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EL ENSAYO GENERAL

En 1942, gracias a la operación Antorcha en el norte de África, la heroica lucha soviética en Stalingrado y los ataques aéreos de los Aliados a ciudades alemanas y objetivos industriales de la cuenca del Ruhr, los Aliados empezaban a cambiar el curso de la guerra. El siguiente paso de las fuerzas aliadas sería abrir el segundo frente invadiendo Europa. En principio, la invasión se planeaba para 1943, pero en la conferencia celebrada en enero en Casablanca se vio claramente que no podrían reunirse suficientes hombres y material (medios de desembarco, barcos de suministros y principalmente los miles y miles de soldados estadounidenses que llegarían a las costas) para la épica batalla que habría de rescatar a Francia y dar comienzo a la lenta y dificultosa marcha hacia Berlín. Churchill y Roosevelt retrasaron provisionalmente la fecha de la invasión al primero de mayo de 1944.

Si se llegaba a saber que no habría día D en los doce meses siguientes, Hitler podría llevarse tropas y divisiones Panzer del oeste de Europa al frente oriental. Para evitar que las principales divisiones alemanas se concentrasen en las batallas rusas cruciales, era necesario que Hitler creyera que la invasión de Europa en 1943 no sólo era posible, sino inminente. Toda gran obra de teatro requiere un ensayo general con vestuario y, en la primavera y verano de 1943, Garbo y toda la comunidad del engaño estratégico tomaron posiciones para el ensayo general del día D. Se llamó operación Escarapela [Cockade].

Tomó el mando de la operación el teniente general Frederick Morgan, alias Freddie, en calidad de jefe de Estado Mayor adjunto al comandante supremo, un hombre muy capaz que debía planear la invasión por el canal de la Mancha y todas las misiones preliminares. El objetivo de Escarapela, su primera y principal misión, parecía claro. Morgan tenía que dirigir «una complicada estratagema de camuflaje y engaño a lo largo de todo el verano con el fin de inmovilizar al enemigo en el oeste y alimentar las expectativas de operaciones a gran escala en el canal de la Mancha en 1943».[1] El plan constaba de tres elementos fundamentales, cada uno con su nombre en clave. Wadham era un simulacro de ataque a la Bretaña francesa; Tindall era un simulacro de ataque a la ciudad noruega costera de Stavenger; y el eje del plan, Starkey, era un simulacro de gran ataque anfibio al Paso de Calais (Francia).[2] Starkey tenía dos objetivos: hacer salir de los hangares a los aviones de la Luftwaffe para derribarlos en el aire, sobre Calais, y convencer a los alemanes de que se estaba abriendo el segundo frente en Francia. En el plan original de Escarapela se preveía una segunda acción:[3] convertir el simulacro en invasión real si las defensas alemanas parecían excepcionalmente débiles. Si las condiciones resultaban prometedoras, los ejércitos de Escarapela invadirían las playas y se dirigirían a París.

El plan inicial era de una envergadura impresionante: los Aliados llevarían a cabo 15.000 incursiones en aviones de combate; 6.000 incursiones de bombarderos medios y pesados sobre las zonas de desembarco previstas, tanto en operaciones nocturnas como diurnas; en las costas inglesas se concentrarían millares de soldados británicos y canadienses en las áreas de embarque y reunión, para que los alemanes creyeran que iban a embarcar para la invasión; dos enormes acorazados de la clase R, naves de 624 pies de eslora [190,2 m], encargadas en principio para la primera guerra mundial, dotadas de una coraza de treinta y tres centímetros y poderosos cañones de quince pulgadas para destruir las baterías fortificadas de la costa del Paso de Calais; doce destructores para proteger a los acorazados en el canal de la Mancha; y escuadrones de comandos transportados por mar,[4] soldados de la Royal Marine y paracaidistas que caerían desde el aire en caso de que la invasión se llevara a efecto. Los planificadores calculaban, en el mejor de los casos, catorce días de combate aéreo intenso, un «Armagedón en el aire»,[5] en el que la Luftwaffe quedaría destruida tras una serie de encarnizados combates aéreos.

