31
Marissa no se sentía cómoda en la cama. No hacía más que dar vueltas, ahuecando las almohadas, sin conseguir conciliar el sueño ni hacer que disminuyera la irritación que sentía. Parecía como si su colchón estuviera lleno de piedras y sus sábanas se hubieran convertido en papel de lija.
Apartó las mantas y se dirigió hacia las ventanas cerradas y cubiertas con gruesas cortinas de satén. Necesitaba un poco de aire fresco, pero no podía abrirlas. Ya era de día.
Se sentó en un sillón, cubriéndose los pies descalzos con el borde de su camisón.
Wrath.
No podía dejar de pensar en él. Y cada vez que una imagen de ellos juntos acudía a su memoria, deseaba soltar una maldición, lo cual no podía dejar de sorprenderla.
Ella era dócil, dulce y amorosa. Toda perfección y suavidad femenina. La ira iba totalmente en contra de su naturaleza. Aunque cuanto más pensaba en Wrath, más ganas tenía de emprenderla a golpes contra algo. Suponiendo que pudiera cerrar los puños.
Se miró las manos. Claro que podía, aunque eran patéticamente pequeñas. Sobre todo si las comparaba con las de Wrath.
¡Dios, había soportado demasiado! ¡Y él ni siquiera se había dado cuenta de lo extraordinariamente difícil que había sido su vida!
Ser la shellan virginal e intocable del vampiro más poderoso de todos era un infierno en vida. Su fracaso como hembra había dejado su autoestima por los suelos. El aislamiento había estado a punto de afectar a su cordura. La abrumaba la vergüenza de vivir con su hermano por no tener un hogar propio.
Y siempre se había sentido horrorizada ante la mirada de aquellos que hablaban a sus espaldas. Sabía que era un tema constante de conversación, envidiada, compadecida, espiada. A las hembras jóvenes se les contaba su historia, pero no quería saber si era como advertencia o estímulo.
Wrath no era consciente de cuánto había sufrido.
Pero parte de la culpa era suya. Había creído que desempeñar el papel de hembra buena era lo correcto, la única manera de ser digna, la única posibilidad de compartir, finalmente, una vida con él.
¿Pero cuál había sido el resultado? Que él había encontrado una humana morena que le interesaba más.
¡Dios, la recompensa a todos sus esfuerzos era injusta y claramente cruel!
Y no era la única que había sufrido. Havers había sentido una enorme preocupación por ella durante siglos.
Wrath, por otra parte, siempre había estado bien. Y no le cabía ninguna duda de que, en ese momento, estaba estupendamente. Seguramente, ahora se encontraría en la cama con aquella hembra humana, haciendo buen uso de ese mástil rígido que tenía entre sus muslos.
Marissa cerró los ojos.
Pensó en la sensación de ser oprimida contra su cuerpo, sostenida por sus fuertes brazos, consumida por él. Se había quedado demasiado impresionada para sentir mucho calor. Lo había sentido con gran ferocidad, con todo su cuerpo, sus manos enredándole el cabello, su boca succionándole fuertemente la garganta. Y ese grueso pene suyo la había asustado un poco.
No podía dejar de resultarle irónico.
Había soñado durante largo tiempo con aquella situación. Ser poseída por él. Dejar atrás su estado virginal y saber lo que era tener un macho en su interior.
Siempre que se había imaginado un encuentro sexual entre ellos, su cuerpo se encendía, sintiendo un cosquilleo en la piel. Pero la realidad había sido abrumadora. No estaba preparada en absoluto, y deseaba que hubiera durado más tiempo, pero que hubiera sido un poco menos intenso. Tenía el presentimiento de que le habría gustado si él hubiera actuada con algo más de suavidad.
Pero tenía que reconocer que él no estaba pensando en ella.
Marissa cerró la mano, hasta clavar sus uñas en la palma. No quería volver a su lado. Lo único que deseaba era que experimentara el dolor que ella había soportado.
‡ ‡ ‡
Wrath abrazó a Beth y la atrajo hacia sí, mirando a Rhage por encima de su cabeza. Observar su delicadeza al calmar el sufrimiento del macho había roto cualquier tipo de barreras.
