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EL SISTEMA

El sistema de los agentes dobles inspiró una serie de metáforas. Había quien lo comparaba con una orquesta en la que los «primeros violines» tocaban el primer tema, los «segundos violines» los apoyaban y el director —en este caso, J. C. Masterman, jefe del Comité XX— combinaba los acordes disonantes del sabotaje, la desinformación política, los rumores y el engaño psicológico en una única sinfonía, que después se emitía por radio a los alemanes. Masterman, gran aficionado a los deportes, prefería compararlo con un equipo de cricket. Afirmaba que sólo había una diferencia crucial entre el juego y el espionaje: «Es posible que nuestros mejores bateadores […] no estén en su mejor momento o incluso hayan muerto antes de la final».[1]

Sin embargo, ni las orquestas ni los equipos de cricket tienen un ingrediente fundamental en las operaciones de espionaje: el artificio. Lo cierto es que a lo que más se parecía el contraespionaje era al sistema de los estudios de Hollywood. Los agentes dobles eran los actores, la cara visible de una gran empresa cuyo fin era seducir al público. Los oficiales encargados de cada caso eran los representantes, y, en efecto, había una gran competencia entre personas como Tommy Harris para conseguir que adjudicaran a sus agentes los papeles principales en las próximas operaciones. El MI5 era el estudio que ideaba los proyectos y los asignaba al actor apropiado, adaptando el mensaje a la imagen que los alemanes tenían del agente en cuestión. (Como muchas estrellas de Hollywood, Pujol no podía dejar de representar a su personaje en ningún momento, so pena de arruinar su carrera.) Había guionistas —los proyectos del MI5 estaban concebidos literalmente como largas narraciones— e historias en las que se introducían personajes imaginarios y luego se los liquidaba en el momento oportuno. El ejército británico tenía «equipos de producción»[2] que apoyaban a los agentes con comunicaciones de radio falsas y con las partidas de «Luces, Decorados, Trajes y Accesorios».[3] Incluso escribían «guiones» y escogían a soldados auténticos para que hicieran de extras y suministrasen el ruido de la multitud. Cuando querían simular un desembarco anfibio, por ejemplo, grababan los sonidos de un desembarco real con magnetófonos de alambre y los reproducían durante la batalla.

Las críticas, como en el Hollywood clásico, eran importantes. Los Aliados tenían a los descifradores de códigos de Bletchley Park, lo que significaba que el MI5 podía escuchar a sus críticos de Berlín. Si se transmitía un mensaje a los Ejércitos Extranjeros del Oeste alemanes, y luego a Tokio, Sofía y Estambul, o si de resultas del mensaje de última hora de un agente se reposicionaba una escuadra de bombarderos de la Luftwaffe, el agente y el guión en cuestión eran considerados un éxito. El crítico que tenía la última palabra era, por supuesto, el propio Hitler, quien sólo rubricaba los mensajes más importantes de la Abwehr, lo cual indicaba que los había visto y había asimilado su contenido.

Como en Hollywood, el dinero era importante. La cantidad de dinero que cada agente sableaba a los alemanes indicaba la confianza que merecía al enemigo. (A lo largo de su carrera, Pujol superó con creces a cualquier otro agente del MI5: sus honorarios ascendieron a 1,4 millones de dólares [en el valor actual] y financiaron buena parte del sistema de contraespionaje.)[4] Por último, a los espías se les daban nombres en clave cuando entraban en el sistema: así como Issur Danielovich se convirtió en Kirk Douglas, un galés subalimentado, de nombre Alfred George Owens, se convirtió en el elegante agente llamado Snow.

Pujol era la prometedora cara nueva que había llegado de la lejana Lisboa, pero tenía que ser entrenado en el sistema. En las sesiones de trabajo, en la austera oficina de Jermyn Street, que se interrumpían para ir a comer al restaurante Martínez de Swallow Street,[5] donde podían disfrutar de auténticos platos españoles, Pujol y Harris empezaron a desenredar la vasta maquinaria de espionaje que hasta entonces sólo vivía en la cabeza del espía espontáneo.

