Estoy a punto de editar El jeque se enamora cuando veo que tengo un email. Más reuniones sobre los puntos y coma, seguro. Pero…
Jackie,
Te mando una foto de mi hermano Tim. Si estás interesada, dímelo y le daré tu número de teléfono. Julie.
¿Qué clase de horrible persona superficial cree que soy? ¿De verdad piensa que solo saldría con su hermano si es atractivo? ¿Y la personalidad, y la inteligencia? ¿El sentido del humor? ¿El dinero?
Abro el archivo anexo.
Es mono.
Y alto, le saca por lo menos dos cabezas a Julie. Parece una fotografía hecha en estudio, con el fondo azul. ¿Un regalo para sus padres? Yo siempre he querido hacerme fotografías en un estudio, pero mi padre se cree un gran fotógrafo y cuando era pequeña se pasaba el día haciéndome fotos. «Mira, Janie, se está riendo». Foto. «Mira, Janie, le ha salido un diente». Foto. Afortunadamente, mis padres se separaron cuando aún no me había comprado el primer sujetador.
No por nada, solo porque todas las fotografías salían sin pies o sin cabeza y no tengo ninguna decente.
En fin, a lo que íbamos, que el hermano de Julie está muy bueno. Tiene los hombros anchos y el pelo castaño que parece querer caerle sobre unos ojos de cachorro. Ven aquí, cachorrín. Aquí, aquí.
¿Por qué no me había dicho que tenía un hermano tan guapo? ¿Cómo se llamaba… ah, Tim? Timothy. Tim.
Pero si le digo ahora que estoy interesada en conocer a su hermano pensará que es solo porque lo encuentro guapo. ¿Qué digo, que no he podido ver la foto porque mi ordenador no funciona bien, pero estoy dispuesta a conocerlo de todas formas? Un momento, ¿por qué tiene tanto interés en presentarme a su hermano?
Bueno, será mejor no darle tantas vueltas. Contesto:
Querida Julie,
Puedes darle mi número.
Jackie.
Pulso enviar.
Me llama a las ocho en punto esa misma tarde. Asombroso. Completamente increíble. Le han dado hoy mi número y me llama hoy. ¿Lo ves? No todos los hombres son malos. Algunos hombres no se van a Tailandia a ligar con otras que no son su novia. O eso espero. Sería un horror que Tim tuviese novia, estuviera planeando un viaje a Tailandia o cantase durante una obra de teatro.
¿Y si quiere llevarme al teatro? ¿Y si compra entradas para El Apartamento? ¿Tengo que verla otra vez?
—¡Jackie! —grita Sam mientras yo estoy viendo un episodio de Ally McBeal—. ¡Es para ti!
—Di que me llamen más tarde.
¿Por qué tiene que llamar la gente cuando una está viendo la televisión?
Dos minutos más tarde grito:
—¿Quién era?
—Un tal Tim.
—¿Tim? ¿Por qué no me lo has dicho?
—Porque no querías ponerte.
—Pensé que sería Iris o mi padre.
—Bueno, llámalo. Me ha dado su número.
—¿Cómo era su voz? ¿Parecía que estaba bueno?
—¿Cómo suena un tío que está bueno?
—Eso da igual. ¿Tenía una voz rara?
—No.
—¿No puedes decirme nada más?
—Parecía amable.
Amable es mejor que grosero.
—Vale, lo llamaré… no, no puedo. ¿Y si contesta Julie?
—¿Vive con su hermana?
—Ni idea. ¿Qué hago?
—No sé. Pero si no le devuelves la llamada, puede que pase de ti —dice Sam.
Tengo una idea. Dejaré un mensaje. Las maravillas de la telefonía; puedo llamar y dejar directamente un mensaje en el contestador. Así no me arriesgo.
—Está llamando a los Mittman. Si quiere dejar un mensaje para Tim, pulse uno. Si quiere dejar un mensaje para Norman o Sandra, pulse dos.
Pulso uno.
—Hola, Tim. Soy Jackie, la compañera de Julie. Llámame cuando puedas. Adiós.
—¿Te ha gustado su voz?
—No, yo creo que era su padre.
—¿Su padre? ¿Vive en casa de sus padres?
—Eso parece.
Horror.
—¿Cuántos años tiene?
—Ni idea.
—¿Y cuántos años tiene Julie?
—No lo sé.
¿Y si Tim es Timmy? ¿Y si tiene dieciocho años?
—¿A qué se dedica? ¿En qué trabaja? —insiste Sam.
—No tengo ni idea.
