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LAS HORAS

Tommy Harris quería que fuera su agente quien llevara la partida a su momento culminante. Presionó para que se concediera a Garbo el honor de anunciar el día D a los alemanes y el Comité XX cedió. Ese golpe daría un impulso aún mayor a la estrella de Garbo, y podría utilizar su influencia para evitar que los alemanes enviaran sus reservas. Mantener a los Panzer lejos de Normandía significaba dos cosas: engañar a los alemanes respecto a Calais y —lo que era mucho más difícil— convencerlos de que no prestaran atención a Normandía ni siquiera después del desembarco… ni al día siguiente, ni al otro ni durante el mayor número posible de días.

Pero antes Garbo tenía que manipular al enemigo para situarlo en posición.

El agente nº 4, el camarero de Gibraltar, insistía en la cuestión de Noruega: veía destructores y naves de asalto efectuando maniobras en Loch Fyne (Escocia); «veía» a los marineros en cubierta y llevaban equipos árticos. Garbo mandó la noticia el 14 de mayo. Madrid contestó por radio: «Tengo interés particular y urgente en saber si la 52.ª División está todavía en los campamentos de los alrededores de Glasgow».[1] Garbo hizo venir a Londres a otro agente estacionado en Escocia —«un marinero griego»— para enterarse de las últimas novedades. «Dice que la 52.ª División se encuentra acampada en estos momentos en los alrededores de Saltcoats-Kilmarnock-Preswick y Ayr.»[2] Y dio una contraseña al griego para que avisara cuando zarparan los barcos del río Clyde.

El 3 de junio recibió una novedad asombrosa de su «agente» emplazado en Harwich: «Insignia nueva, no vista hasta ahora: escudo amarillo con tres picos montañosos azules bordeados en blanco. División nueva procedente de EE.UU.». Llegaban más tropas de asalto de Estados Unidos, lo cual significaba que se acercaba el momento de la invasión. La información era cierta, salvo en un detalle: los estadounidenses no estaban en Harwich, sino bastante más al sur. Al día siguiente, el marinero griego inventado informó del «desembarco en Escocia de un gran contingente de soldados procedente de Irlanda […]. La insignia es una rosa blanca sobre fondo blanco. Cree que se trata de la 55.ª División inglesa». Cuando el griego volvió supuestamente a Glasgow, las calles hervían «de grandes cantidades de vehículos y hombres completamente armados».

A medida que avanzaba la cuenta atrás, conforme los campamentos del sur de Inglaterra —que no los del norte— se llenaban a rebosar de soldados estadounidenses y los convoyes de la marina teñían los puertos de gris, una serie de errores graves estuvo a punto de dar al traste con todo el trabajo de Garbo. Las fiestas londinenses, en particular, resultaban sumamente peligrosas. La mezcla de alcohol con los deseos de impresionar fue mortífera para más de un oficial. Un general de las fuerzas aéreas de Estados Unidos —compañero de clase del general Eisenhower en West Point— oyó quejarse a unas mujeres de la mala calidad del postre, y no se le ocurrió otra cosa que decir a las señoras que todos los barcos de abastecimiento transportaban material de guerra en esos momentos, pero que seguro que a partir del 15 de junio la repostería mejoraría mucho. Lo degradaron y lo devolvieron a Estados Unidos.[3] En mayo, un oficial de la marina estadounidense se emborrachó y, en medio de la fiesta, con voz pastosa, se puso a dar una conferencia sobre el verdadero día D e incluso nombró las zonas de embarque y la importantísima fecha. «Yo mismo habría disparado contra ese oficial indiscreto», escribió Eisenhower.[4] Un joven oficial británico reveló la fecha de la invasión a sus padres, quienes inmediatamente lo entregaron al servicio de contraespionaje de los Aliados.[5]

Un día ventoso, en Londres, una ráfaga de viento fue la causa de otro sobresalto. El aire abrió una ventana del Ministerio de la Guerra y se llevó volando doce copias del plan de invasión, que acabaron mojándose en el suelo de la calle. Varios empleados bajaron corriendo y enseguida recogieron once documentos. Buscaron frenéticamente la copia que faltaba, hasta que por fin la encontraron en una garita de centinelas, enfrente de Whitehall. La había entregado un hombre que llevaba unas gafas gruesas y que, por lo visto, había dicho que la letra era tan pequeña que no había podido leerla. El Ministerio de la Guerra intentó localizar a ese hombre, pero no lo encontraron.

