51

En la antesala del quirófano, Havers se quitó los guantes de látex y, los arrojó a un contenedor. Le dolía la espalda después de pasar horas inclinado sobre Wrath, cosiendo el intestino del guerrero y curando la herida de su cuello.

—¿Vivirá? —preguntó Marissa cuando salió del quirófano. Estaba débil por toda la sangre que le había dado, pálida y nerviosa.

—Pronto lo sabremos… Eso espero.

—Yo también.

Quiso alejarse, negándose a mirarlo a los ojos.

—Marissa…

—Sé que lo sientes. Pero no es a mí a quien debes ofrecer tu arrepentimiento. Podrías empezar con Beth. Si es que quiere oírte.

Mientras la puerta se cerraba con un siseo, Havers se apoyó en la pared, sintiéndose mareado.

¡Oh, santo Dios, el dolor en el pecho! ¡El dolor por acciones que nunca podrían deshacerse! Havers se deslizó lentamente hasta quedarse sentado en el suelo, y se quitó el gorro de cirugía de la cabeza.

Por fortuna, el Rey Ciego tenía la constitución de un verdadero guerrero. Su cuerpo era resistente, con una extraordinaria voluntad. Aunque no habría sobrevivido sin la sangre casi pura de Marissa.

O quizá sin la presencia de su shellan. Beth había permanecido a su lado durante toda la operación. Y a pesar de que el guerrero había estado inconsciente, su cabeza siempre estuvo dirigida hacia ella. Le había estado hablando durante horas, hasta casi quedarse ronca.

Y aún se encontraba allí con él, tan agotada que apenas podía sentarse erguida, pero se había negado a que le revisaran sus propias heridas, y no había querido comer.

No quería separarse de su hellren.

Havers se levantó y tambaleándose, se dirigió hasta los fregaderos del laboratorio. Aferró los grifos de acero inoxidable y se quedo mirando fijamente los desagües. Sintió ganas de vomitar, pero su estómago estaba vacío.

Los hermanos estaban fuera. Esperando que les llevara noticias. Y sabían lo que él había hecho.

Antes de que Havers entrara a operar. Tohrment lo había aferrado por la garganta. Si Wrath moría en la mesa de operaciones, el guerrero le habla jurado que los hermanos lo colgarían por los pies y lo golpearían con los puños desnudos hasta desangrarlo. Allí, en su propia casa.

No cabía duda de que Zsadist les habla contado todo.

Dios, si pudiera regresar a ese callejón, pensó Havers. Si nunca hubiera ido allí.

Nunca debió acercarse a un miembro de la Hermandad con una petición tan indigna, ni siquiera al que carecía de alma. Después de hacerle la propuesta a Zsadist, el hermano lo había mirado fijamente con sus terribles ojos negros, y Havers se había dado cuenta de inmediato de que había cometido un error. Zsadist podía estar lleno de odio, pero no era un traidor, y le ofendió que le hubiera pedido que matara a su rey.

—¡Mataría gratis! —había gruñido Zsadist—. Pero sólo si fueras tú. ¡Apártate de mi vista, antes de que saque mi cuchillo!

Nervioso, Havers se había alejado de allí a toda prisa, para encontrarse con que estaba siendo seguido por lo que supuso que debía de ser un restrictor. Era la primera vez que se encontraba cerca de un muerto viviente, y se sorprendió que los miembros de la Sociedad tuvieran la piel y el cabello tan claros. Aun así, aquel hombre representaba la maldad en estado puro y estaba preparado para matar. Atrapado en un rincón del callejón, enloquecido por el miedo, Havers había empezado a hablar, no sólo para lograr su objetivo sino también para evitar ser asesinado. El restrictor se había mostrado escéptico al principio, pero Havers siempre había sido persuasivo, y la palabra rey, usada deliberadamente, había atraído su atención. Intercambiaron alguna información. Cuando el restrictor se marchó, la suerte estaba echada.

Havers respiró profundamente, preparándose para salir al vestíbulo.

Al menos podía asegurar a los hermanos que había realizado su mejor esfuerzo con la cirugía, y no había sido por salvar su vida. Sabía que él ya no tenía escapatoria. Se le ejecutaría por lo que había hecho. Era sólo cuestión de tiempo.

En el quirófano, había realizado el mejor de los trabajos posibles, porque era la única manera de compensar la atrocidad que había cometido. Y además, los cinco machos armados hasta los dientes y el díscolo humano que esperaban fuera parecían tener el corazón destrozado.

