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EL DEBUT

El motivo que inspiraba Antorcha era tanto político como militar: Stalin presionaba a Roosevelt y a Churchill para que abrieran un segundo frente que aliviase la tremenda carga que soportaban sus tropas, que combatían y morían en el frente oriental. Tanto los estadounidenses como los soviéticos eran partidarios de un desembarco anfibio en la Europa ocupada, de nombre en clave Mazo [Sledgehammer], pero Churchill creía que era demasiado pronto para una invasión del continente: todavía no se disponía de los hombres necesarios ni del material adecuado. Cuando, el 19 de agosto de 1942, 3.500 soldados, en su mayoría canadienses, resultaron muertos, heridos o capturados en la desastrosa invasión de Dieppe (Francia) —operación que los alemanes llamaron, en son de burla, el «segundo frente de diez horas»—,[1] se impuso el punto de vista británico. Los Aliados dirigieron la vista al norte de África.

Una vez programada una invasión de gran envergadura, los Aliados, como es lógico, se propusieron ocultarla lo mejor posible. Se planeó una operación de engaño, de nombre en clave Solo I, para que los alemanes creyeran que la invasión se produciría en Noruega, y no en el norte de África. Hitler estaba obsesionado con una posible invasión del país escandinavo, por lo que los fiordos y las ciudades de la región estaban llenos de divisiones alemanas de alto nivel. Si esas tropas se quedaban en Noruega, el general George S. Patton, que conduciría a sus hombres a Casablanca mientras otras dos fuerzas invasoras atacaban Orán y Argel, tendría las cosas más fáciles.

«La misión que tengo entre manos —escribió Patton— es la más desesperada que jamás haya emprendido un ejército en la historia.»[2] Más de un centenar de barcos americanos que transportaban contingentes de la 2.ª División Acorazada y la 3.ª y la 9.ª Divisiones de Infantería, unidades que todavía no habían entrado en combate, navegarían directamente desde Cheasepeake Bay hasta Casablanca, evitando las patrullas de submarinos alemanes, y luego asaltarían las playas y tomarían la ciudad fortificada. El mariscal Pétain, el líder de la Francia de Vichy que estaba al mando de las fuerzas de Casablanca, ordenó a sus tropas que resistieran la invasión a toda costa.

Se reunió una fuerza de ataque. Las fábricas empezaron a producir en masa flamantes carros de combate Sherman, mientras los cazas estadounidenses Grumman F4F Wildcat y Douglas SBD Dauntless embarcaban en los portaaviones que los llevarían a Casablanca. Se concentraron para el ataque más de 107.000 soldados británicos y estadounidenses. «Si la ofensiva fracasaba, podía provocar el desastre —escribió Dennis Wheatley, uno de los cerebros del engaño estratégico—. A 3.000 kilómetros de casa, no habría un Dunkerque.»[3] La fecha prevista para la operación Antorcha era el mes de noviembre de 1942.

Varios meses antes, en verano, Garbo empezó a echar mano de su red con el fin de mantener en secreto la invasión. El engaño era una partida de ajedrez: era preciso situar las piezas mucho antes de intentar el movimiento definitivo. El problema para Garbo era que su agente n.º 2, «William Gerbers», el hombre que había visto el convoy ficticio con destino a Malta, estaba perfectamente situado para ver zarpar la fuerza expedicionaria que se dirigiría al norte de África francés. El hecho de seguir allí «sin notificar los preparativos no sólo le dejaría a él al descubierto, sino que desenmascararía a toda la red Garbo», escribió Harris.[4] Y resultaría sospechoso que, de repente, Garbo trasladase a Gerbers a otra zona del país justo antes de que se preparara la invasión. Pujol y Harris trataron el asunto. No había más remedio: el agente n.º 2 tenía que morir.

Garbo informó a Madrid de que estaba preocupado por la salud del agente n.º 2. Estaba tan preocupado que fingió ir a Liverpool a hacerle una visita. Encontró a la «mujer» del agente desesperada y a Gerbers en la cama, aquejado de una misteriosa enfermedad. Tommy Harris había consultado a un médico para asegurarse de que los detalles clínicos que Garbo mandaba a los alemanes eran precisos.[5] Garbo «ingresó» al agente n.º 2 en un hospital, donde se sometería a una operación, y dijo a los alemanes que su agente de Liverpool estaría un tiempo fuera de servicio. Consiguió reemplazar a Gerbers con otros tres agentes (pero ninguno se situó en la zona de Liverpool). Con esta jugada, sacaba a un agente del punto de embarque real y mandaba a otros dos (los agentes n.º 3 y n.º 5) a Escocia, el punto de embarque falso. Garbo movía a sus peones con la vista puesta en el desenlace de la partida.

