Mientras el calendario se iba acercando al mes de junio, los Aliados removían cielo y tierra —y trabajaban a destajo— para que el ejército fantasma de Garbo pareciera real.
El general George Patton, comandante del verdadero Tercer Ejército, fue nombrado comandante del millón de hombres imaginarios del FUSAG. Era la elección lógica: Hitler consideraba a Patton el mejor jefe de los Aliados y el Alto Mando alemán respetaba sus estrategias imprevisibles. Patton pronto empezó a ser visto por todas partes del sureste de Inglaterra, reuniendo a las tropas inexistentes en unas apariciones a las que la prensa daba mucha publicidad. Patton se consideraba un «actor nato»[1] y decía que disfrutaba «haciendo de Sarah Bernhardt». Su actuación no era nada sutil. Se despedía de otros generales al grito de: «¡Nos vemos en el Paso de Calais!».[2] Y, cuando se dirigía a los soldados del Tercer Ejército, les recordaba con torpeza: «Vosotros no sabéis que estoy aquí».
David Strangeways había suprimido casi todo el engaño material de la operación Fortaleza, pues prefería confiar en los agentes dobles y las transmisiones de radio. No obstante, el plan general de la operación Guardia aún requería un gran espectáculo teatral para engañar a los alemanes… y prestar autenticidad a las estratagemas de Garbo. La verdad y la mentira se mezclaban con desenfreno calculado: 250 Wetbobs (falsas embarcaciones de desembarco de cinco toneladas y media, construidas meticulosamente con un sinfín de piezas sueltas) fueron amarrados en varios puertos británicos. La seguridad era estricta: cuando una barcaza chocó con un barco falso no iluminado en el río Orwell, el capitán y la tripulación de la barcaza fueron detenidos y retenidos hasta después del día D.[3] (Esa clase de accidentes revelaban que los barcos no eran más que piezas de atrezo.) Se levantaron campamentos falsos y unas cuadrillas se ocupaban de mantener encendidas las hogueras y corrían de una a otra para que siempre hubiera la cantidad de humo adecuada. Se hicieron pistas de aterrizaje falsas con excavadoras en tierras de labranza y se instalaron luces falsas. Junto a las pistas se dejaron aviones de madera falsos y cada día les daban la vuelta para que pareciera que habían volado por la noche. Al anochecer, se arrastraban por las pistas unos carros provistos de faros de coche, para simular aviones de combate que despegaban y aterrizaban. La Luftwaffe atacó algunos de esos espectros que brillaban en sus visores de bombardeo, y los equipos trabajaban a marchas forzadas para arreglar los cráteres de las bombas, exactamente como lo hubieran hecho si la pista de aterrizaje hubiese sido real. Los utileros también fabricaron cráteres de bombas falsos, de lona, una versión para los días claros (con sombras intensas) y otra para los nublados. La ilusión estaba tan lograda que varios pilotos de la RAF dañaron sus aviones al intentar aterrizar en las pistas.
En Cornualles, se inundó un valle entero después de cercarlo con un dique y se iluminó. Los planificadores del engaño esperaban que los bombarderos nocturnos confundieran el valle inundado con un puerto y arrojasen sus bombas al agua.[4] Batallones de 700 u 800 hombres se hicieron pasar por divisiones, de manera que parecían unos 15.000 soldados. No se olvidó ningún detalle para crear la ilusión de una división real: se emitían órdenes al comandante, se mandaba correo a su cuartel general, el coronel o el general de brigada al mando del batallón salía de su tienda por la mañana vistiendo el uniforme de general de división y montaba en un coche oficial que ostentaba el banderín propio de dicha categoría. Todos los oficiales de su Estado Mayor fueron ascendidos en falso y se les entregaron uniformes nuevos (aunque no les aumentaron el sueldo), y pintaron en sus coches las insignias correspondientes.[5] Se paseaban en coche por la ciudad, flirteaban con miembros del Cuerpo del Ejército de Mujeres (WAC), se emborrachaban en los bares a la menor oportunidad, sin quitarse el disfraz en ningún momento y pregonando su presencia en la zona. Se levantaron en tiempo récord hospitales y almacenes de alambre, madera y lona para las fuerzas de ataque ficticias.