Mientras Pujol hablaba, Harris anotaba en un cuaderno los numerosos datos de los subagentes ficticios creados por el español.[6] Dieron un nombre en clave a cada uno de ellos. El primer agente se convirtió en «J (1)» («Agente 1 de Juan»). Harris abrió un expediente nuevo a cada uno, para registrar sus vidas imaginarias y no cometer errores. Pujol y Harris trazaron un «estudio caracterológico» de cada uno de los veintisiete agentes que Pujol acabaría creando, «lo suficientemente realista para crear una imagen clara en la mente de quienes recibían la información»,[7] y fueron anotando las virtudes y los defectos de cada uno. Para dar cuerpo a la vida de esos hombres y mujeres ficticios,[8] la inteligencia británica contrató a un buscador de localizaciones que viajó por toda Inglaterra anotando detalles de los lugares que podrían utilizar en sus viajes: las tiendas de helados en las que harían un alto o los hoteles cercanos a los campamentos militares en los que se alojarían. Todo lo demás dependía del espía y de su oficial del caso. Harris y Pujol tenían que coreografiar todos los movimientos de cada uno de los miembros de su red: por ejemplo, no se podía situar al piloto mensajero de la KLM en Lisboa cuando la carta de otro subagente decía que estaba en Londres. Había que inventar todo un universo y hacerlo perdurar rigurosamente.[9]

Los treinta y ochos mensajes que Pujol había enviado desde Lisboa fueron ordenados y catalogados, como también las respuestas alemanas. A partir de ese momento, todos los mensajes salientes se imprimirían en papel rosa, y todos los mensajes alemanes entrantes, en papel verde.[10] Harris ideó un método de entrega para los textos que se escribieran en lo sucesivo: Pujol y él escribirían y cifrarían los mensajes salientes, luego los enviarían a la Sección V del MI6 en Londres, donde los meterían en una valija diplomática y los enviarían a Lisboa. Risso-Gill, el hombre que había traído del frío a Pujol, los llevaría por medio de un agente al apartado postal en el que los alemanes los recogerían. Se hizo creer a la Abwehr que las cartas las seguía entregando el piloto imaginario de la KLM que Pujol había reclutado hacía meses.

El 27 de abril de 1942 todo estaba a punto, salvo un último detalle. Pujol necesitaba un nuevo nombre en clave. Arabel era el nombre que los alemanes habían dado a su red, pero lógicamente el MI5 necesitaba otro alias. Cuando Pujol llegó a Inglaterra, un oficial del MI6 le había puesto el nombre en clave de Bovril, la marca del extracto de carne de vaca con el que los ingleses preparaban una bebida caliente. Sin embargo, ahora que Harris se había formado una opinión del hombre, el nombre ya no le parecía adecuado.

Los agentes dobles solían ser personas taimadas o pobres de solemnidad, y los motivos que los compelían a trabajar para sus enemigos eran los problemas de dinero, el chantaje por homosexualidad o la vanidad. A menudo eran malos espías y peores personas, y sus controladores solían darles nombres despectivos, quizá para distanciarse de semejante gentuza. Tenían, por ejemplo, al Agente Descuidado, «un tipo extremadamente indiscreto y agresivo»;[11] Snark,* una criada yugoslava que en cierta ocasión, con objeto de sonsacar información a un enemigo, urdió un plan para que las ratas se lo comieran vivo. Había también una pareja de recién casados y su turbio amigo, a los que llamaban los Salvajes. La lista continuaba: Comadreja, Cocaína, Esclavo, Desastre, Gusano o BGM (siglas en inglés de Novia Rubia de un Gánster), una mujer cretense, espía de baja categoría, que llevaba un arma en el bolso «y sabía usarla».[12] (Según se contaba, una vez la había utilizado para matar a un hombre, aunque, según otra versión, lo había empujado desde un tejado.) Eran pocos los agentes dobles a los que se daba un nombre honroso que indicara un interés verdadero en su persona.