También se halló otra copia del plan del día D en un maletín que alguien se olvidó en un tren británico. Un revisor rápido de reflejos lo encontró y lo guardó bajo llave hasta que fueron a recogerlo unos funcionarios de seguridad. Y cuando los cerebros del plan abrieron el Daily Telegraph del 2 de mayo, casi se desmayan: en el crucigrama, la clave de la decimoséptima palabra horizontal era «Uno de los EE.UU.».[6] La respuesta era «Utah», una de las playas del desembarco. Al día siguiente, la clave de la tercera palabra vertical era «Piel roja del Missouri», y la respuesta, «Omaha». A partir de entonces, el MI5 no perdió de vista al Telegraph. El 22 de mayo encontraron otra clave aparentemente inocua en el crucigrama: «Un pez gordo como éste ha robado algo alguna vez». El 30 de mayo y el 1 de junio encontraron dos más: «Este matorral es el centro de revoluciones infantiles» y «Britania y él llevan lo mismo en la mano». Las respuestas se publicaron el 2 de junio: «Overlord»,* el nombre en clave de la invasión; «Mulberry»,** el nombre secreto de los puertos construidos para el asalto; «Neptuno»,*** la palabra en clave de los desembarcos en Normandía. El MI5 dijo basta; mandaron a dos oficiales a casa del autor de los crucigramas, a preguntarle si estaba mandando mensajes a la Abwehr. El hombre dijo que hacía meses que había compuesto los crucigramas. Había sido una simple coincidencia… aunque increíble.

El 4 de junio, una operadora de teletipo de la Associated Press se aburría haciendo ejercicios de su especialidad. Como parte del ejercicio escribió un texto de prueba: «URGENTE AP [Associated Press] NYK [oficina de Nueva York] COMUNICA HQ [Cuartel general] EISENHOWER ANUNCIA DESEMBARCOS ALIADOS EN FRANCIA».[7] Después, su supervisor le dio un comunicado ruso para que lo mandara a Estados Unidos y la operadora, por equivocación, lo mandó junto con el de la invasión. La AP se retractó inmediatamente y al cabo de veinte minutos envió la corrección, pero Radio Berlín y Radio Moscú ya habían emitido el mensaje a sus oyentes.

Enseguida mandaron a Garbo a calmar las aguas. «Sorprendido por la noticia de prensa sobre la chica que había comunicado una falsa alarma de inicio de la ofensiva», llamó por radio a Madrid a las 20.27.[8] «Esta mañana fui al Ministerio con la esperanza de enterarme de lo que había sucedido exactamente. Por extraño que parezca, me dio la impresión de que lo que se publicó en el periódico era verdad […]. Puede que exista un objetivo falso […] por lo que pudiera pasar, daré prioridad a la respuesta que me mande el agente 3 (3).» Transformó el error en un preestreno de su próximo anuncio sobre Normandía.

El «error garrafal»[9] del telegrama agravó aún más la tensión nerviosa general. «Dios quiera que yo sepa lo que hago», dijo Eisenhower, cuando se acercaba el 6 de junio.[10] Quería estar preparado por si Overlord fracasaba. El general escribió su famoso mensaje en el que anunciaba el fracaso de la misión diciendo llanamente que «todo lo criticable o fallido de esta intentona se debe a mí y sólo a mí». Y lo guardó en la cartera para tenerlo a mano tan pronto como fuera necesario.

Cuando la tensión de la inminente invasión se hacía insoportable, Pujol se escapaba a dar un paseo solitario por alguno de los parques londinenses, que todavía eran maravillosos. Recordaba: «Desde el momento en que pisé suelo inglés […] quedé fascinado por la belleza de su campiña, el lozano verdor de los jardines de Londres».[11] Pero la felicidad se mezclaba con emociones más sombrías. Por los caminos que recorría se cruzaba con docenas de soldados, que iban solos o con su amada, disfrutando del último paseo antes de que las tropas se dirigieran a sus respectivos puertos de embarque. Y Pujol sabía que tenía con ellos una relación secreta, una relación de la que los soldados no sabían nada: era su ángel de la guarda y se preocupaba por ellos profundamente.

Pujol no era dado al pensamiento abstracto; es posible que Harris y los demás tuvieran una visión de conjunto más clara de la guerra, que comprendía el aspecto político e ideológico. Pero, cuando se iba de paseo, él se encontraba frente a frente con lo que más le importaba del proyecto Garbo: la vida de aquellos soldados anónimos. Eran potencialmente las víctimas o los beneficiarios de su trabajo, y los tenía alrededor, por todas partes, aquellas noches templadas de principios de junio.

Cuando la cuenta atrás llegó al 5 de junio, Garbo empezó a mandar mensajes que marcaban los segundos como un redoble de tambor: «El destino de la división es atacar la costa atlántica francesa por el sur, en cooperación con un gran ejército que llegará a la costa francesa directamente desde Estados Unidos […]. Además de las tropas de defensa que se ven en la ciudad, he visto lo que sigue: grandes contingentes Primer Ejército y SOS [servicios de suministro]».[12] A las 20.00 horas, Sally la del Eje, una presentadora de propaganda alemana, empezó a emitir para las tropas aliadas con estas palabras: «Buenas noches, 82.ª División Aerotransportada. Mañana a primera hora la sangre de vuestras entrañas empapará las ruedas de nuestros tanques».[13] Esa noche, el general George Patton se dirigió a los hombres del verdadero Tercer Ejército: «Tenemos que acabar con esta guerra de una vez por todas. La forma más rápida de terminarla de una vez es ir por los malditos que la empezaron. Cuanto antes caigamos sobre ellos, antes nos iremos a casa […]. Y cuando lleguemos a Berlín, voy a matar personalmente de un tiro a ese monigote hijo de puta de Hitler». Eisenhower, «muy deprimido»,[14] se puso en marcha hacia Wiltshire para hablar con los hombres de la 101.ª División Aerotransportada. Cuando el último avión hubo despegado, se dio media vuelta con lágrimas en los ojos y avanzó lentamente hacia su jeep. Al mismo tiempo, Hitler, que se encontraba en el Berghof, su refugio de los Alpes bávaros, se iba a dormir.

