33
Wrath estaba empezando a desesperarse porque no conseguía que Beth volviera en sí. Y su piel se estaba enfriando a cada instante. La sacudió de nuevo.
—¡Beth! ¡Beth! ¿Me oyes?
Sus manos se movieron nerviosamente, pero tuvo el presentimiento de que los espasmos eran involuntarios. Acercó el oído a su boca. Todavía respiraba, pero con mucha dificultad y muy débilmente.
—¡Maldita sea! —Se descubrió las muñecas y estaba a punto de perforarlas con sus propios colmillos cuando se dio cuenta de que quería sostenerla si podía beber.
Cuando pudiera beber.
Se despojó de la funda, sacó una daga y se quitó la camisa. Tanteó su propio cuello hasta que encontró la yugular. Colocando la punta del cuchillo contra la piel, se hizo un corte. La sangre manó profusamente.
Se humedeció la yema de un dedo y lo llevó a los labios de la mujer. Cuando se lo introdujo en la boca, su lengua no respondió.
—Beth —susurró—. Vuelve a mí.
Le suministró más sangre.
—¡Maldición, no te mueras! —Las velas llamearon en la habitación—. ¡Te amo, maldición! ¡Maldita sea, no te rindas!
Su piel estaba empezando a ponerse azul; incluso él podía ver el cambio de color.
Una oración frenética que creía haber olvidado hacía tiempo salió de sus labios, pronunciada en su antigua lengua.
Beth permaneció inmóvil. Estaba demasiado quieta. El Fade se cernía sobre ella.
Wrath gritó de furia y agarró su cuerpo, sacudiéndola hasta que el cabello se le enredó.
—¡Beth! ¡No dejaré que mueras! Te seguiré antes de permitir…
Se interrumpió con un lastimoso gemido, apretándola contra su pecho. Mientras acunaba su cuerpo, sus ciegos ojos se quedaron fijos en la pared negra que tenía ante él.
‡ ‡ ‡
Marissa se vistió con especial cuidado, decidida a bajar a la primera comida de la noche con el mejor aspecto posible. Después de revisar su armario, eligió un vestido largo de gasa color crema. Lo había comprado la temporada anterior en Givenchy, pero todavía no lo había estrenado. El corpiño era ceñido y un poco más atrevido de lo que normalmente usaba, aunque el resto del vestido era vaporoso, sin enarcar su figura, lo que producía en ella un efecto general relativamente modesto.
Se cepilló el largo cabello, que le llegaba casi Basta las caderas, dejándolo caer suelto sobre los hombros. Con su tacto, la imagen de Wrath acudió a su mente. Él había alabado alguna vez su suavidad, así que ella lo había dejado crecer suponiendo que le agradaría.
Ahora, tal vez debiera cortarse sus rubios rizos, arrancárselos de la cabeza. Su ira, que había amainado, se encendió de nuevo. Repentinamente, Marissa tornó una decisión. Ya no se guardaría nada. Era hora de compartir.
Pero luego pensó en la imponente envergadura de Wrath, en sus facciones frías y duras y en su sobrecogedora presencia. ¿Pensaba realmente que podía enfrentarse a él?
Nunca lo sabría si no lo intentaba. Y no iba a dejarlo avanzar alegremente hacia el incierto futuro que le esperaba sin decirle lo que pensaba.
Miró su reloj Tiffany. Si no bajaba a cenar y luego ayudaba en la clínica como había prometido, Havers sospecharía. Era mejor esperar hasta más tarde para ir en busca de Wrath. Sabía que se encontraba en casa de Darius.
Se dirigiría allí y aguardaría hasta que él regresara a casa. Por algunas cosas valía la pena esperar.
‡ ‡ ‡
—Gracias por recibirme, sensei.
—Billy, ¿cómo estás? —El señor X colocó a un lado el menú que había estado mirando distraídamente—. Tu llamada me ha preocupado. Y además no has asistido a clase.
Cuando Riddle se sentó, no parecía tan acalorado. Sus ojos aún eran negros y azules, y el agotamiento se reflejaba en su rostro.
—Alguien me persigue, sensei. —Billy cruzó los brazos sobre el pecho. Hizo una pausa como si no estuviera seguro de si debía contar toda su historia.
—¿Esto tiene algo que ver con tu nariz?
—Tal vez. No lo sé.
—Bien. Me alegra que hayas acudido a mí, hijo. —Otra pausa—. Puedes confiar en mí, Billy.
