37

Beth rodó sobre la cama, buscando a Wrath, entonces recordó que había ido al piso superior.

Se sentó, indecisa, como si esperara que el dolor regresara. Al ver que nada le dolía, se puso de pie. Estaba desnuda, bajo la mirada y se miró el cuerpo. Nada parecía haber cambiado. Ejecutó una pequeña danza. Todo parecía funcionar bien.

Excepto que no podía ver muy bien.

Entró en el baño. Se quitó las lentillas y vio perfectamente.

Bueno, he ahí una ventaja. Vaya. Colmillos.

Tenía colmillos. Se inclinó, los apretó un poco. Le iba a costar acostumbrarse a comer con esos dientes.

Siguiendo un impulso, levantó las manos a puso los dedos en forma de garras, soltando un gruñido.

Fantástico.

Halloween iba a ser tremendamente divertido a partir de ahora.

Se cepilló el cabello, se puso una bata de Wrath y se dirigió a la escalera. Cuando llegó al final, no se había quedado sin aliento.

Una ventaja más.

Ahora disfrutaría de su ejercicio diario. Al salir del cuadro, vio a Butch sentado en el sofá junto a una despampanante rubia. A lo lejos, se oían voces masculinas y una fuerte música.

Butch levantó la mirada.

—¡Beth! —Corrió hacia ella, envolviéndola en un abrazo de oso—. ¿Estas bien?

—Muy bien. De verdad, estoy perfectamente. —Lo cual era asombroso, considerando cómo se había sentido hacía poco.

Butch se echó hacia atrás, y le cogió la cara con las manos. Observó atentamente sus ojos. Frunció el ceño.

—No pareces drogada.

—¿Por qué habría de estarlo?

Él movió la cabeza tristemente.

—No me lo ocultes. Yo te traje aquí, ¿recuerdas?

—Debo marcharme —dijo la rubia, levantándose.

Butch se volvió hacia ella de inmediato.

—No. No te vayas.

Regresó al sofá. Al mirar a la mujer, su expresión se transformó por completo. Beth nunca lo había visto así. Resultaba evidente que estaba cautivado.

—Marissa, quiero que conozcas a una amiga… —enfatizó la palabra—, Beth Randall. Beth, ella es Marissa.

Beth levantó la mano.

—Hola.

La rubia miró fijamente al otro lado de la habitación, examinando a Beth de pies a cabeza.

—Eres la hembra de Wrath —dijo Marissa con una especie de admiración. Como si Beth hubiera llevado a cabo una gran hazaña—. La que él quiere.

Beth sintió calor en las mejillas.

—Ah, sí. Imagino que lo soy.

Hubo un incómodo silencio. Butch, miró alternativamente a ambas mujeres frunciendo el ceño, queriendo formar parte del secreto. También Beth quería saber cuál era.

—¿Sabes dónde está Wrath? —preguntó.

Butch adquirió una expresión ceñuda, como si no quisiera escuchar el nombre de aquel individuo.

—Está en el comedor.

—Gracias.

—Escucha, Beth. Tenemos que…

—No iré a ninguna parte.

Él respiró profundamente, soltando el aire con un lento siseo.

—De algún modo, pensaba que dirías eso. —Miró a la rubia—. Pero si me necesitas… estaré aquí.

Ella sonrió para sus adentros mientras Butch volvía a sentarse con la mujer.

Cuando salió al pasillo, el sonido de las voces masculinas y el profundo retumbar de la música rap aumentaron.

—¿Qué le hiciste al restrictor? —preguntó una de las voces.

—Encendí su cigarrillo con una escopeta recortada —respondió otro—. No bajó a desayunar, ¿me entendéis?

Hubo un coro de carcajadas y un par de golpes, como si unos puños hubieran impactado contra la mesa.

Ella apretó las solapas de la bata. Tenía la sensación de que sería más prudente vestirse primero, pero no quería esperar para ver a Wrath.

Dio la vuelta a la esquina.

En el instante en que apareció en el umbral de la puerta, cesó toda conversación. Todos giraron la cabeza, con los ojos fijos en ella. El rap se expandió llenando el silencio, los bajos retumbaban violentamente, la letra parecía una letanía de ritmo demoníaco.

Dios mío. Nunca antes había visto a tantos hombres corpulentos con ropa de cuero.