Unas horas antes de que zarpara la armada, Garbo mandó un mensaje a Madrid: «Acabo de recibir un telegrama del agente 3 (3) [el marinero griego] en el que dice que llega a Londres esta noche a las once. Ha debido de suceder algo que no se puede explicar con la clave que habíamos acordado entre nosotros para anunciar la partida de la flota Clyde. Por lo tanto, estad a la escucha esta noche a las 03.00 HMG». Por lo general, la Abwehr cerraba a las once y media de la noche, es decir, que Garbo quería asegurarse de que hubiera alguien cuando emitiese el anuncio de la invasión, a las tres de la madrugada, la hora prevista por Eisenhower personalmente, tres horas y media antes de que los primeros soldados llegaran a las playas. El agente n.º 4, el camarero de Gibraltar en el que tanto confiaba Garbo, también se había puesto en camino desde Hampshire con dos desertores estadounidenses y prometía dar grandes noticias, según afirmaba Garbo.

Esa noche, Pujol, Tommy Harris y Tar Robertson se reunieron en la mansión de Harris en torno a una «cena modesta pero exquisitamente preparada».[15] No dejaban de mirar la hora mientras cenaban. Cuando llegó el momento, se metieron los tres en un Humber fabricado en Gran Bretaña, propiedad del Ministerio de la Guerra, y se fueron al número 35 de Crespigny Road. Charles Haines, el operador de radio, ya estaba trabajando en el transmisor: las válvulas electrónicas brillaban debajo del metal negro de las rejillas de ventilación. Harris y Pujol completaron el texto del anuncio y Pujol lo tradujo al español y lo codificó.

En ese momento, 6.483 barcos navegaban por el canal de la Mancha en dirección a las plateadas playas de Normandía: transatlánticos, acorazados, destructores y miles de lanchas de desembarco. Ya estaban repostando y cargando de bombas 1.300 cazas y bombarderos, que destruirían los fortines y los tanques alemanes, y se habían cargado y asegurado 20.000 vehículos en transportadores. Pero la cifra que más preocupaba a Garbo eran los 120.000 hombres —la primera oleada de los dos millones que se unirían a la invasión— que miraban hacia delante en la noche cerrada o vomitaban hasta las entrañas en las lanchas de desembarco a causa del oleaje del canal de la Mancha. Pujol, como estudiante de historia, seguramente resumiría sus temores en una sola palabra: Verdún, la batalla de la primera guerra mundial que, como decía él, «duró tanto y causó tantas muertes». Si en Berlín no daban crédito a su mensaje —si no lograba convencer a Roenne y a Hitler de que él era el verdadero oráculo de la invasión—, morirían diez mil hombres.

Aquella noche también se pusieron en marcha dos flotas muy distintas y mucho menores. Cada una constaba de un puñado de lanchas equipadas con un dispositivo llamado Moonshine, que absorbía las señales electrónicas de las estaciones de radar alemanas, las ampliaba y las devolvía a su lugar de origen. De esa forma, en las pantallas enemigas, las lanchas parecerían destructores de diez mil toneladas. También llevaban unos amplificadores que lanzaban sonidos grabados el año anterior, en la invasión de Salerno: órdenes de mando, silbatos de contramaestre, toques de corneta, ruido de cadenas de ancla y otros sonidos náuticos. Esas pocas barcas representaban dos convoyes: uno que se acercaba a Calais y otro que se dirigía a Boulogne. Por encima de ellas, los bombarderos de la RAF arrastraban haces de papel de aluminio —que en las pantallas de los radares aparecerían como aviones— por el cielo nocturno. Esos «ecos» falsos aterrorizarían a los operadores de radar, porque les darían la impresión de que miles de aviones se dirigían hacia ellos.[16] Eran los últimos representantes de la gigantesca apuesta aliada por un ejército fantasma.

A las 7.29 de la tarde empezó a entrar un mensaje nuevo en los auriculares negros de Charles Haines. Era un envío rutinario de Madrid. La víspera de la invasión, era evidente que los hombres de los niveles inferiores de la Abwehr no tenían la menor idea de lo que estaba pasando. Era una noche como otra cualquiera de la larga guerra.

A la una de la madrugada, Haines se colocó los cascos y los crujidos del éter y el eco de la electricidad estática le inundaron los oídos. Marcó la señal de llamada de Garbo. Los hombres que lo rodeaban se pusieron en tensión. ¿Morderían el anzuelo los alemanes? ¿Mantendrían a sus tropas lejos de las playas y ciudades en las que no tardarían en exponerse millares de soldados aliados?

