Garbo había triunfado, pero quedaban dos amenazas pendientes —una contra Inglaterra y otra contra su matrimonio— que requerían una atención inmediata. En primer lugar se ocupó de la crisis nacional.
En el verano de 1943, se extendieron por Londres rumores de que Hitler estaba desarrollando una superarma.[1] Fuentes del MI6 habían oído que iba a ser un cohete gigantesco, de entre diez y quince toneladas, que se desplazaría por la estratosfera cargado de explosivos de gran potencia, un arma que no se podía hacer estallar en el cielo y contra la cual la tecnología existente no ofrecía ninguna defensa. El MI5 quería que Garbo intentara averiguar qué era esa arma prodigiosa. El 10 de junio escribió a Madrid: «Debo abordar ahora otro asunto relacionado con la información de un periodista sueco llamado Gunnar T. Pihl, que […] hablaba de un enorme cañón de cohetes instalado en la costa francesa para bombardear Londres como represalia […]. Mi esposa se asustó muchísimo y quiere marcharse de Inglaterra a toda costa […]. Le prometí que si era verdad la enviaría al campo, fuera del alcance de esa arma».[2] Así pues, ¿era verdad? Madrid no le dio importancia y le dijo que «no hay motivo alguno para que te alarmes».[3]
No obstante, unos meses después llegó inesperadamente el siguiente mensaje de la Abwehr: «Las circunstancias dictan que deberías llevar a la práctica el plan que proponías de trasladar tu hogar fuera de la capital».[4] No sólo eso; tenía que construir un segundo transmisor de radio, «sin reparar en el precio», por si el primero era destruido. ¿Cuál era la «acción con que se amenaza», a la que Madrid se refería en ese mismo mensaje, esa arma prodigiosa y tan terrorífica que Garbo tenía que marcharse de Londres? Pidió que lo avisaran del inicio de las operaciones de represalia con unos días de antelación, lo cual daría tiempo al Ministerio de Seguridad Nacional británico a prepararse para el ataque misterioso. Sin embargo, Madrid se negó tajantemente a dar más información. Mientras tanto, Garbo envió a Araceli y a los niños fuera de la ciudad.
Los mensajes interceptados por Ultra demostraban que el proyecto era tan secreto que ni siquiera Madrid sabía lo que estaba ocurriendo; las órdenes llegaban directamente de Berlín. El cuartel general de la Abwehr comunicó a Madrid que enviaría una serie de cuestionarios para Garbo sumamente delicados, los cuales llevarían el prefijo Stichling y estarían relacionados con el arma secreta. Tenían que enviar las respuestas inmediatamente a Berlín con el mismo prefijo. Madrid no estaba autorizado a descifrar los mensajes antes de transmitirlos.
Los londinenses miraban al cielo y esperaban que llegara la última oportunidad de Hitler. Y Garbo esperaba los mensajes Stichling. El arma llegó antes. El 13 de junio de 1944, siete días después de la invasión de Normandía, se oyó un zumbido en el cielo de Londres y el primer cohete V-1 cayó sobre un puente ferroviario en el East End, causando seis víctimas mortales. Con el aspecto de un lustroso avión sin tripulación, el V-1 era una bomba voladora dirigida por control remoto, que llevaba una cabeza explosiva de una tonelada. Los británicos llamaron a los V-1 «robots voladores» y «bombas volantes». Los alemanes los ensalzaban como la «milagrosa arma omnipotente» que salvaría el país. «Caían día y noche sobre la ciudad del Támesis como relámpagos brutales —alardeó el periódico alemán Das Reich—. La maquinaria bélica tiene un engranaje nuevo.»[5]
El 16 de junio, Berlín envió a Madrid el mensaje tan esperado: «Arras informa de que ha empezado Stichling». Los alemanes pidieron a Garbo que marcara en un mapa de Londres en concreto los puntos en los que habían caído los cohetes V-1. La razón era evidente: los ingenieros alemanes querían ajustar el sistema de dirección del cohete a fin de asegurar que cayera en el centro de Londres y matase al mayor número posible de personas.
Garbo no sabía qué contestar. Si él, o Brutus y Tate, los otros agentes dobles que habían recibido el mensaje Stichling, hacían de observadores para el programa V-1, contribuirían al asesinato masivo. Garbo sólo pasó información sobre un impacto reciente en el West End, pues creía que los diplomáticos de países neutrales que aún vivían en Londres informarían sobre los ataques de todos modos. «Ocho muertos y trece heridos […]. Cuadrado 10, sección gris. Muchas casas dañadas. Cuadrado 82 […] Muchas víctimas en la calle.»[6] Con la esperanza de enfriar el entusiasmo de los alemanes por el V-1, Garbo escribió a Kühlenthal una larga carta personal. La idea era bien simple: «Estamos perdiendo el tiempo». Sostenía que la bomba volante era ineficaz como arma ofensiva, y decepcionante como arma psicológica. No había infundido suficiente terror a los londinenses.
