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AUMENTA LA TENSIÓN

Dentro de Alemania, la brecha en el Alto Mando alemán que Tommy Harris había predicho se hacía realidad.

Durante meses, Hitler se había mantenido firmemente en el campo de los partidarios del ataque en Calais, pero a mediados de la primavera de 1944 se fijaba cada vez más en Normandía. El 4 de marzo, el Führer señaló Normandía y la Bretaña francesa como los objetivos más probables de la invasión. En una reunión con sus generales, celebrada el día 20, les dio el mismo mensaje: vigilad Normandía. En abril, cuando estudiaba el mapa de la costa francesa, tocó con el dedo la costa arenosa y dijo: «Soy partidario de concentrar todas nuestras fuerzas aquí».[1] El 2 de mayo, el segundo del general Jodl, jefe del Estado Mayor de Operaciones, llamó al cuartel general del mariscal de campo Gerd von Rundstedt (una magnífica mansión a orillas del Sena, al oeste de París) y dijo que se necesitaban más hombres y material para reforzar las defensas de Normandía y Bretaña.[2] «Un éxito parcial del enemigo en las dos penínsulas ataría muchas fuerzas del comandante en jefe del oeste», los ejércitos alemanes en Francia y la Europa ocupada.[3]

Roenne y Rommel, junto con la mayoría del Alto Mando alemán, habían apoyado la opción de Calais desde el principio. Incluso un aficionado a la guerra podía ver instantáneamente las ventajas de atacar la costa de esa región, y la instrucción que recibían los oficiales alemanes —centrada en la teoría lógica y ortodoxa, no en el engaño— respaldaba esa opción. No obstante, a principios de mayo, Rommel pidió a Hitler que le cediera el control de las fuerzas de reserva para robustecer las defensas de Normandía. Rundstedt protestó: quería que esas divisiones se quedaran en la reserva hasta que se produjese el ataque principal. Por el momento, Hitler tomó partido a favor de Rundstedt, pero Rommel estaba cada vez más nervioso por lo delgada que era la línea de defensa de las playas que pronto se conocerían con los nombres de Omaha, Utah, Oro, Juno y Espada.

En el mando alemán había una segunda fractura: algunos analistas alemanes advertían de una posible invasión única, mientras que otros creían que habría dos ataques, el primero de los cuales sería una treta. Hitler no estaba seguro de si el primer ataque sería una maniobra de distracción o la invasión real. Sin embargo, en mayo, Jodl le dijo al jefe del Estado Mayor del comandante en jefe del oeste que Normandía «sería el primer objetivo del enemigo». El primer objetivo, lo cual indicaba, sin duda, que en algún otro lugar se produciría un segundo ataque, mucho más poderoso.

En su oficina, Pujol y Harris trabajaban sin descanso para reforzar esa sospecha. El 9 de abril, Garbo comunicó por radio a Madrid: «La situación, por lo que me han contado los agentes de la costa del sur, es verdaderamente alarmante; se espera la acción del enemigo de un momento a otro».[4] Rogó a sus contactos que confirmaran lo que le comunicaban sus fuentes: «Tenéis que hacer vuelos de reconocimiento sobre los puertos del noroeste de Inglaterra para comprobar si los barcos mencionados en mi mensaje de ayer están realmente allí». Desde luego, Garbo sabía que los barcos estarían allí; nunca mandaba un mensaje sin saber que los combatientes estaban en su lugar.

Después, a finales de abril, el n.º 4, el ficticio camarero gibraltareño, «envió» una carta a Garbo en la que decía que se habían suministrado bolsas para vómitos, chalecos salvavidas y raciones frías a la 3.ª División de Infantería canadiense. Ésas eran las últimas cosas que se entregaban a los soldados antes de mandarlos a un ataque anfibio. La única conclusión posible era que la invasión se había puesto en marcha.