Los hombres escuchaban ansiosamente, esperando el momento en que Haines empezara a mandar el mensaje de Garbo. Pero lo único que oían era al operador, que marcaba una y otra vez la señal de llamada. No levantaba el dedo del botón.

Había sucedido lo impensable. Los alemanes no estaban a la escucha.

Los hombres, acongojados, se apretujaban alrededor del radiotransmisor. Tanto trabajo, para que un operador de radio los dejara en la estacada. Por fin, a las ocho de la mañana, el operador de la Abwehr devolvió la llamada y Garbo respondió indignado: «Estoy muy enfadado porque, en esta lucha a vida o muerte, no puedo aceptar excusas ni negligencias», los regañó.[17] Después mandó un texto ligeramente retocado en el que decía que el agente n.º 4 había establecido contacto:

Llegó después de un viaje difícil a causa de los pasos que tuvo que dar para esquivar la vigilancia local. Me ha dicho que hace tres días se volvieron a distribuir raciones frías y bolsas de vomitar entre los soldados de la 3.ª División canadiense, y que la división había abandonado el campamento, que ahora está ocupado por estadounidenses. Las tropas estadounidenses que se encuentran ahora en el campamento pertenecen al Primer Ejército de Estados Unidos.

La única conclusión que podían sacar los alemanes era que la invasión iba a comenzar… y, sin embargo, si el FUSAG se encontraba todavía en el campamento, lo de Normandía sólo podía ser un engaño. Las señales del radar, que indicaban la presencia de miles de «aeroplanos» dirigiéndose a Calais, sólo podían ser parte de un complicado plan fraudulento.

Ahora, los que habían tendido la trampa se quedaron a la espera.

Al mismo tiempo que la señal de morse de Haines sonaba en el éter, un soldado raso estadounidense llamado William Funkhouser se arrastraba por la playa de Omaha con un mortero de sesenta milímetros atado a la espalda.[18] Era de la 1.ª División de Infantería, el «Gran Uno Rojo». Hacía un momento que había saltado de una lancha de desembarco y había alcanzado tierra firme arrancándose el chaleco salvavidas sin dejar de avanzar. Una ametralladora alemana lanzaba balas trazadoras por encima de su cabeza. «Tenía tanto miedo, que me habría quedado allí para siempre.» Mientras hundía los dedos en la arena húmeda y deseaba que se lo tragase la tierra, Funkhouser vio una «explosión blanca» a su izquierda, en la oscuridad. Curiosamente, no notó el dolor del impacto, sólo el fogonazo blanco. Cuando levantó la cabeza para mirar, unos trozos de carne distribuidos al azar se extendían ante él en un radio alrededor del centro de la explosión; no eran brazos y piernas, sino trozos de carne, el mayor de ellos del tamaño de un puño, y todos «tan blancos como la nieve». A un soldado llamado Speckler, la carga de dinamita que transportaba para reventar los fortines alemanes le había explotado antes de tiempo. Funkhouser se quedó mirando uno de los trozos de carne que había caído en su camino. En medio del ruido y los golpes, le llamó la atención como si fuera un talismán. «No puedo pasar por encima de eso», se dijo. Intentó ponerse de pie, pero le fallaron las piernas. Cogió el mortero de sesenta milímetros que llevaba a la espalda y lo tiró a un lado. Al quitarse el peso de encima, el soldado cobró algo de fuerza. Se levantó y echó a correr, armado solamente con un 45.

Antes del día D, Funkhouser creía, o le habían hecho creer, que los alemanes se rendirían tan pronto como los soldados estadounidenses aparecieran en la playa. Sin embargo, hasta el último oficial de su compañía había muerto o estaba herido, o moriría o lo herirían enseguida. Las olas iban y venían meciendo cadáveres que se amontonaban de tres en tres o de cuatro en cuatro. «Se podía decir que mi compañía ya no existía como unidad de combate.»

Garbo tenía la misión de proteger a hombres como Funkhouser durante las siguientes setenta y dos horas. Lo único que podía hacer en la casa de Crespigny Road era imaginarse la escena de la playa de Omaha. «Recuerdo que pensaba que las playas estadounidenses corrían peligro de convertirse en un desastre cruento. Estaban sufriendo unas bajas espantosas, y prevenir la carnicería dependía de nosotros.»[19]

Harris tenía otras preocupaciones. ¿Habría hablado Jebsen? ¿Habrían leído al revés el mensaje de Garbo y, en esos momentos, las divisiones Panzer estarían dirigiéndose hacia las playas normandas?