Pero no podía seguir demorando la cuestión. Si no enviaba las coordenadas y las horas de los impactos, perdería su reputación en la Abwehr. Tenía que encontrar una solución. Harris y él tuvieron una idea: ¿por qué no aplicar contra la Abwehr la misma táctica que habían empleado antes con Araceli? Era una solución lógica. Un día en que había ido a inspeccionar los daños causados por las bombas, Garbo no volvió a casa. Su «delegado», el n.º 3, comunicó por radio a Madrid que su jefe había desaparecido y Araceli estaba desesperada. Según todos los indicios, era muy probable que lo hubieran detenido.
Finalmente se supieron los «detalles». Mientras inspeccionaba una zona afectada en Bethnal Green, Garbo había llamado la atención de un policía de paisano. «[El policía] empezó a insultarme —contó Garbo a Madrid—, diciendo que los españoles eran unos perros que seguían los pasos del mayor asesino de la historia y que debíamos ser tratados como enemigos.»[7] De camino a la comisaría, antes de que los bobbies pudieran impedírselo, Garbo se tragó un trozo de papel con anotaciones sospechosas. Afortunadamente, sus influyentes amigos del Ministerio de Información intervinieron y al cabo de pocos días fue liberado, preocupado pero todavía desafiante. El MI5 falsificó una carta de disculpa del ministro del Interior, que Garbo envió a Madrid. Sus controladores de la Abwehr estaban conmocionados, y en Berlín se decidió que Garbo era un recurso demasiado valioso para ponerlo en peligro con el programa del V-1. Lo liberaron del deber de evaluar los daños causados por las bombas, exactamente lo que el MI5 quería.
El 29 de julio llegaron noticias de Kühlenthal: anunciaba «con enorme alegría y satisfacción» que habían concedido a Garbo la Cruz de Hierro. Normalmente esa medalla sólo se daba a los combatientes del frente, pero se había hecho una excepción con el espía más brillante del servicio alemán. Garbo respondió efusivamente: «No soy capaz en este momento, en que me embarga la emoción, de expresar con palabras mi agradecimiento por la condecoración concedida por nuestro Führer […]. Mi deseo es luchar con más ardor aún para llegar a ser digno de esta medalla, que sólo se ha concedido a aquellos héroes, mis compañeros de honor, que luchan en el frente».[8]
En agosto de 1944 empezó a divisarse el final de la carrera de Garbo. Muchos agentes de la Abwehr se estaban pasando al bando de los Aliados, y algunos de ellos se refirieron en sus interrogatorios al maravilloso Garbo, el espía que había informado desde Londres durante toda la guerra. Era sólo cuestión de tiempo que los alemanes se dieran cuenta de que, con esta nueva información, el caso Garbo debería haber terminado. Si los británicos no lo apresaban, revelarían que Garbo era un agente doble. Un informador español llamado Roberto Buenaga llamó a la oficina de Madrid del MI6 y se ofreció a entregar al principal espía alemán que operaba en Londres a cambio de una gran suma de dinero. Los oficiales del MI6 interrogaron al español y enseguida comprobaron que aquel hombre sabía lo suficiente de Garbo para desenmascararlo. El MI6 consideró la posibilidad de mandar a un agente a matar a Buenaga, pero eso podría atraer más sospechas sobre la operación Garbo.
Sólo había una solución: Garbo tenía que desaparecer para siempre. El ayudante del espía, el n.º 3, liquidaría los asuntos pendientes de la red. Garbo «se marcharía» de Londres (en realidad no se fue a ninguna parte). Dijo a los alemanes que se había refugiado en un escondite del sur de Gales,[9] una granja a kilómetros de distancia del pueblo más cercano, que compartía con «un anciano matrimonio galés, un desertor belga y un pariente medio tonto de los propietarios».[10]
En Londres, el MI5 fingió que buscaba al espía. Cuando salieron a la luz los detalles de su vil trabajo, la policía interrogó a Araceli, que supuestamente estaba aterrorizada,[11] y la embajada británica de Madrid, escandalizada al descubrir que una red alemana de espías había operado en Londres durante toda la guerra, presentó una protesta.