Una de las construcciones principales del plan era una gigantesca instalación de almacenamiento de petróleo, levantada con estructuras viejas de embarcaderos, depósitos de petróleo abandonados y tuberías de aguas residuales que se recogieron en las ciudades destruidas. Se construyó en una zona costera de cinco kilómetros, cerca de Dover. Los Aliados requisaron un gran ventilador de un estudio cinematográfico británico: tenían que levantar oleadas de polvo para que la Luftwaffe creyera que los equipos de construcción trabajaban intensamente.[6] Sólo quien se paseara por el inmenso lugar vería que todos los edificios y cabañas estaban abandonados y que lo único que corría por las tuberías era el viento.
En los periódicos se veía a Monty y al rey Jorge VI inspeccionando la descomunal instalación —periódicos que se leerían poco después en las oficinas de la Abwehr de Berlín— y, en el hotel White Cliffs de Dover, Eisenhower pronunció un discurso ante los hombres que habían construido el depósito. Aviones de combate estadounidenses y de la RAF patrullaban la instalación ficticia, aunque tenían órdenes de dejar pasar cierto número de aviones de reconocimiento de la Luftwaffe, a no ser que volaran a menos de 30.000 pies, la altura a partir de la cual se consideraba que sus cámaras detectarían el engaño. Los aviones que volaban a poca altura eran abatidos y caían al océano envueltos en llamas. Pero el plato fuerte llegó cuando las baterías alemanas de Cap Gris Nez, en Calais, empezaron a lanzar andanadas contra la instalación petrolera. En ese momento, el grupo de soldados británicos que mantenía la instalación encendió bengalas de sodio, para que los observadores alemanes creyeran que habían dado en el blanco y que el depósito era pasto de las llamas.
A las palomas también se les asignó una misión: la operación Columbia. En Bélgica, Francia y Holanda, se lanzaron varias cajas de esas aves en paracaídas. Los mensajes que llevaban sujetos en las patas las identificaban como propiedad del FUSAG. En las jaulas había unas notas dirigidas a los partisanos de la zona, a los que se animaba a atar mensajes a las patas de las aves, que volverían a Inglaterra en cuanto las soltaran. Varias palomas regresaron a sus puestos, una de ellas con un mensaje escrito en cursiva alemana: «Aquí tenéis vuestro pájaro. Nos hemos comido el otro».[7]
El plan llegó hasta las librerías de Estambul, Berna y Lisboa. Hombres y mujeres entraban en las tiendas y preguntaban si tenían el mapa Michelin 51. Si no tenían ningún ejemplar, lo encargaban en voz alta. El mapa 51, por supuesto, era el del Paso de Calais.[8] El MI5 escribió e imprimió libros y revistas técnicas con teorías sobre la invasión que señalaban a Calais y, burlando el control de los censores, los mandó a Alemania.[9]
En marzo, Churchill visitó una división acorazada falsa.[10] Se apeó de su Humber oficial y, fumando un puro, pasó revista a los tanques de goma construidos por los escenógrafos de los Shepperton Studies. «Una exhibición impresionante de fuerzas acorazadas —comentó a su guía, el general de división Hollis, del War Cabinet—. No obstante, por lo que me dices, Hollis, ¿un arco y una flecha podrían vencer a esos enormes tanques?» Hollis le dijo que un niño con un cuchillo de caza sería suficiente. Anteriormente, un toro se había escapado de una granja y había embestido un tanque de juguete… y se llevó un buen susto cuando el armatoste se desplomó.
Unos párrocos de Suffolk y Kent se quejaron del «declive de la moralidad» de sus feligresas, causado por la influencia de los jóvenes y fornidos soldados estadounidenses que llegaron a las provincias del este. Un británico indignado escribió al periódico de su pueblo para quejarse de la aparición repentina de cientos de condones usados cerca de los campamentos militares. También escribieron algunas mujeres, furiosas porque el polvo que levantaban los jeeps americanos ensuciaba las sábanas y los pañales que acababan de tender. Los soldados eran reales, por supuesto, como también lo fue el choque cultural que causó su llegada: los soldados traían consigo discos de jazz con canciones como «Flat Foot Floogie» y «Mairzy Doats», llamaban «Mac» a los ingleses que no conocían y recibían cheques que quintuplicaban el sueldo del soldado raso británico.[11] Sin embargo, la mayoría de ellos estaba en el oeste y en el sur del país, cerca de los puertos de embarque reales. Todas esas cartas de personas indignadas que se publicaron en periódicos del este de Inglaterra las escribieron en Londres jóvenes oficiales de inteligencia. Los agentes dobles «vieron» las cartas y enviaron recortes a sus controladores de Madrid y, en última instancia, a los de Berlín.