Pero lo que más le había conmovido e impulsado a luchar con todas sus fuerzas por la vida de Wrath fue el ardiente dolor que había visto reflejado en los ojos de Beth. Él conocía bien esa expresión horrorizada de impotencia. La había sufrido en su propia carne mientras veía morir a su shellan.

Havers se lavó la cara y salió al vestíbulo. Los hermanos y el humano alzaron la vista hacia él.

—Ha sobrevivido a la operación. Ahora tenemos que esperar para ver si es capaz de recuperarse. —Havers se dirigió a Tohrment—: ¿Quieres eliminarme ahora?

El guerrero lo miró con ojos duros y violentos.

—Te mantendremos vivo para que cuides de él. Luego él mismo podrá matarte.

Havers asintió. Escuchó un débil grito. Se dio la vuelta para ver a Marissa oprimiéndose la boca con una mano.

Estaba a punto de acercársele cuando el macho humano se paró frente a ella. El hombre vaciló antes de sacar un pañuelo. Ella tomó el que le ofreció y luego se alejó de todos los presentes.

‡ ‡ ‡

Beth apoyó la cabeza en la esquina más alejada de la almohada de Wrath. Lo habían trasladado a una cama desde la mesa de operaciones, aunque, de momento, no lo llevarían a una habitación normal. Havers había decidido mantenerlo en el quirófano en previsión de que necesitara ser operado de nuevo por alguna emergencia.

El edificio de paredes blancas era frío, pero alguien le había puesto encima una pesada manta de lana. No podía recordar quién había sido tan amable.

Cuando escuchó un chasquido, se volvió a mirar al montón de máquinas a las que Wrath estaba conectado. Las miró una a una sin tener mucha idea de lo que aparecía reflejado en ellas. Mientras no se activara ninguna alarma, tenía que pensar que todo estaba bien.

Volvió a escuchar aquel sonido.

Bajó la vista hacia Wrath. Y se puso en pie de un salto.

Estaba tratando de hablar, pero tenía la boca seca y la lengua espesa.

—Shhh. —Le apretó la mano. Situó la cara ante sus ojos para que pudiera verla si los abría—. Estoy aquí.

Sus dedos se movieron ligeramente entre los de ella. Y luego perdió el conocimiento de nuevo.

Dios, tenía muy mal aspecto. Pálido como las baldosas del suelo del quirófano, y los ojos hundidos en el cráneo. Tenía un grueso vendaje en la garganta. El vientre envuelto en gasas y compresas de algodón, con drenajes saliendo de la herida. En uno de sus brazos habían conectado un suero que le suministraba la medicación, Y un catéter colgaba a un lado de la cama. También le habían enganchado un montón de cables de un electrocardiograma en el pecho, y, un sensor de oxígeno al dedo corazón.

Pero estaba vivo, al menos de momento. Y había recuperado la consciencia, aunque fue sólo durante un instante.

‡ ‡ ‡

Así pasó los dos días siguientes. A intervalos regulares, despertaba y volvía a quedarse inconsciente, como si quisiera comprobar que ella estaba con él antes de volver al hercúleo trabajo de recuperarse.

Finalmente, la convencieron para que durmiera un poco. Los hermanos le llevaron un sillón más cómodo, una almohada y una sábana. Despertó una hora después, aferrada a la mano de Wrath.

Comía cuando la obligaban, porque Tohrment o Wellsie le exigían hacerlo. La persuadieron para que se diera una ducha rápida en la antesala, y cuando regresó Wrath se estaba convulsionando mientras Wellsie había mandado a buscar a Havers. Pero en el instante en que Beth agarró la mano de Wrath, este se calmó de inmediato.

No sabía el tiempo que podría continuar así. Pero cada vez que él reaccionaba ante su roce, sacaba fuerzas de la flaqueza. Podía esperar durante toda la eternidad.

La mente de Wrath recuperaba la consciencia de forma intermitente. Durante un minuto no se daba cuenta de nada, pero al siguiente, sus circuitos empezaban a funcionar de nuevo. No sabía dónde estaba, y le pesaban demasiado los párpados para poder abrirlos, así que cuando estaba consciente hacia una rápida exploración de su cuerpo. En la mitad inferior se sentía bien, los dedos de los pies se movían y notaba las piernas. Pero su estómago parecía como si lo hubieran golpeado con un martillo. Sin embargo, el pecho estaba fuerte. El cuello le ardía, la cabeza le dolía. Los brazos parecían intactos, las manos…

Beth. Estaba acostumbrado a sentir la palma de su mano. ¿Dónde estaba?

