43
Butch se peinó, se echó un poco de colonia y se puso un traje que no era suyo. Al igual que el mueble del baño estaba atiborrado de diferentes lociones y espumas de afeitar, en los armarios se amontonaban los trajes masculinos completamente nuevos de diferentes tallas. Todo de lo más selecto, ropa de diseño.
Jamás se había puesto nada de Gucci.
A pesar de que no le gustaba ser un gorrón, no podía ver a Marissa con la misma ropa que llevaba la noche anterior. Aunque hubiera sido elegante —que no lo era—, estaba seguro de que olía terriblemente a una mezcla de whisky y el tabaco turco de V. Quería estar fresco como una rosa para ella. Y lo estaba consiguiendo.
Butch se miró en un espejo de cuerpo entero, sintiéndose como un afeminado, pero incapaz de hacer nada por evitarlo. El traje negro a rayas le sentaba a la perfección. La impecable camisa blanca de cuello abierto resaltaba su bronceado. Y el bonito par de zapatos de Ferragamo que había encontrado en una caja añadían el toque justo.
Pensó que estaba casi guapo. Siempre y cuando ella no mirara muy de cerca sus ojos inyectados de sangre. Las cuatro horas de sueño y la gran cantidad de whisky escocés se notaban.
Unos golpes secos sonaron en la puerta. Esperaba que no fuera uno de los hermanos. Al abrir, el mayordomo alzó la vista con una sonrisa.
—Señor, está usted muy elegante. Buena elección.
Butch se encogió de hombros, jugando con el cuello de la camisa.
—Sí, bueno…
—Pero necesita un pañuelo en el bolsillo del pecho. ¿Puedo?
—Ah, claro.
El diminuto anciano se dirigió a una cómoda, abrió uno de los cajones y revolvió un poco.
—Este será perfecto.
Sus manos nudosas doblaron la tela blanca como si se tratara de una obra maestra de origami, y la colocó en el bolsillo de la chaqueta.
—Ya está listo para su invitada. Ella está aquí. ¿La recibirá?
¿Recibirla?
—¡Diablos, claro!
Mientras iban hacia el vestíbulo, el mayordomo se rio suavemente.
—Parezco estúpido, ¿no es cierto? —dijo Butch. La cara de Fritz se puso seria.
—Por supuesto que no, señor. Estaba pensando cuánto hubiera disfrutado Darius. Le gustaba tener la casa llena de gente.
—¿Quién es Dar…?
—¿Butch?
La voz de Marissa los detuvo en seco. Se encontraba junto a la escalera, y dejó a Butch sin aliento. Tenía el cabello recogido, y su traje era un vestido de cóctel color rosa pálido. Su tímido placer al verlo hizo que su pecho se hinchara de satisfacción.
—Hola, dulzura. —Avanzó hacia ella, consciente de que el mayordomo sonreía de oreja a oreja.
Jugueteó un poco con su vestido, como si estuviera un poco nerviosa.
—Probablemente debía haber esperado abajo. Pero todos están tan ocupados, que me pareció que estorbaba.
—¿Quieres quedarte aquí arriba un rato? Ella asintió.
—Si no te importa. Es más tranquilo.
El mayordomo intervino:
—Hay una terraza en el segundo piso. La encontrarán al final de este corredor.
Butch le ofreció el brazo.
—¿Te parece bien?
Ella deslizó la mano por su codo. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su sonrojo fue encantador.
—Si. Me parece muy bien.
De modo que quería estar a solas con él. Butch pensó que era una buena señal.
‡ ‡ ‡
Mientras Beth llevaba una fuente de aperitivos al salón, estaba convencida de que Fritz y Wellsie podían gobernar juntos un país pequeño. Tenían a los hermanos corriendo por todos lados prestando ayuda, poniendo la mesa del comedor, colocando velas nuevas, colaborando con la comida. Y sólo Dios sabía lo que estaba pasando en la alcoba de Wrath. La ceremonia se llevaría a cabo allí, y Rhage había permanecido una hora en esa habitación.
Beth dejó la fuente sobre el aparador y regresó a la cocina. Encontró a Fritz luchando por alcanzar un gran recipiente de cristal en lo alto de una alacena.
—Espere, Yo le ayudo.
—Oh, gracias, ama.
Una vez en su poder, Fritz lo llenó de sal.
Vaya, eso no puede ser muy bueno para la tensión, pensó Beth.