Cuidar de sus hermanos, cuidarse a sí mismo, pensó. Era el código más antiguo de la clase de los guerreros.
—Ven a mi cama —le susurró al oído.
Ella dejó que la tomara de la mano y la condujera a la habitación. Una vez dentro, él cerró la puerta, corrió el cerrojo y apagó todas las velas excepto una. Luego tiró del cinturón de la bata que ella llevaba puesta y la deslizó por sus hombros. Su piel desnuda brilló a la escasa luz.
Él se quitó los pantalones de cuero. Pronto estuvieron acostados.
Wrath no quería tener relaciones sexuales. No ahora. Sólo quería un poco de consuelo. Quería sentir la tibia piel contra la suya, el aliento sobre su pecho, el latido del corazón a pocos centímetros del suyo. Y quería devolverle un poco de aquella tranquilidad que ella le proporcionaba.
Acarició su largo cabello sedoso y respiró profundamente.
—¿Wrath? —Su voz sonaba adorable en la sombría calma, y le gustó la vibración de su garganta contra el pecho.
—Sí. —Le besó la parte superior de la cabeza.
—¿A quién perdiste tú? —Cambió de posición, colocando la barbilla sobre su pecho.
—¿Perder?
—¿A quién te quitaron los restrictores?
La pregunta le pareció, en principio, fuera de lugar. Pero después no. Ella había visto las consecuencias de un combate y, de alguna manera, había vislumbrado que no sólo luchaba por su raza, sino por él mismo.
Transcurrieron unos instantes antes de que pudiera responder.
—A mis padres.
Sintió que la curiosidad de Beth se transformaba en pena.
—Lo lamento —hubo un largo silencio—. ¿Qué sucedió?
Él pensó que aquella era una pregunta interesante. Porque había dos versiones. Según la tradición popular de los vampiros, esa sangrienta noche había asumido toda suerte de implicaciones heroicas, y fue anunciada como el nacimiento de un gran guerrero. La ficción no era obra suya. Su pueblo necesitaba creer en él, así que había ideado una fábula en la cual sostener su distorsionada fe.
Sólo él sabía la verdad.
—¿Wrath?
Sus ojos se fijaron en la nebulosa belleza de su rostro. Era difícil negar el tono afable de su voz. Quería ofrecerle su comprensión y, por alguna razón desconocida, él quería recibirla.
—Fue antes de mi transición —murmuró—. Hace mucho tiempo.
Dejó de acariciarle el cabello a medida que los recuerdos volvían a su mente horribles y vívidos.
—Pensábamos que siendo la Primera Familia estábamos a salvo de restrictores. Nuestros hogares estaban bien defendidos, ocultos en los bosques, y nos trasladábamos continuamente. —Volvió a acariciar el cabello de Beth y continuó hablando—: Era invierno. Una fría noche de febrero. Uno de nuestros sirvientes nos traicionó y reveló nuestro emplazamiento. Aparecieron un grupo de quince o veinte restrictores matando a todo aquel que se cruzaba en su camino hacia nuestra propiedad antes de hacer una brecha en nuestras murallas de piedra. Nunca olvidaré los golpes cuando llegaron a las puertas de nuestros aposentos privados. Mi padre gritó pidiendo sus armas mientras me introducía en una recámara oculta. Me encerró allí un segundo antes de que destrozaran la puerta con un ariete. Él era bueno con la espada, pero eran demasiados…
Las manos de Beth acariciaron su rostro. Su voz se había convertido casi en un susurro. Wrath cerró los ojos, rememorando las horrorosas imágenes que todavía eran capaces de provocarle pesadillas.
—… Masacraron a los sirvientes antes de matar a mis padres. Lo vi todo a través de un agujero en la madera. Ya te he dicho que veía algo mejor entonces.
