Capítulo 21

Al volver de la licorería paré en el local de Joppy.

Me sentí como en casa al verlo lustrar aquel mostrador de mármol. Pero estaba incómodo. Siempre había respetado a Joppy como amigo. También desconfiaba un poco de él, pues siempre hay que tener cuidado con un boxeador.

Cuando llegué al bar me metí las dos manos en los bolsillos de la americana de algodón. Tenía tanto que decir que, durante un momento, no dije nada.

—¿Qué estás mirando, Ease?

—No sé, Jop.

Joppy se rió y se pasó la mano por la cabeza calva.

—¿Qué quieres decir?

—La chica me llamó el otro día por la noche.

—¿Qué chica?

—La que está buscando tu amigo.

—Ah. —Joppy dejó el trapo y puso las manos sobre la barra—. Tuviste bastante suerte, supongo.

—Creo que sí.

El bar estaba vacío. Joppy y yo nos estudiábamos mutuamente los ojos.

—Pero en realidad no creo que fuera suerte —dije.

—¿No?

—No, Joppy. Fuiste tú.

Los músculos de los antebrazos de Joppy se hinchaban cuando apretaba los puños.

—¿Por qué crees eso?

—Es la única respuesta, Jop. Tú y Coretta erais los únicos que sabíais que yo la estaba buscando. Es decir, también lo sabía DeWitt, pero si hubiera sabido dónde estaba, habría ido simplemente tras la chica. Y Coretta todavía esperaba sacarme dinero, así que no iba a permitir que me enterara de que había hablado con Daphne. Fuiste tú, hermano.

—Pudo haber buscado tu número en la guía.

—No figuro en la guía, Joppy.

No tenía certeza de estar en lo cierto. Daphne podía haberme encontrado de algún otro modo, pero no lo creía posible.

—¿Por qué, hermano? —pregunté.

El duro rostro de Joppy nunca mostraba lo que estaba pensando. Pero no creo que sospechara que yo agarraba dentro de los bolsillos tuberías de plomo.

Al cabo de un largo minuto me obsequió con una sonrisa amistosa y me dijo:

—No te pongas así, hermano. No es tan terrible.

—¿Qué quieres decir con que no es tan terrible? —chillé—. Coretta está muerta, tu amigo Albright anda tras mi culo, la pasma ya me ha cogido una vez…

—No era mi intención que sucediera nada de eso, Easy, tienes que creerme.

—Y ahora Albright me ha mandado perseguir a Frank Green —escupí.

—¿Frank Green? —Los ojos de Joppy se empequeñecieron hasta adquirir el tamaño de los de un pájaro.

—Sí. Frank Green.

—Está bien, Easy. Déjame contarte la historia. Albright vino aquí buscando a esa chica. Me enseñó la foto y enseguida supe quién era…

—¿Cómo lo sabías? —pregunté.

—A veces Frank la trae cuando entrega las bebidas. Y me imaginé que era su chica o algo así.

—¿Y no le dijiste nada a Albright?

—No. Frank es mi proveedor, no debo portarme mal con él. Esperé hasta que volvió con ella y le dije a la chica, a escondidas, que tenía una información que quería que supiera. Me llamó y se la di.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres ayudarla?

Joppy esbozó una sonrisa lo más tímida que cabía en él.

—Es una chica guapa, Easy. Muy guapa. No me molestaría que fuera amiga mía.

—¿Por qué no se lo dijiste a Frank?

—¿Para que viniera aquí blandiendo su cuchillo? Mierda. Frank está loco.

Joppy se relajó un poco cuando vio que yo le escuchaba. Volvió a coger el trapo.

—Sí, Easy, pensé que podría ayudarte a conseguir un dinero y mandar a Albright tras una pista equivocada. Todo habría salido bien si me hubieras escuchado y no hubieras buscado tanto.

—¿Por qué hiciste que ella me llamara?

Joppy apretó las mandíbulas, de modo que el hueso le sobresalió bajo las orejas.

—Me llamó y me pidió que la ayudara a ir a no sé dónde, a casa de un amigo, me dijo. Pero yo no quería saber nada. Tú ya sabes: puedo ayudar si no tengo que salir de detrás de la barra. Pero ir a algún sitio, no.

—¿Y por qué yo?

—Le dije que te llamara. Ella quería saber qué quería DeWitt, y tú eres el que trabaja para él. —Joppy encogió los hombros—. Le di tu número. No vi nada de malo.

—Así que me haces pasar por tonto y después, cuando terminas, me la mandas.

