50

Durante casi una hora, Beth observó a sus dos secuestradores corriendo de un lado a otro como si estuvieran convencidos de que Wrath vendría a buscarla en cualquier momento. ¿Pero cómo sabría él dónde estaba? No creía que le hubieran dejado una nota de rescate.

Trató de liberarse una vez más de aquellas placas metálicas que la tenían inmovilizada. Desesperada, miró al otro lado del granero. El sol se estaba poniendo las sombras empezaban a alargarse sobre el césped y el camino de gravilla. Cuando Billy, cerró las puertas dobles, ella pudo captar una última imagen fugaz del cielo oscureciendo, y luego lo vio correr unos gruesos cerrojos sobre las puertas.

Estaba convencida de que Wrath vendría a buscarla. No le cabía la menor duda. Pero seguramente tardaría horas en encontrarla, y no estaba segura de que le quedara tanto tiempo. Billy Riddle miraba su cuerpo con tanto odio, que temía que en cualquier momento perdiera la razón. Y no le faltaba mucho para ello.

—Ahora esperaremos —dijo el hombre rubio, consultando su reloj—. No tardará mucho. Te quiero armado. Pon una pistola en tu cinturón y átate un cuchillo en el tobillo.

Billy se colocó las armas con verdadero entusiasmo, además tenía mucho donde escoger. Había suficientes semiautomáticas, escopetas y cuchillos afilados para equipar a todo un destacamento militar.

Nada más elegir un cuchillo de caza de treinta centímetros, se volvió a mirarla. Las palmas de sus manos, antes frías, ahora estaban húmedas por el sudor.

Dio un paso adelante.

De repente, Beth aguzó el oído, y miró hacia la derecha al mismo tiempo que los dos hombres.

¿Qué era ese sonido? Era como un retumbar. ¿Un trueno? ¿Un tren? Cada vez sonaba más fuerte.

Y luego oyó un extraño tintineo, como si el viento agitara unas campanillas. Sobre la mesa donde estaba la munición, alineada, saltaban las balas sueltas, chocando entre sí.

Billy miró fijamente a su jefe.

—¿Qué diablos es eso?

El hombre respiró profundamente mientras la temperatura descendía unos veinte o treinta grados.

—¡Prepárate, Billy!

El sonido ya se había convertido en un rugido. Y el granero temblaba tan violentamente, que el polvo de las vigas caía formando una fina nieve que invadía el aire, enturbiando la visión como una espesa niebla.

Billy levantó las manos para protegerse la cabeza.

Las puertas del granero se astillaron al ser abiertas de par en par por una fría explosión de furia. El edificio entero se movió bajo la fuerza del impacto, vigas y tablas se tambalearon emitiendo crujidos similares a un gemido ensordecedor.

Wrath ocupaba el umbral de la puerta, el aire a su alrededor venía cargado de venganza, de amenaza, de promesa de muerte. Beth sintió sus ojos fijos en ella, y luego un estruendoso rugido de guerra salió de su garganta, tan fuerte que le hizo daño en los oídos. A partir de entonces, Wrath se convirtió en dueño y señor.

Con un movimiento tan rápido que sus ojos no pudieron seguirlo, se dirigió hacia el rubio, lo aferró y lo estrelló contra la puerta de un establo. El hombre no pareció inmutarse y le propinó a Wrath un puñetazo en la mandíbula. Ambos forcejearon, se embistieron y se golpearon, chocando contra paredes, rompiendo todo lo que encontraban a su paso. A pesar de las armas que llevaban, prefirieron el combate cuerpo a cuerpo, la expresión salvaje, los labios apretados y sus tremendos cuerpos chocando entre sí, soltando chasquidos con cada impacto.

Ella no quería mirar, pero no podía apartar la vista. Sobre todo, cuando Billy aferró un cuchillo y se lanzó sobre la espalda de Wrath. Con un feroz giro, el vampiro se quitó al sujeto de encima y lo arrojó por los aires. El cuerpo del novato voló hasta aterrizar en el otro extremo del granero.