—Wrath…
—Hacían tanto ruido que nadie me oyó gritar. —Se estremeció—. Luché por liberarme. Empujé el pestillo, pero era sólido, y yo débil. Traté de arrancar la madera, arañé hasta que se me rompieron las uñas y mis dedos se cubrieron de sangre, di patadas… —Su cuerpo respondió ante el recuerdo del horror de estar confinado, su respiración se hizo desigual y, un sudor frío se deslizó por su espalda—. Cuando se fueron, mi padre trató de arrastrarse hasta donde yo estaba. Le habían atravesado el corazón, Y estaba… Se desplomó a escasa distancia de la recámara, con los brazos extendidos hacia mí. Lo llamé una y otra vez hasta quedarme afónico. Rogué para que viviera, aunque había visto cómo la luz de sus ojos se apagaba por completo. Estuve allí atrapado durante horas junto a sus cadáveres, mirando crecer los charcos de sangre. Algunos vampiros civiles acudieron a la noche siguiente y me rescataron. —Sintió una caricia tranquilizadora en el hombro, cogió la mano de Beth y se la llevó a la boca para besársela—. Antes de que los restrictores se marcharan, arrancaron todas las cortinas de las ventanas. Cuando el sol salió e inundó la habitación, todos los cuerpos se desvanecieron. No me quedó nada que enterrar.
Sintió que algo se deslizaba por su cara. Una lágrima. De Beth.
Le acarició la mejilla.
—No llores.
Aunque apreciaba su compasión.
—¿Por qué no?
—No cambia nada. Yo lloré mientras miraba, y aun así murieron todos. —Giró sobre su costado y la abrazó—. Si hubiera podido… Todavía sueño con esa noche. Fui un cobarde. Tenía que haber estado fuera con mi familia, luchando.
—Pero te habrían asesinado.
—Como un macho, protegiendo a los suyos. Eso es honorable. En cambio me encontraba lloriqueando en un escondrijo —siseó disgustado.
—¿Qué edad tenías?
—Veintidós.
Ella enarcó las cejas con cierta sorpresa, como si hubiera pensado que tenía que ser mucho más joven.
—¿Has dicho que fue antes de tu transición?
—Si.
—¿Cómo eras entonces? —Le alisó el cabello—. Resulta difícil imaginarte en una diminuta recámara, con el tamaño que tienes.
—Era diferente.
Has dicho que eras débil.
—Lo era.
—Entonces quizá necesitabas que te protegieran.
—Wrath —se encolerizó.
—Un macho protege. Nunca al contrario.
Repentinamente, ella retrocedió.
Cuando el silencio entre ambos se hizo demasiado largo, él supo que ella estaba pensando en su forma de actuar. La vergüenza le hizo retirar las manos de su cuerpo. Rodó alejándose hasta quedar acostado sobre la espalda.
No debía haberle contado nada.
Imaginaba lo que Beth estaría pensando de él. Después de todo, ¿cómo podía no sentirse asqueada ante su fracaso y su debilidad en el momento en que su familia más lo había necesitado?
Con una sensación de abatimiento, se preguntó si ella todavía lo querría, si aún lo recibiría en su húmeda intimidad. ¿O todo habría terminado ahora que conocía su secreto?
Esperaba que ella se vistiera y se marchara. Pero no lo hizo. Ah, claro. Comprendía que su transición se aproximaba inexorablemente, y necesitaba su sangre. Era una cuestión de simple necesidad.
La escuchó suspirar en la oscuridad, como si estuviera renunciando a algo.
Perdió la noción del tiempo. Permanecieron uno junto al otro, sin tocarse durante mucho rato, tal vez horas. Se durmió fugazmente, despertándose cuando Beth se abrazó a él y deslizó una pierna desnuda sobre la suya.
Una sacudida de deseo le recorrió el cuerpo, pero la rechazó salvajemente.
La mano de ella rozó su pecho, bajó hasta su estómago y llegó a la cadera. Él contuvo la respiración y tuvo una erección inmediata, su miembro dolorosamente cerca de donde lo estaba tocando.
Su cuerpo se acercó más al de él, sus senos le acariciaban las costillas y frotaba su clítoris contra uno de los muslos.
A lo mejor estaba dormida.
Entonces ella tomó su miembro en la mano. Wrath gimió, arqueando la espalda.
Sus dedos lo masturbaron con firmeza.
E instintivamente quiso abrazarla, ansioso por lo que parecía estar ofreciéndole, pero ella lo detuvo. Alzándose hasta quedar de rodillas, lo presionó contra el colchón con las manos sobre sus hombros.
—Esta vez es para ti —susurró, besándolo suavemente.