Mientras los americanos desembarcaban en la playa de Omaha, sonó el teléfono en el cuartel general de Rommel, en el castillo de La Roche-Guyon, a sesenta kilómetros al oeste de París. Rommel estaba en casa, en el pueblo alemán de Herrlingen. Había pasado parte del día anterior haciendo un ramo de flores silvestres para el aniversario de su mujer. Al otro extremo del teléfono estaba el coronel Roenne, que llamaba desde su búnker de Zossen, en las afueras de Berlín. La invasión había comenzado —le dijo el delgado aristócrata al segundo de Rommel—, pero el análisis de Roenne indicaba que se estaba preparando un segundo ataque, mucho más poderoso, en Calais. «Por el momento no se ha empleado ni una sola unidad del Primer Grupo de Ejército de Estados Unidos, que comprende unas veinticinco grandes formaciones estacionadas al norte y al sur del Támesis […]. Esto parece indicar que el enemigo planea otra operación a gran escala en la zona del Canal, que es de esperar que se dirija a algún punto de la costa de la zona del Paso de Calais.»[20] Insistió en la necesidad de que no se retirasen fuerzas de Calais para reforzar la defensa de Normandía. Fue una victoria para Garbo y el Comité XX, pero los peces gordos todavía tenían que decidir la estrategia final.

El jefe del Estado Mayor de Rommel se mostró de acuerdo. Ya lo habían informado de que algunos de los paracaidistas que habían aterrizado cerca de St. Valéry, detrás de las líneas alemanas, habían resultado ser señuelos. De hecho, era otra de las estratagemas de la operación Guardia: cuatro paracaidistas auténticos del Servicio Aéreo Especial (SAS) habían saltado con doscientos maniquíes, unos cuantos gramófonos que emitirían ruidos de batalla y gritos de ayuda, y bombas químicas que olían a cordita. El ardid ayudó a convencer al jefe del Estado Mayor de que la invasión era una maniobra de engaño.[21]

En el cuartel general del general Rundstedt —recuerda un empleado—, «en el día D […] predominó la actitud de “no nos pongamos nerviosos” […]. Se consideró una treta más». Pero el jefe del Estado Mayor de Rundstedt estaba preocupado. Llamó a Berlín y pidió que se liberaran algunas reservas de Panzer estratégicas para machacar las divisiones que avanzaban desde las playas de Omaha y Utah.

Ahora la decisión estaba en manos del general Jodl, en Berlín. Sopesó la petición y rechazó el envío de los tanques. Creía que la invasión era una farsa y que el verdadero ataque se produciría en Calais. Dijo que no se despertase a Hitler. El VII Ejército alemán, estacionado en Normandía pero sin entrar en acción, se quedó dormido en la oscuridad y no salió de sus cuarteles cuando las tropas americanas llegaron a las playas. El ayudante del jefe del Estado Mayor de Jodl reconocería más tarde: «El 5 de junio de 1944 […] el Cuartel General alemán no tenía la menor idea de que el acontecimiento decisivo se les echaba encima».[22] El Alto Mando no reaccionó hasta que Hitler se despertó y ordenó a la división Panzer Lehr y a la 12.ª SS que fueran a la batalla, a las cuatro de la tarde, horas después del inicio de la invasión. La orden había llegado demasiado tarde para influir en el primer día de acción.

Se había establecido la posición, pero los generales aliados ya contaban con ello. La pregunta era si se mantendría el engaño, o, dicho de otro modo, si las divisiones alemanas que protegían Calais saldrían de sus posiciones y se dirigirían a Normandía. «Temíamos en todo momento que se produjese un intenso contraataque», dijo Pujol.[23] El día D más uno y el día D más dos pasaron sin que llegaran refuerzos alemanes de consideración. ¿Cuánto más duraría la ilusión?

El 9 de junio, a la 1.44 de la madrugada, Garbo empezó a enviar el mensaje más importante de la guerra. Anunció que se había reunido con sus cuatro espías: el agente n.º 7 (2), el marinero galés que estaba en Londres; el 7 (4), el poeta indio, estacionado en Brighton; el 7 (7), el fascista ario destacado en Harwich; y el n.º 4, el camarero gibraltareño que espiaba en Escocia. Fue supuestamente una reunión del grupo de expertos de Garbo, cuyas conclusiones confirmó el jefe de la red con una visita a su «fuente» del Ministerio de Información. Garbo ya no suministraba a los alemanes retales del plan de Calais: eso era cosa del pasado. Ahora les entregaba toda la conspiración, reunida gracias a su impresionante despliegue de fuentes.

Hoy he almorzado con 4 (3) y me ha dado una información interesante. Me ha dicho que el FUSAG no ha participado en la presente operación […] llevada a cabo en su mayor parte por tropas procedentes del Mediterráneo, reforzadas principalmente por tropas canadienses y americanas. Los informes mencionados permiten deducir claramente que el presente ataque, aunque sea una operación de gran envergadura, es una maniobra de distracción, cuyo propósito es establecer una fuerte cabeza de puente a fin de atraer al mayor número de nuestras reservas a la zona de la operación y retenerlas allí, para poder lanzar un ataque en otro lugar con éxito asegurado […]. Los constantes bombardeos que sufre la zona de Calais y la situación estratégica de estas fuerzas me llevan a sospechar que se producirá un ataque en esa región francesa, que también ofrece la ruta más corta hacia su preciado objetivo final, que es Berlín.[24]

Durante casi dos horas y dos minutos, el dedo índice de Haines tecleó el mensaje codificado. Era el momento culminante de la actuación de Garbo en su papel de gran adivino de los planes bélicos de los Aliados, el papel para el que había estado preparándose durante tres largos años. No se limitaba a pasar información a los alemanes, sino que sacaba conclusiones e intentaba convencer a Hitler de que él, por encima de todos los demás, conocía los planes de los Aliados.