—¿Beth? —la llamó Wellsie—. ¿Puedes ir a la despensa traer tres frascos de melocotones en conserva para la salsa del jamón?
Beth entró a la pequeña habitación cuadrada y accionó el interruptor de luz. Había latas y frascos desde el suelo hasta el techo de todas las formas y tamaños. Estaba buscando los melocotones cuando escuchó que la puerta se abría.
—Fritz, ¿sabes dónde…?
Se dio media vuelta y se estrelló directamente contra el duro cuerpo de Zsadist.
Él siseó, y ambos dieron un salto atrás mientras la puerta se cerraba, dejándolos encerrados.
Zsadist cerró los ojos, al tiempo que abría sus labios mostrando colmillos y dientes.
—Lo siento-susurró ella, tratando de alejarse. No había mucho espacio, ni tampoco escapatoria. Él bloqueaba la salida. —No te había visto. Lo lamento mucho.
Llevaba puesta otra camisa ajustada de manga larga, de tal manera que cuando cerró los puños la tensión de sus brazos y de sus hombros fue evidente. Era muy corpulento, pero la fuerza de su cuerpo lo hacía parecer enorme.
Abrió los párpados. Cuando aquellos ojos negros la miraron, ella se estremeció.
Frío. Muy frío.
—¡Por Cristo, ya sé que soy feo! —dijo bruscamente—, pero no me tengas miedo. No soy un completo salvaje.
Luego cogió algo y salió.
Beth se recostó contra frascos y latas, y miró hacia arriba al espacio vacío que él había dejado en el estante. Pepinillos. Se había llevado una lata de pepinillos.
—¿Beth, has encontrado…? —Wellsie se detuvo en seco en el umbral de la puerta—. ¿Qué ha pasado?
—Nada. No ha sido… nada.
Wellsie le lanzó una mirada suspicaz mientras se ajustaba el delantal sobre su vestido azul.
—Estás mintiéndome, pero es el día de tu boda, así que dejaré que te salgas con la tuya. —Localizó el jamón y bajó unos frascos—. Oye, ¿por qué no vas a la habitación de tu padre y descansas un poco? Rhage ya ha terminado, así que puedes estar allí un rato tranquila. Necesitas relajarte un poco antes de la ceremonia.
—¿Sabes? Creo que es una idea estupenda.
‡ ‡ ‡
Butch se recostó en la mecedora de mimbre, cruzó las piernas y se impulsó con el pie. La silla crujió.
En la lejanía, brilló un relámpago. El jardín perfumaba la noche, y también Marissa con su aroma a océano.
Al otro lado de la angosta terraza, la mujer inclinó la cabeza hacia atrás para mirar al cielo. Una leve brisa veraniega alborotó suavemente el cabello alrededor de su rostro.
El detective sólo podía pensar que no le importaría quedarse allí, contemplándola, durante el resto de su vida.
—¿Butch?
—Lo siento. ¿Qué has dicho?
—He dicho que estás muy guapo con ese traje.
—¿Este trapo viejo? Me lo he puesto sin pensar. Ella se rio, exactamente como él había querido que lo hiciera, pero en cuanto sintió su risa burbujeante, se puso serio. —Tú sí que eres hermosa.
Ella se llevó la mano al cuello. No parecía saber cómo hacer con los cumplidos, como si nunca hubiera recibido muchos. Aunque a él le resultaba difícil de creer que eso fuera cierto.
—Me he hecho este peinado para ti —dijo ella—. Pensé que tal vez te gustaría de esta manera.
—Me gusta de todas las maneras. Todas. Ella sonrió.
—También he elegido este vestido para ti.
—Es precioso. ¿Pero sabes una cosa, Marissa? No tienes que esforzarte conmigo.
Marissa bajó los ojos.
—Estoy acostumbrada a esforzarme.
—Pues, ya no tienes que hacerlo. Eres perfecta.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro, y él se quedó mirándola fascinado.
La brisa aumentó un poco, azotando su falda de muselina alrededor de la grácil curva de sus caderas. Y de repente, dejó de pensar en lo adorable que era.
Butch casi suelta una carcajada. Nunca había considerado que el deseo podía arruinar un momento como aquel, pero no le importaría en absoluto posponer sus necesidades corporales durante esa noche, o incluso más. En realidad, quería tratarla bien. Ella era una mujer digna de ser adorada, querida, y merecía ser feliz.
