38

Marissa sonrió, pensando que, cuanto más tiempo pasaba con él, aquel humano le iba pareciendo cada vez más apuesto.

—Entonces te ganas la vida protegiendo a tu especie. Eso está bien.

Él se acercó más a ella en el sofá.

—Bueno, de hecho no sé qué voy a hacer ahora. Tengo el presentimiento de que tendré que conseguir otro empleo.

El repique de un reloj la llevó a preguntarse cuánto tiempo habían pasado juntos. Y cuándo saldría el sol.

—¿Qué hora es?

—Más de las cuatro.

—Debo irme.

—¿Cuándo puedo verte otra vez? —Ella se levantó.

—No lo sé.

—¿Podemos ir a cenar? —Se levantó de un salto—. ¿A comer? ¿Qué vas a hacer mañana?

Ella tuvo que reírse.

—No lo sé. Nunca antes la habían cortejado. Era agradable.

—Ah, diablos-murmuró él. —Estoy arruinándolo todo mostrándome tan ansioso, ¿no es así?

—Se llevó las manos a las caderas y bajó la mirada hacia la alfombra, disgustado consigo mismo. Ella dio un paso adelante. La cabeza de Butch se alzó de golpe.

—Voy a tocarte ahora —dijo ella suavemente—. Antes de marcharme. —Los ojos del hombre brillaron—. ¿Puedo, Butch?

—Donde quieras —susurró él.

Ella alzó la mano, pensando en que sólo la posaría sobre su hombro. Pero sus labios le fascinaban. Los había visto moverse mientras hablaba, y se preguntaba cómo sería su textura y su sabor.

—Tu boca —dijo ella—. Pienso que es…

—¿Qué? —preguntó él con voz ronca.

—Adorable.

Colocó la rema del dedo sobre su labio inferior. Él jadeó con tal fuerza que inhaló el perfume de la piel de Marissa, y cuando lo exhaló con un estremecimiento, regresó a ella cálido y húmedo.

—Eres suave —dijo ella, rozándolo con el índice.

Él cerró los ojos.

Su cuerpo emanaba un aroma embriagador. Ella había percibido la seductora fragancia desde el momento en que él la había visto por primera vez. Ahora, saturaba el aire.

Curiosa, deslizó el dedo dentro de su boca. Los ojos de Butch se abrieron como platos. Tanteó sus dientes delanteros, encontrando extraña la ausencia de colmillos. Al adentrarse más, sintió el interior resbaladizo, húmedo, cálido.

Lentamente, los labios de él se cerraron alrededor del dedo, lamiéndole la yema con movimientos circulares.

Una oleada de placer le recorrió el cuerpo. Los pezones le hormigueaban y algo le sucedía entre las piernas. Se sintió dolorida. Hambrienta.

—Quiero… —No supo qué decir.

Él agarró su mano y echó la cabeza hacia atrás, succionando a lo largo del dedo hasta que salió de su boca. Con los ojos clavados en los suyos, giró la palma de la mano hacia arriba, le lamió en el centro y presionó los labios contra su piel.

Ella se reclinó contra él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó él en voz baja—. Dímelo, dulzura. Dime qué quieres.

—Yo… no sé. Nunca me he sentido así.

Su respuesta pareció romper el hechizo. La cara de Butch se ensombreció, y le soltó la mano. Una maldición, suave y vil, se desprendió de él mientras se distanciaba.

Los ojos de Marissa chispearon ante su rechazo.

—¿Te he disgustado?

Santo Dios, aquello era algo que parecía dársele muy bien, tratándose de machos.

—¿Disgustarme? No, lo estás haciendo muy, bien. Eres una verdadera profesional. —Extendió la mano. Parecía estar luchando consigo mismo, intentando regresar a la normalidad desde algún lugar muy lejano—. Es sólo que la actuación de niña inocente me está perturbando un poco.

—¿Actuación?

—Ya sabes, poner esa cara de virgen con ojos de ternera degollada.

Ella dio unos pasos hacia delante mientras trataba de pensar en una respuesta, pero él extendió las manos.

—Hasta ahí está bien.

—¿Por qué?

—Por favor, dulzura. Deja ya de actuar. —Marissa puso mala cara.