Pasaron los meses y Garbo siguió enviando mensajes ocasionalmente a Madrid, en teoría desde su escondite en la campiña galesa. No obstante, en la primavera de 1945, cuando la segunda guerra mundial tocaba a su fin, el MI5 se enfrentó a un dilema: tenía que decidir si desactivar o no, de una vez por todas, a uno de los espías más eficaces de su historia. El espectro del nazismo se estaba desvaneciendo, pero la amenaza de Stalin asomaba en el este. El MI5 consideró la idea de emplear a Garbo contra los rusos. Guy Liddell registró los datos en su diario: «El plan [de Tommy Harris] es que [Garbo] escriba al agregado militar soviético en Londres anónimamente antes de salir de España. Contaría a éste toda su historia y les daría su código. Les diría que había trabajado para los ingleses contra Franco y que, si querían, podían supervisar las comunicaciones entre nosotros y los alemanes para obtener la información que quisieran y, de paso, convencerse de su buena fe».[12]
El plan parecía lógico y natural, pero fue rechazado enseguida por Kim Philby, el agente británico que tiempo atrás había intentado localizar a Pujol. Años después se entendería la razón de su negativa. Philby espiaba para los rusos, lo hacía desde la época en que actuaba de corresponsal de un periódico en la guerra civil española. Conocía muy bien la aptitud de Garbo y no quería que el español jugara en su terreno.
En diciembre de 1944, en reconocimiento de sus servicios, a Pujol se le concedió la MBE (la condecoración que lo identificaba como miembro de la Excelentísima Orden del Imperio Británico). Fue el primer agente británico que recibía tal honor. Por razones de secretismo, era imposible celebrar la investidura públicamente en Buckingham Palace, pero los actores principales —Harris, Guy Liddell, Masterman, Tar Robertston y unos pocos más— celebraron el acontecimiento con Pujol. El director general del MI5, sir David Petrie, pronunció un «breve discurso» en el cuartel general de la organización y, acto seguido, sus amigos llevaron a Pujol a comer al Savoy, donde el español se levantó y dio las gracias a todos en un inglés vacilante. «Creo que estaba contentísimo», escribió Liddell en su diario.[13] Cuando Pujol terminó su breve monólogo, los presentes se pusieron a golpear la mesa con los nudillos y lo felicitaron. «Fue un momento muy emocionante», recordaría.[14]
En un mensaje a los alemanes, Garbo predijo una «guerra civil mundial»[15] que terminaría con la «desintegración de nuestros enemigos». Cinco días después de escribir estas palabras, el 8 de mayo de 1945, Alemania se rindió ante lo que Garbo (en carta a la Abwehr) llamó la «arremetida angloamericana bolchevique». Había llegado el momento por el que tanto tiempo había trabajado Pujol. «Londres estalló de alegría —recordó Pujol—: la gente invadió Piccadilly Circus y Regent Square, y el tráfico se atascó. Todos bebían cerveza, cantaban y bailaban.»[16]
Su guerra personal contra Hitler había terminado. Todo por lo que había trabajado y todo lo que había sacrificado se reflejaba en la cara de esos londinenses locos de alegría.
Con todo, mantuvo la farsa. «Estoy seguro de que en un futuro no muy lejano llegará el día en que se resucitará la noble lucha —escribió a Madrid— que inició [Hitler] para salvarnos de un período de barbarie caótica como el que se avecina.» Madrid respondió con un último mensaje en el que fijaba una entrevista entre Garbo y Federico en la capital española: «Te pedimos que vayas al Café Bar La Moderna, 141, Calle Alcalá, todos los lunes a las 20.30 horas, a partir del 4 de junio. Tienes que sentarte al fondo del café y llevar el periódico London News».[17]
El MI5 decidió que Pujol debía acudir a la cita. Antes de desaparecer para siempre, el español tenía que cumplir una última misión.
Los ingleses querían que Garbo se entrevistase con Federico y Kühlenthal para ver si los nazis «se proponían mantener algún tipo de organización clandestina en la posguerra». Sin embargo, para llegar a Madrid, Garbo primero tenía que «escaparse» de Inglaterra clandestinamente. Era demasiado peligroso permitirle viajar con su propio pasaporte, sobre todo porque oficialmente los británicos lo buscaban en todos los aviones y barcos mercantes que salían del país.
