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EL FINAL

Pujol dejó de ser Garbo en cuanto redactó sus notas sobre la reunión con los hombres de la Abwehr. Y, tras despojarse del personaje que había encarnado durante los cuatro años anteriores, también quería deshacerse de su ambiente. Decidió irse de Europa. «Temía la venganza de los alemanes. Pensarían que yo había sido uno de los mayores traidores.»[1]

El MI5 le dio a Pujol la mitad del dinero que la Abwehr le había pagado por espiar en Inglaterra; fueron 17.554 libras (aproximadamente, un millón de dólares en la actualidad), y aún le ofrecieron más de sus propios fondos, pero no lo quiso aceptar.[2] Tampoco aceptó el puesto de trabajo que el MI5 le ofrecía, en una compañía de seguros llamada Eagle Star. Araceli y él (el matrimonio pendía de un hilo en esos momentos) se irían a Venezuela con sus dos hijitos. Harris y Anthony Blunt prepararon una tapadera para su amigo: Pujol se trasladaría a Caracas y se anunciaría como experto en arte y representante de obras de maestros españoles: Goya, Velázquez y El Greco. La familia hizo el viaje y se instaló en una casa lujosa de la Avenida de Bolivia. Harris proporcionó a su colega de conspiraciones varios cuadros de su propia colección para que los vendiera, por ejemplo, al Gobierno venezolano, y se pudiera crear un museo nacional de arte.[3]

El plan empezó mal. El encargado de negocios de la embajada española en Caracas vio en el periódico el anuncio de la llegada de Pujol a la capital —con sus valiosas obras de arte— y comunicó al Gobierno español que posiblemente se pusieran a la venta objetos del «tesoro artístico español sacado de España durante la guerra civil».[4] Se abrió una investigación. En una visita que Araceli hizo a Lugo, un investigador de Seguridad informó sobre su presencia: «Esta señora está llamando extraordinariamente la atención, por sus extravagancias y el género de vida que lleva. Frecuenta las sociedades de recreo, procurando alternar con lo más selecto, viste elegantemente y adopta gestos para atraerse las miradas de cuantas personas estén a su lado». Araceli tenía un «espléndido automóvil» y aparentemente nadaba en la abundancia, pero su marido «no aparece por ninguna parte».

Más adelante, Desmond Bristow afirmaría que el plan de Pujol y Harris consistía en vender obras maestras falsas en Caracas, falsificaciones que colocarían a coleccionistas latinoamericanos confiados, pero no existen pruebas que lo demuestren. El Gobierno español no encontró nada sospechoso en los negocios de Pujol y Harris y cerró la investigación.

Pujol se cansó de Caracas al cabo de dos años. Trasladó a la familia a Valencia, a tres horas de la capital, y compró una granja grande. El que había sido avicultor invirtió 100.000 bolívares, procedentes de su labor con el MI5, en equipar la granja y dotarla de instalaciones modernas alrededor de la regia mansión rural.[5] «Nunca se había visto en Venezuela nada igual —dice su hijo—. Contaba con lo último en tecnología y sistemas de riego».[6] Pero en 1948 hubo protestas por todo el país cuando un grupo dirigido por Carlos Delgado Chalbaud, ministro venezolano de Defensa, derrocó al Gobierno electo e instaló en su lugar a una junta militar. Los terratenientes ricos se convirtieron en objetivos de la junta; atacaron y destruyeron la hacienda que tenía Pujol en Valencia. Lo obligaron a vender la propiedad, por la que sólo le dieron 25.000 bolívares, la cuarta parte de lo que había invertido.[7]

Pujol estaba desolado: primero Franco, después Hitler y ahora Chalbaud. «Era como si los dictadores [Franco, Hitler, Chalbaud] me persiguieran.»[8]

Ese mismo año, Araceli lo dejó y volvió a España con los niños, incluida María, la recién nacida.

Cuando un matrimonio rompe, siempre hay dos versiones de los acontecimientos. Unos dicen que Pujol mandó a Araceli a casa de visita y que la «abandonó» allí sin el menor escrúpulo.[9] Así lo veía, sin duda, Desmond Bristow, oficial del MI6. En cambio, la familia de Araceli cree firmemente que fue ella quien tomó la decisión. Era sofisticada y ambiciosa y aborrecía la vida de la granja y los lugares apartados. No veía futuro para ella en Valencia y, después de haber sacrificado las relaciones con su familia durante la segunda guerra mundial, no deseaba volver a hacerlo. Hacía tiempo que se había roto la confianza entre Juan y ella y, por lo tanto, es probable que se marchara por voluntad propia, llevando consigo a los dos niños y a María, la pequeña recién nacida.

Fue una ruptura amarga y profunda. Cuando Araceli llegó a Madrid, Pujol escribía a los niños de vez en cuando, pero, con el tiempo, dejó de hacerlo.

