Capítulo 15

Había otro coche parado frente a mi casa cuando llegué. Un Cadillac blanco. No se veía a nadie dentro pero esta vez era mi puerta la que estaba abierta.

Manny y Shariff haraganeaban dentro. Shariff me dedicó una sonrisa falsa. Manny miró el suelo, así que seguía sin poder definir sus ojos.

El señor Albright estaba de pie en la cocina, mirando al patio de atrás por la ventana. El aroma a café llenaba la casa. Cuando entré se volvió hacia mí, con una taza de porcelana en la mano derecha. Llevaba pantalones blancos de algodón y un jersey color crema, zapatos blancos de golf y una gorra de capitán con visera negra.

—Easy. —Su sonrisa era franca y cordial.

—¿Qué está haciendo en mi casa?

—Tenía que hablar con usted. Esperaba encontrarlo aquí. —Su voz contenía un ligero dejo de amenaza—. Así que Manny ha abierto su puerta con un destornillador, para ponernos más cómodos. Hay café hecho.

—No tiene excusa para irrumpir así en mi casa, señor Albright. ¿Qué haría usted si yo rompiera la puerta de la suya?

—Le arrancaría de cuajo esa cabeza negra. —Su sonrisa no se alteró en lo más mínimo.

Lo miré un instante. Sin embargo, en algún lugar de mi mente escuché: «Espera tu oportunidad, Easy».

—Bueno, ¿qué es lo que quiere? —le pregunté. Fui hasta la repisa y me serví una taza de café.

—¿Dónde estaba a esta hora de la mañana, Easy?

—En ningún sitio que le importe.

—¿Dónde?

Me volví hacia él, dictándole:

—He ido a ver a una chica. ¿Usted no tiene ninguna, señor Albright?

Sus ojos muertos se tornaron más fríos y la sonrisa abandonó su cara. Yo intentaba decirle algo que le pegara fuerte, pero después lo lamenté.

—No he venido aquí a jugar con usted, muchacho —dijo con calma—. Tiene mi dinero en su bolsillo y lo único que obtengo es un montón de chorradas.

—¿Qué quiere decir? —Me contuve de dar un paso atrás.

—Quiero decir que Frank Green hace dos días que no aparece por casa. Quiero decir que el capataz del Skyler Arms me informa que la policía anda rondando el lugar preguntando por una chica de color que fue vista con Green unos días antes de morir. Quiero saber, Easy. Quiero saber dónde está la chica blanca.

—¿Cree que no hice mi trabajo? Mierda, le devuelvo su dinero.

—Demasiado tarde para eso, señor Rawlins. Usted cogió mi dinero y me pertenece.

—Yo no le pertenezco a nadie.

—Todos debemos algo, Easy. Cuando se debe algo se está en deuda y cuando se está en deuda no se es dueño de sí mismo. Eso es el capitalismo.

—Aquí tengo su dinero, señor Albright. —Metí la mano en el bolsillo.

—¿Usted cree en Dios, señor Rawlins?

—¿Qué es lo que quiere?

—Quiero saber si cree en Dios.

—Todo esto es una mierda. Tengo que acostarme.

Hice ademán de volverme pero no lo hice. Jamás le habría dado la espalda a DeWitt Albright.

—Mire —continuó, avanzando lentamente hacia mí—, me gusta mirar muy de cerca a un hombre al que mato, si cree en Dios. Quiero ver si la muerte es diferente para un hombre religioso.

«Espera tu oportunidad», susurró la voz.

—La he visto —dije.

Me dirigí a la silla de la sala. Sentarme me quitó un gran peso de encima.

Los matones de Albright se me acercaron. Estaban excitados, como perros de caza que esperan sangre.

—¿Dónde? —DeWitt sonrió. Sus ojos parecían de zombi.

—Ella me llamó. Dijo que si no la ayudaba le contaría a la policía lo de Coretta…

—¿Coretta?

—Una chica muerta, amiga mía. Probablemente es por ella por quien anda preguntando la policía. Es la que estuvo con Frank y su chica —dije—. Daphne me dio una dirección en Dinker y fui allá. Después me pidió que la llevara en el coche a las colinas de Hollywood, a casa de un tipo.

—¿Cuándo fue todo eso?

—Acabo de volver.

—¿Dónde está ella?

—Se ha ido.

