29
–Entonces, Butch, ¿vas a esperar hasta que yo salga esta noche? —Abby sonrió, sirviéndole otro whisky.
—Quizás.
No quería, pero después de otro par de tragos podría cambiar de opinión. Suponiendo que todavía pudiera levantarse si estaba borracho.
Con un giro hacia la izquierda, ella vio detrás de él a otro cliente, y le dirigió un guiño mientras le mostraba un poco el escote. Siempre hay que tener un plan B. Probablemente era una buena idea.
El teléfono de Butch vibró en su cinturón.
—¿Sí?
—Tenemos otra prostituta muerta —dijo José—. Pensé que querrías saberlo.
—¿Dónde? —Saltó del asiento de la barra como si tuviera que ir a alguna parte. Luego se sentó otra vez, despacio.
—Trade y Quinta. Pero no vengas. ¿Dónde estás?
—En McGrider’s.
—¿Me das diez minutos?
—Aquí estaré.
Butch alejó el vaso mientras la frustración lo desgarraba. ¿Iba a terminar así? ¿Emborrachándose todas las noches? ¿O tal vez trabajando como investigador privado o como guardia de seguridad hasta que fuera despedido por indolente? ¿Viviendo solo en ese apartamento de dos habitaciones hasta que su hígado dejara de funcionar?
Nunca había sido bueno para hacer planes, pero quizás había llegado el momento de trazar algunos.
—¿No te ha gustado el whisky? —preguntó Abby, enmarcando el vaso con sus pechos.
En un acto reflejo, él alcanzó el maldito vaso, lo acercó a sus labios y bebió.
—Ese es mi hombre.
Pero cuando fue a servirle otro, él cubrió la boca del vaso con la mano.
—Creo que ya es suficiente por esta noche.
—Sí, está bien. —Ella sonrió cuando él sacudió la cabeza—. Bien, ya sabes dónde encontrarme.
Sí, desgraciadamente.
José tardó mucho más de diez minutos. Pasó casi media hora antes de que Butch viera la figura austera de su compañero atravesando la multitud de bebedores que a aquellas horas se amontonaban en el bar.
—¿La conocemos? —preguntó Butch antes de que el hombre pudiera sentarse.
—Otra del chulo Big Daddy. Carla Rizzoli, alias Candy.
—¿El mismo modus operandi?
José pidió un vodka solo.
—Sí. Tajo en la garganta, sangre por todas partes. Tenía una sustancia en los labios, como si le hubiera salido espuma por la boca.
—¿Heroína?
—Probablemente. El forense hará la autopsia mañana a primera hora.
—¿Se ha encontrado algo en el escenario?
—Un dardo. Como el que se dispara a un animal. Estamos analizándolo. —José apuró el vodka con una rápida inclinación de su cabeza—. Y he oído que Big Daddy’s está furioso. Anda buscando venganza.
—Sí, bien, espero que la tome contra el novio de Beth. Quizás una guerra saque de su escondite a ese bastardo. —Butch apoyó los codos sobre la barra y se frotó los ojos irritados—. ¡Maldición, no puedo creer que ella lo esté protegiendo!
—La verdad es que nunca lo habría imaginado. Finalmente ha elegido a alguien.
—Y es un completo delincuente. José lo miró.
—Vamos a tener que detenerla.
—Lo supuse. —Butch parpadeó, entornando los ojos. Escucha, se supone que mañana la veré. Déjame hablar con ella primero, ¿lo harás?
—No puedo hacer eso, O’Neal. Tú no…
—Sí, puedes hacerlo. Sólo programa la detención para el día siguiente.
—La investigación está avanzando hacia…
—Por favor. —Butch no podía creer que estuviera rogando—. Vamos, José. Yo puedo mejor que nadie conseguir que razone.
—¿Y eso por qué?
—Porque ella vio cómo casi me mata.
José bajó la mirada a la mugrienta superficie de la barra.
—Te doy un día. Y es mejor que nadie se entere, porque el capitán me cortaría la cabeza. Luego, pase lo que pase, la interrogaré en la comisaría.
Butch asintió con la cabeza mientras Abby regresaba contoneándose con una botella de escocés en una mano y una de vodka en la otra.
—Parecéis secos, muchachos —dijo con una risita. El mensaje en su fresca sonrisa y sus ojos limpios se hacía cada vez más fuerte, más desesperado a medida que la noche se acercaba a su fin.