Él apenas podía hablar.
—¿Aún me… quieres?
Confundida, enarcó las cejas.
—¿Por qué no habría de quererte?
Con un patético gemido de alivio y gratitud, Wrath se abalanzó sobre ella nuevamente, pero no le dejó acercarse a su cuerpo. Lo empujó de nuevo hacia abajo Y, lo sujetó por las muñecas, colocándole los brazos encima de la cabeza.
Lo besó en el cuello.
—La última vez que estuvimos juntos, fuiste muy… generoso. Mereces el mismo tratamiento.
—Pero tu placer es el mío. —Su voz sonó brusca—. No tienes idea de cuánto me gusta que llegues al orgasmo.
—No estoy tan segura de eso. —Sintió que ella se movía, y luego su mano rozó la erección. Quedó sentado sobre la cama mientras un sonido grave salía de su pecho—. Quizá tenga una idea.
—No tienes que hacer esto —dijo él con voz ronca, luchando otra vez por tocarla.
Ella se inclinó sujetando con fuerza las muñecas del hombre y manteniéndolo quieto.
—Relájate. Déjame tomar el control.
Wrath sólo pudo mirar hacia arriba incrédulo y con jadeante expectación mientras ella presionaba sus labios contra los de él.
—Quiero poseerte —susurró ella.
En un dulce arrebato, introdujo la lengua en su boca. Lo penetró, deslizándose dentro y fuera como en un coito.
Su cuerpo entero se puso rígido.
Con cada uno de sus empujones, se introducía más profundamente, en su piel y su cerebro. En su corazón. Lo estaba poseyendo, tomándolo. Dejando su marca sobre él.
Cuando dejó su boca, bajó por su cuerpo. Le lamió el cuello. Le chupó los pezones. Restregó las uñas suavemente sobre su vientre. Le acarició las caderas con los dientes.
Él aferró el cabezal de la cama y tiró, haciendo crujir la madera.
Oleadas de un punzante calor hicieron que se sintiera como si se fuera a morir. El sudor ardía sobre su piel. Su corazón palpitaba con fuerza acelerada.
Sus labios comenzaron a pronunciar palabras en el antiguo idioma, tratando de expresar sentimientos profundos que invadían su interior.
En el instante en que ella introdujo el miembro entre sus labios, le faltó poco para alcanzar el éxtasis. Gritó, mientras su cuerpo se convulsionaba. Ella se retiró, dándole tiempo para tranquilizarse.
Y luego le hizo padecer una verdadera tortura.
Sabía exactamente cuándo acelerar el ritmo y cuándo hacer una pausa. La combinación de su boca húmeda en el grueso glande y sus manos moviéndose arriba y abajo en el pene constituían un doble embate que apenas podía soportar. Lo llevó al borde una y otra vez hasta que se vio obligado a suplicar. Finalmente, ella montó a horcajadas sobre él. Wrath miró al espacio entre sus cuerpos. Los muslos de ella estaban completamente abiertos sobre su miembro palpitante, y por poco pierde la cordura.
—Tómame —gimió—. Dios, por favor.
Ella se introdujo en él, y su cuerpo entero fue recorrido por aquella sensación. Apretada, húmeda, caliente, lo envolvió por completo. Ella empezó a moverse a un ritmo lento y constante, y él no aguantó mucho. Cuando llegó al clímax, sintió como si lo hubieran desgarrado en dos; las descargas de energía crearon una onda de choque que llenó toda la habitación, estremeciendo el mobiliario y apagando la vela.
Cuando recuperó lentamente el sentido, se percató de que era la primera vez que alguien se había esmerado tanto en complacerlo.
Quería rogarle que lo poseyera una y otra vez.
Beth sonrió en la oscuridad al escuchar el sonido que hizo Wrath mientras su cuerpo se estremecía bajo el de ella. La fuerza de su orgasmo la alcanzó también, y cayó sobre el jadeante pecho del macho mientras sus propias deliciosas oleadas la dejaban sin respiración.
Temiendo pesar demasiado, hizo un movimiento para bajarse, pero él la detuvo, sujetándola por las caderas, hablándole dulcemente en una lengua extraña que ella no entendió.
—¿Qué?
—Quédate donde estás —dijo él.
