CAPÍTULO XXXIV

Sobre las casas de oración de nuestra ciudad

Volvamos a la sinagoga. Como de costumbre, se reúnen las diez personas necesarias para el minyán[*] y rezamos en común. Con el tiempo, se unieron a nosotros varios comerciantes que acudían a la oración de la mañana para calentarse antes de ir a sus tiendas. Había días que los reunidos sumaban tres veces diez. Más adelante, empezaron a visitarnos también los del jasidím. Aquí, en atención a las capillas o sinagogas que había en nuestra ciudad, las de Stüblach, Schülelach, Kläusen y Kleislech, debo apartarme de mi tema.

En un principio, en todos los países de la Diáspora, a saber: Alemania, Polonia, Lituania, Bohemia y Moravia, se rezaba de acuerdo con los ritos askenazíes[*], transmitidos de padres a hijos. El orden de las oraciones había sido establecido por inspiración divina. Pero aunque el texto sea idéntico, las melodías son muy diversas, ya que unas fueron adoptadas en el monte Sinaí y otras fueron transmitidas por los mártires de Alemania. Cuando éstos eran arrojados a la hoguera por sus perseguidores, su alma, presintiendo la proximidad del Señor, entraba en éxtasis y ellos proferían himnos de alabanza y de acción de gracias. Ellos no se daban cuenta de que estaban cantando, pero su voz se hacía melodía; de ahí que los viejos recitadores asociaran la melodía con la oración. Y todo aquel que ora de verdad advierte cómo los sonidos se hacen canto aunque su voz no sea, en sí, hermosa. Y por eso, dondequiera que rece un judío, se reza la oración de todo Israel. Y hasta el mismo Cielo se atiene a la forma de orar de Israel, pues está escrito que: «Los Cielos anuncian la Gloria del Padre Eterno y el firmamento narra la obra de Sus Manos».

¿Y cuál es la obra de las Manos del Santísimo, alabado sea? Es Israel, sobre el que dice la Escritura: «Él te hace y Él te erige». Cuando los que habitan allá arriba advirtieron esto, cayeron en el error de creer que los días del Mesías estaban cerca y revelaron a unos elegidos de la raza secretos de la oración, de su significado y de su asociación, con el fin de que éstos pusieran mayor empeño en sus preces y de este modo acercaran el final. Pero todavía no había sonado para Israel la hora de la redención, los corazones se confundieron, creyeron que la redención llegaba por medio del castigo y muchos pensaron que su redención estaba en el dolor; abandonaron las costumbres y adoptaron nuevas costumbres y también nuevas formas de rezar. Las puertas del Cielo se estremecieron y la oración se perdía al llegar a ellas. Y de no ser por la intervención del Maestro del Santo Nombre —¡bendita sea su memoria!— y sus elegidos, quién sabe —¡Dios nos libre!— lo que habría sido de nosotros.

También él modificó en parte nuestros textos, ajustándolos a los de los sefardíes expulsados de España, descendientes de los más ilustres miembros de la rama de Judá. Él vio que nos acercábamos a nuestro fin y que volvería a levantarse el reino de la Casa de David y por eso dispuso que se rezara como había rezado el rey David, que en paz descanse, del mismo modo que los súbditos ajustan sus actos a los de su rey.

Cuando el Maestro del Santo Nombre murió, y después de él, sus santos discípulos, los discípulos de éstos y los discípulos de los discípulos de éstos se dividieron y cada una de las sectas invocaba al Maestro del Santo Nombre y a sus santos discípulos e introducía cambios en la oración y en la melodía; muchos adornaban el rezo con cantos pastoriles, diciendo que lo hacían en memoria del rey David, de quien procedían tales cantos; sólo que ahora habían sido adoptados por los infieles; muchos danzaban mientras rezaban, o daban palmadas o se golpeaban la cabeza contra la pared, para ahuyentar los pensamientos que les distraían de la oración; muchos intercalaban en la oración palabras carentes de significado, que sólo sirven para interrumpir. Por ejemplo: «Padre dulcísimo». Y testigos dignos de confianza dicen que sus padres les contaban lo que habían oído de labios de sus padres, y éstos de los suyos, y así hasta llegar a los más viejos de la raza, que algunos miembros de su secta gritaban: «Danos el fuego» o «Inflama mi corazón para que te sirva, Señor», al invocar el Santo Nombre.