Butch pensó en su cartera vacía. Su pistolera vacía. Su apartamento vacío.
—Tengo que salir de ella —murmuró, deslizándose fuera del asiento—. Quiero decir, de aquí.
‡ ‡ ‡
El brazo de Wrath absorbió la descarga de la escopeta de caza, y el impacto retorció su torso como si fuera una soga. Con la fuerza del disparo, cayó girando al suelo, pero no se quedó ahí. Moviéndose rápidamente y a ras de suelo, logró apartarse del camino, sin dar al tirador la oportunidad de acertarle de nuevo.
El quinto de los restrictores había salido de alguna parte y estaba armado hasta los dientes con una escopeta de cañones recortados.
Detrás de un pino, Wrath examinó rápidamente la herida. Era poco profunda. Había afectado a una parte del músculo de su brazo, pero el hueso estaba intacto. Todavía podía luchar.
Sacó una estrella arrojadiza y salió al descampado. Y fue entonces cuando una tremenda llamarada iluminó el claro.
Saltó de nuevo hacia las sombras.
—¡Por Cristo!
Ahora sí les había llegado la hora. La bestia estaba saliendo de Rhage. Y la cosa se iba a poner muy fea.
Los ojos de Rhage brillaron como las blancas luces de un coche a medida que su cuerpo se desgarraba y transformaba. Un ser horrible ocupó su lugar, con sus escamas relucientes a la luz de la luna y sus garras acuchillando el aire. Los restrictores no supieron qué los golpeó cuando aquella criatura los atacó con los colmillos desnudos, persiguiéndolos hasta que la sangre corrió por su enorme pecho como un verdadero torrente.
Wrath se quedó atrás. Ya había visto aquello antes, y la bestia no necesitaba ayuda. Diablos, si se acercaba demasiado, corría el peligro de recibir un golpe de su furia.
Cuando todo hubo terminado, la criatura soltó un aullido tan fuerte que los árboles se doblaron y sus ramas se partieron en dos.
La matanza fue absoluta. No había esperanza de identificar a ninguno de los restrictores porque no quedaba ningún cuerpo. Incluso sus ropas habían sido consumidas.
Wrath salió al claro.
La criatura giró alrededor, jadeando.
Wrath mantuvo la voz tranquila y las manos bajadas. Rhage estaba allí en alguna parte, pero hasta que volviera a salir, no había forma de saber si la bestia recordaba quiénes eran los hermanos.
—Ya ha terminado —dijo Wrath—. Tú y yo ya hemos hecho esto antes.
El pecho de la bestia subía y bajaba, y, sus orificios nasales temblaban como si olfatearan el aire. Los ojos resplandecientes se fijaron en la sangre que corría por el brazo de Wrath. Emitió un resoplido. Las garras se alzaron.
—¡Olvídalo! Ya has hecho tu parte. Ya te has alimentado. Ahora, recuperemos a Rhage.
La gran cabeza se agitó de un lado a otro, pero sus escamas empezaron a vibrar. Un grito de protesta abrió una brecha en la garganta de la criatura, y entonces hubo otra llamarada.
Rhage cayó desnudo al suelo, aterrizando con la cara hacia abajo.
Wrath corrió hacia él y se dejó caer de rodillas, extendiendo la mano. La piel del guerrero brillaba a causa del sudor, y se agitaba como un recién nacido en medio del trío.
Rhage reaccionó cuando su compañero le tocó. Intentó alzar la cabeza, pero no pudo.
Wrath cogió la mano del hermano e la apretó. La quemazón cuando volvía a recuperarse siempre era una mierda.
—Relájate, Hollywood, estás bien. Estás perfectamente bien. —Se quitó la chaqueta y, cubrió suavemente a su hermano—. Aguanta y deja que te cuide, ¿de acuerdo?
Rhage masculló algo y se encogió hecho un ovillo. Wrath abrió su teléfono móvil y marcó.
—¿Vishous? Necesitamos un coche. Ahora. No bromees. No, tengo que trasladar a nuestro muchacho. Hemos tenido una visita de su otro lado. Pero no le digas nada a Zsadist.
Colgó y miró a Rhage.
—Odio esto —dijo el hermano.
—Ya lo sé. —Wrath retiró el cabello pegajoso, empapado en sangre, del rostro del vampiro—. Te llevaremos a tu casa.