Una operación de semejante envergadura y complejidad dependería en gran medida de los agentes dobles. En una de las reuniones de los miércoles del Comité XX, los planificadores del engaño preguntaron si Garbo podría dirigir la operación. Escarapela sería la oportunidad de demostrar que estaba preparado para el verdadero día D. ¿Podría hacerlo? Tommy Harris dijo que sí y volvió rápidamente a Jermyn Street, donde Pujol y él empezaron a reclutar más subagentes y a resituar a los que tenían, para emplazarlos en las posiciones más provechosas. Escarapela sería la mayor y más ambiciosa operación de engaño organizada durante la guerra hasta el momento, como un examen de todo lo que Garbo y la comunidad de inteligencia en pleno habían aprendido en los dos años anteriores.

Para Pujol, como agente al servicio de los Aliados, la situación de riesgo físico iba en aumento a medida que la guerra se desarrollaba. Se sabía que los alemanes secuestraban a sospechosos de ser agentes dobles y que se llevaban a los más valiosos a Berlín para interrogarlos y ejecutarlos. El enorme desprecio que profesaba Hitler a los espías quedó reflejado en la directiva Nacht und Nebel [Noche y Niebla], emitida por el Alto Mando alemán a finales de 1942, en la que se estipulaba que, en los campos de concentración, había dos clases de prisioneros —los de la resistencia y los espías— que debían llevar unas letras negras distintivas en la espalda del abrigo: ene sobre equis sobre ene. Esos infortunados serían ejecutados y no se avisaría a sus familiares.[6] Hasta la manera de ejecutarlos era cruel: cuando llevaban a un espía a la guillotina, lo obligaban a colocar la cabeza mirando hacia arriba, para que viera caer la cuchilla.[7]

El MI5 tenía un plan para los agentes dobles, en caso de que los alemanes invadieran la isla por sorpresa: mandarlos al norte de Gales y esconderlos de la Gestapo. Al frente de ese plan estaba Cyril Mills, uno de los que habían conocido a Pujol la primera vez que éste fue a Inglaterra. Puesto que Mills era hijo de un famoso propietario de circo británico, el plan recibió el nombre de Mr. Mills’s Circus [circo del señor Mills]. Se emplearon palabras en clave adaptadas al nombre del plan: «He dispuesto lo necesario para alojar a los animales, a los cachorros y a los cuidadores, además de al señor Mills», notificaba un agente al cuartel general en abril de 1941.[8] Se trataba de un plan radical. «Si existe el menor riesgo de que los casos más peligrosos caigan en manos del enemigo —informaba Tar Robertson, encargado de los agentes dobles—, será obligatorio liquidarlos.»[9] Los británicos también mataban espías nazis: Scruffy, un camarero de barco de nacionalidad belga, cuyo verdadero nombre era Alphons Timmerman, apareció en Gibraltar, fue denunciado por la Royal Victorian Patriotic School y lo atraparon, en parte, gracias a que había pedido que mandaran sus honorarios a su madre. Lo delataron dos cosas: un fragmento de un mensaje Ultra en el que aparecía su nombre y los componentes para fabricar tinta invisible que hallaron en su equipaje. Mandaron a Timmerman al temido Campamento 020, donde los interrogadores consiguieron que confesara. Después lo ejecutaron. La noticia de su muerte se publicó como parte de un plan para observar la reacción de la Abwehr.

El peligro aumentaba para muchos más, a medida que Escarapela tendía la trampa. Si el engaño era una partida de ajedrez, los peones y los caballos eran personas de carne y hueso, a las que a veces había que sacrificar.

El pueblo francés, los agentes británicos del Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE) que se habían infiltrado en París, los partisanos franceses e incluso los alemanes, todos esperaban que la invasión se produjera en la primavera y verano de 1943. La localidad costera de Le Portel, cercana al gran puerto de Boulogne (norte de Francia), fue un ejemplo típico de la experiencia de la ocupación. La historia de Le Portel se remonta al siglo XIV y la vida de sus habitantes siempre ha estado conectada con el mar, pero muy pocas veces con la guerra. Los pescadores de la localidad salían al Atlántico en sus barcas de madera a pescar arenque y caballa, y sufrían las tragedias propias de todo puerto activo. Por ejemplo, la mañana del 14 de octubre de 1881, setenta y un hombres de la localidad se hicieron a la mar en sus embarcaciones, pero ninguno volvió; sucumbieron en una tormenta. Las viudas de los marineros criaron a sus hijos con la ayuda de los vecinos. La población estaba muy unida, se sentía orgullosa y consideraba a sus pescadores superiores a los de la cercana Boulogne.