—Eres incoherente.

—Ah, ¿de verdad? —dijo él—. Escucha, tú me excitas con sólo quedarte ahí parada. No tienes que fingir ser algo que no eres. Y yo…, eh, no tengo problema con lo que haces. Tampoco voy a arrestarte por eso.

—¿Arrestarme por qué?

Mientras él ponía los ojos en blanco, ella trataba de comprender a qué se estaba refiriendo.

—Ya me voy —dijo ella bruscamente. Su irritación crecía a cada momento que pasaba.

—Espera. —Él extendió la mano, sujetándola por un brazo—. Me gustarla volver a verte.

Ella frunció el ceño, con la mirada fija en la mano que la agarraba. El hombre la soltó y se la frotó como queriendo deshacerse de aquella sensación.

—¿Por qué? —preguntó—. Es obvio que ahora te disgusta el simple hecho de tocarme.

—Ajá. Sí, claro. —Le lanzó una mirada cínica—. Escucha, ¿cuánto va costarme que actúes con normalidad?

Ella le devolvió una mirada feroz. Antes de terminar con Wrath, quizás habría huido. Pero ya no quería hacerlo.

—No te entiendo —dijo.

—Como quieras, dulzura. Dime, ¿hay tipos tan necesitados de acción que se tragan esa comedia?

Marissa no entendió aquella jerga con exactitud, pero finalmente captó la esencia de lo que él estaba pensando. Horrorizada, enderezó completamente la espalda.

—¿Cómo te atreves?

Él se quedó mirándola fijamente, semiparalizado. Luego respiró con fuerza.

—Ah, diablos. —Se frotó la cara con la mano—. Escucha, olvídalo, ¿vale? Vamos a olvidar que nos hemos conocido…

—Nunca he sido poseída. A mi hellren no le agradaba mi compañía. Así que nunca he sido besada o tocada, ni siquiera abrazada por un macho que sintiera pasión por mí. Pero yo no soy… no soy indigna. —La voz le tembló al final—. Es sólo que nadie me ha querido.

Los ojos del hombre se abrieron como si ella lo hubiera abofeteado o algo parecido.

Ella desvió la mirada.

—Y nunca he tocado a un macho —susurró—. Simplemente no sé qué hacer.

El humano dejó escapar un largo suspiro, como si estuviera exhalando todo el oxígeno del cuerpo.

—Santa María, madre de Dios —murmuró—. Lo siento. De verdad que lo siento. Soy…, soy un completo imbécil, y te he juzgado rematadamente mal.

Su horror ante lo que le había dicho era tan palpable, que ella sonrió un poco.

—¿Lo dices en serio?

—Diablos, sí. Es decir, sí, claro. Espero no haberte ofendido tanto como para que no puedas perdonarme. ¿Pero cómo podrías hacerlo? Jesucristo… Lo lamento mucho. —Su palidez parecía real.

Ella puso una mano sobre su hombro.

—Te perdono.

Él sonrió, incrédulo.

—No deberías. Tendrías que enfadarte conmigo durante algún tiempo. Por lo menos una semana, tal vez un mes. Quizá más tiempo. Me he pasado de la raya.

—Pero no quiero enfadarme contigo. Hubo una larga pausa.

—¿Aún quieres verme mañana?

—Sí.

Él pareció asombrado de su buena suerte.

—¿De verdad? Eres una santa, ¿lo sabías? —Extendió la mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos—. ¿Entonces dulzura? ¿Dónde quieres que nos encontremos?

Ella pensó unos segundos. A Havers le daría un ataque si supiera que estaba viendo a un humano.

—Aquí. Te veré aquí. Mañana por la noche.

Él sonrió.

—Bien. ¿Y cómo volverás a casa? ¿Necesitas que te lleve o prefieres un taxi?

—No, usaré mis propios medios.

—Espera… antes de que te vayas. —Avanzó hacia ella. El adorable aroma del hombre llegó hasta ella, perturbándola de nuevo—. ¿Puedo darte un beso de buenas noches? Aunque no lo merezca.

Por costumbre, ella le ofreció el dorso de la mano.

Él la cogió y la atrajo hacia sí. Las palpitaciones en la sangre y entre las piernas regresaron.