Suena el teléfono.
—¿Dígame?
—Hola, ¿puedo hablar con Jackie?
—Soy yo.
—Hola, soy Tim. El hermano de Julie.
Tiene una bonita voz.
—Hola, Tim.
—Hola, Jackie. Me alegro de hablar contigo.
—Yo también.
—Parece que tú eres mi tipo —dice Tim entonces.
Me gusta. Es simpático.
—Pues no me lo habían dicho nunca.
—Por lo que dice mi hermana, debes de ser el tipo de todo el mundo: guapa, lista y simpática.
Dos puntos más para Tim. Y para Julie.
—Gracias.
—De nada. ¿Te apetecería tomar un café esta semana?
—Sí, claro.
Espero que no seas un tío raro.
—¿Te parece el viernes por la noche?
¿El viernes por la noche? El viernes es la noche de Orgasmo y como no eres nada seguro, querido Tim, no esperes que lo deje por ti. Además, ¿quién sale a tomar un café el viernes por la noche?
—El jueves me viene mejor.
—Si tú quieres… Lo que pasa es que me levanto a las cinco y media de la mañana.
¿Tan temprano? ¿Para qué se levanta tan temprano? ¿Trabaja en el mercado de abastos?
—¿Qué te parece el sábado?
—Estupendo. Te llamo el sábado por la tarde para que me des tu dirección.
Y viene a buscarme a casa. Este chico vale mucho.
—Muy bien. Hasta el sábado entonces.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
—¿Qué tal? ¿Te gusta su voz? —pregunta Sam.
—Sí, me gusta.
Vamos a Orgasmo el viernes por la noche. Fuimos quiero decir: Sam, Natalie y yo. Llevo una falda vaquera, una blusa blanca atada a la cintura, un sombrero tejano y las botas vaqueras de Sam. Estoy que rompo. Llevo dos coletas y me he pintado pecas en la nariz. No, no he decidido cometer un suicidio social, es una fiesta de Halloween.
Natalie no va disfrazada, ella es demasiado pija. Sam lleva unos pantalones de cuero que no la dejan respirar, un top negro, orejas de conejita y una colita redonda. Y como va disfrazada de conejita de Playboy, está ligando con todo el bar, incluido Andrew, que ha aparecido vestido de negro de los pies a la cabeza con un cartel al cuello que dice: Soy nihilista, todo me da igual.
Ben va vestido como el borracho del pueblo… aunque ésa es su vestimenta habitual. Cuando ve el disfraz de Sam, se vuelve loco.
—¿A mí ya no me haces caso? —protesto.
—Has sido reemplazada.
Al menos, es sincero. Le pone una mano en la cintura a Sam o, más bien, en el trasero y ella, ¿le da una bofetada?, ¿le llama la atención? No, se ríe como una tonta.
—¿Cómo es que no enseñas el piercing? —me pregunta Andrew.
—Porque no se lo enseño a todo el mundo.
—Yo lo he visto.
—Porque tú eres especial —rio yo, dándole un besito en la mejilla.
—Gracias, preciosa.
Poco después voy al lavabo con Sam.
—¿Qué ha pasado con Philip? —le pregunto.
—¿Qué ha pasado?
—¿No sigues saliendo con él? Te he visto ligar con Ben.
—Estoy soltera y pienso ligar con los que me dé la gana. Y Ben es guapo, pero eso no significa que vaya a acostarme con él, ¿vale, mamá?
¿Cómo es posible que Sam parezca tan madura de repente? Solo han pasado dos semanas y ya está ligando con todo Boston.
Tim me llama a las 3:00 para confirmar la cita. El Tim grande, mi padre, me llama para confirmar si voy a pasar la Navidad con ellos. Iris me llama poco después para preguntarme si puede pasar las navidades conmigo porque Janie no celebra la Navidad, pero le digo que voy a casa de mi padre.
—Muy bien. Ya está claro que quieres más a tu otra familia.
—Iris, no seas boba. Estuve dos semanas contigo este verano…
—Ah, ahora soy boba. Gracias. Muchas gracias —me dice antes de colgar.
Tim (mi cita, no mi padre) llama al portero automático a las ocho. Como no quiero hacer la cama ni recoger la casa ni presentarle a Sam le digo que bajo enseguida.
Es raro. Sam no ha vuelto a incordiarme con lo de limpiar la casa o quitar las cosas de en medio. Quizá la ruptura con Marc le ha hecho reevaluar su sitio en el mundo. O quizá está tan ocupada siendo una guarrona que no ha tenido tiempo de pensar en nada más.