Pujol pertenecía a esta categoría. Como el MI5 lo consideraba «el mejor actor del mundo», fue rebautizado Garbo en honor a la actriz. Como su tocaya, Pujol parecía tener un fondo inaccesible al que era imposible llegar por mucho que se le observara. El nombre en clave también podía hacer creer a los alemanes que se trataba de una mujer, lo cual proporcionaba a Pujol una capa suplementaria de seguridad.[13]

Para convertir a Garbo en una estrella de la Abwehr con todas las de la ley, Harris y Pujol empezaron a llenar sus mensajes a Berlín de «pienso para pollos»: información militar básica, precisa, pero de escaso valor. El acceso a la verdad fue la gran ventaja que obtuvo Pujol al entrar en el sistema de contraespionaje: no volvería a cometer ningún desliz como el de los escoceses aficionados al vino. Todas las semanas, si no todos los días, el Comité XX enviaba una nueva remesa de material que se podía añadir con seguridad a los relatos de Garbo —cada vez más abultados—, material que se cifraba y se mandaba a los alemanes. Dentro del servicio, eso se conocía con el nombre de «promoción»: poco a poco la Abwehr se convencería de que Garbo tenía acceso a información cada vez mejor, casi toda ella verificada. Algunas cartas se enviaban directamente a Madrid con matasellos de Londres, para demostrar que Garbo vivía realmente en la capital británica.

Los «agentes» de Garbo merodeaban por todo el país y sus informes parecían una guía Baedecker de pueblos y puertos para uso de espías: «La playa está minada. En Singleton Park hay un cañón muy grande, pero no pude averiguar si era para A. A. [antiaérea] o las defensas costeras»,[14] «Varios hangares grandes. 15 globos cautivos — A. A. situada al norte y al oeste del aeródromo. Muchos centinelas»,[15] «El pequeño puerto de Irvine está ocupado por barcazas de asalto. Vi diez ancladas allí».[16]

El buen uso de las delicadas tintas secretas era uno de los principales motivos de preocupación. El 11 de noviembre de 1942, el instructor de espías de la Abwehr de Madrid, Federico, redactó instrucciones para las tintas más nuevas:

Pon una hoja de papel en remojo unos minutos, hasta que se empape. Luego tira el agua sobrante y pon la hoja encima de un cristal de modo que se adhiera completamente a la superficie sin formar burbujas de aire. Sobre esta hoja mojada pon otra seca, que debe adherirse completamente a la primera. Sobre esta segunda hoja escribe el texto secreto con un lápiz duro bien afilado y presionando bastante, pero sin romper el papel. Luego deja secar la hoja y el texto aparecerá claramente en la primera hoja.[17]

Muchas cartas de Garbo se mandaban a direcciones encubiertas en Lisboa y parecían correspondencia normal entre amigos o parientes; el mensaje auténtico, por supuesto, estaba escrito entre líneas con tinta invisible. Para ello, Pujol y Harris tuvieron que inventar una gran cantidad de civiles falsos que sirvieran de tapadera a sus falsos agentes. Una de esas familias —dos hermanos y «Maria», su hermana rebelde— no era particularmente feliz.

Querida Maria:

Claro que, como hermano tuyo que soy, lamento que estés enferma, pero mi otra razón es puramente egoísta. Quizá has olvidado cómo se pone mamá cuando alguno de sus queridos hijos se pone enfermo […]. Estos últimos diez días […] han sido un infierno para mí […].[18]

Querida Maria:

La familia me ha pedido que te escriba la carta de Navidad […]. No puedo decir que ya esté de un humor particularmente festivo, pero me atrevo a decir que llegará […]. Este año me encargaré de la decoración. No es que la idea me vuelva loco de alegría, pero estoy harto de que los demás se caigan de las escaleras, como le ocurrió a Joe el año pasado, cuando se pasó las Navidades tumbado en el sofá con un esguince en el tobillo y una conmoción cerebral.[19]

El culebrón se complicaba cada vez más y Pujol y Harris no podían cometer ningún error en los episodios de la familia inglesa ficticia y de los otros civiles. Vacaciones, cumpleaños, enfermedades, cotilleos: todo tenía que estar perfectamente engranado.