Billy trató de incorporarse, mareado. La sangre chorreaba por su cara.

Wrath recibió tremendas patadas en el cuerpo, pero no retrocedió, logrando contener al rubio lo suficiente para abrir una de las placas metálicas que aprisionaban las muñecas de Beth. Ella pasó de inmediato al lado opuesto y se liberó la otra mano.

—¡Los perros! ¡Suelta los perros! —gritó el señor X.

Billy, salió del granero tambaleándose. Un momento después, dos pitbulls llegaron corriendo por detrás de una esquina. Se dirigieron directamente a los tobillos de Wrath, en el momento en que el rubio desenfundaba un cuchillo.

Beth se libero ambos pies y saltó de la mesa.

—¡Corre! —le gritó Wrath, arrancándole una pata a uno de los perros mientras detenía un impacto dirigido a su cara.

No lo haré, pensó ella, aferrando lo primero que encontró, que resultó ser un martillo de cabeza redonda.

Beth se colocó detrás del señor X justo en el momento en que Wrath perdía el equilibrio y caía. Levantando el martillo tan alto como pudo, concentró todas sus fuerzas en la herramienta, y la descargó directamente sobre la cabeza del rubio.

Oyó un crujido de huesos y un estallido de sangre.

Y entonces uno de los perros se dio la vuelta y la mordió en un muslo. Gritó cuando los dientes le desgarraron la piel y se hundieron en sus músculos.

Wrath se deshizo del cuerpo del restrictor y se puso en pie de un salto.

Uno de los perros estaba sobre Beth con la boca alrededor de su muslo. El animal estaba tratando de derribarla para poder atacar su garganta. El vampiro se abalanzó hacia delante, pero se detuvo en seco. Si tiraba del perro, el animal podía llevarse consigo un trozo de la pierna de Beth.

A Wrath le pareció escuchar la voz de Vishous en una ráfaga: «Dos guardianes torturados combatirán entre sí».

Wrath agarró al perro que aferraba su propio tobillo y lo lanzó hacia el que estaba atacando a Beth. El otro animal soltó la presa debido al golpe. Y los dos pitbulls se atacaron entre sí.

Wrath corrió hacia ella cuando cavó. Estaba sangrando.

¡Beth!

Sonó un disparo de escopeta.

Wrath escuchó un silbido y sintió que la nuca le quemaba como si lo hubieran golpeado con una antorcha. Beth gritó cuando él se dio la vuelta.

Billy Riddle volvía a colocarse el arma sobre el hombro.

La furia hizo que Wrath olvidara todo. Se abalanzó hacia el nuevo recluta sin detenerse, aunque la escopeta estaba apuntando hacia su pecho. Billy apretó el gatillo, mientras el vampiro se movía hacia un lado antes de abalanzarse contra él. Mordió la garganta del restrictor, desgarrándola. Luego hizo girar la cabeza de Billy hasta que la oyó crujir al romperse.

Wrath dio media vuelta para volver junto a Beth. Pero cayó de rodillas.

Confuso, se miró el cuerpo. Tenía un agujero del tamaño de un melón en su abdomen.

—¡Wrath! —Beth acudió cojeando.

—Me… han dado, leelan.

—¡Oh, Dios! —Se arrancó la bata, y la apretó contra su estómago—. ¿Dónde está tu teléfono?

Él levantó una mano débilmente mientras rodaba sobre un costado.

—En el bolsillo.

Ella cogió el móvil y marcó el número de la casa de Darius.

—¿Butch? ¡Butch! ¡Ayúdanos! ¡Le han disparado a Wrath en el estómago! ¡No… no sé dónde estamos…!

—Carretera 22 —murmuró Wrath—. Un rancho con un Hummer negro al frente.

Beth repitió sus palabras, presionando la bata en la herida.

—¡Estamos en el granero! ¡Ven rápido! ¡Está sangrando!

A su izquierda oyó un gruñido.

