47

Wrath no tenía el menor interés en saber quién estaba llamando a la puerta de su alcoba. Tenía el brazo alrededor de la cintura de su shellan y la cabeza metida en su cuello. No iría a ninguna parte a menos que alguien estuviera medio muerto.

—¡Maldita sea! —Saltó de la cama, cogió sus gafas de sol y cruzó la habitación completamente desnudo.

—Wrath, no les hagas daño —dijo Beth, bromeando—. Si te molestan esta noche, será porque tienen una buena razón.

Él respiró profundamente antes de abrir la puerta.

—Será mejor que estés sangrando. —Frunció el ceño—. Tohr.

—Tenemos un problema, mi señor.

Wrath soltó una maldición y asintió, pero no invitó al hermano a pasar. Beth estaba desnuda sobre la cama.

Señaló el otro extremo del pasillo.

—Espérame allí.

Wrath se puso unos calzoncillos, besó a Beth y cerró la alcoba con llave. Luego fue a la habitación de Darius.

—¿Qué pasa, hermano? —No estaba muy contento con la interrupción, y aunque un platillo volante hubiera aterrizado en el patio trasero, le daba igual. Pero era bueno que Tohr estuviera allí. Quizá las cosas estaban mejorando entre ellos.

Tohr se apoyó sobre el escritorio de D.

—Fui a Screamer’s a reunirme con los hermanos. Llegué tarde.

—¿Entonces te perdiste a Rhage manoseando a alguna chica en un rincón oscuro? Una pena.

—Vi a Havers en un callejón. Wrath frunció el ceño.

—¿Qué estaba haciendo el buen doctor en esa parte de la ciudad?

—Le pidió a Zsadist que te matara.

Wrath cerró la puerta suavemente.

—¿Le oíste decir eso? ¿Claramente?

—Así es. Y le ofreció mucho dinero.

—¿Qué respondió Z?

—Dijo que lo haría gratis. Vine aquí inmediatamente, por si decidía actuar rápido. Ya sabes cómo trabaja. No perderá tiempo meditándolo.

—Sí, es eficiente. Es una de sus habilidades.

—Y sólo tenemos media hora hasta el amanecer. No es suficiente para tomar medidas, a menos que aparezca aquí en los próximos diez minutos.

Wrath miró al suelo, llevándose las manos a las caderas. Según la ley de los vampiros, Z debía ser condenado a muerte por amenazar la vida del rey.

—Tendrá que ser eliminado por esto. Y si la Hermandad no se encarga de la ejecución, la Virgen Escribana lo hará.

Dios, Phury. Su hermano no iba a tomarse muy bien aquel asunto.

—Esto matará a Phury —murmuró Tohr.

—Lo sé.

Y entonces Wrath pensó en Marissa. A efectos prácticos, Havers también había firmado su sentencia de muerte, y su pérdida iba a destrozarla. Movió la cabeza tristemente al pensar que tendría que matar a alguien a quien ella amaba tanto, después de todo lo que había tenido que soportar como shellan suya.

—La Hermandad debe ser informada —dijo finalmente—. Los reuniré.

Tohr se levantó del borde del escritorio.

—Escucha, ¿quieres que Beth se quede conmigo y Wellsie hasta que esto haya terminado? Estará más segura en nuestra casa.

Wrath alzó la vista.

—Gracias, Tohr. Eso haré. La enviaré allí cuando se ponga el sol.

Tohrment asintió y se dirigió a la puerta.

—¿Tohr?

El hermano lo miró por encuna del hombro.

—Antes de casarme con Beth, ya lamentaba lo que te dije. Sobre tú y, Wellsie y la devoción que le profesabas. Ahora… yo, eh… lo he comprendido por experiencia propia. Beth lo es todo para mí. Es incluso más importante que la Hermandad.

Wrath se aclaró la garganta, incapaz de continuar.

Tohr fue hacia él y le tendió la mano.

—Estás perdonado, mi señor.

Wrath cogió la mano que le ofrecía y tiró de su hermano para abrazarlo. Ambos se dieron fuertes palmadas en la espalda.

—Tohr, quiero que hagas algo, pero tendrás que mantenerlo en secreto ante los hermanos por ahora. Cuando la muerte de Darius sea vengada, yo me retiraré.