Mientras Pujol y Harris trabajaban catorce horas al día mandando información —que poco a poco fue pasando de ser del todo verídica a completamente falsa—, los Aliados producían una increíble variedad de artefactos ideados para confundir al enemigo antes de la invasión y durante la batalla: bengalas de fuego y humo que los aviones lanzaban al agua para crear la ilusión de un torpedero en llamas; lanchas sin tripulación que podían simular la explosión de una barcaza de asalto; prótesis navales, enormes cascos de barcos de decorados de cine, de madera y lona, que podían convertir una modesta fragata en un acorazado de la clase Colorado, o un cazasubmarinos en un portaaviones de escolta. El resultado del último invento recibió el nombre de «Marina Suiza», una serie de embarcaciones bastante inofensivas que llegaron a parecer una fuerza de ataque de proporciones considerables.[12] Se grabaron sonidos de batalla en hilo magnético y películas sonoras que simulaban los ruidos de obreros siderúrgicos construyendo un puente, el motor de una lancha de desembarco y el rugido de tanques avanzando a toda velocidad.[13] El banco de engaños sensoriales de los Aliados podía simular grandes incendios, un pelotón haciendo ejercicios durante seis horas, gas tóxico (sustancia química que quemaba la piel como el gas mostaza, pero no mataba), el olor de la cordita, un convoy naval entero (por medio de la «ventana», que consistía en tiras de papel cubiertas de aluminio por una cara que en el radar parecían grandes barcos), una flota de aviones (lograda con «camionetas de engaño», camiones que transportaban transmisores que emitían ruido de motores a miles de pies de altura) y muchos efectos especiales más. Incluso se obligó al Times de Londres a colaborar en la empresa: se imprimían ediciones especiales —con fotografías trucadas en las que aparecían, por ejemplo, acorazados en el Fiordo de Forth (Escocia)— y se dejaban en lugares bien visibles.
Inglaterra estaba sellada: era una isla-fortaleza hostil a cualquier intruso extranjero. En las zonas costeras que iban desde Land’s End —en el extremo suroccidental de la isla— hasta East Anglia, y desde Arbroath hasta Dunbar (Escocia), se prohibió el acceso de visitantes a una franja litoral de quince kilómetros.[14] Se preparó un despliegue formidable de engaño material: máquinas que producían huellas de tanques, maniquíes paracaidistas que explotaban cuando tocaban el suelo y «calentadores de agua», torpedos que, cuando se disparaban, se autopropulsaban hasta un punto determinado, esperaban y, en el momento indicado, ascendían a la superficie y emitían efectos de sonido grabados. Los estadounidenses inventaron el «mechero Bunsen», que consistía en un receptor de radio pegado a un altavoz.[15] Cuando se lanzaba uno con paracaídas a un campo de batalla, inundaba la zona de voces o sonidos de batalla, y se autodestruía al cabo de cuatro horas. Los «ánades rabudos» eran unos dispositivos que se pegaban al suelo cuando impactaban en él y disparaban una «bengala Very», como la que los oficiales paracaidistas utilizaban para hacer señales a sus tropas. También había radios que podían simular el ruido de la guerra, compuestos químicos que podían recrear el olor de la guerra, fonógrafos que emitían fragmentos de conversaciones de soldados o el estruendo de escuadrones enteros de soldados ficticios. Por otra parte, se llevaban a cabo campañas de propaganda negra: se lanzaban octavillas en territorio enemigo y emisoras de radio clandestinas transmitían mensajes subversivos. Se puso en circulación una serie de rumores —fue la llamada «campaña sibs», del latín sibilare, ‘silbar’— que llegaron hasta lugares tan lejanos como Rio de Janeiro. Se difundieron rumores de guerra y pistas falsas en Lisboa y otros lugares, y se dieron «soplos» sobre los planes de invasión a los diplomáticos extranjeros de Londres. En los campos de concentración alemanes, los prisioneros de guerra recibieron cartas repletas de indiscreciones, para que los censores alemanes tomaran buena nota.[16]
Se inventaron insignias para los ejércitos fantasma de Garbo:[17] la del Primer Grupo de Ejército era un número I romano de color negro sobre un pentágono azul. Un empleado quisquilloso de la oficina del intendente general se quejó de este diseño, al considerar que «la colocación del negro sobre el violeta transgrede la ley de la visibilidad», pero los colores no se cambiaron. Se instalaron cuatro grupos de señales en varias zonas de Inglaterra para simular transmisiones, tanto del ejército fantasma como de las divisiones reales. Un solo camión de radio representaba las comunicaciones del cuartel general de una división y enviaba mensajes a todas sus brigadas.[18] Los americanos contribuyeron con su propia unidad de especialistas, el 3103.º Batallón del Servicio de Señales, que rondaba por la campiña inglesa y coordinaba los movimientos de las fuerzas que «pertenecían» a Garbo.[19] Cuando Garbo «veía» un gran número de charreteras que indicaban que algunas tropas habían trasladado su campamento, los camiones emitían ráfagas de sonidos de transmisiones desde la nueva localización.