—Cierra los ojos —susurró él. Así lo hizo.

Los labios del hombre le rozaron la frente y luego las sienes.

Ella abrió la boca al sentir de nuevo ese dulce sofoco.

—Jamás podrías disgustarme —dijo él con su voz profunda.

Y luego le tocó las mejillas con los labios.

Ella esperó algo más. Pero al no recibirlo, abrió los ojos. Él la miraba fijamente.

—Vete —dijo—. Te veré mañana.

Ella asintió. Y se desmaterializó directamente entre sus manos.

Butch lanzó un grito, dando un tremendo salto hacia atrás.

—¡Mierda!

Se miró la mano. Todavía podía sentir el contacto de la palma de su mano y oler su perfume. Pero se había desvanecido en el aire. En un momento estaba frente a él, y al siguiente…

Beth llegó corriendo a la habitación.

—¿Estás bien?

—¡No!, ¿bien?… ¡Una mierda! —dijo bruscamente.

Wrath entró detrás de Beth a grandes zancadas.

—¿Dónde está Marissa?

—¿Cómo voy a saberlo? ¡Desapareció en un instante! Delante de mis… Estaba…, yo le sostenía la mano y ella… —Estaba empezando a parecer un idiota frenético, así que cerró la boca.

¿Pero cómo no iba a estar histérico? Le gustaban las leyes de la física tal como las conocía. Con la gravedad manteniéndolo todo sobre el maldito planeta en su sitio. Con la fórmula E=mc2 diciéndole lo rápido que podía llegar a un bar.

La gente no se desvanecía en el aire de una maldita habitación.

—¿Puedo contárselo? —preguntó Beth al vampiro. El sospechoso se encogió de hombros.

—Normalmente, te diría que no, porque es mejor que no lo sepan. Pero considerando lo que acaba de ver…

—¿Contarme qué? ¿Qué sois un atajo de…?

—Vampiros —murmuró Beth.

Butch la miró, con fastidio.

—Sí, claro. Inténtalo con otra cosa, dulzura.

Pero entonces ella empezó a hablar, diciéndole cosas que él no podía creer.

Cuando Beth terminó, lo único que pudo hacer Butch fue mirarla fijamente. Su instinto le decía que no estaba mintiendo, pero le resultaba demasiado difícil de aceptar.

—No creo nada de esto —le dijo.

—Para mí también fue difícil de comprender.

—Apuesto a que sí.

Se paseó por la habitación, deseando poder beber algo, mientras ellos lo miraban en silencio.

Finalmente, se detuvo ante Beth.

—Abre la boca.

Escuchó un ruido sordo y desagradable detrás de él, al mismo tiempo que una corriente de aire frío le azotaba la espalda.

—Wrath, déjalo —dijo Beth—. Cálmate.

Separó los labios, revelando dos largos caninos que ciertamente antes no estaban ahí. Butch sintió que las rodillas le temblaban mientras extendía la mano para tocar los dientes.

Una gruesa mano lo sujetó por el brazo, con fuerza suficiente para fracturarle los huesos de la muñeca.

—Ni lo sueñes —gruñó Wrath.

—Suéltalo —ordenó ella suavemente, aunque no abrió la boca de nuevo cuando la mano del detective fue liberada—. Son reales, Butch. Todo este asunto… es real.

El policía alzó la vista para mirar al sospechoso.

—Entonces eres realmente un vampiro, ¿no es así?

—Será mejor que lo creas, detective. —El enorme bastardo moreno sonrió, mostrando un monstruoso juego de colmillos.

Esas si que son herramientas serias, pensó Butch.

—¿La mordiste para convertirla en vampiresa?

—No funciona así. O naces de nuestra especie o no lo eres.

Los fanáticos de Drácula iban a ponerse muy contentos. Al fin unos colmillos de verdad. Butch se dejó caer sobre el sofá.

—¿Mataste a esas mujeres? Para beber su…

—¿Sangre? No. Lo que hay en las venas humanas no me mantendría vivo durante mucho tiempo.

—¿Entonces me estás diciendo que no tuviste nada que ver con esas muertes? Es decir, en las escenas de los crímenes encontramos estrellas arrojadizas iguales a las que tú llevabas la noche que te arresté.