El 25 de mayo de 1940, la bandera nazi roja y negra ondeaba al viento en el campanario de Boulogne por primera vez, cuando Le Portel fue ocupada por los alemanes. Unos días después, la población mandó barcas pesqueras a Dunkerque, donde las fuerzas expedicionarias británicas estaban a punto de perecer. Los pescadores de Le Portel rescataron del agua a soldados británicos, que estaban exhaustos, los izaron a bordo de las barcas y se dirigieron a Inglaterra; algunas embarcaciones terminaron en el fondo del Canal, con el casco agujereado por balas de cazas de la Luftwaffe. Cuando volvieron a Le Portel, los relojes de la localidad marcaban l’heure allemande (la hora alemana), es decir, los habían adelantado dos horas, y el toque de queda obligaba a los pescadores y a sus mujeres, so pena de cárcel, a encerrarse en casa a partir de las siete de la tarde.[10] Las playas de las que los portelois disfrutaban desde hacía generaciones estaban sembradas de minas, se racionaron el pan y la carne y, para salir de la localidad, era necesario solicitar un pase. Cuando se terminó el tabaco, la gente empezó a secar hierba para poder fumar; la arena sustituyó al jabón. Los portelois eran una especie resistente. Perseveraban… y rogaban por la liberación.

Los ciudadanos sabían lo difícil que sería la invasión de las fuerzas aliadas. A algunos los secuestraban en la calle y los obligaban a echar cemento para construir fortines y a nivelar el terreno para hacer carreteras nuevas por las que pudieran pasar los Panzer el día D.[11] Habían visto construir, en las localidades vecinas de Cap d’Alprech y Fort de Couppes, un par de baterías de cañones enormes, que reventarían cualquier barco que osara acercarse por el Canal. Los habitantes oponían la poca resistencia que podían: por ejemplo, volcaban accidentalmente los carros llenos de cemento, cosa que retrasaba las obras y desesperaba a los capataces alemanes.

Aquel verano de 1943, mientras la operación Escarapela se ponía en marcha, Le Portel, como toda Francia, estaba en tensión, expectante. Corrían rumores de liberación entre las filas de los partisanos y la población de las pequeñas localidades se inquietaba. Los cerebros de Escarapela lo sabían. Comprendían lo mucho que se arriesgaban al alimentar las esperanzas de los habitantes de los territorios ocupados: «Estas operaciones elevarán al máximo las esperanzas de que la liberación sea un hecho antes del invierno —decía un informe confidencial de los Aliados sobre Escarapela—, con la consiguiente decepción a principios de invierno».[12] Sin embargo, la operación era el primer paso para reconquistar Europa, y apuntaba directamente a Le Portel.

El 2 de agosto de 1943, Garbo trabajaba en Escarapela a jornada completa. Su n.º 7 «fue» al sur de Gales en misión de reconocimiento y encontró regimientos donde no debía haberlos. También «oyó» rumores de algo llamado Ejercicio Jantzen. La única conclusión posible era que se estaba preparando algo grande contra la costa de la Bretaña francesa. El agente n.º 1, que casualmente se encontraba de vacaciones en la zona, también se encontró con los misteriosos regimientos, que, según los rumores, se preparaban para una invasión. Con el fin de convencer a los alemanes de que Noruega podría ser invadida, Garbo informó de que, al parecer, los rusos avanzaban hacia los fiordos, y tuvo la precaución extraordinaria de ir a Escocia a «hablar» personalmente con el agente n.º 3 y a ver lo que pasaba allí con sus propios ojos. Naturalmente, Pujol no se movió de Londres, pero Garbo mandó un informe detallado de su viaje. Informó sobre cosas preocupantes que vio al llegar a Glasgow: comandos haciendo maniobras en las montañas de los alrededores; campamentos nuevos en las cercanías de los campos de aviación, destinados obviamente a alojar a las tropas que, según los rumores, llegarían en aviones; un aumento considerable de soldados con insignias de la RAF en la ciudad; grúas nuevas, probablemente en previsión de la llegada de grandes cantidades de suministros.