¿Era el día D? Garbo tuvo un ataque de pánico. Pero el agente J (5), la secretaria del Ministerio de la Guerra con la que Pujol tenía una aventura, contradijo los informes. Afirmó que los movimientos que el n.º 4 había visto formaban parte de un ejercicio, de una práctica para el ataque real. Los dos subagentes se enzarzaron en un agrio conflicto, creado y manipulado con mano experta por Garbo, que tomó partido a favor del n.º 4. Cuando éste «comunicó» que la 3.ª canadiense había recibido orden de despejar una zona de su campamento a causa de la llegada de tropas de segunda línea, el jefe de la red negó que todo aquello no fuera más que un ejercicio: «Esto demuestra la mentira de J (5), quien hoy ha insinuado ingenuamente que las tropas emplazadas en el sur estaban de maniobras». Garbo comunicó a Madrid que su amante, J (5), había sido víctima de un engaño. Advirtió al Alto Mando alemán que se preparase para la llegada de un millón de hombres a las costas de Francia a partir de las próximas horas.

Garbo y Tommy Harris sabían que la maniobra entrañaba un riesgo. ¿Perdería credibilidad Garbo al predecir un ataque masivo que no se produciría? ¿O la ganaría al demostrar que era humano y no siempre interpretaba correctamente la información de que disponía? Los soldados, claro está, no llegaron a Francia. De hecho, los movimientos que vieron los subagentes ficticios de Garbo participaban en un ensayo real: el ejercicio Fabius, el último ensayo general antes del día D. El 3 de mayo, las divisiones de asalto situadas en el sur de Inglaterra embarcaron en las lanchas de apoyo y se dirigieron a la réplica de su zona de desembarco. Contingentes de la 3.ª canadiense tomaron por asalto Bracklesham Bay, en el condado de Sussex Occidental, mientras la 1.ª de Infantería de Estados Unidos llegaba a la playa de Slapton Sands.

Una semana antes, durante otro ensayo, el ejercicio Tigre, nueve patrulleros alemanes avistaron las lanchas de desembarco americanas y las atacaron. Se desató el caos: las lanchas aliadas fueron barridas por fuego amigo y los soldados que no sabían nadar se pusieron incorrectamente los chalecos salvavidas y se hundieron como piedras. Los tanques Sherman DD cayeron al agua y un transporte alcanzado por balas alemanas explotó y se convirtió en una gran bola de fuego. Los soldados estadounidenses se lanzaron al mar y el peso de las mochilas de combate les hundió la cabeza bajo el agua, en Lyme Bay. Murieron 683 soldados, todos estadounidenses, y todo por una simple práctica. Cuando los supervivientes consiguieron llegar a Slapton Sands, el crucero pesado HMS Hawkins causó aún más estragos al disparar munición auténtica y matar a otros 308 hombres.

La matanza no sólo supuso un duro golpe para la invasión, sino que también dañó el plan de engaño. Sin que los británicos se enterasen, Hitler recibió informes del desastroso ejercicio y, gracias a su extraordinaria memoria para las características topográficas, recordó que las playas de Slapton Sands se parecían mucho a las de Normandía. El fiasco reforzó su convencimiento de que los Aliados desembarcarían allí.[5]

Los mensajes de los agentes n.º 4 y J (5) sobre el ejercicio Fabius, la última práctica antes del auténtico día D, sirvieron para demostrar a los alemanes que la red de Garbo estaba preparada para la invasión. El 7 de mayo, cuando se vio claramente que Fabius no era la ofensiva real, Garbo envió un mensaje a sus controladores en el que se lamentaba por haberse precipitado y echaba toda la culpa al nerviosismo de su agente: «4 ha demostrado lo mentecato que es. Estoy muy disgustado con él, aunque no se lo he dicho».[6]

Era un truco psicológico sutil que Garbo utilizaba con frecuencia: quejarse de lo idiotas que eran sus agentes, cosa que sus contactos de la Abwehr podían comprender muy bien. Era como una charla entre colegas. «Aquí, en el círculo más reducido de colegas —le escribieron en cierta ocasión—, los que conocemos la historia de tu caso y de tu organización, hablamos tan a menudo de ti que muchas veces parece que estemos viviendo los acontecimientos que nos cuentas, y sin duda entendemos completamente tus preocupaciones.»[7] Garbo tenía otras formas de ganarse la simpatía de Kühlenthal y Federico. Cuando les hablaba sobre los arios de una hermandad clandestina y sobre la corrupción y los sentimientos antibritánicos de algunos empleados de ministerios, contaba a los alemanes lo que querían oír, es decir, que Inglaterra estaba plagada de simpatizantes nazis que veían con buenos ojos la invasión alemana. Garbo presentaba una visión de un enemigo que casi deseaba y sin duda merecía la derrota. Todo eso formaba parte de lo que los alemanes llamaban «guerra de nervios».

