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EL EJÉRCITO FANTASMA

Muchos oficiales aliados creían que el día D no podía «camuflarse». Era un empeño que desafiaba la lógica, un movimiento demasiado grande y visible. El general británico J. F. M. Whiteley, que había ayudado a planear el día D, dijo a sus amigos que no apostaría ni una libra por el éxito de la primera versión de Fortaleza. Ralph Ingersoll, oficial de inteligencia estadounidense, opinaba que el propósito de engañar a Hitler era como tratar de «poner un miriñaque y bragas con volantes a un elefante para que pareciera una chica en enaguas».[1] Cuando un miembro de la Sección de Control de Londres explicó la operación Guardia a un grupo selecto de oficiales de alto rango, muchos «se negaron en redondo a creer que fuera posible engañar al enemigo» antes del día D.[2] Otros simplemente no entendían lo que se les estaba contando. Cuando otro miembro de la organización de engaño expuso el plan para Calais, un general de brigada protestó: «Pero es que no vamos a desembarcar en el Paso de Calais».[3]

Ante estas dudas, Strangeways no redujo la escala del plan, sino que fue en la dirección contraria: concibió un engaño de una magnitud y un riesgo mucho mayores. Propuso que se creara un ejército imaginario —el Primer Grupo de Ejército de Estados Unidos, o FUSAG— de un millón de hombres donde no había ninguno y que se destinara a una invasión ficticia donde no se planeaba ninguna, en Calais. El objetivo del nuevo plan era hacer creer a los nazis que Normandía era una maniobra de distracción y que un ejército enorme, casi totalmente escondido, se encontraba a la espera de lanzar el ataque verdadero. Nadie se había planteado siquiera una estrategia tan audaz.

Strangeways quería que Garbo y los demás crearan un ejército de espectros, al que los Aliados prestarían vida: una vida intensa, audible, con un omnipresente olor a gasóleo. Para lograrlo, se valdrían de regimientos de soldados y técnicos especialmente preparados, de docenas de barcos de la marina británica y de cientos de cazas y bombarderos de la Octava Fuerza Aérea. Strangeways y sus hombres se concentrarían en los agentes dobles y las transmisiones falsas, y otras unidades, dentro de la operación Guardia, crearían un ejército de efectos especiales —sonidos grabados, simulacros de explosiones, simulacros de todo— para producir la impresión de una invasión real.

El plan era nuevo y audaz, no tenía nada que ver con los ataques a modestas cabañas Quonset que el Comité XX había llevado a cabo hacía sólo dos años. «Después de la sorpresa inicial, creo que todos estaban un poco avergonzados porque no se les había ocurrido a ellos», dijo el oficial de inteligencia Christopher Harmer.[4] Un historiador británico diría más tarde que el planteamiento de Strangeways era «fiel a la tradición de la excentricidad inglesa; lo mismo que hubieran hecho en la ficción el capitán Hornblower o [Sherlock] Holmes, o el almirante Cochrane o Chinese Gordon en la vida real, de haberse encontrado ante un desafío parecido».[5]

Crear semejante ejército de la nada normalmente habría llevado semanas, si no meses, de reuniones de comités, artículos estratégicos y negociaciones entre el grupo del ejército y el cuerpo de señales, lo que Strangeways consideraba «horribles y espantosos trámites burocráticos».[6] El estratega lo hizo a su manera: «Me limitaba a preguntar al oficial jefe de señales: “¿Podéis hacer esto?”. Él contestaba: “Por supuesto que podemos”. Lo conocía bien, él sabía lo que yo hacía y nunca discutimos sobre el porqué». Al teniente coronel no le gustaba que le preguntasen por qué; el porqué era dominio exclusivo y propiedad de David Strangeways. Sus hombres pronto aprendieron a no hacerle esta pregunta. «Nos lo consentían todo —recordaba melancólicamente—. Pero todo era por la causa.»[7]

Juan Pujol nunca conoció a David Strangeways, y puede que nunca oyera su nombre. Pero ahora tenía un planificador cuya imaginación era tan audaz y ambiciosa como la suya.