Tohr frunció el ceño.

—¿Perdón?

—Ya no voy a luchar más.

—¿Qué diablos? ¿Vas a dedicarte a bordar o algo así? —Tohr se pasó la mano por los cortos cabellos—. ¿Cómo vamos a…?

—Quiero que lideres a los hermanos. Tohr se quedó boquiabierto.

—¿Qué?

—Tendrá que haber una reorganización total de la Hermandad. Los quiero centralizados y, dirigidos como una unidad militar, y no luchando por cuenta propia. Y necesitamos reclutar miembros. Quiero soldados. Batallones completos de soldados e instalaciones de entrenamiento, lo mejor de lo mejor. —Wrath lo miró fijamente—. Tú eres el único que puede hacer ese trabajo. Eres el más sensato y estable de todos.

Tohr sacudió la cabeza.

—No puedo… Por Dios, no puedo hacer eso. Lo siento…

—No te lo estoy pidiendo. Te lo ordeno. Y cuando lo haga público, se convertirá en ley.

Tohr dejó escapar el aire con un lento siseo.

—¿Mi señor?

—He sido un pésimo rey. De hecho, nunca he desempeñado ese trabajo. Pero ahora todo va a ser diferente. Necesitamos construir una civilización, hermano mío. O mejor, reconstruir la que tenemos.

Los ojos de Tohr relucieron. Apartó la vista y se frotó los párpados con los pulgares con aire indiferente, como si no fuera nada, sólo una pequeña irritación. Carraspeó.

—Ascenderás al trono.

—Sí.

Tohr se dejó caer al suelo sobre una rodilla, inclinando la cabeza.

—Gracias a Dios —dijo con voz ronca—. Nuestra raza está unida de nuevo. Tú serás nuestro líder.

Wrath se sintió enfermo. Eso era exactamente lo que no quería. No podía soportar la responsabilidad de tener en sus manos la seguridad de su pueblo. ¿No sabía Tohr que él no era lo suficientemente bueno, ni lo suficientemente fuerte? Había dejado morir a sus padres y actuado como un enclenque cobarde, no como un macho digno. ¿Qué había cambiado desde entonces? Sólo su cuerpo. No su alma. Hubiera deseado escapar de aquella carga que le correspondía por derecho de nacimiento, sólo escapar…

Tohr sintió un escalofrío.

—Mucho tiempo… Hemos esperado mucho tiempo a que tú nos salves.

Wrath cerró los ojos. El desesperado alivio en la voz de su hermano le hizo darse cuenta de lo mucho que necesitaban un rey, mostrándole lo angustiados que habían estado. Y mientras Wrath estuviera vivo, nadie más podría ocupar ese cargo. Así era la ley.

Vacilante, extendió la mano y la colocó sobre la cabeza inclinada de Tohr. El peso de lo que le esperaba, de lo que les esperaba a todos, era demasiado inmenso para tratar de comprenderlo.

—Salvaremos juntos a nuestra raza —murmuró—. Todos nosotros.

‡ ‡ ‡

Horas después, Beth se despertó hambrienta. Se liberó suavemente del pesado abrazo de Wrath, se puso una camiseta y se envolvió en una bata.

—¿Adónde vas, leelan? —La voz de Wrath sonó profunda, perezosa, relajada. Ella escuchó crujir su hombro, igual que cuando se desperezaba.

Teniendo en cuenta el número de veces que le había hecho el amor, le sorprendió que pudiera moverse.

—Sólo voy a buscar algo de comer.

—Llama a Fritz.

—Ya trabajó demasiado anoche y se merece un descanso. Vuelvo enseguida.

—Beth. —La voz de Wrath sonó alarmada—. Son las cinco de la tarde. El sol aún no se ha puesto.

Ella hizo una pausa.

—Pero dijiste que podría salir durante el día.

—Teóricamente, es posible.

—Entonces podría averiguarlo ahora.

Ya estaba en la puerta cuando Wrath se apareció frente a ella. Sus ojos denotaban fiereza.

—No necesitas saberlo en este momento.

—No es para tanto. Sólo voy a subir…

—No irás a ninguna parte —gruñó él. Su enorme cuerpo emanaba agresividad—. Te prohíbo salir de esta habitación.