Pujol siguió solo su camino. Araceli luchaba por hacerse una nueva vida en Madrid, trabajando de traductora y guía turística. Arrendó una pensión cerca de la embajada británica y empezó a alquilar habitaciones a los diplomáticos; el MI5 no la había olvidado por completo y el Gobierno británico le mandaba inquilinos para ayudarla a sobrevivir. El dinero escaseaba, los bailes, fiestas y vestidos de noche de Caracas eran ya recuerdos lejanos. «Cuando acabó la guerra española —diría unas décadas más tarde en una extraordinaria carta dirigida a sus nietos—, comenzó la europea y cuando terminó la europea comenzó la guerra particular de vuestra abuela, la lucha contra el abandono, la miseria y el hambre y, por si fuera poco, con dignidad de señora, que obliga y condiciona a morir…, antes que pedir. Me abandonó el marido, me abandonó el dinero, la posición social, […] pero hubo algo que no me abandonó, la alegría, el ansia de vivir y la tendencia a cerrar los ojos a lo negativo para proyectarlos hacia un porvenir que se me antojaba luminoso y que efectivamente lo era.»[10]

En 1949, un año después de que Araceli se fuera de Venezuela, el embajador británico en España la llamó para darle noticias oficiales: Juan Pujol había fallecido de malaria en Mozambique (África oriental).[11] No se sabía a ciencia cierta a qué se dedicaba allí: tal vez buscara su camino en otras tierras, tal vez hubiera ido en pos de una fortuna como la que había perdido en Venezuela.

Araceli era viuda. Pujol, a quien antaño consideraba su «destino», había muerto.

No hay constancia de los sentimientos que le pudo despertar el fallecimiento de su primer amor. ¿Lamentaría la triste separación? ¿Se alegraría tal vez de no haberlo acompañado en su última y fatal misión? No se sabe: Araceli guardó esos sentimientos para sí. Tardaría muchos años en volver a hablar de Pujol.

A base de trabajo, y gracias a su fortaleza y a su notable personalidad, logró levantar cabeza.[12] Empezó a trabajar en una tienda de recuerdos que pertenecía a un judío estadounidense expatriado, Edward Kreisler, que había sido el atractivo doble de la estrella de cine mudo Rodolfo Valentino en las escenas de riesgo. Poco después empezó a hacerle también de traductora y secretaria. Se enamoraron y se casaron en Gibraltar en 1958. En Madrid, Araceli ayudaba a Kreisler a llevar la tienda, que tuvo un éxito fabuloso; después ampliaron el negocio al arte español con la galería Kreisler, que fue una de las primeras del país en dedicarse a la venta de arte, y Araceli se encontró por fin en el centro de la alta sociedad española. En su casa de la calle Pedro de Valdivia, número 8, recibió a Charlton Heston, Sophia Loren, Frank Sinatra y Roger Moore, y participaba en la galería colaborando en la búsqueda de los pintores jóvenes más destacados. Kreisler, que tenía buenos contactos en la embajada de Estados Unidos, empezó a participar en la política española; después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, actuando de mediador, logró reunir a dos facciones de la derecha en un hotel madrileño de moda, en un vano intento de reconducir a España por la senda de la democracia plena. El sueño de Araceli —amor, familia, riqueza, fiestas, glamur— por fin se había hecho realidad.

Cuando le preguntaban por Pujol y por esa etapa de su vida, guardaba silencio y después decía: «¡Ay, si yo pudiera hablar!».[13] Empezó a escribir las memorias de sus aventuras con su amigo, el escritor Raúl del Pozo —quien confiesa que estaba medio enamorado de ella, a pesar de los setenta y pico años que tenía Araceli entonces—, pero el proyecto no prosperó. Araceli tenía unas cuantas historias fabulosas que contar de la vida en Londres durante la guerra. Explicaba que un día había ido a ver a Churchill a su despacho de Whitehall, que a Churchill se le había caído en la solapa la ceniza del puro y que ella se la había quitado con la mano.[14] También contaba que, en una ocasión, la duquesa de Kent había ido a su casa a recoger un paquete.

Eran anécdotas fantásticas, pero representaban sus aspiraciones más que su vida real. Durante la guerra, la secretaria de Churchill llevaba un registro de todas las visitas que recibía el ministro, y el nombre de Araceli no figura en él. El biógrafo oficial del estadista británico y otros expertos en la materia dudan que esa visita tuviera lugar. «Tenían a los Pujol muy, muy aislados», dice el hijo de un periodista español que formaba parte del círculo de los expatriados en Londres.[15] Es sencillamente increíble que la duquesa de Kent pudiera haber ido a casa de un matrimonio español desconocido.

Sin embargo, la gente dice que, cuando Araceli contaba sus anécdotas, casi se podía ver la ceniza en el traje oscuro de lana de Churchill.