También en nuestra ciudad de Szybuscz había algunos hombres que así actuaban. Los jefes de la comunidad se reunieron en consejo y acordaron expulsarlos. Por ello, decidieron edificar su propia capilla, llamada por ellos casa de los jasidím, y por el resto del pueblo «Lezim-Schülchen» o el templo de los bromistas.

Del mismo modo que aumentaba el número de los adeptos de saddiquím, aumentaba también el de los jasidím. Con el tiempo, los jasidím de Kossow de nuestra ciudad se hicieron fuertes y se construyeron una capilla, y es la capilla de Kossow, situada en la Königstrasse, cerca de la fuente en la que el rey Sobiesky de los polacos se detuvo a beber a su triunfal regreso de la guerra, y de la que nosotros sacábamos el agua para amasar el pan ácimo.

Cuando el rabino de Kossow murió, su hijo mayor pasó a ocupar su puesto y el más joven se trasladó a Wischnitz y fijó allí su sede. Los jasidím de Kossow no constituían un grupo unido y los hijos no se unieron ni a uno ni a otro grupo. Aparte del rito sefardí en la oración, no conservan ninguna de las costumbres de los jasidím.

Con el tiempo, fueron llegando a Szybuscz hombres nuevos, yernos jasidím que venían a vivir a casa de sus suegros, también jasidím, y otras gentes de la misma tendencia. Todos iban a rezar a la capilla de Kossow, pues ellos oran según el texto sefardí.

Había en nuestra ciudad otro punto de reunión de los jasidím, la «Capilla Nueva», nueva en comparación con la «Capilla Vieja», y allí oraba el gran rabino, un hombre muy piadoso que, además de sus profundos conocimientos de la Ley, estaba también muy versado en la Cábala[*]. Los más ilustres doctores de la Ley solían consultarle sobre las nuevas aplicaciones de la Doctrina, y todos los judíos que a él acudían en demanda de ayuda se beneficiaban de sus buenos consejos. (El rabino autor de Las salvaciones de Jacob dijo de él, en tono de broma: «Demos gracias al Santo Nombre de que el gran rabino tenga simpatías por el espíritu de los jasidím; de lo contrario, no habría lugar para nosotros en la sinagoga, ya que con su sabiduría nos hubiera desplazado a todos»). Aquel piadoso rabino no dejó discípulos que pudieran comparársele y, al morir él, su capilla se convirtió en punto de reunión para los buenos padres de familia judíos que oraban según el rito sefardí, igual que sus padres, pero que, a diferencia de sus padres, no se sentían inclinados hacia los jasidím. En esto reside la fuerza de Szybuscz, que lo nuevo pasa pronto y la gente vuelve a las viejas costumbres, si exceptuamos el rito sefardí para la oración, que ha quedado profundamente arraigado.

Aunque en la capilla dejó de manifestarse el jasidismo, todavía quedaban algunos de sus partidarios, pero cada vez eran más escasos y no levantaban la cabeza. Si uno de ellos empezaba a bailar o a dar palmadas durante el rezo, inmediatamente era llamado al orden: «Esto es un lugar santo, no un sitio de diversión». En cierta ocasión, unos padres de familia judíos encontraron en la capilla huesos de pato, después de que los jasidím habían celebrado allí una cena de Luna Llena. Todos se indignaron ante el sacrilegio. ¿Habían tomado la capilla por una taberna?