Garbo informó a Madrid de que el n.º 4 estaba un poco desanimado por la gran estupidez que había cometido. Kühlenthal lo instó a perdonarlo: «Debes animarlo, pues, de lo contrario, podría suceder que, cuando la invasión auténtica esté a punto de producirse, no diga nada por exceso de precaución».[8] Todo el mundo esperaba el primer indicio del día D con los nervios de punta. Mientras tanto, se disparó la cotización del agente J (5), pues había acertado al afirmar que Fabius era un ejercicio. Era exactamente lo que Garbo quería.

En mayo, la resistencia francesa comunicó que Rommel había trasladado de Hungría a Francia la temida División Panzer Lehr y que la 21.ª División Acorazada se encontraba en Caen, a tan sólo treinta minutos de las playas de Normandía.[9] Se rumoreaba que otras divisiones Panzer seguirían el mismo camino, lo que indicaba que los alemanes esperaban la invasión en Normandía.[10] Esas noticias preocuparon a los planificadores londinenses de la invasión. ¿Era el esfuerzo del engaño una causa perdida? Normandía iba ganando puntos como objetivo probable del día D. Para confundir al Alto Mando alemán respecto a las verdaderas intenciones de los Aliados, era preciso reforzar la segunda parte de la misión de Garbo: el engaño de Calais.

La quimera estaba preparada para ponerse en marcha.

Para que los alemanes dirigieran la vista al este, el FUSAG se puso en camino. El (verdadero) Tercer Ejército de Estados Unidos había sido agregado al (ficticio) FUSAG, que de ese modo se reforzaba con un contingente de botas auténticas sobre el terreno. El Tercer Ejército estaba instalado en Cheshire, en el noroeste de Inglaterra, pero, si iba a formar parte de una invasión de Calais, tenía que trasladarse a la costa oriental, más cerca del objetivo. En lugar de trasladar a los hombres, los jeeps y los tanques cientos de kilómetros, lo que habría supuesto una gran carga para los comandantes, el movimiento se transmitió por las ondas. Un pelotón de escritores captó el tráfico de señales del Tercer Ejército y creó nuevos «guiones» que lo situaban en el este.[11] Aunque las transmisiones eran secretas —y cifradas—, el texto de los mensajes era un puro galimatías. Para redactarlo, los operadores de señales encadenaban la cuarta o quinta palabra de cada frase de un artículo de diario, hasta que la IBM inventó una máquina que producía series de palabras totalmente aleatorias.[12] Todo se hacía con el más estricto secretismo; ni siquiera a los operadores de radio que enviaban los mensajes se les decía nunca si el tráfico era real o imaginario. El menor cambio en su técnica podía revelar el juego a los alemanes.

La red de radio del Tercer Ejército dejó de emitir en el oeste de Inglaterra y unas semanas más tarde apareció en East Anglia, cerca de la costa oriental.[13] Los Aliados habían inventado un mecanismo que permitía que un solo aparato imitara el tráfico de seis radios, de modo que un solo operador podía simular las señales de la división entera. Los alemanes no tardaron en interceptar el tráfico y señalaron con una aguja en sus mapas que el Tercer Ejército se encontraba en East Anglia, cuando las tropas reales estaban a cientos de kilómetros de distancia.

Los trenes de transporte de tropas y los convoyes que se desplazaban por carretera estaban coordinados, para permitir que los agentes dobles «vieran» pasar las locomotoras por pueblos reales a las horas reales que comunicaba Garbo. Incluso se llevaba un catálogo de fichas con la posición de cada regimiento y batallón del FUSAG.[14] Cuando los agentes dobles «viajaban» por una zona del sureste de Inglaterra, sabían qué unidades habían encontrado. El agente de Garbo 7 (7), el tesorero de los Hermanos del Orden Mundial Ario, «vio» oficiales de tanques en Ipswich, a cientos de kilómetros de distancia de su base. Cuando lo comunicó, los alemanes movieron la bandera de la unidad correspondiente en su gran mapa: «La 6.ª División Acorazada americana, que hasta ahora se creía que estaba en el condado de Worcester, se […] ha informado de que está en el este de Inglaterra, en la región de Ipswich».[15] Cada nueva observación desplazaba la mirada de los alemanes más hacia el este, lejos de los puntos reales de embarque, en el oeste. «Resulta cada vez más evidente que la mayor concentración enemiga —declaraba un informe de inteligencia del 15 de mayo— se encuentra en el sur y el sureste de Inglaterra.»[16] La fuerza invasora auténtica no se había movido ni una pulgada. La ficticia apuntaba a Calais.