Wrath miró hacia allí al mismo tiempo que Beth. El pitbull superviviente, ensangrentado pero aún furioso, avanzaba hacia ellos.

Beth no lo dudó. Desenfundó una de las dagas de Wrath y se puso en cuclillas.

—¡Ven pronto, Butch! ¡Ahora! —Cerró la tapa del teléfono y, lo dejó caer—. ¡Acércate, maldito perro inmundo! ¡Ven aquí!

El perro dio un rodeo, y Wrath pudo sentir su mirada fija en él. Por alguna razón, el animal lo quería a él, seguramente porque estaba perdiendo mucha sangre.

Beth siguió los movimientos del pitbull con los brazos abiertos. La voz le tembló.

—¿Lo quieres a él? ¡Vas a tener que pasar sobre mi cadáver!

El perro saltó sobre Beth, y como si hubiera sido entrenada para matar, ella se aplastó contra el suelo y enterró el cuchillo hacia arriba en el pecho del animal, que cayó al suelo como una piedra.

Dejó caer el cuchillo y se apresuró a volver junto a su esposo. Temblaba tanto, que sus manos parecían tener alas cuando levantó de nuevo la tela para colocarla en el estómago de Wrath.

—No me duele —susurró él, oliendo las lágrimas.

—¡Oh, Wrath! —Le agarró la mano, apretando fuerte—. Estás conmocionado.

—Sí, es probable. No puedo verte, ¿dónde estás?

—Estoy aquí. —Le pasó los dedos por la cara—. ¿Puedes sentirme?

Apenas, pero fue suficiente para mantenerlo vivo.

—Desearía que estuvieras embarazada —dijo él con voz ronca—. No quiero que esté sola.

—¡No digas eso!

—Pide a Tohr y Wellsie que te lleven a vivir con ellos.

—¡No!

—Prométemelo.

—¡No lo haré! —dijo ella con voz áspera—. ¡Tú no irás a ninguna parte!

Él pensó que estaba muy, equivocada respecto a eso. Podía sentir que había llegado su hora.

—Te amo, leelan.

Beth empezó a sollozar. Sus gemidos ahogados fueron los últimos sonidos que él escuchó mientras luchaba contra la marea de la inconsciencia.

Beth no levantó la vista cuando el teléfono empezó a sonar.

¿Wrath? —repitió una vez más—. ¡Wrath!

Puso una oreja sobre el pecho del vampiro. Su corazón aún latía, aunque muy débilmente, y su respiración se había vuelto lenta y pesada. Ella estaba desesperada por ayudarlo, pero no podía practicarle la respiración artificial hasta que su corazón se detuviera por completo.

—¡Oh, Dios…!

El teléfono seguía sonando.

Lo recogió del suelo, tratando de ignorar el enorme charco de sangre que se había formado alrededor del cuerpo de Wrath.

—¡Qué!

—¡Beth! Soy Butch. Estoy con V. Llegaremos en un momento, pero necesita hablar contigo.

De fondo podía oír un ronroneo, como el motor de un coche. La voz de Vishous era nerviosa:

—Beth, esto es lo que tienes que hacer. ¿Tienes un cuchillo?

Ella miró la otra daga que todavía estaba enfundada en el pecho de Wrath.

—Sí.

—¡Quiero que te cortes la muñeca! Hazlo verticalmente en el antebrazo, no horizontalmente, o llegarás al hueso. Luego pónsela en la boca. ¡Es la única opción que tiene para sobre vivir hasta que le consigamos ayuda! —Hubo una pausa—. Suelta el teléfono, y coge el cuchillo. Yo te iré diciendo lo que hay que hacer.

Beth extendió el brazo y extrajo el cuchillo de la funda de Wrath. No vaciló al abrirse la herida en la muñeca. El dolor le hizo dar un grito ahogado, pero olvidó de inmediato la sensación ardiente y puso la herida sobre la boca de Wrath. Recogió el teléfono con la mano libre.

—¡No está bebiendo!

—¿Ya has hecho el corte? Buena chica.

—¡No está…, no está tragando!