Afortunadamente para Pujol, cuando llegó a Londres se vio liberado «de la mayor carga de su tarea»:[20] inventar la información que tenía que pasar. Con todo, Harris dejó claro que Pujol seguía siendo parte esencial de la operación: «No pretendemos dar la impresión de que actuase simplemente como un escriba […]. Por el contrario, permaneció vinculado en todo momento a la continuación y el éxito de la tarea que con tanta habilidad había iniciado y se le permitió supervisar y ayudar a desarrollar la organización de espionaje única y fantástica que había sido obra de su imaginación». Pujol, según el retrato de Harris, «examinó celosamente el desarrollo del trabajo para que no transmitiésemos […] informaciones que pudieran desacreditar el canal […]. No podíamos haber deseado contar con un crítico más capaz ni más clarividente».[21] El papel de Pujol a la hora de convertir a Garbo en una gran baza se haría más evidente a medida que el juego se desarrollara y se complicara infinitamente.

En aquella primera época, había que «reclutar» la red de Garbo y distribuirla por Inglaterra y el mundo entero, para que Garbo pudiera informar sobre casi todas las operaciones militares aliadas. Empezó a inventar espías a marchas forzadas; el mayor éxito fue el de Carlos, un estudiante venezolano acomodado que vivía en Glasgow y que demostró un gran talento en la supervisión de agentes. Carlos incluso enroló a su propio hermano para que espiara las operaciones aliadas en Suramérica. Su hermano odiaba a los americanos porque «según él ha[bía]n matado la cosa más sublime de su país»,[22] es decir, su herencia española. Luego vino el Agente J (3), alto funcionario del Ministerio de Información en Londres. Tommy Harris presionó para añadir este personaje a la cartera de Garbo: necesitaban un pez gordo, y ese inocentón lo era. Supuestamente, Pujol le hizo algún trabajo de traducción y se pusieron a hablar de los recuerdos que tenía Pujol de la guerra civil española y de la simpatía del burócrata por el bando republicano. El funcionario del ministerio era un súbdito leal de su majestad el rey, un colaborador inconsciente «apropiado para pasar información de alto nivel de carácter político o estratégico».[23] Ahora Garbo tenía una tubería por la que llegar hasta el corazón de los órganos decisorios británicos.

El segundo objetivo de esta primera fase era introducirse en la mente de Hitler, esto es, dar la vuelta al telescopio que la Abwehr creía que había enfocado hacia Inglaterra y mirar en el corazón de la maquinaria bélica de Berlín, sin que los alemanes se percatasen. Para ello, los británicos empezaron a prestar una gran atención a la información que pedía la Abwehr y a inducir a sus funcionarios a revelar secretos. La Abwehr era los ojos y los oídos de las fuerzas alemanas, y a menudo enviaba señales sobre las operaciones en preparación antes de que el primer Panzer rugiera o un barco destructor virase en el mar Báltico.

En el otoño de 1940, la Abwehr pidió información a sus espías sobre los almacenes de víveres que había en Inglaterra, e incluso querían saber el precio del pan y de la leche. ¿Por qué querrían saber los alemanes la cantidad de trigo que los ingleses habían almacenado en Devon? No podían pretender empujar a la isla a la rendición matándola de hambre. Los analistas británicos llegaron a la conclusión de que Hitler estaba pensando en la forma de alimentar a su ejército, una vez conquistada Inglaterra, con lo cual Churchill y sus ministros supieron que los alemanes todavía tenían la invasión en mente. No obstante, a finales del verano de 1941, el tenor de las preguntas cambió. La Abwehr dejó de interesarse por los almacenes de víveres y empezó a decir a sus agentes que fueran prudentes y no se arriesgaran. La invasión de Inglaterra se había cancelado. Estos cuestionarios procedentes de Berlín eran casi tan útiles como tener un topo en la Cancillería del Reich.