Garbo informó de observaciones de sus subagentes, quienes vieron insignias del FUSAG —el número I romano de color negro sobre el pentágono azul que había descubierto semanas antes— en algunos pueblos cercanos a la costa.[17] Al plasmar los informes en un mapa, los alemanes vieron que las fuerzas se dirigían a los puertos de alrededor de Dover. El 29 de mayo, un gran convoy de aviones de combate reales, compuesto por 66 escuadrones aerotransportados, despegó de unos campos de aviación de Hampshire, en el sur de Inglaterra. Uno de los subagentes de Garbo comunicó que habían salido de unos campos de las zonas de Kent y Sussex, con lo que señalaba lejos de Normandía. Los aviones arrojaron sus bombas en Calais y la Luftwaffe confirmó el ataque.

A medida que se acercaba el día D, la radio de 80 vatios de Garbo se iba poniendo al rojo vivo. Veinticinco de mayo: «Por medio de un contacto americano de la 28.ª División me he enterado de que Churchill, Smuts, Eisenhower y Patton estuvieron presentes el 12 de mayo en la demostración de un arma secreta…» (Se trataba de un mecanismo para volar fortificaciones de cemento como las que había en la playa de Omaha.) Treinta y uno de mayo: «Sutton Common North, al este de la carretera Sutton Shottisham, hierve de movimiento de tanques y es evidente que es una zona de ejercicio y prueba de carros de combate». En ese momento la red de Garbo era tan extensa que podía suministrar a la Abwehr informes sobre producción bélica desde Estados Unidos: «Producción de aviones actual: 300 por mes. Vehículos de transporte militar: unos 15.000 por mes. Ahora se da prioridad a aviones y equipamiento de señales. Canadá envía a Inglaterra un millón de toneladas de harina, medio millón de toneladas de tocino y carne de cerdo, 43.000 toneladas de pescado en lata, 64.000 toneladas de queso, 480 millones de huevos».[18]

El espía incluso intentó una técnica clásica de inversión. El 22 de mayo, Garbo dijo a Madrid que J (3), su contacto en el Ministerio de Información, lo había invitado a colaborar con el Ejecutivo Político de Guerra (PWE), los maestros de la propaganda negra. Madrid no dejó escapar la oportunidad y le dio su aprobación al día siguiente. El propósito del plan de Garbo era suministrar folletos de propaganda que los alemanes leerían al revés: si el PWE decía que Normandía era el objetivo, los alemanes deducirían que los Aliados se dirigían a Calais. «Lo que pude sacar en claro —escribió Garbo después de estudiar el trabajo del PWE— y lo que considero de la máxima importancia es la intención de ocultar la verdad con el propósito de engañarnos.»[19]

Era la culminación de la partida más larga de Garbo, que se remontaba a los días de Lisboa. Estaba interpretando otra vez el papel de analista, cosa que no hacía ningún otro agente. Garbo no sólo aspiraba a engañar a personas como Roenne; en cierto sentido, quería reemplazarlas.

Según avanzaba la cuenta atrás, se produjeron algunos conflictos. El Comité XX ordenó a Harris y Pujol que pasaran comunicaciones por radio sobre una invasión de Burdeos, una maniobra de distracción llamada operación Ironside, en la que intervendrían dos divisiones el «día D más 10», es decir, diez días después del día D. El plan no pareció oportuno a los dos agentes de Jermyn Street: Burdeos no figuraba como objetivo en el radar alemán. ¿Cuántas maniobras de distracción iban a creerse los alemanes? Dos agentes de segunda fila —Tate y una joven belleza peruana de nombre en clave Bronx— obedecieron las órdenes e insinuaron una invasión inminente. Los alemanes habían dado a Bronx unos códigos especiales, cada uno de los cuales indicaba un objetivo distinto. Un telegrama que decía «Necesito 175 libras para el dentista» significaba que el ataque se produciría en los Balcanes, y una petición de 200 libras significaba Grecia. Bronx mandó un mensaje a la Abwehr en el que decía que el dentista le costaría 125 libras. Era la señal de Burdeos.