Empezó a «observar» tropas escocesas y canadienses que recibían instrucción en la costa occidental de Escocia, cerca de Troon y Ayr, lo que indicaba a los alemanes que Noruega podía ser el objetivo. «Aunque no puedo confirmar el rumor del paso por Ayr de un millón de soldados […] veo que hay allí grandes concentraciones de tropas y comandos», escribió.[6] Sus subagentes vieron ejercicios de combate de montaña y equipamiento de invierno. «Cerca del pueblo [de Moffat] también grandes suministros de anticongelante.»[7] Cuando los soldados dejaron levantado el capó de sus vehículos, el agente miró y «vio» unas etiquetas en los radiadores: «Vacíense todos los radiadores antes de embarcar. La mezcla anticongelante no debe usarse en los vehículos hasta que dé la orden el Oficial Jefe de Transporte».[8] Estos modestos detalles señalaban al norte, lejos de Casablanca.

Los alemanes dejaron claro a Garbo que creían que la invasión era inminente: «¡Segundo frente! ¡¡Muy importante!! Es de la máxima importancia que no escatimes esfuerzos para conseguir información extensa sobre la concentración de tropas y material, unidades motorizadas, campos de aviación y aeródromos, y nos la transmitas enseguida aquí directamente por correo aéreo».[9] Federico le ordenó que destinara agentes en Gales y en la isla de Wight, para que buscaran pistas reveladoras. Así pues, Garbo los envió a esas zonas y «ellos» comunicaron que era probable que se lanzara un ataque doble, contra Francia y Noruega. Luego, el 11 de octubre, Garbo informó a Madrid de que «el n.º 6 me dice que entre los periodistas se rumorea que el objetivo será Dakar».[10] Dakar estaba en la costa occidental de África, a cientos de kilómetros de los verdaderos objetivos, que eran Casablanca y Orán. Garbo matizó los informes, pues, según dijo a Madrid, los corresponsales de guerra estaban bajo el control del Ministerio de la Guerra, por lo que Dakar probablemente fuera un objetivo falso. Estaba fabricando una cortina de humo compuesta de muchos tonos grises.

A medida que se acercaba la fecha de la invasión, el Comité XX fue dando mayor protagonismo a Garbo. Tenían que adornar sus mensajes con una dosis de verdad suficiente para que los alemanes no dudaran de su lealtad. Se permitió que un agente de Garbo «viera» uno de los convoyes auténticos que el 27 de octubre partieron del río Clyde rumbo al norte de África francés. Garbo transmitió el informe a Madrid sin pérdida de tiempo. Cuatro días después envió otro mensaje: se estaban embarcando más tropas en acorazados y el camuflaje tenía los colores mediterráneos: «Todavía no ha embarcado ningún soldado con uniforme y equipamiento ártico, pues siguen aquí».[11] Garbo empezaba a insinuar que Noruega era una maniobra de distracción. La invasión se estaba dirigiendo a África. Por último, el broche de oro. Garbo dijo que, en una visita a su fuente del Ministerio de Información, se había colado en su despacho y había echado una ojeada a un informe etiquetado como «máximo secreto», titulado «Política: Norte de África francés». «Me fue imposible, en el poco tiempo de que dispuse, obtener más información. No obstante, estoy convencido […] de que están preparando propaganda, que entrará en vigor en el momento de un ataque contra estos lugares.»[12]

Garbo había «encontrado» el objetivo. El 1 de noviembre de 1942 tecleó rápidamente una carta que advertía a los alemanes que los Aliados atacarían el norte de África. Era exactamente la información que los alemanes querían de su mejor espía. Ese mensaje les permitiría tomar la delantera en Casablanca y Argel —las zonas de desembarco de la invasión— y se perderían cientos, si no miles, de vidas de soldados aliados. Pero el MI5 se aseguró de que la carta de Garbo tardase días en pasar la censura británica, de modo que llegó a Lisboa el 9 de noviembre, un día tarde. De esta forma se demostraba la valía de Garbo sin provocar ninguna muerte.