Al volver a Londres, dijo que había encontrado al n.º 1 esperándolo con ansiedad. Todos los indicios apuntaban a una invasión inminente del norte de Francia. El n.º 1 puso en alerta a los alemanes directamente mediante una carta escrita con tinta invisible que envió desde Winchester: «Los militares han tomado toda la zona norte de Southampton Common y la han rodeado de alambre de espino. Hay centinelas por todas partes. Vi tiendas de camuflaje verde oscuro entre los árboles y creo que hay muchos vehículos, porque vi unos cuantos maniobrando en la carretera, y posiblemente ametralladoras, porque entreví una que estaban reparando unos soldados. Oí soldados haciendo instrucción».[13]

Cuando la carta del n.º 1 llegó a los alemanes, la Abwehr se sobresaltó al comprobar que la habían «rayado»: los censores británicos la habían barrido con cinco cepillos unidos, cada uno impregnado con un revelador distinto, para descubrir las diferentes tintas. Por fortuna, ninguno de los productos químicos logró sacar a la luz la escritura invisible (intencionadamente, por supuesto, porque lo había hecho el MI5). De todos modos, era preocupante. Los censores británicos estaban alerta, sin duda, y buscaban espías en los alrededores de los puertos de Escarapela. A continuación, el Gobierno británico tomó una medida extraordinaria: censuró todas las cartas con destino a la península Ibérica, Suecia y Suiza, territorios «donde se sabía que el enemigo manejaba direcciones encubiertas».[14] Se censuraba toda la correspondencia dirigida a direcciones sospechosas. Era una tarea ingente: sólo en la primera semana se examinaron 22.000 envíos. Sin embargo, era una de las medidas que tomarían los británicos en vísperas del día D, de manera que había que ponerla a prueba en Escarapela. La Abwehr advirtió por radio a Garbo sobre la enérgica medida y prohibió que los subagentes enviaran cartas desde las localidades en las que se estaban reuniendo fuerzas invasoras.

Garbo reclutó a un nuevo agente imaginario para reforzar su información de Escarapela: una empleada del Ministerio de la Guerra, el centro neurálgico de los planes de invasión. Con la fama de conquistador de mujeres que se había echado en Lisboa, se ganó alegremente a la secretaria, una mujer poco agraciada y demasiado anticuada y tímida para atraer a los hombres. «Justo por eso es más sensible a mis encantos —dijo Garbo a Federico, jactándose de ello—. Ya ha demostrado de una forma encantadora lo indiscreta que es.»[15] Esa acción tan estereotipada de Tenorio mediterráneo, irresistible para las frígidas inglesas, tuvo que hacer reír a los alemanes de buena gana. Sin embargo, la nueva admiradora le costaba una fortuna: «Necesito saber si tengo carta blanca para los gastos en que incurra en su compañía, porque es natural que, cuando quedamos, la invite a cenar y a tomar copas y le haga regalos. Estoy seguro de que gracias a ella sacaré información […]. Le importa un comino que esté casado y confía en que pueda divorciarme».[16]

A medida que se acercaba el simulacro de invasión, previsto ya para el 8 de septiembre, aumentaba el nerviosismo de Garbo. «Parece que la situación ha empeorado», escribió a Federico.[17] Tras un reconocimiento del puerto de Dover, el agente 4 (a) «informó» de lo siguiente: «Culminan preparativos de ataque de gran envergadura. Concentración lanchas de asalto en Dover y Folkestone. Se habla de ataques aéreos y bombardeos intensos en el Canal con intención de destruir vuestras defensas y al mismo tiempo facilitar concentraciones de lanchas y barcos pequeños en la zona». Era el anzuelo que tenía que morder la Luftwaffe, el que tenía que hacer salir a sus aviones a cielo abierto para que la RAF los derribara sobre el Canal envueltos en llamas. El mensaje de Garbo continuaba: «Informe del agente 1b de Portsmouth: Han llegado por tierra numerosas lanchas de invasión. Además, en previsión de bombardeos intensos, se han reforzado la AA y el Servicio Nacional de Bomberos con efectivos movilizados desde otros lugares. En el puerto se ven muchas corbetas y destructores».[18] Y en otro informe: «En el río Hamble hay unos setenta aviones de combate para transporte de soldados. Llegan continuamente convoyes de tropas canadienses y vehículos blindados. Predomina la insignia cuadrada de color azul oscuro».

Los subagentes falsos de Garbo pretendían orientar a los alemanes hacia el puerto de Southampton (sureste de Inglaterra). Era el que más probabilidades tenía de ser el puerto de salida para invadir el Paso de Calais. Después cortaron la comunicación: habían dejado caer las pistas más contundentes que podían, era el momento de que los alemanes sacaran sus propias conclusiones. Cesó la correspondencia de los agentes y Garbo informó de que los británicos estaban buscando a sus hombres. Finalmente, las autoridades expulsaron a todos los extranjeros de la zona… en la realidad, no sólo en el informe de Garbo. Era evidente que iba a suceder algo tremendo.