El detective se puso serio. Adorarla y amarla no parecía presentar problema alguno, pero ¿cómo demonios iba a conseguir hacerla feliz?
Una virgen vampiresa era una categoría de hembra sobre la cual no sabía absolutamente nada.
—Marissa, sabes que no soy de tu especie, ¿verdad?
Ella asintió.
—Desde el momento en que te vi por primera vez.
—¿Y eso no te… decepciona? ¿No te molesta?
—No. Me gusta la forma en que me siento cuando estoy junto a ti.
—¿Y cómo es eso? —preguntó él.
—Me siento segura. Me siento hermosa. —Hizo una pausa, mirando los labios del hombre—. Y en ocasiones siento otras cosas.
—¿Como qué? —A pesar de sus buenas intenciones, estaba deseando escuchar qué otras emociones provocaba en aquella fantástica mujer.
—Siento que me invade una especie de calor. Sobre todo aquí —se tocó los pechos—… y aquí… —sus manos rozaron la unión de sus muslos.
Butch empezó a ver doble, su corazón latía demasiado deprisa. Mientras exhalaba una bocanada de aire caliente, tenía la certeza de que su cabeza iba a explotar.
—¿Sientes algo? —preguntó ella.
—De eso puedes estar segura.
Su voz sonaba pastosa. Es lo que la desesperación hace en un hombre.
Marissa atravesó la terraza, acercándose a él.
—Me gustaría besarte, si no tienes objeción.
¿Objeción? Estaba dispuesto a suplicar sólo por seguir mirándola.
Descruzó las piernas y se enderezó en la silla, pensando que lo único que podría mantenerlo a raya era que apareciera alguien en aquel momento. Estaba a punto de ponerse de pie cuando ella se arrodilló frente a él. Y colocó el cuerpo directamente entre sus piernas.
—Oye, tranquila. —La detuvo antes de que hiciera contacto con su erección. No estaba seguro de que ella estuviera preparada para eso. ¡Diablos, no estaba seguro de que él estuviera preparado!—. Si vamos a… Tenemos que tomar esto con calma. Quiero que sea lo mejor para ti.
Ella sonrió y él captó fugazmente la punta de sus colmillos.
Su miembro palpitó.
¿Quién hubiera pensado que eso lo excitaría?
—Anoche soñé con esto —murmuró ella. Butch se aclaró la garganta.
—¿De verdad?
—Imaginé que venías a mi cama y te inclinabas sobre mí. —¡Oh, Dios, él también se lo imaginaba! Excepto que en su fantasía ambos estaban desnudos—… Tú estabas desnudo —susurró ella, apoyándose en él, como si leyera su pensamiento—. Y yo también. Tu boca buscaba la mía. Tenías un sabor penetrante, como a whisky. Me gustó. —Sus labios se encontraban a escasos centímetros de los de él—. Me gustaste.
¡Santo cielo!
Él estaba a punto de explotar, y ni siquiera se habían besado todavía.
Ella se movió, tratando de aproximarse, pero él la detuvo en el último momento. Era demasiado para él. Demasiado adorable. Demasiado sensual… Demasiado inocente.
Dios, había defraudado a mucha gente a lo largo de su vida. No quería que Marissa pasara a formar parte de la lista. Ella se merecía un príncipe, no un ex policía fracasado vestido con ropa prestada. No tenía ni idea de cómo se desarrollaba la vida privada los vampiros. Pero estaba completamente seguro de que ella se merecía alguien muy, superior a él.
—¿Marissa?
—¿Hmm?
Sus ojos no se apartaron de los labios de Butch. A pesar de su inexperiencia, parecía dispuesta a devorarlo. Y él quería ser devorado.
—¿No me deseas? —susurró ella, apartándose. Parecía preocupada—. ¿Butch?
—Oh, no, dulzura. No es eso.
Trasladó las manos de sus hombros a su nuca, sosteniendo firmemente su cabeza. Luego ladeó su propia cabeza y posó los labios directamente sobre su boca.
Ella jadeó, llevando el aliento del hombre a sus pulmones, como si quisiera trasladar una parte de él a su interior. Él dio un gruñido de satisfacción, pero se mantuvo acariciándola suavemente. Cuando ella balanceó su cuerpo hacia él, Butch trazó el contorno de sus labios con la lengua.
Tendrá un sabor dulce, pensó él, preparándose para profundizar mientras aún podía controlarse.