—Esperemos que le esté cayendo algo por la garganta.

También está sangrando por ahí.

—¡Santo Dios…! ¡Llegaré tan rápido como pueda! Butch localizó el Hummer.

—¡Ahí!

Vishous aparcó encima del césped, saltaron del vehículo y corrieron al granero.

Butch no podía creer la escena que tenía lugar en el interior.

Un par de perros sacrificados. Sangre por todo el lugar. Un hombre muerto ¡Jesús, era Billy Riddle!

Y entonces vio a Beth.

Llevaba puesta una camiseta larga cubierta de sangre y suciedad. Con los ojos enloquecidos, estaba arrodillada junto al cuerpo de Wrath con una de sus muñecas en los labios del vampiro. Cuando los oyó acercarse, siseó y empuñó el cuchillo, preparada para luchar.

Vishous avanzó, pero Butch lo sujetó por un brazo.

—Déjame ir primero.

Lentamente, Butch caminó hacia ella.

—¿Beth? Beth, somos nosotros.

Pero cuanto más se acercaba a Wrath, más enloquecían sus ojos. Apartó la muñeca de la boca del hombre, dispuesta a defenderlo.

—Tranquila. No vamos a hacerle daño. Beth, soy yo. Ella parpadeó.

—¿Butch?

—Sí, querida. Somos Vishous y yo. —Dejó caer el cuchillo y empezó a llorar—. Está bien, está bien. —Trató de rodearla con los brazos, pero ella se dejó caer al suelo junto a su esposo—. Espera. Deja que yo lo examine, ¿vale? Vamos… sólo tardará un minuto.

Ella se dejo apartar. Mientras Butch rasgaba su camisa y la envolvía alrededor de la pierna de la mujer, asintió con la cabe za en dirección a V.

Vishous examinó a Wrath. Cuando levantó la vista de su estómago, tenía los labios apretados.

Beth se derrumbó.

—Va a ponerse bien, ¿no es cierto? Sólo hay que llevarlo a un médico. A un hospital. ¿No es así? Vishous, ¿no es así? —La desesperación la hizo chillar.

De repente, se dieron cuenta de que no estaban solos. Marissa y un hombre distinguido de aspecto nervioso surgieron de la nada.

El hombre se acercó al cuerpo de Wrath y levantó la bata empapada de sangre.

—Tenemos que llevarlo a mi quirófano.

—Mi coche está en la parte delantera —dijo V—. Volveré a limpiar todo esto cuando él esté a salvo.

El médico soltó una maldición cuando examinó la herida del cuello. Miró a Beth.

—Tu sangre no es lo suficientemente fuerte. Marissa, ven aquí.

Beth luchó por no dejar salir las lágrimas cuando apartó su muñeca de la boca de Wrath y levantó la vista hacia la mujer rubia.

Marissa dudó.

—¿No te importa que lo alimente?

Beth le ofreció la daga de Wrath sosteniéndola por la hoja.

No me importa de quién beba si con eso puede salvarse.

Marissa se cortó fácilmente, como si lo hubiera hecho muchas veces.

Luego levantó la cabeza de Wrath y presionó la herida contra su boca.

Su cuerpo dio una sacudida, como si lo hubieran conectado a una batería de automóvil.

—Muy bien, vamos a trasladarlo —dijo Havers—. Marissa, mantén esa muñeca exactamente donde está.

Beth agarró la mano de Wrath mientras los hombres lo levantaban del suelo del granero. Lo cargaron tan delicadamente como pudieron en el coche de Vishous y lo colocaron boca arriba en la parte trasera. Marissa y Beth entraron con Wrath mientras Butch y Vishous se sentaban en los asientos delanteros. El otro hombre desapareció.

Mientras el Escalade rugía sobre aquellas carreteras secundarias, Beth acariciaba el brazo de Wrath, recorriendo sus tatuajes. Su piel estaba fría.

—Lo amas mucho —murmuró Marissa.

Beth levantó la vista.

—¿Está bebiendo?

—No lo sé.