—Nadie te obligó a coger el dinero de ese hombre. Nadie te obligó a ver a esa chica.

En eso tenía razón. Él me convenció de hacerlo, pero yo tenía hambre de aquel dinero.

—El amigo de ella estaba muerto —dije.

—¿Un blanco?

—Ajá. Y Coretta James está muerta, y el que la mató, quienquiera que sea, también le dio a Howard Green.

—Eso es lo que he oído. —Joppy arrojó el trapo bajo el mostrador y sacó un vaso corto. Mientras me servía whisky dijo—: No fue mi intención que pasara todo esto, Easy. Sólo trataba de ayudarte, y también a esa chica.

—Esa chica es un demonio, hermano —dije—. Lleva el mal en todos los bolsillos.

—Quizá deberías salirte de esto, Ease. Haz un viaje al Este, o al Sur, o a cualquier parte.

—Eso es lo que me dijo Odell. Pero no voy a huir, hermano.

Sabía lo que tenía que hacer. Tenía que encontrar a Frank y contarle lo del dinero que ofrecía Carter. Frank era un comerciante de alma. Y si DeWitt Albright se interponía en los negocios de Frank, yo me haría a un lado y los dejaría que se mataran entre ellos.

Joppy me llenó otra vez el vaso. Era una especie de pipa de la paz. Realmente no habría intentado perjudicarme. Pero su mentira la tenía atravesada en la garganta.

—¿Por qué no me cuentas algo de la chica? —le pedí.

—No sé, Easy. Ella quería que no se supiera y… —la cara de Joppy se ablandó—, yo quisiera guardar el… secreto. Para mí, ¿sabes?

Tomé mi bebida y le ofrecí un cigarrillo. Fumamos nuestra pipa de la paz y nos quedamos sentados, amigablemente. No volvimos a hablar en un largo rato.

Más tarde, Joppy preguntó:

—¿Quién crees que se ha cargado a toda esa gente?

—No sé, hermano. Odell me dijo que la pasma piensa que podría ser un maníaco. Y quizá así fue con Coretta y Howard, pero sé quién mató a Richard McGee.

—¿Quién?

—No veo en qué pueda ayudar a ninguno de los dos si te lo digo. Más vale que me lo guarde.

Pensaba en estas cosas mientras pasaba por el portón y subía por el sendero que llevaba a mi casa. Hasta que estuve casi ante la puerta no me di cuenta de que el portón no estaba cerrado con los dos pasadores, como solía dejarlo el cartero.

Antes de volverme para mirar se produjo una explosión en mi cabeza. Comencé una larga caída a través del crepúsculo hacia la escalera de cemento de mi porche. Pero por alguna razón no me di contra la escalera. La puerta se abrió y me encontré boca abajo en el sofá. Quería levantarme pero el fuerte ruido dentro de mi cabeza me mareaba.

Entonces él me dio la vuelta.

Llevaba un traje azul oscuro, tan oscuro que podría haber pasado por negro. Una camisa blanca. Uno de sus zapatos negros descansaba en el cojín junto a mi cabeza. Tenía un Stetson negro de ala corta en la cabeza. Su cara era tan negra como el resto de él. La única nota de color que se veía en Frank Green era su corbata color plátano, con el nudo algo flojo alrededor de la garganta.

—Hola, Frank. —Las palabras extendieron más dolor en toda mi cabeza.

El puño derecho de Frank hizo un ruido sordo y apareció una hoja de diez centímetros, como una llama cromada.

—Me he enterado de que me estabas buscando, Easy.

Traté de sentarme pero me empujó la cara contra el sofá.

—Me he enterado de que me estabas buscando —repitió.

—Así es, Frank. Necesito hablar contigo. Tengo algo para ti, podemos ganar quinientos dólares cada uno.

La cara negra de Frank se partió en una seudosonrisa blanca. Me apoyó una rodilla contra el pecho y presionó ligeramente con la punta de su cuchillo contra mi garganta. Sentí el pinchazo en la piel y la sangre que goteaba.

—Tendré que matarte, Easy.

Mi primera reacción fue mirar a mi alrededor para ver si había algo que pudiera salvarme, pero no había nada más que paredes y muebles. Después noté algo raro. La silla de madera de respaldo recto que yo guardaba en la cocina estaba junto a mi sofá, como si alguien la hubiera usado para apoyar los pies. No sé por qué me concentré en aquello; seguramente Frank la habría llevado allí mientras yo todavía me hallaba inconsciente.

—Escúchame —dije.

—¿Qué?

—Podría darte setecientos cincuenta.