Mientras se mandaba el mensaje, en Berlín el general Rundstedt pedía urgentemente a Hitler que le diera la reserva acorazada a fin de atacar a los invasores en su punto más vulnerable, la costa de Normandía. Su VII Ejército había salido de los cuarteles y se había enzarzado en una lucha feroz con las fuerzas invasoras en las plazas de los pueblos y en los setos. Pero ¿era ésa la invasión auténtica? «Es evidente que Hitler y su séquito se encontraban en un estado de gran indecisión.»[25]

Por fin, Hitler cedió. Accedió a enviar a Rundstedt el Primer Cuerpo Acorazado, junto con las 2.ª y 21.ª Divisiones Panzer.[26] Los comandantes sobre el terreno recibieron la orden de dirigirse al sur para atacar a las fuerzas estadounidenses y británicas en Normandía. Estaba empezando a ocurrir lo que más temía Eisenhower. Era el día D más tres.

En ese momento se envió de Madrid a Berlín una versión resumida del mensaje de Garbo, que llegó a su destino a las 22.20. El oficial de inteligencia personal de Hitler, Friedrich Adolf Krummacher, leyó el informe, subrayó con su pluma la expresión «maniobra de distracción» y añadió su propio comentario: «Refuerza la opinión que ya nos habíamos formado de que hay que esperar un segundo ataque en otro lugar. (¿Bélgica?)». Envió enseguida el mensaje a Jodl, quien a su vez subrayó las palabras «sureste y este de Inglaterra», escribió sus iniciales y dejó el mensaje en la mesa del Führer. Roenne escribió a Jodl para confirmar el análisis de Garbo: «Es de esperar que de un momento a otro se produzca la ofensiva principal en el Paso de Calais».[27]

Cuando Hitler vio el informe de Garbo en su reluciente mesa, lo leyó con detenimiento y meditó sobre lo que decía. Después, cogió la pluma, la empapó de tinta y apuntó erl, de erledigt («hecho» o, en este contexto, «visto»). Poco después, salió un mensaje del Alto Mando: «Como consecuencia de cierta información, el comandante en jefe del oeste ha declarado un “estado de alarma II” para el XV Ejército en Bélgica y el norte de Francia […]. Por tanto, se detendrá el avance de la 1.ª División Panzer SS».[28] Las largas filas de Panzer alemanes aceleraron los motores Maybach de 300 caballos y se dirigieron de vuelta a Calais.

En Francia y Bélgica, diez divisiones acorazadas, incluidas la 85.ª de Infantería y la 116.ª Panzer, se encontraban preparadas para reforzar la defensa de Normandía.[29] La 116.ª División Panzer estaba estacionada a las afueras de París, al oeste. En ese momento, todas excepto una volvieron a Calais o levantaron el campamento para dirigirse allí a recibir al ejército espectral de Garbo. Una única división acorazada, la 2.ª Panzer, cruzó el Sena y se dirigió al sur, hacia Normandía.

Garbo no sólo había detenido al ejército alemán, también le había hecho dar media vuelta.

Hubo una persona que estuvo a punto de estropear todo el trabajo: nada menos que Winston Churchill. La mañana de la invasión, dio un discurso en la Cámara de los Comunes. Todo el Gobierno británico —sus ministros y diplomáticos— había recibido la instrucción de no mencionar un segundo desembarco en Calais ni en ningún otro lugar de la costa francesa, o de insinuar siquiera la posibilidad. Si iba a producirse el ataque, como Garbo aseguraba a los alemanes, nadie osaría hablar de él. Sin embargo, el primer ministro, ante los micrófonos que retransmitían su discurso para todo el mundo, dijo: «También tengo que anunciar a la Cámara que durante la noche y las primeras horas de esta mañana se ha producido el primero de una serie de desembarcos en el continente europeo». Los planificadores del engaño se quedaron boquiabiertos.

Garbo fue rápidamente a su radio para explicar la metedura de pata a los alemanes: «Pese a las recomendaciones que se hicieron a Churchill —comunicó a Madrid— en el sentido de que su discurso revelara lo menos posible, se basó en la consideración de que su posición política lo obligaba a no tergiversar los hechos y dijo que no permitiría que los acontecimientos futuros desmintieran sus discursos». Los alemanes, asombrosamente, aceptaron la explicación. Querían creer a su agente, aunque para ello tuvieran que creer que Churchill había cometido un error garrafal.

Pujol y Harris celebraron su logro de trascendencia histórica con una cena en un pequeño restaurante del Soho, propiedad de un expatriado vasco, que se aprovisionaba en el mercado negro.[30] Harris le pidió que preparase un plato típico vasco: huevos a la bilbaína, huevos escalfados y servidos fríos sobre cebolla y tomate picados, sustituto de los pimientos (imposibles de encontrar). El dueño del restaurante llenaba continuamente las copas con un porrón de vino vasco y los dos colegas atacaron el pollo de Pamplona sin parar de reír y contar historias, hasta que el dueño, con el porrón por encima de sus cabezas, y animado por los otros clientes, les vertió el vino directamente en la boca, como los españoles y los vascos suelen hacer en las grandes celebraciones. Cuatro porrones después, salieron dando tumbos a la noche londinense.