—Me puse furioso al ver que te disparaban.
Wrath sonrió suavemente.
—Está claro.
‡ ‡ ‡
Beth se revolvió, hundiéndose más profundamente en la almohada.
Algo no iba bien.
Abrió los ojos en el momento en que una profunda voz masculina rompía el silencio:
—¿Qué demonios tenemos aquí?
Ella se irguió, mirando frenéticamente hacia el lugar de donde habla salido el sonido.
El hombre impresionante que estaba ante ella tenía los ojos negros, inanimados, y un rostro de duras facciones surcado por una cicatriz dentada. Su cabello era tan corto que prácticamente parecía rasurado. Y sus colmillos, largos Y blancos, estaban al descubierto.
Ella gritó. Él sonrió.
—Mi sonido favorito.
Beth se puso una mano sobre la boca.
Dios, esa cicatriz. Le atravesaba la frente, pasaba sobre la nariz y la mejilla, y giraba alrededor de la boca. Un extremo de aquella espeluznante herida serpenteante torcía su labio superior, arrastrándolo hacia un lado en una permanente sonrisa de desprecio.
—¿Admirando mi obra de arte?, —pronunció él con lentitud—. Deberías ver el resto de mi cuerpo.
Los ojos de ella se fijaron en su amplio pecho. Llevaba una camisa negra, de manga larga, pegada a la piel. En ambos pectorales eran evidentes unos anillos pequeños bajo la tela, como si tuviera piercings en las tetillas. Cuando volvió a mirarlo a la cara, vio que tenía una banda negra tatuada alrededor del cuello y un pendiente en el lóbulo izquierdo.
—Hermoso, ¿no crees?
Su fría mirada era una pesadilla de lugares oscuros sin esperanza, del mismo infierno. Sus ojos eran lo más aterrador de él. Y estaban fijos en ella como si estuviera tomándole las medidas para una mortaja. O seleccionándola para el sexo.
Ella movió el cuerpo lejos de él, y empezó a mirar a su alrededor buscando algo que pudiera usar como arma.
—¿Qué pasa, no te gusto?
Beth miró hacia la puerta, y él se rio.
—¿Piensas que puedes correr con suficiente rapidez? —dijo él, sacándose los faldones de la camisa de los pantalones de cuero que llevaba puestos. Sus manos se posaron sobre la bragueta—. Estoy seguro de que no puedes.
—¡Aléjate de ella, Zsadist!
La voz de Wrath fue un dulce alivio. Hasta que vio que no llevaba camisa y que su brazo estaba en cabestrillo.
Él apenas la miró.
—Es hora de que te vayas, Z.
—Zsadist sonrió fríamente. —¿No quieres compartir la hembra?
—Sólo te gusta si pagas por ella.
—Entonces le arrojaré uno de veinte. Suponiendo que sobreviva cuando termine con ella.
Wrath siguió acercándose al otro vampiro, hasta que se encontraron cara a cara. El aire crujió a su alrededor, sobrecargado de violencia.
—¡No vas a tocarla, Z! ¡Ni siquiera la mirarás! ¡Vas a darle las buenas noches y a largarte de aquí!
—Wrath se quitó el cabestrillo, dejando ver una venda en el bíceps. Había una mancha roja en el centro, como si estuviera sangrando; pero parecía dispuesto a encargarse de Zsadist.
—Apuesto a que te molesta haber necesitado que te trajeran a casa esta noche —dijo Zsadist—. Y que yo fuera el más cercano con un coche disponible.
—¡No me hagas lamentarlo más!
Zsadist dio un paso a la izquierda, y Wrath avanzó con él, usando su cuerpo para interponerse en su camino.
Zsadist se rio entre dientes con un retumbar profundo y maligno.
—¿Realmente estás dispuesto a luchar por un humano?
—Ella es la hija de Darius.
Zsadist ladeó la cabeza. Sus profundos ojos negros examinaron sus facciones. Tras un instante, su rostro brutal pareció suavizarse, dulcificando su sonrisa despreciativa. Y de inmediato comenzó a arreglarse la camisa mientras la miraba de reojo, como si estuviera disculpándose.
Sin embargo, Wrath no se apartó del medio.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Zsadist.
—¡Se llama Beth! —Wrath ocultó con su cabeza el campo visual de Zsadist—. ¡Y tú te vas!