Beth cerró la boca lentamente.

¿Le prohíbe? Él me prohíbe… Vamos a tener que dejar una serie de cosas claras, pensó ella, mientras alzaba un dedo frente a la cara.

—Déjame pasar, Wrath, y haz desaparecer esa palabra de tu vocabulario cuando hables conmigo. Estaremos casados, pero no me darás órdenes como a una niñita. ¿Está claro?

Wrath cerró los ojos. La preocupación se reflejó en los severos rasgos de su rostro.

—Oye, no pasará nada —dijo ella, pegándose a su cuerpo y rodeando su cuello con los brazos—. Sólo asomaré la cabeza al salón. Si pasa algo, bajaré de inmediato. ¿Vale?

Él la sujetó, apretándola con fuerza.

—Odio no poder acompañarte.

—No podrás protegerme de todo.

Volvió a soltar otro gruñido.

Ella lo besó en la parte interior de la barbilla y empezó a subir la escalera antes de que él pudiera discutir de nuevo. Al llegar al rellano, se detuvo un instante con la mano sobre el cuadro.

Abajo, escuchó el sonido del timbre del teléfono.

Wrath permanecía en el umbral de la puerta de la alcoba, mirándola. Beth empujo el cuadro, que se abrió con un crujido. La luz perforó la oscuridad.

A su espalda, lo escucho maldecir y cerrar la puerta.

Wrath miró enfurecido su teléfono hasta que dejó de sonar. Dio vueltas por la habitación como un sonámbulo. Se sentó en el sofá. Volvió a levantarse.

Y entonces la puerta se abrió. Beth estaba sonriente.

—Puedo salir —dijo.

Él fue corriendo hasta ella, le tocó la piel. Estaba fresca, saludable.

—¿No te has quemado, no sentiste calor?

—No la claridad me hizo daño en los ojos al salir…

—¿Saliste al exterior?

—Si. —Beth lo sujeto por el brazo cuando le flaquearon las rodillas—. ¡Santo Dios, estás pálido! Ven, recuéstate aquí.

Él así lo hizo.

¡Santo cielo! Había salido a plena luz del día. Su Beth había bailado bajo la luz del sol. Y él no había podido estar con ella. Si al menos hubiera permanecido en el salón, él habría tenido la oportunidad…

Podía haber quedado calcinada.

Unas manos frescas le apartaron el cabello de los ojos.

—Wrath, estoy bien.

Él levantó la vista y la miro a la cara.

—Creo que voy caerme desmayado.

—Lo cual es físicamente imposible, porque estás acostado.

—Maldición, leelan. Te amo tanto que nunca me he sentido más asustado. —Cuando ella presionó los labios de él con los suyos, Wrath le puso la mano en la nuca, inmovilizándola—. No creo que pueda vivir sin ti.

—Espero que no tengas que hacerlo. Ahora dime una cosa. ¿Cuál es la palabra que utilizáis para esposo?

Hellren, supongo. La versión corta es hell, como infierno en inglés.

Ella se rio alegremente.

—A saber por qué.

El teléfono comenzó a sonar de nuevo. Él desnudó los colmillos ante el maldito aparato.

—Responde mientras voy a la cocina —dijo ella—. ¿Quieres algo?

—A ti.

—Ya me tienes.

—Y doy gracias a Dios por ello.

Vio salir a Beth, observó el contoneo de sus caderas y pensó que cuando regresara quería poseerla de nuevo. No parecía quedar nunca satisfecho. Dar placer a esa hembra era la primera adicción que había tenido.

Cogió el teléfono sin molestarse en revisar el identificador de llamadas.

—¿Qué?

Hubo una pausa.

Y luego el gruñido de Zsadist retumbó en su oído.

—¿Es que no te satisface el calor de tu hembra? ¿No te ha ido muy bien en tu noche de bodas?

—¿Tienes algo en mente, Z?

—He oído que has convocado a los hermanos esta noche. A todos excepto a mí. ¿Has perdido mi número? Supongo que esa será la razón de que no me hayas llamado.

—¡Sé exactamente dónde localizarte!

Z soltó un resoplido de frustración.

—Ya estoy harto de que me tratéis como a un perro. Enserio.