Pero Garbo se resistió. Llegó a mandar un mensaje el 5 de junio, pero matizó el informe diciendo que dudaba de su precisión. Pujol y Harris no estaban dispuestos a sacrificar su reputación —que tanto les había costado ganar— por una nimiedad como Ironside.

Hubo discusiones incluso entre agentes. Cuando Garbo y el agente Brutus pasaron mensajes casi idénticos relacionados con Patton, el oficial del caso de Brutus estalló: «Me parece absurdo —escribió a sus superiores del MI5— que dos agentes hayan obtenido un material tan parecido sobre un asunto tan importante y secreto».[20] Los mensajes idénticos sugerían la existencia de un guión, lo que podía hacer sospechar a los alemanes que los dos agentes estaban bajo el control de los Aliados. Afortunadamente, la Abwehr no consideró que el informe de Garbo desenmascaraba la información de Brutus, sino que la confirmaba. La suerte no abandonaba a los Aliados.

Mientras Garbo trasladaba a su grupo de ejército hacia su punto de partida imaginario, el Bomber Command aliado se unió a la empresa. Sus aviones arrojaron explosivos de gran potencia sobre cuarenta y nueve campos de aviación enemigos, más del doble en Calais que en Normandía. Se bombardearon diecinueve nudos ferroviarios en Calais, ninguno en Normandía. Los pilotos hicieron incursiones y volaron los puentes de los ríos Sena, Oise y Mosa, así como el canal Alberto, con lo que rompieron los cables telefónicos y telegráficos que salían de Calais.[21] No obstante, habían hecho lo mismo para Escarapela y todo el mundo sabía cuál había sido el resultado. ¿Estarían vigilando, los alemanes? ¿Estarían uniendo las piezas como se esperaba que lo hicieran?

En mayo, el general alemán Hans von Cramer, un veterano del Afrika Korps de Rommel, fue liberado de un campo de prisioneros de guerra aliado por problemas de salud. Por su condición de oficial de alto rango, antes de abandonar el campo lo invitaron a cenar con el general Patton, que se presentó como comandante del FUSAG. Patton cautivó al general Von Cramer, y no se escatimó en gastos ni en viandas ni en vino. Durante la conversación, se habló varias veces de los encantos de las regiones francesas, sobre todo de los de Calais.

Después de la cena, llevaron a Von Cramer a un barco de la Cruz Roja, que navegó por el canal de la Mancha hasta la Francia ocupada. En cuanto llegó, Von Cramer se dirigió a toda prisa al Alto Mando de Berlín y contó todo lo que había visto y oído.[22] De camino al barco, había mirado varias veces por la ventanilla del coche. Las carreteras estaban llenas de tropas americanas y británicas: miles y miles de soldados que sin duda se estaban preparando para la invasión. El puerto estaba repleto de toda clase de embarcaciones de asalto. Y los dos oficiales que lo escoltaron hasta el barco comentaron que estaban cerca de Dover, justo enfrente de Calais, en el otro lado del Canal.

Los miembros del Alto Mando lo escuchaban con asombro creciente. Von Cramer era el único testigo ocular alemán de los preparativos del día D. El velo había caído. Metieron a Von Cramer en un coche y lo mandaron al cuartel general de Hitler, donde repitió su relato ante el Führer.

Desde luego, la ruta de Von Cramer hasta el barco de la Cruz Roja había sido preparada cuidadosamente para que viera tantas tropas como fuera posible. Desde el coche vio los regimientos que avanzaban por la carretera. Los dos oficiales británicos que habían cometido la indiscreción de decirle dónde se encontraban eran en realidad oficiales de inteligencia. Las carreteras por las que había pasado estaban en el suroeste de Inglaterra, no en el sureste. Y el puerto donde lo esperaba el barco era Portsmouth, el punto natural para lanzar un ataque contra Normandía.