Por aquella época, el Saddiq de Rusyn adquirió la hacienda de Potik, cerca de Szybuscz, y se la dio a su hijo, el Saddiq, como residencia; más adelante, éste se trasladó a Czortkov y fue conocido en todo el mundo como «el de Czortkov». Varios ciudadanos de Szybuscz se unieron a él y alquilaron un local. Una parte de los jasidím que quedaban en la capilla se fueron también con ellos. Con el tiempo, el local se hizo insuficiente, por lo que tuvieron que construirse una ermita, la «Ermita de Czortkov». Las gentes que la frecuentaban eran agradables y de buenos modales; la mayoría poseían amplios conocimientos de la Ley y observaban buenas costumbres; sabían cantar y su oración sonaba bien, no era estridente como las de otros jasidím, ni monótona como la de sus contrarios, sino como la de los jasidím de Rusyn que se dan perfecta cuenta de ante quién se encuentran. Y, al igual que su oración, también su aspecto era cuidado, no llevaban el pelo y la barba enmarañados, ni iban descamisados, como los de Belz, sino bien peinados, con la barba arreglada y el cuello cubierto. Igual que su aspecto era su modo de hablar: sosegado y sin estridencias. Se dedicaban al comercio, estudiaban la Ley y en los días de fiesta celebraban una comida en la ermita a base de nueces y vino, bailaban y cantaban: «Tú nos elegiste…». Durante el invierno, los sábados por la noche, después de la cena, se sientan todos juntos, beben cerveza, comen legumbres con pimienta, cantan: «Ellos se alegran en Tu Reino» y cuentan historias sobre la Torá. Y el día de la conmemoración de algún Saddiq, preparan un banquete con carne y vino, con bailes y cantos. Los sones de la fiesta atraen a otras gentes que acuden al local y se quedan asombrados mirando cómo bailan aquellas personas piadosas. Mientras están allí, embobadas, uno de ellos coge de la mano a un espectador, lo atrae al círculo y baila con él hasta que éste, entusiasmado, decide unirse al grupo de Czortkov.

No todos los que estaban en la fiesta pertenecían al grupo de Czortkov; algunos eran del de Sadigora, Husjatin, Wischnitz, de Otonia o de otros que no habían tomado parte en la polémica. Los jasidím de Sadigora y de Husjatin eran considerados iguales a los de Czortkov, ya que el rabino de Sadigora y el de Husjatin eran hermanos del de Czortkov. Los de Wischnitz y Otonia eran considerados inferiores; aunque los rabinos de estos lugares eran parientes del de Czortkov no contaban con la aprobación de éste. Menor todavía era la consideración que se otorgaba a los miembros de los restantes saddiquím, que no tenían ningún parentesco con los de Rusyn y eran tratados como hijastros de Dios. En las peregrinaciones y en las grandes solemnidades en las que todo el que es llamado a la Torá manda decir una bendición para el de Czortkov y su descendencia y para sus piadosos hermanos y su descendencia, los de Czortkov no consentían que se dijeran bendiciones para ninguno de aquellos rabinos. Porque los de Czortkov descendían de la Casa de David, y si los tiempos hubieran sido mejores ellos hubieran tenido que ser reyes de Israel y no les parecía bien que un plebeyo fuera nombrado al mismo tiempo que el rey. Pero muchas veces, en la conmemoración de su rabino, el recitador no se negaba a decir la oración del Tajnún[*].

Había entre los de Czortkov un jasidista de Wischnitz, un hombre enérgico y muy bien dotado. Él y sus nueve hijos construyeron una ermita. Es la «Ermita de Wischnitz» y está situada detrás de la carnicería, junto al estanque negro. Los otros jasidím que en la ermita de Czortkov se sentían postergados, empezaron a frecuentarla, lo mismo que otros que no eran admitidos en Czortkov porque sus rabinos habían participado en la célebre controversia. Pero aquí tuvieron que enfrentarse con la misma actitud que se les opusiera en la ermita de Czortkov. Los de Wischnitz los trataban como a intrusos, igual que a ellos los de Czortkov. Unos volvieron a sus lugares de origen y otros siguieron soportando sus penas en silencio.

Cuando se dividieron, la ermita hubiera tenido que perder vitalidad, pero no fue así, pues una parte de los de Czortkov que se habían casado con mujeres de Szybuscz iban a rezar a la capilla de Czortkov, y es bien sabido que todo jasid de Czortkov ha de buscar marido para sus hijas entre los jasidím de Czortkov. Éste se sienta a la mesa de su suegro, no tiene que preocuparse por su manutención, acude a la capilla y estudia la Ley con el espíritu sereno. En las noches de invierno, cuando, con el cirio en la mano, elevaban sus voces en la oración, mientras en sus pechos relucían las cadenas de oro, los vecinos veían en ellos la imagen viva de sus sueños. Y todos decían: «¡Qué bendición sería que nuestros hijos se parecieran a ellos!».