—¿Y cómo consigue semejante suma un mecánico?

—Un hombre quiere hablar con una chica que conoces. Un hombre rico. Paga eso sólo para hablar.

—¿Qué chica? —La voz de Frank era casi un gruñido.

—Una chica blanca. Daphne Monet.

—Eres hombre muerto, Easy —dijo Frank.

—Frank, escúchame. Estás entendiendo mal, hermano.

—Has estado espiándome. Hasta has ido a los lugares donde hago negocios y donde bebo. Vengo de un viajecito de negocios y Daphne ha desaparecido y tú estás metido en todos los agujeros donde cago. —Sus duros ojos amarillos miraban fijamente a los míos—. También la pasma me busca, Easy. Alguien mató a Coretta y he oído que tú estuviste con ella antes de que muriera.

—Frank…

Apretó un poco más la hoja.

—Estás muerto, Easy —dijo, y enseguida cambió el peso de su hombro.

La voz dijo:

—No grites ni niegues, Easy. No le des esa satisfacción a este negro.

—Hola, Frank —saludó alguien en tono cordial. No era yo. Supe que era real porque Frank se quedó helado. Todavía me miraba fijamente pero tenía la atención puesta a su espalda.

—¿Quién es? —graznó.

—Hace mucho que no nos vemos, Frank. Como diez años.

—¿Eres tú, Mouse?

—Tienes buena memoria, Frank. Me gusta que un hombre tenga buena memoria, porque nueve de cada once veces es un tipo listo que sabe apreciar un problema difícil. Porque sabrás que tengo un problema, Frank.

—¿De qué hablas?

Justo en ese momento sonó el teléfono, ¡y mierda si Mouse no iba a cogerlo!

—¿Sí? —dijo—. Sí, sí, Easy está aquí pero no puede ponerse en este momento. Ajá, sí, seguro. ¿Puede llamarle más tarde? ¿No? Muy bien. Sí. Sí, vuelva a llamar dentro de una hora más o menos, estará libre ya.

Le oí colgar. No alcanzaba a ver más allá del pecho de Frank.

—¿Por dónde iba?… Ah, sí, te iba a contar mi problema. Verás, Frank, tengo aquí esta pistola de cañón largo calibre cuarenta y uno apuntando a tu nuca. Pero no puedo disparar porque tengo miedo de que al caer le cortes la garganta a mi socio. Vaya problemita, ¿eh?

Frank seguía mirándome.

—Entonces, ¿qué te parece que debo hacer, Frank? Sé que te mueres por cortar al pobre Easy, pero no creo que vivas para seguir sonriendo después de eso, hermano.

—Esto no es asunto tuyo, Mouse.

—Te diré qué haremos, Frank. Tú bajas ese cuchillo y lo pones aquí, en el sofá, y te dejo vivir. Si no lo haces, estás muerto. No voy a contar ni ninguna mierda de ésas. Te doy un minuto y disparo.

Frank sacó lentamente el cuchillo de mi garganta y lo puso en el sofá, donde podía ser visto desde atrás.

—Muy bien, ahora apártate y siéntate en esta silla.

Frank hizo lo que se le ordenaba y Mouse permaneció allí, hermoso hasta donde podía serlo. Su sonrisa resplandecía. Tenía algunos dientes con reborde de oro y otros enfundados. Uno de ellos tenía un borde de oro con una piedra azul. Llevaba un traje de cuadros escoceses con tirantes Broadway que se le veían en la pechera de la camisa, polainas sobre los zapatos de charol, y en la mano izquierda la pistola más grande que yo había visto nunca.

También Frank contemplaba aquella pistola.

Mano de Cuchillo era malo, pero no existía un hombre en sus cabales que conociera a Mouse y no le respetara.

—¿Qué es lo que pasa, Easy?

—Mouse —dije. La sangre me cubría la parte delantera de la camisa; las manos me temblaban.

—¿Quieres que lo mate, Ease?

—¡Eh! —aulló Frank—. ¡Habíamos hecho un trato!

—Easy es mi socio más antiguo, hermano. Te reviento esa fea cara de un tiro, y nada de lo que digas podrá pararme.

—No hace falta que lo mates. Lo único que necesito es un par de respuestas. —Me di cuenta de que ya no precisaba a Frank si tenía a Mouse a mi lado.

—Entonces empieza a preguntar —sonrió Mouse.

—¿Dónde está Daphne Monet? —le pregunté a Green. Se limitó a mirarme fijamente, con ojos afilados como su cuchillo.

—Ya lo has oído, Frank —dijo Mouse—. ¿Dónde está la chica?