Entretanto, el coronel Roenne vigilaba y los Aliados interceptaban sus informes para medir el efecto del engaño. Cuando en sus informes de inteligencia se incrementaba el número estimado de divisiones, los planificadores sonreían. Conforme Garbo mandaba mensajes a los alemanes con observaciones del FUSAG y Strangeways creaba duplicados de las tropas aliadas con lonas y rumores, esas cifras fueron aumentando. En enero de 1944, Roenne calculó que había 55 divisiones en el Reino Unido, cuando en realidad sólo había 37.[20]
Lo inesperado, no obstante, nunca podía descartarse. En el plan Gotham, los buques mercantes entraron en el estrecho de Gibraltar transportando en la cubierta grandes cantidades de lanchas de desembarco. El objetivo era demostrar a los alemanes —que, desde una docena de puestos de vigilancia, observaban todo el tráfico que circulaba por el estrecho en ambas direcciones— que no se estaban retirando activos del Mediterráneo hacia Inglaterra. En realidad, las lanchas de desembarco eran grandes señuelos inflables. En un transporte que había zarpado de Liverpool todo fue bien hasta que se levantó viento: en ese momento, cualquier observador alemán que hubiese mirado con sus binoculares habría visto que las lanchas de varias toneladas rebotaban incontroladamente en la cubierta, como globos de cumpleaños.
Algunos planes nunca fueron más allá del tablero de operaciones, o tuvieron un resultado desastroso en la práctica. En la operación Leyburn, unos oficiales de inteligencia preguntaron discretamente a las autoridades de países neutrales cómo podían protegerse las famosas obras de arte guardadas en los Países Bajos. Lo que se pretendía era insinuar que la invasión se dirigía hacia Holanda, pero los alemanes no lo captaron. Los estadounidenses propusieron la «idea verdaderamente estrambótica» de intentar un Dunkerque a la inversa: cientos de pequeñas barcas de pescadores y otros botes se reunirían en los puertos del sureste de Inglaterra como si se preparasen para transportar dos millones de hombres a Calais. El plan fue rechazado: ¿por qué diablos iban a utilizar los Aliados barcos de pesca? Otros ardides funcionaron a la perfección. Para reforzar Fortaleza Norte, el simulacro de invasión de Noruega, la Royal Air Force llevó a cabo misiones de distracción desde los campos de Suffolk hasta el este de Escocia, para dar la impresión de que se trasladaban cuatro grandes divisiones de bombarderos a un lugar más cercano a Escandinavia.[21] El embajador británico en Suecia preguntó inocentemente a sus homólogos si podía reunir información sobre el tiempo en Estocolmo e incluso instalar equipamiento sofisticado de navegación aérea. La única razón por la que alguien haría algo así era la de preparar la llegada de una flota de bombarderos y cazas que se dirigiera hacia el norte como parte de una invasión.