Después de la guerra, Tommy Harris se retiró a Camp de Mar, la casa que tenía en la isla de Mallorca, frente a la costa española. Aunque le habían concedido la Orden del Imperio Británico (OBE) por sus servicios a la corona, quería olvidar todo lo relacionado con el MI5, la guerra y el espionaje en general. «Mallorca era el sitio idóneo para desaparecer», dice su sobrino.[16] Harris quería dedicarse a pensar en la pintura, a pintar y a vivir bien. Que lo lograra ya es otra historia.

A menudo había tensión en su vida doméstica. Hilda, su mujer, no soportaba la soledad y el aburrimiento de Mallorca y la pareja se emborrachaba y se enzarzaba en peleas épicas que aterrorizaban a sus amigos. Su amigo Desmond Bristow recordaba que, después de tirarse los platos a la cabeza, «Hilda comenzó a gritar histéricamente […]. Tommy estaba sentado en un taburete, se apoyaba en la mesa de la cocina y se mesaba los cabellos. “¡Diablos, Desmond, siento todo esto!”».[17] Preguntaron a Hilda por qué se habían peleado y ella respondió enigmáticamente: «Philby».

Harris encontraba solaz en la pintura, era su refugio. Escribió ensayos perspicaces sobre los maestros españoles; su obra Goya, Engravings and Lithographs todavía se considera uno de los mejores estudios sobre la obra gráfica del pintor. Además pintaba, muchos días desde las siete de la mañana hasta las once de la noche. Eran obras crudas en general: cadáveres, Jesús crucificado, paisajes en verdes enfermizos, bellos pero con unos efectos casi nauseabundos. Sobre una exposición de su trabajo que se hizo en 1954, el crítico del Scotsman dijo que la desolación de esos cuadros era todo un desafío. «Aunque los hubiera hecho con cristal molido, difícilmente habrían podido resultar más hirientes.»[18]

Había algo más, aparte del deterioro del matrimonio, que preocupaba a Tommy Harris. Había ido a Mallorca por la luz y la soledad, pero la guerra lo perseguía. Cuando tuvo necesidad de cambiar la instalación eléctrica de su casa, el electricista que se presentó resultó ser el operador de radio de la Abwehr que recibía los mensajes de Garbo en Madrid.[19] Según se dice, el servicio secreto español no había perdido de vista al británico, porque se sospechaba que espiaba para los rusos y que no había elegido esa casa a la orilla del mar por la brisa marina, sino por las vistas que tenía de la Sexta Flota Estadounidense, que se paseaba por la costa.[20]

¿Era él el famoso «quinto hombre» del círculo de espías de Cambridge, junto con sus amigos Anthony Blunt y Kim Philby y otro par de traidores más? Él había pagado la escolarización del hijo de Philby e incluso devolvió las tres mil libras que la editorial británica había adelantado a éste por las memorias que no quiso terminar.[21] Además había tenido contactos con Melinda Maclean, la mujer del espía soviético Donald Maclean, antes de que ella desertara y se fuera a la Unión Soviética. Los rumores londinenses señalaban a Harris como el hombre que pagaba al grupo de Cambridge. «Ser marchante era la tapadera perfecta —dijo un experto—. Aunque le vieran manejando mucho dinero, no llamaría la atención».[22] Acudían muchos periodistas a sus exposiciones, pero no por la calidad de la obra, sino por la fama del pintor.

Los rumores se equivocaban; Harris no era el quinto hombre, pero no podía librarse de las sospechas. Empezó a ir al psiquiatra y le pagaba con litografías de Goya. «Estaba inquieto, alterado —dice su sobrino—. Lo que hizo Hitler le afectó profundamente.»[23] Andreu Jaume, un amigo de la familia, dice: «Creo que la guerra lo destrozó».[24]

Encontró la muerte cuando iba a hacer un recado relacionado con su actividad artística. Hilda y él salieron de un restaurante de Mallorca después de un almuerzo empapado en alcohol con el poeta y novelista Robert Graves y se fueron en su Citroën nuevo a cocer una de sus piezas de arcilla. El matrimonio empezó a discutir, como de costumbre. Harris perdió el control del coche, se salió de la carretera y se estrelló contra un árbol, un almendro que le gustaba mucho y que había pintado muchas veces. El elegante exespía salió disparado del coche. Hilda lo encontró descalzo, sangrando por la boca y por el oído, casi muerto. «No sé cómo sucedió», dijo ella.[25]

Esa muerte misteriosa vino a reforzar la histeria antirroja que rodeaba a Harris. Murió sin haberse podido desenredar del mundo que habían creado entre Garbo y él. Algunos miembros de la comunidad de inteligencia dijeron que quien había sido tan buen espía nunca podía dejar de serlo.

Una de las cosas que se encontraron entre sus papeles era una crítica de un cuadro en blanco y verde. El crítico decía que era una obra que «asombra por su precisión eléctrica y deslumbrante».[26] Se titulaba Retrato de Juan. Es probable que hubiera pintado a Pujol en Suramérica, adonde fue a verlo al menos dos veces.

El cuadro se ha perdido.