El día 8, las fuerzas estadounidenses tomaron las playas de Casablanca después de machacar con sus cañones navales las baterías de la Francia de Vichy. El general Patton guió a sus tropas bajo el fuego devastador de las ametralladoras y los disparos de los francotiradores. Sus inexpertos soldados estaban tan conmocionados que uno de ellos derribó un avión de reconocimiento británico y otros se pusieron a cavar hoyos desaforadamente, para protegerse del fuego de mortero y las descargas de la artillería. Los Wildcat, que habían despegado de los portaaviones que Garbo había «camuflado», ametrallaron los batallones de Vichy. En menos de setenta y dos horas, Casablanca estaba en manos de Patton. Los Aliados clavaron un estilete en la panza del imperio de Hitler.

Cuando, por fin, Federico abrió la carta de Garbo, con fecha 1 de noviembre, tenía en las manos todos los detalles de una gran invasión aliada, escritos una semana antes de que se produjera. Los alemanes estaban abatidos, pero muy impresionados: «Tus últimos informes son magníficos», escribió Federico.[13]

El plan Solo fue un éxito rotundo. Cuando Hitler tuvo noticia de la invasión, se maravilló: «Ni siquiera nos lo imaginamos».[14] Fue un gran elogio. Por primera vez, el engaño había ocultado los planes de una gran victoria estratégica. Cuando los analistas alemanes repasaron los montones de telegramas, cartas cifradas, radiotransmisiones, informes de reconocimiento y rumores que habían precedido a la invasión, en busca de las pistas que no habían sabido ver, sacaron una sola conclusión: Garbo lo había previsto.

Mientras los batallones americanos abandonaban Casablanca y se dirigían a Túnez, en persecución de Rommel, el genial general alemán, y su Afrika Korps, en la sección necrológica del Liverpool Daily Post se publicó una breve noticia: «GERBERS. 19 de noviembre, Bootle, tras una larga enfermedad, a los cincuenta y dos años, WILLIAM MAXIMILIAN. Funeral privado. (No envíen flores, por favor.)».[15]

En cuanto los convoyes salieron de Liverpool, el ficticio Gerbers pudo morir en paz. El MI5 había insertado la noticia en el periódico para que Garbo pudiera mandar la prueba a Madrid. No sólo eso: Garbo también contó a la Abwehr que había consolado a la viuda afligida («la pobre chica está destrozada»),[16] le había dado un sobre con dinero, la había puesto al corriente de las actividades a las que se dedicaba William y la había reclutado para que espiara en los muelles de Liverpool en lugar de su difunto marido.

Pujol ascendía rápidamente a la cumbre del juego de los dobles agentes y Araceli se preparaba para reunirse con él. Todavía estaban muy enamorados. Desde Lisboa, escribió a su marido: «Piensa mucho en mí pero no te rompas la cabeza pensando en el modo de llevarme allí. Sabes cuánto te quiero, y la alegría de encontrarme a tu lado me hace pensar que todo es muy fácil; ya sabes que te obedezco ciegamente y ahora más que nunca, y que haré todo lo que me has dicho en todas tus cartas».[17]

Araceli llegó por fin a Inglaterra a finales de la primavera de 1942, llevando en brazos a Juan, su hijo de diez meses. Estaba embarazada de siete meses de su segundo hijo, Jorge. El panorama de Londres que vio por la ventanilla del coche del servicio secreto británico no era mejor que Madrid en época de bombardeos: ruinas ennegrecidas, colas para comprar comida, carteles de la campaña de austeridad y sirenas antiaéreas, nada que ver con la capital brillante que esperaba encontrar. «Estaba sola con otro hijo, lejos de casa, en una ciudad que no conocía —dice la hija de Araceli, María—, y su marido trabajaba catorce horas al día con Tommy Harris.»[18] Su niñera pronto dejó el trabajo y le fue muy difícil sustituirla. Se esforzaba en hacer comidas con los extraños ingredientes ingleses que podían adquirirse en las tiendas. Cuando Pujol iba a casa, exhausto de vivir las vidas de veintisiete personas, no quería relacionarse con los españoles de Londres por miedo a que lo traicionaran. Noche tras noche, Araceli, que era muy sociable y tenía necesidad de estímulos intelectuales de alto y bajo vuelo, se veía obligada a quedarse en casa. En muchos aspectos, había dado un salto incluso mayor que su marido y se había llevado, con mucho, la peor parte del trato. Juan, que se dedicaba a salvar el mundo con su compañero Tommy Harris, vivía los sueños de su infancia con acorazados y dictadores de verdad. Ella, otrora su inspiración y su igual, era un ama de casa encerrada detrás de cortinas negras, que oía en la radio a la Orquesta de Glenn Miller tocando Moonlight Cocktail mientras caían bombas en las calles cercanas.