Dio un paso atrás justo en el momento en que Wrath se levantó de la cabecera de la mesa. Se dirigió hacia ella, mirándola con intensidad. Sin duda, había interrumpido alguna clase de rito masculino.

Trató de pensar en algo que decirle. Era probable que tratara de parecer un macho despreocupado delante de sus hermanos y quisiera hacerse el duro…

Pero Wrath la abrazó con delicadeza, hundiendo el rostro entre su cabello.

—Mi leelan —le susurró al oído. Recorrió su espalda arriba y abajo con las manos—. Mi hermosa leelan.

La apartó un poco y la besó en los labios, luego sonrió con ternura mientras le alisaba el cabello.

En el rostro de Beth apareció una enorme sonrisa. Al parecer, aquel hombre no tenía problemas en mostrar públicamente su afecto. Era bueno saberlo.

‡ ‡ ‡

Ladeó la cabeza, y se asomó por un lado de su hombro. Tenían bastante público. Y aquellos hombres se habían quedado boquiabiertos.

Casi se le escapa una carcajada. Ver a un grupo de sujetos con aspecto de violentos delincuentes sentados alrededor de una mesa con cubiertos de plata y porcelana ya resultaba bastante incongruente, pero verlos con aquellas caras de asombro parecía simplemente absurdo.

—¿No vas a presentarme? —dijo, asintiendo levemente hacia el grupo.

Wrath le colocó su brazo sobre los hombros, atrayéndola hacia su pecho.

—Esta es la Hermandad de la Daga Negra. Mis compañeros guerreros. Mis hermanos. —Inclinó levemente la cabeza hacia el más guapo—. A Rhage ya lo conoces. También a Tohr. El de la perilla y la gorra de los Red Sox es Vishous. El Rapunzel de este lado es Phury. —La voz de Wrath bajó hasta convertirse en un gruñido—: Y Zsadist ya se ha presentado a sí mismo.

Los dos a los que conocía un poco más le sonrieron. Los otros inclinaron la cabeza, excepto el de la cicatriz, que se limitó a mirarla.

Ese sujeto tenía un gemelo, recordó. Pero le resultó tremendamente difícil distinguir a su verdadero hermano. Aunque el tipo del hermoso cabello y los fantásticos ojos color miel se le parecía un poco.

—Caballeros —dijo Wrath—, quiero que conozcáis a Beth. Y luego volvió a hablar en aquel idioma que ella no en tendía.

Cuando terminó, hubo una audible exhalación. Él bajó la mirada, sonriendo.

—¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre, leelan? —Ella se llevó una mano al estómago.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso, sí. Tengo unas extrañas ganas de tocino con chocolate. Vete tú a saber.

—Yo te serviré. Siéntate. —Le señaló su silla y luego salió por una puerta giratoria.

Ella echó un vistazo a los hombres.

Grandioso. Allí estaba, desnuda bajo una bata, sola con más de quinientos kilos de vampiro.

Intentar hacerse la indiferente era imposible, así que se dirigió con cierta inquietud a la silla de Wrath. No llegó lejos.

Las sillas fueron arrastradas hacia atrás, los cinco hombres se levantaron al unísono y empezaron a acercársele.

Ella miró hacia los dos que conocía, pero las severas expresiones de sus caras no la tranquilizaron.

Y de repente, aparecieron los cuchillos.

Con un silbido metálico, cinco dagas negras fueron desenfundadas.

Ella retrocedió frenéticamente tratando de protegerse con las manos. Se golpeó contra la pared, y estaba a punto de gritar llamando a Wrath, cuando los hombres se dejaron caer de rodillas formando un círculo a su alrededor. Con un solo movimiento, como si hubieran ensayado aquella coreografía, hundieron las dagas en el suelo a sus pies e inclinaron la cabeza. El fuerte sonido del acero al chocar contra la madera parecía tanto una promesa como un grito de guerra.

Los mangos de los cuchillos vibraron. La música rap continuó sonando. Parecían esperar de ella alguna respuesta.

—Hmm. Gracias —dijo.

Los hombres alzaron la cabeza. Grabada en las duras facciones de sus rostros había una total reverencia, e incluso el de la cicatriz mostraba una expresión respetuosa.

Y entonces entró Wrath con una botella de chocolate Hershey.

—Ya viene el tocino. —Sonrió—. Oye, les gustas.

—Gracias a Dios —murmuró ella, mirando las dagas.