La operación Graffham incrementó rápidamente la presión contra Suecia. El mismo embajador preguntó si el país accedería a que los aviones aliados aterrizaran en los aeropuertos suecos y pidió que se permitiese la entrada a «expertos de transporte británicos» para adelantarse a la retirada alemana desde Noruega. También pidió que se permitiera que los aviones aliados llevasen a cabo misiones de reconocimiento en el país. Se mandó a un comodoro a Suecia para que se reuniera con el comandante en jefe de la fuerza aérea de la nación. Si los Aliados invadían Noruega —preguntó el comodoro—, ¿enviarían tropas los suecos para detener los asesinatos masivos de noruegos que sin duda se producirían en los campos de internamiento? Al mismo tiempo, operadores de radio mandaban mensajes desde las divisiones fantasma de Garbo. Un mensaje típico decía: «La 80.ª División necesita 1.800 pares de crampones, 1.800 pares de fijaciones de esquí».[22]
Los alemanes estaban asustados: «Las consultas de altos oficiales de la Fuerza Aérea inglesa en Suecia (de las que se tiene constancia por fuentes fidedignas) sobre la entrega de bases aéreas suecas para la invasión pueden considerarse un indicio de una operación pequeña en la región escandinava».[23] Hitler decidió mantener 250.000 soldados —muy necesarios en otros frentes— en Noruega y Dinamarca, cuando los analistas británicos calculaban que sólo eran necesarios 100.000 para conservar la paz en la región.[24] Eso significaba que se quedaron en Noruega 150.000 soldados superfluos que no lucharían en Normandía.
La operación Víbora Cobriza [Copperhead] se inspiraba directamente en un guión de Hollywood. Durante una visita al sur de Nápoles, Dudley Clarke, uno de los cerebros del engaño estratégico de los Aliados, hizo una pausa en su agotador programa para ver Cinco tumbas al Cairo, película de espías de Billy Wilder que en las últimas escenas mostraba imágenes auténticas de la batalla de El Alamein. Interpretaba el papel de Rommel el actor austríaco Erich von Stroheim, quien diseñó su propio vestuario y se pasó incontables horas estudiando fotografías del famoso general alemán. Wilder estaba impresionado con el actor: «Con su cuello gordo y rígido en primer plano, su cara expresaba más que la de casi cualquier otro intérprete».[25]
Clarke, sentado entre el público, veía la película fascinado. La interpretación, por excesiva que fuera, y la aparición de un actor británico que se parecía al general Montgomery le dieron una idea. Si Von Stroheim podía interpretar a Rommel en la película, ¿por qué no iba a poder un actor británico interpretar al Monty real… en la guerra real?
Clarke sabía que la Abwehr tenía un puesto de observación en Gibraltar, con vistas al campo de aviación, de modo que podía ver por un telescopio a todos los pasajeros que llegaban en los vuelos diarios. Si Monty aparecía de repente, significaría que el general británico estaba inspeccionando las bases de lanzamiento para el ataque ficticio contra la costa mediterránea de Francia. Este ataque ficticio se llamaba operación Vendetta y durante meses había sufrido una grave escasez de recursos: apenas contaba con soldados reales y embarcaciones de ataque. Una visita de Monty haría milagros. El héroe de El Alamein estaba entusiasmado con la estratagema, lo cual era bastante predecible, como Guy Liddell anotó con ironía en su diario, pues giraba en torno a «la teoría de que el segundo frente no puede empezar sin él».[26]
El actor que interpretó a Monty en Cinco tumbas al Cairo era mucho más alto que el general, de modo que no era la opción ideal, y otro doble se había roto la pierna en un accidente de coche. Clarke tenía que ponerse a buscar fuera del gremio de los actores. Después de repasar las filas británicas, encontró al doble perfecto en las oficinas del Royal Army Pay Corps: el teniente M. E. Clifton James, quien podría haber pasado por el gemelo de Monty. James ya había imitado a Monty en una ocasión. Durante un mitin de apoyo a la guerra que no surtía el efecto deseado, James, haciéndose pasar por el famoso general, subió al escenario y la multitud se volvió loca.
James se había reunido con Monty para estudiar su forma de andar, de hablar y de mover las manos cuando daba un discurso. Le ordenaron que dejara de beber y fumar (Monty no bebía ni fumaba) y le pusieron una prótesis en el muñón del dedo medio de la mano derecha, que había perdido en la primera guerra mundial. Entonces, el 26 de mayo de 1944, viajó a Gibraltar en el avión privado de Churchill. Durante el vuelo, se fue a la parte trasera del avión a beber ginebra de una botella que llevaba escondida, lo que provocó horror a sus acompañantes. A veinte mil pies de altura, «abofetearon, masajearon […] y rociaron con agua fría» al impostor, para quitarle la borrachera.