Yo me pongo el atuendo de la primera cita, por supuesto. Pero me dejo el pelo rizado. No tiene sentido tirarme una hora con el secador porque igual no me gusta nada. Y es difícil quitarse de encima a un tío que está loco por ti.
Tim está de pie al lado de un coche muy largo de color azul claro, la clase de coche que Kevin Arnold hereda de su abuelo en Aquellos maravillosos años. Afortunadamente, él es más guapo que su coche. Y que Kevin. Me pregunto entonces si resultará duro para Julie ser la hermana fea. Claro que a lo mejor es la más lista.
Tim me sonríe o el tío que yo supongo es Tim me sonríe. Pero debe de ser Tim, a menos que tenga un hermano gemelo, claro. Aunque no se parece demasiado a la fotografía. Tiene menos hombros, pero la sonrisa es más bonita en persona.
En lugar de tomar un café, me invita a ver una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo. Tres puntos; uno por creatividad, otro por haber elegido el sitio y no decir: «¿dónde te apetece que vayamos?» y otro porque, evidentemente, le interesa la cultura.
Charlamos en el coche sobre Julie. Tengo ganas de preguntarle dónde trabaja, pero me da un poco de corte. No quiero que piense que estoy interesada en su cuenta corriente. Sin embargo… ¿y si se dedica al pomo duro? ¿No tengo derecho a saberlo?
Le pregunto de dónde es.
—De Boston.
—Ah.
No se tira una hora buscando aparcamiento, deja el coche delante de un parquímetro. Otro punto para él.
El museo está lleno de gente. Un sábado por la noche, ¿quién lo hubiera dicho? Parece que la cultura se lleva. Tim paga las entradas y, cuando una mujer que se parece a Helen nos ofrece auriculares (gratis, pero se apreciaría una donación al museo), yo le doy cuatro dólares. Es una inversión en mi futuro. Pero cuando me pongo los auriculares me doy cuenta de mi error. ¿Cómo voy a conocer a Tim si no puedo hablar con él?
Demasiado tarde. Una grabación nasal está ordenándome que mire el cuadro que hay a mi derecha. Horror. Con estos auriculares debo parecer la princesa Leia.
Debería haber pedido solo un par de ellos, así los habríamos compartido.
Vemos muchos cuadros abstractos y después me encuentro con un Gaugin cuyo título es: ¿De dónde venimos, adonde vamos, qué somos? Ésas son preguntas estupendas. ¿De dónde vengo? Ésa me la sé: de Danbury. Pero ¿qué soy? ¿Dónde voy? Ni idea.
Una hora más tarde, nos quitamos los auriculares.
—¿Te importa que pasemos por la tienda de regalos? —le pregunto—. Quiero comprar una litografía.
Por supuesto, la tienda está cerrada.
—¿Quieres que tomemos una copa? —pregunto, señalando la cafetería.
—La verdad es que he de irme. Mañana tengo que llevar a mi abuela al aeropuerto. Quizá podríamos vernos la semana que viene.
Oh, no. Quiero que se me trague la tierra. Me está dejando plantada con una excusa absurda. ¡Su abuela! ¿Qué pasa, no puedes levantarte con un poco de sueño? Yo voy por la vida medio en coma todos los días.
—Sí, claro.
¿Por qué no le gusto? ¿No soy guapa, no soy divertida?
Mira, chico, tú no estás mal, pero tampoco es como para tirar cohetes.
De vuelta en el coche del abuelo (que seguramente le ha robado a su abuela, a la que habrá dejado tirada en alguna cuneta), razono que puedo ponerme grosera y preguntar directamente a qué se dedica.
—Soy asistente social y trabajo en un instituto.
Ah, qué bien.
—¿Y por qué te levantas tan temprano? Los institutos no abren hasta las nueve.
—No, es que voy a correr todas las mañanas y después trabajo como consejero antes de que empiecen las clases.
—Ah.
En fin, que no es rico, pero tiene un trabajo socialmente interesante. Qué mala pata. Por fin conozco a un chico guapo, agradable, preocupado por los problemas sociales y… no le gusto.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Me deja en la puerta de casa.
—Te llamaré.
—Buenas noches —digo, controlando las lágrimas.
¿Por qué no le gusto? ¿Qué voy a decirle a Julie? Se sentirá incómoda conmigo a partir de ahora. No me hablará cuando nos encontremos por los pasillos de la editorial.
Adiós, mi agridulce Timmy.
Quizá debería haberme alisado el pelo.