Riddle respiró profundamente, como si estuviera a punto de zambullirse en una piscina.
—Mi padre está en la capital, como siempre. Así que anoche invité a unos amigos. Fumarnos un poco de hierba…
—No deberías hacer eso. Las drogas ilegales no traen nada bueno.
Billy se movió incómodo, jugueteando con la cadena de platino alrededor de su cuello.
—Lo sé.
—Continúa.
—Mis amigos y Yo estábamos en la piscina, y uno de ellos quiso ir a hacerlo con su novia. Les dije que podían usar la cabaña, pero cuando fueron allí la puerta estaba cerrada. Fui a la casa a buscar la llave, y al volver un tipo se detuvo frente a mi, como si hubiera salido de la nada. Era un hijo de…, eh…, era enorme. Cabello negro largo, traje de cuero…
En ese momento llegó la camarera.
—¿Qué les sirvo?
—Más tarde —dijo el señor X con brusquedad.
Cuando desapareció dando un resoplido, él inclinó la cabeza en dirección a Billy.
Riddle cogió el vaso de agua del señor X y bebió.
—Bien, me dio un susto de muerte. Me miraba como si quisiera comerme. Pero entonces oí a mi amigo llamarme impaciente porque no aparecía con la llave. El hombre pronunció mi nombre y luego desapareció, justo cuando mi amigo llegaba al jardín. —Billy movió la cabeza—. El caso es que no sé cómo pudo entrar. Mi padre construyó un muro enorme alrededor del perímetro de la casa el año pasado porque había recibido amenazas terroristas o algo así. Tiene casi cuatro metros de altura. Y la parte delantera de la casa está totalmente protegida con el sistema de seguridad. —El señor X bajó la vista a las manos de Billy. Las tenía apretadas la una contra la otra—. Yo… estoy algo asustado, sensei.
—Deberías estarlo.
Riddle pareció vagamente asqueado de confirmar sus temores.
—Así que, Billy, quiero saber algo. ¿Has matado alguna vez?
Riddle frunció el ceño ante el brusco cambio de tema.
—¿De qué está hablando?
—Ya sabes. Un pájaro. Una ardilla. Quizás un perro o un gato.
—No, sensei.
—¿No? —El señor X miró a Billy a los ojos—. ¡No tengo tiempo para mentirosos, hijo!
Billy carraspeó nervioso.
—Sí. Tal vez. Cuando era más joven.
—¿Qué sentiste?
El rubor asomó a la nuca de Billy. Dejó de retorcerse las manos.
—Nada. No sentí nada.
—Vamos, Billy. Tienes que confiar en mí. Los ojos de Billy destellaron.
—Está bien. Quizás me gustó.
—¿Sí?
—Sí. —Riddle alargó la palabra.
—Bien. —El señor X levantó la mano para llamar la atención de la camarera, que tardó algunos minutos en acudir—. Hablaremos sobre ese hombre más tarde. Primero, quiero que me hables de tu padre.
—¿De papá?
—¿Ya están listos para pedir? —preguntó la camarera en tono malhumorado.
—¿Qué quieres, Billy? Yo invito.
Riddle enumeró la mitad del menú. Cuando la camarera se marchó, el señor X lo apremió:
—¿Tu padre?
Billy se encogió de hombros.
—No lo veo mucho. Pero él es…, ya sabe…, lo que sea. Un padre…, es decir, ¿a quién le importa cómo es?
—Escucha, Billy. —El señor X se inclinó hacia delante—. Sé que huiste de tu casa tres veces antes de cumplir los doce. Sé que tu padre te envió a un colegio privado tan pronto enterraron a tu madre. Y también sé que cuando te expulsaron de Northfield Mount Hermon te envió a Groton, y cuando te echaron de allí, te metió en una academia militar. Si quieres que sea franco, me da la sensación de que ha estado tratando de deshacerte de ti durante la última década.
—Es un hombre ocupado.
—Y tú has sido un poco difícil de manejar, ¿no es cierto?
—Tal vez.
—¿Entonces sería correcto suponer que tú y tu queridísimo padre no os entendéis, y no os lleváis bien? —El señor X esperó—. Dime la verdad.
—Lo odio —dejó escapar Riddle.
—¿Por qué? —Billy, cruzó los brazos sobre el pecho de nuevo. Sus ojos eran fríos—. ¿Por qué lo odias, hijo?
—Porque respira.