Cuando el avión aterrizó, llevaron al Monty falso a una recepción, donde soltó algunas insinuaciones sobre algo llamado plan 303 para la invasión de Francia (por supuesto, no existía tal cosa). Uno de los invitados era Ignacio Molina Pérez, un oficial de enlace español y espía al servicio de la Abwehr. A Pérez casi se le saltaron los ojos de las órbitas cuando vio al brillante general. «Se dirigió con impaciencia al secretario colonial para pedirle explicaciones, y éste, con incomodidad fingida, se vio obligado a reconocer que el comandante en jefe se dirigía a Argel.»[27] Pérez abandonó la fiesta y lo vieron meterse en su coche y salir a toda pastilla hacia el pueblo de La Línea, donde llamó a su contacto de la Abwehr. Por último, el doble de Monty fue llevado a Argel y lo pasearon por la ciudad, con lo que atrajo la atención de los alemanes al escenario de Oriente Próximo, y luego se quedó escondido en El Cairo hasta que empezó el día D.
Los Aliados también recurrieron a la economía para engañar a los nazis. Cuando se habían propuesto hacer creer a los alemanes que en 1943 se produciría una invasión de Grecia, el oficial pagador del cuartel general había empezado a comprar dracmas a espuertas.[28] Los planificadores del engaño querían seguir una estrategia ligeramente distinta para la operación Guardia. Pidieron al tesoro británico que imprimiera billetes de una libra con las palabras «Ejército Británico de Ocupación en Francia» estampadas en la parte frontal. Los agentes británicos llevaban unos cuantos en la cartera y, cuando les presentaban la factura de un restaurante o de un hotel, sacaban uno de los billetes marcados. «Entonces, cuando estábamos seguros de que la otra persona lo había visto, nos apresurábamos a retirarlo y sacábamos un billete normal.»[29] Este truco tan simple contribuyó a que circulara por Londres el rumor de la invasión inminente.
Los estadounidenses intentaron una estratagema más sutil. Se habían dado cuenta de que mandar a partisanos a las estaciones ferroviarias del sur de París para que comprobaran los efectos de los bombardeos aliados costaba muchas vidas y exponía a la resistencia francesa a la Gestapo. Ahora se limitaban a averiguar el precio de las naranjas en Les Halles, el enorme mercado mayorista que abastecía a los minoristas. Si el precio subía, significaba que los trenes no llegaban y que las bombas estaban cayendo en sus objetivos. Si el precio bajaba, era señal de que los bombarderos tenían que cambiar de táctica. En vísperas del día D, los cerebros del engaño estratégico también se fijaron en el mercado internacional de los seguros contra incendios en ciertas zonas de la Francia ocupada.[30] Era probable que los analistas alemanes vigilasen el mercado en busca de pistas sobre los lugares en que los Aliados pensaban arrojar sus bombas incendiarias, pues creían que asegurarían sus objetivos antes de atacarlos. En febrero de 1944, un agente doble, un empresario que trabajaba para la inteligencia británica, notificó a la Abwehr que había conseguido un empleo en el Fire Office Committee, un grupo británico que seguía el rastro de las pólizas de seguro de todo el mundo. Informó de que había ocurrido algo curioso: un organismo estatal no identificado estaba haciendo consultas sobre Noruega, Bélgica y el norte de Francia. ¿Podría ser que…?
Incluso algunos agentes y espías aliados que se dedicaban a crear estas apariciones estaban casi convencidos de que eran reales. «El mundo de fingimiento en el que vivíamos […] propiciaba una extraña actitud mental —dijo el coronel Roderick Macleod, que se pasó varios meses trabajando en la treta de Noruega—. Con el paso del tiempo, cada vez nos costaba más separar lo real de lo imaginario.»[31] Pujol tenía la misma sensación con sus soldados ficticios. «Yo los creé. Eran mis hijos.»[32]
A principios de la primavera de 1944 el tejido se iba urdiendo con mil hebras. Las ingeniosas tramas ideadas por los planificadores del engaño eran el telón de fondo que daba verosimilitud al trabajo de los agentes dobles. Pero Garbo y los demás seguían siendo la punta de lanza, las personas a las que los alemanes prestaban mayor atención.