Hubo una larga pausa.
—Sí. Claro.
Zsadist se dirigió a la puerta, balanceándose con el mismo movimiento letal con que lo hacía Wrath. Antes de salir, se detuvo y miró hacia atrás.
Debió de haber sido verdaderamente guapo alguna vez, pensó Beth. Aunque no era la cicatriz lo que lo hacía poco atractivo. Era el fuego maligno que emanaba de su interior.
—Encantado de conocerte, Beth.
Ella soltó el aire que había estado reteniendo cuando la puerta se cerró y los cerrojos estuvieron en su lugar.
—¿Estás bien? —preguntó Wrath. Ella pudo sentir sus ojos recorriéndole el cuerpo, y luego tomó sus manos suavemente—. No te…, no te ha tocado, ¿verdad? Oí que gritabas.
—No. No, sólo me ha dado un susto de muerte. Desperté y él estaba en la habitación.
El vampiro se sentó en la cama, acariciándola coro creyera que estaba bien. Cuando pareció satisfecho, le echó el cabello hacia atrás. Las manos le temblaban.
—Estás herido —dijo ella—. ¿Qué ha pasado?
Él la rodeó con el brazo sano y la apretó contra suyo.
—No es nada.
—¿Entonces por qué necesitas un cabestrillo? ¿Y una aguja? ¿Y por qué todavía estás sangrando?
—Shhh. —Él colocó la barbilla sobre su cabeza. Pudo sentir que el cuerpo le temblaba.
—¿Estás enfermo? —preguntó ella.
—Sólo tengo que abrazarte un minuto. ¿De acuerdo?
—Absolutamente.
Tan pronto como su cuerpo se relajó, ella se apartó.
—¿Qué ocurre?
Él le agarró la cara con las manos y la besó con delicadeza.
—No hubiera soportado que él te hubiera… apartado de mí.
—¿Ese tipo? No te preocupes, no iría con él a ninguna parte. —Y entonces comprendió que Wrath no estaba hablando de una cita—. ¿Piensas que podría haberme matado?
Esa era una posibilidad que, desde luego, no resultaba descabellada, sobre todo después de haber visto la frialdad de aquellos ojos.
En vez de contestar, la boca de Wrath se posó de nuevo sobre la suya.
Ella lo detuvo.
—¿Quién es? ¿Y qué le ha pasado?
—No te quiero cerca de Z otra vez. Nunca. —Le pasó un mechón de cabello por detrás de la oreja. Su tacto era tierno. Su voz, no—. ¿Me estás escuchando?
Ella asintió.
—¿Pero qué…?
—Si él entra en una habitación y yo no estoy en casa, ven a buscarme. Si no estoy, enciérrate con llave en una de estas estancias de abajo. Las paredes están hechas de acero, así que no puede materializarse dentro. Y nunca lo toques. Ni siquiera por descuido.
—¿Es un guerrero?
—¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
—Sí, pero ayudaría si supiese un poco más.
—Es uno de los hermanos, pero le falta poco para carecer de alma. Desgraciadamente, lo necesitamos.
—¿Por qué, si es tan peligroso? ¿O lo es sólo con las mujeres?
—Odia a todo el mundo. Excepto a su gemelo, quizás.
—Oh, estupendo. ¿Hay dos como él?
—Gracias a Dios también está Phury. Él es el único que puede apaciguar a Z, y aun así, no es seguro totalmente. —Wrath la besó en la frente—. No quiero asustarte, pero necesito que tomes esto en serio. Zsadist es un animal, pero creo que respetaba a tu padre, así que quizá te deje en paz. No puedo correr riesgos con él. O contigo. Prométeme que te mantendrás alejada de él.
—De acuerdo.
—Ella cerró los ojos, apoyándose en Wrath. Él la rodeó con el brazo, pero luego se apartó.
—Vamos. —La puso de pie—. Ven a mi habitación.
Cuando entraron en la alcoba de Wrath, Beth oyó cómo la ducha se cerraba. Un momento después, la puerta del baño se abrió.
El otro guerrero que había conocido antes, el guapo que parecía una estrella de cine que estaba cosiéndose una herida, salió lentamente. Tenía una toalla envuelta alrededor de la cintura y el cabello le goteaba. Se movía como si tuviera ochenta años, como si le doliera cada músculo del cuerpo.
