CAPÍTULO XX

Nuestros compañeros de la Diáspora[*]

Puesto que nos encontramos en la casa de la Asociación quisiera decir unas palabras sobre ella. La casa de la «Asociación Gordonia» es la denominación que se da a una sola habitación. Se sube por una simple escalera de madera. Las ascensión no es difícil, sólo hay cinco peldaños y, además, son muy bajos; pero el último baila y hay que procurar no asustarse, pues con el susto empieza la caída. Por lo visto, la escalera no fue hecha para esta casa, sino que procede de alguna otra y hubo que añadirle un peldaño, que es el que baila.

La habitación es más larga que ancha y tiene ventanas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales; pero no entra luz, ya que la ruina de lo que fue la casa del propietario la tapa. El local en el que nuestros camaradas se instalaron no es una casa propiamente dicha, sino una edificación que en principio estuvo destinada a almacén. Antes de la guerra, nuestra ciudad era el centro comercial de la comarca y los comerciantes edificaban almacenes para sus mercancías. Cuando el enemigo destruyó la ciudad y saqueó los almacenes, la mayoría de estos locales se convirtieron en viviendas y uno de ellos pasó a ser la sede de la «Asociación». Y a pesar de todas sus ventanas era como un ciego que nunca hubiera visto la luz.

Y puesto que hemos empezado ya a hablar con imágenes, sigamos haciéndolo: la casa de la «Asociación» era como un ciego, pero en los ojos de nuestros camaradas se reflejaba la luz de la tierra de Israel que todos ansiaban ver algún día.

Gentes piadosas de este país que han levantado sinagogas y están orgullosas de ello dicen que cuando se nos manifieste el Mesías primero irá a sus sinagogas. Estos muchachos de aquí, por su parte, no piensan que el Mesías venga primero a verles a ellos; ni siquiera lo mencionan. Pero todos sus pensamientos giran en torno a su partida hacia Israel y al trabajo que harán allí. No sé qué actitud merece elogio: si la de las piadosas gentes de la Diáspora que quieren atraerse al Mesías al extranjero o la de estos jóvenes que desean ir a la patria para preparar su venida.

Estos jóvenes están bien enterados de lo que ocurre en el país, pero no nos entendemos. Incluso a veces con una misma palabra nos referimos a cosas diferentes. Por ejemplo, cuando hablo de Gordon me refiero a nuestro gran poeta Yehudá Leib Gordon[*] y ellos se refieren a Aarón David Gordon[*]. Yo pertenezco a una generación de filósofos de manos débiles y grandes pensamientos y ellos son hombres de acción para quienes hacer es antes que pensar. Mi Gordon —me refiero a Yehudá Leib Gordon— fue un filósofo, y el Gordon de ellos —Aarón David Gordon— tradujo los pensamientos de aquél en obras; es decir, hizo realidad lo que el otro había escrito. Aparentemente, yo tendría que alegrarme de ello, pero no es así. No porque el pensamiento sea más importante que la obra, sino porque…, pero será mejor que lo explique con un ejemplo, aunque no es un ejemplo que se ajuste perfectamente al caso. Es como el arquitecto que pide piedra y le traen ladrillos; él quería levantar un palacio y los otros se conforman con construir una sencilla vivienda.

Olvidando mi apetito, me senté en la «Asociación». En primer lugar, porque había prometido a sus miembros hacerles una visita y, en segundo lugar, porque había periódicos de Israel.

Los leí sin saltarme ni una línea. Personas de las que me mantuve alejado mientras estuve allí y cuyos nombres aparecían en los periódicos, cobraban de pronto gran importancia para mí. Leía con gran interés la noticia del viaje de tal o cual funcionario a Haifa o a Tal Yizreel. Leí discursos enteros de personas cuyo sólo saludo me aburría.

No cabe duda: en Israel pasan cosas importantes; pero cuando abro un periódico sólo encuentro cosas pequeñas, como el viaje de ese individuo a Haifa, a Tal Yizreel o a cualquier otro sitio. Dejo un periódico y cojo otro. ¿Qué dice el otro? Que el personaje en cuestión regresó de su viaje a Haifa o a Tal. Indudablemente, era necesario dar esta noticia, después de haber informado que había emprendido el viaje; pero si nunca se hubiese hablado de tal viaje, no habría hecho falta mencionar el regreso.

De todos modos, también hay noticias más importantes; pero los periódicos acostumbran a silenciar lo importante y sólo hablan de lo que no lo es. Si uno no lee nunca el periódico, también puede enterarse oportunamente de cosas que preferiría ignorar.

Para hacer los honores a la nueva cerradura, se congregaron en el local la mayoría de los socios de la «Asociación». Se alegraron de verme allí sentado. En varias ocasiones me habían invitado a visitarles y a pronunciar una conferencia, cosa que yo había eludido hasta el momento, pues ¿qué va a decir a los demás un hombre que no sabe ni qué decirse a sí mismo?

Antes de trasladarme a la tierra de Israel, había pronunciado conferencias, pero desde entonces procuraba evitar hablar en público. Me comparaba con el viejo rabino que durante toda su vida deseó haber rezado una oración con absoluta perfección; cuando llegó a la tierra de Israel vio las cosas con más claridad y desde entonces deseó poder decir bien aunque no fuese más que una sola palabra.

—¿Cómo puede ser que una persona que viene de la tierra de Israel no nos dé una conferencia? —se preguntaban.

—Precisamente por eso: porque todos los que de allí vienen dan conferencias —les respondí—. Desde cierta ocasión…, si queréis oír la historia os la contaré. El mismo año en que llegué a Israel fue fundada una nueva colonia obrera. En la ceremonia de la colocación de la primera piedra se pronunciaron discursos. Había treinta y seis oradores. Quizás alguno tuviera algo nuevo que decir y cuando le llegaba el turno no lo recordaba y por eso repetía lo que acababa de decir su predecesor. Al final, me era imposible recordar algo de lo dicho; con su aparición, cada uno borraba las palabras del que le había precedido.

Cuando los de la «Asociación» comprendieron que no iba a darles ninguna conferencia, me pidieron que les contara algo de la tierra de Israel.

—¡Vamos, hombre! ¿Habéis visto que un joven que quiere a una chica cuente cosas de ella a los demás? Si queréis, os hablaré de la primera «Asociación Sionista», que fue fundada en un tiempo en el que vuestros padres y yo éramos jóvenes.

El ideal sionista era muy elevado y estaba muy alejado de la acción. La conquista de las comunidades predicada por Nordau[*] en los congresos no era viable en Szybuscz, cuyos ciudadanos no eran hostiles al sionismo. Al contrario, algunos venían a la «Asociación», a leer el periódico o a jugar al ajedrez. Una vez al año, invitábamos a un conferenciante. Cuando no intervenían los socialistas para molestar, todo iba bien; pero cuando intervenían y molestaban, ya no iba tan bien. Organizamos también una fiesta macabra en Janukká, con discursos y declaraciones, y una niña recitó «Aún no se ha perdido la esperanza» y los periódicos hebreos hablaron de ello. Sé que lo que estoy diciendo no interesa más que a uno, al que habla y que lo cuenta más para sí que para los demás.