Con los cambios de última hora, cinco agentes dobles tomaron la delantera. Brutus, el piloto polaco, sería esencial para pasar al enemigo el orden de batalla falso, esto es, la lista de las divisiones que supuestamente se estaban preparando para la invasión. Tate, de nombre real Wulf Schmidt, era un espía danés que, tras saltar en paracaídas en Inglaterra en septiembre de 1940, fue apresado, encarcelado y convertido en agente doble.[8] Su nombre en clave se debía a su parecido con Harry Tate, el cómico de variedades que se hizo famoso por la frase: «¿Cómo está tu padre?». Sería el encargado de pasar información sobre los ejércitos que salían de Estados Unidos para entrar en acción en Europa. Tesoro era una francesa muy excitable que había traicionado al MI5 porque creía que uno de sus agentes había matado a su perro. Aunque la habían echado, los servicios secretos británicos seguían mandando mensajes en su nombre. Tesoro comunicó a la Abwehr que Monty había sido nombrado comandante del FUSAG, lo que hizo creer a los alemanes que los británicos tenían a americanos a sus órdenes, y viceversa, idea que sería crucial en las operaciones del ejército ficticio. Triciclo era el intrépido serbio Dusko Popov. Su misión consistía en introducir en Lisboa planes falsos de la operación del cruce del Canal y ponerlos en manos de los alemanes. Garbo era el primero entre iguales. Enviaría incontables «informes» procedentes de su red de «agentes» dispersados por todo el mundo.

Para preparar Fortaleza Sur, el ataque ficticio contra Calais, Garbo empezó a mandar a sus agentes imaginarios a las ciudades y los pueblos de la costa del sur y el sureste de Inglaterra, el punto de partida del «ataque» al Paso de Calais. En febrero, el agente 7 (2), el marino galés jubilado, fue a Dover; 7 (4), el poeta indio llamado Rags, fue destinado a Brighton; 7 (5), el viajante comercial, se instaló en Devon; y el tesorero de los ficticios Hermanos del Orden Mundial Ario, conocido como 7 (7), se desplazó hasta Harwich. El agente n.º 4, el camarero de Gibraltar que no había conseguido atraer a Federico a las cuevas de Chislehurst, fue destinado a observar la 3.ª División de Infantería canadiense en Hampshire. El agente n.º 7 (3) se fue a la India, pero la mayoría de los espías ficticios se alojaron en los posibles puntos de embarque de la costa sur y sureste de Inglaterra. Las «fuentes» que Garbo tenía en el Ministerio de Información y en el de la Guerra estaban en reserva, listas para ser explotadas. Por lo que sabían los alemanes, en ese momento Garbo no sólo podía enterarse de las órdenes de batalla en su lugar de origen (Londres), sino que también estaba en condiciones de comprobar sobre el terreno si los movimientos de hombres y material coincidían con dichas órdenes. El orden de batalla ficticio de los Aliados cobró una gran preeminencia. ¿Qué ejército amenazaba Francia? ¿Qué divisiones y regimientos lo componían? ¿Quién lo comandaba? ¿Y adónde se dirigía? Eso era lo que los alemanes querían saber.

Cuando los soldados empezaran a llegar a la costa de Normandía, el ataque dividiría inevitablemente al mando alemán: un grupo de oficiales creería que era la invasión real, mientras que otro, persuadido por Garbo y sus camaradas, consideraría que era una maniobra de distracción y que el ataque real se produciría en Calais. Si Garbo lograba convencer a un núcleo de fieles, éstos se convertirían a su vez en una especie de pequeños agentes que promoverían el plan inventado en Londres. Garbo tenía que convencer a esos hombres y suministrarles los instrumentos necesarios para ganar la batalla en el seno de la maquinaria bélica alemana.

Contra lo que suele pensarse, los días posteriores a la invasión de Normandía —las playas que los Aliados llamaban la «costa lejana»— serían tan cruciales como el propio día D. La mayoría de los ejércitos que atacan una costa poco fortificada son capaces de establecer al menos una posición en la playa, por la mera magnitud de sus fuerzas. En ese primer día, las tropas estadounidenses, canadienses y británicas serían muy superiores en número a los defensores alemanes y podrían conquistar los primeros metros de territorio. El coronel Roenne llegó a esa conclusión cuando, a finales de octubre y principios de noviembre de 1943, hizo una gira de cinco días con su Mercedes por la Muralla del Atlántico. Le resultó evidente que, al margen de los puertos fuertemente fortificados, los Aliados podrían desembarcar una fuerza invasora prácticamente donde quisieran. El éxito o la derrota se decidirían en los días posteriores, cuando las fuerzas del día D serían más vulnerables. Los Aliados intentarían desembarcar cientos de miles de hombres, tanques y camiones de suministro, obuses y botiquines de primeros auxilios, mientras que los alemanes concentrarían sus fuerzas para estrangular y destruir la posición desprotegida de los Aliados. Incluso Rommel le daba la razón en este punto: «Es probable que el enemigo logre establecer cabezas de puente en varios puntos y penetre en nuestras defensas costeras. Cuando esto suceda, únicamente la rápida intervención de nuestras reservas operativas logrará arrojarlo de vuelta al mar».[9]