En junio de 1945, Pujol abandonó su patria de adopción y fue a Baltimore en un avión Sunderland, acompañado por Tommy Harris. En ese momento, aunque desconocido para el gran público, Garbo era una leyenda entre los iniciados de las dos orillas del Atlántico. Un capitán de la inteligencia de la Luftwaffe, resentido por la forma en que el espía se había ganado a toda la comunidad de la inteligencia alemana, expuso la teoría de que Garbo había tenido tanto éxito simplemente porque no existía. «La Abwehr lo había inventado para fingir que estaban haciendo un trabajo importante, y justificar así sus cómodos empleos, lejos de los frentes de batalla y las bombas y las penalidades de la guerra.»[18] Tal vez era mejor creer que había sido una fantasía alemana, en vez de un agente doble británico.
No obstante, tenía maravillados a los estadounidenses. Mickey Ladd, un ayudante del director del FBI, mandó un mensaje a un espía que operaba en Londres para la organización americana «con la instrucción de que prestara toda clase de ayuda en relación con Garbo».[19] El propio J. Edgard Hoover quería estrechar la mano del hombre que había engañado a Hitler y ordenó que Pujol y Harris fueran trasladados a Washington tan pronto como llegasen a Estados Unidos. «[Hoover] quería conocerme personalmente —escribió Garbo—. Nos invitó a Tommy y a mí a su casa, donde cenamos en una sala subterránea.»[20] Aunque «mostró una gran afabilidad», no pidió a Pujol que trabajara para el FBI, cosa que, al parecer, le sorprendió. Los americanos le proporcionaron los tan necesarios documentos de viaje y se fue él solo a Cuba, en avión, lo cual justificaba la coartada de que había viajado de Londres a La Habana clandestinamente.
Conseguir que imprimieran los sellos de entrada y salida en sus documentos llevó más tiempo del esperado y Garbo no llegó a Madrid hasta el 8 de septiembre, mucho después de la fecha especificada en la carta. Se reunió con Harris y Desmond Bristow, los dos hombres que lo habían interrogado en la casa de Crespigny Road hacía más de cuatro años, y juntos trataron la cuestión de cómo debía actuar ante Kühlenthal y Federico.
Garbo fue a La Moderna y, siguiendo las instrucciones de la Abwehr, se sentó a una mesa con un ejemplar del London News, pero el contacto no apareció. Por medio de conocidos españoles, Garbo encontró a Federico en un pueblecito cercano a la Sierra de Guadarrama, al norte de Madrid. Federico se llevó una gran impresión al ver al maestro de espías en la puerta de su casa y le pidió nerviosamente que lo siguiera hasta un bosque cercano, donde podrían hablar sin que nadie los oyera. Una vez que llegaron a la línea de los árboles, Federico le explicó que tenía miedo de que lo deportaran a Alemania, o incluso de que los Aliados lo raptaran y lo matasen.[21] «Hablando del futuro, profetizó un infortunio completo para él y su familia.»[22] Federico había perdido el contacto con Kühlenthal, toda la organización de la Abwehr se había desperdigado y temía a todas las personas que lo rodeaban.
Federico, que había sido para Pujol la imagen misma del espía duro y cosmopolita, tenía ahora aspecto de hombre destrozado. Mientras el viento silbaba entre los árboles, Federico —de forma bastante lastimosa— le preguntó si podía utilizar sus aptitudes para sacarlo de España. Garbo le dijo que haría cuanto estuviera en su mano. Al despedirse, le dijo a Federico que la causa alemana aún no estaba liquidada. Trabajarían juntos en el futuro, cuando el nazismo resurgiera.
«Lo aceptó de muy buen grado», dijo más tarde Garbo.[23]
A continuación, el español se fue a Ávila, donde Kühlenthal vivía con su mujer pasando estrecheces. Cuando Garbo llamó a la puerta, Kühlenthal «se emocionó»[24] y le dijo que siempre había imaginado esa reunión. Sentado en un sillón de su humilde sala de estar, Kühlenthal le contó su vida, le habló de las dificultades que había encontrado en la Alemania de Hitler por su condición de medio judío y su entrega a la causa. Si podía ayudar al advenimiento del Cuarto Reich —le dijo al espía—, no vacilaría en hacerlo, aunque «no creía que fuera posible reconstruir Alemania». Hablaron de la posibilidad de hacer negocios juntos, vendiendo información y repartiéndose los beneficios a partes iguales, pero el controlador de espías alemán estaba desconectado. «Pude deducir que en aquel momento no tenía contacto con los asuntos del servicio.» Garbo le preguntó si alguna vez había creído que estaba un poco loco, en vista del carácter desenfrenado de las cartas que había enviado desde Berlín. Kühlenthal confirmó lo que el MI5 siempre había sospechado: que, «por el contrario, aquellas cartas le habían demostrado por sí solas su buena fe y su honradez».[25] Pero, sobre todo, Kühlenthal declaró la admiración que le inspiraba el superagente que había representado la cima de su carrera en la Abwehr. «Me consideraba casi un Dios, y me dijo que todavía no sabía qué consejo darme.»[26]
La segunda gran crisis posterior al día D tenía que ver con el estado del matrimonio de Pujol. Y sería más difícil de resolver que la localización de las bombas que caían en Londres o la posibilidad de un Cuarto Reich.