La joven mujer que deseaba aventuras y amor, «hablar, razonar, discutir», se encontraba más aislada que cuando vivía en su pequeña ciudad natal de Lugo, de la que había huido años atrás. Odió Londres casi desde el principio, y eso pronto sería un problema para el MI5 y para Pujol en el momento en el que menos se lo podían permitir.

Garbo era uno de los valores en alza del Comité XX, junto con Brutus, un oficial de la fuerza aérea polaca, y Triciclo, el playboy serbio Dusko Popov. Cada uno había engañado a los alemanes a su manera. No obstante, J. C. Masterman, jefe del Comité XX, se dio cuenta de que el terreno del espionaje se estaba saturando. En la época en que los generales y los líderes políticos del bando aliado empezaban a hablar del día D, él quería limitarse a trabajar con unos pocos agentes de confianza que gozaran de una alta cotización en Berlín, y no enturbiar el mensaje con el batallón de espías mediocres que no harían más que desviar la atención de los actores principales. Sugirió que el Comité XX liquidara «a algunos de nuestros agentes, tanto por razones de eficacia como de verosimilitud».[19] Se formó un «subcomité de ejecuciones» que empezó a matar a los agentes, ya fuera de forma cruel o no. No se ejecutó a ninguno de ellos, claro está; sólo se eliminaron sus noms de guerre. Se despejó el camino para que Garbo y un puñado de agentes más dirigieran el engaño del día D.

Garbo no tardó en obtener otro privilegio en reconocimiento a sus méritos, esta vez de la Abwehr: le dieron permiso para usar una radio, prerrogativa reservada a los agentes más importantes. Harris le proporcionó un aparato de fabricación alemana, de 80 vatios, que había sido incautado a un espía de la Abwehr que se dirigía a Suramérica.[20] Madrid envió planes de códigos y claves: señales de llamada para todos los días de la semana, frecuencias alternativas en caso de que las primeras no funcionaran, una tabla de cifrado y grupos de códigos. [21] Harris encontró a un miembro del personal del MI5 llamado Charles Haines que conocía el código Morse y que instaló la radio en el piso franco de Crespigny Road en el que vivía Pujol. Garbo envió a Madrid la localización del aparato, por si lo identificaba alguno de los equipos de radio encargados de encontrar direcciones. El 7 de marzo Haines envió el código de llamada por primera vez. En agosto de 1942 todos los informes se enviaban por radio, y había días que se enviaban hasta veinte mensajes en sesiones que podían llegar a durar dos horas.[22] Surgieron problemas —emisoras supervisoras tan lejanas como la de Gibraltar registraron el tráfico sospechoso e informaron a las autoridades británicas—, pero, poco después, Garbo podía conectarse directamente con la Abwehr de Madrid.

Entre el operador y él codificaban y descodificaban todos los mensajes.[23] Primero, Garbo traducía el mensaje al español: «El convoy partió de Dover con tres destructores y dos cruceros». Luego descomponía el mensaje en grupos de cinco letras consecutivas: «ELCON VOYPA RTIOD…». A continuación consultaba la tabla de códigos facilitada por los alemanes, que daba un sustituto a cada letra: «E» se convertía en «K», y «ELCON» pasaba a ser «KCYDM». Después, Haines se ponía el audífono con su fina cinta de acero, se ajustaba los auriculares de esmalte negro, encendía el interruptor y esperaba a que las válvulas se calentaran dentro de la carcasa ventilada de acero negro. Cuando las válvulas estaban encendidas y el aparato preparado, enviaba el código de llamada de Garbo. Haines no tardaba en oír un lejano golpeteo en el éter: la Abwehr respondía desde la emisora de radio que tenía instalada al lado de la embajada de Madrid. Haines enviaba «KCYDM», seguido del resto del mensaje.

El operador alemán que escuchaba atentamente en el otro extremo de la comunicación anotaba las letras codificadas y, consultando la misma tabla que había utilizado Pujol para cifrar el mensaje, invertía el proceso. El resultado era una hoja de papel con el mensaje original en español, que se entregaba a Kühlenthal, el auténtico jefe de la Abwehr de Madrid. Desde allí, el informe entraba en el flujo sanguíneo de uno de los servicios secretos más extraordinarios, contradictorios y raros de la historia del espionaje.