El telescopio invertido también revelaba las obsesiones de Hitler. Empezó a verse claro, por ejemplo, que el Führer sentía una gran preocupación por la amenaza de Noruega, cercana a su frontera septentrional e importante ruta de transbordo para el tráfico de materias primas procedente de Suecia, incluido el mineral de hierro. A lo largo de la guerra, el Führer mantuvo en la remota campiña del norte a cientos de miles de soldados —tan necesarios en otros frentes— para impedir la invasión de dicha zona. Eso dio al Comité XX algo con lo que amenazar a Hitler: en casi todos los grandes simulacros de invasión se planeaba algún amago de ataque al vecino del norte de Alemania, con lo que se mantenía a esas tropas lejos de las auténticas zonas de batalla. «Si se dan esas dos condiciones —escribió sir Ronald Wingate, de la Sección de Control de Londres—, es decir, el miedo y la verosimilitud, el engaño puede convertir en certeza lo que era un vago temor para el enemigo.»[24] Noruega era como el coco del que los Aliados hablaban siempre en susurros, sin dejar de arrastrar de vez en cuando una cadena por el suelo, y Hitler, con los ojos abiertos como platos, echaba otro cerrojo a la puerta.

Desafortunadamente, los americanos no supieron sacar partido al método del telescopio invertido. El arriesgado agente doble Triciclo, un playboy serbio, recibió un cuestionario de sus controladores alemanes antes de ir a Estados Unidos el 10 de agosto de 1941. Enterradas en las notas, había preguntas sobre una instalación naval en particular: «Pormenores exactos y dibujo de la situación del muelle estatal y las instalaciones eléctricas, los astilleros, las instalaciones petroleras, la situación del dique seco n.º 1 y del nuevo dique seco que se está construyendo».[25] El lugar en cuestión era Pearl Harbor.

En la primavera de 1942, cuando Garbo llevaba poco tiempo en Londres, Federico le planteó una serie de preguntas inquietantes: «¿Puedes hacerte con una máscara antigás? Manda información técnica sobre el bote. ¿Contra qué tipos de gas ofrece protección? ¿Qué información puedes darnos sobre la fabricación y almacenamiento, tanto en zonas costeras como en el interior, del material protector que se usaría en cualquier tipo de guerra química?».[26] Las implicaciones eran sombrías: sin duda los alemanes querían saber cómo inutilizar los cristales de las máscaras.[27]

Harris se puso en acción. El MI5 ordenó a los científicos del Departamento de la Guerra de Gas que produjeran un compuesto químico falso para los alemanes. Cuando llegó del laboratorio la remesa de «3 ¾ onzas de carbón de cáscaras de frutos secos, calificación 8-18, actividad volumétrica 17»,[28] Harris y Pujol metieron el compuesto en un bote de sales Andrews Liver y lo enviaron a la dirección encubierta de Lisboa elegida para el envío de paquetes. Cuando recibieron los cristales falsos, los científicos alemanes se lanzaron a la misión imposible de encontrar los gases que los neutralizaran.

