

¿Debo llamarlo? No puedo llamarlo. Quiere enseñarme las fotografías. ¿La sueca estará en las fotografías? ¿Intentará evitarme el dolor apartando todas las fotos de la rubia? ¿Me sigue queriendo? ¿Lo sigo queriendo yo? ¿Volverá a Boston? ¿Viviremos juntos?

Voy a adelgazar cinco kilos para cuando me encuentre con él en Orgasmo. Estaré rodeada de hombres, con mis botas de putón y una falda con una raja hasta el cuello. Y Jeremy se preguntará por qué me dejó.

Si tanto desea hablar conmigo podría llamarme. O enviar otro email. Si envía otro le contesto.

¿Sabes una cosa? Hace mucho que no veo a Wendy. Podría ir a visitarla. Quiero ir a Nueva York para ver a Wendy. Pienso ir a Nueva York para ver a Wendy.

—Estoy pensando ir a visitarte —le digo por la noche.

—Ahora no es un buen momento.

—¿Por qué no?

—Porque salgo de trabajar a la una de la mañana. No podré salir contigo.

—¡Pero si es Navidad!

—Y como yo soy judía, no la celebro. ¿Se te había olvidado?

—Pero tu empresa sí. No esperarán que trabajes mientras todo el mundo está de vacaciones.

—Sí, bueno, es verdad. Supongo que puedo tomarme un día libre. Medio día.

Dios existe.

—Estupendo.

—¿Vas a venir a Nueva York para un día? —me pregunta Wendy, suspicaz.

—Te echo de menos.

—Y tu visita no tiene nada que ver con Jeremy, ¿verdad?

Me ha pillado.

—¿Cómo sabes que ha vuelto?

—Me lo encontré en un restaurante japonés.

—¿Lo has visto y no me has dicho nada?

—No quería darte un disgusto.

¿Lo había visto y no me había dicho nada? ¿Cómo puede hacerme esto a mí?

—¿Un disgusto, cómo que un disgusto? ¿Con quién estaba? No me digas que iba con una sueca de metro ochenta. ¿Era guapa? No me digas que era guapa.

—Su novia tailandesa no ha venido con él. Iba con Rob, Jon y Crystal.

¿Crystal? A Jeremy siempre le había gustado Crystal.

—¿Iba con Crystal o iba con Crystal?

—Iba con un grupo. Ni siquiera lo vi hablando con ella.

Una vez Jeremy me dijo que Crystal Werner era muy mona. Espero que no esté con ella.

—Me da igual que haya vuelto.

Pero no es verdad. Estoy mintiendo y Wendy lo sabe.

—Puedes dormir en mi apartamento.

Sí, claro, no voy a quedarme en casa de Jeremy. Y tampoco voy a alojarme en un hotel. Los hoteles en Nueva York son carísimos de la muerte.

—¡Gracias, gracias, gracias!

—¿Vas a llamarlo?

—No. Nos encontraremos con él.

—Pero si no sabemos qué planes tiene.

—Tú te has encontrado con él una vez. Seguro que puedes hacerlo de nuevo.

¡Yupi! ¡Navidad en Nueva York!

Me alegra marcharme de Boston. Sam se va a Florida para estar con sus abuelos, Natalie y sus padres van a hacer un crucero por el Caribe y Andrew, como yo, estará en Nueva York.

—Bev va a llevarse un disgusto —dice mi padre, enfadado.

—Pero si os vi hace dos meses, papá… Y no he visto a Janie e Iris desde julio.

Soy la peor hija del mundo. Mi padre cree que voy a Virginia a ver a mi madre y mi madre cree que voy a Connecticut a ver a mi padre. Éste es el único beneficio de que tus padres no se dirijan la palabra.

A Tim tampoco le hace gracia que me vaya.

—¿Por qué no pasas las navidades conmigo? Me disfrazo de Santa Claus para visitar un orfanato.

Imaginar a Tim vestido de Santa Claus me pone. Quizá tiene que ver con eso de los uniformes. ¿Debería darle otra oportunidad? Después de todo, pájaro en mano (Tim) es mejor que ciento volando (Jeremy).

No.

Creo que Santa Claus necesita más ayudantes. No es capaz de hacer sonar las campanitas de mi trineo.

Ejemplo 1: La otra noche me trajo un osito de peluche con una tarjeta que decía: «Quiero darte un abrazo de oso».

Ejemplo 2: Después del email de Jeremy, le dije a Tim que tenía el período (y era mentira). Me asombró que no pareciese triste, me asombró que no recordase que lo había tenido dos semanas antes. ¿Los tíos no deberían recordar esas cosas?

Debo terminar con esta locura.

No me gusta romper con nadie.

¿Podría no devolver sus llamadas? ¿Eso está mal?

Ahora que lo pienso, nunca hemos hablado de nuestra relación como «una relación». Como yo nunca lo llamo «mi novio» (al menos, a la cara) y él nunca me ha llamado «su novia», técnicamente no somos pareja. Así que no tengo que dejarlo.

Muy bien. Hemos roto.