Santo Dios, pensó ella, No tenía muy buen aspecto, Y parecía pasarle algo en el estómago. Estaba abultado, como si se hubiera tragado una pelota de baloncesto. Se preguntó si la herida que le había visto coser se le habría infectado. Parecía febril. Echó un vistazo a su hombro y frunció el ceño sorprendida al ver que apenas quedaba un rasguño. Daba la sensación de que aquella lesión era ya antigua.
—Rhage, ¿cómo te sientes? —preguntó Wrath, apartándose d ella.
—Me duele el vientre.
—Sí. Puedo imaginarlo.
Rhage se tambaleó un poco mientras echaba una mirada alrededor del cuarto, con los ojos apenas abiertos.
—Me voy a casa. ¿Dónde está mi ropa?
—La perdiste. —Wrath puso su brazo sano alrededor de la cintura de su hermano—. Y no te irás, te quedarás en la habitación de D.
—No lo haré.
—No empieces. Y no estamos jugando. ¿Quieres apoyarte en mí, por el amor de Dios?
El otro hombre flaqueó, y los músculos de la espalda de Wrath se tensaron al cargar con el peso. Salieron lentamente al rellano y se dirigieron a la alcoba del padre de Beth. Ella permaneció a una distancia discreta, observando mientras Wrath ayudaba al hermano a meterse en la cama.
Cuando el guerrero se recostó sobre las almohadas, cerró los ojos con fuerza. Su mano se movió hacia el estómago, pero hizo una mueca de dolor y la dejó caer a un lado, como si la más leve presión fuera una tortura.
—Estás enfermo.
—Sí, una maldita indigestión.
—¿Quieres un antiácido? —dijo bruscamente Beth—. ¿O un Alka-Seltzer?
Los dos vampiros la miraron, ella se sintió como una intrusa.
De todas las cosas estúpidas que podía haber dicho…
—Sí —murmuró Rhage mientras Wrath cabeceaba.
Beth fue a buscar su bolso y se decidió por el Alka-Seltzer porque contenía un analgésico que le podía aliviar los dolores. En el baño de Wrath, echó agua en un vaso y puso dentro la pastilla efervescente. Cuando volvió a la habitación de Darius, ofreció el vaso a Wrath. Pero él movió la cabeza.
—Tú lo harás mejor que yo.
Ella se ruborizó. Era fácil olvidar que él no podía ver.
Se inclinó hacia Rhage, pero estaba demasiado lejos. Se subió la bata, trepó al colchón y se arrodilló junto a él. Se sintió incómoda por estar tan cerca de un hombre desnudo y viril delante de Wrath.
Sobre todo, si tenía en cuenta lo que le había pasado a Butch.
Pero Wrath no tenía nada de qué preocuparse allí. El otro vampiro podía ser tremendamente sexy, pero ella no sentía absolutamente nada cuando estaba a su lado. Y, a juzgar por su estado, estaba segura de que él no iba a propasarse con ella.
Levantó la cabeza de Rhage suavemente y apoyó el borde del vaso en sus Hermosos labios. Le llevó cinco minutos beber el líquido a pequeños sorbos. Cuando terminó, ella quiso bajar de la cama, pero no pudo. El hombre, con una gran sacudida, se giró d costado y puso la cabeza en su regazo, colocando un musculoso brazo alrededor de la espalda de ella.
Estaba buscando consuelo.
Beth no sabía qué podía hacer por él, pero dejó el vaso a un lado y le acarició la espalda, recorriendo con la mano su espantoso tatuaje. Le susurró algunas palabras que hubiera deseado que alguien le dijera a ella si se sentía enferma. Y tarareó una cancioncilla.
Al poco rato, la tensión en la piel Y en los músculos se relajó, y empezó a respirar profundamente.
Cuando estuvo segura de que se Había tranquilizado, se liberó cuidadosamente del abrazo. Al mirar a Wrath, se preparó para enfrentarse a su irá, aunque estaba segura de que él comprendería que había actuado de una forma totalmente inocente.
La impresión la dejo inmóvil. Wrath no estaba enfadado. Todo lo contrario.
—Gracias —dijo roncamente, inclinando la cabeza en un gesto casi humilde—. Gracias por cuidar de mi hermano.
Se quitó las gafas de sol y la miró con total adoración.