Los ojos de Frank no se veían tan afilados cuando miró a Mouse, pero de todos modos se quedó callado.

—No estamos jugando, Frank. —Mouse dejó colgar la pistola hasta que la boca quedó apuntando al suelo.

Se acercó a Frank; tanto que Mano de Cuchillo podría haberlo agarrado. Pero Frank se quedó inmóvil. Sabía que Mouse estaba jugando con él.

—Dinos lo que queremos saber, Frankie, o te mato.

La mandíbula de Frank se apretó y su ojo izquierdo se cerró. Vi que Daphne significaba tanto para él que estaba dispuesto a morir con tal de mantenerla a salvo.

Mouse levantó la pistola hasta apuntar a la mandíbula de Frank.

—Déjalo ir —pedí.

—Pero has dicho que teníais un trato de quinientos dólares. —Mouse estaba ansioso por herir a Frank, lo noté en el tono de su voz.

—Déjalo ir, hermano. No quiero que lo mates en mi casa.

Pensé que tal vez a Mouse le caería bien la idea de no manchar los muebles con sangre.

—Entonces dame tus llaves. Lo llevaré a pasear. —Mouse esbozó una sonrisa malvada—. A mí me dirá lo que quieres saber.

Sin previo aviso, Mouse golpeó tres veces a Frank con la pistola; cada golpe hizo un desagradable ruido sordo. Frank cayó de rodillas mientras la oscura sangre le caía sobre la oscura ropa.

Cuando Frank cayó al suelo me puse de un salto entre él y Mouse.

—¡Déjalo ir! —grité.

—¡Sal del medio, Easy! —En la voz de Mouse había sed de sangre.

Lo agarré de un brazo.

—¡Déjalo, Raymond!

Antes de que pudiera suceder nada más, sentí que Frank me empujaba desde atrás. Me vi impulsado contra Mouse y caímos al suelo. Me agarré a Mouse para suavizar la caída pero también para evitar que le disparara a Frank. Cuando el nervioso hombrecito logró ponerse de pie, Frank había huido.

—¡Maldita sea, Easy! —Se volvió con la pistola a medias apuntando hacia mí—. ¡Nunca me cojas cuando tengo un arma en la mano! ¿Estás loco?

Mouse corrió a la ventana pero Frank ya había desaparecido.

Esperé un momento mientras Mouse se calmaba. Al cabo de uno o dos minutos se apartó de la ventana y se miró la chaqueta.

—¡Mira cómo me has manchado la americana de sangre, Easy! ¿Por qué lo has hecho?

—Necesito a Frank Green vivo. Si lo matas se seca una de mis fuentes.

—¿Qué? ¿Qué tiene eso que ver con todo este embrollo? —Mouse se sacó la americana y se la dobló en el brazo—. ¿Eso es el baño? —preguntó, señalando la puerta.

—Sí —respondí.

Se colgó la pistola del cinturón y llevó la americana manchada al baño. Oí correr el agua.

Cuando Mouse volvió yo estaba mirando por la ventana, a través de las tablillas de las persianas.

—No va a volver esta noche, Easy. Un hombre duro como Frank ha visto demasiada muerte para quererla para él.

—¿Qué estás haciendo aquí, Mouse?

—¿No llamaste a Etta?

—¿Sí?

Mouse me miraba, moviendo la cabeza y sonriendo.

—Easy, has cambiado.

—¿A qué te refieres?

—Antes te asustabas de todo. Tomabas trabajitos de negro como arreglar jardines y hacer limpiezas. Ahora tienes esta hermosa casa y te tiras a la chica de un blanco.

—Ni siquiera la he tocado, hermano.

—Todavía.

—¡Nunca!

—Vamos, Easy, estás hablando con Mouse. Una mujer te mira dos veces y no puedes decir que no. Yo te conozco.

Yo había intentado unos avances con Etta a espaldas de Mouse hacía mucho tiempo, cuando ellos estaban recién comprometidos. Él se dio cuenta pero no le importó. A Mouse nunca le preocupaba lo que hicieran sus mujeres. Pero si le hubiera tocado su dinero me habría matado allí mismo.

—Bueno, ¿qué estás haciendo aquí? —le pregunté para cambiar de tema.

—Lo primero que quiero saber es cómo hago para conseguir el dinero del que le has hablado a Frank.

—No, Mouse. Eso no tiene nada que ver contigo.

—Tenías aquí a un hombre que quería matarte, Easy. Tus ojos parecían hamburguesas. Hermano, me he percatado de por qué me llamaste, necesitas ayuda.