Pero el deseo de los vecinos era vano, pues no había nada que desear. Las instituciones de enseñanza pública habían abierto un gran boquete en la Ley y ni siquiera nuestra vieja sinagoga, en la que se proseguía con ahínco el estudio de la Ley, daba nuevos frutos de sabiduría. Los doctores estudiaban, sí, pero no conseguían profundizar en la Torá, pues su entendimiento no se desarrollaba, al faltarle la savia de los jóvenes. ¿Y por qué les era dado a los jasidím tener hijos y yernos instruidos en la Torá y a éstos no? Porque las gentes de nuestra vieja sinagoga se inclinaban hacia la investigación, pues decían que la Doctrina y la ciencia estaban estrechamente unidas y aquél a quien le faltaba una le faltaba la otra; y cuando los Institutos de enseñanza pública de Israel abrieron sus puertas, ellos enviaron a sus hijos a la escuela, para que prosiguieran el estudio de la Doctrina científicamente. Pero, una vez en las Universidades, los hijos no volvieron a las sinagogas, sino que se hicieron abogados, médicos, farmacéuticos, contables o, simplemente, hombres sin Doctrina y sin ciencia. Por su parte, los jasidím, que se burlaban de las ciencias temporales y se mantenían alejados del racionalismo, no mandaron a sus hijos a los centros de enseñanza pública y la mayoría de los muchachos permanecieron junto a sus padres. Y cuando el jasidismo inició su declive, la Torá lo restauró; y, a su vez, el jasidismo fue apoyo de la Torá, pues de él salieron los mejores recitadores y maestros. Y hasta los rabinos, recitadores y maestros que, en el fondo, no sentían inclinación hacia él, se sometían a los saddiquím de su generación, pues ningún rabino o maestro que no se sometiera a un Saddiq encontraba lugar en la comunidad.

Hay algo más que decir de nuestra congregación: acerca de los viajes que hacíamos a Czortkov, dos o tres veces al año, para ver a nuestro rabino. El que ha estado en Czortkov conoce Czortkov; el que no ha estado, ¿dónde está la lengua que puede hablarle de allí? Aparte de que allí nos era dado gozar de la presencia del Saddiq, teníamos ocasión de hablar con jasidím de todos los países y nos enterábamos de lo que pasaba en la Diáspora. A veces, se concertaban matrimonios y de este modo entraban en nuestro grupo nuevos elementos, hasta el punto de que en la ermita no había lugar para más y, de no haber estallado la guerra, hubiera sido necesario ampliarla.

Hay algo más que decir de nuestra congregación: acerca de los conocidos que, con motivo de un viaje a Czortkov o de su regreso de allí, iban a hacernos una visita. El visitante trata a todos con deferencia, trae una nueva melodía, cuenta lo que ha visto y lo que ha oído. La charla del viajero da aires de fiesta a la jornada de trabajo. A veces, los ojos del forastero se fijan en un joven estudiante de la Torá que le parece bien para marido de su hija, extiende el contrato de matrimonio y ofrece una comida al jasid.

Más arriba se dice que solían referirse historias de saddiquím. Para evitar que caigas en un error, añadiré que en las narraciones nunca se mencionaba a los rabinos muertos, ni siquiera al Maestro del Santo Nombre, de santa memoria. Ocurrió en cierta ocasión que uno de los ancianos de nuestro pueblo fue reducido al silencio por haber referido un hecho del Maestro del Santo Nombre. Uno de los iniciados dijo: «Si eso fuera cierto, estaría en el Libro de Alabanzas del Maestro del Buen Nombre[*]». Y los jasidím sonrieron, pues a sus ojos este libro no era auténtico.

Todas las conversaciones de los jasidím de Czortkov se referían exclusivamente a los antepasados del rabino de Czortkov, a sus hermanos y a él mismo. Cómo se abría la puerta de su habitación, cómo se sentaba en su sillón, cómo echaba la cabeza hacia atrás, quiénes se hallaban presentes en tal ocasión, cómo entraba en la capilla en la Noche de la Expiación y rezaba el «Escúchanos». Puede que a tus ojos estas cosas carezcan de importancia; pero todos los de Czortkov saben que hasta los menores movimientos de aquel hombre justo constituían méritos para nuestra salvación, en este mundo y en el otro.