Junto con el compuesto falso, Garbo mandó una carta llena de noticias de sus subagentes, preguntas sobre la compra de un aparato de radio y peticiones de dinero para su red, cada vez más extensa. Luego añadió: «He pasado un largo período de tensión nerviosa […]. No sabes la nostalgia de mi país que a veces me invade. No te puedes imaginar lo mal que lo he pasado desde que he llegado aquí […]. Mi carácter catalán no se adapta a las amistades superficiales, sobre todo cuando se trata de españoles que dicen estupideces y lo comprometen a uno por nada».[29]

Garbo estaba dando unas cuantas pinceladas más a su autorretrato, el de un hombre aislado y quisquilloso, pero absolutamente comprometido con la causa nazi. Garbo estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por el Reich y montaba en cólera cuando se ponía en duda su integridad. Federico y Kühlenthal mostraban cada vez más comprensión, e incluso admiración, por ese héroe tan inestable. Era mejor nazi que Federico o Kühlenthal. Él había arriesgado la vida por el Führer, pero ¿qué hacían ellos, además de beber cerveza en los cafés de Madrid? La carta y los cristales falsos dieron en el blanco. Federico aumentó inmediatamente los honorarios de Garbo y empezó a escribir mensajes más largos y más frecuentes, lo que daba al MI5 un mayor conocimiento de lo que pensaba la Abwehr.

Pese a lo genial que era escribiendo, la existencia de Garbo no se podía limitar al papel. De vez en cuando el MI5 tenía que demostrar que era auténtico. Desde su oficina de Jermyn Street, Pujol y Harris propusieron la primera operación real, una pequeña argucia que permitiría a Garbo «pasar de lo teórico a lo práctico».[30] Se llamó plan Sueño [Dream].

Este plan era una operación de cambio de moneda.[31] Era ilegal transferir dinero desde Inglaterra a un país pro Eje como España, cosa que dificultaba enviar dinero a casa a los comerciantes españoles afincados en Londres. Aprovechando esa circunstancia, Garbo le dijo a Federico que había encontrado una forma de pagar a su red de agentes, que no paraban de reclamar fondos. Un sindicato de comerciantes de fruta españoles de Londres quería mandar 30.000 libras esterlinas a Madrid. Se habían puesto en contacto con un ayudante del agregado militar en la embajada española de Londres, un hombre llamado Leonardo Muñoz, para pedirle que negociara la transferencia.

Hasta aquí, todo era cierto. Un informador había dado la información al Comité XX y éste se la hizo llegar a Garbo, que se valió de este plan verdadero para demostrar que estaba vivo. Dijo a la Abwehr de Madrid que si pagaban tres millones de pesetas a Muñoz, como representante de los comerciantes, éstos entregarían a su vez 30.000 libras a un agente del MI5 que se hacía pasar por funcionario de una «gran empresa de seguros británica» que quería sacar dinero de España. El agente entregaría el dinero a Pujol, que lo utilizaría para pagar a sus espías. No sería necesario cruzar la frontera con maletas llenas de divisas. Garbo «colocó» una carta sobre Muñoz antes de que éste volviera a España, con un mensaje escrito con tinta invisible que daba orden a la Abwehr de seguir adelante con la transacción. Las contraseñas eran un poco anticuadas pero útiles: cuando llegara Muñoz, tenían que decirle: «Le traigo un mensaje de parte del señor Wills».[32] Si Muñoz respondía: «¿Se refiere a Douglas Wills, de Londres?», su identidad quedaría confirmada. Tenían que entregarle el dinero sin hacer preguntas.

Muñoz fue a España, se encontró con la Abwehr, dio la contraseña correcta y recibió el dinero. Los comerciantes españoles pagaron luego las 30.000 libras al oficial del MI5, con lo que la organización pescaba más de un millón de dólares según el valor actual, una suma magnífica que se invirtió directamente en la operación de los agentes dobles. Y la materialidad de la maniobra —el diplomático español, los fajos de dinero, la carta secreta— también sirvió para dar consistencia a la imagen de Garbo.

Aunque resultó muy lucrativo, el plan Sueño no fue más que una puesta a punto. También estuvo a punto de provocar la caída de Garbo por un revés que sucedería muchos meses después. Pero en el verano de 1942 empezaba a perfilarse una operación mucho mayor: la operación Antorcha [Torch], la invasión angloestadounidense del norte de África. Sería la presentación en sociedad de Garbo.