En mayo, Roenne contó 79 divisiones en Inglaterra, cuando sólo había 52.[33] La diferencia producida por el engaño había aumentado de 18 a 27. No obstante, este número se debía a algo más que a la astucia de los agentes dobles. Un día del verano de 1943, Roenne dijo a su oficial de operaciones, el teniente coronel Lothar Metz, encargado de elaborar el informe diario de Ejércitos Extranjeros del Oeste sobre las fuerzas aliadas: «De ahora en adelante tenemos que exagerar. El Estado Mayor de Operaciones recorta cierto porcentaje de todos nuestros informes. De modo que tenemos que contar con eso. Tenemos que exagerar».[34]
Roenne sabía que Hitler se negaba a aceptar los cálculos precisos sobre las fuerzas rusas en el este, porque eso habría significado aceptar que la Wehrmacht estaba en inferioridad de condiciones. Se tildaba de derrotista a quien decía la verdad sobre el enemigo, y o bien se lo perseguía, o bien no se le hacía caso. Roenne consideraba que su deber era proteger a Alemania y creía que hinchar las cifras sería un antídoto contra el empecinamiento de Hitler en negar la verdad. Aunque Hitler redujera las estimaciones de Roenne sobre el número de los soldados aliados, seguirían estando más cerca de la verdad que las cifras que proponían los subordinados de Hitler.
Metz se quedó anonadado. «Coronel, yo no puedo hacer eso. Aprendí como soldado que cada uno debe responder por sus actos. Tiene que ser cierto.»
Roenne le dijo a su subordinado que se tomara un día para pensarlo. Al día siguiente, Metz volvió con la respuesta: estaba dispuesto a hacerlo.
Los estrategas del engaño no habían logrado explotar la mayoría de las rarezas psicológicas de Hitler. En cambio, este oficial alemán reaccionaba a la negación de la realidad del Führer creando una ilusión con la que hacer frente a la ilusión de Hitler. La quimera de Garbo ganaba así un impulso inesperado desde dentro de Alemania.
«Un enredo dentro de un enredo —escribió Churchill—. Conspiración y contraconspiración, ardid y traición, engaño y doble engaño, agente verdadero, agente falso, agente doble, oro y acero, la bomba, el puñal y el pelotón de fuego se imbricaban en unas texturas tan intricadas que resultaban increíbles y, no obstante, eran ciertas.»[35]
La ruta hasta Berlín estaba despejada. Todos los mensajes que Garbo mandaba a Madrid se reenviaban a la capital alemana y luego eran transmitidos por teletipo al Estado Mayor de Roenne, en Zossen. No sólo eso: todos los informes de testigos oculares, ya fueran sobre un soldado americano ebrio en un pub inglés o sobre una compañía de paracaidistas vista a través de un parabrisas, se enviaban a Berlín, donde, a causa del plan de Roenne, se incrementaba el número de los efectivos.[36] «El movimiento y la reagrupación de todas las formaciones imaginarias y erróneamente situadas —escribió Harris—, tema de los informes de la red Garbo, se convirtió en el tema de los informes diarios de inteligencia del Alto Mando alemán, que debían circular ampliamente en los círculos oficiales alemanes y en los que se basaban posteriormente todas sus valoraciones.»[37]
Garbo estaba ganando la partida. Él, junto con Brutus y Tate, había logrado crear un ejército fantasma de un millón de hombres en Inglaterra, cuando en realidad sólo había tiendas de campaña vacías y camionetas de engaño. Pero esto era sólo la mitad de la misión.
Conforme el día D se acercaba rápidamente, la siguiente pregunta era: «¿Cómo podemos convencer a los alemanes de que el ejército real que desembarcará en las playas francesas el 6 de junio no es real?, ¿de que es, de hecho, algo totalmente distinto?». Ahora que Strangeways y él se habían sacado de la manga un millón de hombres, Garbo tenía que coger a los soldados estadounidenses, canadienses y británicos reales, y los miles de tanques y jeeps que iban a atacar las playas de Normandía, y hacerlos desaparecer.
Por varias razones, algunas de ellas obvias, otras totalmente imprevistas, ese proyecto resultó ser mucho más difícil.