—Yo no las maté, detective.

—¿Y al hombre del coche?

El vampiro negó con la cabeza.

—Mis presas no son humanas. Mi lucha nada tiene que ver con tu mundo. Y sobre la bomba…, acabó con uno de los nuestros.

Beth emitió un sonido fuerte y claro.

—Mi padre —susurró.

El hombre la atrajo a sus brazos.

—Sí. Y estamos buscando al bastardo que lo hizo.

—¿Tienes alguna idea de quién apretó el botón? —preguntó Butch, dejando salir al policía que llevaba dentro.

Wrath se encogió de hombros.

—Tenemos una pista. Pero es asunto nuestro, no tuyo.

De todas formas, Butch ya no podía preguntar, puesto que ya no pertenecía al cuerpo.

El vampiro acarició la espalda de Beth y sacudió la cabeza.

—No te mentiré, detective. Ocasionalmente, algún humano se interpone en nuestro camino. Y si alguien amenaza a nuestra raza, lo mataré, no importa quién o qué sea. Pero ya no toleraré bajas humanas como solía hacerlo, y no sólo por el riesgo a quedar expuestos. —Besó a Beth en la boca, mirándola a los ojos.

En ese momento, el resto de los miembros de la Hermandad entró en la habitación. Sus miradas frías hicieron sentirse a Butch como un insecto en una vitrina. O un chuletón a punto de ser trinchado.

El señor Normal avanzó y le ofreció una botella de whisky escocés.

—Parece como si necesitaras un poco.

Sí, ¿eso crees?. Butch tomó un trago.

—Gracias.

—¿Ya podernos matarlo? —dijo el de la perilla Y la gorra de béisbol.

Wrath habló con voz severa:

—Retrocede, V.

—¿Por qué? Es sólo un humano.

—Y mi shellan es medio humana. Ese hombre no morirá solamente por no ser uno de nosotros.

—¡Santo Dios, has cambiado!

—Y tú tendrás que modernizarte, hermano.

Butch se puso de pie. Si iban a tener un debate sobre su muerte, quería participar de la discusión.

—Aprecio tu apoyo —le dijo a Wrath—. Pero no lo necesito.

Se dirigió hasta donde estaba el individuo de la gorra, aferrando con fuerza el cuello de la botella por si tuviera que romperla en la cabeza de alguno. Se acercó tanto al tipo que sus narices casi se tocaron. Podía sentir que el vampiro se enardecía, preparado para el combate.

—Me encantará vérmelas contigo, imbécil —elijo Butch—. Es muy probable que termine perdiendo, pero peleo sucio, así que haré que sufras mientras me matas. —Luego levantó la vista hacia la gorra del tipo—. Aunque detesto moler a golpes a otro fanático de los Red Sox.

Una risotada sonó detrás de él. Alguien dijo:

—Esto será divertido.

El sujeto entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos líneas.

—¿Dices la verdad sobre los Sox?

—Nacido y criado en el sur. He sido aficionado desde que tengo uso de razón.

Hubo un largo silencio. El vampiro resopló.

—No me gustan los humanos.

—Sí, bueno, yo tampoco me vuelvo loco por vosotros, chupasangres.

El sujeto se acarició la barba.

—¿Cómo llamas a veinte tipos viendo la Serie Mundial?

—Los Yankees de Nueva York —replicó Butch.

El vampiro se rio a grandes carcajadas, se quitó la gorra de la cabeza y se golpeó el muslo con ella, rompiendo la tensión. Butch dejó escapar un largo suspiro, sintiendo como si acabara de salvarse de que lo aplastara un camión de dieciocho ruedas. Mientras tomaba otro trago de la botella, decidió que estaba siendo una noche de lo más extraña.

—Dime que Curt Schilling no era un dios —dijo el vampiro.

Hubo un refunfuño colectivo por parte de los otros hombres. Uno de ellos murmuró:

—Si empieza a hablar de Varitek, me largo de aquí.

—Schilling era un verdadero guerrero —dijo Butch, echándose otro trago de licor. Cuando ofreció el whisky al vampiro, el tipo cogió la botella y bebió un largo sorbo.

—Amén a eso —dijo.