Ella se apoyó sobre su cuerpo, relajándose completamente. Se preguntó por el significado de las palabras que él había pronunciado mientras hacían el amor, aunque por el tono de su voz, delicado y adulador, podía imaginarlo. A pesar de no entenderlas, supo que se trataba de las palabras de un amante.
—Tu idioma es hermoso —dijo.
—No hay palabras dignas de ti.
Su voz sonaba diferente, como si hubiera cambiado su opinión sobre ella.
No hay barreras, pensó ella. No había barreras entre ellos en ese momento. Ese muro defensivo que hacía que él estuviese siempre en guardia había desaparecido.
Inesperadamente, ella sintió que necesitaba protegerle. Le resultaba extraño albergar un sentimiento semejante hacia alguien que era físicamente mucho más poderoso que ella. Pero él necesitaba protección. Podía sentir su vulnerabilidad en ese momento de paz, en esa densa oscuridad. El corazón del hombre estaba casi a su alcance. Pensó en la horrible historia sobre la muerte de su familia.
—¿Wrath?
—¿Hmm?
Quería agradecerle la confianza que había depositado en ella al habérselo contado. Pero no quiso arruinar la frágil conexión entre ambos.
—¿Alguien te ha dicho lo hermoso que eres? —preguntó. Él rio entre dientes.
—Los guerreros no somos hermosos.
—Tú lo eres para mí. Extraordinariamente hermoso.
Él contuvo la respiración. Y luego la apartó de su lado. Con un rápido movimiento, se levantó de la cama, y unos momentos después brilló una tenue luz en el baño. Escuchó correr el agua.
Tenía que haber imaginado que aquella felicidad no duraría mucho, y contuvo las lágrimas.
Beth buscó a tientas su ropa y se vistió.
Cuando él salió del baño, ella se dirigía hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—A trabajar. No sé qué hora es, pero generalmente entro a las nueve, así que estoy segura de que voy con retraso.
No podía ver muy bien, pero finalmente encontró la puerta.
—No quiero que te vayas. —Wrath estaba junto a ella, su voz la sobresaltó.
—Tengo una vida. Necesito volver a ella.
—Tu vida está aquí.
—No, no es cierto.
Sus manos buscaron a tientas los cerrojos, pero no pudo moverlos, ni siquiera haciendo grandes esfuerzos.
—¿Vas a dejarme salir de aquí? —murmuró.
—Beth. —Le cogió las manos entre las suyas, obligándola a detenerse. Las velas se iluminaron, como si él quisiera que ella lo viera—. Lamento no poder ser más… complaciente.
Ella se apartó.
—No he querido avergonzarte. Sólo quería que supieras lo que siento. Eso es todo.
—Y yo encuentro difícil de creer que no te desagrado.
Beth lo miró fijamente, incrédula.
—¡Santo cielo!, ¿por qué piensas eso?
—Porque sabes lo que sucedió.
—¿Con tus padres? —Se quedó boquiabierta—. Vamos a ver, déjame recapitular. ¿Piensas que estaría disgustada contigo porque fuiste obligado a presenciar el asesinato de tus padres?
—No hice nada por salvarlos.
—¡Estabas encerrado!
—Fui un cobarde.
—No lo fuiste. —Enfadarse con él tal vez no era justo, ¿pero por qué no podía ver el pasado con mayor claridad?——. ¿Cómo puedes decir…?
—¡Dejé de gritar! —Su voz rebotó por toda la habitación, sobresaltándola.
—¿Qué? —susurró.
—Dejé de gritar. Cuando acabaron con mis padres y el doggen, dejé de gritar. Los restrictores buscaban por todos los rincones de la estancia. Me estaban buscando a mí. Y yo me quedé quieto. Me tapé la boca con la mano. Rogué que no me encontraran.
—Por supuesto que lo hiciste —dijo ella dulcemente—. Querías vivir. —Quería abrazarlo, pero tenía la certeza de que él la rechazaría—. ¿No te das cuenta? Fuiste una víctima, igual que ellos. La única razón por la que estás aquí hoy es que tu padre te amaba tanto que quiso ponerte a salvo. Tú guardaste silencio porque querías sobrevivir. No hay nada de qué avergonzarse.