—Entonces no te comportes como uno.

—¡Vete a la mierda!

—Sí, ¿sabes una cosa, Z? Tú y yo hemos llegado al final del camino.

—¿Y eso a qué se debe? —Z soltó una risotada—. No me lo digas. No me importa, y además, no tenemos tiempo para discutir este asunto. ¿No es cierto? Tú tienes que regresar con tu hembra, y yo no te he llamado para quejarme porque no me tengáis en cuenta.

—¿Entonces por qué me has llamado?

—Tienes que saber algo.

—¿De ti? —preguntó Wrath lentamente.

—Sí, de mí —siseó Z como respuesta—. El hermano de Marissa quiere tu cabeza en una estaca. Y estaba dispuesto a pagarme un par de millones para hacerlo. Ya nos veremos.

La llamada se cortó.

Wrath dejó caer el móvil sobre la cama y se masajeó la frente.

Seria estupendo creer que Z había llamado siguiendo su propio impulso. Y porque no quería cumplir con aquel cometido, o tal vez porque, finalmente, había encontrado su conciencia tras cien años de total inmoralidad.

Pero había esperado varias horas, y eso sólo podía significar que Phury le había advertido, convenciéndolo para que confesara. ¿De qué otra manera podía enterarse Z de que los hermanos habían sido convocados?

Wrath cogió el teléfono y marcó el número de Phury.

—Tu gemelo acaba de llamar.

—¿Lo ha hecho? —Pudo percibir un alivio total en la voz del hermano.

—No podrás salvarlo esta vez, Phury.

—No le dije que tú lo sabías. Wrath, tienes que creerme.

—Lo que creo es que harías cualquier cosa por él.

—Escúchame. Recibí la orden expresa de no decir nada y he obedecido. Me resultó muy difícil, pero no dije nada. Z te llamó por su cuenta.

—¿Entonces por qué sabía que los otros habían sido convocados?

—Mi teléfono sonó y el suyo no. Lo adivinó. Wrath cerró los ojos.

—Tengo que eliminarlo, lo sabes. La Virgen Escribana no exigirá menos que eso por su traición.

—No pudo evitar que le hicieran esa propuesta. Te contó lo que había sucedido. Si hay alguien que merezca morir, es Havers.

—Y morirá. Pero tu gemelo aceptó una oferta para matarme. Si lo ha hecho ahora, podría hacerlo de nuevo. Y quizás la próxima vez no se arrepienta después de que tú lo convenzas, ¿me entiendes?

—Te juro por mi honor que te llamo por su cuenta.

—Phury, quisiera creerte. Pero una vez tú mismo te disparaste en la pierna para salvarlo. Tratándose de tu gemelo, harías o dirías cualquier cosa.

La voz de Phury tembló:

—No lo hagas, Wrath. Te lo ruego. Z ha mejorado mucho últimamente.

—¿Y qué hay de esas mujeres muertas, hermano?

—Sabes que es la única manera en que él se alimenta. Tiene que sobrevivir de alguna manera. Y a pesar de los rumores, nunca antes ha dado muerte a los humanos de los que se alimenta. No sé que sucedió con esas dos prostitutas. —Wrath soltó una maldición—. Mi señor, no merece morir Por algo que no ha hecho. No es justo.

Wrath cerró los ojos. Finalmente, dijo:

—Tráelo contigo esta noche. Le daré la oportunidad de hablar frente a la Hermandad.

—Gracias, mi señor.

—No me lo agradezcas. Que le permita abrir la boca no significa que vaya a ser perdonado.

Wrath colgó el teléfono.

Era evidente que no había concedido aquel encuentro por el bien de Zsadist, sino por Phury. Lo necesitaban en la Hermandad, y Wrath sabía que el guerrero no se quedaría a mirar que su hermano fuera tratado con injusticia. Y aun así, tampoco estaba muy seguro de que permaneciera con ellos.

Wrath pensó en Zsadist, recordando su imagen.

Havers había escogido bien al asesino. Era bien sabido que Z no estaba atado a nadie ni a nada, de modo que el buen doctor tenía razón en suponer que el guerrero, no tendría problema en traicionar a la Hermandad. También estaba claro, para cualquier observador, que Z era uno de los pocos machos del planeta lo suficientemente letal para matar a Wrath.