Las operaciones de la envergadura de Escarapela eran increíblemente complicadas, como dirigir el rodaje de una película épica, con millares de soldados de ejércitos distintos desde Glasgow hasta Dakar y haciendo correr rumores hasta Río de Janeiro y Tokio. Los cazas sobrevolaban Calais una y otra vez para debilitar las defensas. Se construían embarcaciones de desembarco y se mandaban a los puertos de partida. En las aguas de los puertos británicos amarraban falsos barcos de transporte de tanques, llamados «Bigbobs», y de transporte de tropas, llamados «Wetbobs». Se plantaron cuarenta mil tiendas en las zonas de concentración de Portsmouth, Dover y otras ciudades portuarias, para que los aviones de reconocimiento de la Luftwaffe tuvieran la impresión de que enseguida empezarían a llegar millares de soldados.[19] En las paredes del metro de Londres se pegaron carteles de aviso en los que se anunciaba la prohibición de viajar al sur de Inglaterra.[20] Los propietarios de hoteles, enfurecidos, pues estaban en plena temporada alta, se vieron obligados a llamar a sus clientes para anular las reservas. En las carreteras principales, la guardia detenía a todo el que llevara cámaras o telescopios. Unidades móviles de escuchas telefónicas recorrían las calles de Canterbury y Brighton e interceptaban conversaciones normales. Si le contabas a tu tía Nelly que la noche anterior habías conocido a un sargento canadiense muy guapo en el pub, es probable que al cabo de unos minutos llamaran a la puerta de tu casa.

Intencionadamente, se permitía que la gente viera determinadas cosas: por ejemplo, la llegada de embarcaciones de desembarco a los puertos de Richborough y Rye. Se construyeron rápidamente cincuenta nuevas estaciones de radio y la densidad de tráfico de comunicaciones que los alemanes captaban en el sur de Inglaterra se disparó (eran galimatías codificados que se hacían con la intención de que parecieran mensajes opacos, doblemente encriptados). Desaparecían aeroplanos de los aeropuertos del norte y reaparecían en los del sur. Todo estaba urdido y sincronizado para que encajara con los informes que llegaban de Garbo y otros agentes.

Los aviones de la Luftwaffe regresaron a Alemania o a la Francia ocupada con las cámaras llenas de fotografías recientes de puertos atestados y campamentos nuevos rebosantes de tiendas de mentira. El fuego de las ametralladoras incendiaba el cielo del Paso de Calais mientras los cazas de la Luftwaffe se batían en duelo contra los de la RAF; los pilotos británicos derribaron cuarenta y cinco aparatos enemigos y perdieron veintitrés de los suyos. En los nueve días que duró la operación, la RAF hizo 6.115 incursiones; los cazas y los bombarderos se sumergían en el fuego de las armas antiaéreas, para dar la impresión de que se preparaba el gran desembarco en Calais. Lanchas cañoneras alemanas y británicas se enfrentaban en las agitadas aguas del canal de la Mancha disparándose torpedos y agujerándose mutuamente con fuego de metralla.

Los medios de comunicación estaban plagados de filtraciones inventadas por los agentes de propaganda negra. La BBC no tardó en emitir informes como el siguiente: «Ha empezado la liberación de los países ocupados […]. Evidentemente, no revelaremos dónde estallará». Las noticias viajaban por todo el mundo. El Comité Francés de Liberación Nacional dijo a sus miembros que «cualquier día de éstos se dará» el primer paso de la liberación.[21] La United Press alardeó: «Se acerca la hora cero del asalto a la Europa occidental». Hasta el arzobispo de Canterbury tuvo que poner su grano de arena. En un sermón, pidió a los creyentes que rezaran por los soldados y los marinos que pronto entrarían en combate y darían la vida por la liberación de Europa.

El sueño de Escarapela —si todo salía bien, llevar a cabo la invasión y caer rápidamente sobre Francia— era exactamente lo que quería Pujol. «Yo tenía poder para adelantar la fecha del final de la guerra», dijo.[22] No sólo esperaba salvar vidas aliadas, sino también alemanas. Por fin, Pujol se encontraba en el centro de la lucha por los ideales en los creía desde la infancia. «Existen tres clases de personas —diría más tarde—, las que hacen que pasen cosas, las que ven que pasan cosas y las que no saben lo que ha pasado.» En esos momentos, Pujol se contaba firmemente entre los primeros.

El escenario de Escarapela estaba montado, pero ¿acudiría el público?