Sus párpados se abrieron.

Ella estaba junto a él, sentada en una silla, con la cabeza sobre la cama como si estuviera dormida. Su primer pensamiento fue que no debía despertarla. Era evidente que estaba agotada. Pero quería tocarla. Necesitaba tocarla.

Trató de estirar la mano libre, pero sintió como si el brazo le pesara cien kilos. Forcejeó obligando a su mano a deslizarse sobre la sábana centímetro a centímetro. No supo cuánto tiempo tardó. Tal vez, horas.

Pero, por fin, llegó a su cabeza y pudo rozar un mechón de cabello. Aquel tacto sedoso le pareció un milagro.

Estaba vivo, Y ella también.

Wrath empezó a llorar.

En el instante en que Beth sintió que la cama temblaba, despertó llena de pánico. Lo primero que vio fue la mano de Wrath. Sus dedos estaban enredados en un largo mechón de su cabello.

Levanto la vista hacia sus ojos. Gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—¡Wrath! ¡Oh, amor mío! —Se enderezó, le alisó el cabello hacia atrás. Su rostro reflejaba una angustia total—. ¿Te duele algo?

Él abrió la boca, pero no pudo articular palabra. Empezó a sentir pánico, abrió los ojos desmesuradamente.

—Tranquilo, amor, ten calma. Relájate —dijo ella—. Quiero que aprietes mi mano, una vez si la respuesta es sí, dos veces si es no.

¿Sientes dolor?

No.

Suavemente le enjugó las lágrimas de sus mejillas.

—¿Estás seguro?

.

—¿Quieres que venga Havers?

No.

—¿Necesitas algo?

.

—¿Comida? ¿Bebida? ¿Sangre?

No.

Él empezó a agitarse, sus ojos claros y enloquecidos le imploraban.

—Shhh. Todo va bien. —Lo besó en la frente—. Cálmate. Ya daremos con lo que necesitas. Tenemos suficiente tiempo. —Los ojos del vampiro se fijaron en sus manos entrelazadas. Luego su mirada se dirigió al rostro de ella.

—¿A mí? —susurró ella—. ¿Me necesitas a mí? —El apretón no se detuvo.

—¡Oh, Wrath…! A mí ya me tienes. Estamos juntos, mi amor.

Las lágrimas le caían como un torrente embravecido, el pecho le temblaba debido a los sollozos, la respiración era entrecortada y ronca.

Ella cogió su cara entre las manos, tratando de sosegarlo.

—Todo va bien. No voy a ninguna parte. No te dejaré. Te lo prometo. Mi amor…

Finalmente las lágrimas disminuyeron, y recobró un poco la calma. Un graznido salió de su boca.

—¿Qué? —Beth se inclinó.

Quería… salvarte.

—¡Lo hiciste! ¡Wrath, me salvaste! Los labios de Wrath temblaron.

Te… amo.

Ella lo besó suavemente en la boca.

—Yo también te amo.

Tú. Vete a… dormir… Ahora.

Y luego cerró los ojos a causa del esfuerzo.

A ella se le nubló la visión cuando él le puso la mano en la boca y empezó a sonreír. Su hermoso guerrero estaba de vuelta. Y trataba de darle órdenes desde su cama de enfermo.

Wrath suspiró, sumergiéndose en el sueño.

Cuando estuvo segura de que descansaba plácidamente, se estiró, pensando que a los hermanos les gustaría saber que había despertado y estaba lo suficientemente bien para hablar un poco. A lo mejor podía encontrar un teléfono para llamar a casa.

Cuando se asomó al vestíbulo, no pudo creer lo que vio. Frente a la puerta del quirófano, formando una gran barrera, los hermanos y Butch estaban tendidos en el suelo. Los hombres estaban profundamente dormidos, y parecían tan exhaustos como ella.

Vishous y Butch estaban apoyados contra la pared muy cerca el uno del otro, sólo había un pequeño monitor de TV y dos pistolas entre ellos. Rhage estaba acostado boca arriba, roncando suavemente, con la daga en la mano. Tohrment apoyaba la cabeza entre sus rodillas y Phury vacía a su lado, aferrando una estrella arrojadiza contra su pecho, como si eso lo tranquilizara.

—¿Dónde está Zsadist?

—Aquí —dijo él suavemente.