—No, Raymond. Sí, te llamé, pero porque en ese momento estaba deprimido. La verdad es que me alegra que me hayas salvado, pero el tipo de ayuda que tú das no me sirve.

—Vamos, Easy, tú me has metido en esto y ahora tenemos que salir juntos, como sea.

Me había dicho casi exactamente las mismas palabras ocho años antes. Cuando todo terminó yo llevaba dos muertos en mi alma.

—No, Raymond.

Mouse se quedó mirándome un minuto. Tenía los ojos gris claro, ojos que parecían atravesarlo todo.

—He dicho que no, Raymond.

—Cuéntame, Easy. —Se apoyó contra el respaldo de la silla—. No hay otro camino, hermano.

—¿Qué quieres decir?

—Un negro no puede salir del pantano sin ayuda, Easy. ¿Quieres conservar esta casa y ganar algún dinero y tener chicas blancas que te llamen por teléfono? Muy bien. Está muy bien. Pero, Easy, tienes que tener alguien que te respalde, hermano. Eso de arreglárselas solo es una mentira que cuentan los blancos. Ellos siempre tienen la espalda cubierta.

—Lo único que quiero es mi oportunidad —dije.

—Sí, Easy. Sí, sólo eso.

—Pero déjame decirte algo —seguí—. Me asusta mezclarme contigo.

Mouse hizo relampaguear su sonrisa dorada.

—¿Cómo?

—¿Recuerdas cuando fuimos a Pariah? ¿Para conseguir aquel dinero?

—¿Sí?

—El viejo Reese y Clifton murieron, Ray. Murieron por culpa tuya.

Cuando Mouse dejaba de sonreír parecía que se apagaba la luz de la habitación. De pronto era todo negocios; con Frank Green sólo estaba jugando.

—¿A qué te refieres?

—¡Los mataste, hermano! ¡Tú, y también yo! Clifton fue a verme dos noches antes de morir. Quería que le aconsejara qué hacer. Me contó cómo habías planeado servirte de él. —Sentí que las lágrimas optaban por salir, pero las contuve—. Pero no le dije nada. Lo dejé ir. Ahora todos piensan que él mató a Reese pero yo sé que fuiste tú. Y eso me duele, hermano.

Mouse se refregó la boca, sin siquiera pestañear.

—¿Y eso te ha reconcomido todo este tiempo? —Parecía sorprendido.

—Sí.

—Fue hace muchos años, Easy, y en realidad ni siquiera estuviste allí.

—Para la culpa no pasa el tiempo —dije.

—¿Culpa? —Pronunció la palabra como si no tuviera significado alguno—. ¿Quieres decir que lo que yo hice te hace sentir mal?

—Así es.

—Entonces te diré una cosa —dijo, llevándose las manos a los hombros—. Me dejas trabajar contigo en esto y yo te dejo dirigir el espectáculo.

—¿Qué significa eso?

—No voy a hacer nada que no me digas que haga.

—¿Todo lo que yo diga?

—Lo que sea, Easy. Tal vez puedas mostrarme cómo un pobre puede vivir sin sangre.

No tocamos el whisky.

Le conté a Mouse lo que sabía; no era mucho. Le conté que DeWitt Albright no estaba metido en nada bueno. Le dije que yo podía conseguir mil dólares por información sobre Daphne Monet porque su cabeza tenía precio.

Cuando me preguntó qué había hecho ella, lo miré a los ojos y le dije:

—No sé.

Mouse fumaba un cigarrillo mientras me escuchaba.

—Frank vendrá aquí y esta vez quizá no te salves —dijo cuando paré de hablar.

—Pero no vamos a estar aquí, amigo. Nos iremos los dos por la mañana y seguiremos con esto.

Le dije dónde podía encontrar a DeWitt Albright. También le dije cómo podía ponerse en contacto con Odell Jones y con Joppy, si necesitaba ayuda. El plan consistía en poner a Mouse tras el rastro de Frank mientras yo buscaba en los lugares donde había visto a Daphne. Encontraríamos a la chica y a partir de ahí improvisaríamos.

Resultaba agradable volver a la lucha. Mouse era un buen soldado, aunque me preocupaba que no acatara órdenes. Y si mi plan resultaba como yo esperaba, nosotros dos saldríamos airosos. Yo seguiría vivo y además conservaría mi casa.

Mouse se quedó dormido en el sofá del cuarto de estar. Nunca le costaba dormir. Una vez me dijo que tendrían que despertarlo para su ejecución, porque «Mouse no se va a perder su descanso».