Eran los soldados americanos, las tropas británicas y los aviadores canadienses que se dirigían a París quienes salvarían Europa y el mundo occidental. Pero fueron esos dos hombres misteriosos y medio borrachos quienes salvaron a esos soldados.

Dos semanas después de la invasión de Normandía, había más fuerzas del eje en el Paso de Calais que las que había antes del ataque. Un mes después, veintidós divisiones de Calais estaban en alerta, preparadas para rechazar a los invasores que nunca llegarían.[31] En una entrevista secreta celebrada el año siguiente en Núremberg, un interrogador preguntó al mariscal de campo Wilhelm Keitel, el equivalente alemán de un ministro de la guerra, por qué los Panzer que se dirigían a Normandía habían dado media vuelta en el último momento. Keitel se refirió al informe de Garbo del 9 de junio. «Puedes estar seguro al 99 por ciento de que ese mensaje fue la causa inmediata de la contraorden».[32] El general Eisenhower opinaba exactamente lo mismo.

La falta de infantería fue la causa más importante de la derrota del enemigo en Normandía, y el hecho de que no remediaran esa debilidad se debió principalmente al éxito de las amenazas aliadas contra el Paso de Calais […]. No se puede exagerar el valor decisivo del gran éxito de esa amenaza, que proporcionó grandes beneficios, tanto en el momento del asalto como durante las operaciones de los dos meses siguientes. El XV Ejército alemán, que, si hubiera sido destinado al combate en junio o julio, posiblemente nos habría derrotado por su superioridad numérica, se quedó inactivo durante el período crítico de la campaña.[33]

Antes de suicidarse con cianuro el 14 de octubre de 1944, el mariscal de campo Rommel hizo una confesión curiosa a su hijo. Había sido «un error decisivo —dijo— dejar tropas alemanas en el Paso de Calais».[34]

Mientras Pujol y Harris andaban con paso vacilante por las calles de Londres, el cerebro de la operación Fortaleza, el irrefrenable David Strangeways, combatía en Francia a la cabeza de la Fuerza R, una unidad especial compuesta por técnicos del engaño estratégico y soldados de infantería. La unidad inducía a los alemanes a mandar Panzer y tropas a las llamadas «zonas teóricas» —esto es, campos vacíos o granjas abandonadas—, utilizando toda la batería del engaño material: tráfico de radio falso, «ejercicios lumínicos nocturnos»[35] que podían simularlo todo (desde pistas de aterrizaje hasta grandes convoyes), falsos cuarteles generales de divisiones, simuladores de destellos que imitaban armas de artillería, simuladores de ruido de batalla que sugerían el aterrizaje de paracaidistas,[36] postes indicadores engañosos,[37] tanques de mentira, cráteres de bomba falsos[38] y un sinfín de operaciones preparadas sobre la marcha. Los técnicos de la unidad incluso confeccionaron maquetas de «cabezas de francotiradores de juguete» muy convincentes,[39] que funcionaban tan bien para hacer salir a los tiradores enemigos que un oficial fue al taller de un artista de la zona, Monsieur Deleroulk, y le preguntó si podía fabricar quinientas. (Podía, por 200 francos la pieza.)[40] Creaban rumores sin parar y los difundían por la campiña francesa. La Fuerza R, con David Strangeways a la cabeza, era como un circo ambulante en el que constantemente salían conejos de las chisteras.

A finales de verano de 1944, la Fuerza R avanzaba hacia el Rin. El 31 de agosto, Strangeways guió a sus soldados hacia la ciudad francesa de Rouen, desde el sur. Como siempre, su audacia sorprendió y enfureció a sus superiores. El general de un grupo de infantería se quedó «horrorizado al enterarse de que la Fuerza R ha avanzado tanto y recomienda que se retire de inmediato». Strangeways y sus hombres terminaron tomando la ciudad, y acto seguido él fue a dar una conferencia sobre el elegante arte del engaño en el Palais des Beaux Arts. «Es cierto que —concluyó un informe sobre el trabajo de la Fuerza R en ese período— no se ha logrado ningún ataque importante en el que el factor sorpresa no haya intervenido en mayor o menor medida.»[41]

Strangeways evitó Le Portel, el pueblo situado al norte de Rouen que había sido arrasado durante la fracasada operación Escarapela. Una tarde de septiembre, cuando la Fuerza R se dirigía hacia Alemania, al norte, ocurrió un acontecimiento importante en la pequeña historia el pueblo costero: se había rendido la última guarnición alemana de los alrededores. Sin embargo, nadie lo celebró: la gente no salió a la calle ni ondeó la bandera tricolor ni ofreció vino a las tropas invasoras. Le Portel estaba vacío. No se había recuperado del bombardeo destinado a cubrir Escarapela.[42]