Ella dio un salto y miró a su derecha. Zsadist estaba completamente armado, pistola enfundada en la cadera, dagas cruzadas sobre el pecho, un trozo de cadena balanceándose en su mano. Sus resplandecientes ojos negros la miraban tranquilamente.

—Es mi turno de guardia. Hemos estado turnándonos.

—¿También hay peligro aquí?

Él frunció el ceño.

—¿No lo sabes?

Él se encogió de hombros y miró a ambos lados del vestíbulo, vigilante.

—La Hermandad protege lo nuestro. —Sus ojos volvieron a concentrarse en ella—. Nunca os dejaríamos ni a ti ni a él sin protección.

Ella sintió que él la evitaba, pero no iba a presionarlo. Lo único que importaba era que ella y Wrath estaban protegidos mientras su esposo se recuperaba de sus heridas.

—Gracias —susurró.

Zsadist bajó la vista de inmediato.

Se esconde de cualquier manifestación de afecto, pensó ella.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—Las cuatro de la tarde. Por cierto, es jueves. —Zsadist se pasó una mano sobre el cráneo rapado—. ¿Cómo…, eh…, cómo está?

—Ya ha despertado.

—Sabía que iba a vivir.

¿Cómo lo sabías?

Su labio se levantó como un gruñido, como si fuera a hacer algún chiste. Pero luego pareció contenerse. La miró fijamente, su rostro cubierto de cicatrices parecía ausente.

—Sí, Beth. Lo sabía. No existe ningún arma que pueda apartarlo de ti.

De inmediato, Zsadist desvió la mirada hacia otro lado. Los otros empezaron a revolverse. Un momento después, todos estaban de pie, mirándola. Butch parecía encontrarse tan a gusto entre los vampiros…

—¿Cómo está? —preguntó Tohr.

—Lo bastante bien como para tratar de darme órdenes.

Los hermanos rieron y un murmullo de alivio y de orgullo recorrió aquel grupo de rudos hombres.

—¿Necesitáis algo? —preguntó Tohr.

Beth miró sus rostros. Todos estaban ansiosos, como si esperaran que ella les diera algo que hacer.

Esta realmente es mi familia, pensó.

—Creo que estamos bien. —Beth sonrió—. Y estoy segura de que pronto querrá veros a todos.

—¿Y tú? —preguntó Tohr—. ¿Cómo te sientes? ¿Quieres tomarte un descanso?

Ella negó con la cabeza, y abrió la puerta del quirófano de un empujón.

—Hasta que pueda salir de aquí por su propio pie, no me apartaré del lado de su cama.

Cuando la puerta se cerró detrás de Beth, Butch escuchó a Vishous silbar por lo bajo.

—Es una hembra magnífica, ¿verdad? —dijo V.

Hubo un ronco murmullo afirmativo.

—Y alguien a la que no te gustaría enfrentarte —continuó el hermano—. Teníais que haberla visto cuando entramos en ese granero. Estaba junto al cuerpo de él, dispuesta a matarnos al detective y a mí con sus manos desnudas si era preciso. Como si Wrath fuera su cría, ¿me entendéis?

—Me pregunto si tiene una hermana —dijo Rhage.

Phury dejó escapar una carcajada.

—No sabrías qué hacer contigo mismo si tropezaras con una hembra de semejante calibre.

—¡Mira quién habla, el señor Celibato! —Pero entonces Hollywood se frotó la barbilla, como si estuviera pensando en las leyes del universo—. ¡Ah, diablos, Phury!, quizá tengas razón. Aun así, un macho tiene derecho a soñar.

—Claro que lo tiene —murmuró V.

Butch pensó en Marissa. Seguía esperando que bajara, pero no la había visto desde la mañana siguiente a la operación. Había estado muy ensimismada, muy distraída, aunque tenía motivos para estar preocupada. La muerte de su hermano se aproximaba. Más pronto incluso de lo que pensaba, teniendo en cuenta la rápida recuperación de Wrath.

Butch quería estar con ella, pero no estaba seguro de si aceptaría su compañía. No la conocía lo suficientemente bien como para atreverse a intentarlo. Habían pasado juntos muy poco tiempo.

¿Qué significaba para ella? ¿Era una simple curiosidad? ¿Un poco de sangre fresca que ella quería saborear? ¿O algo más? Butch miró al otro lado del pasillo, deseando que apareciera de la nada.

¡Dios, se moría por verla! Aunque sólo fuera para saber que estaba bien.