Hitler todavía sospechaba de Normandía, pero Garbo y el Comité XX seguían progresando. Churchill leyó informes sobre los éxitos de Garbo.[23] Heinrich Himmler mandó una nota personal de felicitación a Kühlenthal, en Madrid, por haber encontrado una joya tan valiosa, y pidió que Garbo extremara la atención.[24] «El objeto de investigación en el futuro [esto es, del espionaje de Garbo] debe ser averiguar con tiempo cuándo empezó el embarque y el destino de las fuerzas estacionadas en el sureste de Inglaterra.» El coronel Roenne incluso citó a Garbo en un informe sobre las intenciones del enemigo, en el que adjuntó un fragmento de conversación entre Garbo y su amigo del Ministerio de Información. Tommy Harris se maravilló: «Es un caso único el que se cite literalmente [el informe de un agente] en un informe oficial de tan alto nivel».[25]

El MI5 también advirtió un cambio sutil en los cuestionarios entrantes: no sólo la Abwehr preguntaba sobre las divisiones fantasmales de Garbo, lo que indicaba que el FUSAG se había vuelto real para los alemanes, sino que los cuestionarios ya no procedían de Madrid. Llegaban directamente de Berlín.

A veintitrés días del día D, Garbo empezó la obertura del último acto del embrollo. Se entrevistó con su amante (ficticia) del Ministerio de la Guerra y «se enteró» de que la invasión comenzaría con una maniobra de distracción, con el fin de apartar a las reservas de Hitler del objetivo real, aún desconocido. Fiel a la máxima de Strangeways, Garbo nunca mencionó Calais ni Normandía, pero la insinuación era clara. El primer ataque sería una treta, y los alemanes debían retener sus fuerzas en espera de la invasión verdadera. Ocho días después llegó el turno del Ministerio de Información: pidieron a Garbo que ayudara a escribir panfletos sobre el segundo frente, basados en informes militares auténticos, que se enviarían a América Latina. Había sido una filtración del Ministerio de Información lo que había permitido a Garbo predecir la invasión del norte de África, informe que por desgracia había llegado a los alemanes con un día de retraso y no sirvió para nada. Esta vez, mandaría el aviso por radio, con lo que no habría retraso. Revelaría la verdad sobre el día D conforme fueran sucediendo los acontecimientos.

Era imposible que Normandía desapareciera totalmente del radar de Hitler. Tenía muchas ventajas para una fuerza invasora. Así que, cuando el reloj se iba aproximando a la hora final, el truco consistía en hacer creer a Hitler que lo que pronto vería no era completamente real. Aunque veáis tropas en Normandía —decía Garbo—, no son de verdad, no hay tropas en Normandía. Son ficciones, impostores, espantajos. No les hagáis caso.

El 28 de mayo, sólo nueve días antes del día D, se obtuvo un indicio de que Garbo y Brutus habían llegado hasta Hitler: los Aliados interceptaron un mensaje enviado por el embajador japonés a sus superiores en Tokio que contenía el registro de una larga conversación con el Führer:

Hablando del segundo frente, Hitler […] creía que ya se habían concentrado en Inglaterra unas ochenta divisiones […]. Por consiguiente, le pregunté si creía que esas tropas británicas y americanas habían terminado su preparación para las operaciones de desembarco y contestó de forma afirmativa. Luego le pregunté cómo creía que se materializaría el segundo frente y me dijo que, por el momento, lo que creía más probable era que, después de llevar a cabo maniobras de distracción en Noruega, Dinamarca y la parte meridional de la costas occidental y mediterránea de Francia, establecerían una cabeza de puente en Normandía o Britania, y que, después de ver cómo se desarrollaban las cosas, iniciarían el establecimiento de un Segundo Frente auténtico en el Canal. Nada le gustaría más a Alemania, dijo, que tener ocasión de empezar cuanto antes la batalla contra grandes fuerzas del enemigo.[26]

Así pues, Normandía precedería al «Segundo Frente auténtico». La información —dijo Hitler— procedía de «presagios relativamente claros». Los presagios eran Garbo, Brutus y unas pocas fuentes fiables más. Habían penetrado en el núcleo del mando alemán.

Eran noticias excelentes. Sin embargo, a mil quinientos kilómetros de distancia, en Lisboa, estaba sucediendo algo que ponía en peligro toda la misión de Garbo justo cuando parecía que empezaba a dar frutos. Un mes antes, el 29 de abril, un hombre misterioso y atormentado, amigo de P. G. Wodehouse e instructor de espías cercano al intérprete personal de Hitler, descrito en su archivo del MI6 como «rubio, monóculo, dientes muy negros, muy inteligente»,[27] había desaparecido de la capital europea del espionaje. Se sospechaba que la Gestapo estaba detrás de su desaparición. Y el desaparecido lo sabía todo sobre Garbo.