—Fui un cobarde.
—¡No seas ridículo! ¡Acababas de ver cómo masacraban a tus padres! —Sacudió la cabeza, la frustración agudizó el tono de su voz—: Te aseguro que necesitas reflexionar de nuevo sobre lo sucedido. Has permitido que esas terribles horas te marcaran, y nadie puede culparte por ello, pero estás completamente equivocado. ¡Muy equivocado! ¡Deja ya toda esa mierda de honor guerrero y piensa positivamente!
Silencio.
¡Ah, diablos! Ahora sí lo había arruinado.
Aquel hombre le había abierto su corazón, y ella había despreciado su vergüenza. Qué manera de lograr intimidad.
—Wrath, lo lamento, no he debido…
Él la interrumpió. Su voz y su rostro parecían de piedra.
—Nadie me había hablado como acabas de hacerlo.
Mierda.
—Lo lamento mucho. Es sólo que no puedo entender por qué…
Wrath la atrajo hacia sus brazos y la abrazó fuertemente, hablando en su idioma otra vez. Cuando aflojó el abrazo, terminó su monólogo con la palabra leelan.
—¿Eso quiere decir «perra» en vampiro? —preguntó.
—No. Todo lo contrario. —La besó—. Digamos que eres digna de todo mi respeto. Aunque no puedo estar de acuerdo con tu modo de ver mi pasado.
Ella le rodeó el cuello con las manos, sacudiendo un poco su cabeza.
—Pero sí aceptarás el hecho de que lo sucedido no cambia en absoluto mi opinión sobre ti. Aunque siento una tremenda pena por ti y tu familia, y por todo lo que tuviste que soportar.
El vampiro guardo silencio.
—¿Wrath? Repite conmigo: «Sí, Beth, entiendo, y confío en la honestidad de tus sentimientos hacia mí». —Le sacudió el cuello de nuevo—. Digámoslo juntos. —Otra pausa—. Ahora, no después.
—Sí —dijo, rechinando los dientes.
Dios, si apretara un poco más los labios, le romperían los dientes delanteros.
—¿Sí qué?
—Sí, Beth.
—«Confío en la honestidad de tus sentimientos». ¡Vamos! ¡Dilo!
Él gruñó las palabras.
—Bien hecho.
—Eres dura, ¿lo sabías?
—Más me vale si voy a quedarme contigo.
Repentinamente, él le cogió la cara entre las manos.
—Eso deseo —dijo con fiereza.
—¿Qué?
—Que te quedes conmigo.
Ella se quedó sin respiración. Una tenue esperanza se encendió en su pecho.
—¿De verdad?
Él cerró sus brillantes ojos y movió la cabeza.
—Sí. Es una estupidez, una locura. Y resultará peligroso. —Perfectamente adecuado para tu estilo de vida.
Él se rio y bajó la mirada hacia ella.
—Sí, más o menos.
Por Dios, la miraba con unos ojos tan tiernos que estaba rompiéndole el corazón.
—Beth, quiero que te quedes conmigo, pero tienes que entender que te convertirás en un objetivo. No sé como mantenerte verdaderamente a salvo. No sé cómo diablos…
—Ya pensaremos algo —le interrumpió ella—. Podemos hacerlo juntos.
Él la besó, larga y lentamente. Con un enorme cariño.
—¿Entonces te quedarás ahora? —preguntó.
—No. La verdad es que tengo que ir a trabajar.
—No quiero que te vayas. —Le acarició la barbilla—. Odio no poder estar contigo fuera durante el día.
Pero los cerrojos se descorrieron y la puerta se abrió.
—¿Cómo haces eso? —preguntó ella.
—Regresarás antes del ocaso.
No se trataba de una petición, sino de una orden.
—Volveré poco después de que haya oscurecido. —Él gruñó—. Y prometo llamar si algo raro sucede. —Puso los ojos en blanco. ¡Por Dios, iba a tener que revisar el significado de aquella palabra!—. Quiero decir… más raro.
—No me gusta esto.
—Tendré cuidado. —Lo besó y acto seguido se encaminó a la escalera. Aún podía sentir sus ojos sobre ella cuando empujó el resorte del cuadro y pasó al salón.