Pero Marissa se le adelantó, capturando su lengua con la boca y succionando. Butch gimió, sus caderas se sacudieron en la silla. Ella interrumpió el beso.
—¿No te ha gustado eso? A mí me encantó cuando lo hiciste con mi dedo anoche.
Él dio un tirón al cuello de la camisa. ¿Adónde diablos se había ido todo el aire en esta parte de Norteamérica?
—¿Butch?
—Claro que me ha gustado —dijo él con una voz gutural—. Confía en mí. Me ha gustado, de verdad.
—Entonces lo haré de nuevo.
Se abalanzó hacia delante y tomó la boca del hombre en un ardiente beso, oprimiéndolo contra el respaldo de mimbre, impactándolo como una tonelada de ladrillos. Él se encontraba en tal estado de shock, que lo único que pudo hacer fue aferrar se a los brazos de la mecedora. Su embate fue poderoso. Erótico. Más ardiente que el infierno. Prácticamente se subió a su pecho mientras exploraba su boca, y él preparó el cuerpo, desplazando su peso a las palmas de sus manos.
De repente, sonó como si algo se rompiera. Y luego ambos cayeron rodando por el suelo.
—¿Qué mier…? —Butch alzó la mano izquierda, y allí apareció el brazo de mimbre al que se había sujetado.
Había roto la silla por la mitad.
—¿Estás bien? —dijo él sin aliento, arrojando lejos aquel pedazo.
—Oh, sí. —Ella le sonrió. Su vestido había quedado atrapado entre las piernas de Butch. Y su cuerpo estaba pegado al de él. Casi en el lugar exacto en dónde él necesitaba que estuviera.
Al mirarla, él estaba dispuesto a todo, preparado para meterse debajo de su vestido, apartar sus muslos con las caderas, sepultarse en su calor hasta perderse ambos totalmente.
Pero en su actual estado, lo más probable era que la poseyera sin miramientos y no que le hiciera el amor como es debido. Y estaba lo bastante enloquecido para hacerlo allí, en la terraza, al aire libre.
Así que necesitaba urgentemente una tregua.
—Te ayudaré a levantarte —dijo él bruscamente.
Marisca se movió más rápido que él, dando un salto hasta quedar en pie. Cuando extendió la mano para ayudarlo, ella aferró con poco convencimiento, ante su aparente fragilidad. Pero se encontró levantado del suelo como si no pesara más que un periódico.
Él sonrió mientras se limpiaba la chaqueta.
—Eres más fuerte de lo que pareces.
Ella pareció avergonzada y se concentró en arreglarse el vestido.
—No es así.
—Eso no es malo, Marissa.
Los ojos de ella volvieron a fijarse en los de Butch y luego, lentamente, se desviaron hacia su cuerpo. Con una sensación de vergüenza, él se percató de que su salvaje erección sobresalía notoriamente de sus pantalones. Se dio media vuelta para poder componerse.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada. —Se volvió hacia ella, preguntándose si su pulso se normalizaría algún día.
Por Dios, si su corazón podía soportar un beso de ella, probablemente podría correr una maratón. Arrastrando un automóvil con una cuerda. De un lado a otro de la carretera.
—Eso me ha gustado —dijo ella. Él tuvo que reírse.
—A mí también. Pero es difícil creer que seas vir…
Butch cerró la boca de golpe. Se frotó las cejas con el pulgar.
Con razón no salía con chicas. Tenía los modales de un chimpancé.
—Quiero que sepas —murmuró—, que a veces meto la pata. Pero haré un esfuerzo por ti.
—¿Meter la pata?
—Lo fastidio todo. Lo convierto en, un caos. Es decir… ¡Diablos! —Miró hacia la puerta—. Escucha, ¿qué opinas si bajamos o vemos qué está pasando con la fiesta?
Porque si permanecían allí arriba un minuto, más, se le echaría encima como un salvaje.
—¿Butch?
Él se volvió a mirarla.
—¿Sí, dulzura?
Los ojos de ella brillaban. Se relamió los labios.
—Quiero más de ti.
Butch dejó de respirar, preguntándose si estaba pensando en su sangre.
Al mirar su hermoso rostro, revivió lo que había sentido cuando ella lo empujó contra la silla, e imaginó que en lugar de besarlo estaba hundiendo aquellos colmillos blancos en su cuello.
No podía pensar en una forma más dulce de morir que en sus brazos.
—Todo lo que quieras de mí… —murmuró—… puedes tomarlo.