Los alemanes llevaban dos años preparándose para la invasión por el Canal y tenían una reserva de diez divisiones acorazadas listas para contraatacar. A Eisenhower le preocupaba especialmente el XV Ejército alemán, que, con sus tres divisiones Panzer, estaba acampado a pocos kilómetros de la costa de Calais. El MI5 calculaba que, si Garbo lograba que una sola división de esa reserva no se desplazara a las playas de Normandía en las cuarenta y ocho horas posteriores al día D, la gran cantidad de tiempo y esfuerzo invertidos en su personaje habrían merecido la pena. Retener una división durante dos días: ése era el objetivo. Y diez días era el tiempo de vida máximo que se concedía a la operación de engaño.

Garbo aspiraba a algo más. El odio que Hitler le inspiraba no había hecho más que aumentar en los últimos meses, conforme la guerra iba diezmando regimientos y ciudades enteras a una velocidad pavorosa. «No soy judío, ni polaco, ni francés —dijo—, pero siento el sufrimiento de los judíos, de los polacos y de los franceses.»[10]

La misión que el plan Fortaleza encomendaba a Garbo consistía en suministrar a la Abwehr un flujo de información desde el sur y el sureste de Inglaterra —los puntos de embarque falsos— que, al principio, sería verdadera casi al ciento por ciento, aunque inocua. Si se introducía un informe falso en ese conjunto, quedaría cubierto por los hechos verificables que lo rodearían. Luego, con el tiempo, la proporción de verdad y falsedad se iría modificando de forma lenta e imperceptible, hasta que los informes fueran completamente falsos.

Cuando Garbo se disponía a construir sus divisiones fantasma, llegó un nuevo cuestionario procedente de Madrid: «Sería del máximo interés saber cuántos ejércitos habrá y cuántos se han formado ya. El cuartel general y el nombre del comandante de cada ejército, así como su composición, esto es, los cuerpos y las divisiones a su mando y los objetivos asignados a cada ejército».[11] Prácticamente, los alemanes estaban invitando a Garbo a rellenar sus tablas con los regimientos ficticios.

Garbo empezó a mandar material «de altísimo nivel», hasta cinco y seis mensajes al día. Hacía tantas transmisiones a Madrid que tuvo que dejar de escribir cartas.[12] Recurría casi exclusivamente a la radio. Entre enero de 1944 y el día D, mandó y recibió más de quinientos mensajes, un ritmo vertiginoso. La Abwehr de Madrid creó una oficina especial únicamente para tratar la «información vital» que mandaba la red de Garbo.[13]

Estaba trazando los contornos de un ejército enorme que se desplegaba en el sureste de Inglaterra. Ya no había tiempo para la ampulosidad: su prosa se parecía cada vez más a la de Hemingway. «En la carretera principal entre Leatherhead y Dorking vi cientos de camiones y coches aparcados. Jeeps. También vi unos cuarenta tanques camuflados con redes […]. También vi la insignia del Segundo Ejército en un convoy de camiones de suministro que atravesaron Oxford en dirección a Londres. He visto las siguientes insignias americanas: la estrella del SOS, la 8.ª Fuerza Aérea, personal de tierra de la USAAF, la cabeza de un águila.»[14] «Hay dos o tres campamentos americanos en la zona y al menos un cuerpo de pioneros negros. Los americanos hicieron un ejercicio con humo artificial en Port Talbot que empezó el 25 de febrero.»[15]

Strangeways insistía en que Garbo no señalara nunca el Paso de Calais. «No hay que servir el plan al enemigo en una gran bandeja de plata. Que sea él quien saque las conclusiones. Así, si se equivoca, sólo se culpará a sí mismo.»[16] Garbo puso buen cuidado en no mencionar nunca el objetivo falso. De hecho, en los miles de mensajes, rumores y acciones de las operaciones psicológicas, no se permitía que nadie nombrara Calais. Fue una gran audacia por parte de Strangeways. ¿Qué ocurriría si, a partir de la información que se les pasara, Roenne y los alemanes no completaban el cuadro que los británicos habían previsto? La sutileza había dado resultados fatales en la operación Escarapela. No obstante, si los Aliados eran demasiado explícitos, Roenne y Hitler se olerían el engaño.