El hombre que pudo haber destruido a Garbo, Johann Jebsen, pasó el día D en Sachsenhausen, uno de los campos de concentración más antiguos del Tercer Reich, destinado a prisioneros políticos y enemigos del Estado. Sachsenhausen era un campo «modelo» que los nazis mostraban a los visitantes para demostrar que las condiciones en sus campos eran humanas; estaba rodeado de una alambrada eléctrica, un alto muro de piedra y una «franja de la muerte» de grava blanca que los presos no podían pisar. Si alguno lo hacía, los guardias le disparaban. El hombre que había ocupado la celda contigua a la de Jebsen dijo más tarde que, una vez en que llevaron a rastras al espía a su celda después de una paliza brutal, gritó a los guardias: «Espero que me den una camisa limpia».[43] Otro prisionero conoció a Jebsen en septiembre de 1944 y lo encontró tumbado en la cama, con las costillas rotas. Fue la última persona que vio al trágico espía.

Su amigo Dusko Popov, el agente Triciclo, que se sentía culpable y furioso por el destino de Jebsen, recorrió las ruinas de la Alemania de la posguerra en busca del hombre a quien creía responsable de la muerte de su colega. Se llamaba Walter Selzer y era el funcionario subalterno que se había encargado de la ejecución de Jebsen. Tras varias semanas de labor detectivesca, Popov lo encontró en la ciudad alemana de Minden, lo raptó y lo llevó a un bosque solitario para matarlo. No obstante, el verdugo se comportó de forma tan sumisa y lastimosa que fue incapaz de apretar el gatillo. Lo dejó allí, entre los árboles, encogido de miedo, y se consoló rescatando a la mujer de su antiguo amigo. Incluso llamó a la puerta de directores de teatro de la zona británica de Berlín para conseguirle un trabajo de actriz.[44] Fue un acto de reparación con el hombre al que creía que había fallado.

Al parecer, en los interrogatorios a los que fue sometido, Jebsen no dijo lo que sabía de Garbo.

Cuando llegó el otoño, los planificadores y los generales por fin tuvieron tiempo de considerar la operación de engaño y el papel desempeñado por Garbo. Empezaron a llegar los elogios. «Los conocedores de los agentes dobles —diría más tarde J. C. Masterman— siempre han considerado que el caso Garbo fue el ejemplo supremo de su arte.»[45] Anthony Blunt dijo que el logro de Garbo había sido «la más importante operación de engaño doble que haya tenido lugar durante la guerra».[46] El planificador de engaños e historiador Roger Fleetwood-Hesketh lo expresó de forma más sucinta: «Su contribución al día D fue en efecto más extraña que cualquier ficción […]. No se podría haber hecho sin él […]. Fue el mensaje de Garbo […] lo que cambió el curso de la batalla en Normandía».[47] En la ceremonia de entrega de la Orden del Imperio Británico (OBE) a Tommy Harris, cuando Eisenhower tuvo la oportunidad de conocerlo (nunca habló personalmente con Pujol), el general estadounidense se levantó y le tendió la mano. «El trabajo que usted realizó con el señor Pujol equivale probablemente al de toda una división —dijo, mientras se daban la mano—; usted salvó muchas vidas, señor Harris.»[48]

Aunque los refuerzos alemanes habían empezado a desplazarse hacia Normandía a finales de agosto, ya era tarde para aplastar al segundo frente. Los mapas de la inteligencia alemana capturados por los Aliados mostraban las divisiones fantasma de Garbo exactamente en los lugares indicados por el espía.[49] En el gran mapa del frente occidental de Roenne, la bandera del imaginario FUSAG estuvo clavada en su lugar hasta octubre.[50]

Cuando el profesor Percy Schramm, el encargado de escribir el diario de guerra en el Alto Mando alemán, fue interrogado por los Aliados después del Día de la Victoria Europea, ocurrió algo extraño y revelador.[51] Schramm era un historiador del ritual medieval, especializado en el estudio de las imágenes y símbolos con que proyectaban su poder los dirigentes del Sacro Imperio Romano, y durante la guerra tuvo acceso ilimitado a los jefes militares alemanes.

Durante el interrogatorio, al historiador se le ocurrió de repente una pregunta e interrumpió la conversación.

—Todo este asunto de Patton no fue un truco, ¿verdad? —preguntó con suspicacia al oficial aliado.

—¿Qué quiere decir?

—Lo que quiero decir es lo siguiente —dijo Schramm—. ¿Se mandaron todas esas divisiones al sureste de Inglaterra sólo para retener nuestras fuerzas en el Paso de Calais?

El interrogador hizo una pausa y dio una respuesta muy refinada. Dijo que la misión de esas fuerzas era reforzar a Monty en Normandía y que sólo habrían invadido Calais si los alemanes hubieran abandonado la zona.

—Ah —dijo Schramm, aliviado—. Es lo que siempre creímos.

Hacía meses que había terminado la guerra, pero el experto alemán en imaginería medieval todavía creía que el FUSAG había existido realmente. La ficción de Garbo seguía viva.