Fingiendo que escribía desde su escondite del sur de Gales, pero en realidad todavía en Londres, Garbo pidió a los alemanes que remitieran unas cuantas cartas a Araceli y que lo ayudaran a convencerla de que él se encontraba ahora en España. Eran mensajes de cobertura, pero, como siempre, la actividad de espionaje de Garbo parecía contener pequeñas alusiones a su vida real. Escribió:
En este momento soy un hombre ignorante de la vida y de sus placeres. Estoy desilusionado porque veo el infortunio que me ha seguido los pasos. Mi único deseo es comportarme lo mejor que pueda en el futuro para borrar todos los malos recuerdos que tienes del pasado.
Una y otra vez te pido que me perdones por lo que te he hecho sufrir. Sé que no me guardas rencor y esto me alivia.
Adiós, querida, con muchos besos de tu
José[27]
Y, un mes después, en teoría desde Granada:
Hace sólo unos días que llegué aquí. Esta ciudad en la que siempre pensé con placer me parece ahora triste y amarga. Recuerdo las veces que la visitamos juntos y los días felices que pasamos.
No sabes cuánto pienso en ti, querida. En todo momento y en todo instante te tengo en el pensamiento.
[…] Cuando pienso en la penosa posición en la que nos encontramos, me arrepiento de los pasos que han traído tu perdición y la mía. Siento que nunca volveré a disfrutar de tranquilidad de espíritu y que la calma nunca volverá a reinar en mí. Sólo tú, con tu ternura y cariño, puedes curar esta pena, este «remordimiento» por todo lo que te hecho sufrir.[28]
¿Juan se sentía culpable por la falsa detención que tanto daño había hecho a Araceli? Aunque escribiera esas cartas para engañar a los alemanes, parecían enraizadas en fuertes sentimientos de remordimiento y en presentimientos sobre el futuro de su matrimonio.
En un informe de los archivos del MI5 puede encontrarse la prueba de los problemas por los que pasaba el matrimonio. Más tarde, en 1945, con su marido todavía «escondido» (en realidad estaba en Venezuela), Araceli, que había regresado a España ese mismo año, fue a ver a Kühlenthal para recoger el resto del dinero que le debían a su marido, aunque Pujol le había dicho que no se pusiera en contacto con los alemanes. Tras pagarle lo que llamó la «deuda de honor», el instructor de espías le preguntó si podía esconderlo en la casa de su familia, en Lugo. Al enterarse de que su Araceli había ido a ver a Kühlenthal, desobedeciendo sus instrucciones, Pujol estalló. El representante del MI6 en Madrid, que se entrevistó con ella, describió su estado: «Me entrevisté personalmente con la señora Garbo y la encontré furiosa. Afirmaba que Garbo le había dicho cosas imperdonables y que no lo iba a tolerar, que iba a romper toda relación con él y con nosotros y que en el futuro seguiría su propio camino. Añadió que era una pena que no existiera el divorcio en este país».[29]
Pese a sus enfrentamientos en el pasado, Tommy Harris defendió a Araceli… al menos parcialmente. «No creo que la señora Garbo tuviera mala intención contra nosotros —escribió el 1 de noviembre—, aunque me parece muy probable que, si empieza a mezclarse con Kühlenthal y sus amigos, nos haga daño y nos comprometa, ya sea sin querer o por espíritu aventurero.»[30]
Hubo un gran tráfico de telegramas entre Madrid y Londres. Un borrador, en el que se trasluce la actitud vitriólica que Pujol tenía entonces con su mujer, la tildaba de «una aventurera» que es «probable que intente reanudar las aventuras con los alemanes, posiblemente con la idea de que tal vez saque más dinero de ellos si rompe con Garbo».[31] Es evidente que Pujol sospechaba que su mujer había intentado chantajear a la Abwehr a sus espaldas, un juego muy peligroso para los dos.
Finalmente el asunto se suavizó y el matrimonio volvió a unirse. Araceli sólo pretendía que le dieran lo que se le debía a su familia, y no hay ninguna prueba de que intentara extorsionar a los alemanes o llegar a un acuerdo con ellos por su cuenta. Sin embargo, el recelo entre dos personas que se habían entregado la vida mutuamente ya era palpable.