CAPÍTULO XXVII

El niño enfermo

Todo el tiempo que permanecí en casa de los Bach, el niño estuvo mirando su libro de grabados, sin preocuparse de mí. De pronto, me preguntó:

—¿Tú vienes de la tierra de Israel?

—Sí, guapo, de allí vengo.

—¿Has estado en Jerusalén? —siguió preguntando.

—Sí, he estado en Jerusalén —respondí.

—¿Conociste a mi tío Yerujam?

—No; no lo conocí.

—¿Por qué no?

—Porque nunca nos encontramos.

—¿Por qué?

—Porque tu tío vivía en un sitio y yo en otro.

El niño me miró extrañado y dijo:

—Pero en la tierra de Israel todos los judíos viven juntos.

—Sí, cariño; todo el pueblo de Israel vive junto, pero aun así no se conocen todos entre sí, pues los pueblos están lejos unos de otros y el que vive en uno no puede ver a los que viven en otro.

—¿No se ven?

—No; porque la distancia se lo impide.

—Entonces, ¿por qué lo veo yo?

—¿A quién ves tú, mi cielo? —pregunta la madre del niño.

—A mi tío Yerujam —responde él sonriendo.

—¿Que tú lo ves? —pregunta la madre, asustada.

—Sí, madre; lo veo.

—¿Cómo lo ves? —pregunta entonces el padre—. ¿En sueños?

—Sí, en sueños, y también cuando estoy despierto. Siempre lo veo. Antes de que llegase este señor, vi al tío Yerujam limpiándose las botas con betún marrón.

—¿Con betún marrón? —preguntó Erela, sorprendida.

—Sí, Erela, se limpiaba las botas con betún marrón.

Ella se quitó las gafas, las limpio y volvió a preguntar:

—¿Y por qué precisamente con betún marrón?

—Para limpiar la sangre que le goteaba del corazón —respondió su hermano. Y, dirigiéndose a mí, añadió—: ¿Sabías que a mi tío lo mataron? Un árabe lo mató. ¿Por qué? Era muy bueno. Una vez me regaló un soldado de azúcar, montado en un caballo de azúcar y con una lanza de azúcar en la mano. ¡Estaba más dulce el soldado! Pero no creas que me lo comiera. No me lo comí a pesar de lo dulce que estaba. Sólo lamí un poco las herraduras del caballo y también la lanza. ¿Conoces a mi abuelo?

—Sí; a tu abuelo sí lo conozco.

—Se ha ido a Jerusalén —dijo el niño.

Daniel le acarició las mejillas y dijo:

—Sí, cariño, se ha ido a Jerusalén.

—¿Y allí ve al tío Yerujam? —preguntó el niño a su padre.

—¿Cómo va a verlo, si el tío Yerujam ha muerto? —dijo el padre.

—¿Cuando uno se muere nadie lo ve? —preguntó el niño.

—No, mi vida; entonces nadie lo ve.

El niño guardó silencio un momento. Luego, dijo:

—¿Por qué no se murió el árabe? Si mató al tío, es un mal hombre. ¿Qué quiere decir «muerto»? ¿Todos los que no podemos ver están muertos?

—Unos están vivos y otros están muertos —le dijo su madre.

—¿Y cómo sabemos quién está vivo y quién está muerto? —preguntó el niño.

—No hables de los muertos, tesoro.

—¿Por qué no?

—Podrían aparecérsele en sueños.

—¿Cuando los vemos están vivos? ¿Se ha muerto también Yerujam Freier, madre?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque no lo veo.

—Claro que no lo ves. Como no viene a nuestra casa… —dijo la madre.

—¿Por qué no viene ya a nuestra casa?

—Porque se encuentra mejor en otro sitio —suspiró la madre.

—¿Qué quiere decir «otro sitio»?

—Quiere decir fuera de aquí.

—¿Y yo tampoco estoy aquí? —preguntó el niño.

—Tú sí, mi vida, tú sí, tesoro. Tú estás aquí, tú estás aquí.

—¿Y por qué estoy aquí y no en otro sitio? —preguntó el niño.

—Porque estás un poco malito y no puedes andar —respondió la madre.

—¡Ahora lo sé! —dijo el niño.

—¿Qué sabes, mi rey?

—Por qué vienen a mi todos los lugares.

—¿Qué quieres decir con eso de que todos los lugares vienen a ti? —preguntó Erela a su hermano.

—Empiezan a moverse y vienen hacia mí y yo voy hacia ellos; no voy sobre mis pies, sino con todo el cuerpo. A veces, me caigo de una montaña muy alta, muy alta y voy rebotando y rebotando cada vez más abajo y de pronto estoy en un río en el que nadan muchos, muchos peces, peces que no tienen cabeza, sino una gorra de soldado. Madre, cuando sea mayor, hazme un macuto y me iré a la guerra. Padre, ¿todos los soldados tienen una pata de palo?

La madre suspiró y dijo:

—Cierra los ojos, hijo, ya es hora de dormir.

—Tengo miedo de dormirme, madre —dijo el niño.

—No tengas miedo, tesoro. Reza el «Escucha, Israel». Tienes las manos limpias, con que di: «Escucha, Israel, Yahvé nuestro Dios es el único Dios». Y ahora, buenas noches.

—Buenas noches a los buenos.

Su madre le dio un beso y le dijo:

—Buenas noches, tesoro.