—¿Dónde está? —Su voz sonó como si saliera de un pozo. Peligrosa y salvaje.

—¡No lo sé! ¡Después de encontrar el cuerpo se ha ido en el coche de él!

—¿Qué cuerpo?

—El tipo estaba muerto cuando hemos llegado.

—¿Cómo se llamaba el tipo?

—Richard.

—¿Richard qué?

—Ella lo ha llamado Richard, nada más. No vi razón para decirle que Richard andaba husmeando por el local de John.

—¿Seguro que estaba muerto?

—Tenía un cuchillo clavado en medio del pecho. Había una mosca caminando por uno de sus ojos. —Sentí la bilis en la garganta al recordarlo—. Sangre por todas partes.

—¿Y usted la ha dejado escapar?

El tono de amenaza había vuelto a su voz, así que me pare y me dirigí a la cocina en busca de un poco más de café. Me trastornó tanto ver que uno de los matones venía tras de mí, que choqué con el batiente al tratar de pasar por la puerta.

«Espera tu oportunidad», volvió a susurrar la voz.

—No me contrató para secuestrar a nadie. La chica ha cogido las llaves del coche del tipo y se ha largado. ¿Qué quería que hiciera?

—¿Ha llamado a la policía?

—He hecho lo posible por mantener el límite de velocidad. Eso es todo lo que he hecho.

—Ahora voy a preguntarle algo, Easy. —Fijó su mirada en mis ojos—. Y no quiero que cometa ningún error. No precisamente ahora.

—Adelante.

—¿Ella se ha llevado algo? ¿Un bolso o una maleta?

—Llevaba una maleta vieja marrón. La ha metido en el portaequipajes del coche.

Los ojos de DeWitt se iluminaron y sus hombros se liberaron de tensión.

—¿Qué clase de coche era?

—Un Studebaker del cuarenta y ocho. Rosa.

—¿Adónde iba la chica? Recuerde que debe decírmelo todo.

—Lo único que ha dicho es que iba a dejar el coche en algún lugar, pero no ha dicho dónde.

—¿Dónde estaban ustedes?

—Veintiséis…

Me hizo un gesto con la mano, impaciente, y, para mi vergüenza, me encogí de miedo.

—Anótelo —me ordenó.

Saqué papel del cajón de una mesita auxiliar. Se sentó frente a mí en el sofá, escrutando aquel pedacito de papel. Tenía las rodillas bien separadas.

—Sírvame un poco de whisky, Easy —dijo.

«Sírvaselo usted», dijo la voz.

—Sírvaselo usted —dije—. La botella está en el armario.

DeWitt Albright me miró y una gran sonrisa burlona se abrió lentamente en su rostro. Rió, se palmeó la rodilla y dijo:

—Vaya, vaya.

Me limité a mirarlo. Estaba dispuesto a morir, pero iba a caer luchando.

—Sírvenos una copa, ¿quieres, Manny? —El hombrecito se dirigió al armario—. ¿Sabe, Easy? Usted es un hombre valiente. Y necesito un hombre valiente que trabaje para mí. —Su manera de arrastrar las palabras se volvía más lenta a medida que hablaba—. Ya le he pagado, ¿no?

Asentí.

—Bueno, tal como yo lo veo, la clave de esto es Frank Green. Ella irá a verlo o él sabrá adonde ha ido ella. Así que quiero que me encuentre a ese gángster. Y quiero que me arregle una cita con él. Eso es todo. Cuando lo conozca sabré a qué atenerme. Usted localíceme a Frank Green y quedamos en paz.

—¿En paz?

—En paz en todo nuestro asunto, Easy. Usted se guarda su dinero y yo no le molesto más.

No era una oferta, para nada. De algún modo yo sabía que el señor Albright planeaba matarme. O me mataba en ese mismo momento o esperaba a que yo encontrara a Frank.

—Se lo encontraré, pero necesito otros cien si quiere que arriesgue el cuello en eso.

—Usted es de los míos, Easy, seguro que sí —dijo—. Le daré tres días para encontrarlo. Asegúrese de contarlos bien.

Terminamos nuestras bebidas mientras Manny y Shariff esperaban al otro lado de la puerta.

Albright abrió la puerta mosquitera para marcharse pero entonces se le ocurrió algo. Se volvió hacia mí y dijo:

—Conmigo no se juega, señor Rawlins.

No, pensé para mis adentros, y conmigo tampoco.