Mientras construía el FUSAG, Garbo también ideó un extraño ejemplo de propaganda negra dirigida a los escépticos del Tercer Reich. El 23 de febrero, mandó una carta escondida dentro de una hucha que representaba la cabeza de Churchill. En ella, explicaba que había tenido una larga conversación con «su amigo del Ministerio» y se había enterado de que el Gobierno británico estaba preparando planes para la eventualidad de que el ejército alemán abandonase Francia antes de que se produjera la invasión. El avance ruso en el este —informaba a Madrid— había convencido a Whitehall de que era posible que los alemanes se retirasen a su propio territorio, pues sabían que las fuerzas de Stalin «no respetarán a nadie, destruirán su [Alemania] completamente, se llevarán a todos los hombres útiles y los usarán como esclavos para reconstruir Rusia». Las intenciones británicas, en cambio, eran mucho más benignas. «[Los comandantes alemanes] saben que no deseamos la ruina de Alemania. No es nuestra intención subyugar a los alemanes, sino destruir todo cuanto huela a nazismo y a conquistas militares. Creo que es muy posible que el propio ejército alemán nos pida que acudamos en su ayuda para salvarlos del cataclismo que se aproxima.»[17]

Con el fin de que los alemanes se rindieran a los británicos, la carta trataba de hinchar el miedo del enemigo ante lo que Stalin haría cuando llegara a Berlín, al tiempo que ofrecía unas condiciones generosas para la capitulación. El Ministerio de Información debía encargarse de dejar claro que no habría represalias contra los colaboracionistas o los simpatizantes nazis. Así, se decía a los alemanes que los británicos estaban decididos a protegerlos, mientras que los soviéticos seguramente los matarían como a ovejas. (Esta carta constituye un presagio de la división de Berlín y de los primeros días de la Guerra Fría.) Garbo añadió la afirmación alarmante de que el FUSAG, el enorme ejército que se estaba reuniendo en el sur de Inglaterra, no era una fuerza invasora, sino un ejército de ocupación.

Incluso birló una octavilla —completamente falsa— de las que supuestamente se arrojarían en Francia en cuanto los alemanes se fueran:

Franceses:

Las tropas alemanas están saliendo del territorio francés. Las tropas francesas y aliadas están llegando por mar y aire a diversas zonas de vuestro país.

Evitad las manifestaciones populares contra los colaboracionistas que puedan provocar sublevaciones o cosas similares. Por más grande que sea la ira contra el enemigo o aquellos que hayan colaborado con él, o hayan actuado contra los patriotas que han resistido la opresión alemana, los actos de venganza individual pueden dar lugar a disturbios…

Francia ha sido liberada. ¡Vivan las Naciones Unidas!

Dwight D. Eisenhower

Comandante supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada[18]

Desde luego, cuando mandó la carta, el «supernazi» Garbo se burló de la idea de la retirada de Francia. «Le dije [al empleado del Ministerio] que el alemán no era hombre que se retirase, como el italiano, y que sus pérdidas las pagarían con sangre quienes se llevaran las ganancias.» Aun así, se había sembrado la semilla.

No obstante, justo cuando Garbo empezaba a tender su trampa, los alemanes la desactivaron. En marzo, embajadas y legaciones alemanas de todo el mundo recibieron un mensaje urgente de Joachim von Ribbentrop, el ministro de Asuntos Exteriores. Les ordenaba que averiguaran qué significaba la palabra en clave Overlord, sin reparar en gastos.[19] Se había descubierto el nombre secreto de la invasión del día D, un éxito tremendo para el distante coronel Roenne, que ahora podía rastrear cualquier mensaje aliado en busca de la contraseña.

Como ya había ocurrido en el caso de Escarapela, el genio de Zossen demostraba ser mucho más formidable que los maestros de espías de Madrid.