Pero había una cosa que no encajaba, a Z no le importaban las posesiones materiales. Como esclavo, nunca tuvo ninguna. Como guerrero, nunca quiso ninguna. Por eso era difícil creer que el dinero seria para él un incentivo. Aunque también sabía que era perfectamente capaz de matar por diversión.

Wrath se quedó inmóvil cuando la nariz empezó a cosquillearle.

Frunciendo el ceño, fue hasta uno de los respiraderos que llevaban aire fresco a la alcoba. Inhaló con fuerza.

Había un restrictor en la propiedad.

El mismo que estaba en el Hummer en casa de Billy Riddle.

‡ ‡ ‡

Beth colocó algo de carne y un poco de salsa de rábano entre dos rebanadas de pan. Cuando dio un mordisco, se sintió en el paraíso. La comida le sabía mucho mejor.

Mientras comía, se quedó mirando un arce desde la ventana de la cocina. Sus hojas verde oscuro estaban totalmente inmóviles. Aún era verano. No soplaba ni siquiera una ligera brisa, como si el aire mismo estuviera agotado por el calor.

No, algo se movía.

Un hombre estaba atravesando el seto, acercándose a la casa desde la propiedad vecina. La piel le picó en señal de advertencia. Pero era ridículo. Aquel individuo llevaba puesto un uniforme gris de la Empresa de Energía y Gas de Caldwell venía con una carpeta en una mano. Con su cabello blanco en una actitud tranquila y relajada, no parecía amenazador. Era corpulento, pero se movía con naturalidad. Simplemente, se trataba de otro aburrido lector de contadores que desearía estar cómodamente en un despacho y no sufriendo aquel calor.

El teléfono de la pared sonó, sobresaltándola.

Descolgó, con los ojos aún fijos en el hombre. Este se detuvo en cuanto la vio.

—¡Hola! —dijo ella en el auricular. El sujeto del gas empezó a caminar de nuevo, aproximándose a la puerta trasera.

—¡Beth, baja aquí ahora mismo! —gritó Wrath.

En ese momento, el hombre de los contadores miraba a través de los cristales de la puerta de la cocina. Sus ojos en ella, sonrió y levantó la mano.

Ella sintió escalofríos en la piel.

No está vivo, pensó. No estaba segura de cómo lo sabía, simplemente lo sabía.

Dejó caer el teléfono y corrió.

Detrás de ella sonó un estrépito al hacerse añicos la puerta, y luego escuchó un sordo estallido. Algo con un aguijón la golpeó en el hombro. Sintió una punzada de dolor.

Su cuerpo empezó a hacerse lento.

Cayó boca abajo sobre las baldosas de la cocina.

Wrath gritó cuando oyó Beth chocaba contra el suelo. Subió la escalera en un instante e irrumpió en el salón.

El sol le tocó la piel, quemándole como una sustancia química, obligándolo a regresar a la oscuridad. Corrió a la alcoba, descolgó el teléfono Y llamó al piso superior. En su cerebro resonaron los timbrazos que nadie pudo contestar.

Respiraba con dificultad, su pecho subía y bajaba en una serie de violentas contracciones.

Atrapado. Estaba atrapado allí abajo mientras ella…

Pronunció su nombre con un rugido.

Podía sentir que su aura se atenuaba. Se la estaban llevando a alguna parte, lejos de él. Su corazón dejó escapar toda su furia, una oleada de frío negro y profundo que hizo estallar el espejo del baño en mil pedazos.

Fritz descolgó el teléfono.

—¡Alguien ha entrado en la casa! Butch está…

—¡Pásame al detective! —gritó Wrath.

Butch se puso al teléfono un momento después. Estaba jadeando.

—No he podido atrapar al canalla…

—¿Has visto a Beth?

—¿No está contigo?

Wrath soltó otro rugido, sintiendo que las paredes a su alrededor lo aplastaban. Estaba completamente indefenso, enjaulado por la luz solar que bañaba la tierra sobre él.

Se obligó a respirar profundamente. Sólo pudo hacerlo una vez antes de volver a jadear.

—¡Detective, te necesito! ¡Te… necesito!